jueves, 11 de septiembre de 2014

Cereales y otros granos

RETAZOS DE CULTURA GUANCHE
Según el Dr. Juan Bethencourt Alfonso, en: Historia del Pueblo Guanche
Recopilado por Eduardo P. García Rodríguez



VIDA DOMÉSTICA:
Horas de trabajo y de las comidas. Catálogo de los recur­sos alimenticios. Pan de los guanches: el gofio, y las gáites de harán y de ahoren. De la cocina guanche y sus princi­pales viandas.

Antes de alborear las mañanas los bucios de los tagoreros atrona­ban la selva llamando a sus respectivos auchones, que a su vez contes­taban en estrepitosa diana despertando a la vida a los habitantes aún en plenas tinieblas. Como por encanto descubríase acá y allá a través del boscaje la difusa claridad de los hachos de leña blanca, sabina, leñanoel o de astillas de tea, de escobón o de pino fuertemente amarradas con to­mizas de tabaiba, a cuya luz en los patios de las viviendas se lavaban la cara y preparaban los aperos del trabajo, para encaminarse por clases a la cocina a tomar un ligero desayuno, consistente según las estaciones en un pringo, escaldan, potaje recalentado, una torta de tiesto, ya una envasada de fruta fresca o una gogia o traviesa' de la fruta pasada, bien un guiñas de gofio, un poco de frangollo o algo por el estilo, y termina­do el refrigerio marchaban los hidalgos al frente de las cuadrillas de siervos a las labores ordenadas y los pastores con sus hatos en medio de silbidos estridentes, a ocupar los campos antes de la salida del sol, (l).

Aunque los achicaxnas de ambos sexos estaban dedicados a las faenas agrícolas y pastoriles, así como los achicaxnáis a los oficios y servicio doméstico, cuando en cualquiera de las zonas las necesidades del cultivo exigía gran golpe de brazos para no perder la sazón como la siembra, siega, cava del helécho, recolección de fruta, etc., las es­cuadrillas eran organizadas con los hombres útiles de las dos razas, re­servando para guiar los ganados al yerbaje a los viejos, muchachos y mujeres achicaxnas llevando a las espaldas, metidos en un zurrón con la cabecita al aire, a los hijos que amamantaban.
En el auchon permanecían las achicaxnáis entregadas a los tra­bajos caseros bajo la dirección y cooperación del mujerío noble.
Dis­tribuidos los quehaceres, desde la amanecida conducían la leña, el agua en tallas y cántaros a la cabeza sobre ruedos de helechera, barrían, fregaban, levantaban camas, adornaban poyos, cosían, prepara­ban los utensilios del ordeño, tostaban, molían y se multiplicaban afa­nosas en las operaciones del ayanto.

Porque en rigor los guanches sólo hacían en serio una comida cada veinticuatro horas en filos del medio día, salvo el mentado desa­yuno y una cena entre el fusco y no fusco que en poco le excedía. Al sonido del bucio de los tagoreros recogíanse a los auchones a cele­brar el ayanto, y aunque eran comunistas primero comían los nobles y después los siervos, para acudir de nuevo al toque del fatuto a la labor interrumpida, o a los campos de ejercicios o de recreos, pues todos se movían a compás dentro de la más severa disciplina.

Comía la generalidad en el suelo, ya en la cocina o en el patio se­gún la estación y hora, teniendo por mantel los nobles una estera; so­bre la que aparecían distintos gánigos, ora de potajes, de gofio revuel­to o amasado, bien de trozos de carne o con pescado, ganiguitos con mojos, acá y allá ñames, norsas. y tarambuches, manojos de verdu­ras, truscos de queso, montoncitos de fruta u otros artículos según el menú que engullían en asombrosas cantidades. Sentados a la redonda, los hombres un tanto ladeados con las piernas tendidas y con ellas do­bladas las mujeres, en el mismo gánigo o en el que les quedaba más cercano iban todos metiendo la mano para coger los alimentos sólidos o la cuchara para los semilíquidos. De ordinario amenizaban la comi­da con anécdotas y ocurrencias chistosas. Al final bebían el agua.

Los reyes y magnates, como ya dijimos, comían en mesitas de madera sentados en banquetas.
*    *      *
Para hacerse cargo de la base alimenticia de los guanches, vamos a dar a conocer por grupos más o menos naturales la lista de sus ele­mentos de vida; debiendo advertir que hasta los tiempos de nuestra ni­ñez, dichos elementos constituían en los años calamitosos el medio de alimentación de los pueblos del Sur, como lo podemos atestiguar aún millares de viejos2.

Grupos de los recursos alimenticios: Del reino animal: Mamíferos
De la quita del ganado cabrío, lanar y porcino tenían carne en abundancia para comer en fresco y en cecina o salada, y de su buen aprovechamiento y de los derivados millones de litros de leche, miles de quintales de queso, sebo y manteca de cerdo.

Además de la leche obtenían la cuajada, el requesón, el aniolán o crema, la manteca de ganado, la leche agria o espesa o mecida o leche de manteca; y de la fabricación del queso, el tabefe o suero; sin contar el tafos o beleté o séase el calostro de las reses recién paridas, que también utilizaban.

Entre los mamíferos poseían igualmente el perro, y además el co­nejo en opinión de Viana.
Aves
Cazaban palomas, tórtolas, codornices, gaviotas, cuervos, enga­ñamuchachos, tahoses, alcarabanes, mirlos, pájaros y otras aves, con especialidad los pichones, de pardelas, de los que aprovechaban la carne y el aceite.
Insectos
La cantidad de miel de abeja que recolectaban debió revestir ver­dadera importancia, pues eran tantos los abejares salvajes que a raíz de la conquista constituyeron un arbitrio municipal, como consta en los acuerdos del Cabildo según dijimos en el Tomo I.

Aunque en escala muy reducida también solicitaban la miel de los abejones (Bombitius) por ser muy dulce.


Peces
Sin embargo de sus procedimientos rudimentarios y aparejos gro­seros, del mar obtenían considerables recursos: sin perjuicio de impor­tantes lances en ciertos meses del año proporcionábanse de continuo cantidad de pescado, que parte consumían en fresco y parte jareaban o salaban; variedad de moluscos, pulpos, calamares, lapas, húrgaos, patas de cabra, almejas, alrnejillones, etc., parte de los cuales conser­vaban como diremos oportunamente; crustáceos, como cangrejos y zoófitos cual los erizos.

Igualmente recogían de las riberas con especial cuidado sal en abundancia.
Del reino vegetal: Frutas
Dátiles, higos de leche, madroños, bicácaro, sáquitas, adernos, creses, yoyas o mocanes, piñones, chíbusques, romames, bayas de le ñablanca, moras de zarza y de moralillo; las cinco últimas de ninguna importancia. Aunque tampoco la tienen, ni correspondan a este grupo, hacemos mención de los hongos o aijótas y de la tímboca o vaquitas especie de planta parasitaria de la jara.

Pasaban algunas de estas frutas además de comerlas en fresco, como los dátiles e higos, y en enormes cantidades las creses y yoyas, en parte para consumirlas pasadas y en parte para hacer gofio.
Legumbres secas
La lenteja guanche y la arveja o «chícharo guanche» como aún se les denomina, las destinaban a potajes o hacer gofio.
Cereales y otros granos
Entre las gramíneas: la cebada guanche, el trigo guanche (hoy silvestre), la cebadilla, alpistel, balango, el acebén y el joyo o aceiti­llo; y entre otros granos, las semillas del cosco o vidrio, del cófe-cófe o barrilla, del tebete o pata, del chameje o cenizo, de la yerba pelote­ra, de la esparraguera, de la acelga, de la malva, de queso, de la ama­pola blanca o corneta y de marmojayo.

Todas destinadas a hacer gofio, preparando además con la cebada y trigo chafeñas y ciertos puches.
Bulbos, tubérculos y raíces
La cebolla albarrana, cebolleta, chirringues o ajos-porros, ajillo, patangos, somillo, norsas, trufas (más conocidas por turmas, papas-crías, criadillas de tierra o nacidas), ñames, tarambuches, taragontías, zanahoria silvestre, cantagallo, raíz de helécho, pata de ga­llo, pata de cuervo y raíz de camellera.

Nuestra papa o patata estaba representada entre los guanches por las norsas, trufas, ñames y tarambuches.

La raíz del helécho era un recurso de extraordinaria importancia para la fabricación de una harina, de que pronto hablaremos.
Hortalizas o verduras
La acelga silvestre, berros, berrazas, cerraja, cerrajón, lechugui­lla, jaramugos, ortigan tierno, alavaza, áites o almirones, apio silvestre, cardos, mostazones, relinchones o mostacilla, mastuerzo, alcaudil, angoja, algáfita, maljurada, hinojo, conejera, murgajáis, rapasayo, perejil silvestre, perejil de la mar, al/Hetera, tagardina, verdolaga, uña de gato, vinagrera, hediondo, rabo de gallo, garasera y car-doleño.

Todas estas verduras las usaban indistintamente para hacer caldos o potajes o comerlas crudas como conduto (nombre genérico que se da en el Archipiélago a todo estimulante con que se come el gofio, como queso, miel, lechuga, etc.); debiendo advertir que de la angoja, rapa­sayo, hinojo, vinagrera y cardoleño sólo se utilizan sus tallos tiernos mondados, y que del hediondo y garasera se preparan unas desdicha­das viandas particulares.

Debemos hacer especial mención de la vinagrera y del taferte porque eran componentes del mojo o salsa picona.

En el mojo actual el zumo de los tallos de la primera tiene su representación en el vinagre cuando se les agotaba el que fabricaban, de donde le viene su nombre; y el taferte, que unos confunden con una variedad de los relinchones y otros con el mastuerzo, era la pimienta de los guanches, pues su semi­lla y tallitos machacados queman como la guindilla.

Con las hojas del loro o laurel y el tomillo aromatizaban sus guisados.
Derivados: Chacerques, guarapos, licores y vinagre
Además del chacerque natural o miel de abeja, preparaban otras mieles o arropes conocidos por chacerquen de yoya, de creses y del guarapo, confeccionados los dos primeros con las frutas de sus nom­bres y el último del jugo o caldo extraído de las palmeras.

Una gran parte del guarapo lo consumían como bebida refrige­rante y el resto lo destinaban al arrope supradicho y a hacer vinagre según la tradición.

También es tradicional de que por fermentación de las creses, sá-quitas y yoyas obtenían otras tantas variedades de licores o productos alcohólicos, si bien en cantidades reducidas, siendo el más fuerte el postrero.

Ahora bien, como para el consumo de las viandas preparadas con estas sustancias le asociaban por lo general un alimento equivalente al pan de los demás países, creemos oportuno darlo a conocer en este lu­gar, no ya por su uso cotidiano sino para apreciar mejor la cocina de los indígenas de la que nos ocuparemos en el párrafo siguiente.
Gofio de marmojayo. Pardo oscuro y tan detestable como el de pelotera. Respecto al gofio de alpiste, de raíz de camellera, etc., era de escasa importancia3.
Caites de harán o tortas de helécho
Esta especie de pan ázimo fue un importante recurso alimenticio para el pueblo guanche y para sus descendientes hasta nuestros días. Aún en la actualidad acuden a él ciertos años los más necesitados, es­pecialmente en las islas de Gomera y Hierro.

Obtenidas las raíces y preparadas para engranerarlas durante me­ses como decimos en otro lugar, antes de utilizarlas volvían a limpiar­las oreándolas al sol y quitándoles el moho. Las operaciones que prac­ticaban para preparar las gáites de harán, consistían:
l.° Sobre un rollo de madera y con una laja de borde cortante re­ducían las raíces a fragmentos del tamaño de granos de maíz, tanto más menudos mejor, que seguidamente molían; para luego tamizar la harina por una criba. El salvado lo destinaban al recebo de animales.

2.° Metían la harina en una batea de madera añadiéndole sal en la proporción de una gogia por almud y después, a medida que la revol­vían, iban vertiendo agua caliente hasta la cantidad que llevara para formar la masa, que sobaban perfectamente con las manos; y

3.° Dividían la masa en trozos dándoles la forma de tortas, más o menos de una cuarta de diámetro y de medio a un centímetro de grue­sas; que espolvoreaban con la misma harina para llevarlas seguida­mente al tostador, donde las volvían de vez en cuando, hasta que am­bas caras adquirieran un color rosado.

Duraban en buen estado próximamente una semana y por lo gene­ral las comían calentándolas en los chíniques del hogar.

Aunque el sabor no es muy grato, que recuerda el de la paja y so­sas, indudablemente son bastante alimenticias.
Gáites de ahoren o tortas de tiesto
Otra variedad de pan ázimo de cebada, del que muy poco consu­mían.
Empezaban por estregar la cebada cruda con un callao dentro de una pileta, la limpiaban y molían, para luego añadir agua a la harina hasta darle la consistencia de masa, que sobaban. Después hacían tortitas del tamaño y grueso de la palma de la mano, que adornaban alrede­dor con hoyitos hechos con la punta de un dedo, y las ponían al tosta­dor dándoles vueltas.

Son de gusto insípido y hay que consumirlas en el día porque se acedan.

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DE LA COCINA GUANCHE
Utensilios
Tabites u ollas grandes y pequeñas, tofíos o calderos de barro, gánigos o cazuelas, tofes o tostadores, tofes pequeños o sartenes de barro, bateas de madera, almireces de madera o piedra, cucharas de olla de madera y asadores de balo.
Sazones
Sal, manteca de ganado, manteca de cerdo, vinagrera, taferte, ajos, cebolleta, laurel y otros de menos importancia.
Condutos
Queso, miel, verduras, fruta fresca o pasada, pescado jareado, mariscos, carne de cochino, mojo etc.

El mojo completo, que era bastante picón se componía: de agua caliente, sal, chirringues o ajos, zumo de vinagrera o vinagre, mante­ca de ganado, y taferte o pimienta, que como hemos dicho es la semi­lla y tallitos machacados de la yerba taferte.
Caldos
Bajo este nombre genérico designan en nuestros campos, a lo que resulta de lo que resulta de la decocción en agua de diversas sustancias como lo hacían los guanches, sea de consistencia líquida o apotajada.

Caldo de carne o de enfermo. Cocimiento en agua y sal de carne fresca de cabra, oveja o ave.

También lo consumían los saludables, destinando parte del caldo a revolver gofio que comían con la carne y después el resto del caldo.
A éste le solían añadir una laña de puerco. Igualmente lo hacían de ce­cina o tocineta o séase de carne salada de las referidas reses, que gui­saban después de lavarla; sustituyendo en las escaseces la carne por sebo, que probablemente destinarían a los siervos.

Caldo de carne de cochino. Guiso de una laña de puerco, sal, tur­mas o ñames y alguna verdura como jaramago, cerrajón u otra.

Cuando empleaban el ñame, después de limpiarle de la corteza lo reducían a trocitos o rodajas, que se deshacían.

Parte del caldo para revolver el gofio, que comían con la carne y encima el resto del caldo.

Mojo de asadura. Preparaban este caldo con la asadura blanca y negra de las reses, como también con el corazón, que después de redu­cirlos a trozos y lavarlos muy bien los asaban en un asador de balo. Luego los guisaban en agua añadiéndoles sal, cebolletas, ajos y tafer-te. Lo comían con gofio amasado.

Mojo de asadura de cochino. Lo mismo que la anterior, con la diferencia que unas veces la asaban y otras no y que de ordinario le agregaban turmas o trocitos de ñames.

La comían revolviendo gofio en parte del caldo.

Caldo de pescado. Guiso de trozos de ñames o norsas, pescado fresco, sal y agua. Revolvían gofio en parte del caldo que comían con el pescado, colocaban por separado en otro gánigo con el resto del caldo cargado de taferte.

Caldo de buche. Después de limpiar y lavar el buche y las agallas del mero, los guisaban con agua, sal, ajos, cebolleta y ñames o norsas o turmas. Se come con gofio revuelto en el mismo caldo.

Caldo mojo. Pescado jareado o asado puesto a hervir con agua, sal y taferte machacado. Lo comían con gofio amasado haciendo pilas.

Mojo de hígados de viejas. Lavados y guisados en agua, se vierte en una batea añadiéndole sal, ajos y taferte. Lo consumían con gofio amasado.

Caldo verde. Guiso de turmas o norsas o ñames en agua y sal y hojas picadas de chirringues o cebolleta. Preparaban con este caldo una especie de sopas picándole tortas de tiesto o de helécho.

Caldo blanco. Cocimiento de ñame o norsa o turma en agua y sal. Parte del caldo con el tubérculo lo vertían en una batea y después de escacharlo y añadirle taferte (lo revolvían con gofio), para comer alternando cucharada de éste con otra del caldo separado.

Caldo de yerbas. Ñames o norsas o turmas, distintas verduras como jaramugos, berros, relinchones, lechuguilla, etc., sal y un par de cucharadas de manteca de cerdo o de ganado, hervidos en agua.
Ponían gofio al caldo comiéndolo «al salto del cuervo» o «gofio jalao».

Caldos de trigo, de lenteja y de chícharos. De ordinario los pre­paraban como el caldo de carne de cochino, añadiéndole uno de los granos indicados y dándoles una consistencia apotajada.

Caldo de marisco. Lo hacían de almejas, patas de cabra y almejillones, como hemos dicho del caldo de pescado. Es bastante agradable.
Platos de gofio
Gofio gogiado. Consiste en comer gofio en polvo entreverando algún trago de un líquido.

Gofio amasado. Es la masa que resulta de sobar una mezcla de agua, sal y gofio, de más o menos consistencia para hacer con la mano pelotas o gainases. Se come con un conduto. Era en tiempos guanches y lo es en los campos en nuestros días la principal base de alimenta­ción. Nutritiva, sana y de grato sabor, se prepara en todas partes y en muy pocos minutos: un ejército racionado con gofio resolvería no po­cos problemas.

Lo amasan de dos maneras: directamente con las manos dentro de un gánigo o colocando el agua, un poquito de sal y el gofio suficiente en un tujete o zurroncito, para después de soplarlo a medias de aire con la boca con objeto de facilitar la operación, sobar perfectamente el contenido a través de la piel sobre el muslo. Este procedimiento es lo que se conoce por un sobado.

En ocasiones sustituyen el agua por un trozo de queso frescal, otras por miel, ya por manteca de ganado o bien por leche, que es lo que denominan «un sobado de queso de miel», etc. Al gofio amasado con manteca de ganado llamaban borondango.

El gofio amasado lo presentan en la mesa en un gánigo, donde todos los comensales meten de vez en cuando la mano para hacer su gainás, o bien confeccionar grandes pelotas o bimbas del volumen más o menos de dos libras de pan y de la forma de dos conos unidos por sus bases, es­polvoreada con gofio, que colocan en la mesa divididas en rodajas.

Para viajes o expediciones de recreo o para comerlas en ciertas circunstancias, hacen bimbas de miel, manteca de ganado y piñones que duran meses en buen estado.

Gofio revuelto. Consiste este plato en revolver el gofio con un caldo cualquiera en un gánigo, dándole una consistencia más o menos blanda, para comerlo con cuchara metiéndola cada comensal por su lado. También lo denominan gofio escaldado. De conduto a veces car­ne de cochino, pescado, etc.

Gofio revuelto y leche. Se prepara como el anterior, pero después de apretarlo bien con una cuchara en el gánigo, le vierten encima me­dio o un cuartillo de leche caliente.

Gofio jalao o a salto de cuervo. En un gánigo con leche caliente o un caldo cualquiera, vierten en el centro gofio en polvo en forma de montoncito, donde los comensales van por sus lados revolviendo con las respectivas cucharas la cantidad suficiente para cada bocado.

Escaldon. Lo preparaban con agua caliente, sal, ajos, un par de cucharadas de manteca de cerdo y taferte, que sometían al fuego; y cuando hervía le iban vertiendo gofio en polvo y revolviendo, deján­dolo sobre lo blando. Lo comían con cuchara en la misma vasija que lo confeccionaban, sirviéndoles de ordinario de conduto los higos de leche pasados.

Hoy emplean la guindilla en lugar del taferte. En invierno y en tiempos fríos es vianda confortativa y apetitosa.

Gofio escaldado con leche. Lo mismo que el gofio revuelto pero sustituyendo la leche al caldo.

Gofio y carne de cochino. Gofio amasado con una laña de cerdo asado por conduto.

Gofio en rala o ralera de gofio. Es el gofio amasado pero de con­sistencia muy rala, que unas veces se la bebían y otras la iban comien­do con cascos de cebolleta como conduto que les servían a la par de cuchara.

Gofio sobado con manteca de cerdo. Derretida la manteca, en ca­liente la van poniendo gofio a la par que lo soban con una cuchara hasta obtener un producto seco. Lo comen con cuchara.

Gofio y tafos. Después de guisar el tafos, añadiéndole un poco de sal, le ponen gofio para tomarlo a salto de cuervo. De ordinario el ta­fos sazonado con sal, lo toman solo.

Gofio y tabeje o suero. Guisado éste lo revuelven en caliente con gofio.
Gofio y leche agria. La comen fría con gofio a salto del cuervo. La reputan por fresca.

Pringo o fritanga. Puesta al fuego una sartén con trocitos de car­ne blanca de cerdo, así que están un tanto derretidos les intercalan pilitas o pequeñas pirámides de gofio amasado.

Cuando éstas se impreg­nan de grasa y toman un color tostado, se las van comiendo de la misma sartén cogiéndolas con los dedos y llevando adheridos por pre­sión pedacitos de la carne.

Como sobras las dos siguientes viandas:
Tortas de gofio turradas. Del gofio revuelto sobrante hacían y ha­cen al levantar de la mesa tortas del tamaño y grueso de la palma de la mano, que seguidamente llevan al rescaldo de los chíniques del fo­gón. De ordinario están destinadas al desayuno del siguiente día.

Tortas de hígados de viejas. De la masa que resulta de la mezcla de hígados guisados y gofio en polvo, confeccionaban tortas que asa­ban a las brasas. Son muy sabrosas.
Otras viandas
Frangollo. Hacíanlo de ordinario de trigo crudo molido rolan o avincado o séase harina groseramente pulverizada; a la que mezclaban agua en la proporción de una envasada por dos cuartillos, y después de templarla con sal, guisaban el todo hasta que adquiría una consis­tencia dura. Comíanla después de frío con miel, leche o suero caliente o bien solo.

Joya. La preparaban con cebada tierna que no había alcanzado su madurez. Ripiaban las espigas para desgranarla o lo que es lo mismo, las pasaban por el pulgar e índice derechos como por un laminador; estregaban el grano para limpiarlo de aristas o plaganas y después de aventarlo, lo sometían al tofe hasta que tomara un color dorado. Lue­go lo volvían a estregar para desrabarlo, lo aventaban por segunda vez y unos lo dejaban en este estado y otros lo llevaban a las piedras para molerlo avincado.

Confeccionaban la vianda con leche o agua. No bien hervían és­tas, le iban añadiendo el grano o gofio hasta que quedara pastosa, re­volviéndola a la vez con un palito.

Tortas de taragontía. Utilizaban el tubérculo, que es imposible comer crudo por lo mucho que pica o quema.
Raspado el hollejo, unas veces enteros y otras partidos por la mi­tad, los guisaban en agua hasta que se ablandaban; para luego macha­carlos en una batea con un callao hasta reducirlos a papilla, que sazo­naban con sal. De esta masa tomaban trocitos para darles la forma de tortas del tamaño y grueso de la palma de la mano, que después de es­polvoreadas con gofio de cebada, las ponían a las brasas o al tostador a fuego intenso. No bien adquirían un color dorado por ambas caras, se las comían todo lo caliente que pudieran soportar para disfrazar el picor con la temperatura.

No son menos desdichados otros platos que preparaban con la garasera, cebolla albarrana, hediondo, etc., que no detallamos por no recargar estas notas.

También nos limitamos a mentar ciertos alimentos más o menos extraños y de sabor primitivo: como la chafeña que consiste en tostar el trigo, la cebada, los patangos, etc., para comerlos en dicho estado; el rapayo, o séase el consumo del trigo y la cebada sin llegar a sazón, después de asar las espigas a las llamas de una ahulaga y estregarlas entre las manos para obtener el grano; el sebo crudo en caliente o lo que es lo mismo, comer sebo crudo de una res acabada de matar, como lo hemos visto; la algarabana, una composición de la mezcla del sal­vado de trigo, cebada y balango tostados, etc.
Legumbres y raíces
Figuran entre éstas los ñames, norjas, turmas, y tarambuches que, como ya dijimos, desempeñaban para los guanches el mismo pa­pel que las patatas y batatas para nosotros.

Ñames. De sus cuatro variedades, amarillos, blancos, anaranjados y morados, tenían en mayor estimación a las dos primeras. Cuando los destinaban a caldos o potajes los descortezaban y reducidos a rodajas los sometían a la cocción en la olla con las demás sustancias; pero sal­vo esta aplicación los guisaban con piel por bastantes horas para que perdieran el picor, como lo hacen en el día.

Metidos en la olla y llena ésta de agua, rebasando sobre el nivel de los ñames cuatro o cinco dedos bajo un fuego no muy intenso pero sostenido durante varias horas, se emplean dos procedimientos: con­siste el uno en ir reponiendo el agua a medida que la pierde por la ebu­llición con las viscosidades que arroja el tubérculo, hasta alcanzar su punto, que conocen por ciertas estalladuras de la corteza y por el matiz amarillento de la masa; y el otro, en colocar encima del agua una hoja de la misma ñamera y sobre ésta una gogia de ceniza dentro de un saquito —que en tiempos guanches lo hacían de fibras de malvas— re­novando sólo una vez el agua a las 3 ó 4 horas de ebullición. Algunos ponen el saco en el fondo de la olla sin hoja de ñamera; añadiéndole sal, en ambos sistemas, durante el hervor.

El ñame lo comen solo, con carne, pescado o bien frío en rebana­das con miel de abeja o en leche caliente, etc.
Norsas o norjas. Es tradicional de que antes del descuaje de los montes abundaban desde los altos a las medianías bajas, adquiriendo el tamaño hasta de un par de cuartas de largo y del grueso de la muñe­ca. Las comían asadas, dividiéndolas y sazonándolas con sal, o bien las guisaban como hacemos con las patatas. En este caso, unas veces respetaban la piel, dejándole la cascara como a las papas, y otras la raspaban y partían en trozos para los caldos, o las dejaban enteras si eran pequeñas para sancochados de pescado, etc.

Turmas. Las trufas tenían las mismas aplicaciones y empleaban iguales procedimientos para comerlas que las norsas, siendo una de sus variedades muy grata al paladar, sazonándolas con sal. También abundaban, son nutritivas y de fácil digestión. Hemos conocido perso­nas que han recolectado en el día dos y tres canastas.

Tarambuches. No se hallaban tan generalizados por la isla como los anteriores. Las asaban, descortezaban y comían. Su sabor recuerda el de la papa.
Platos de carne
Los tenían de carne fresca y en cecina o salada de reses cabrías, lanar, porcina y de aves. De ordinario como las carnes guisadas o asa­das siguiendo los procedimientos universales, aunque sin los refina­mientos de los pueblos civilizados, por lo que huelgan los detalles. Sólo diremos dos palabras respecto a sus asados.
Estos los efectuaban de dos maneras, en eres y en gorito:
El eres consitía en un pequeño hoyo practicado en tierra o arena, cuya pared revestían o no de lajones, y que después de cargarlo de ma­tas secas con trocitos de leña, daban fuego.
Formadas las brasas cubríanlas incompletamente con una capa de guijos (sic) (¿guijarros?) y sobre éstos asaban los pedazos de carne.
Cuanto al gorito era un pequeño corral sin portillo, como un me­tro de alto por algo menos de ancho con un mísgan o gatera para esta­blecer el tiro, se parecían a un hornito de cal. Lo cargaban de matas secas hasta cierta altura y les daban fuego, mientras los asadores de balo con los trozos o chacamisos de carnes los tendían sobre la boca del gorito dándoles vueltas.

La carne la comían sobre lo crudo.

Hemos dicho que las aves además de consumirlas frescas las sala­ban, como lo hacían en gran escala con los pichones de pardela. Des­pués de matarlos los colgaban con el pico a tierra hasta que soltaran todo el aceite, que recogían cuidadosamente; luego los metían en agua caliente para desplumarlos, los aliñaban y salaban, para tenderlos al sol el tiempo necesario.
Se los comían guisados o asados con gofio amasado, así como el aceite que calentaban para revolverlo también con gofio.
Platos de pescado
Comían el pescado fresco y jareado, es decir, que después de sa­larlo pasadas algunas horas lo lavaban para secarlo tendido al sol. Así preparado y guardado en sitio seco dura muchos meses.

Los platos de nuestros campesinos conocidos por papas y pesca­do, caldos de pescado, caldos mojos, mojo de pejeverde, sorrasco de viejas, etc., tiene su abolengo en la cocina guanche a condición de sus­tituir las papas, pimienta, etc., como ya dijimos, por las norsas, ñames, taferte, etc. El sorrasco guanche consistía en aliñar un mojo con agua fría, sal, chirringues, zumo de vinagrera y bastante taferte, donde ponían menudos pedazos de vieja jareada asada, para comerlo con gofio amasado.

Consumían, además, mucho marisco, comprendiendo bajo esta denominación a los moluscos, crustáceos y cuanto proceda del mar excepto los peces: cangrejos guisados; erizos recien cogidos y crudos con gofio en polvo, sirviendo de plato el mismo animal; jibias, pulpos y calamares, morenas y congrios, guisados y asados; húrgaos, lapas, almejas, almejillones, etc., en fresco y pasados. Para extraerles la car­ne los metían en agua caliente, esto siempre tratándose de húrgaos; pero las lapas, almejas, etc. también lo conseguían más pronto pasán­dolos por el fuego, para lo que los tendían sobre un lecho de chara­muscas, es decir, de ramas yerbas secas dándole candela.

En los años abundantes pasaban grandes cantidades de húrgaos, lapas, almejas y pulpos tendiéndolos al sol hasta que quedaran bien secos. Encerrados en vasijas y guardados en puntos que no fueran hú­medos duraban meses y hasta un año tal vez. Para comerlos después, los metían en agua hirviendo a fin de esponjar la carne, que adereza­ban con mojo y servían de conduto al gofio. Los pulpos los asaban.
Otras composiciones
Aparte de la fruta fresca y seca, del queso, requesón y cuajada, te­nían sus golosinas, como los redondillos de miel de abeja o de los arropes mencionados con gofio en polvo, revolviéndolos y dándoles
una consistencia más o menos dura y la mantequilla de ganado y miel, de sabor gratísimo, comida de esta suerte o con gofio; y como bebidas refrigerantes el guarapo de palmera, el suero crudo y la leche agria. Reputaban el agua de eres por la más saludable, es decir, la que obtenían en los hoyos practicados en los lechos arenosos del fondo de los barrancos, sin duda por estar filtrada; como también estimaban que la leche procedente de cabra de color negro era la más fresca, sana y nutritiva. Aún en el día los pastores que han heredado el oficio de sus mayores, en los pueblos alejados de las ciudades, jamás invitan a to­mar leche sin extraerla de la cabra más negra retinta.
notas
1 La envasada y la gogia o traviesa son medidas de capacidad.

La primera está representada por la cantidad que cabe en las dos manos unidas por sus bordes internos y semiabiertas, y la segunda por una sola mano. Así como gainás es la pelota hecha con la cantidad que puede coger una mano de la masa del gofio amasado.

2 La exposición ordenada de los asuntos, nos obliga a aplazar para otros capítu­
los del Tomo m cuanto se relaciona con el aprovechamiento de los ganados y las in­
dustrias derivadas, así como de los cultivos y forma de obtener los granos u otros pro­
ductos vegetales,'recolección de frutos, etc., (vid. cap.
XXI) limitándonos por ahora a
presentar una nota de las materias alimenticias de que disponían. Aunque parezca ex­
traño a la presente generación, las conocemos como si hubiéramos vivido en pleno do­
minio guanche, porque además de sus usos y costumbres heredamos sus recursos, sus
procedimientos y su cocina, que aún perdura en gran parte.

De cuanto relatamos en este capítulo, así de sus recursos alimenticios como de sus viandas, no diremos comimos habitualmente pero sí probado muchas veces en las casas pobres, siendo muchacho. ¡Todas estas cosas de medio siglo atrás ya parecen un sueño!

3 La palabra gofio es oriunda de las islas Canarias. Los conquistadores y pobla­
dores de nuestras islas la llevaron a Santo Domingo, Cuba, Santa Marta, Nueva Grana­
da, Perú, Méjico, Montevideo y demás regiones de América. Si los diccionarios la re­
putan como vocablo provincial de Cuba, es porque allí lo han recogido, como pueden
hacerlo en otras muchas naciones americanas, ignorando en absoluto su abolengo. Es
legendario que los soldados tinerfeños en Nueva Granada y otros puntos se racionaban
con gofio de maíz, que fueron los primeros en hacerlo, aplicando los procedimientos
que tanto conocían en su tierra.

anotación
(1) «Considerando todos estos factores, se plantea una cuestión poco o nada es­tudiada: la división del trabajo en aquella sociedad.
Hemos visto por la transcripción que acabamos de hacer del texto de Espinosa, que en el quehacer agrícola el varón cava, prepara la tierra y siembra la cebada. La mujer realiza todo lo demás, desde la recolección al almacenamiento de la cosecha. Entre los guanches realizaría la mujer el trabajo propio de su condición, hecho que Dittmer... ha estudiado en relación con las sociedades primitivas: cuidado de la prole, fijación en el campamento o en el hogar, mantener el fuego, confeccionar los vestidos, fabricar pequeños utensilios domésticos (punzones) y la cerámica, preparar la comi­da, el queso, la manteca y hacer la recolección, tanto de frutos silvestres como de si­mientes cultivadas...». (Vid., Luis Diego Cuscoy. «Los guanches»..., pág. 31).





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