sábado, 18 de julio de 2015

ARCHIVO PERSONAL DE EDUARDO PEDRO GARCÍA RODRÍGUEZ-LXXXIX


Del ayer isleño de Gran Canaria   

 “LA ULTIMA'' Y SUS PRECEDENTES “VELAS”


 Tal como lo especifica el vocablo, "la última" era el fin de la tanda de "velas" que noche tras noche se haban —durante nueve de éstas— a la parturienta o, como soliá decirse por aquellas calendas, a te que "caía en cama": popular locución con la que se nominaba el acto en que la gestante había de "atracar" a este mundo un "guáyete".

La última de las nueve velas era aquella en la que se bautizaba al recién arribado a este "confiscado" mundo. Por esta razón es por lo que en esta isla el acto sacramental del bautismo es sinónimo de "última". Hasta nuestros días, aún por esos campos de Dios —cumbre y medianías—, se sigue llamando así a lo de echarle el agua al neófito.

Durante esas noches, hasta la última, la parida era profusamente visitada (1) por familiares, conocidos y vecinos: La casa en ese lapso, durante el día y la noche, era un "geridero" y en tales visiteos —ellas y ellos— eran "brindados" (obsequiados) con bebidas: ron, vino de te tierra y "mallorca" (anisado) y dulces (pasteles), tales como bizcochos lustrados (los bañados con un almíbar de azúcar} y llanos (los que carecían de ese lustre), bollos de sustancia, de refresco o anís, amén de todo un extenso surtido de esas golosinas caseras; sendas escudillas de sustancioso caldo del que se preparaba cada día para la recién parida; tazas de chocolate en cuya elaboración se tenía muy en cuenta lo del popular dicho: "las cuentas claras y el chocolate espeso".

Asimismo era costumbre que la visitada fuera regalada, por parte de las visitantes, con obsequios sustanciosos y prácticos: "libras" (tabletas) de chocolate, algún cartucho con azúcar, botellas de "aceite de comer", algún paquete de velas (de las del barco iluminado), huevos y hasta latas (envases de galletas) con bizcochos lustrados o llanos de los de Tamaraceite; etc., etc.

Los visitantes que llegaban a la "prima" prolongaban su estadía hasta pasada la medianoche en que "se retiraba cada mochuelo a su olivo" con la excepción de dos o tres mujeres que se quedaban para velar hasta romper el día en que se reiniciaba el desfile de nuevas visites.

Esas horas nocturnas eran aprovechadas para organizar tenderetes en tos que, entre otros divertimientos, se Jugaba a esos juegos llamados de salón, entretenimientos más o menos intencionados y con sesgos arropados por la picaresca y con "según das". Uno recuerda algunos de estos "ingenuos" pasatiempos: el llamado de "las prendas", del anillo, etc.

También dedicaban parte del tiempo a narrar cuentos de esos cuyo color nos gustaría se prodigáis en zonas adecuadas en el urbanismo de nuestros pueblos y ciudades: ustedes me entienden. Otro capítulo indispensable en estos "timbeques" era el de los cantos —con conatos y figuras de baile— llamados "aires de Lima" que, al parecer, eran los obligados en los mismos, pues no había "veta" en la que no fueran cantados.

Las letras de esos "aires" podríamos dividirlas en dos clases o vertientes: tas alusivas a la protagonista de todo el "tinglado" {la parida} y las que discurrían por motivos de "pique" entre uno y otro sexo; "rasquera", enemistad, celos, etc. Como ejemplo, respectivamente, damos una muestra de cada:

Miren todos "pa" la cama y miren con atención y verán a la "parla" con su niñito varón.
*   *   *
Con una tunera india y con los vidrios de un frasco, me atrevo a limpiarte el cuto que es mejor que con un trapo.

Otro de tos entretenimientos, cuando la casa de la parturienta era de labranza, consistía en organizar (si era tiempo de ello) descamisadas y desgranadas en las que los jóvenes —ellas y ellos— se cantaban, siempre con "segundas", aires de la tierra con un trasfondo de rasgueos del timple y la guitarra. En tales labores, arropadas siempre por la picaresca, se hacían bromas —unas con ingenuidad y otras no tanto— como el dispararse mutuamente los carozos o los "rebuscos" (piña poco desarrollada y con escasos granos) cuyas dianas eran la zona de los senos de ella o la de los genitales de ellos.

Y asi, con tan alegres y suculentas velas, llegaba la "última", la del bautizo y del que transcribimos la parte más sustancial que del mismo nos dejara escrito el médico Don Domingo José Navarro en su libro "Recuerdos de un Noventón":

"A las once de te mañana salía el numeroso cortejo con reposada circunspección y se dirigía a la iglesia (...) El padrino desempeñaba allí con notable ostentación su cristiano cometido; luego remuneraba al cura con una onza de oro, regateaba dobloncillos a los sacristanes, daba crecidas limosnas a los pobres que esperaban en la puerta y distribuía anises y almendras confitadas... (...) Al regreso, volvía a tomar te criatura y se la daba a te madre, diciendo: "Comadre, usted me entregó  pagano, y yo se lo devuelvo cristiano". (...)

A la una de te tarde se servia el opíparo banquete. Estos gastos y el de las cuarenta gallinas que debía consumir la parida en su cuarentena de convalecencia, eran insignificantes en comparación del de los nueve días de visiteo. A las visitas que iban por tas mañanas se les daba una taza de sustancioso caldo y una copa de vino generoso con dos bizcochos lustrados. A las que iban por te tarde desde las cuatro de te tarde a las ocho de te noche, que eran numerosísimas, se les obsequiaba con un jicarón de rico chocolate, bizcochos lustrados y rosquetes; una tacilla de dulce con bollos de substancia, mantecados, tortitas de almendras dulces y amargas, bollos de refresco, étc. (...)

El bautizo se celebraba a los nueve días con repique de campanas. Si el padrino era rumboso, ¿tiraba puñados de cuartos desde la puerta de te iglesia; si no podía tanto, echaba almendras confitadas, y si era pobre sembraba gachafísco o algunos cigarrillos de papel...

Así eran las "velas", así era la "última" (el día del bautizo), los vetes —jno vetortos!—
(2) durante nueve noches que si por una. parte suponían algo de sacrificio para los vetantes por otra parte eran más que compensados con la variedad de "salsaleos" y las "panzadas" —comestibles y bebestibles— con los que se atiborraban.

Nos satisface el aportar estos detalles que bien pudieran servir para un más amplio conocimiento de esa parcela tan entrañable de nuestro acervo folklórico, popular y cultural. Conocimientos y datos que han sido recogidos en testimonios de personas mayores diseminadas por todos tos puntos de la isla y los vividos personalmente, en la niñez, en tos primeros anos del presente siglo.

(11 De siempre, en la isla, se manifestó una gran veneración y cariñoso respeto por la mujer lactante o en estado de gestación; costumbre que en  los últimos tiempos, lamentablemente, se va perdiendo.

(2) "Velas". Hay quien confunde éstas con los "velónos" (velatorios) y es conveniente aclarar que mientras las primeras eran para velar a las paridas, los segundos es para hacerlo a los muertos (cuando están dé cuerpo presente) que también tenían aspectos y fases singulares, de lo que hablaremos en otra ocasión.

L. Rivero Luzardo, en: Revista Aguayro
Año XI nº 123, mayo de 1980.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)


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