domingo, 15 de septiembre de 2013

CAPITULO XVI-V




EFEMERIDES DE LA NACION CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII


DECADA 1601-1700


CAPITULO XVI-V




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

Viene de la pagina anterior.

Por otra parte, tales obras, por lo que se puede deducir de estos documentos y de otras consideraciones ajenas a ellos, apenas deben haber dejado huellas en lo que al presente constituye el conjunto arquitectónico del castillo, si es que han dejado alguna, pues si no, ¿a qué parte de la fortaleza pueden corresponder? Desde luego no a la torre cuadrada central, que, como se ha dicho, fue construida por mandato de Sancho de Herrera a principios del siglo XVI; ni tampoco al cuerpo principal del edificio constituido por la muralla exterior trapezoidal, que la hizo levantar, con los aposentos de refugio a ella adosados, el heredero del señorío, nieto del anterior, Agustín de Herrera y Rojas, a mediados del mismo siglo, como también se dijo; ni a los cubelos redondos de las esquinas extremas, cuya construcción fue decidida por el capitán Gaspar de Salcedo por los años setenta de la misma centuria, obra asimismo explicada anteriormente; ni la meseta escalonada que sirve de apoyo al puente levadizo que se tiende desde la puerta de entrada, y en consecuencia a este mismo puente, ya que fue construido en 1654 por orden del entonces Capitán General de las islas Alonso Dávila y Guzmán [Alexis D. Brito: op. cit.]; ni a los dos baluartes en punta de las esquinas laterales, mandados hacer entre 1665 y 1668 por la misma autoridad archipelágica que acabamos de citar [Ídem], ni tampoco, en fin, a los techos abovedados y, por tanto, a las paredes en que se apoyaban, que es tanto como decir el conjunto de habitaciones de que constaba el castillo antes de la malhadada reforma a que fue sometido hace unos años, en unión de la correspondiente plaza de armas o azotea enlosada, pues dichas obras se iniciaron en 1687 y se acabaron a los pocos años, siendo su autor un maestro pedrero residente en la isla llamado Juan Luis, quien fue contratado directamente por el señor de la isla D. Juan Francisco Duque de Estrada. [Ídem].

¿Qué queda entonces que pueda ser atribuido a las obras en que intervino este ingeniero? Según todos los indicios, los trabajos al frente de los cuales fue puesto nuestro personaje por el Capitán General, si bien como simple encargado, supervisor o si se quiere director de los mismos –conviene tener presente esta condición para efectos de la tesis de lo que aquí intento demostrar–, debieron consistir basicamente, tal como por cierto se dice de forma expresa en la carta de pago (“Su majestad ordenó al Sr. D. Luis de la Cueva, Capitán General de estas islas y Presidente de su Real Audiencia, que mandase fabricar [entiéndase, reparar] las dos fortalezas que tiene la isla que Morato Arráez había abrasado el año 86), en la reconstrucción de lo destruido por este pirata argelino, salvedad hecha, claro está, de lo que hubiera sido recompuesto ya por Argote de Molina con anterioridad a la llegada de Torriani con el presupuesto parcial dicho de 28.500 reales.

Con toda probabilidad en esas obras se hallarían incluidos, en la parte proporcional correspondiente a los 21.500 reales que Torriani invirtió, descontadas ya las llevadas a cabo por Gonzalo Argote de Molina con sus 28.500 reales, los techos, tanto de la casa fuerte o torre del homenaje como de los aposentos de refugio que se alineaban a lo largo de la gran muralla trapezoidal a los que alude Rumeu de Armas, los cuales se desplomarían al ser quemada las vigas que los sustentaban; las garitas que fueron desmontadas para taponar con sus cascotes los huecos que iban abriendo las llamas en el portalón de entrada del edificio cuando fue quemado también por la gente de Morato Arráez –probablemente las mismas que luego se fabricaron a base de madera y se recomendaba rehacerlas de “piedra y barro”–; la misma puerta de entrada y, en fin, cualquier otra parte del edificio de las que fueron entonces destruidas, fueran de madera o de albañilería.

Además de esto hay que tener en cuenta que lo más probable es que esas obras de restauración en las que Torriani pudo haber tomado parte fueron eliminadas, al menos en su mayor parte, como consecuencia de modificaciones introducidas en el castillo con posterioridad, por lo que nada de ellas o muy poco debe quedar que pueda ser reconocible en lo que constituye el castillo en la actualidad.

En cuanto a la magnitud o acabado de esas obras de reparación hay que decir que las mismas debieron dejar la fortaleza en un estado bastante más deficiente de lo que se pretende dar a entender en los dos documentos transcritos, pues así parece inferirse de una real cédula expedida por Felipe III en 1606 mediante la cual se apercibía a los señores de la isla –lo eran entonces como titular el segundo marqués de Lanzarote y como tutora suya su madre doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega– sobre la obligación que tenían de fortificar la isla, haciéndoles ver “el estado de indefensión en que la tenían desde que las fortalezas [así en plural] habían quedado arruinadas al tomarlas Morato Arráez en 1586” (A. Rumeu de Armas: op. cit.)
No obstante este apremiante aviso real, en 1618, durante la terrorífica invasión berberisca llevada a cabo por unos 3.000 soldados que echó en tierra una escuadra integrada por treinta y seis navíos, el castillo de Guanapay, por lo que puede deducirse de las crónicas y documentos de la época, se encontraba aún en la misma situación de abandono e inoperancia.

Ya en el año siguiente dispuso la marquesa doña Mariana la ejecución de unas obras que a juzgar por el número de operarios que intervinieron en ellas, una cuadrilla de setenta y tres peones dirigida por el maestro albañil Lázaro Fleitas, debieron alcanzar cierta envergadura, si bien en el documento en que figura esta noticia no se especifican la naturaleza y alcance de las mismas. (E. Torres Santana: La casa condal de Lanzarote. 1600-1625, II Jornadas de Historia de Lanzarote y Fuerteventura).

Huelga decir que los planos, instrucciones y recomendaciones que Leonardo Torriani –cuyo prestigio y eficiencia profesional nadie discute– dejó consignadas para Lanzarote en su citada obra no pasaron de la condición de informe escrito, de acuerdo a la misión que le encomendara el propio monarca que lo envió a Canarias Felipe II, como quedó dicho con anterioridad.
Resumiendo y para terminar, puede afirmarse con total garantía de fiabilidad, dados los datos, argumentos y razonamientos expuestos en este trabajo, que la autoría de Leonardo Torriani en obras materiales realizadas en las fortificaciones de Lanzarote fue totalmente inexistente en el Castillo de San Gabriel y su anexo el Puente de las Bolas, y que en el castillo de Guanapay se redujo a permanecer por orden del Capitán General de Canarias al frente de unas obras que ya habían sido ejecutadas en más de la mitad de su proyecto cuando él las tomó a su cargo, de proporciones y naturaleza desconocidas, pero que según todos los indicios no parece que fueran muy importantes sino más bien todo lo contrario, y que, desde luego, ni siquiera fueron planificadas por él.

En consecuencia creo que a la vista de cuanto ha quedado expuesto será de justicia, en aras del debido rigor histórico, despojar de una vez para siempre a este arquitecto militar de esa aureola artificiosamente creada en torno a su persona como protagonista destacado en obras materiales efectuadas en castillos de Lanzarote y colocarlo en el lugar que realmente le corresponde entre cuantos profesionales de la construcción tuvieron que ver con dichas edificaciones, lugar que, como se ha podido comprobar, es bastante modesto por no calificarlo de anodino. (Agustin Pallarés Padilla).

1612 abril 3.

Prelados católicos en la colonia según el criollo, Clérigo católico e historiador José de Viera y Clavijo.

“De don Lope deValdivieso, trigesimoséptimo obispo
Fue electo en su lugar don Fernando de Gamarra; pero renunció y consiguió la mitra de Cartagena, de cuya iglesia pasó últimamente a la de Avila, donde murió año de 1616.

El sucesor en nuestro obispado fue don Lope de Valdivieso y Velasco, natural de Toledo, hijo de don Juan Fernández de Velasco, heredero de su noble casa de las montañas de Burgos, y de doña Isabel Muñoz Carvajal. Había sido prior de Ron-cesvalles, y exaltado a la dignidad episcopal en el año de 1612, con bulas del papa Paulo V.

Llegó a la Gran Canaria, acompañado de cua­tro padres jesuítas, el día 3 de abril de aquel mismo año, y al siguiente día se recibió solem­nemente en su iglesia, que era miércoles santo. Pero, a los siete meses de residencia en las islas, tuvieron éstas el sentimiento de perderle, pues fa­lleció a 29 de octubre, y con él todas las bellas apariencias de un pontificado glorioso. Está sepul­tado en el presbiterio de la catedral, al lado del evangelio.” (José de Viera y Clavijo, 1982. T. 2:249 y ss.)

1612 abril 3.
Notas en torno al asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere, hoy ciudad de La Laguna en la isla Chinech (Tenerife).

Los caminos de enlace con el resto de la isla.
“Repetidas veces se ha señalado por diversos autores la estratégica situación de la capital. Ello era cierto, pero de poco servía si no se construía y reparaba continuamente la red de caminos que la unía con el resto de las poblaciones insulares.

Estaban por un lado las lógicas vías que la enlazaban con pobla­ciones comarcanas y dentro de su “beneficio” (Tegueste, Bajamar, Valle de Guerra...), que podríamos considerar como vías interiores, y las que la unían con su puerto, Santa Cruz de Tenerife —por motivos obvios, ya que era su puerta al mundo—; por otro, se hallaban las pro­piamente exteriores, entre las que destacaba el camino que conducía a La Orotava, y en segundo lugar los que iban a Candelaria y a Tacoronte. No hay que olvidar que desde la ciudad se dirige y organiza el resto del territorio insular, que la capital exigirá abastecerse de otras áreas, incluso lejanas, y que es residencia de propietarios de tierras ubicadas en diferentes puntos de la isla. Estamos, en buena medida, ante una ciudad rentista, que debe disponer de medios eficaces para que el dre­naje de beneficios llegue segura y lo más cómodamente a ella. Así se explica el interés del Cabildo por el mantenimiento de la red viaria, sobre todo de la septentrional, concebida como una prolongación hasta cierto punto de sus calles.
Las vías existen casi desde los primeros años de la colonización, pero se trataba más bien de malos senderos. Por ello, muchas veces se utiliza el transporte marítimo, bien por el puerto de Santa Cruz, o por el puerto de la Madera en Tacoronte. El quinquenio 1526-1530 será decisivo para impulsar las obras de infraestructura viaria. A finales de 1525 el Cabildo, considerando prioritaria la existencia de una calzada en condiciones que uniera la capital y La Orotava, sobre todo por mo­tivos de abastecimiento, decide poner en almoneda la construcción de un camino duradero de anchura suficiente para que se pudieran cruzar dos carretas. Desconocemos si comenzaron las obras o se retrasaron hasta 1531, pues en esta fecha nuevamente se habla de rematar ese ca­mino, quizá porque no se había podido culminar. En 1529 se acuer­da ejecutar caminos desde La Laguna hasta Taganana y Roques de Anaga, y al año siguiente se pregona conjuntamente con el de Santa Cruz, que en 1531 estaba ya finalizado, y en este mismo año se decide acometer el de Candelaria, utilizando la misma vieja vía que desde el principio servía de enlace. La iniciativa particular tuvo algo que ver en la apertura de caminos. Por ejemplo, Marcos Verde hace en las pri­meras décadas del s. xvi un camino que llegaba hasta su molino y he­redad de Tahodio.

Como antes se apuntaba, tanto como la apertura y acondiciona­miento de los caminos, importaba su mantenimiento, que será motivo de un ingente esfuerzo tanto del Cabildo como a veces de los lugares a los que beneficiaba, cuyos vecinos en más de una ocasión serán forza­dos por aquella institución para que colaborasen en la restauración del tramo de vía que afectaba a ese lugar. El principal agente dañino son las lluvias, cuya irregularidad y carácter torrencial en ciertos días del año provocaba interrupciones totales del tránsito o notables escollos para el mismo. Es raro hallar un año en el que no se ordene la repara­ción del camino que conducía a La Orotava, a Santa Cruz o a Candela­ria. Podemos comentar algún que otro documento representativo de las docenas que nos proporcionan las sesiones capitulares, pues muchos son reiterativos o lacónicos.
A fines de 1559, el exceso de lluvias ha desbaratado los caminos: el que iba a Santa Cruz, y el que iba a La Orotava, Los Realejos y La Rambla hasta S. Juan. En 1561, debido al exceso pluvial la vital red viaria que iba desde la capital hasta Buenavista estaba desbaratada y cruzada por barrancos que en diferentes puntos impedían el paso a caba­llo, por lo que se dispuso un preciso plan de reparación. En la vertiente sur, los caminos desde la capital hacia las bandas de Abona y Adeje pasaban por la cumbre, y debido al invierno apenas se podían atravesar. Se proyectó que desde Candelaria, por Agache, se pudiera trazar una ruta por las costas y medianías sin llegar a la cumbre, acordándose in­formación sobre ese particular y un gasto para reparación de 50 doblas. En cuanto al trayecto desde La Laguna hasta Candelaria, lo mandaría re­parar Juan de Valverde por 15 doblas, mientras que para aderezar el ca­mino que comunicaba con Santa Cruz se gastó lo necesario.

En el invierno de 1580, las avenidas de agua habían formado una barranquera a la salida de la Laguna, en la zona de enlace con el cami­no a La Orotava, que nuevamente debía ser adobada. En el último decenio del siglo se emprenden dos obras importantes. Por un lado, en 1593 ese tramo inicial del camino a La Orotava se adereza convenien­temente a manos de un cabuquero, que echaría en los cimientos pie­dras gruesas para disponer encima el empedrado, si bien teniendo la precaución de hacer un estribo pétreo para sustentar la fábrica. Por otro, dos años más tarde, en 1595, se contrata la apertura del camino que debía conducir desde la capital hasta Vilaflor pasando por la fuen­te del Adelantado y adentrándose en la cumbre hasta llegar a la fuente de los Castrados, desde donde se seguiría hasta la fuente de la Roza, y continuando por la cumbre por encima de La Orotava a través del Llano de Manja se entraría en las Cañadas, donde estaba el camino or­dinario que unía a La Orotava con Vilaflor.
Ya en el s. xvii, en 1612, las lluvias habían hecho los caminos tan intransitables que no se podían trajinar mantenimientos ni sacar los fru­tos, porque el problema de fondo siempre fue económico: la ciudad debía contar con los productos que le llegaban de las áreas comarcanas y de La Orotava, y a la vez era preciso que se pudieran exportar los vinos. La financiación de las vías en esta ocasión deja las cosas claras desde el punto de vista del Cabildo: mientras el camino al puerto capi­talino se costeaba con los propios, los conducentes a El Sauzal, Tacoronte, Acentejo o La Matanza debían reformarlos los alcaldes pedáneos con los vecinos. Pero no era tan sencillo convencer a los habitantes de los pueblos afectados de que la carga debía recaer sólo sobre sus es­paldas, y el Ayuntamiento tiene que ceder y prometer una ayuda para predisponer a la gente de esas localidades a que pusiera manos a la obra. Pero la verdad es que ni la hacienda concejil hacía fácil siquiera acudir a acondicionar el camino a Santa Cruz, pues los acreedores no pagaban"7, y así observamos cómo el Concejo debe reiterar a los alcal­des la orden primitiva sin encontrar mucho eco. La misma desobedien­cia de los alcaldes lugareños es patente dos años más tarde, y no servía de mucho la filosofía municipal de que el cuidado de esas vías corres­pondía a los pueblos. En 1628 serán los caminos que unían a la ciu­dad con Tegucste el Nuevo y con Tegueste el Viejo los que deban arre­glarse, y con esa finalidad se gastan 150 rs. en cada uno, pero como no es suficiente se decide apremiar a los propietarios de viñas de aquellos pagos para que ayuden con sus criados y esclavos.

En otros años de la centuria, como 1633 y 1674, se ordena el arre­glo del camino a Candelaria, que a las primeras lluvias resultaba seria­mente dañado; en la última de las fechas citadas, nuevamente el Cabil­do traspasa la responsabilidad de la reparación a los alcaldes de Cande­laria y El Rosario ante su imposibilidad financiera. En 1688 se gastan por lo menos 1.500 rs. para arreglar el camino a Santa Cruz, para lo cual se estaban barrenando con pólvora algún pedazo de risco.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia. Tomo I. Volumen I.:33y ss.)

1612 abril 9.
El Cabildo colonial de Tenerife e solicita licencia a la metrópoli real para
traer de Portugal mil ducados en moneda de plata pequeña (LL: D.XIII/13), a la vez
que fabricar en Castilla 3 ó 4.000 ducados.

1612 abril 9.
Notas en torno al asentamiento colonial europeo en el Valle Sagrado de Aguere (La Laguna) después de la invasión y conquista de la isla Chinech (Tenerife).

La vigilancia sobre los detallistas. .
La Laguna contaba con un alto número de expendedores habitua­les de mercancías, excluyendo a los que esporádicamente podían ofre­cer sus productos en la plaza. Vendederas, panaderas, mesoneros y ta­berneros no faltaban. Se habrá reparado en la asignación de género a esos oficios, que respeta el de la época, sin duda porque entonces la mayoría aplastante de hombres o mujeres en los mismos determinó esa adscripción genérica.

Se puede decir que los que despachaban alguna suerte de vitualla, fuese cual fuese su denominación, no gozaban de una especial consi­deración social ni de mucho crédito, por decirlo con cierto eufemismo. Los muchos fraudes y engaños los convertían a todos en sospechosos, igual que a los carniceros o molineros.

Las panaderas, desde temprana fecha son obligadas a inscribirse en un registro municipal (1627), y amasaban tanto el cereal particu­lar como el que el Ayuntamiento, como ya hemos visto, les confiaba periódicamente, sobre todo en épocas de escasez. Una las irregularida­des que les atribuía el Cabildo era el muy deficiente peso del pan, que incluso llega a ser despachado a la mitad de lo establecido; asimismo se les achacaba en ocasiones una mala calidad en el amasado y coc­ción, así como la distribución clandestina del producto, que se presta­ba más aún al dolo. Por ello, además de insistir en el respeto a sus nor­mas, la autoridad municipal exige la venta pública y emplaza a los ta­berneros para que no fuesen cómplices en sus establecimientos.
Tanta o más atención le merecen al Ayuntamiento las vendederas, sobre todo a partir de su configuración en colaboradoras involuntarias en la percepción de los donativos del Seiscientos. Pero ya desde la centuria anterior las autoridades son conocedoras de su importancia y le dedican atención en sus debates. En ocasiones, como en 1584, se al­zaban con lo que los vecinos les daban a vender, situación que origina un vivo debate municipal en busca de la solución menos mala. Existía consenso sobre la necesidad de un registro de tales expendedoras, que debían comparecer a ese efecto ante el escribano municipal, y poste­riormente los diputados les darían instrucciones y señalarían cómo de­bían exhibir sus fianzas. En lo que existe desacuerdo es en el número, pues algunos piensan que se debe fijar un máximo. Bernardino Justiniano defendía la necesidad de limitar su cantidad por su condición de mujeres pobres, que no ofrecían sus productos al consumidor con la limpieza requerida, y además se trataba de mugeres de mal bibir, de las que los hortelanos se quejaban a diario porque les pagaban mal su mercancía, mientras ellas las revendían a alto precio. Una táctica para poner coto al lucro inmoderado, sobre todo cuando las posturas se modificaban al alza, era tasar el margen de beneficio de las vende­deras en algunos productos, como el vino. Por ejemplo, en 1609 se fi­jaba el vendaje en 10 rs./bota, y se sube a 12 rs. en 1612, a 16 en 1615, a 22 en 1625. Pero eso no bastaba en un mercado interno fragmenta­do, con numerosos ofertantes e intermediarios. Vendederas y pequeños y medianos cosecheros se presionaban recíprocamente e intentaban sacar provecho según la coyuntura. Por ejemplo, en 1638 se denuncia que los cosecheros que actuaban como fiadores de las vendederas — precisaba de una fianza anual cualquier ventero para ejercer su ofi­cio—, les exigían que sólo les comprasen el vino a ellos al precio que les fijaban.
Otra forma de luchar contra la inflación es vigilar que las vende­deras se limiten a despachar lo que directamente se les confíe a tal fin por particulares productores, sin regatonear ni ofertar géneros suyos propios, pues además eso conducía a adulteraciones. Es más que du­doso el éxito en esa tarea, pues en 1641 se sigue encomendando vigi­lancia en ese sentido, además de plantearse seriamente el sellado de las bocas de las pipas en La Laguna para evitar el enorme fraude exis­tente en el despacho de vino. Ocurría que después de otorgar licencia el diputado por 10 ó 12 días para vender 1 bota de vino, previa inspec­ción de una muestra, a los 2 ó 3 días, después de haber expendido las vendederas 3 ó 4 barriles de esa bota, los vertía de diferente dueño y llenaba esa pipa. Del fraude se derivaban varios inconvenientes: por un lado, para el dueño principal de esa bota (el cosechero), al que no se paga alegando que no ha despachado ningún vino de esa bota, y ade­más era muy probable que el vino añadido dañase el principal y lo perdiese el dueño; por otro, queda desprestigiado el diputado que ha efectuado la cata. Por si fuera poco, había taberneros con suficiente caudal para comprar vinos a bajo precio, y si les parecía vendían su vino y no recibían ninguno de los vecinos; ante esto, poco podía hacer legalmente el diputado, pues si hallaba la pipa llena no podía obligar­los a aceptar más vino.

El número de vendederas en la isla era elevado, y aunque con mo­tivo del cobro del donativo se pretende limitar a 160 en 1641, se recti­fica en ese mismo año ante el aluvión de solicitudes, por lo que se conceden 200 licencias. Si nos ceñimos a la capital, seguramente la cifra sea muy superior a las veinte que registra el repartimiento de trigo ordenado por el Ayuntamiento en 1642 para contribuir a obras en el Consistorio.

De hecho, lo comprobamos pocas décadas más tarde, pues pronto el número de vendederas y su ineficaz control se convierte en uno de esos típicos temas recurrentes en los debates concejiles. En efecto, en 1678 algunos regidores lamentan la excesiva cifra de más de 120 vendederas que operan en La Laguna, que además se despreocu­paban de dar cuenta, pues se debían más a su numerosa prole, mien­tras sus maridos abandonaban sus oficios para administrar el caudal ajeno embolsándose el 20% de beneficios en la expedición de mante­nimientos. De paso, perjudicaban al pequeño cosechero vitícola, que no podía contar a tiempo con la liquidez necesaria para la fábrica de su vid, ya que preferían a los regatones en la venta.
Acerca de los taberneros, una denuncia-propuesta del regidor d. Alonso Gallegos en 1629 advertía del excesivo número de los mis­mos en La Laguna. Les recriminaba el edil que algunos, más que ta­berneros, tenían una bodega de vino que aprovechaban para hacer es­tanco de mantenimientos y actuar como regatones, y esto ocurría in­cluso en la plaza, cuando además era gente robusta que podía ocu­parse en labores agrícolas. El caso es que el razonamiento era com­partido por sus compañeros de corporación, pero el gobernador no puede intervenir por la ausencia de quejas vecinales. Ya compro­baremos en la tercera parte de este trabajo que los mesones y taber­nas eran considerados fuente de no pocos males y de encubrimientos de delitos, y de qué manera se intentó, vanamente, regular sus servi­cios. Respecto a los mesoneros, indica Pfandl que esa palabra era sinónimo de ratero, y tanto sea profesión como la de ventero no goza­ba de excesiva estimación social.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia La Laguna durante el Antiguo  Régimen desde su fundación hasta el siglo XVII. Tomo I. Volumen II.: 602 y ss.).

1612 julio 16.
Un navío inglés procedente de Virginia arriba a Santa Cruz (Tenerife); el conoci­miento de la arribada, según la R. Audiencia, corresponde al Ldo. Rada, teniente de gobernador, quien suelta a los presos; protesta el juez de Indias, a quien el Consejo da la razón. (Morales Padrón 45).

1612 julio 26.
Nuevas ordenanzas del comercio canario, repetidas con apercibi­miento por real cédula de 1/9.1638 (Cedulario, II, 44 - 9 y 72 - 9). Se podrán en­viar frutos de la tierra, pero con la flota (salida de 20 a 30 de julio) para Antillas y México, y para Tierra Firme (de 20 a 31 de diciembre) que puedan salir, vean o no vean la flota. Al mensajero del Cabildo que solicita se suprima la limitación de la cargazón, se le contesta en el Consejo de Indias que «pedían y se cansaban en vano».

1620.
Los colonos familia Soler en Achbuna (Abona,Tenerife) y el heredamiento de Chasna, orígenes del Mayorazgo de los Soler.

“En Abona, debemos ocuparnos de otra familia, los Soler, apellido que quedó vinculado a la comarca hasta el siglo XIX. Procedentes de Cataluña, concre­tamente de Tarragona, llegaron a la Isla a raíz de la conquista donde obtuvie­ron repartimientos.
A través de una información de nobleza hecha a solicitud de Juan Soler de Padilla, ante Agustín de Mesa en 1612, y protocolado a instancia de su mujer María del Castillo y Ayala, hallándose su esposo ausente en Indias, en 1620, ante Cristóbal de Guillen, escri­bano de La Laguna, podemos conocer algunos aspectos sobre su origen y ascendencia: "...que el dicho Juan Soler, Padre del dicho Capitán Pedro Soler, Regidor y Abuelo de los dichos Juan Soler de padilla y los demás sus hermanos, fueron hijos legítimos de Pedro Soler y de Juana de Padilla sus Padres, y estos fueron naturalmente Caballeros hombres nobles de casa y solar conocido de lugar de Constan (Constantí) cercano de Ciudad de Tarragona en el Reyno de Cataluña, a donde tienen casa y solar conocido, según lo tienen averiguado el Capitán Baltazar Soler por ser tío del dicho Capitán Pedro Soler, hermano del dicho su Padre...".
Estos extremos vendrían a ser confirmado por declaración de testigos, así el labrador Diego Pérez manifestará: "...que sabe como el dicho Capitán Pedro Soler era hijo legitimo de legitimo matrimonio del Capitán Juan Soler y de María de Cárdenas, a los cuales este testigo conoció ...que el dicho Capitán Juan Soler, padre del dicho Pedro Soler y Abuelo de los dichos Capitanes Juan Soler de Padilla y de los demás sus hermanos, eran hijos de legitimo matrimonio de Pedro Soler y de Juana de Padilla su muger, a los cuales este tes­tigo conoció en este lugar de Vilaflor, donde tenían su Casa y haciendas... y que fueron fun­dadores de este lugar, y que decendia de Casa noble y solar conocido que había en el Reyno de Cataluña y las demás partes y lugares conocidos en esta, por que asi lo entendió de muchas personas este testigo que en aquellos tiempos los conocían, y los dichos Pedro Soler y Juana de Padilla fueron fundadores de la Iglesia de este lugar".
Para comprender sus orígenes y trascendencia en las bandas de Abona debe­mos remitirnos de nuevo a las datas concedidas tras la conquista, concretamente a la asignada a Jerónimo de Valdes, Andrés Suárez Gallinato, Guillen Castellano y Fernando de Espinosas, y que dice:
"A todos cuatro juntamente un río o arroyo de agua con todas las tas. q. con la dha. agua se pudieren aprovechar, la cual es en esta isla de Tenerife, que se llama en la legua de Tenerife, Chasna y junta los términos entre el reino de Abona y el reino de Adex, lo cual vos do por lo mucho q. habéis servido en la conquista de estas dos islas q. yo he ganado por mandato de sus Altezas. ll-Vlll-1504.(Reverso. Renuncia y cesión de los cuatro a favor de Sancho de Vargas, alcalde mayor. 21-UIa20-Vde 1508..."4S.

Esta concesión del Adelantado viene a suponer la génesis de la Casa Soler en Abona, siendo su interpretación motivo de numerosos pleitos. La propiedad pasó de los herederos de Vargas -Diego, Alonso, Luis, y Juan de Vargas - por título de venta y por precio de 15.000 maravedís, a Juan Martín de Padilla, por escritura dada en La Laguna el 15 de agosto de 1525, ante Antón Vallejo: "...herederos e susesores es a saver el dho Rio e arólos que se llama Chasna con todas las tierras pue pudiere aprovechar según en el dho titulo y donasiones..." .
La oscuridad que envuelve hechos tan lejanos llevará la polémica a esta venta. Así, los contradictores en el siglo XIX afirmarán que Diego de Vargas vendió a Juan Martín Padilla cuatro partes de las once que corresponderían a otros tantos hijos de Sancho de Vargas, mientras que por la contraria se habla de la totalidad de la data, planteando que, en cualquier caso, habría de demostrarse quienes habían adquirido las 7/11 partes del heredamiento.
En 1720 se ordenó, a petición de Pedro Soler y Castilla, vecino de Garachico, para guardar su derecho y el de sus sucesores al heredamiento y mayorazgo del lugar de Vilaflor, que el escribano de las bandas de Abona protocolase en el Registro Corriente de Instrumentos Públicos la escritura dada por el Adelantado a los regidores que le habían ayudado en la conquista, Andrés Suárez Gallinato y otros, así como el traspaso a Sancho de Vargas, y la venta que los herederos de éste hicieron a Juan Martín de Padilla.
La hija del nuevo titular, Juana de Padilla, contrajo matrimonio con Pedro Soler, de cuyo enlace hubieron seis hijos, a saber: Gaspar Soler, regidor, sería también capi­tán de la Compañía de Infantería de Abona y Vilaflor, casó con Jacobina de Arguijo; Juana casada con Luís Carrillo de Albornos; Pedro Soler, Beneficiado de la Parroquia de los Remedios de La Laguna; Baltasar, se alternó con Gaspar en el mando de la Compañía de Infantería de Abona y Vilaflor, fue capitán en 1579, se ausentó en Indias (se decía que tenía sus herederos en la ciudad de Trujillo); Isabel casada con el Licenciado Albornos, y por último Juan Soler de Padilla casado en 1552 con María de Cárdenas y Guerra, hija de Hernando Esteban de la Guerra y de Juana Martínez.
De este último matrimonio nacería Juana Soler casada con Rodrigo Hernández Lordelo, Andrés Soler y el futuro fundador del mayorazgo, Pedro Soler de Padilla, quien fue regidor por renuncia de su tío Gaspar en 1578, y desempeñó la capitanía de Abona y Vilaflor, hasta que en 1594, al unirse en matrimonio con María de Cabrera, hija de Rodrigo Alvarez y Águeda de Cabrera, se estableció en Icod, aunque dos años más tarde volvió a desempeñar la capitanía de las bandas de Abona y Vilaflor".
Poseía, además, Juan Soler una hija llamada Juana, que contrajo nupcias con el capitán Juan Monsalve. Ésta, según el testamento otorgado antes de partir para Castilla por Juan Soler el 3 de agosto de 1551 ante el escribano de Los Realejos Juan Vizcaíno, vivía en compañía de su madre María de Padilla.
El capitán y regidor Pedro Soler (el mayor), tras la obtención de sus primeras propiedades, cimentó un ingenio que con el tiempo sería la base de su fortuna. En unión de su esposa Juana de Padilla procedería a fundar el pueblo de Vilaflor, y siguiendo la costumbre de la época, para que a los vecinos no les faltase pasto espi­ritual fabricó una ermita bajo la advocación de San Pedro Apóstol, cuya imagen de alabastro fue conducida desde Cataluña.
Como hemos señalado en líneas anteriores el regidor Pedro Soler se va a enfrentar a las pretensiones de Pedro de Ponte -con quien rivalizaba en el comercio con los ingleses-, de conseguir la jurisdicción de Adeje, muestra innegable de la fuer­za con la que se asienta en la comarca. La Casa Soler al igual que ocurría en Adeje, mantuvo una provechosa amistad con el pirata inglés Hawkins: "John Hawkins debió experimentar repetidas veces la acogida cariñosa que la familia Soler le deparaba en sus posesiones de Abona, mientras los navios cargaban lentamente sus bodegas con el rico producto del suelo tinerfeño". Sobre la visita del pirata en 1560 a la Isla, los testigos señalan: "una nao en que trajo muchos paños y fue recibido humana­mente y los vendió publicmante y lleno de acucares del ingenio que Pedro Soler y sus hijos tenían en Abona..." ".
El crecimiento de Vilaflor va a determinar que siendo obispo Diego Deza, la antigua ermita erigida en honor de San Pedro se convierta en Parroquia y Beneficio, separándose así del de Daute, aunque la nueva institución religiosa seguía mante­niendo la misma superficie que había tenido la ermita. Al objeto de dar respuesta a este inconveniente, por el obispado se tratará sobre su fábrica con Pedro Soler, el mayor, lo que le llevará a la construcción de la Capilla Mayor para que fuese suya y de sus descendientes, con su patronato. En definitiva, por Real Cédula de 10 de abril de 1560, según apunta Viera y Clavijo, y por auto de 8 de octubre de 1568 dado por el Visitador Juan Salvaje, se erigió la ermita en Iglesia-Parroquial (ratificado el 4 de diciembre de 1574). Se dispuso se hiciese la Capilla Mayor como había deter­minado en su testamento Pedro Soler, concediéndole el patronato para sus suceso­res, con todos los honores que se otorgaban a los fundadores de iglesias, y capillas, como el tener asiento tanto el patrono como su familia, así varones como mujeres, sentándose al otro lado las personas honradas del pueblo.

A lo largo de los siglos, veremos como la familia Soler se irá extendiendo por toda la geografía insular, manteniendo, en términos generales, una tendencia absentista respecto a sus propiedades de Chasna, debido a los múltiples intereses que los vin­culaban con otras partes de la Isla, y en particular con la capital de la misma. A través de la vía matrimonial entroncará con la oligarquía isleña, como por ejemplo con los marqueses de La Fuente de Las Palmas, con los marqueses de Siete Fuentes, y con las familias más sobresalientes en las bandas del Sur de Tenerife, como los Castillo de Granadilla, con quien se produce una clara endogamia.” (Carmen Rosa Pérez Barrios, 1998:55  y ss.)


2 comentarios:

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  2. Gracias por publicar, soy descendiente de Baltasar Soler y Padilla,

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