martes, 8 de abril de 2014

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS





ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910



CAPITULO –XIVIII



Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1907.
Uno de los establecimientos con más tradición de los ubicados en Triana (Las Palmas de Gran Canaria) fue el de los Rivero, afamado comercio de tejidos fundado a principios del siglo XX
Triana ha sido cuna y lugar de asentamiento de los más representativos comerciantes de Gran Canaria. En efecto, en el barrio y en la calle del mismo nombre, se establecieron históricamente gran número de empresas dedicadas a las más variadas actividades: desde las que tenía por objeto los productos relacionados con la alimentación, el comercio de víveres y ultramarinos, las ferreterías, las droguerías o los negocios bancarios. Lógicamente, el tipo de comercio allí establecido ha variado al ritmo que ha cambiado la economía y la sociedad de la isla; sí en el siglo XIX era el lugar donde se establecían los comerciantes que distribuían las mercancías que llegaban por el puerto de Las Palmas, posteriormente ha añadido otras funciones para acoger a empresas bancarias o a las relacionadas con la moda.
Uno de los establecimientos con más tradición de los ubicados en Triana fue el de los Rivero, afamado comercio de tejidos fundado a principios del siglo XX y hoy en día en trance de desaparecer. Muchos recordarán la tradicional tienda de los Rivero, regentada por los hermanos del mismo nombre y situada en un lugar estratégico de nuestra Calle Mayor, donde se podían adquirir desde piezas de tela para confeccionar todo tipo vestimenta, hasta mantelería, ropa de cama, etc. Allí acudían personas de cualquier clase y condición, desde habitantes de los barrios capitalinos a parroquianos de los pueblos más alejados de la isla, siendo atendidos siempre con exquisitez y encontrando siempre las máximas facilidades.
Los hermanos Rivero comenzaron su actividad en la calle Remedios a principios del siglo XX (1907), cuando el mayor, Luis, fundó un comercio de tejidos, el cual fue origen de un próspero negocio que florecería más tarde en la Calle Mayor (a partir de 1931) en un espléndido edificio, en tiempos propiedad de Don Diego Miller y hoy parte de él sede de un moderno establecimiento de modas. A partir de ahí, el negocio, con el nombre de Tejidos Rivero, no hizo más que crecer hasta conformar una de las firmas más señeras del comercio local. Su trayectoria merece prestarle atención por cuanto es un ejemplo típico de la burguesía canaria que prosperó al calor del desarrollo, generado en las islas desde finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la construcción de los puertos, el ahorro de los emigrantes y la propia evolución de la economía capitalista propiciaron el crecimiento de la economía y la modernización de la sociedad canaria. Asimismo, nos permite el acercamiento a un ejemplo típico de la pequeña empresa familiar canaria, la cual no ha sido suficientemente valorada como agente impulsor de la economía de las islas. El caso de los Rivero es, pues, un ejemplo típico de empresario hecho a mí mismo, de los que abundaron en aquella época tales como los Molina, los Campos, los Lozano, etc.
Proceden los Rivero del ámbito rural del municipio de Guía de Gran Canaria, donde sus progenitores (Félix Rivero González y sus sucesivas tres esposas) eran dueños de una pequeña propiedad. El cuarto de sus nueve hijos, de nombre Luis, se vino a Las Palmas en 1898 con tan sólo 17 años, recién comenzada la guerra de Cuba y se empleó de dependiente en un comercio local propiedad de D. Diego Moreno. El muchacho mostraba dotes naturales para el negocio de venta de tejidos, oficio que desempañó durante 8 ó 9 años a cambio de 125 pesetas de salario. Aprendido el oficio, sus dotes de emprendedor le llevan a fundar su propio negocio a los 25 años, gracias al empujón y la ayuda de un conocido y paisano, Blas Molina, quien le concedió un oportuno préstamo que se sumó a la ayuda de sus padres.
El espíritu familiar le induce a llamar a sus hermanos y animarlos a colaborar en el negocio, de tal manera que se termina por conformar la empresa a modo empresa familiar en el que laboraban el conjunto de los hermanos varones, además del propio Luis: Severiano, Pepe, Ezequiel, Federico y Gregorio; las hermanas eran María de Guía, Gabriela, Felisa y María, que también participaba esta última con una parte proporcional en la empresa. Los Rivero comprendieron que para gestionar más eficazmente su empresa debían prepararse, para ello asistieron a clases nocturnas después de agotadoras horas de trabajo, pues en aquellos lejanos tiempos los comercios tenían un largo horario, permaneciendo abiertos 12 o más horas. De esa manera, con grandes esfuerzos, los animosos jóvenes empresarios aprendieron las herramientas básicas, de cultura general y de contabilidad que le fueron muy útiles en su negocio.
La razón del éxito de esta empresa familiar radicó en la tenacidad, la austeridad y el amor al trabajo de sus dueños. La eficaz gestión, la laboriosidad y una favorable coyuntura económica, fueron la clave del rápido crecimiento del negocio, de tal manera que en los años 30 del siglo pasado la tienda de los Rivero tuvo más de 16 dependientes. Su actividad se extendía a toda la isla, pues suministraban la mercancía, como mayorista, a muchos comerciantes de todos los pueblos grancanarios y, aún es más, sus géneros llegaban al resto del Archipiélago; asimismo, vendían al detalle a la numerosa clientela insular.
Sus principales proveedores eran las fábricas catalanas, como fue tradicional en Canarias, pero los paños que distribuían también podían tener procedencia de Italia, Inglaterra, Francia e incluso Japón. Es curioso señalar que los géneros nipones hacían por esos años una dura competencia a los nacionales, pues invadieron las islas con tejidos mejores y más baratos que los españoles. Evidentemente, nuestras franquicias propiciaban la presencia de artículos de todas las partes del mundo.
La notoriedad económica de la firma les permitió participar en la vida social y política local, siendo nombrado Luis concejal del Ayuntamiento capitalino, si bien su actuación política fue corta pues en su proyecto vital primó su vocación empresarial.
Superadas las dificultades de la Guerra Civil (1936-1939), el comercio de los Rivero remontó el vuelo en la posguerra y tuvo un buen desenvolvimiento, sin que sucumbiera a la amenaza de las grandes empresas que comenzaron a operar en los años sesenta. La pequeña empresa seguía teniendo ventajas respecto a los grandes almacenes: la atención individualizada, el trabajo infatigable y una gestión eficaz les permitía competir y obtener buenos resultados. Sin embargo, los embates de la globalización parece que han hecho mella en la empresa y los herederos han optado por otras opciones profesionales.
La familia Rivero tiene su origen en el municipio gran canaria de Guía. De los nueve hijos que tuvo el progenitor Félix Rivero González, sólo cuatro laboraron en el comercio de Triana. Éstos, como tantos otros canarios de la época emigraron del campo a la ciudad para buscar fortuna en la próspera ciudad capitalina. Posteriormente, en una segunda generación, el comercio pasó a manos de los descendientes de José Rivero que lo han regentado hasta la actualidad. (Miguel Suárez Bosa, 2007)
1907.
Nace en Telde, Tamaránt (Gran Canaria) Luís Báez. Tras una breve estancia familiar en Cuba, retorna a Canarias y estudia en las universidades de Eguerew (La Laguna) y Madrid (España). Después vuelve a residir durante dos años en Cuba, donde colabora en prensa. Entre 1930 y 1936 lleva a cabo una intensa actividad literaria en el Archipiélago. Su obra poética no ha llegado a recogerse en un libro. Muere en 1941. Obras:  96 poetas de las Islas Canarias (1970), antología colectiva.

1907.
Josefina de la Torre Millares nace en 1907 en Las Palmas de Gran Canaria, ocupando el sexto lugar de los hijos de Bernardo de la Torre Comminges y Francisca Millares. Fallece en Madrid (España) en el 2002.
Es una de las grandes figuras de las letras canarias, y españolas, del siglo XX, y una personalidad, desbordante, que desarrolla su labor creadora en ámbitos tan diversos como la literatura, el cine, el teatro y la música, aunque, de todos, sería la poesía la escalera por la que subiría a la cima de la literatura española, entrando a formar parte de los poetas de la Generación del 27, con quienes compartía no sólo el gusto por la sencillez formal, el lirismo interior y el uso de un lenguaje cercano a la expresión popular, sino la atención a las innovaciones aportadas por las vanguardias artísticas.
Sólo dos mujeres, Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre, figuran en la nómina que Gerardo Diego confeccionó en su ‘Poesía española Antología’ (Contemporáneos), de 1934. Josefina de la Torre es, ciertamente, un espíritu de vanguardia, pero también en sus versos se percibe la huella de los poetas modernistas canarios como Saulo Torón, Tomás Morales o Alonso Quesada (a este último dedicó su primer poema escrito con ocho años), no en vano, sobre las rodillas del padre de todos ellos, Domingo Rivero, la niña Josefina comenzaría a escribir sus primeros versos. Una herencia que supo ver Pedro Salinas, autor del prólogo del primer poemario de Josefina, ‘Versos y estampas’ (1927), cuando acuño la definición de "muchacha-isla" para referirse a las resonancias claramente insulares de la poética de Josefina de la Torre Millares y que resultaría, a la postre, el rasgo diferenciador de su poesía en el conjunto de la Generación del 27. Luego vendrían Poemas de la isla (1930), poemario emblemático de toda su obra, y, con posterioridad, su tercer poemario, Marzo incompleto (1968), y, dos décadas después, ‘Medida del tiempo’, recogido este último en la colección Biblioteca Básica Canaria en 1989. Nunca dejó de escribir aunque muchos de sus poemas no vieron la luz, como es el caso del poemario ‘Él’, un manuscrito dedicado a su marido, el actor Ramón Corroto, tras el fallecimiento de éste a comienzos de los años ochenta y todavía hoy inédito.
Su temprana vocación literaria corre en paralelo con su gusto por el teatro, que descubre, casi como un juego, en la casa familiar de la playa de Las Canteras, donde, al comienzo de los años veinte, participa en el Teatro Mínimo, un pequeño escenario que dirigía su hermano Claudio llevando a escenas obras de Ibsen o Chejov y que fue referido en las paginas de la prensa madrileña de la época como una suerte de Gran Teatro Mínimo, asemejado al ‘Mirlo Blanco’ de Pío Baroja.
Motivada por sus padres, Francisca Millares y Bernardo de la Torre y Cominges, de clara vocación anglosajona, Josefina culmina su formación como soprano en la escuela de Damian Chao (Madrid) y comienza a dar sus primeros conciertos; memorable el que ofrecería en 1936 en la Residencia de Estudiantes de Madrid y que le abrió las puertas de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Su voz se convertiría en su sustento -durante décadas formó parte del cuadro de actores del ‘Teatro Invisible’ de Radio Nacional- y sería su pasaporte hacia una industria emergente en el cine: el doblaje. En 1934 llega a los estudios de la Paramount en Jonville (Francia), para ponerse a las órdenes de su hermano Claudio, por entonces adaptador de guiones y director de los doblajes para la productora norteamericana. Una tarea, el doblaje, que comparte con un viejo amigo, Luis Buñuel, y que, con el tiempo, se convertiría en testimonio eterno para el cine: Josefina de la Torre Millares es la voz en castellano de Marlene Dietrich.
Durante la Guerra Civil regresa, junto a su hermano Claudio y la esposa de éste, Mercedes Ballesteros, conocida como la ‘Baronesa Alberta’ en la revista satírica ‘La Codorniz’, a Gran Canaria. Fundan la editorial La novela Ideal, donde Josefina escribe bajo el seudónimo de ‘Laura de Comminges’, con el cual, años después, cosecharía el único éxito rotundo que le brindó la industria del cine. En 1940 regresa a Madrid por la puerta grande de los escenarios: en la reinauguración del Teatro Nacional María Guererro, donde esa temporada se sitúa como primera actriz. Son los años de coqueteo con el incipiente séptimo arte. Su personalidad, su formación y su decidida vocación de vanguardia -fueron los miembros de la Generación del 27 quienes celebraron la llegada del cinematógrafo- la llevarían a indagar las posibilidades del celuloide, donde trabaja, además de con su hermano Claudio, con directores como Miguel Pereyra, Julio de Fletchner, José María Castellví o Edgar Neville, y donde fue, además, ayudante de dirección y guionista.
Pero su relación con el cine sería frustrante; ni siquiera el accésit al mejor guión de los Premios Nacionales de Cinematografía conseguido por su guión de la película ‘Una herencia en París’ (1943), que dirigió el mexicano Miguel Pereyra y basada en la novela ‘Tú eres él’ de Laura de Cominges, evitó que en 1945 Josefina de la Torre Millares pusiera fin a su relación con el celuloide. Edgar Neville la reclama para interpretar junto a Conchita Montes y Rafael Durán un papel en su película ‘La vida en un hilo’. Ésta sería su última aparición en el cine.
Años después publicará una novela, Memorias de una estrella, donde la protagonista es una actriz que abandona en pleno éxito "decepcionada" con un entorno que considera "frívolo" y "mezquino".
Josefina se vuelca de nuevo en el teatro y en la literatura. Funda su propia compañía de Comedias y trabaja en otras de prestigio como la de Amparo Soler Leal o Nuria Espert. La actriz se encuentra a gusto entre las bambalinas pero, su espíritu de vanguardia nuevamente, la lleva a explorar un nuevo medio: la televisión. Entra en el elenco de actores de TVE donde, entre otros, protagoniza una versión excepcional de ‘Esperando a Godot’ (los personajes son femeninos). En 1983 rueda a las órdenes de Pedro Masó la serie ‘Anillos de Oro’, pero ésta será su despedida de la vida pública. Acababa de morir su esposo, Ramón Corroto, y Josefina opta por el silencio voluntario del que ya no saldrá hasta comienzos de los años noventa, cuando un homenaje en la Residencia de Estudiantes de Madrid la rescata del olvido y le devuelve la amplia sonrisa, cautivadora, con que triunfaba en los escenarios. Josefina de la Torre Millares falleció en el verano de 1992 en su casa madrileña de la Ribera del Manzanares, donde llevaba años volcada en la poesía. Y fue a lomos de los versos como Josefina regresó al paraíso de su infancia, donde, un siglo atrás, había comenzado todo: la playa de Las Canteras.
Bajo el sol de Canarias
Durante los años 1940 a 1944 dedica la mayor parte de su actividad al cine, bien como actriz, bien como guionista bien como articulista o, incluso, como ayudante de dirección. Fue coguionista, junto a su hermano Claudio y Adolfo Luján, de una película que se llamaría ‘Bajo el sol de Canarias’, que debía rodarse íntegramente en las Islas, con elenco de actores canarios, a excepción del protagonista, y con producción isleña a cargo de Luis Díaz Amado. El proyecto se frustra por problemas económicos cuando estaban a punto de comenzar el rodaje.
Cronobiografía
1907 Nace en Las Palmas de Gran Canaria
1927 Publica su primer poemario, ‘Versos y estampas’, con prólogo de Pedro Salinas.
1930 Publica ‘Poemas de la isla’.
1937 Aparece la Novela Ideal, colección en la que publica con el seudónimo de Laura de Comminges.
1940 Primera actriz del Teatro Nacional María Guerrero.
1941 Comienza su trabajo en el cine como actriz, ayudante de dirección y guionista.
1944 Se incorpora como primera actriz del ‘Teatro Invisible’ de Radio Nacional.
1946 Funda la Compañía de Comedias Josefina de la Torre.
1989 Se publica, bajo el título ‘Poemas de la isla’, su obra poética reunida, que incluye el inédito ‘Medida del tiempo’.
2000 Es nombrada Miembro de honor de la Academia Canaria de la Lengua.
2001 La Associated University Press de New York publica el ensayo ‘Absence and Presence’, de Catherine G. Bellvev, donde se incluye a Josefina de la Torre Millares como una de las cinco poetas españolas más relevantes de los años veinte y treinta del siglo XX.
2002 El Gobierno de Canarias le concede la Cruz de la Orden «Islas Canarias».
2002 Fallece el 12 de julio en su casa de Madrid. (Alicia Mederos, 2007. En: Fundación Canaria MMXXI)
 1907 Marzo 3.
Nace en el municipio de El Paso, Isla de Benahuare (La Palma), Vicente Capote Herrera. Cursó bachillerato en el Instituto de Canarias en Eguerew (La Laguna), y al finalizarlo, se trasladó a Cuba, para estudiar medicina en la Universidad de La Habana. Tras varios cursos de carrera, los graves acontecimientos políticos del país, obligaron al cierre de la Universidad, y por ello el retorno a Benahuare (La Palma). Posteriormente  se trasladó a la Metropolis para estudiar Farmacia, donde permaneció hasta que terminó sus estudios el 13 de junio de 1933.
Durante el último período de la carrera, trabajó en el laboratorio del afamado Dr. Don Teofilo Hernando, en aquellos años lugar de elevado prestigio. Continuó después de licenciarse, su formación en dicho lugar.

Se estableció como analista en Tedote (Santa Cruz de La Palma), abriendo su primer laboratorio en la calle Pérez Galdós, muy cerca de la Clínica Camacho, Centro con el que colaboró muy estrechamente, manteniendo desde los tiempos de Cuba una entrañable amistad  con el director del Centro,  Dr.Pérez Camacho.       

Amplió su laboratorio  al abrir Oficina de Farmacia en la calle O'Daly de dicha ciudad, donde se instaló definitivamente, ocupándose siempre de revisar y mejorar las técnicas para obtener el mejor nivel de calidad, que fue reconocido por los facultativos de su época con los que mantuvo estrechos lazos de colaboración

¿Quién podría ser, en la Medicina de los años 30 y 40,  más necesario que don Vicente?. Sin duda, nadie; porque no había un solo médico en toda la ciudad de Tedote que pudiese practicar una medicina científica de vanguardia sin su ayuda. De esta madera y de esta talla era Don Vicente Capote Su historia es bien conocida: Gran Analista y Bacteriólogo durante los Años 30 y 40 del siglo XX.  Prácticamente el único en toda la Isla. Le caracterizaba, como ninguna otra cosa, la capacidad de la lección del gesto. El gesto que apenas se ve, una idea, una noción, una sugestión, que muchos no advierten, con el que él sugería, al compañero médico, cualquier prueba esclarecedora. Fue  un profesional perfecto en la técnica y maravillosamente humano en la caridad. De trato, sencillamente, exquisito y con un Señorío impresionante.

Recuerdo de mi adolescencia, con toda nitidez, la referencia cariñosa de mi padre, Francisco Toledo Pérez, a lo que entre los médicos  llamaron “La Cátedra” para significar las reuniones que diariamente se celebraban en la Farmacia Capote, casi a diario, a partir de las 7 pm. Animada tertulia, a la que asistía entre otros los Doctores, Pérez Camacho, F. Toledo Pérez, Basilio Galván, Antonio Martín, Eugenio Abreu, a veces Manuel Morales y Amilcar Morera.  Allí disertaban todos y cada uno de ellos. Los temas relacionados con la medicina eran los que centraban las conversaciones Era  continuo el intercambio de libros, artículos e impresiones. Don Vicente, les ponía al día sobre lo que pa­saba en el mundo en lo que a nuevas técnicas y pruebas de  Laboratorio se refería. Inmediatamente ponía en marcha en su laboratorio lo último de lo último. Fue Inspector Municipal de Farmacia y Vicepresidente del Excmo. Cabildo Insular de Benahuare (La Palma). Se mantuvo trabajando en su Farmacia y Laboratorio hasta pocas semanas antes del 24 de julio de 1981, día en el que falleció en su ciudad.

1907. Josefina de la Torre Millares nace en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) es una de188 grandes figuras de las letras canarias,  del siglo XX.

Personalidad desbordante que se expande a ámbitos tan diversos como la literatura, el cine, el teatro y la música, aunque, de todos, la poesía será el tiovivo que circunda toda su existencia. Josefina de la Torre es miembro de la Generación de1 27, con quienes compartía no sólo el gusto por la sencillez formal, el lirismo interior y el uso de un lenguaje cercano a la expresión popular, sino la atención a las innovaciones aportadas por las vanguardias artísticas.  Sólo dos mujeres, Ernestína de Champourcin y Josefina de la Torre, figuran en "Poesía española Antología" (Contemporáneos), que publica
Gerardo Diego en 1934.

Josefina es, ciertamente, un espíritu de vanguardia, pero también sus versos dejan ver la huella de los poetas modernistas canarios como Saulo Torón, Tomás Morales o Alonso Quesada, a este último dedicó su primer poema escrito con ocho años. No en vano, sobre las rodillas del padre de todos ellos, Domingo Rivero, la niña Josefina comenzaría a escribir sus primeros versos. Una herencia que supo ver Pedro Salinas, autor del prólogo de su primer poemario, Versos y estampas ( 1927), cuando acuño la definición de "muchacha-isla" para referirse a las resonancias insulares en la poética de Josefina de la Torre, y que resultaría, a la postre, su rasgo diferenciador en el conjunto de la Generación del 27. Luego vendría Poemas de la isla (1930), poemario emblemático de toda su obra; con posterioridad, su tercer libro, Marzo incompleto (1968), y, dos décadas después, Medida del tiempo, recogido este último en la colección Biblioteca Básica Canaria en 1989. Inédito, aún, su último poemario, Él, escrito tras la muerte de su marido, Ramón Corroto.

Su temprana vocación literaria corre en paralelo con su gusto por el teatro. A comienzos de los años veinte, ponen en pie el Teatro Mínimo, un pequeño escenario familiar que dirige su hermano Claudio y en el que ella actúa. Llevan a escena obras de Ibsen o Chejov y fue referido en las páginas de la prensa madrileña de la época como una suerte de Gran Teatro Mínimo, asemejado al Mirlo Blanco de Pío Baroja. Teatro por vocación
y música como formación. Josefina culmina sus estudios de canto (soprano), logrando una peculiar voz que se convertiría en su sustento.

En 1934 llega a los estudios de la Paramount en Jonville (Francia), de la mano de su hermano Claudio, por entonces adaptador de guiones y director de los doblajes para la productora norteamericana. Una tarea, el doblaje, que Josefina compartirá con un viejo amigo, Luis Buñuel, y que, con el tiempo, habría de convertirse en testimonio eterno para el cine: Josefina de la Torre Millares es la voz en castellano de Marlene Dietrich.

En 1940 se reinaugura el Teatro Nacional español María  Guererro, en cuyo elenco figura Josefina de la Torre que logra esa temporada situarse como primera actriz. Son años de coqueteo con el incipiente séptimo arte. Su personalidad, su formación y su decidida vocación de vanguardia, -fueron los miembros de la Generación del 27 quie- nes celebraron la llegada del cinematógrafo-, la llevaron a explorar las posibilidades del nuevo Arte. Rodó a las órdenes no sólo de su hermano Claudio, sino de directores como Miguel Pereyra, Julio de Fletchlier, José María Castellví o Edgar Neville, y ejerció como ayudante de dirección y guionista.

Pero su relación con el cine sería frustrante. Ni siquiera el accésit de los Premios Nacionales españoles de Cinematografía, conseguido por su guión de la película Una herencia en París (1943), basada en la novela Tú eres él, de Laura de Cominges (la propia Josefina), y dirigida por el mexicano Miguel Pereyra, evító que, en 1945, Josefina de la Torre Millares pusiera fin a su relación con el celuloide.

Se vuelca de nuevo en el teatro y en la literatura; funda su propia Compañía de comedias.   Ramón Corroto, y Josefina opta por el silencio voluntario del que ya no saldrá hasta comienzos de los años noventa, cuando un homenaje en la Residencia de Estudiantes de Madrid (España) la rescata del olvido y le devuelve la amplia sonrisa, cautivadora, con que seducía dentro y fuera de los escenarios.

Josefina de la Torre Millares falleció en el verano de 2002, en su casa madrileña de la Ribera del Manzanares, donde vivió sus últimos años volcada en la poesía, a cuyo lomo había vuelto de nuevo al paraíso de su infancia, aquél donde un siglo atrás comenzara Todo. (Alicia R. Mederos, 2007)

1907. Con la creación de la Junta de Obras del Puerto, comenzó la construcción en Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) de la Dársena de Anaga: Muelle Sur (1951), Muelle Norte y el Muelle de Ribera (1960 - 63 - 82). La Dársena de El Este se realizaría entre los años 1965, 1970 y 1983. La Dársena Pesquera en 1983.
1907. En Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma) viene al mundo José Pérez Vidal. Investigador y erudito. Doctor en Filosofía y licenciado en Derecho. Académico correspondiente de la Real Academia Española y de diversos organismos y asociaciones geográficas etnológicas de España e Hispanoamérica. Su obra se ha dedicado fundamentalmente a la lingüística y a la etnología insulares, a las relaciones entre las Canarias y el mundo Atlántico y a diversos aspectos de la obra y la personalidad de Pérez Galdós. Destacaremos entre sus muchísimos trabajos los siguientes: Contribución al estudio de la medicina en Canarias (1945), La Imprenta en Canarias (1942), Endechas populares en trístrofos monorrimos (1952), Poesía tradicional canaria (1968), Folklore infantil canario (1986). Así como varias publicaciones sobre tema galdosiano. Obtuvo el Premio Canarias sobre acervo histórico y patrimonio histórico artístico y documental en 1984. Fallece en 1990.
1907. Se crea  la Junta de Obras del Puerto, de Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) organismo que se encargaría de la conclusión de las obras. Un nuevo ingeniero, Pedro Matos, propone y se le autoriza en 1911, una prolongación del dique exterior o muelle sur, a la vez que la creación de un nuevo dique o rompeolas que hoy conocemos como Muelle Norte, propuesto años antes por su predecesor Prudencio Guadalfajara. Estos trabajos sufrieron varias rectificaciones a lo largo de los años. El concepto de puerto tal como lo conocemos hoy es algo relativamente reciente.
1907. En Eguerew (La Laguna). Se coloca un piso de damero al templo de la secta católica La Concepción.

1907.
Margaret d'Este escribió este libro durante el recorrido que llevó a cabo en 1907 por Tenerife, Gran Canaria y La Palma. Esta obra, como las otras que había escrito años antes, recoge sus impresiones y su experiencia de la vida y el paisaje a su paso por los pueblos y caminos de las islas. Las acuarelas de este libro muestran la predilección de Margaret d'Este por la pintura de rincones y paisajes dominados por la vegetación. Fijó su mirada en las flores, los árboles, las costumbres más populares, la indumentaria de las mujeres y la vida campesina. Esas imágenes, que adornan un texto centrado en la descripción de lo pintoresco o singular de las islas, componen un conjunto que termina asemejándose a las obras escritas por aquellos turistas adinerados que, desde las últimas décadas del siglo XIX, llegaban a Canarias con la intención de pasar una temporada haciendo excursiones en este territorio, cercano a Europa, pero todavía exótico (por su clima y su naturaleza) a los ojos de los europeos.

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