domingo, 27 de abril de 2014

EFEMERIDES CANARIAS






UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO II




Eduardo Pedro García Rodríguez

Viene de la página anterior
Lo más atractivo de la carretera, por otra parte carente de interés, es la larga doble fila de eucaliptos, que da una agradecida sombra en verano. Si no se tiene en cuenta el tiempo y la distancia, y se hace el viaje en automóvil, es preferible la carretera más baja, que pasa por Tejina. Los altos bordes de los caminos están orillados por viejos cedros. En primavera, las hermosas pendientes se alegran con flores silvestres y, por todas partes, la amarilla retama (spartium jun-ceum) llena el aire con su delicioso aroma. Las cur­vas de la carretera descubren inesperadas vistas del Pico en la larga bajada al pueblecito de Tegueste y, allá abajo, se tiende Tejina, a escasa altura sobre el nivel del mar. Aquí gira la carretera, vuelve a subir hacia Tacoronte, y se nos aparece de nuevo el Pico, sobre un borde de nubes que cubre su base.
En Tacoronte termina el tranvía, y el viajero tiene que tomar un coche de caballos o un auto para recorrer los veintiocho kilómetros que lo separan del fértil valle de La Orotava. Este valle es justamente célebre por su belleza y, en un claro día de invierno, cuando el Pico está plenamente cubierto de nieve, no es posible contener una exclamación ante la belleza del paisaje cuando, en una revuelta del camino, se muestra toda la hondonada tendida a sus pies, bañada por la luz solar y encerrada en un semicírculo de montañas nevadas. Las nubes expanden som­bras azules sobre las laderas, y vellones de blanca nie­bla cruzan el valle; el oscuro pinar se extiende en fuerte contraste con el brillante colorido de los cas­taños de las zonas más altas, cuyas hojas se han vuelto de color de oro rojizo por efecto de las hela­das. En el fondo del valle, anchas fajas de platanares se intercalan con terrenos sin cultivar donde aún que­dan almendros, higueras y chumberas, y grupos de palmeras canarias ondean al viento sus emplumadas copas. Apenas sorprende que, incluso un viajero tan avezado como Humboldt, se impresionara hasta tal punto con la belleza del paisaje que, según se dice, se arrodilló para saludarlo como lo más hermoso del mundo. Sin caer en un gesto tan extravagante como el del gran viajero, vale la pena parar y contemplar esta vista aunque, por precaución, los vehículos cir­culan en Tenerife a tan baja velocidad que uno dis­pone del tiempo suficiente para contemplar el pano­rama. El ángel guardián del valle —el Pico— domina, en tiempos de paz, la amplia extensión de tierra y mar como una plácida y comprensiva pirá­mide blanca. Pero, en ocasiones, la montaña se ha enfurecido y ha esgrimido una espada llameante sobre la tierra, por lo que los guanches lo llamaron Pico de Teide o Infierno aunque, al parecer, también lo consideraron como el Trono de la Divinidad.
El mismo Humboldt describe el panorama con las siguientes palabras: "El valle de Tacoronte (sic) es la entrada a este paraje encantador del que han hablado con extático entusiasmo los viajeros de todas las procedencias. En la zona tórrida, yo he encon­trado lugares en los que la Naturaleza es más majes­tuosa y más rica en la ostentación de formas orgá­nicas; pero, después de haber cruzado las orillas del Orinoco, las cordilleras del Perú, y los hermosos valles de México, confieso que nunca he contemplado una perspectiva más variada, más atractiva, más armoniosa en la distribución de las masas de verdor y de rocas que en la costa occidental de Tenerife."
"El litoral se destaca con líneas de palmeras dati­leras y cocoteros; más arriba, agrupamientos de musa forman un agradable contraste con los dragos, cuyos troncos han sido acertadamente comparados con las tortuosas formas de las serpientes. Las laderas están cubiertas de vides que extienden sus ramas sobre armazones de palos. Naranjos cargados de flores, arrayanes y cipreses rodean las capillas alzadas por los devotos sobre aisladas colinas. Las lindes entre las propiedades se señalan con hileras de agaves y cactus. Los muros están cubiertos por cantidades incalculables de plantas criptógamas entre las que pre­dominan los heléchos regados por pequeñas corrien­tes de agua cristalina."
"En invierno, cuando el volcán queda oculto bajo la nieve y el hielo, este paraje disfruta de perpetua primavera. En verano, al atardecer, las brisas mari­nas difunden un delicioso frescor..."
"Desde Tegueste y Tacoronte hasta San Juan de la Rambla (célebre por su exquisito vino de malvasía) las colinas están cultivadas como jardines. Podría­mos compararlas con las inmediaciones de Capua y Valencia, si esta parte occidental de Tenerife no fuera infinitamente más bella debido a la proximidad del Pico que muestra, por cada lado, un aspecto dife­rente."
"El de esta montaña es interesante. No sólo por su gigantesca masa, sino porque estimula la imagi­nación, haciéndola retroceder hasta el origen de la misteriosa fuente de su actividad volcánica. Durante miles de años, no han sido vistas luces ni llamas en la cúspide del Pico, pero enormes erupciones latera­les, la última de las cuales tuvo lugar en 1798, prue­ban que aquella actividad dista mucho de haberse extinguido. Hay algo que produce también una melancólica impresión al contemplar un cráter en el mismo centro de una campiña tan fértil y tan bien cultivada. La historia del globo nos dice que los volcanes destruyen lo que ha sido creado a lo largo de las edades. Las islas, alzadas sobre el agua por la fuerza de los fuegos submarinos, se han ido vistiendo gradualmente con rico y riente verdor, pero estas nue­vas tierras son frecuentemente asoladas por la reno­vada acción de la misma fuerza que las hizo surgir del fondo del océano. Los islotes, que ahora no son más que montañas de escoria y de cenizas volcáni­cas, fueron, quizá, un día tan fértiles como las coli­nas de Tacoronte y El Sauzal. ¡Dichoso el país donde el hombre no tiene nada que temer del suelo que pisa!"
Allá abajo, en la costa, reposa el pequeño puerto de La Orotava, conocido como El Puerto para dis­tinguirlo de la villa, más antigua y más importante, de La Orotava que se extiende a unos cinco kilóme­tros tierra adentro. Más allá, siguiendo la costa, está San Juan de la Rambla y, en las laderas más bajas de la vertiente opuesta al valle, se encuentran los pue­blos de Realejo Alto y Realejo Bajo, mientras que Icod el Alto está encaramado en el mismo borde del precipicio de Tigaiga, a unos 500 metros de altitud.
Una garganta en la montaña siguiente es conocida como el Portillo. La Fortaleza se alza sobre esta "entrada", y en este punto comienza la larga pen­diente del Tigaiga que impide la vista de todo el cono del Pico desde el valle. Sobre la Villa de La Orotava, se encumbran Pedro Gil y la Montaña Blanca, con el sol brillando sobre la nieve recién caída y, muy cerca, como al alcance de la mano, están El Sauzal, Santa Úrsula, La Matanza y La Vic­toria.
Aunque Humboldt los describe como "sonrientes caseríos", comenta los nombres de estos últimos diciendo que "aparecen en todas las colonias españo­las, y forman un desagradable contraste con los apa­cibles y sosegados sentimientos que estos campos ins­piran". Matanza significa carnicería o exterminio; y la palabra, por sí sola, recuerda el precio que hubo que pagar por la victoria. En el Nuevo Mundo, señala la derrota de los nativos; en Tenerife, la villa de La Matanza fue fundada en el lugar donde los españoles fueron dominados por los mismos guan­ches que, poco después, se vieron vendidos, como esclavos, en los mercados europeos.
Al comienzo del invierno, las escalonadas mon­tañas, plantadas de trigo y patatas, desnudas y de color pardo, son una mancha del paisaje; pero, al surgir la primavera, después de las lluvias invernales, estas laderas se transformarán en extensiones verde esmeralda; entonces es cuando el valle alcanza su máximo esplendor. Durante unos días, demasiado pocos, los almendros se engalanan con sus delicadas flores rosa pálido, pero la lluvia de una noche, o unas horas de viento fuerte, esparcirán todas las flo­res, y de aquel sonrosado encanto sólo quedará una alfombra de caídos y maltrechos pétalos.
El valle presenta claras muestras del despertar de la Naturaleza en un remoto pasado: son las anchas corrientes de lava, que en un tiempo se vertieron sobre el valle, resto gris y desolado, casi exento de vegetación. Aunque totalmente estériles, no podemos dejar de admirar los dos montones de cenizas, seme­jantes a enormes y ennegrecidos tumores. Nadie parece conocer su historia ni su exacta edad, pero es muy posible que hayan aparecido con independencia de cualquier erupción del propio Teide aunque, quizá, no "brotando en una sola noche", como me lo han asegurado seriamente. Una teoría, que no parece improbable, es que los terrenos volcánicos sobre los que han sido edificados varios chalés ingle­ses, la iglesia y el Grand Hotel, proceden de una de estas montañas, y que la colina donde se alza este hotel era el borde del acantilado. Se supone que la lava cayó sobre este borde, volcándose en el mar hasta formar el relleno sobre el que ahora está el Puerto.
El pueblecito no deja de tener su atractivo, aun­que las calles son polvorientas y sin barrer, ya que sólo se limpian una vez al año, con ocasión de la fiesta del Corpus Christi, día en el que los lugares por donde ha de pasar la procesión se cubren con pétalos de flores formando alfombras de complicados dibujos. En una primera impresión, el pueblo me pareció un lugar desierto. Apenas encontré algún transeúnte, y mi propio borrico era el único animal de carga en la calle principal. Espléndidas masas de buganvillas asomaban por encima de las tapias de los jardines viéndose, a través de las puertas abiertas, los patios cubiertos de enredaderas. Los tallados bal­cones con sus tejados son inseparables de las casas antiguas. Especialmente, las contraventanas o posti­gos tras los que los moradores parecen pasar muchas horas atisbando las calles, fueron siempre para mí un motivo de extrañeza. La calle principal termina en el muelle y, frente al mar, las olas parecen saltar hasta la calle misma. El pueblo se despierta a la vida con la llegada de algún vapor carguero y, entonces, una larga cola de carros, tirados por los más hermosos bueyes que jamás he visto, se abre camino hacia el muelle para descargar las jaulas de plátanos que, muchas veces, son vendidas allí mismo a los contra­tistas.
A unos trescientos metros sobre el Puerto de La Orotava, en el largo y gradual declive que desciende desde Pedro Gil formando el valle de La Orotava, se encuentra la villa o ciudad del mismo nombre, Esta es la más pintoresca de las viejas poblaciones cana­rias, y mucho mas interesante que su pobre puerto, siendo la residencia de muchas antiguas familias españolas, cuyas hermosas viviendas son los mejores ejemplos de arquitectura hispánica en Canarias. Junto a sus tranquilos patios, sombríos y frescos incluso en los más cálidos días estivales, las fachadas de muchas de estas casas son de extraordinaria belleza. La admirable labor de talla en piedras, bal­cones y contraventanas, y los hierros forjados, no pueden dejar indiferente a quien contemple estos edificios que van convirtiéndose, rápidamente, en ejemplares únicos, pues los españoles como, desdichada­mente, otros muchos pueblos, han perdido el gusto por la arquitectura y las casas modernas, que están surgiendo con demasiada celeridad, estremecen al con­templarlas. Unas, han sido edificadas para reemplazar a las desaparecidas en incendios y, otras, fueron, sim­plemente, construidas por negociantes enriquecidos con el negocio bananero. No contentos con sus viejas y sólidas moradas, con sus bellas portadas de piedra y con sus volados balcones de madera, están destru­yéndolos despiadadamente para levantar una men­guada monstruosidad moderna, más cómoda, posi­blemente, para habitarla, pero más desagradable a la vista. Parece que también está decayendo su amor a los jardines y, como oí exclamar en cierta ocasión, "sólo les interesan los plátanos", porque es cierto que el cultivo de las bananas está viviendo un momento de atractivo interés.
Aunque los patios de las casas pueden estar ani­mados con plantas, al ser fresco y húmedo el ambiente debido al rocío y al agua salpicada por una fuente, muchos jardines de estas viejas mansiones señoriales se hallan en un triste estado de desorden y abandono. Se han marchitado los arrayanes y los setos de boj, antes orgullo de sus dueños, y ya no hay flores en los macizos. Queda un jardín que mues­tra cómo, aunque no muy cuidadas, las plantas crecen y florecen al aire fresco de la Villa. En tiem­pos pasados, tuvo este jardín un árbol gigantesco que era su orgullo; ahora, sólo existe su venerable tronco para hablarnos de pasadas glorias. Pero los poyos están llenos de flores durante todo el año, y los autóctonos picos de paloma, (Lotus Berthelotü), flo­recen mejor aquí que en ningún otro jardín. Cubren los muros, y medio invaden los caminos y los bancos de piedra con sus guirnaldas de suave gris verdoso, cubriéndose, en primavera, con sus "picos", de color rojo oscuro. Las paredes se alegran con alhelíes, cla­veles, verbenas, geranios, azucenas, y multitud de otras plantas. Bordean la entrada largos setos de Libonia floribunda, que los canarios llaman bandera de España, porque sus flores rojas y amarillas les representan los colores de la bandera nacional y, en apartados y húmedos rincones, viven blancas calas, injuriadas orejas de burro, así llamadas por los cam­pesinos, que motejan certeramente no sólo a las flo­res sino, también, a las personas.
Aunque los españoles distinguidos constituyen una clase social muy exclusiva, sólo he recibido atenciones por su parte, cuando les he pedido permiso para ver sus patios o jardines, pero no puedo decir lo mismo de las clases baja y media de hoy, que son claramente xenófobas. Las clases bajas parecen con­siderar un derecho el recibir un incesante río de dinero, e insultan y apedrean, cuando se ignoran sus peticiones de limosnas e, incluso, los comerciantes son descorteses con los extranjeros. Se nota una acti­tud de independencia y republicanismo. Es natural que un patrono no pueda controlar a sus obreros, que trabajan cuando quieren o, con más frecuencia, no trabajan cuando no quieren, y el padre o la madre de familia tampoco controlan a sus hijos. Un día, pregunté a mi jardinero por qué no enviaba a sus hijos a la escuela para aprender a leer y escribir, aprovechando que se lamentaba por no ser capaz de leer los nombres de las semillas que estaba sem­brando. Pensé que era una ocasión oportuna para dar un buen consejo, pero él se encogió de hombros, y me dijo que ellos no se molestarían en ir, que no tenían zapatos y que no iban a acudir descalzos a la escuela. Este hombre vivía sin pagar impuestos, ganaba un salario semejante al de un obrero inglés de nivel medio, tenía dos hijos trabajando que con­tribuían a los gastos de la casa, y percibía la renta de una pequeña parcela de terreno que cultivaba la familia los domingos; pues aun así, no podía adquirir unos zapatos para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribir. Otro hombre me dijo, con orgullo, que uno de sus hijos iba a la escuela. Como tenía dos, le pregunté: "¿Por qué sólo uno?". Me contestó que el otro, una niña, solía ir pero que, ahora, se negaba y ni él ni su mujer podían obligarla. ¡Aquel independiente personaje tenía nueve años! Una de las mayores curiosidades de la Villa fue el Drago Grande y, aunque ya no existe, aún se señala a los visitantes el lugar en el que estuvo, y se les habla de su inmensa edad. Cuando lo visitó Humboldt, le estimó un mínimo de 6.000 años y, aunque esto pueda haber sido exagerado, no cabe duda de que era extremadamente viejo. Fue parcialmente derri­bado por un vendaval, y los restos quedaron destrui­dos, en 1867, por un incendio accidental, por lo que sólo viendo antiguos grabados podemos tener idea de su asombroso tamaño. Su tronco hueco era tan amplio como una habitación mediana y, en tiempos de los guanches, cuando se convocaba una asamblea para nombrar un nuevo jefe, la reunión tenía lugar en el Drago Grande. La finca en la que estuvo fue vallada más tarde, convirtiéndose en el jardín del marqués del Sauzal.
Era curiosa la ceremonia de designación de un jefe. El más importante de ellos era el mencey o rey de Taoro (antiguo nombre de Orotava), que tenía 6.000 guerreros bajo su mando. Si bien esta dignidad era hereditaria, no pasaba necesariamente de padre a hijo y, más frecuentemente, se transmitía entre her­manos. "Para esta ceremonia de designación de un mencey, cada señorío conservaba, envuelto en pieles, un hueso de uno de los más remotos antepasados de su linaje, y se convocaba a los más antiguos conse­jeros reuniéndolos en el "Tagoror", lugar donde se celebraba la asamblea. Después de su elección, el nuevo rey besaba aquellas reliquias y las ponía sobre su cabeza. Luego, los demás notables tocaban con ellas los hombros del elegido, mientras él decía: Agoñe yacoron yna.tzaha.na, Chcoñamet (Juro por el hueso el día en que me habéis enaltecido). Así con­cluía la ceremonia de la coronación y, el mismo día, se llamaba al pueblo para que supiera quién era su nuevo rey, que era homenajeado, y había un festín general a expensas del nuevo mencey y sus familia­res. Parece que estos dignatarios estaban rodeados de gran pompa, nadie se les acercaba por el camino, cuando se trasladaban desde sus residencias veranie­gas de las montañas a las de invierno en la costa. Entonces, se aguardaba a que pasara para postrarse ante él, y levantarse limpiando los pies del rey con el borde de su vestidura de piel" (Ver "The Guan­ches of Teneriffe", por Sir Clement Markham). Des­pués de la conquista, los españoles convirtieron en capilla el templo de los guanches, celebrando una misa bajo el árbol.
En la Villa hay bonitas iglesias antiguas, cuyas torres y tejados constituyen su mejor adorno. La prin­cipal es la de la Concepción, con una cúpula que domina toda la población. Es muy bello su aspecto exterior, pero el interior no es tan interesante. Es curioso imaginar cómo puede haber llegado a perte­necer a esta iglesia la custodia de plata que, según se dice, fue de la catedral londinense de San Pablo. Generalmente, se acepta la teoría de que, tanto esta custodia como otra semejante que existe en la cate­dral de Las Palmas, son restos dispersos de los mag­níficos objetos de culto vendidos y desperdigados por orden de Oliver Cromwell.
La bella portada y la torre del convento y de la iglesia de Santo Domingo datan del tiempo en que los españoles eran más sensibles a la belleza que ahora.
Las empedradas y empinadas calles de La Orotava no carecen de interés, y los viejos balcones, las talladas celosías y los zaguanes que se abren a los flo­ridos patios, con espléndidos macizos de enredaderas desbordándose por la tapia de un jardín, o enroscán­dose en un viejo portalón, se combinan para lograr un pueblo de lo más pintoresco. Un detalle caracte­rístico de casi todas las casas españolas es una espe­cie de pequeño armario enrejado que contiene un fil­tro de piedra. En muchas casas antiguas, estos arma­rios están cubiertos de enredaderas y heléchos, apro­vechando la continua humedad procedente del filtro, e incluso crecen culantrillos, lo que no se considera contrario a la acción purificadera de la piedra, en la que confían plenamente los naturales. A mí me parece increíble que el agua limpia pueda mejorarse pasando a través del polvo acumulado en estos fil­tros durante muchos años, ya que sólo es posible lim­piarlos superficialmente. Los rojos recipientes de barro, de formas rotundamente clásicas, son de todas las capacidades, por lo que es posible ver a una niña pequeñita aprendiendo a llevar a la cabeza uno pro­porcionado a su tamaño; pronto afirmará su paso, ahora inseguro, y, en uno o dos años, marchará con firme andar, llevando un gran cántaro casi sin sen­tirlo, y dejando libres sus manos para cualquier otra cosa.
Un agradable paseo, a pie o en burro, lleva desde la Villa al Realejo Alto, a través de una hermosa campiña, pasando por los caseríos de La Perdoma y La Cruz Santa. Al comienzo de la primavera, la flor de los almendros tiñe de rosa muchas zonas baldías y, en los pueblos, el aire vuelca, desde las tapias de los huertos, el aroma del azahar. A esta altura, los árboles parecen menos afectados por el mortífero pul­gón negro que ha exterminado todos los naranjales de las tierras bajas, y toda la vegetación impresiona por ser más lozana y más pujante. Las tapias de los huertos estaban jubilosamente florecidas; durante nuestro paseo, vimos alhelíes de colores malva y blanco, favoritos de los naturales; largas hileras de geranios, guirnaldas de picos de paloma, claveles dobles y sencillos, y multitud de otras flores.
El Realejo Alto es, sin duda, el pueblo más pin­toresco que he visto en Canarias. Su situación, en una pendiente ladera, con las casas aparentemente apiladas unas sobre otras, parece un pueblo de mon­taña italiano. Se supone que una parte de la iglesia de Santiago, la que está unida a la torre, corres­ponde al templo más antiguo de la isla, y el remate de aquélla, que es el punto más destacado del pueblo y de sus alrededores, puede haber pertenecido al viejo edificio. El interior de éste no deja de ser inte­resante cuando está bien iluminado, y se dice que su bella portada es obra de canteros españoles activos muy poco después de la Conquista. La obra de pie­dra labrada que enmarca esta puerta, y la muy seme­jante que hay en el pueblo de abajo, son ejemplos únicos de este estilo en las islas.
En el barranco que separa los dos Realejos, tuvo lugar, en 1820, una gran riada que asoló ambos pue­blos. El Realejo Bajo, aunque no tan pintoresco como el Alto, vale bien una visita, pues sus habitan­tes están justamente ufanos porque tienen un drago, rival de uno de Icod que algún día puede llegar a ser tan célebre como el de La Orotava.
Estos dos pueblos son grandes centros de produc­ción de bordados o calados. A través de las puertas de entrada a las casas, se ven mujeres y muchachas jóvenes inclinadas sobre unos bastidores en los que se tensan sus labores. Estas son, en su mayor parte, de baja calidad, muy toscamente trabajadas con pobres materiales, y da lástima el que, por lo visto, no haya mejores y más delicados trabajos. Los visi­tantes se cansan de ver enormes cantidades de col­chas y manteles que se les ofrecen, cuando, en realidad, no es posible compararlos, ventajosamente, ni en calidad ni en precio, con los que vienen de Oriente. (Florence Du Cane. 1993: 11  y ss.)
1911.
Decisivo para el puerto santacrucero fue la creación en 1907 de la Junta de Obras del Puerto, organismo que se encargaría de la conclusión de las obras. Un nuevo ingeniero, Pedro Matos, propone y se le autoriza en 1911, una prolongación del dique exterior o muelle sur, a la vez que la creación de un nuevo dique o rompeolas que hoy conocemos como Muelle Norte, propuesto años antes por su predecesor Prudencio Guadalfajara. Estos trabajos sufrieron varias rectificaciones a lo largo de los años. El concepto de puerto tal como lo conocemos hoy es algo relativamente reciente. Surge de los planos elaborados en 1951 por Miguel Pintor. Las principales características del nuevo plan fueron,
por un lado la creación de los muelles de ribera, haciendo desaparecer el litoral original de Santa Cruz en beneficio de ganar línea de atraque.
Por otro lado se crea una dársena especial para embarcaciones menores haciendo las funciones de dársena pesquera y que no obstaculiza las operaciones en el muelle principal.
Se emprende la construcción de una dársena comercial (dársena sur) que ha sido la que más problemas ha suscitado debido a su situación desfavorable cuando imperan los vientos del sur. Por último, el recinto portuario se ha visto incrementado a medida que ha tenido que ir cubriendo nuevas necesidades, como es el caso del muelle de La Hondura para el tráfico de materiales relacionados con la refinería, y con el recientemente inaugurado muelle del Bufadero para uso exclusivo de mercancías.
1911.
La  naviera  Compañía de Vapores Interinsulares Canarios, filial de Elder Dempster resultó ganadora de un nuevo concurso convocado por la metrópoli para establecer líneas regulares interinsulares. Adjudicación que volvió a renovar en 1921 compitiendo con Trasmediterránea. Provista de buques tan emblemáticos como el "Viera y Clavijo", el "Lanzarote" o el "León y Castillo", la Compañía de Vapores Interinsulares fue finalmente absorbida por Trasmediterránea en 1930. Las islas de Tenerife y La Gomera estuvieron enlazadas gracias a los buques de Hamilton y Cía., compartiendo el mercado del pasaje y el plátano entre las islas con pequeñas empresas armadoras locales, como la de Álvaro Rodríguez López o la de Juan Padrón Saavedra. (Juan Carlos Díaz Lorenzo)
1911. Nace en Rumanía el profesor Alejandro Cioranescu, canario de adopción entregó su vida desde su llegada a la colonia a la enseñanza y al estudio de la Historia pre y pos colonial canaria. Fue un naúfrago de la Historia y de las terribles historias de las dictaduras europeas de entreguerras y de la II Guerra Mundial que se salvó llegando a las costas tinerfeñas y cuyo trabajo y tesón, sostenidos sobre una disciplina intelectual incansable, lo convirtieron en una figura clave para el rescate y la valoración de nuestro patrimonio historiográfico y literario, sobre todo en los siglos XVI, XVII y XVIII. Pero aun está por escribir la biografía intelectual, política y sentimental de Alejandro Cioranescu, un hombre, un crítico literario y un profesor universitario que ocultó toda su vida, con una elegancia a veces áspera y otras sarcástica, sus orígenes, su trayectoria, su pasado.
Nacido en una pequeña ciudad rumana en 1911, Cioranescu fue un niño de una inteligencia excepcional volcado en el estudio y en el aprendizaje de lenguas europeas.
Se licenció simultáneamente en Filología Rumana y en Filología Francesa y marchó a la Sorbona para obtener el doctorado y especializarse en una disciplina actualmente poco frecuentada y en vías de extinción: la literatura comparada. Entorchado de matrículas de honor y distinciones curriculares, Cioranescu regresó a Rumanía y se insertó sin mayores dificultades en el sistema escolar del país, e incluso aceptó un cargo público modesto, pero con cierta influencia, en el Ministerio de Educación.
Lo cierto es que nada más llegar a Canarias se puso a trabajar inmediatamente. Fue acogido con generosidad por Elías Serra Ráfols, el fundador de los estudios historiográficos modernos en la Universidad de Eguerew (La Laguna), y por Leopoldo de la Rosa Olivera, funcionario técnico del Cabildo de Chinet (Tenerife) y profesor de Historia del Derecho. Cioranescu vivió muy recogida y austeramente toda su vida, aunque, más tarde, en los años setenta, obtuvo una plaza como catedrático visitante en una universidad francesa. La fraternal amistad con Serra Ráfols, Leopoldo de La Rosa y otros profesores universitarios, nunca demasiados en los años cuarenta y cincuenta, no significó ninguna esplendidez por parte de la institución académica, porque Cioranescu, pese a su excepcional formación, su creciente prestigio y su abrumadora capacidad de trabajo, jamás pudo aspirar a una cátedra en la Universidad de Eguerew (La Laguna). Salvo algún seminario, ya en los límites de su ancianidad, Cioranescu, grotescamente, continuó impartiendo clases de lengua y literatura francesa, y nada más. Cuando se le quiso reconocer con el Premio Canarias algún despistado metió la pata y se le concedió ex aequo con Néstor Álamo, un respetable escritor grancanario, al que don Alejandro, sin embargo, consideraba simplemente como un "archivero". El viejo profesor se negó a admitir el galardón, pese a sus eternos apuros económicos, rechazándolo a través de una carta de helada cortesía. Durante medio siglo, indiferente a la pobreza y a los cambios políticos y culturales del exterior, Cioranescu acumuló una impresionante bibliografía que ha actualizado y enriquecido extraordinariamente nuestra historiografía y nuestra crítica literaria poniéndola en conexión con los clásicos europeos. Supo liberarse de su pasado a lomos del sentido del deber intelectual. 
1911. La naviera, Compañía de Vapores Interinsulares resultó ganadora de un nuevo concurso para establecer líneas regulares interinsulares. Adjudicación que volvió a renovar en 1921 compitiendo con la española Trasmediterránea. Provista de buques tan emblemáticos como el "Viera y Clavijo", el "Lanzarote" o el "León y Castillo" y el más pequeño “Gomera-Hierro”, la Compañía de Vapores Interinsulares fue finalmente absorbida por la compañía española Trasmediterránea en 1930 en su política para hacerse con el Monopolio del transporte marítimo entre islas y de la colonia con la Metrópoli. Las islas de Chinet (Tenerife) y La Gomera estuvieron enlazadas gracias a los buques de Hamilton y Cía., compartiendo el mercado del pasaje y el plátano entre las islas con pequeñas empresas armadoras locales, como la de Álvaro Rodríguez López o la de Juan Padrón Saavedra. Además, y por completar el panorama de las líneas regulares históricas, la Compañía española de Navegación e industria tuvo adjudicada, desde 1910 la línea Sevilla/Cádiz-Canarias hasta su fusión con Trasmediterránea. Los enlaces marítimos de Baleares y Norte de África con España estuvieron atendidos a lo largo de todo el siglo XIX por navieras que accedían igualmente a la concesión de una línea regular mediante concursos libres. No fue hasta el año 1909 y la Ley de Comunicaciones Marítimas, promovida por el gobierno de la Metrópoli presidido por Antonio Maura, cuando se puso orden en el sector y se establecieron las bases de concursos públicos para cubrir líneas regulares abanderadas en España y subvencionadas por la Hacienda pública. La ley, además de exigir una serie de requisitos a los aspirantes en cuanto al número y frecuencia de buques y viajes, designaba tres categorías de líneas:
La "A" se refería a los enlaces de la Metrópoli con Canarias, definiendo que debía garantizarse al menos un viaje cada tres días. En el tráfico interinsular tendría que establecerse una frecuencia diaria entre las principales islas.
La categoría "B" se refería a Baleares, reglamentando seis viajes a la semana a Barcelona y Palma, uno a la semana con Marsella, Ibiza, Argel, Alicante y otras ciudades del continente europeo, además de uno diario entre Alcudia y Ciudadela.
La "C", finalmente, pedía conexión diaria de Melilla con Almería y Málaga, además de un enlace diario con Ceuta.
A partir de la publicación del paquete legislativo impulsado por Maura, el panorama de los fletes en la Metrópoli experimentó un cambio espectacular. Si hasta entonces las dos terceras partes del tráfico marítimo en general se efectuaba bajo bandera de otros países, en 1913 la proporción se había invertido. En el cabotaje se afianzó el concepto de líneas de soberanía y el monopolio de la bandera en el tráfico regular que, además, hacía responsables a los armadores españoles del transporte del servicio postal. Estos tráficos, adjudicados por concurso a través de exigentes normas dictadas por la Ley de 1909, se encontraban en manos de varias docenas de armadores, algunos de los cuales, en plena I Guerra Mundial, decidieron unirse.
1911. Nace en Casillas del Ángel, Erbania (Fuerteventura) Domingo Velázquez. Junto a su padre, frecuentó la tertulia que se reunía en torno a Miguel de Unamuno durante el destierro del escritor español en Erbania (Fuerteventura). Pasó una buena parte de su juventud viajando por Europa y el continente. Ya de vuelta en Canarias, dirigió diversas compañías de teatro aficionado y en 1969 fundó la revista literaria Fablas en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria). Obras: Poemas del sueño errante (1963), poesía. Los caminos (1982), poesía. Palabras para volver (1990), poesía. Isla llana (1996), prosa.
1911  Nace en Tamaránt (Gran Canaria) el pintor Jesús González Arencibia en Tamaraceite, localidad perteneciente al entonces municipio de San Lorenzo, al NE de Gran Canaria. Era el segundo hijo del matrimonio formado por don Antonio González Cerpa y doña Antonia Arencibia Cabrera. Se educa en el seno de una familia acomodada, en cuyo ambiente intelectual se desarrollarán sus inclinaciones artísticas,   que se despertaron viendo pintar a su tía Soledad. Después de sus estudios primarios, cursó el bachillerato en el Colegio de los Jesuitas de Las Palmas, en el que tuvo como profesora de Dibujo a Lía Tavío. Cuando contaba unos quince años, pintó en el que se cree su primer cuadro autodidacta, “Almuerzo campestre”, al que seguirán otros paisajes inspirados en los horizontes impresionistas de Nicolás Massieu, cuyas exposiciones frecuenta. Asistió a la inauguración de la decoración mural del Teatro Pérez Galdós realizada por Néstor de la Torre, a quien verá pintar temas botánicos relativos al “Poema de la Tierra” en su estudio del Parque de Doramas. Pancho Guerra, su compañero de colegio, le recomienda asistir a la Escuela de Artes Decorativas “Luján Pérez”, que el año anterior había abierto su primera exposición colectiva. Permanecerá en ella hasta el comienzo de la guerra civil. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario