sábado, 14 de febrero de 2015

EL TESORO DE PANCHO PEREZ



 (Cuento)

Es Pancho Pérez, un iluso extraordinario.

Los sueños auríferos han hecho de él una persona casi insociable, rehuyendo siempre  el  contacto  de  los  demás  para  entregarse  de  lleno  a  ininterrumpidas cavilaciones sobre la probabilidad de encontrar algún día «el tesoro escondido»…

El amor de la esposa y de los hijos, puede decirse, sin temor a  equivocarse, que no existen en su corazón endurecido al sentimiento filial. Se creó un hogar por esa necesidad ambiente de vivir con más comodidad que todos sentimos, completamente materialista de los sentidos, que nunca le llevaron al tierno halago espiritual que se siente laborando en la magna obra de la generación humana, impelido por la ley de la gravitación universal.

Su espiritu embotado por aberración de esos mismos sentidos, sólo se deleita ante su eterno sueño en la sombra imprecisa de la quimera.

De vivir este hombre, soñador estrafalario en un país maravilloso como es Granada, donde las leyendas, consejas y cuentos mil acerca de encantamientos de princesitas cautivas  y  tesoros  guardados por  enormes  morazos  hechizados en  las frondosas riberas del Darro, las colinas de la Alhambra y del Albaicín y montes contiguos al Generalife, hubiera dado rienda suelta a sus sueños de probabilidad, y el vulgo, seguramente, le habría tomado por un visionario impenitente. Pero habiendo nacido en Güímar, donde nadie vé otro tesoro que el que pueda producir la tierra y el agua con ayuda del trabajo corporal, solo pueden tenerlo por un maniático; pues, los tesoros que en sus cavernas podrían haber ocultado los aborígenes guanches compuestos de objetos primitivos, tal vez de un positivo valor histórico muy grande, pero que ninguno conserva para él, no le sugestionan.

Sueña Pancho Pérez, con tropezar un día en la carretera, por donde solitario pasea infinitas horas, con la cartera extraviada repleta de billetes del Banco, o conque el  mar  generoso arroje,  a  la  playa  la  caja  misteriosa conteniendo las  relucientes monedas de oro o las piedras preciosas que han de enriquecerlo.

La riqueza, teniendo como medio el constante trabajo, le parece un absurdo. El hado de la suerte lo ve gravitar sobre él como por sobre un predestinado.
***
Uno de esos días en que el ensimismamiento producía estragos en su ser, hallábase Pancho Pérez paseando en la playa del Puertito, y cuando mayor era su obsesión en los quiméricos sueños, vió con sorpresa que las olas, enarcándose como gata encelada, iban acercando poco o poco hacia la orilla un objeto negro que flotaba sobre la azuladas aguas del Océano.

Muchas horas pasó en angustiosa espera el arribo del objeto deseado, y a medida que una ola lo impulsaba hacia él, iba creciendo su alegría hasta próximo a desbordarse, extendiendo los brazos para cogerlo, con ansiedad, lo mismo que el avaro desea coger el talego lleno de onzas entre sus manos de pulpo humano; pero cuando la resaca  en  su  movimiento de  atracción lo  tornaba  al  mar,  sentía  que  su  corazón desprendiéndosele del pecho se le iba tras la cajita, pués esto era lo que flotaba en la superficie de las aguas encrespadas.

Nunca había sentido Pancho Pérez tal emoción como la que sentía entonces, pues él creía tener al alcance de sus manos aquella misteriosa cajita, presumiendo que
en su interior guardaba el tesoro tan deseado y que seguramente fué perdido en un
naufragio para que la veleidosa fortuna lo pusiera en su camino de soñador.
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Pasaron muchas horas sin que las olas en su constante venir y tornar dejasen en tierra firme la misteriosa cajita, haciendo experimentar con su juego engañoso al pobre Pancho Pérez, el suplicio de Tántalo.

En  esas horas de  ansiedad interminable, un  observador cualquiera, hubiera podido apreciar que las ojeras se le hicieron más profundas y el pelo iba tornándosele del color de la plata. El destino ingrato lo había sometido a la tortura de la más horrorosa de las pruebas, para un temperamento como el suyo, en espera irritante.

Mas,  ¡por  fin!  Una  ola  gigante,  enarcándose furiosa,  avanzó  impetuosa,  y después de romper sobre las peñas del arrecife formando un fantástico encaje nacarino, dejó en la arena la cajita, rociándola después con la espuma que  asemejaba al caer sobre ella a una lluvia de rosas de nieve.
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Trémulo, afanoso, bailándole el corazón en el pecho una danza de  aquelarre, se inclinó Pancho Pérez sobre la cajita, y con aire de triunfo la elevó con sus manazas de gorila, llevándola fuera del alcance de las embravecidas aguas.

Con ayuda del cuchillo herrumbroso que tenía para arrancar las lapas de la roca, forzó la tapa de la caja y miró su interior con una de esas miradas de inconmensurable avaricia, queriéndosele salir los ojos de las órbitas y poseído de una ansiedad indescriptible.
Cuando saltó la tapa y pudo ver el contenido de la caja, dio un salto atrás, de tigre, horrorizado; el cuchillo se le escapó de la mano y fue a clavarse en una astilla de la caja formando una cruz.

Se quedó helado de espanto y su rostro tomó el color de la cera.

Ya más rehecho, miró compasivo al interior de la caja donde en estado de descomposición había un niño recién nacido, el que una madre desnaturalizada con
instintos de hiena, o quizás otros seres sin entrañas habían arrojado al mar con vida,
huyendo, tal vez, del fantasma de la deshonra, ese inexorable fantasma que tiene a su cargo tantas vidas, de inocentes criaturitas irresponsables de una moral ridícula y mal entendida, y que tan en estima tiene la sociedad...
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En el mismo momento que una sombra agorera pasó rozando el rostro a Pancho Pérez, inclinóse, nuevamente sobre la cajita; puso sobre el infantil  cadáver su cuchillo clavado en la madera en forma de cruz; cerró piadosamente la caja; arrodillóse, y, quizá por primera vez en su vida, dejó de soñar para rezar un padre nuestro por el eterno descanso del alma del difunto que el mar puso en sus manos cuando esperaba un tesoro.

Tenerife, junio 1926.

EL CUENTO Y EL AUTOR

UN CUENTO BASADO EN UN HECHO  REAL

El cuento al que dedicamos este trabajo fue publicado el 20 de junio de 1926 en la revista Hespérides, editada en Santa Cruz de Tenerife, siendo su autor el director-gerente de dicha revista don Rafael Peña León. La historia está centrada en Güímar y en un personaje local muy particular, Pancho Pérez. El citado autor había estado en esta localidad un par de meses antes y el 4 de mayo había anunciado en la revista que dirigía, que iba a dedicar un número monográfico a Güímar, lo que se hizo realidad el 6 de junio de 1926, dos semanas antes de publicar el cuento que nos ocupa en otra edición de dicha publicación.

El  breve relato recoge  la  ilusión que alguna vez  ha tenido cualquier persona de encontrar un tesoro que le ayudase a mejorar su vida. En Güímar, como en otras muchas localidades de la isla, las búsquedas de este tipo han estado centradas, sobre todo, en el legendario tesoro del pirata “Cabeza de Perro”,  tras el cual muchos vecinos de éste y otros municipios de la isla han recorrido el litoral escudriñando todas las cuevas y covachas que encontraban a su paso, pero que sepamos sin ningún éxito, sobre todo teniendo en cuenta que según recientes estudios este célebre pirata solo fue una mera creación literaria.

En el cuento, el autor combina la realidad con la fantasía y transforma la natural ilusión de un hombre en una obsesión enfermiza, por encontrar la riqueza que ni su origen ni su trabajo le proporcionarían nunca, obsesión que le alejaba de su familia y del mundo en que vivía. Cuando por fin parecía que había logrado su objetivo, durante un paseo por El Puertito, el brutal desengaño parece que hizo aflorar en el personaje un sentimiento humano que parecía olvidado.

Pero el triste e inesperado desenlace del relato que nos ocupa está claramente asociado con una noticia publicada en la prensa canaria solo un mes antes de que se escribiese este cuento. El 17 de mayo de 1926, el periódico El Progreso,  publicado en Santa Cruz de Tenerife, informaba del hallazgo en la playa de El Socorro de Güímar del cadáver de una niña en el interior de una caja:

Hace pocos días, la Benemérita de servicio en Guimar telegrafió al gobernador civil, dándole cuenta de que en la playa del Socorro, del citado término municipal, fué encontrada una caja que por los putrefactos olores que despedía, hizo suponer se trataba de restos humanos.
Avisado  el  Juzgado  correspondiente,  se  trasladó acompañado  del  médico don Manuel Angulo Almenar, al lugar de referencia a fin de abrir la caja y comprobar los insistentes rumores de que hablamos.

Logrado esto, dicho facultativo certificó que se trataba del cadáver de una niña de 7 a 8 años de edad, en periodo avanzado de putrefacción y con el cráneo separado del cuerpo.

El citado médico supone que el fallecimiento de esta niña data de 4 o 5 meses y
declaró, además, que dado el estado actual del cadáver, era completamente imposible practicársele la autopsia.
El cuerpo de la muerta, no presenta señales algunas de violación.

La justicia activa sus pesquisas para esclarecer este misterioso suceso, del cual volveremos a informar a nuestros lectores tan pronto nos sean facilitados nuevos datos.2

Al  día  siguiente,  Diario   de  Las  Palmas   también  recogió  dicha  información, repitiéndola casi en los mismos términos, pues solo eliminó el penúltimo párrafo y eliminó del último el texto que seguía a la coma3. Y el 19 de mayo inmediato, La Provincia volvía a reproducir el primer artículo, del que solo eliminó el texto del último párrafo, posterior a la coma4.

Como se aprecia de la lectura, esta noticia coincide con el cuento en la aparición del cadáver, en descomposición, de un ser humano de corta edad en el interior de una caja y en una playa de Güímar. Solo difiere en que en realidad no se trataba de un niño, sino una niña; que no era recién nacida, sino de 7 u 8 años de edad; y que su aparición tuvo lugar en la playa de  El  Socorro  y  no  en  la  de  El  Puertito.  A  pesar  de  estas  discrepancias,  se  aprecian demasiadas coincidencias para que don Rafael Peña León no se hubiese enterado del reciente suceso.

EL AUTOR: DON RAFAEL  PEÑA LEÓN  (1888-1955), COMANDANTE  DE INFANTERÍA, SECRETARIO DEL ATENEO DE LA LAGUNA, PERIODISTA, ESCRITOR Y EDITOR

Este escritor, poco conocido, nació en Río Tinto (Huelva) en 1888, aunque desde muy joven se estableció en Santa Cruz de Tenerife.

Siguió la carrera militar, pues entró como alumno en la academia del Regimiento de Infantería Tenerife nº 64. En 1911 ascendió a cabo y en 1913 ya era sargento. En 1918 volvió destinado al Regimiento de Infantería de Tenerife. En 1919 ascendió a alférez de la reserva retribuida de Infantería. Luego ascendió a teniente de la escala de reserva y, como tal, en 1925 se le concedió el  pase a supernumerario; en 1926 se reintegró al  servicio activo, como ayudante de plaza de Tenerife; pero en ese mismo año volvió a pasar a supernumerario en la Capitanía General de Canarias; y en 1930 volvía a ser teniente ayudante de plaza. Movilizado como teniente durante la Guerra Civil, en 1936 actuó como defensor en un consejo de guerra celebrado en el Cuartel de Infantería de Tenerife. En 1937 ya era capitán habilitado del Regimiento de Infantería Tenerife nº 36; como capitán de Infantería sirvió en Canarias y Marruecos (1937-1938). Alcanzó el empleo de comandante de Infantería, con el que se retiró.



Como periodista, una vez destinado en Tenerife, sin la ayuda de nadie fundó la revista Hespérides, cuyo primer número salió el 3 de enero de 1926. Don Rafael Peña fue su único director-gerente y en ella publicó numerosos editoriales, cuentos, artículos y poemas. Le acompañaron en la empresa: Ildefonso Maffiotte y Antonio Suárez al frente de la redacción, Juan Davó en el cometido artístico y Adalberto Benítez en el gráfico. Se editó en la imprenta de la librería Católica en formato de revista, con 29 páginas repletas de caricaturas y fotografías que, a partir de 1928, se divulgaron por la isla en forma de postales. El novedoso ensayo periodístico prestó una creciente atención a la información deportiva, a medida que el fútbol y el boxeo ganaban adeptos en las islas, al tiempo que insertaba las típicas notas de sociedad, abriendo secciones específicas para los niños y las damas de las clases más acomodadas de Santa Cruz. Junto a la trascripción de fragmentos de obras de algunos intelectuales de fama internacional, don Rafael captó para Hespérides las colaboraciones de escritores isleños tan experimentados como Joaquín Fernández Pajares, Manuel Verdugo Bartlett, Benito Pérez Armas, Luis Rodríguez Figueroa, Isaac Viera, Domingo J. Manrique, Francisco González Díaz  y Domingo Cabrera Cruz5. Junto a ellos reunió a los jóvenes emergentes de la vanguardia literaria insular, que luego figurarían entre los intelectuales tinerfeños más reconocidos. De estos últimos, dos grupos de sensibilidad e ideologías contrapuestas se  matizaron en  la  revista: de  un lado Eduardo Westerdalh, Pedro García Cabrera, Domingo Pérez Minik, Julio de la Rosa y Emeterio Gutiérrez Albelo; y del otro, escritores más heterogéneos como Ángel Acosta, José Galán, Ismael Domínguez y Luis Alejandro; todos de distinto credo literario. Además, el director Peña llamó y estimuló a los creadores plásticos de entonces, como Juan Ismael, Francisco Borges Salas, Pedro Guezala, Francisco Bonnín, Juan Davó, etc., mediante la reproducción de su obra, en muchas ocasiones a todo color, técnica en aquellos años novísima6.

En el número de la revista Hespérides correspondiente al 2 de enero de 1927, el redactor Santiago Cortés publicó un artículo elogioso sobre don Rafael Peña. Con motivo del número extraordinario publicado por esta revista en mayo de ese mismo año, dedicado a Santa Cruz de Tenerife, a finales de ese mismo mes el Círculo de Bellas Artes ofreció un agasajo en honor de su director; el 5 de junio del mismo año Apeles M. Díaz le dedicó un poema de adhesión; y en ese mismo mes fueron muchas las crónicas publicadas en otros periódicos y revistas que elogiaban dicho número. Parecido éxito tuvo con el extraordinario dedicado a La Gomera en octubre de ese mismo año.

Cargando el amarillismo con una actitud complaciente hacia el régimen del general Primo de Rivera, el singular semanario debió circular con cierta profusión entre la clase alta de Santa Cruz, sin apenas trascender a las áreas rurales. Con la visita del citado general a las islas en otoño de 1928, la publicación adoptó periodicidad diaria, redujo la superficie informativa a 16 páginas, contrató un servicio telegráfico de la agencia Febos, y cogió un cierto aire informativo que le hizo reclamar desde los editoriales diversas mejoras materiales para las islas. Tras evidenciar la persistencia de la esencia de la línea editorial en las duras censuras a la creciente oposición al régimen en la península, Hespérides cesó el 30 de enero de 1929, tras haber editado un total de 180 números.7

Portadas de la revista Hespérides. A la izquierda, la del número dedicado a Güímar; a la derecha, la
del día en que salió publicado el cuento “El tesoro de Pancho Pérez”; ambas de 1926.

Con anterioridad, en 1918 don Rafael había sido redactor de Ecos de Arcila. En 1927 permaneció algunos meses en Sevilla. De regreso a Tenerife, en 1928 colaboraba en El Progreso. En junio de 1931 se le designó por el Ayuntamiento vocal-vecino de la Comisión de  Fiestas  de  Santa  Cruz  de  Tenerife.  Pero  a  mediados  de  ese  mismo  año  trasladó  su residencia a la Península.

De nuevo en Tenerife, en 1933 colaboraba en El Noticiero. En 1934 era administrador del diario Hoy y a su gestión se debió la publicación del interesante “Almanaque HOY 1933-1934”, en enero de dicho año, así como la organización de dos excursiones, la primera al Llano de Maja y la segunda a la base del Teide, ambas en marzo de ese mismo año.

En septiembre de dicho año 1934, don Rafael fundó y comenzó a dirigir el semanario Justicia de Santa Cruz de Tenerife, de arte, ciencias y política; que estaba bien impreso y escrito, según afirmaban otros medios de la capital tinerfeña. Como redactor jefe figuró el periodista don Domingo Margarit Carmona. Nuestro biografiado también fundó en la capital tinerfeña el diario Informaciones.

Como curiosidad, en 1935 el Sr. Peña contribuyó a dos suscripciones: la abierta por el Orfeón La Paz para el embellecimiento de la Plaza del Cristo con un pabellón; y la realizada a beneficio de los festejos de septiembre. En enero de 1936 era secretario de la Sección de Arte del Ateneo de La Laguna y en junio de ese mismo año ya había pasado a ser el secretario general de la prestigiosa sociedad.

Nuestro biografiado tenía imprenta propia, instalada en la calle Ruiz de Padrón nº 5, en la que se imprimieron diversos periódicos. Después de retirado dedicó tiempo y dinero a la editorial “Hespérides”, una de las pocas empresas del arte de imprimir que difundió los libros de los nuevos valores de la isla. Tanto Peña como Eduardo Díez del Corral se aventuraron a estimular a los escritores de la tierra. Las colecciones que ellos crearon fueron eclécticas y los jóvenes que buscaban un sitio en el mundo literario se dirigían a ellos8.

En la última década de su vida continuó escribiendo poemas, como el dedicado al canónigo don Heraclio Sánchez en 1947. Pero sobre todo, dio a la luz varios libros en Santa Cruz de Tenerife: “Mi Rosario” (poemario), en 1945; “El beso de la sangre” (novela), en 1947; “Un milagro de la Virgen de las Nieves” (relato), en 1950; “La mujer misteriosa” y “El genio del mal” (novelas cortas unidas en un folleto), en 1950; “Pita,  no pita”  (novela), también en 1950; “Instantáneas  y madrigales en flor. Crítica  de personalidades  en verso” (popurrí rimado), cuyo tomo I apareció en los escaparates en 1950 y el tomo II en 1951; “Gestos supremos”, en 1951; y “Manuel Verdugo. Semblanza del poeta”, en ese mismo año 1951.

Además, en 1948 recitó unas poesías alusivas con  motivo de la exposición antológica de don Nicolás Massieu en Santa Cruz de Tenerife. En 1953 dio un recital en la “Fiesta de la Poesía” celebrada en el Círculo de Bellas Artes. Y en 1954 participó en el homenaje al poeta Emeterio Gutiérrez Albelo. Y en la última etapa de su vida, solía reunir a jóvenes poetas en lo que podríamos llamar tertulias itinerantes, siempre en los alrededores de la plaza de Weyler.

Don Rafael Peña León falleció en Santa Cruz de Tenerife el 23 de diciembre de 1955, a los 67 años de edad.

Aunque Eliseo Izquierdo (2005) afirma que su obra carece de interés y que se trata de un controvertido prosista y poeta, no cabe duda de que fue un autor prolífico y que su labor como colaborador, redactor y director de diversos medios, merece ocupar un lugar destacado en la historia de la literatura y del periodismo tinerfeño.
(Rafael Peña León)

Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio Rodríguez Delgado. blog.octaviordelgado.es

Notas:
1   Rafael PEÑA  LEÓN. El tesoro de Pancho Pérez. Hespérides,  20 de junio de 1926, págs. 10-11. Buscador “jable” de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
2  “Una niña en una caja. El cráneo lo tenía separado del cuerpo”. El Progreso, lunes 17 de mayo de1926, pág. 1.
3 “El cadáver de una niña en el mar. Suceso misterioso”. Diario de Las Palmas, martes 18 de mayo de1926, pág. 2.
4 “Una niña en una caja”. La Provincia, miércoles 19 de mayo de 1926, pág. 8.
5 YANES MESA (2003), pág. 476.
6 IZQUIERDO (2005), tomo III, pág. 35.
7 YANES MESA (2003), pág. 477.
8 María Auxiliadora GABINO CAMPOS (2002). Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez. Su labor en España. Tesis Doctoral. 335 pp.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

GABINO CAMPOS, M.A., 2002. Vida y obra periodística de Elfidio Alonso Rodríguez. Su labor en España. Tesis Doctoral. 335 pp.
IZQUIERDO, E., 2005. Periodistas canarios. Siglos XVIII al XX. Propuesta para un diccionario biográfico  y de  seudónimos. Tomo  III.  Dirección  General  del  Libro,  Archivos  y Bibliotecas, Gobierno de Canarias. 507 pp.
YANES MESA, J.A., 2003. Historia del periodismo tinerfeño (1758-1936). Centro de la Cultura Popular Canaria. 621 pp.

Publicaciones  periódicas:

Diario  de  Las  Palmas,  Diario  de  Tenerife,  El  Día,  El  Progreso,  Gaceta  de  Tenerife, Hespérides, Hoy, La Opinión (de Tenerife), La PrensaLa Provincia. Buscador de prensa histórica digital de la Universidad de La Laguna. Buscador “Jable” de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.


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