martes, 5 de julio de 2011

LA ESCALA DEL BOUNTY EN SANTA CRUZ DE TENERIFE




Eduardo Pedro García Rodríguez

A primeros de enero de 1788, los vigías del Castillo de San Cristóbal, izan en los mástiles del telégrafo la señal de “vela a la vista”. Efectivamente, frente a la plaza y puerto de Santa Cruz de Tenerife, se destacaban las blancas velas de un navío de gran porte, que pausadamente, arrumbaba hacía la bahía. Sobre las diez de la mañana, el majestuoso buque, - en cuya popa ondeaba la bandera imperial inglesa – dejaba caer el ancla en la rada santacrucera, quedando a resguardo, a la altura de la “playita” de San Antonio.
Sus ancoras, posiblemente afirmadas muy próximas al destrozado pecio del cúter Fox, que fue echado a pique 11 años antes, en la fallida invasión a la plaza del almirante Nelson, cuyo brazo – junto al cadáver de uno de sus marineros –fue arrojado al fondo de la bahía. En éste mismo lugar de la rada o muy próximo a él, también tensó sus estachas quince meses antes, otro navío que hizo historia el Resolution comandado por otro gran marino y explorador inglés, el Capitán Cook, el cual arribó el primero de Agosto de 1776. El Resolution>  antiguo navío mercante acondicionado por el almirantazgo inglés, para viajes de exploración. Esta expedición era la tercera que  acometía el insigne  marino, explorador y naturalista, durante el transcurso del mismo el Capitán Cook, hallaría la muerte en un enfrentamiento mantenido con los nativos de la isla de Tahíti, en el Océano Pacifico.
El Capitán Cook, tenía encomendado en este su tercer viaje encontrar un paso marítimo por América del Norte desde el Pacífico. Cook, aprovechó la escala en la isla para visitar a su amigo y paisano el comerciante Mac Kay en su casa de campo, situada en la carretera de Santa Cruz a La Laguna frente a la actual finca de España, casona que aún hoy podemos contemplar  desde la carretera general aunque  “ahogada” por un collar de nuevas urbanizaciones. En la recova de Santa Cruz, por esas fechas no abundaban los frutos frescos  excepto limones  de los cuales  hicieron un gran acopio siendo consumidos durante el viaje a las islas de Pacífico.
Durante el viaje no se dio ningún caso de escorbuto, lo que determinó que la armada británica obligara el consumo de este fruto en todas las naves de su flota. El 4 de Agosto Cook emprendió su último viaje desde nuestro puerto, para encontrarse con su destino.
 
Un bote a remos, aborda al Bounty por la banda de estribor, en él, viajan los funcionarios de sanidad del puerto y el cónsul de su Majestad británica en Canarias. Una vez obtenido el debido permiso de abordo,  hacen uso de la escala y hacienden hasta la cubierta, donde son recibidos por el Capitán  Wiliams Bleigh, comandante del Bounty. Entre el equipo científico que viajaba a bordo del Bounty, se encontraba David Nelson, jardinero del Botánico de Kew quien recorrió los alrededores de la ciudad herborizando en los Valles de Tahodio y montañas próximas, mientras la tripulación descansaba y recorría Santa Cruz, el segundo de abordo oficial Fletcher Cristian, - futuro jefe de los amotinados – realizaba diversas gestiones en la plaza  encaminadas a suministrar al buque de diferente efectos para su avituallamiento.
El Capitán Bleigh,  recorre las calles de la ciudad interesándose por las peculiaridades del país, y muy especialmente por la economía de la isla  escribe sobre la exportación de los vinos del país, calculando la exportación de los mismos en unas veinte mil pipas. En sus bodegas, se cargaron vinos, víveres, piedras  Chasneras para destilar agua, y posiblemente alguna momia guanche a las que tan aficionados eran en regalar los personajes “ilustrados”  de la época, a los científicos europeos que recalaban en nuestro puerto. Cabe preguntarse sí estos “ilustrados” habría regalado los cadáveres de sus abuelos y tatarabuelos, con la misma liberalidad que los hacían con los de los Guanches. Es más que probable que las momias que así se regalaban, acabasen convertidas en “polvos de momia” pues es bien sabido que, una de las panaceas de la farmacopea europea para curar todos los males, consistía precisamente, en polvos de momias, siendo esta una de las causas directa por la cual se destruyeron miles de momias egipcias, Canarias y del “Nuevo Mundo”, debido a los elevados precios que por ellas se pagaban en Europa, dándose el caso de que en Inglaterra, llegaron a emplearlas en las mezclas de piensos para alimentar las vacas, y en Canarias, algunos pastores cuando descubrían alguna cueva sepulcral, arrojaban los despojos a las cabras para que estas los lamieran, en la creencia de que así les proporcionaban a los animales una fuente de calcio, Y que  libraban a los mismos de determinadas enfermedades.
 Volviendo a nuestro buque, una vez debidamente pertrechado, el Bounty se despide de nuestro puerto el día 10 de enero de 1788. Rumbo a un destino que le llevaría a formar parte de los hitos de la navegación del siglo XVIII, más que por los logros de su misión científica, por el trato despótico e inhumano que su feroz Capitán Wilian Wleigh deparó a la tripulación, propiciando con ello la mentada rebelión.

WILLIAM BLEIGH
El Capitán William Bligh, nace en Tynten, (Inglaterra) en el año 1.753, y muere en Londres  en 1.817.
Después de acompañar al Capitán Cook, en su segundo viaje, (1.772-74), se le confirió el mando del Boonty, en 1.787 con ordenes de ir a Tahití en busca de plantones  del árbol del pan y llevarlas a las Indias Occidentales, con el fin de obtener alimento abundante y barato para sostener a los esclavos.
Durante viaje descubrió el archipiélago al que bautizaría con el nombre de su buque (1.788). Después, el temperamento exageradamente ordenancista de Bligh y su extremada severidad, rayando en lo despótico, vino a provocar el creciente descontento de la tripulación, que por fin el 28 de Abril de 1.789, se amotinó y lo hizo prisionero. El jefe de los sublevados  el segundo oficial Cristian Fletcher, de acuerdo con éstos, dispuso el abandono de Bligh, en una lancha en compañía de 18 marineros que le permanecieron leales; Bligh, sin armas y pocos víveres, efectuó un sorprendente viaje de más 5.000 millas, que aún hoy despierta admiración y le acredita de gran navegante, pudiendo llegar a Timor y de allí volver a Inglaterra, para embarcar de nuevo en 1790 con la misma comisión de ir a recoger plantones del árbol del pan.
William Bligh, fue con el tiempo gobernador de Nueva Gales del Sur (de 1805 a 1808), donde su carácter moldeado con los miedos y temores a su superiores debido a su manifiesto complejo de inferioridad al proceder de un estamento social humilde, motivó que continuase escudándose detrás de actitudes tiránicas. Este talante de  Wligh motivó también el levantamiento de los colonos, quienes lo hicieron prisionero. Al lograr la libertad  volvió a Inglaterra, y en 1811 alcanzó el grado de Almirante.
JOHN ADAMS,
Uno de los sublevados del Bounty, nace en 1764, muere en Picairn en 1829. Su verdadero nombre era Alejandro Smith y embarco en el Bounty, en abril de 1789, se sumó al motín contra su comandante Bleigh, por el comportamiento despótico de éste, cuando se hallaban cerca de las islas Otaiti.
Los sublevados se dirigieron a Tahití, pero como no estuvieran de acuerdo en la conducta a seguir y ya algunos comenzaran a lamentar el delito cometido, pese a las circunstancias que les indujeron a él,  dividieronsé en dos grupos: uno fue partidario de permanecer en Tahití, donde fueron capturados por los ingleses, que tras ser sometidos a un consejo de guerra, se decretó para todos la pena de horca, y así se ejecutó; al otro grupo se sumaron varios tahitianos de ambos sexos, 6 hombres y 12 mujeres, dirigiéndose a la pequeña isla de Pitcairn, que si bien había sido descubierta por Charteret 1767, se hallaba deshabitada.
En la diminuta colonia se produjeron graves disensiones y luchas crueles, en medio de una existencia miserable; el grupo que en 1793 estaba formado por  Adams y tres compañeros y 12 mujeres indígenas y varios niños, se vio al cabo de pocos años falto de dos de los sublevados, uno por haberle dado muerte un marido tahitiano ultrajado y otro por suicidio al arrojarse al mar en un ataque de locura como consecuencia del hábito de beber en exceso el jugo de ciertas raíces que el mismo había logrado destilar. Adams y su compañero Young consiguieron al fin organizar la vida de la colonia y ello la hizo prosperar.
Enseñaron la religión cristiana a sus hijos y pasando el tiempo recibieron la visita del misionero Buffet. En 1814 estuvo allí la fragata inglesa Bretor en viaje a Chile y en 1825 cuando el capitán Beecheg los visitó de nuevo, los habitantes sumaban ya 70 y Adams era llamado el Patriarca de Picairn por el sentido religioso que imprimió a la colonia.
 EL PUERTO DE SANTA CRUZ SEGÚN ALGUNOS VIAJEROS DEL SIGLO XVIII
Durante el siglo XVIII y más concretamente durante el último tercio del mismo, el puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife fue el de mayor tráfico marítimo de las islas Canarias. Las  armadas europeas tanto comerciales como científicas( y por supuesto las de guerra, aunque frecuentemente era difícil distinguir las unas de las otras),  hacían escala en nuestra isla para preparar los navíos, arrancharlos, y dar un descanso a las tripulaciones antes del gran salto hacía el Océano Atlántico. Algunos de los viajeros de estas armadas dejaron escrito sus impresiones de la Villa y puerto de Santa Cruz, a continuación expondremos de manera resumida algunos de ellos. El astrónomo y naturalista Francés, Louis Feuillée en su obra,  “Viaje a las islas Canarias”, - el cual tuvo lugar en 1724 (anteriormente en 1708 había realizado una escala en Tenerife) nos dejó el siguiente relato sobre el lugar Plaza y Puerto de Santa Cruz de Tenerife:
“Santa Cruz es una pequeña ciudad en la isla de Tenerife, construida al borde del mar en el este de la Isla, muy expuesta a los vientos que soplan de ese lado. Estos vientos hacen que la maniobra de acceso a tierra sea muy difícil  y peligrosa. Las grandes olas que llegan del inmenso océano rompen contra las costas con una violencia impresionante y un ruido espantoso, obligan a los navíos a atracar de costado, ya que si por desgracia el viento impulsa hacía atrás  un barco fondeado, éste  podía estrellarse contra la costa y romperse. La línea de costa es siempre muy elevada, sólo hay una pequeña ensenada arenosa al este de la ciudad, en donde se puede descender a tierra cuando el mar está en calma, es decir, por la mañana y por la tarde.”
Esta pequeña ciudad tiene alrededor de trescientas casas. La parroquia es muy bonita, hay dos conventos, uno de los franciscanos, muy apreciado por su regularidad y el otro de los dominicos Los calores son excesivos en ella en todas las estaciones del año.
           
La ciudad y la rada están defendidas por tres fuertes, una plataforma y varias fortificaciones a lo largo de la costa. La ciudad está obligada a mantener los fuertes de San Juan y San Cristóbal y a pagar sus guarniciones(2). Tiene el privilegio de nombrar cada año a los comandantes, que el Capitán General de las Islas aprueba tras la propuesta; éste nombra al comandante del tercer fuerte llamado del Santo Cristo del Paso y de las fortificaciones, para las que el Rey da el dinero para los gastos de la guarnición y el mantenimiento”.
En las Constituciones, y nuevas adiciones  Sinodales del Obispado de las Canarias, constituciones que tuvieron lugar en el año de 1733, el Obispo D. Pedro Manuel Dávila y Cárdenas, imprimió – entre otras – sus impresiones del puerto de Santa Cruz en los siguientes términos:  “Tiene este Lugar un Beneficio, provision de su Magestad, Iglesia muy buena, y decente, quatro Hermitas, que son la de nuestra Señora de Regla, San Andrés en el Valle de Salazar, San Telmo, y la San Sastian. Compónese  de 1367 casas, en que viven al presente 6568. Personas. Este puerto es donde concurre oy el Comercio de las Islas. Tiene dos Conventos, con bastante comunidad, uno de Santo Domingo, y otro de San Francisco. Esta este Puerto muy fortificado, y prevenido con tres Castillos, coronados de piezas, como las fortificaciones de la playa. Creo sera necessario poner en este Lugar Ayuda de Parroquia, por lo mucho que se ha aumentado, y se vá aumentando, y de dichas casas están en el camino de Regla 15, camino de la Laguna 5; en donde llaman los Campos 4; en el Bufadero 12; en el Valle de San Andrés 75; en el de Iguete 25; y los demás arruado”.
Un buen marino y excelente conocedor de Canarias, el inglés George Glas autor de la “Descripción de las islas Canarias. (1764)”, libro que le costó el ser encarcelado por orden del Comandante General de Canarias, ante la posibilidad de que iniciara una empresa de pesquería en el banco canario-sahariano, nos narra con la visión propia de un marino experimentado, sus impresiones sobre el desembarcadero de Santa Cruz: “...A corta distancia de la punta nordeste de la isla, llamada Punta de Anaga, hay algunas altas rocas perpendiculares;  a cinco o seis leguas, de allí, en el lado sudeste de la isla. Está la bahía o puerto de Santa Cruz, el más frecuentado de todas las Islas Canarias; la mejor ruta para navegar hasta aquí se encuentra entre la mitad de la ciudad y una especie de castillo, aproximadamente a una milla hacía el norte de aquella. En todo este espacio, los barcos anclan a una distancia de un cable de la playa, a seis, siete u ocho brazas de profundidad, o a media milla, con veinticinco o treinta brazas.”  ...hace unos años, casi todos los barcos que navegaban por esta ruta fueron lanzados hacía la costa por uno de estos temporales: algunos barcos ingleses se encontraban en aquel momento en la bahía, pero sus tripulaciones cortaron prudentemente las amarras, y así salieron del temporal con seguridad. En aquella ocasión, algunos marineros españoles declararon allí públicamente que habían visto al diablo en lo más alto de la tormenta muy atareado en ayudar a los heréticos”.

El siglo XVIII fue pródigo en sucesos acaecidos en la Villa y puerto de Santa Cruz de Tenerife, queremos incluir algunos de los mismos en éstas páginas, ello nos aproximará a la realidad política, militar y social de aquel siglo. Conste que no pretendemos con estas líneas, crear un tratado sobre la historia del puerto Santacrucero, solamente nos guía el deseo de divulgar algunos aspectos de nuestra historia poco o nada conocidos por las actuales generaciones, pido anticipadamente disculpas al posible lector  por los errores y defectos que puedan encontrar en las páginas que siguen, pues reconozco que mi osadía al emprender este trabajo, solamente es superada por el amor que profeso a mi patria Canaria y a su historia.
A principios de siglo, se  produjo uno de los hechos más relevantes acaecido durante la primera década del mismo. Como consecuencia de la guerra de sucesión a la corona  española entre el archiduque Carlos y Felipe V, la armada inglesa mantenía bloqueado el puerto de Cádiz. El tiempo debía transcurrir bastante monótono para la flota sitiadora, lo que impulsó al almirante Leake comandante en jefe de la misma, a que una división de su escuadra la denominada azul al mando del joven y recién ascendido contraalmirante  John Jennings girase una visita de reconocimiento e intimidación a las Islas Canarias. La isla escogida para esta algarada fue naturalmente la de Tenerife, considerada en aquellos momentos la más importante del archipiélago, las verdaderas intensiones  que traía la flota continua siendo aún  hoy un misterio, algunos autores especulan con la posibilidad de que la misión de la armada consistía en conseguir el que las islas levantasen pendones a favor del pretendiente, el archiduque Carlos, auto titulado - en aquel momento - Carlos III,  creemos que estos peñascos casi olvidados en el Atlántico simples bases para el cambio de aguadas de los barcos en ruta hacía las Indias occidentales, poca o ninguna importancia tenían para las potencias europeas empeñadas en aquella guerra de sucesión en la que, los aliados  perseguían la partición de la monarquía española y la posterior distribución de sus despojos.
Volvamos a la visita del contralmirante Jenning, al atardecer del día 5 de Noviembre de 1706, los vigías del semáforo de Anaga señalaron la proximidad de diez navíos extraños,  aunque la plaza estaba alerta debido a los acontecimientos que se desarrollaban en Europa, de momento la presencia de la flota no despertó sospechas pues se pensaba que podía tratarse de un convoy que se dirigía a las indias Occidentales, no obstante y por precaución,  aquella tarde se dio la alarma en Santa Cruz, La Laguna y lugares próximos,  viéndose la marina y alrededores concurridos de gran número de personas dispuestas para la defensa de la  plaza. Los castillos y baterías estaban preparados de antemano debido y bien provistos de munición y pólvora (cosa inusual en otras épocas) por las circunstancias de guerra, estaban preparados para repeler cualquier intento de agresión, estando al frente de los mismos sus respectivos alcaides, el teniente coronel  de designación real, don José Machado Fiesco gobernaba el castillo de Paso Alto; don Gregorio de San Martín, nombrado por la ciudad, el de San Cristóbal, y don Francisco José Riquel y Angulo, nombrado por el cabildo, estaba al frente del de San Juan.
El Comandante General de las islas, don Agustín de Robles y Orezana, quien tuvo encomendado el mando del país entre los años 1705 y 1709, se  encontraba ausente de la plaza, pues se había desplazado a la isla de Gran Canaria para resolver algunos contenciosos que mantenía con la audiencia de Canarias. Una ves más,  las milicias Canarias  tuvieron que defender el país de la agresión  de una potencia europea.

Al amanecer del día seis, los trece navíos de la flota de Jenning  ponían proa hacía el puerto de Santa Cruz, recortándose en el horizonte con las luces del alba, conforme se iban acercando, enarbolaron banderas francesas, luego suecas, para posteriormente izar banderas azules, verdadera enseña de la flota, por este echo, fue recordada esta batalla entre las gentes de la isla como “la invasión inglesa de la bandera azul”, los buques fueron tomando posición de combate, lo que disipó totalmente, las posibles dudas de los defensores, sobre las intenciones de la escuadra.
Sin embargo, no hubo sorpresa alguna, porque desde la noche anterior  habían sido movilizadas todas las milicias de la isla, siendo la marina de Santa Cruz el lugar de reunión de las mismas, y donde se fueron preparando para rechazar cualquier intento de desembarco por parte de la escuadra. La nobleza rivalizó en dar pruebas – como en ella  era habitual – de fidelidad al monarca, y desde la ciudad de La Laguna así como de los lugares más apartados del interior de la isla, fueron descendiendo a caballo con todas sus rutilantes armas, posiblemente bruñidas para lucirlas en el evento, causando admiración por su acompañamiento el marqués de Villanueva de Prado.
 El coronel de la caballería de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro, que se encontraba de visita en la Orotava, recorrió con otros caballeros, la distancia que separa esta villa del puerto de Santa Cruz, logrando llegar a tiempo para participar en la acción. Por su parte, los tercios de infantería se fueron concentrando en el lugar, puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, llegándose a reunir más de 4.000 milicianos en las primeras horas de la mañana. En este estado de armas se encontraba la plaza en la mañana del 6 de Noviembre de 1706.
Desde el castillo de San Cristóbal, se disparó un tiro de admonición como era usual, para que enviasen una lancha: el contralmirante Jenning hizo caso omiso a la invitación, y por el contrario dio orden de que los cañones de sus navíos  abriesen fuego contra los fuertes de la plaza. El cañoneo se mantuvo durante dos horas con nutrido fuego por ambas partes, en medio del tronar de los cañones, se vio como se separaban de la escuadra 37 lanchas repletas de soldados, que avanzaron hacía las playas de San Antonio y la de la Peñita  en compacta formación, en mitad de camino fueron detenidas por los disparos de los cañones de Paso Alto y de San Cristóbal, ya que el de San Juan no alcanzaba con sus tiros al grueso de la escuadra.
Algunos navíos se acercaron a tierra para tratar de proteger con sus cañones la maniobra de desembarco, pero el intenso fuego de los castillos y baterías les causaron considerables daños, obligándoles a retirarse fuera del alcance de los cañones. Ante cariz que iban tomando los acontecimientos, el contralmirante Jennig optó por parlamentar. Para ello, descubrió primero su verdadera nacionalidad enarbolando el pabellón de Inglaterra, enviando acto seguido (sobre las tres de la tarde), emisarios en una lancha enarbolando bandera blanca.
Una embarcación de los defensores se dirigió entonces a su encuentro recogiendo a los emisarios y vendándoles los ojos los trasladaron al castillo de San Cristóbal. Allí en presencia de los jefes de la defensa y del alcaide  San Martín, el Corregidor don José de Ayala y Rojas recibió a los parlamentarios ingleses, y recogió la carta que le remitía el almirante de la flota.
Reproducimos el contenido del escrito así como la repuesta dada por el corregidor  don José de Ayala, tal como las recoge don Antonio Rumeu de Armas, en su obra Canarias y el Atlántico.
“Excelentísimo señor:
 Soy mandado aquí con la esperanza de encontrar una escuadra francesa, no como enemigo, sino como amigo de los españoles. El haber tirado los navíos no fue por prescripción mía, pues apenas lo percibí, mandé llamarlos para fuera, no siendo mi intención que se cometiese alguna hostilidad a ese lugar. Me alegraré poder servir a V.E. o a otro cualquiera de esa isla todo cuanto fuere posible, pues  estamos en estrecha amistad con los españoles. No puedo dejar de asegurar  a V.E. cómo S.M. Católica el Rey Carlos III han tenido tantos sucesos sus armas este verano, que la mayor parte del reino y dominios de España están ahora debajo de su obediencia,  y no hay duda de que los franceses serán enteramente expulsados de España. Tengo orden de S.M. Católica para asegurar a todos los españoles de todas partes  de su protección, y que los que voluntariamente se sometieren a S.M. Católica el Rey Carlos, serán continuados en sus empleos y puestos que ahora gozan. Si V.E. es servido de cambiar rehenes para que vengan a bordo serán bastantemente  informados de todas las cosas y de la verdad de lo que aquí inserto; me hallará muy pronto para darle gusto, y no dudo será muy a su satisfacción. Quedo con mucho respeto de Vuestra Excelencia su más obediente y humilde servidor. = John Jenning. = A bordo del navío de S.M. el Binchier, 26(¿) de Octubre de 1706. = Las dos tartanas que van siguiendo los navíos, si salieren ser españolas se devolverán.”
 Creemos que la fecha de 26 de octubre insertada en el texto es un error de imprenta ya que la repuesta del corregidor Ayala, está fechada a 6 de Noviembre. Lo que nos da una diferencia de 12 días entre las fechas de ambas misivas, mientras que siguiendo la narración de Rumeu de Armas, la flota fue avistada por la atalaya de Anaga, el 5 de Noviembre,  atacó la plaza al amanecer del día 6, a las tres de la tarde Jenning, envío la carta al fuerte, siéndole contestada al día siguiente. En el transcurso de las operaciones fueron apresados por la escuadra dos pequeñas embarcaciones canarias, las que posiblemente fueron devueltas.
La repuesta dada por el regidor y redactada en similar  tono cortesano que, el empleado por Jenning, fue  escrito  en los siguientes términos:
”Excelentísimo señor:
   En vista de la de Vuestra Excelencia escrita este día, de a bordo de la nao el Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesanía de Vuestra Excelencia y respondo que a haber llegado desde el principio la lancha, en la conformidad que ahora, y como vuestra Excelencia muy bien sabe debe enviarse, hubiera  sido sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa Vuestra Excelencia  acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo: que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro Rey  y  Señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase su S.M. en diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos vasallos de S.M. Católica Felipe V (que Dios prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a Vuestra Excelencia la galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de Vuestra Excelencia para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. = Don José de Ayala y Rojas. = Excelentísimo señor don Juan Jennings”
Según el historiador don Alejandro Ciuranescu, refiriéndose a los resultados de la batalla  nos dice “en el campo de las cortesías chinescas, los ingleses resultaron derrotados”, nosotros pensamos que fue una pobre victoria para los canarios con un costo demasiado elevado.

 La Monarquía Española en aquellos momentos representada por Felipe V, quedó sumamente complacida de la defensa que de sus intereses hicieron sus fieles vasallos de la colonia, distribuyendo como era habitual en estos casos, algunas prebendas entre los miembros de la oligarquía tinerfeña que supuestamente más se destacaron en la defensa de los mismos. Las palmaditas en la espalda la recibieron en forma de sendos hábitos de ordenes militares concedidos al corregidor Ayala  y al castellano San Martín, a los defensores de a pie, su majestad, se dignó recordarlos en una carta dirigida al cabildo de la isla con fecha 28 de Diciembre de 1706. La prebenda recibida por el castellano San Martín, no fue bien vista por el virrey don Agustín de Robles, quien desató su ira contra él, haciéndole víctima de algunas tropelías, actitud esta – por otra parte – bastante frecuente por parte de los comandantes generales de aquella y de otras épocas, en sus funciones de representantes de los amos y señores de las islas, que son los gobiernos de la Metrópolis.
El puerto de Santa Cruz de Tenerife, fue tomando auge al mismo tiempo que el de La Orotava, aunque éste al estar relativamente más resguardado que aquel, absorbía mayor tráfico marítimo, y ambos se beneficiaron de la destrucción del puerto de Garachico el cual hasta unos meses atrás este puerto había sido el más importante de la isla.
  
La erupción del Volcán de Garachico, acaecida el 5 de Mayo de 1706 y que, había sido precedida de violentos movimientos sísmicos, de una intensidad superior a los que  seis meses antes habían anunciado las erupciones volcánicas de  Siete Fuentes el 31 de Diciembre de 1704 hasta el 5 de Enero de 1705, el de Fasnia que comenzó la erupción el 5 de Enero de 1705, el de Arafo del 2 de Febrero de 1705 hasta el 23 del mismo año. De estos desastres naturales el que más afecto a la economía de la isla, fue indudablemente el de Garachico, ya que por este puerto se exportaba la mayor parte de los vinos, y manufacturas producidas en las comarcas del noroeste de la isla, la Villa sufrió grandes daños en sus edificios, calles, y estructura comercial, quedando prácticamente arruinada, lo que obligó al desplazamiento de los exportadores y comerciantes hacía el puerto de La Orotava (puerto de la Cruz), y hacía el de Santa Cruz.
El auge e importancia que iba tomando el puerto de Santa Cruz, en franca competencia con el de La Orotava, y al estar éste más resguardado de los vientos, como hemos anotado anteriormente, gozaba de la preferencia de navíos para fondear en él, especialmente los que venían de tornaviaje de las América.
La presencia de buques cargados con ricas mercancías y productos exóticos de las Indias Occidentales y de Europa, despertaban la codicia de corsarios y piratas europeos, - y en ocasiones la de Canarios y Americanos – que, no dudaban en efectuar arriesgadas incursiones en la bahía con el objeto de arrebatar a algunas de las naves que se guarnecían bajo la esperada y no siempre efectiva protección de los cañones de los castillos, algunas de estas operaciones llevadas a cabo por los corsarios tuvieron éxito como podremos ver más adelante, otras, fracasaron. No obstante la ciudad fue en muchas ocasiones  escenario de las transacciones de piratas y corsarios quienes usaban esta plaza para el rescate de sus presas con la autorización – cuando no con la connivencia –, de los comandantes generales y demás autoridades de las islas, pero este es un tema que trataremos aparte.
Por los meses de verano del año 1719 fondearon en Igueste de San Andrés dos buques corsarios de su graciosa majestad Británica,  que es probable estuviesen operando sin ordenes pues ya la guerra entre ingleses y españoles se había concluido.
Habían apresado una embarcación que hacía la travesía de Santa Cruz a Las Palmas y querían quedarse con ella, para lo cual decidieron aligerar la carga y echaron a tierra a los tripulantes y viajeros prisioneros, los cuales al no ser gentes importantes por las que se pudiese pedir suculentos rescates les servían de estorbo. Estos mismos piratas habían apresado meses atrás a unos barcos cargados con trigo para la isla, dejándola prácticamente desabastecida.
En 1740 en la metrópolis se produjo una nueva guerra con Inglaterra, como consecuencia de la misma los corsarios ingleses infestaron de nuevo las aguas de las islas. Esta situación de merodeo por parte de los corsarios britanicos, perturbaba el tráfico entre las islas ocasionando con ello la falta de muchos productos de primera necesidad. Se organizó entonces no sólo la defensa pasiva, sino también la caza a los piratas, forma ésta de defensa que ya casi se había olvidado en las Islas. Como era habitual entre las potencias marítimas europeas, cuando entraban en conflictos bélicos expedían patentes de corso a favor de capitanes de su flota mercante e en ocasiones a navíos reales dedicándose éstos a hostigar al enemigo, apresando a los barcos mercantes y saqueando las poblaciones costeras y los puertos. La corona española concedió patente a algunos de los navíos mercantes mejor artillado. Uno de los capitanes patentados fue Antonio Miguel, patrón de la balandra Canaria San Telmo, éste apreso un bergantín inglés  que transportaba una carga de bacalao y una corbeta de la misma nacionalidad. Ambas embarcaciones fueron vendidas en Santa Cruz, el bergantín en 2.000 pesos y su carga de pescado en 9.000. Como toda acción produce reacción, los ingleses desplazaron a nuestras aguas un navío de 50 cañones con objeto resarcirse  de las pérdidas, después de cuatro días de acecho, logró apresar un barco  de Gran Canaria que, venía a Santa Cruz y que venía en lastre.
El acecho a la espera de poder capturar presas más o menos fáciles, por parte de los corsarios ingleses, continúa en nuestras aguas. En 1743 la balandra The Fox (la que probablemente participó décadas más tarde en el ataque de Nelson, y que fue hundida en el transcurso del mismo), al mando del capitán Erskine, y el corsario The Sphire, del capitán Charles Holmes, hicieron algunas presas en aguas Canarias, el primero apresó varios navíos cuyo rescate fue negociado en Santa Cruz; el segundo apresó dos barcos canarios con un total de 20 hombres.
Uno de estos buques transportaba el producto de su pesca en banco canario – sahariano; el otro era el bergantín San Telmo, del comerciante y corsario Antonio Miguel, quien de cazador pasó a ser presa.
El capitán Holmes se presentó con el navío The Saphire en la rada de Santa Cruz, el primero de junio de 1743 y envió aviso al comandante general don Andrés Benito Pinagnatelli,  notificándole que esperaría 24 horas en la Punta de Anaga por si le interesaba el canje de prisioneros y el rescate de los navíos, El general ya había convenido con Erskine la liberación de todos los prisioneros detenidos en Canarias, en cuanto a los navíos se avino a su rescate. El importe del rescate de los buques se solía pagar, en especie, vinos, aguardiente, harina, animales vivos y dinero, o ambos medios.
Un ejemplo de este tipo de rescate nos lo ofrece el corsario inglés Woodes Rogers, quien el 17 de septiembre de 1708 capturó una embarcación canaria de unas 25 toneladas, ésta de matricula del puerto de la Orotava, se dirigía a Fuerteventura conduciendo 45 pasajeros entre ellos cuatro frailes y algunas mercancías. Tratado el rescate en el puerto de la Orotava, Woodes exigió y obtuvo en la mañana del 21 como rescate por el pequeño barco,  algunas pipas de vino, uvas, cerdos y diversas clases de víveres. En otra parte de esta obra nos ocuparemos más ampliamente de éste personaje.
El respeto que imponía los cañones de los castillos, impedían en ocasiones a los corsarios que azotaban el tráfico entre islas el acercarse demasiado al puerto. Durante la guerra anglo-española de 1762-63, los Canarios perdieron menos por los ataques directos, que indirectamente, en la toma de La Habana (1762), se perdieron 4 navíos Canarios y  varios más fueron apresados en el tornaviaje, en el mismo año, un corsario persiguió a una embarcación española hasta que ésta logró ponerse al abrigo y amparo de la artillería del fuerte de San Cristóbal.
En 1779 recaló por el puerto de Santa Cruz un navío inglés, éste venía  maltrecho y falto de víveres y agua, por el hecho de ser inglés, se le negó el auxilio que demandaban siendo expulsado a cañonazos, siendo evidente que, en esta ocasión se olvidaron las formulas cortesanas a que tan apegados eran en la época. El buque arrumbó hacía Garachico donde recibieron similar tratamiento porte parte de las autoridades de aquel puerto, ante tal situación, y vencidos por el hambre, la sed y las enfermedades, decidieron retornar a Santa Cruz donde se entregaron, siendo encarcelados en el castillo - prisión de Paso Alto. En el año de 1779 el Cabildo de Tenerife, decidió armar por su cuenta una balandra guardacostas que confió al mando de José Armiaga, ( este sujeto sería nombrado Coronel del Regimiento de Infantería de Canarias en 1805), durante sus correrías tuvo un enfrentamiento con un corsario inglés, a quien logró derrotar y echar a pique.
Las  frecuentes guerras entre españoles, ingleses, franceses y Holandeses, por la explotación de las posesiones africanas y americanas, causaban frecuentes desasosiego en esta colonia, pues tan pronto unos eran enemigos de la metrópolis como en unos meses eran amigos. Esta situación que podríamos considerar de continua incertidumbre en las islas, perjudicaba el poco comercio de exportación que a éstas se les permitía por parte del gobierno español, pues por una parte el principal
o quizás único cliente europeo de cierta importancia era Inglaterra por otra, el modesto comercio que se mantenía  con América, era perturbado por los corsarios de los países contendientes.
CAPTURA DE LAS FRAGATAS PRINCIPE FERNANDO Y LE MOUTINE
En 1776 ingleses y españoles, sé enzarzan una vez más, en otra guerra, como consecuencia de la misma, los corsarios ingleses hacen de las aguas  canarias, su campo de operaciones favorito, en la noche del 17 al 18 de Abril de 1797, dos fragatas inglesas destacadas de la armada del almirante Sir John Jervis que mantenía el cerco de Cádiz, se desplazaron hasta el puerto de Santa Cruz de Tenerife y, perpetraron un audaz golpe de mano, amparándose en la  nocturnidad y en la deficiente vigilancia mantenida tanto en los castillos de la plaza como en los navíos. Precisamente esa noche, parte de los tripulantes de la fragata Príncipe Fernando habían decidido pernoctar en tierra quizás con ánimo de degustar los sabrosos caldos de malvasías y aguardientes isleños, que se expendían en las tabernas de la plaza.
El capitán de la fragata Terpsichore, Richard Bowen ordenó arriar un par de botes al agua con una dotación de 80 hombres y, bogando con sigilo, abordaron la fragata de la Real Compañía de Filipinas  El Príncipe Fernando (que en ruta de Filipinas hacía Cádiz, venía al mando del capitán Juan Ignacio de Doria, y del segundo José Zabala), que estaba anclada en la rada bajo la protección del fuerte de San Cristóbal, cortaron las amarras y, aprovechando el viento norte, los ingleses sacaron el navío rápidamente  de la bahía, cuando tocaron a  arrebato desde el fuerte, los corsarios y su presa ya se alejaban del puerto y plaza de Santa Cruz, y fuera del alcance del tiro de los cañones.
La experiencia con el  Príncipe Fernando, debió servir de poco a la guardia y mandos de los fuertes, pues pocos días después los corsarios ingleses  Cockburn, y  Hallowell, al mando del Minerve y del The Lively respectivamente, en la noche del 2 al 3 de Mayo dieron el golpe sobre la corbeta francesa Le Mutine, abordándola y matando a los tres marineros que estaban de guardia en el puente, la sacaron del puerto sin oposición alguna al contrario de lo que afirma algún autor, “a pesar de la tenaz resistencia de la dotación y del férreo cañoneo que se le hizo desde el fuerte” de la documentación que hasta el momento hemos manejado, no se desprende que los aprehensores recibiesen repuesta alguna por parte de la guarnición de la plaza, a pesar de que el parte enviado a la corona por el general Gutiérrez  que, naturalmente, está redactado en términos exculpatorios, tratando de salvaguardar la responsabilidad del general ante la pérdida de un navío propiedad del rey, en un puerto del cual él era  su máximo  responsable, hable de una repuesta por parte de las baterías de los fuertes.
Curiosamente, la dotación de La Moutine, cometió los mismos errores que poco más de un mes antes,  habían cometido la tripulación del Príncipe Fernando, así como la guardia de los fuertes. No cabe duda de que este fue un duro golpe para la República Francesa, pues La Mutine, dedicada también al corso, y con una dotación de 145 hombres y 16 bocas de fuego (algún autor apunta que eran 14) había hecho estragos en las comunicaciones navales inglesas.
La Moutine (La Traviesa ó Picara), había zarpado 18 días antes del puerto Bretón de Bres, al mando de la misma venía el capitán Louis Estanislao Xavier Pomiés y el teniente Faust quienes al mando de sus tropas y marinería, desembarcada por los ingleses después del apresamiento del navío, habrían de tener una participación decisiva en la defensa de Santa Cruz durante el desembarco del vicealmirante Sir Horacio Nelson.

En la fragata viajaba como pasajero Mr. Prediger ciudadano holandés al servicio de Francia, quien como embajador del gobierno francés llevaba una comisión secreta para la ciudad india de Madrás. Los franceses no tardaron en reaccionar, y para no perder su cuota de los cuantiosos beneficios que el ejercicio de la piratería en las aguas canarias proporcionaba,  sustituyeron rápidamente a la nave perdida por otra denominada La Mouche, más conocida en la historia de las islas como La Mosca, que en dos años de actividad, apreso seis navíos enemigos y dejo un considerable número de prisioneros en la isla.
Una de las presas más significativa lograda por La Mouche, fue la corbeta Argos, con 50 prisioneros. El cónsul francés decidió remitir los prisioneros a Gibraltar para canjearlos por prisioneros franceses, y los embarcó en la fragata española Reyna Doña Luisa. Cuando los prisioneros ingleses tuvieron conocimiento del puerto de destino, cundió entre ellos el pánico porque algunos eran desertores. Rebasando la Punta de Anaga, decidieron sublevarse y apoderarse del barco, conseguido su objetivo redactaron una carta en la que explicaban a los viajeros que los motivos que les habían motivado a apoderarse  del navío no eran piráticos, sino que temían por sus vidas si eran conducidos a Gibraltar. Arriaron una lancha y en ella embarcaron a los pasajeros con parte de sus equipajes. Estos después de una angustiosa odisea  tuvieron la suerte de recalar en el puerto de Las Nieves.
UN  DESEMBARCO DE LOS INGLESES
Es indudable que el siglo XVIII fue pródigo en sucesos que han dejado profundas huellas en la memoria de los canarios. En Tenerife, uno de los hechos que más profundamente pervive en la memoria popular es sin duda alguna el ataque perpetrado por una escuadra inglesa al mando del entonces vicealmirante Sir Horacio Nelson. El tema ha sido ampliamente tratado en la historiografía local en gran número de libros y artículos de prensa por diversos y cualificados autores, aunque con diversa suerte en cuanto a la veracidad de los planteamientos y desarrollo de los hechos que acaecieron.
Es un hecho notorio el que la historia suele escribirla los vencedores –en Canarias tenemos muchos ejemplos de ello -, pero sí además es escrita por participantes directos en los hechos narrados y además, los sucesos se narran con el objeto de ensalzar los supuestos méritos del que escribe con animo de recabar recompensas y prebendas personales, nos encontraríamos  - cuando menos – ante una exposición interesada o tervirgesada de los mismos.
Esta situación se da en la narración que de la invasión de la plaza de Santa Cruz por parte de una escuadra inglesa nos han llegado escritas por algunos participantes del drama, como son los casos del Teniente General D. Antonio Miguel Gutiérrez, el Coronel D. José Monteverde y el teniente de Artilleros de milicias D. Francisco Grandi, estos personajes miembros de la oligarquía dominante en Tenerife en lugar de centrar sus escritos en la narración sucinta y verídica de los hechos, degeneran en un vocerío de plañideras en demanda de las migajas que de la mesa real puedan caer en recompensa de los servicios prestados a la corona española.
Como es usual sobreponiendo en ocasiones sus interese personales, a los  verdaderos del país, tal como se desprende del contenido de las súplicas elevadas a la corona por estos personajes, y de testimonios posteriores.
Si la tendencia de los vencedores es la de magnificar los hechos, y las personas que en ellos han intervenido, en contra partida,  los vencidos tienden a minimizarlos, achacando la no-consecución de sus fines, a causas externas tales como el mal tiempo o la buena suerte del contrario, tratando de salvar así la propia responsabilidad, por las decisiones mal tomadas por la propia ineficacia de los individuos responsables.
Bucólica estampa de la Plaza y Puerto de Santa Cruz de Tenerife, a finales del siglo XIX, escenario de múltiples acciones bélicas contra la isla.
 En cuanto a la figura del Teniente General Gutiérrez, creemos que ha sido debidamente descrita por quienes le trataron personalmente - sus contemporáneos -, quienes tuvieron oportunidad de conocer de cerca el carácter  y modo de actuar de este sujeto, unos dejaron sus impresiones escritas, otros dieron testimonio de los momentos vividos durante el asalto de los ingleses. No deja de ser significativo el que dos siglos después de los hechos, algunos autores con determinada filiación profesional, se empeñen en crear de la figura del General Gutiérrez, un héroe “pre a porter” del ejército español, ejército que por otra parte era prácticamente inexistente en las islas como hemos apuntado en otro lugar. Creemos que el mencionado general se limitó a cumplir –y no muy acertadamente- con las obligaciones de su empleo, dentro de los límites que le imponía su delicado estado de salud y de las limitaciones propias debidas a su avanzada edad y múltiples achaque de salud, apoyado como es natural en la mayor energía y juventud de sus subalternos, como hemos expuesto en otro lugar.

 Por otra parte tienen mucho que ver con la lectura de los hechos narrados, el tratamiento que a los mismos van dando los autores que sucesivamente se van ocupando del tema, unos se dejan guiar por un romanticismo  caduco, otros por determinados intereses localistas, y los más, siguiendo directrices emanadas de determinados sectores dominantes, todo ello conlleva el que, con el transcurso del tiempo, los hechos nos lleguen viciados, y con una gran carga  oculta de determinados mensajes subliminales.
En el caso que nos ocupa, la invasión de la plaza de Santa Cruz por la escuadra inglesa, al mando del contra almirante Nelson se nos muestran los factores  que más arriba hemos expuesto. Determinados autores se esfuerzan en presentarnos los hechos como la victoria de un ejército español, sobre una escuadra inglesa, sin tener en cuenta que tal ejercito no existía, por lo menos tal como hoy lo entendemos, y “olvidando” que las verdaderas tropas defensoras, estaban compuestas por las milicias Canarias, tropas éstas compuestas de campesinos, marineros y pescadores, braseros, artesanos y modestos empleados, quienes además aportaban las escasas armas de que disponían a su costa, dándose el caso de que los contingentes más numerosos los aportaban los rozadores, campesinos armados solamente de un palo con una rozadera fijada en uno de sus extremos (herramienta que se emplea para cortar zarzas y otras hierbas), con las cuales tenían que hacer frente a fusiles, pistolas, sables, adargas e incluso a cañones. Éstas fuerzas,  apenas mencionadas por algunos cronistas de manera muy superficial (cuando lo hacen), pasando de puntillas sobre el tema, sin valorar debidamente que eran el verdadero ejército que defendía las islas de  cualquier invasión.
(Extraído del libro inédito del autor: Miscelánea de Historia de Canarias)
Fuentes:
Alejandro Ciuranescu
Historia de Santa Cruz de Tenerife.
Antonio Rumeu de Armas
Canarias y el Atlántico, tomo 3º.
















1 comentario:

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