Padre
Báez: ¿y de esto no dice nada su "tésis"?
Crónica
de Indias: Texto completo.
Brevísima
relación de la destrucción de las Indias
Fray
Bartolomé de las Casas
Brevísima
relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo
don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo
Domingo, año 1552
Fué
impresa la presente obra en la muy noble e muy leal ciudad de
Sevilla, en casa de Sebastián Trujillo, impresor de libros. A
nuestra señora de Gracia. Año de MDLII.
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Son 37 páginas.
ARGUMENTO
DEL PRESENTE EPÍTOME
Todas
las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso
descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para
estar tiempo alguno, y
después,
en el proceso adelante hasta los días de agora, han sido tan
admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido,
que parece haber añublado y puesto silencio y bastantes a poner
olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos
pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas
y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos,
provincias y reinos que en ella se han perpetrado, y que todas las
otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas
personas que no las sabían, y el obispo don fray Bartolomé de las
Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile a
informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto
había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una
manera de éxtasis y suspensión de ánimos, fué rogado e
importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por
escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después muchos
insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar
del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado
sentido, que no contentos con las traiciones y maldades que han
cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad aquel orbe,
importunaban al rey por licencia y auctoridad para tornarlas a
cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó presentar
esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe nuestro
señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle
cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más
facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima
relación.
FIN
DEL ARGUMENTO
PRÓLOGO
Del
obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus para el muy alto y muy
poderoso señor el príncipe de las Españas, don Felipe, nuestro
señor Muy
alto e muy poderoso señor:
Como
la Providencia Divina tenga ordenado en su mundo que para direción y
común utilidad del linaje humano se constituyesen, en los reinos y
pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y,
por consiguiente, sean los más nobles y generosos miembros de las
repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se
tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos,
nocumentos y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino
carecer los reyes de la noticia de ellos. Los cuales, si les
constasen, con sumo estudio y vigilante solercia extirparían. Esto
parece haber dado a entender la divina Escriptura de los proverbios
de Salomón.
Rex quisedet in solio iudicit, dissipatomne malum intuitu suo. Porque
de la innata y natural virtud del rey, así se supone, conviene a
saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para
que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere,
lo pueda sufrir.
Considerando,
pues, yo (muy poderoso señor), los males e daños, perdición e
jacturas4
(de
los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse
por hombres
1
hacer) de aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor
decir, de aquel vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y
encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla para
que se los rigiesen e gobernasen, convirtiesen e prosperasen temporal
y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de
experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he visto
cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares
hazañas de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad
con instancia importuna que no conceda ni permita las que los tiranos
inventaron, prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en
las cuales, si se permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí
mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes
y mansas que a nadie ofenden), son inicuas, tiránicas y por toda ley
natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas;
deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas e
cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas e
muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con
verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza
las pueda leer.
Y
puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo
obispo de Cartagena me las pidió e presentó a Vuestra Alteza, pero
por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha
emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede
haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las
tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada
indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar
de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos de
gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros,
crece cada hora importunando por diversas vías e varios fingidos
colores, que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las
cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley natural e
divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados mortales, dignos de
terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir a Vuestra
Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de
los estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.
Suplico
a Vuestra Alteza lo resciba e lea con la clemencia e real benignidad
que suele las obras de sus criados y servidores que puramente, por
sólo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean.
Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a
aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas
sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la codicia e
ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra
Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su
Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables
empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con
tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente
se las nombrar. Cosa es esta (muy alto señor) convenientísima e
necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla,
espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga
bienaventurado. Amén.
BREVÍSIMA
RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS
Descubriéronse
las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos.
Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por
manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de
españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar
fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas
leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor,
por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más
pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser
tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla
por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene
de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se
descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que
hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que
puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de
todo el linaje humano.
2
Todas
estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más
simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a
sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más
humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni
bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin
desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más
delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir
trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que
ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos
e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los
que entre ellos son de linaje de labradores.
Son
también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de
bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no
codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el
desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni
pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus
vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que
será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas
son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes
colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.
Son
eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy
capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir
nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e
las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el
mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia
de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos
de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los
religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado
de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares
españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la
bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más
bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»
En
estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y
Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las
conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días
hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte,
hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas,
angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las
extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni
oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se
dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres
cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella
docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde
Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant
Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas,
ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están
comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son
más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas
grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que
la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las
cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola
criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla
Española, después que veían que se les acababan los naturales
della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que
había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano
se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos
a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide.
Otras
más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan,
por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas
islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están
despobladas e desiertas de gente.
De
la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus
crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy
desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos
mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y
más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más
de dos mil leguas.
3
Daremos
por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos
cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los
cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas,
hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar
engañarme, que son más de quince cuentos.
Dos
maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado,
que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a
aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles,
sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto
todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en
salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores
naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las
guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más
dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias
pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se
reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras
diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.
La
causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito
número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su
fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e
subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene
a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que
ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan
felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan
fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni
dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que
sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque
pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y
estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han
curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e
cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy
notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y
matadores, la saben e la confiesan: que
nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a
cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo,
hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus
vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos
mesmos.
La
denuncia de Bartolomé de las Casas
La
denuncia de Fray Bartolomé de las Casas no solamente es contra los
conquistadores militares y aventureros españoles, sino también
contra esa iglesía católica cómplice con las matanzas de las
poblaciones aborígenes indígenas de América.