lunes, 6 de julio de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA



UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1521-1530
CAPITULO VI-XXXIV



Eduardo Pedro García Rodríguez
1530 Julio 30.
1.340-1.-Acta de presentación de una Cédula Real ante el Ldo. Juan de Santa Cruz, teniente de Gobernador por don Pedro, y Vallejo, escribano del Cabildo, por Francisco
Ximenes, va, que sigue original. 30-VII-1530. (Datas de Tenerife, libros I al IV)

1530 Agosto 9. El Ilustrísimo Señor don Luis Cabeza de Vaca, obispo que a la sazón era de estas islas, dio esta santa casa de Nuestra señora de Candelaria a los padres de la orden de Señor Santo Domingo, en 9 de agosto, siendo vicario provincial fray Diego de la Fuente y después, año de 1534, se la confirmó don Pedro Hernández de Lugo, segundo Adelantado de las islas de Canaria, hijo de Alonso Hernández de Lugo, estando en cabildo, viernes 14 de diciembre, siendo vicario provincial fray Alonso de ]a Anunciación y año de 1536 la confirmaron la reina doña Juana y la emperatriz doña Isabel, gobernadoras que eran de Castilla por ausencia del emperador nuestro Señor y después, año de 1542 se la confirmó el Sumo Pontífice Paulo tercero.

Según el lugar que ahora tiene por los reverendos padres de la orden de Santo Domingo, esta santa imagen trujeron dos veces de la cueva donde estaba, a esta casa donde al presente está, y tantas se volvió a su cueva, hasta que por ruegos y plegarias, servicios y procesiones, ha tenido por bien estarse.

También me pareció poner aquí un traslado de un original que se tomó en testimonio, de la cera que parecía en tiempo de gentiles, y después de reducida a la fe católica, en tiempo de cristianos, y aún en nuestros días parece; y por gloria de Dios y honra de su sacratísima majestad la Virgen María Nuestra Señora, quíselo poner como está, que es del tenor siguiente: In nomine Domini, amen. Sepan cuantos este presente instrumento de fe vieren, como en la villa de San Cristóbal que es en la isla de Tenerife, domingo veinte y cinco días del mes de junio, año de 1497, en presencia del muy virtuoso caballero Alonso de Lugo, gobernador de las islas de Tenerife y La Palma por e] Rey y Reina nuestra Señora, en presencia de mi Fernán Dálvarez, canónigo de la iglesia de Canaria, por la autoridad apostó1ica público notario, e de los testigos que de yuso serán escriptos sus nombres, pareció presente el honrado y discreto varón Antonio de Arévalo, contino criado de los Reyes Nuestros Señores, e dixo que por quanto en esta dicha isla se decía de público y era notorio un milagro que cada año acontecía de veinte años a esta parte, en un cierto término desta dicha isla, que por ende pedía y pidió al dicho señor Gobernador mandase tomar testigos dignos de fee, para certificación del dicho milagro, para lo mostrar en cualquier e qualesquier partes donde fuese dicho, para aumentación de la [devoción] de los fieles cristianos donde fuese mostrada alguna parte de la dicha cera o de ella fuese fecho mención; e que rogaba e requería a mí el dicho notario que lo que así dijesen los dichos testigos que por él me fuesen presentados ante el dicho señor Gobernador, que lo diese por testimonio en manera que hiziese fe donde quiera que fuese mostrado.

Luego encontinenti el dicho Antonio de Arévalo presentó por testigos a Pedro Fernández e Diego Fernández e Alonso Sánchez de Morales, naturales de la isla de Fuerteventura e vecinos desta dicha isla de Tenerife, e Gonzalo Méndez Castellano, e Pedro Maninidra, e Pedro Mayor, naturales de la isla de Gran Canaria, y Pedro de Herbas e Iboñe de Armas, vecinos de la dicha isla de Gran Canaria, que ahora están y habitan en esta isla de Tenerife; los cuales dijeron, y cada uno de ellos dixo como era verdad que cada año, siendo esta isla de infieles, que venían a ella los fieles cristianos que moraban en estas islas comarcanas, a estar en navíos, para saltear e tomar de los canarios que llamaban guanches, que aquí vivían; e como descendían en aquella parte que se dize de Güímar, que es en esta dicha isla, que fallaban la dicha cera e la llevaban e tenían e tienen en gran reliquia e veneración.
E los dichos Pedro Hernández e Alonso Sánchez de Morales e Diego Fernández e Gonzalo Méndez e Pedro Maninidra e Pedro Mayor digeron que de quatro años a esta parte han visto la dicha [cera] en la dicha isla e han sido presentes, con otros muchos, quando se fallaba la dicha cera en el dicho lugar de Güímar; y los dichos Pedro de Herbas e Ibone de Armas digeron que a veinte años, poco más O menos, que saben y vieron traer de la dicha cera a muchas personas; e todos digeron e cada uno de ellos dixo que a las veces parecía cantidad de diez a doze libras, e otras vezes quinze e veinte ]ibras; e que saben que este año pareció cantidad de veinte libras e más; e que los dichos Pedro Hernández e Diego Fernández e Alonso Sánchez de Morales e Pedro Mananidra e Pedro Mayor fueron en la fallar este dicho presente año, quatro o cinco días antes de la Purificación de Nuestra Señora la Virgen María; e que han oído dezir a muchas personas que la han fallado, que siempre por este tiempo se falla e parece; e que esto era y es verdad e muy notorio ansí en esta isla de Tenerife, como en las otras islas de Canaria comarcanas a ella, porque muchas personas, como dicho es, la han fallado; e que este presente año fueron más de veinte personas cuando apareció, que habían ido en busca de esclavos de vecinos que se habían ausentado; y que así pasa y es verdad.

De lo qual el dicho Antonio de Arévalo pidió y rogó a mí el dicho notario ge lo diese así por testimonio, en manera que hiciese fee.

E yo el dicho Fernán Dálvarez notario suso dicho infrascripto do fee e hago saber a qualquier e qualesquier personas ante quien este testimonio fuere mostrado, que pasa así en verdad todo lo suso dicho, e que es así muy notorio en estas dichas islas de Canaria; e que este presente año, al tiempo que se halló la dicha cera, no había candelas para decir misa ni para bendecir el día de la Purificación de Nuestra Señora la Virgen María, por cuanto en esta isla no hay colmenas para sacar cera, sino la traen de la Gran Canaria, por ser esta dicha isla nuevamente ganada de mano de infieles e puesta debaxo del yugo de Nuestro Salvador Jesúcristo; e trogeron la dicha cera, e yo el dicho notario, que al presente sirvo para cura, hobe e receví doze libras de la dicha cera; e así otras tantas fize haber al mayordomo de la iglesia, para celebrar el Cuerpo divino; de la qual yo di cierta cantidad al muy reverendo en Cristo padre y señor don Diego de Muros, obispo destas islas e obispado de Canaria, que aquí vino a visitar esta dicha isla e iglesia della; el qual envió de la dicha cera a Santa María de Guadalupe e otras iglesias del dicho su obispado, para que la tuviesen en reliquia.

A lo qual todo que dicho es fueron presentes por testigos los honrados varones Fernando de Truxillo, lugarteniente de gobernador en esta dicha isla, e Pedro Mexía e otras muchas personas; que fué e pasó lo suso dicho en el mes e año suso dicho. E yo Fernán Dálvarez, clérigo de la di6cesis de Jaén, canónigo en la iglesia de Canaria, por la
autoridad apostólica público notario, en uno fuí presente con los dichos testigos e vi e oí todo lo suso dicho e en nota recebí, de donde este público istrumento con mi propia mano saqué y escrebí, siendo para ello llamado e requerido e rogado. Fernán Dálvarez, apostó1ico notario.

Por este instrumento se parece el cuidado que Nuestra Señora de la Candelaria tenía de proveer de cera para sus festividades. y de aquí se da por reliquia todos los años unas candelas pequeñas a los que van en romería a su santa casa, con las cuales obra Nuestra Señora admirables obras, apagando fuegos, aplacando tormentas en la mar y tierra, y en partos de mujeres, truenos y relámpagos, en enfermedades, encendiendo las dichas candelas. (Fr. J. Abreu Galindo; 1977: 310-13)

1530 Octubre 15.
En este tuvo principio aquella memorable fundación del real convento de Candelaria, que deseaban imitar los dominicos de La palma en el santuario de las Nieves. Hemos referido el origen de esta devota imagen de Candelaria, las circunstancias peregrinas de su hallazgo, la estimación en que los guanches la tuvieron y el celo con que los conquistadores y pobladores de Tenerife promovieron sus cultos.

Apenas se sometió la isla, celebraron los cristianos la fiesta de la Purificación, sacando la imagen de su cueva y llevándola en procesión sobre los hombros de los reyezuelos vencidos, y como en esta ocasión había arrojado el mar a aquellas playas diez torales de cera, reputándola todos por milagrosa, hicieron de ella las candelas que sirvieron para alumbrar en la función; cuya circunstancia, unida al fenómeno de ciertas luces fosfóricas que se solían ver por las noches en los arenales vecinos y se juzgaban procesiones angélicas, encendieron la devoción de modo que, después de haberse consagrado la cueva de Achbinicó para iglesia de aquel territorio con cura y pila bautismal, el segundo adelantado, don Pedro Fernández de Lugo edificó en 1526 una ermita mucho más decente, adonde fue trasladada la santa imagen, no sin repugnan-
cia suya, pues se huyó y se volvió a su cueva dos veces, como escriben con admirable candor nuestros autores de milagros.

Pero para que la devoción ala Virgen fuese en aumento y aquel santuario, a que acudían en romería fieles cargados de limosnas, estuviese más bien servido, el obispo don Luis Cabeza de Vaca, que lo visitó, acordó encomendar el cuidado y administración de la imagen a los religiosos dominicos, para lo cual, de convenio con fray Diego de la Fuente, vicario provincial de la orden, despachó su licencia, en 9 de agosto de 1530, a fin de que pudiesen fundar allí un convento con número competente de religiosos, quienes, con efecto, cuatro meses después tomaron posesión de la ermita.

Mas habiendo sobrevenido en el mismo año sede vacante, por la promoción de aquel prelado a Salamanca, se suscitó por parte del clero secular una contradicción tan fuerte, que los dominicos hubieran cedido enteramente el puesto envidiado, si al cabo de cuatro años no hubiese salido a su defensa el ayuntamiento de la isla, haciéndoles plena donación de aquel territorio, casa, cueva de San Blas y santuario de Nuestra Señora, desde los riscos hasta el mar y desde el pozo viejo hasta la ermita de la Magdalena, que fabricó el Adelantado. Esta data fue en 4 de diciembre de 1534. [...]

El rey pidió informes al gobernador de Tenerife; Antón Joven, teniente suyo, los dio muy favorables; y, en vista de ellos, se expidió en Madrid la real cédula de 24 de diciembre de 1535, confirmando la donación del Ayuntamiento hecha a la orden de predicadores ya sus frailes. Pero el clero secular de la diócesis, que creía contraria al derecho parroquial esta absoluta donación de un santuario donde había pila bautismal y que era cada día más importante por las liberalidades del pueblo, se ofendió tanto de ella, que el canónigo Pedro Samarinas, en 1539, puesto a la cabeza de algunos que había acaudillado, se entró de repente en el convento y a mano armada desalojó a los religiosos, que en la resistencia recibieron algunos golpes.

Fácil es concebir las quejas amargas con que los heridos y despojados recurrieron, no sólo al pie del Trono, sino a también a Roma. El emperador Carlos V, en 27 de agosto del mismo año, les despachó su real cédula de restitución, que el papa Paulo III corroboró por su bula de 26 de mayo de 1542, el octavo de su pontificado, concebida en los términos más claros y honoríficos. Sin embargo, al año siguiente, hallándose el obispo don fray Alonso de Virués en la visita general de la diócesis, se volvió todavía a despertar la controversia con los frailes y, para cortarla de raíz, se creyó preciso plantificar entreellos y el ordinario un convenio perpetuo, por el cual el convento cedía la cueva de San Blas al cura de aquel territorio de Güímar, y el ayuntamiento daba en equivalente a los frailes la ermita del Rosario, que ellos renunciaron algún tiempo después.

Parecía que, habiendo triunfado los religiosos de tan obstinada contradicción y estando ya tranquilos poseedores de aquellos santos lugares, se aplicarían a procurarse un establecimiento más cómodo en iglesia y convento; pero vemos que en el espacio de más de un siglo vivieron como peregrinos, no siendo ya los clérigos sino los mismos frailes o, por mejor decir, los moros, los que les obligaban a pensar en irse con el arca a mejor tierra de promisión.

Era, pues, el caso que las frecuentes correrías de los berberiscos por nuestras costas y sus incursiones en los pueblos hacían temer con razón a los religiosos de Candelaria algún desastre de parte de un enemigo feroz que amenazaba de continuo unas playas solitarias y sin defensa y que era atraído del incentivo de un santuario famoso, reputado por rico. Así, deseosos aquellos padres de ponerse al abrigo de este riesgo y quizá de salir de aquella Tebaida marítima, pensaron en trasladar la casa a paraje menos áspero y más seguro, a cuyo fin obtuvieron facultad de Felipe II, en Aranjuez a 9 de marzo de 1569, para poder mudarla al puerto de Santa Cruz. [...]

Como por fortuna los enemigos no se dejaron ver entonces, se quedó dormido el proyecto, bien que no pudo dormir mucho, porque los mismos moros tuvieron cuidado de despertarlo. Por agosto de 1626 se recibieron varios avisos de que intentaban pasar a saquear el convento y llevarse cautivos todos los guanches. A esta voz el padre Herrera, que era prior, no tardó en volver a reconvenir a la ciudad con el riesgo inminente y con la cédula de Felipe II, para que se ejecutase la deseada traslación. Dividiéronse los regidores en varios pareceres.

Unos querían que se estableciese el convento en la ermita de San Juan, Llano de Los Molinos, extramuros de La Laguna; otros que en la ermita de La Esperanza o en el Llano del Moro y que, mientras se consultase al rey, se mantuviese la santa imagen en el convento de Santo Domingo de la ciudad, adonde se había llevado con motivo de aquel rebato.

El rebato pasó y la imagen se restituyó a su antiguo solar de Candelaria, asistida de su comunidad de capellanes, aunque siempre con la dura pensión de tener que andar casi continuamente fugitiva. Verificóse así en septiembre del año siguiente, con motivo de haber entrado los argelinos en las costas de Canaria fronterizas de Tenerife, y se verificó igualmente en octubre de 1635, cuando estando sobre ambas islas una armada que se creyó de moros, mandó el ayuntamiento que la imagen fuese llevada prontamente al lugar de Güímar.

En esta suerte de incertidumbre se mantuvo el destino del convento de Candelaria, hasta que en el año de 1668 se pudieron fijar las ideas, con motivo de las siguientes circunstancias. Por la falta de lluvias se había llevado a la ciudad en rogativa la santa imagen; seguíanse allí los novenarios de costumbre, cuando, en el cabildo del día
6 de abril, se presentó al ayuntamiento el padre maestro fray Alonso Talarico Cabeza de Vaca, provincial de Santo Domingo, reconviniéndole nuevamente con la antigua real
cédula para trasladar a Santa Cruz el santuario de Candelaria, con los acuerdos que en diversos tiempos se habían hecho sobre este punto y con varias observaciones contenidas en una larga petición.

Convocóse a cabildo general el 20 de aquel mes; y, aunque discordaron mucho los regidores en sus votos, pues unos decían que nada se innovase y que se reedificase el templo en donde estuvo al principio; otros, que se estableciese sobre el cerro de la ermita de la Magdalena, divertiendo el barranco; otros, que en la de La Esperanza; otros cuatro, que en la de Nuestra Señora de la Paz, entre la villa de La Orotava y su Puerto; y otros, en fin, que en el lugar de Santa Cruz; el corregidor don Martín de Mirabal, reflexionando que la mayor parte de votos estaba a favor de la traslación del convento, por los peligros a que estaba expuesto en aquel arenal, donde eran casi imposibles las fortificaciones para defenderlo, a causa de lo que costarían, proveyó auto mandando que
se trasladase al sitio que llaman de La Paz en el valle de La Orotava, con tal que el provincial y capítulo de los padres dominicos reconociesen siempre el patronato,
en cuya posesión estaba el ayuntamiento a nombre del rey.

De este decreto apelaron a la audiencia de Canaria los regidores de la parte de acá del Barranco Hondo. Pero la más eficaz apelación fue la que se interpuso para con el pueblo, pues apenas se divulgó la noticia por la ciudad, cuando, alborotándose toda de un cabo al otro, corrieron de tropel los vecinos a la media noche y, rodeando el monasterio de Santa Catalina, donde estaba la imagen en novenario, intentaban arrebatarla y conducirla a la parroquia, para que los frailes no fuesen dueños de ella. Sin embargo, se pudo serenar el tumulto; pero al día siguiente don Luis de Mesa y Castilla, regidor y procurador mayor, pidió al ayuntamiento que se nombrase apoderado para seguir la instancia en la Real Audiencia contra la traslación a La Paz. Don Cristóbal de Salazar y Frías pidió que se eligiese un personero general para que se hiciese igual contradicción. Los curas beneficiados de La Laguna pidieron que no se permitiese llevar por entonces a Candelaria la imagen, hasta no asegurarse de que la traslación se suspendería. El mismo provincial Talarico declaró que desistía de todo pensamiento de mudanza. Finalmente, el licenciado don Francisco Espinosa, como asesor del corregidor, revocó el antecedente decreto, y se mandó que la imagen fuese restituida a su antigua casa y que no se tratase nunca jamás de traslación.

Desde entonces pudieron aplicarse los religiosos con más tranquilidad a promover la devoción y reedificar el convento, que de día en día se fue aumentando con las ofrendas y romerías. Fabricóse con estas limosnas un nuevo templo de tres naves, respetable y suntuoso, a que principalmente contribuyó con largas cantidades el obispo don Bartolomé Ximénez, su inmortal bienhechor; y, concluido en 1672, se colocó en él la santa imagen con regocijo universal de los pueblos. Ésta fue la época en que empezó a ser más admirable el aseo de aquel santuario, su capilla mayor, sus lámparas, sus pinturas, sus votos, su sacristía y sobre todo el camarín y guardajoyas.

Consagróle en 28 de diciembre de 1739 don Domingo Pantaleón Alvarez de Abréu, arzobispo de Santo Domingo y devotísimo, como buen canario, de esta patrona general de las Islas. [...]

Han escrito de intento sobre esta imagen, su aparición y sus milagros el padre fray Alonso de Espinosa, natural de Alcalá de Henares, que, habiendo tomado el hábito de Santo Domingo en Guatemala, se vino a Tenerife, movido de las maravillas que en aquellas regiones oía de este simulacro, y, siendo predicador en Candelaria, solicitó, año de 1590, licencia del ordinario de la diócesis para hacer las averiguaciones precisas sobre el asunto. [...] Imprimió las dichas noticias, con otras relativas a la descripción e historia antigua de Tenerife, en Sevilla, año de 1594. [...]

La comunidad de Candelaria ha sido como de 24 a 30 religiosos, en cuyo número se han contado sujetos de distinguidos méritos, por lo cual el padre maestro Leal, ya citado, ponía entre las glorias de este convento la circunstancia de que de veintisiete provinciales que hasta su tiempo había tenido la provincia, los nueve habían sido priores de aquella casa. [ ...] (Viera y Clavijo, 1991)

1528 Noviembre 18.
Real Cédula de Carlos V,  protocolizado en el oficio de Antonio Ruiz de Porras, Sevilla, hallada por el catedrático canario D. Enrique Marco Dorta, trae curiosas noticias sobre la fortaleza de Las Isletas.

Gran Canaria alcanzó del Cardenal Jiménez de Cisneros, gobernador de España, que el Cabildo tuviese como propio dicho Castillo, que se había acabado de construir, pero siendo Gobernador de Gran Canaria Hernán Pérez de Guzmán, tomo para sí la fortaleza, como también Lope de Sosa, de lo que hubo queja e hizo información por mandato real el Juez de residencia Doctor Anaya. Recayó luego Real resolución para que acabado el gobierno de ese Gobernador, se restituyera la fortaleza al Cabildo, el cual venía poniendo en ella Alcaide con señalamiento de salario; todo ello consta en Real Cédula expedida en Burgos el 7 de Marzo de 1521 y dirigida al Gobernador de Canaria Pero Xuárez de Castilla; pero como otros Gobernadores de Gran Canaria insistieron en tomar para sí el fuerte del Puerto de la Luz, el Concejo de la Isla acudió de nuevo al Monarca, por medio del Regidor Juan de Escobedo, y se dio nuevo mandamiento en Real Cédula expedida en Toledo el 8 de Noviembre de 1528 y dirigida a Martín Fernández Cerón, ordenándole la inmediata devolución del Castillo ala ciudad (Archivo-Biblioteca de Darias Padrón).


No hay comentarios:

Publicar un comentario