viernes, 13 de enero de 2012

NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XII)

 Eduardo Pedro García Rodríguez
(Viene de la entrega anterior)

    
 Había llegado el momento de poner en práctica el plan concebido para el asalto a la plaza de Santa Cruz y cuyos últimos detalles había redactado personalmente el pasado día 20. Para ultimar los preparativos del asalto Nelson convoca en la cámara de su navío a los capitanes encargados de la operación de desembarco, da las últimas disposiciones y encarga el mando de las fuerzas de asalto al capitán Troubridge.

       La primera fase de las operaciones no tienen el éxito previsto debido tanto a las condiciones adversas del tiempo reinante que impidió que sus naves ejecutaran las maniobras prevista, como al desconocimiento del terreno, que motivó que las fuerzas de ocupación tomasen una colina situada a la derecha de la prevista, dando tiempo a que el adversario se hiciera fuerte en las alturas de la misma, y en cuya base estaba ubicado el fuerte de Paso Alto, objetivo primordial del ataque.

        Eliminado el factor sorpresa principal basa en el plan de ataque  y  mediando entre ambos contendientes un profundo y ancho valle que impedía un enfrentamiento formal entre las tropas, el comandante de la expedición ordenó el reembarque de las fuerzas, el cual e efectuó en el más perfecto orden, y sin que los defensores canarios tuviesen conocimiento del mismo.

       Ante lo infructuoso de la acción, Nelson con su navío se acerca a la costa donde están ancladas las fragatas con las tropas que habían efectuado el desembarco, a las seis de la mañana, da orden a éstas para que se reincorporen al grueso de la escuadra. Una vez reagrupados los buques ordena poner rumbo este, alejándose de la costa, más tarde ordena virar al sur, pasando frente a la plaza de Santa Cruz sobre las tres de la tarde, con esta maniobra el contralmirante pretendía hacer creer a los defensores que se disponía a efectuar un desembarque por las playas del sur de la población, obligándoles así desplazar tropas a las zonas amenazadas.

       Concluida esta maniobra de distracción, Sir Horacio Nelson, dispuso que la formación derivase al S.E. un cuarto con rumbo este manteniéndose en esta posición toda la noche, y tomando las disposiciones precisas para llevar a cabo el segundo ataque a la isla.

       El espíritu firme, la fuerte convicción de sus idéales, y la bizarría que animaban al contralmirante, no decayeron ante el contratiempo que supuso para la empresa que se había propuesto. Nelson provisto ahora de una mejor información sobre la verdadera capacidad defensiva del puerto de Santa Cruz, asume personalmente el mando supremo de las fuerzas de desembarco, sabiendo de antemano que se iba a encontrar con una férrea defensa por parte del pueblo de Tenerife.

       Algún presentimiento sobre los resultados de la lucha debió asaltar a al contralmirante, ya que unas horas antes de la prevista para entrar en combate, escribió una carta dirigida a su jefe el almirante Jervis cuyo contenido es el siguiente:

“Teseus.- Santa Cruz. 24 de Julio.-8 p.m.

   “Mi querido Sr.: No entraré a examinar las causas por las cuales no nos hemos apoderado de Santa Cruz. Su benevolencia le hará creer que se ha hecho cuanto ha sido posible, aunque sin eficacia.
       Esta noche, yo, humilde como soy, tomaré el mando  de todas las fuerzas destinadas a desembarcar bajo el fuego de las baterías de la ciudad, y mañana probablemente será coronada mi cabeza o con  laureles o con cipreses.
     
 Una sola recomendación tengo que hacer a V. Y a mi país: Josiah Nisbet.
     
 Con mis más afectuosos deseos de que tenga V. Salud y toda clase de felicidades en este mundo, créame su más fiel amigo.-Horacio Nelson.
      
Tengo confianza en que el duque de Clarence, si yo muero al servicio de mi Rey y de mi Patria, tomará el más vivo interés por mi hijo político, cuyo nombre dejo consignado.-
Sir Juan Jervis K. Bth.”

       Es evidente que por esta fecha, las relaciones de Nelson con su esposa ya estaban deterioradas y ante la posibilidad de morir en el combate, todas sus recomendaciones se centran en su hijastro, no mencionando a su esposa Frances Woolward.

       Madurado el plan de ataque, Nelson dispone que la flota soltase anclas en el mismo paraje en que lo habían hecho las fragatas el día 22, desplazando a la obusera y a una fragata de protección, para que hostigara al enemigo abriendo fuego sobre la fortaleza de Paso Alto y sus alturas. Esperaba el contraalmirante que con esta maniobra de distracción los defensores, desviarían parte de sus fuerzas hacía la zona del castillo atacado, mientras, los navíos aprestaban sus botes con las fuerzas de desembarco, para atacar a la plaza de frente, en punto mejor fortificado, el muelle y la fortaleza principal.

       A las dos de la mañana, Nelson se pone al frente de sus tropas y da la orden de asalto, en su bote le acompaña el capitán Bowen, Freemantle y su hijastro  Nisbet, bogando con pericia, los marineros  consiguieron vencer a la fuerte corriente y acercar la lancha al muelle el cual se encontraba sometido al  intenso fuego de los cañones de las baterías y de fusilería de los parapetos y casas próximas a la playa.

       Al intentar el contraalmirante desembarcar en el muelle, un trozo de metralla le hiere en el brazo derecho a la altura del codo, cayendo a continuación en el fondo de la lancha donde fue solícitamente socorrido por su hijastro y un marinero, resultando también herido en un brazo el capitán Freenmantle. Concluido el fracasado asalto a la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, con los resultados conocidos, Nelson se reincorpora con su flota al grueso de la escuadra de Sir Jonh Jervis que continuaba bloqueando el puerto de Cádiz. Jervis dispone que Nelson se traslade a Londres, para que disfrute de un merecido descanso y pueda reponerse de la mutilación sufrida, en este viaje le acompañó su amigo y subordinado Freemantle, así mismo, herido en un brazo.

LA BATALLA DEL NILO

       Como era habitual en el inquieto contraalmirante, el descanso fue breve, pues al año siguiente, 1798, le vemos de nuevo en el servicio activo. Se le encargó descubrir el motivo por el que la flota francesa se hallaba concentrada en Tolón. Mientras efectuaban esta comisión explorando la costa, una tormenta dispersó las naves de Nelson, coyuntura que aprovecharon los franceses para zarpar antes de que los británicos pudieran reagruparse en la posición prevista. Nelson  descubrió que la escuadra gala, compuesta de 17 buques al mando del vicealmirante François Paul Brueys d`Aigailliers, había partido hacía el este para transportar las tropas de Napoleón, que preparaban la invasión de Egipto, y siguió el mismo rumbo.

       La flota francesa desembarcó en la bahía de Abukir a unos 24 kilómetros al noroeste de Alejandría, antes de que Nelson la alcanzara. Los británicos destruyeron la mayor parte de los buques franceses en la batalla del Nilo que tuvo lugar entre los días 1 y 2 de Agosto de 1798 cortando así la línea de abastecimiento de Napoleón con Francia, lo que motivó que finalmente el futuro Emperador se retirara de Oriente Próximo a pesar de los triunfos militares allí conseguidos. La victoria de Nelson supuso la total supremacía de Gran Bretaña sobre todo el mar Mediterráneo, y pronto pudieron convencer a varias potencias europeas para que se les unieran a ellos en la segunda coalición (1799) contra Francia. 

OPEARACIONES EN NAPOLES

        A continuación Nelson se dirigió a Nápoles en apoyo de la familia real que había sido expulsada por los franceses y gran parte del pueblo napolitano partidario de la revolución francesa. Nelson desarrolló una brillante campaña en favor de la familia real, que culminó con la restauración de la monarquía. En 1800 Fernando I de Borbón, rey de las dos Cicilias, concede a Nelson el título de duque de Bronte, en recompensa por los servicios prestados. Terminada esta campaña regresa a Gran Bretaña, estancia que aprovecha para separarse definitivamente de su esposa.

BATALLA DE COPENHAGUE

       En 1881 es nombrado vicealmirante y destinado a las órdenes del almirante Parker, cuando éste recibió el mando de la flota enviada al mar Báltico para obligar a Dinamarca y Suecia a interrumpir su ayuda económica a Francia.

        El almirante Sir Hyde Parker, es enviado con su flota a ocupar la ciudad de Copenhague para establecer en ella una base desde la que poder llevar a cabo operaciones contra Rusia. El segundo en el  mando de la escuadra es nuestro flamante vicealmirante  Sir Horacio Nelson. Parker descansando en la archiconocida capacidad táctica de Nelson, confía a éste  la elaboración de los planes de ataque a la ciudad y puerto, recayendo así la responsabilidad de las operaciones sobre su persona. Nelson dirigió a los doce navíos que estaban a sus ordenes a lo largo del estrecho de Lund, utilizando su estrecho calado para franquear un canal que les mantenía fuera del alcance de la artillería pesada danesa, que impedía el ataque por el Norte de la ciudad.

       Al día siguiente se acercó a la ciudad y se produjo la batalla. Al principio el combate estuvo igualado, ya que ambas flotas se disparaban a corta distancia. En un momento dado, el almirante Parker hizo señales a Nelson para que se retirara; pero como éste se había puesto el catalejo en su ojo ciego, no pudo ver la orden. A las dos horas y media de combate los daneses ya habían perdido su buque insignia y los navíos de Nelson comenzaban a ganar posiciones, los daneses aceptaron la oferta de rendición para evitar un mayor derramamiento de sangre.  Como premio a esta acción, Nelson fue nombrado vizconde pocos meses después de la misma.


BATALLA DE TRAFALGAR

      El 21 de octubre de 1805, será el  año en que Gran Bretaña se reafirmaría como la gran potencia marítima mundial, paralelamente, comenzaría el declive de la marina española, del ya jamás se recuperaría, todo ello como consecuencia de una de las mayores batallas navales que jamás vieron los tiempos modernos. La batalla de Trafalgar, librada entre una escuadra inglesa y otra franco - española, supuso como hemos dicho, el dominio absoluto de los mares para Gran Bretaña, pero también, la pérdida de uno de los más grandes marinos ingleses (y posiblemente del mundo)de todos los tiempos. No es dado a todos los mortales el vivir como se quiere y morir como se desea, pero con Sir Horacio Nelson las deidades no sólo hicieron una excepción, pues vivió como quería  - siendo marino- y murió como deseaba –luchando por su patria- sino que además lo dotaron de una inteligencia, valor, arrojo y capacidad,  fuera de lo común entre los hombres de su época, además tuvo la oportunidad de poner estas cualidades al servicio de su patria, gracias a que en la marina inglesa, las puertas por las que un hombre capacitado podía acceder a poner sus cualidades al servicio de los suyos, no estaban guardadas por celosos cancerberos del linaje y la alcurnia, como – lamentablemente- sucedía en otras armadas donde los empleos eran dados y recibidos en función de supuestos linajes y expedientes de limpieza sangre, sin que se entrara en valorar de manera seria, la capacidad real de los individuos, para ejercer los mismos con eficacia.

Como consecuencia de una serie de hechos hostiles consumados por las fuerzas navales británicas sin que aparentemente hubiese mediado ruptura de relaciones, y que culminaron con el apresamiento por parte de los ingleses de cuatro fragatas españolas, el 5 de Noviembre de 1804 se declaró el estado de guerra entre los reinos de España y Gran Bretaña, pocos meses después el 5 de Enero de 1805, se firmaba en París un convenio de campaña marítima entre el Embajador de España, general de la armada, Federico Gravina, y el ministro de marina francés  vicealmirante Decrés. En virtud de dicho tratado España se comprometía a aportar por lo menos 25 navíos de línea (12 en Cádiz, 7 en el Ferrol y 6 en Cartagena) los cuales debían hacerse a la mar a finales de Marzo siguiente e ir a reforzar a las fuerzas navales francesas.

       Napoleón estaba ultimando los planes para la invasión de Inglaterra, a cuyo efecto concentraba en Boulogne 160.000 hombres de tropas escogidas y varios miles de embarcaciones de transporte. Las fuerzas navales francesas, a las que pronto deberían unirse los buques españoles consistían (aparte de la enorme masa de la flota de desembarco, unas 2.200 unidades entre lanchas cañoneras y naves de transporte de la más diversa tipología, todas al mando del almirante Bruix) en 21 navíos de línea, fondeados en Brest, al mando de Gantheaume; 12 en Tolón, al de Villeneuve, y las divisiones de Missiessy (6 navíos) en Rochefort, y de Gourdon (5 navíos) en el Ferrol, puertos todos que estaban bloqueados por diferentes escuadras inglesas.

       Los franceses, barajaban varios planes tendentes a alejar de las costas francesas y españolas a las flotas que bloqueaban los puertos. Napoleón y su ministro de marina Decrés se decidieron por una maniobra de distracción consistente en que la escuadra aliada pusiese rumbos a las Antillas arrastrando tras de sí a la escuadra británica, la cual de esta manera dejarían de bloquear los puertos de la liga franco-española, y en una rápida maniobra debía regresar y tomar posiciones en el canal de la Mancha, lo que permitiría llevar a cabo el desembarco en Inglaterra, con la flota inglesa alejada.

       El jefe de la escuadra Villeneuve recibió instrucciones en tal sentido, partió de Tolón el 17 de Enero de 1805; regresando el 20 obligado por el mal tiempo. Ya la división de Rochefort al mando de Missiesys había logrado burlar el bloqueo británico y esperaba a la flota de Villeneuve en las Antillas, pues una de las alternativas del plan de Napoleón y Decrés era que, en caso de que las escuadras inglesas no fuesen en persecución de la aliada éstas debían reunirse en  los mares americanos y regresar después en una imponente masa de 55 o 60 navíos de línea para abrir paso al ejercito de invasión. Pero tanto Villeneuve como Gantheaume se vieron precisados a retrasar su salida a causa del mal tiempo, no obstante el primero a salir de Tolón el 29 de Marzo, al frente de once navíos de línea y seis fragatas, debiendo sumar a su escuadra las unidades españolas que estuviesen dispuestas en Cartagena y Cádiz, poniendo rumbo a las Antillas para unirse allí con las flotas de Gantheaume y Missiessy lo que compondría una flota de unos sesenta navíos.

       Mientras tanto Nelson al frente de la escuadra del Mediterráneo compuesta de once navíos, esperaba a las fuerzas de Villeneuve cruzando entre el sur de Cerdeña y la costa africana, pues en los medios oficiales británicos se creía que los preparativos que se estaban llevando a cabo en Tolón estaban destinado a una nueva invasión de Egipto. Villeneuve, aprovechando este error (hábilmente infundido por Napoleón) puso rumbo a la costa levantina española, llegando el día 7 a Cartagena. Los ocho navíos españoles que al mando de Salcedo debían sumarse a la flota aún no estaban completamente aprestados. Villeneuve no quiso esperar y puso rumbo hacía el estrecho de Gibraltar, atravesándolo el día 9 y fondeando en Cádiz aquel mismo día, tras ahuyentar la división inglesa del contraalmirante Orde compuesta de 5 navíos que bloqueaba el puerto, donde se unieron a Villeneuve cinco buques españoles, viejos y deficientes, al mando de Gravina, únicas unidades que se habían podido alistar cumpliendo el pacto. Aumentadas sus fuerzas a 16 navíos, Villeneuve se hizo a la vela hacías las Antillas, ordenando a un sexto buque español, retrasado en su apresto, que tomase el mismo rumbo en cuanto pudiera.

       Nelson no tuvo conocimiento de las intenciones de Villeneuve hasta el día 11 de abril, un día después de la partida de éste de Cádiz, una vez conocida la situación de éste lanzó a sus navíos en estéril persecución del mismo, pasando el estrecho de Gibraltar con dificultades por causa de los vientos contrarios que le obligaron a fondear en la bahía portuguesa de Lagos el 10 de Mayo. Tres días después llegaba Villeneuve a la Martinica, donde se incorporó a su escuadra el buque español retrasado, pero no halló la división de seis que al mando del contraalmirante Missiessy, había llegado a aquellos mares, procedente de Rochefort, como ya se dijo, y que cansados de esperar inútilmente a Villeneuve, regresaron a su fondeadero de origen. Esta decisión de Rochefort supuso un importante fallo en el dispositivo aliado, y otro lo haría bien pronto al no poder darse a la vela hacía las Indias Occidentales, donde debía reunirse con la escuadra de Villeneuve, la flota de Brest al mando de Gantheaume, como consecuencia de los malos vientos reinantes contrarios, además de las dificultades añadidas del bloqueo mantenido por la escuadra del vicealmirante Cornwallis.

       Además Nelson, que advirtió certeramente, el destino de la escuadra de Villeneuve, le seguía la estela a través del Atlántico, (aguas donde el contraalmirante había realizado sus primeras proezas juveniles) en su busca, y el 4 llegó a Barbados.

       Villeneuve, que reunía ya 20 navíos de línea y siete fragatas, con una división que se le había incorporado, procedente de puertos franceses al mando del contraalmirante Magon, conociendo la proximidad de una fuerza que le buscaba (tal como habían previsto Napoleón y Decrés), el día cinco (al día siguiente de la llegada de Nelson a Barbados) partió con rumbo a las Azores. Nelson después de varios días recorriendo aquellos mares sin encontrar al adversario  y convencido del regreso del mismo, inició  su seguimiento, después de reforzar su escuadra con la división del contraalmirante Cochrane, con lo que sus fuerzas se elevaron a catorce buques.

       Villeneuve, avista las Azores el 30 de julio, deteniéndose allí un par de días. Fracasada la concentración naval en las Indias Occidentales, las nuevas instrucciones del emperador que le habían sido comunicadas por un aviso, fue que se dirigiese al Ferrol, sumando a sus fuerzas de veinte navíos los quince aliados que allí fondeaban, los cuales eran diez, españoles de la división de Grandallana, y cinco franceses al mando de Gourden, debiendo navegar después hasta Brest con las treinta y cinco unidades reunidas para agregarse a la escuadra de Gantheaume, componiendo así una fuerza de treinta y seis navíos, que daría la supremacía a los aliados, posibilitándoles el desembarco, ya que los ingleses no podían en aquellos momentos oponer una armada semejante, por hallarse ausente varias de sus escuadras.

       Pero Villeneuve, que demostró ser un jefe irresoluto, careciendo de los arrestos necesarios para tan grande empresa como se verá, supuso un contratiempo en los planes de su emperador. Nelson a cuya sagacidad no se le escapó las intenciones del enemigo, había enviado a Inglaterra a su más rápida fragata anunciando el regreso  de la escuadra de Villeneuve, y la nave se adelantó tanto que dio tiempo a que el almirantazgo británico ordenara inmediatamente al vicealmirante Corwallis dirigir hacía el Suroeste parte de su escuadra, la cual debía ponerse a las ordenes del vicealmirante Calder, que bloqueaba el Ferrol. Recibido los refuerzos y las ordenes oportunas, Calder cruzó el paralelo del cabo Finisterre para interceptar el paso de la escuadra aliada que se esperaba. El 22 de julio se produjo el encuentro de ambas fuerzas, librándose la batalla de Finisterre, en la que la flota aliada perdió dos buques españoles apresados por los ingleses y cuatro resultaron averiados, dos españoles y dos franceses.

       Después de este encuentro la escuadra aliada fondeó en  El Ferrol, las fuerzas de Villeneuve quedaron reducidas a catorce naves; pero con los quince navíos que le esperaban en el puerto se encontraba al frente de una escuadra de veintinueve unidades de línea. Además era esperada una división compuesta por cinco navíos y tres fragatas franceses, que venían al mando del contralmirante Alleman, que había logrado romper el bloqueo de Rochefort y navegaba  hacía el Sur para integrarse en la flota aliada. Calder, entretanto  había arrumbado al canal de la Mancha, para poner a salvo sus presas y reparar sus propios buques, y no volvió a presentarse ante El Ferrol hasta el 9 de agosto, con sólo diez navíos, y al ver la flota aliada compuesta de veintinueve optó por retirarse hacía el Norte, para unirse a la escuadra de Cornwallis.

       Nelson, ya de retorno, había alcanzado Gibraltar el 18 de julio, y con el dinamismo que en él era habitual se hizo de nuevo a la vela remontando  la costa portuguesa, luchando contra un tiempo desfavorable, uniéndose a las fuerzas Cornwallis y Calder el 15 de Agosto, en el canal de la Mancha. La irresolución de Villeneuve le impidió tomar las medidas adecuadas para situar su escuadra en el canal antes de que lo hiciera la enemiga, incorporándose a la división de Alleman en el camino para unirse luego a Gantheaume en Brest, cosa que todavía le cabía intentar, aún con mayores riesgos, dando con ello cumplimiento a los continuos mensajes que en tal sentido le dirigía Napoleón; pero el gran temor ante las fuerzas enemigas reunidas en el canal, a las que daba mayor importancia de la que realmente tenían, además la mitad de las naves francesas y españolas precisaban ser carenadas y provistas de bastimentos, lo cual no era posible lograr en El Ferrol, cuyo arsenal carecía de medios suficientes para tal número de unidades, por ello Villeneuve tomó la determinación de zarpar para Cádiz que era el mejor arsenal de la marina española, la escuadra aliada fondeó el 19 de Agosto, no sin antes haber ahuyentado a tres navíos ingleses que bloqueaban el puerto, y que estaban al mando del contraalmirante Collingwood.

       Aquella decisión del almirante francés colmó la paciencia del emperador,  pero aunque decidido a relevarle del mando por las reiteradas muestras de incapacidad dadas, Napoleón ordenó al almirante Villeneuve salir de Cádiz con rumbo a Cartagena para incorporarse a la escuadra de Salcedo, compuesta ésta por ocho navíos, limpiar  de naves inglesas el Mediterráneo, y a continuación efectuar un desembarco en Nápoles y, finalmente fondear en Tolón con toda la escuadra, mientras tanto los ingleses habían restablecido el bloqueo del puerto de Cádiz Al vicealmirante Colliwood se le unió las fuerzas del contralmirante Bickerton que constaban de cuatro buques, llegados el 22 de agosto, y el 30 lo hizo el vicealmirante Calder con su escuadra de diecinueve navíos con lo que las fuerzas de Colliwood se elevaban a 26 naves. Finalmente, el 29 de septiembre, se incorporaba con tres navíos el vicealmirante Sir Horacio Nelson designado comandante en jefe de la escuadra del Mediterráneo, quien tomó el mando supremo, disponiendo de unas fuerzas compuestas por 27 navíos de línea. (pues los de Calder y Bickerton marcharon, a Inglaterra con dichos jefes)

       Mientras tanto, Gravina había logrado elevar a quince el número de los barcos españoles de la escuadra, alistando el Santa Ana y el Rayo, ambos de tres puentes, y el San Justo, de 74 cañones. El 6 de octubre, Gravina recibe ordenes de Villeneuve, de levar anclas, y el 7 se dispusieron los buques para la salida; pero el almirante francés cambió de parecer y el 8 propuso celebrar consejo de mandos. Asistieron a él por parte de los españoles, los tenientes generales Gravina y Álava, los jefes de escuadra Escaño y Cisneros y los Brigadieres Churruca y Alcalá Galiano, y, los franceses Villeneuve, los contralmirantes Dumanoir y Magon y varios capitanes. Gravina hizo resaltar la nueva táctica que empleaban los ingleses, y propuso crear una escuadra de observación o reserva que se mantuviera siempre a barlovento, a fin de apoyar aquella parte atacada o envuelta por el enemigo. En cambio, Villeneuve  era partidario de seguir la táctica consagrada de la formación en línea, sin proponer ninguna otra iniciativa, aunque consintió en formar la escuadra de reserva, así como intercalar los navíos españoles entre los franceses, tal como  había pedido Gravina, a fin de evitar que ocurriera otra vez lo de Finisterre. En que el mayor peso de la acción la soportaron los barcos españoles.

       Pasaban los días y Villeneuve continuaba indeciso, actitud que terminó por colmar la paciencia de Napoleón, quien dispuso que el vicealmirante Rosily sustituyera en el mando de la armada combinada a Villeneuve. Había llegado ya a Madrid el nuevo jefe, cuando informado de ello Villeneuve, trocó su habitual apatía e indecisión por un súbito y firme deseo de combatir a los ingleses a todo trance, deseoso de demostrar al emperador que aún servía para mandar una escuadra. El día 18 informó a Gravina que había decidido hacerse a la mar a la jornada siguiente, preguntándole si estaban los buques españoles preparados para ello, a lo que Gravina contestó afirmativamente.

       Se dispuso la formación de las dos escuadras siguientes: primera, la de batalla integrada por 21 navíos, de tres divisiones de a 7 unidades, (vanguardia, al mando del general Álava; centro dirigida por el propio Villeneuve, y retaguardia, mandada por el contralmirante Dumanoir), y la segunda de reserva u observación, a las ordenes de Gravina, compuesta de 12 navíos (seis españoles y otros tantos franceses) la fuerza naval de la armada combinada era pues, 33 navíos de línea, dieciocho franceses todos ellos de dos puentes, uno de 84 cañones, tres de 80, y catorce de 74, y 15. De estos uno el Santísima Trinidad, de cuatro puentes y 136 cañones era a la sazón el mayor navío de guerra y único de su clase en el mundo; seguían tres buques de tres puentes, soberbias unidades de 120, 118 y 100 cañones, unce de dos puentes, uno de 92 cañones, tres de 80, uno de 76 y seis de 74, con lo que la flota combinada sumaba un total de 2.686 piezas, cifra a la que había de unirse la correspondiente a cinco fragatas y dos bergantines, todos ellos franceses.

       Mientras la escuadra francoespañola se disponía a zarpar, Nelson forjaba su plan. Disponía solamente de 27 navíos con los que hacer frente a los treinta y tres enemigo, y no descartaba la posibilidad de que se uniera a los aliados otras dos escuadras: la de Alleman, sustraída de la vigilancia de la inglesa de Strachan, y la de Salcedo, que estaba fondeada en Cartagena, con lo que Villeneuve se vería así al frente de cuarenta y seis navíos de línea. Aunque a su ves, tuviera él la posibilidad de sumar a la suya las escuadras de Strachan y la del contralmirante Knight, que bloqueaba a Cartagena, sólo llegaría a reunir cuarenta navíos.

       El 9 de octubre, Nelson dio a conocer a sus capitanes un memorando en el que señalaba que si llegara a contar con tales fuerzas, no formarían en línea, sino en dos columnas paralelas de a dieciséis navíos, apoyadas por otra volante de ocho constituida por los más veleros de la armada, con la que podría reforzar rápidamente cualquiera de las dos columnas mayores. Éstas deberían cortar la línea enemiga por dos sitios distintos y envolver y aniquilar parte de ella.

       Villaneuve decidió  salir del puerto de Cádiz, el 19, al haber saltado el viento de Levante, favorable para dejar la bahía; pero estando en plena maniobra volvió la calma, por que hubo de esperar al día siguiente, en que refrescó el viento y toda la flota aliada pudo ponerse en franquía. Ya fuera del fondeadero, roló el viento al Sudeste, aumentando de fuerza, lo que obligó a la flota a reducir velamen. La armada debió haber navegado formada en cinco columnas paralelas; pero tanto por las continuas variaciones del viento como dada la falta de entrenamiento de las tripulaciones de algunos navíos, la formación marchaba de forma muy irregular.

       Nelson supo de la salida de los aliados el mismo día 19, y la escuadra británica pasó la noche del 19 al 20 navegando. El 20 continuó la búsqueda de los hispano-franceses, avistándoseles poco antes del medio día, Villeneuve también divisó al enemigo, ordenando a Gravina que incorporara su escuadra a la principal y formaran ambas en línea de batalla por la banda de estribor, transcurriendo así la noche.

       Al amanecer del 21 de octubre, ambas escuadras estaban a la vista. La británica comprendía 27 navíos de línea, de ellos 7 magníficos tres puentes, tres de 100 cañones y cuatro de 98, 20 de dos puentes, uno de 80 cañones y dieciséis de 74, más tres de 64, haciendo un total de 2.246 bocas de fuego, cifra inferior a la que reunía la armada franco-española, si bien quedaba compensada en parte la diferencia por un mayor calibre de las piezas en general. Además los navíos ingleses portaban mayor número que las unidades de los aliados, así como una mayor cantidad de corronadas u obuses de cubierta, piezas éstas muy eficaces en la lucha a corta distancia. Y, por otra parte era incontestable  su superioridad en mandos y dotaciones. Además, los buques ingleses eran mucho más maniobrables que los de los aliados, y sus dotaciones mucho más disciplinadas y expertas. Hacía las ocho, Villeneuve ordenó virar por redondo a todos sus navíos a la ves, con lo se invirtió el orden de la formación, quedando la flota proa al Norte, amura de babor pasando la retaguardia a formar la vanguardia, y viceversa; pero tal evolución de por sí difícil de ejecutar con una línea de navíos tan numerosa, resultaba aún más ardua en las condiciones en que la llevó a efecto Villeneuve, con fuerte marejada de fondo y viento variable.

       Por ello la nueva formación distaba mucho de ser homogénea pues aparecía como una línea curva irregular de unas cinco millas de longitud, con varios claros o huecos, uno de ellos muy amplio que prácticamente dividía en dos a la armada, producidos por el hecho de haberse sotaventeado unos diez navíos durante la maniobra, con lo que formaban una especie de segunda línea que doblaba a la primera en varios puntos.

      La formación resultante fue la siguiente, de Norte a Sur: Neptune de 80 cañone, Scipion, de 74; Intrepide, de 74; Rayo, de tres puentes 100 cañones, Formidable, de 80(insignia del contralmirante Dumanoir, jefe de la vanguardia), Duguay Trouin, Mont Blanc y San Francisco de Asis, los tres de 74; San Agustín, de 80; Héros, 74; Santísima Trinidad, de cuatro puentes, de 136; Bucentaure, de 80(insignia de Villeneuve; Redoutable, de 74, navíos estos tres últimos que se hallaban apelotonados entre sí sin guardar la debida alineación, y a sotavento de ellos se hallaba el Neptune, de 84 cañones. Detrás del Redoutable, quedaba un amplio hueco de media milla, pues los tres navíos que debían haberlo cerrado, San Leandro de 74 cañones; San Justo, de 76, e Indomptable, 80, se habían sotoventeado hacía el Sudeste, con lo que la flota coaligada quedaba partida en dos, se ha dicho, catorce navíos al norte, con Villeneuve, y diecinueve al Sur, con Gravina. El navío de cabeza de este segundo grupo que se mantenía en línea el gran tres puentes Santa Ana, insignia del general Álava, que mandaba el centro, seguido del Fougueux, Monarca, Pluton, Algésira, Bahamas, Aigle, Swiftsure y Argonauta, todos de 74 cañones, y algunos de ellos también a sotavento. Finalmente, seguían el Montañés, de 80 cañones, y el Argonauta, de 92, ambos sotaventeados, el Berwick, San Juan Nepomuceno, San Idelfonso y Achile, todos de 74 cañones y el último sotaventeado y doblando al San Idelfonso.

       Cerraba la línea el gran tres puentes Príncipe de Asturias, de 118 cañones, insignia del general Gravina. Como se ve había en la armada combinada dos navíos con idéntico nombre, uno galo y otro español.

10, Nelson dispuso sus fuerzas formando dos columnas de ataque paralelas. La situada más al Norte, compuesta de doce navíos, la mandaba él mismo, en tanto que la segunda a sotavento y al Sur de la anterior, compresiva de quince buques, era conducida por el vicealmirante Collingwood. Ambas se dirigían contra la armada coaligada algo oblicuamente en relación con el amplísimo  ángulo obtuso que ésta formaba. La columna de Nelson debía cortar la línea aliada algo más arriba del centro, teniendo por misión impedir que la vanguardia acudiera en socorro de la retaguardia enemiga, a la que la columna de Collingwood, más numerosa que la de Nelson, habría de envolver y aniquilar atacando de manera gradual de Norte a Sur, a favor del viento, a los navíos que la componían, lo que supondría momentánea superioridad local que haría posible vencerlos sucesivamente en forma parecida a lo acaecido en la batalla de Abukir.
Continua…

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