martes, 24 de febrero de 2015

LOS DRAGOS MILENARIOS

Los dragos milenarios
 ¡Dragos…! he aquí a los magnates de nuestra flora. Recios, ciclópeos, sombríos, todo en ellos tiene un sello característico de grandeza, de monumento prehistórico, que no lograron remover ni reducir a pavesas las fraguas de los volcanes. Fuertes e inconmovibles en sus sillares de roca, ahíncan sus raíces en el corazón de la tierra, y el jugo que la sorben lo convierten en savia de color de púrpura.


 ¡Qué adustez tan especial tienen estos árboles milenarios, que no han logrado “familiarizarse” con el pueblo! Recluidos generalmente en solitarios lugares, a extramuros de los pueblos, en oquedades sombrías como los del barranco del Infierno, en Adeje, o en las escarpas de las rocas, como los de “Los dos riscos”, de Taganana, dijérase que les atrae la soledad. Misántropos del reino vegetal, dan siempre, al contemplarlos, una sensación de rigidez, de aplomo, de consistencia pétrea. Pasan los ciclones sobre ellos y ni siquiera estremecen sus ramas. Los vientos se desflecan en sus hojas cortantes y aceradas como dagas, y acállanse sus rumores bajo la copa sombría, de recia urdimbre, como si temieran despertar al monstruoso dormido...
 Apologistas ilustres –Humboldt, Dumont d’Urville, Leopoldo de Buch, Leclercq, entre otros– han ensalzado su belleza, considerándolos como una de las especies más curiosas del mundo vegetal. Por su parte, el conocido escritor español, Eugenio Noel, lamentábase de que todos hablasen de ellos, menos los escritores nacionales. Lo mejor que se ha escrito sobre la vegetación de Canarias, decía, es extranjero, alemán casi siempre. “Y, no obstante –añadía–, vale la pena de trasladarse a Icod, aún con los ojos llenos de deslumbramiento de la Orotava, y ver al Teide desde el drago, desde su sombra legendaria y prehistórica contemplar aquel cono impasible, lleno de sol, que sacude los nervios con bárbara valentía. Desde ninguna parte el Teide es más bello. Y hasta esa belleza parece prestársela el árbol. Dignos el uno del otro, este gigante vivo inspira la idea de que ha de perpetuarse en el tiempo más, mucho más, que la mole muerta del enorme picacho”.
Y un ilustre botánico, gran enamorado de nuestros árboles, el doctor Masferrer, recordando que los aborígenes del archipiélago veneraban el drago como un genio bienhechor, decía que debiera castigarse al que se atreviera a cortarles algún gajo y premiar, en cambio, al que mejores y mayor número de ejemplares hubiese propagado en cierto espacio de tiempo. Y añadía que donde existió el célebre drago de la Orotava, debiera erigirse un monumento histórico, con cuatro jóvenes dragos que señalaran en su alrededor los cuatro puntos cardinales.
 La edad de estos monstruos vegetales ha sido objeto de grandes disquisiciones científicas. Todas coinciden en que tales árboles existían antes de la Conquista, corroborándolo las escrituras de datas que hicieron los conquistadores al repartir las tierras ocupadas por los bosques, respetando los dragos. Piazzi Smith cifraba la edad del antiguo drago de la Orotava en cuatro o cinco mil años, y como prueba de su antigüedad se cita el testimonio de Cadamosto, de que al visitar Tenerife, a mediados del siglo XV, ya se encontraba el árbol en decadencia.

Otro tema de discusión científica ha sido la procedencia de esta especie. Algunos la consideraron oriunda de las Indias orientales o del norte de África. Otros, como los señores Webb y Berthelot, tan conocedores de la flora canaria, a la que dedicaron largos y minuciosos estudios, coinciden en que se trata de una especie indígena comprendida en las del primer clima, y particular de nuestro archipiélago, así como de la Madera y Porto Santo.
 No ha faltado tampoco algún historiador, dado a la fantasía y a la leyenda, que ha creído ver en estos árboles el fabuloso Dragón de las Hespérides, guardador de las manzanas de oro, ni quien, más explícito aún, asegurase haber descubierto, a través de su lente, la imagen del monstruo terrible reflejada en el interior del fruto.
 En cuanto a su clasificación botánica, algunos autores los incluyen en la familia de las palmas; otros, en la de los lirios, por la forma de sus brazos, redondos y lisos, de cuyos dedos parte la hoja, “semejante a la del lirio cárdeno”, y casi todos considéranlos pertenecientes a la clase de los espárragos por la especial estructura de su tronco sin madera, de sustancia esponjosa, que utilizaban los indígenas para rodelas o construcción de corchos para abejas.
 Entre los dragos que más celebridad han tenido en la isla debe citarse, en primer lugar, el que existía en el antiguo jardín de Franchy, en la villa de la Orotava. Su fama trascendió a todos los países del mundo, y en libros y crónicas aparece mencionado como una de las grandes maravillas de la Naturaleza.
Piazzi Smith, que lo muestra en curiosa estampa litográfica, le dedica extensas páginas en sus impresiones de viaje. ¡Pobre y anciano árbol, exclama, cuyo tronco está hueco! Cuando Lugo y sus conquistadores, en 1496, establecieron allí el dominio español, su tronco sirvió de capilla para la celebración de los santos misterios: antes sirvió para las reuniones druídicas entre las tribus guanches por muchos siglos. ¡Cuán frágil no está ahora! Una tempestad, en 1819, arrancó una rama, y más recientemente unos bárbaros cortaron un trozo grandísimo de su hueco tronco para el museo de botánica de Kew. Así que, en vez de crecer en anchura, este árbol se iba aniquilando, hasta que el señor marqués del Sauzal, propietario inteligente, entró en posesión de él.
 Por su parte, el naturalista Le Dru, de la expedición francesa del año 1796, dice: “Vi en el jardín de Franchy un drago, el más hermoso de cuántos hay en las islas, y quizás en todo el globo: tiene 20 metros de altura, trece de circunferencia en su parte media, y veinte y cuatro en su base”.
 Entre los gajos de su elevada copa había una mesa, con asientos para catorce personas, en la cual se sirvió un banquete el año 1792, en honor de la embajada inglesa, presidida por lord Macartney, que hacía viaje para el Extremo Oriente. La distinguida comitiva pudo albergarse perfectamente en el amplio espacio que dejaban los cuatro grandes brazos del árbol, donde se improvisó una sólida plataforma con galería exterior para el servicio y una cómoda escalera para subir a ella.
 Desde los “ventanales” del original comedor, abiertos a los cuatro vientos, pudieron admirar los ilustres comensales los distintos paisajes del valle, desde las lejanas cumbres de los Realejos hasta las orillas de la costa, orlada de blancas espumas. ¡Un espectáculo que sólo podía ofrecerles Tenerife con su gigantesco drago y su maravilloso escenario!
 En junio de 1819, un violento huracán destruyó la soberbia copa del drago, quedando únicamente el tronco, en el que se colocó una plataforma para tapar la hendidura abierta e impedir la infiltración de las aguas, y así se conservó hasta el año 1867, en que otro huracán acabó de destruir el histórico árbol, verdadero monumento de la Naturaleza, que causaba la admiración de propios y extraños.
Otro de los dragos notables de la isla, por su majestuoso porte y su amplia y contorneada copa –el de Santo Domingo, en La Laguna–, era el horóscopo de los campesinos para sus barruntos del tiempo. Si el árbol florecía por el lado norte, el año era de lluvia en los altos; si por el sur, tiempo de costa. Y ¡ay de nuestros campos cuando los dragos no florecían! A este propósito, un observador anotó el hecho de que el año 1851, que fue de espantosa sequía en la isla, florecieron todos los dragos al llegar el mes de agosto. Al siguiente invierno, las lluvias fueron generales en las islas, y costas y medianías se cubrieron de verdes sementeras.
De este drago, como de los demás, se extraía por incisiones en el tronco un jugo resinoso de color encarnado, que al contacto del aire se solidificaba en la corteza; tal era la famosa “sangre de drago”, de la que decía un escritor extranjero: “Estando la luna llena sudan estos árboles una goma clara y colorada, mucho más astringente que el ‘sanguis draconis’, que nos viene de Goa y de otras partes de las indias orientales, porque los judíos, que son los droguistas de esos lugares, para ganar y engañar lo falsifican y multiplican con tantos ingredientes que de una libra hacen cuatro”.
 Este preciado producto fue objeto de un gran comercio con los antiguos romanos y hasta el siglo XIX con muchos países de Europa que lo utilizaban para curas medicinales, fabricación de tintes y barnices y especialmente para usos dentífricos. La industria llegó a ser de tal importancia que se estableció diezmos sobre ella, proporcionando considerables ingresos al erario insular.
 El escritor Bory de Saint-Vincent, que en 1804 visitó el drago de La Laguna, decía hablando de la famosa droga isleña: “La mayor parte de los viajeros de nuestra expedición de exploradores, adquirieron en La Laguna, en un convento donde había unas encantadoras religiosas, paquetes con residuos vegetales de color encarnado (‘sang de dragón’), que les recomendaban para la conservación de dientes y encías. El mejor elogio que puede hacerse de la pequeña mercancía es que las jóvenes religiosas tenían todas la ‘boca fresca y bella’”.
 De los demás supervivientes de la especie, que son motivo de orgullo para Tenerife por el interés que despiertan entre cuantos extranjeros visitan la isla, corresponde el título de honor al drago de Icod, considerado como el más antiguo del archipiélago.
 Los naturalistas han coincidido casi todos en asignarle una edad de más de 3.500 años. Su base tiene un perímetro de doce metros y la altura del tronco, hasta la copa, más de catorce metros.

Hasta tal extremo es famoso y digno de estudio este árbol, que siendo ministro de Fomento el señor Gasset, en un decreto que publicó sobre Parques Nacionales, en febrero de 1917, decía: “Igualmente deben catalogarse todas las demás particularidades aisladas notables de la Naturaleza patria, como grutas, cascadas, desfiladeros, y los árboles que por su legendaria edad, como el Drago de Icod, por sus tradiciones regionales, como el ‘Pino de las tres ramas’, junto al santuario de Queralt, o por su simbolismo histórico, como el árbol de Guernica, gozan ya del respeto popular”.
 El gigantesco drago, consignaba también en un informe oficial el ingeniero jefe de Montes, señor Ballester, “simboliza el ocaso de una flora antediluviana, tan próxima a ser del dominio paleontológico, que acaso sean estos ejemplares que nos restan en Canarias y otros muy contados del continente africano, la última representación del paso de esta colosal especie por nuestro planeta”.
 El año 1907, con motivo de la visita que hicieron a esta isla los profesores y alumnos del Colegio Politécnico de Zúrich, estuvieron en Icod ocho días dedicados a estudiar el drago y sus características más esenciales. De dichos estudios dedujeron que su edad era de 2.500 años.
 En los últimos tiempos, el árbol ha sido objeto de solícitos cuidados por parte de la municipalidad de Icod, lo que habla muy alto de la cultura de sus habitantes, contrastando con la enemiga que en pasadas épocas se sentía en Tenerife por todo lo que representaba belleza y ornato para nuestra tierra. Refiere a este propósito, el señor Masferrer el siguiente episodio:
 –Hace ya no sé cuántos años que al propietario del hermoso drago de Icod se le había ocurrido cortar el árbol porque le perjudicaba. Acertó en aquel mismo tiempo a ir a Tenerife un naturalista inglés que, con el propósito de ver todo lo que de notable tiene la isla, fue a Icod con el principal objeto de estudiar aquel famoso ejemplar de drago. “Muy a tiempo ha venido usted –le dijeron al llegar a Icod–. Dentro de poco no habría podido usted satisfacer los deseos de ver el citado árbol, ya que su dueño lo va a cortar de un día a otro”. “¡Ah! –exclamó sorprendido el inglés–, en ese caso ya no sólo me interesa ver el árbol, sino que quisiera, además, tener el gusto de conocer a su dueño”. “¿Y para qué?”, le preguntaron. “Para pedir su retrato, que pienso publicar en alguno de los periódicos ingleses ilustrados, poniéndole al pie: ‘Fulano de Tal, canario civilizado aún, que acaba de cortar el más hermoso drago de Tenerife’”.
Afortunadamente, el histórico árbol sigue en pie, venerado y admirado de todos, y continúa exhibiéndose al visitante, con su rugoso tronco carcomido por los siglos, como una de las más notables curiosidades de la isla.
Admirable vestigio del pasado, bien pudo decirse de él, como de la vieja encina de Gabriela Mistral:
El peso de los nidos fuerte no te ha agobiado.
Nunca la dulce carga pensaste sacudir,
no ha agitado tu fronda sensible otro cuidado
que ser ancha y espesa para saber cubrir."
(Leoncio Rodríguez, en Rincones del Atlántico)
Bibliografía
Rodríguez, Leoncio. Los árboles históricos y tradicionales de Canarias. Santa Cruz de Tenerife: la Prensa, ca. 1940, pp. 99-110.
 Imagen: Drago del Barranco de Araguy o del Seminario en La Laguna.



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