martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE TOMO III










ANEXO DOCUMENTAL N.° II

(Desbarato de Acentejo (l). Leandro Serra Fernández de Moratín: Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 17 de Octubre de 1899).

«En la segunda decena de Mayo (1494) y en tanto que algunas partidas de tropa penetraban por víveres y forrajes en los valles de Anaga y Tegueste, trabajábase con empeño en las obras de defensa que el general Lugo había ordenado construir en el campo de Añaza, y terminadas éstas, en los primeros días de la última decena, el Jueves 27 según un documento antiguo, se hicieron en disposición de poder decir misa y habiendo sido la celebración de la fiesta del Corpus...se hizo procesión según la comodidad. Siendo el 10 de Junio el martes desgraciado en que las tropas españolas quisieron penetrar hasta Taoro y en el que ocurrió el desbarato de Acentejo, como el mismo Adelantado decía algunos años más tarde, por 1503 —al conceder a Juan Benítez— uno de los héroes de aquella jornada —una data de tierra en el referido término.

A las primeras horas de la mañana del día antes citado, salió del Real de Añaza al frente de sus tropas D. Alonso Fernández de Lugo y se dirigió al interior de la isla. Una vez en La Laguna dio un descanso de dos horas a su gente fatigada por la subida de la Cuesta, y considerando que si vencía al intrépido Bencomo, alma de la Liga en Taoro y su más potente enemigo, el resto de la isla se le rendiría sin dificultad, tomó la resolución de atacarle en sus propios estados, y dio orden de continuar la marcha a hora de las diez de la mañana, tomando con todas sus fuerzas el camino de Taoro.

Los guanches de Tegueste que al sentir a los españoles en el bosque de La Laguna, se habían reunido en gran número atisbando desde los cerros inmediatos sus movimientos, al verlos tomar el camino de Taoro, penetraron las intenciones de D. Alonso de Lugo y descendiendo al llano de los Rodeos fingieron acometerle varias veces, ocultándose después tras la selva, pues su propósito era dificultar la marcha un par de horas para dar tiempo a Bencomo de reunir su gente y aprestarse a la defensa. Así, cuando creyeron haber conseguido su objeto se replegaron a Tacoronte. En tanto los españoles que habían pasado por el Ortigal y el Peñón después de atravesar «dos millas de la robleda» llegaron a las dos de la tarde a una depresión del terreno que el Adelantado en la Data de Juan Benítez llama la Rambla Honda, que hoy es conocida por Barranco de Cabrera, y deteniéndose en sus inmediaciones, el General dispuso que los batidores exploraran el terreno, lo que llevaron a efecto, dándose cuenta «de que a pesar de haber atravesado toda la sierra (véase Viana) no habían encontrado enemigos y sí unos rebaños abandonados en un llano cercano, al que no se podía llegar sino por un mal camino formado por una agria cuesta montuosa, cruzada de sendas cubiertas de zarzales. Consultó Fernández de Lugo el caso con sus oficiales y fueron de opinión los castellanos, que debían pasar todas las fuerzas el bosque inmediatamente, apoderarse de los ganados y bajando al llano cercano acampar en él antes que el enemigo se apercibiera y lo estorbara» (Viana). Pero los capitanes canarios, temiéndose una celada de los guanches, dijeron que no se debía entrar en la selva sin antes asegurar los pasos y desfiladeros (Castillo); fue de esta opinión el general, pero los españoles, ofendidos de que su Jefe siguiese el consejo de los auxiliares indígenas y no el de los Capitanes Castellanos, y desobedeciéndole, penetraron en el bosque (Bernáldez). Don Alonso que era tan político como buen militar, buscó un término medio entre las dos opiniones de las dos razas a que pertenecían sus soldados, y dispuso entrasen todos con el mejor concierto y orden que se pudiese hasta llegar a los ganados y que después de recogidos éstos se retrocediese al llano del Peñón para acampar. Disposición al parecer acertada, pues los mantenimientos fueron siempre los que más apuraron a los conquistadores, y nada tiene de extraño que la noticia de que podían hacer una buena presa de ganado los incitase a ir al llano de Centejo donde aquellos se hallaban. Además, la empresa no debía de parecérles arriesgada no viendo enemigos por ningún lado y quizás sospecharon que a su aproximación habían huido a Taoro; y así, su primer cuidado al bajar al llano fue enviar dos exploradores que, montados en ligeros caballos, diesen vista al Valle de la Orotava.

Pero en tanto que la gente de Lugo se ocupaba en recoger el ganado, de ex profeso abandonado por los guanches en aquellos sitios, el príncipe Tinguaro con trescientos o cuatrocientos taorinos escogidos, cruzó apresuradamente la parte alta de la Sierra y penetró en el cerrado bosque que acababa de atravesar el ejército español «disponiendo —según Porlier— una emboscada en un monte vecino a un desfiladero que forzosamente tenían que pasar». A la vez los guanches de Te-gueste que se habían unido a los de Acaymo en Tacoronte, avanzaron cautelosamente hacia Acentejo, ocultándose en la parte baja del referido bosque.

Las cuatro de la tarde serían cuando los españoles, contentos por haber hecho tan buen acopio de ganado, entraban de retorno en el bosque de Centejo y empezaron a subir la «agria cuesta montuosa» que nos ha descrito Viana y al «llegar a tiempo y lugar do no pudiesen aprovecharse los caballos», según las palabras de Espinosa, fuertes gritos y agudos silbidos atronaron el aire, y Tinguaro con sus guerreros preséntase de improviso y les embiste con furor, sin que tengan tiempo de tomar posiciones, ni aún de salir de su estupor.

Mucho hemos investigado buscando antecedentes que nos permitieran formar una idea aproximada del orden de marcha de las tropas de Lugo en el momento de la sorpresa, y hemos conseguido, después de consultar y comentar los historiadores de la Conquista, los datos siguientes: Al penetrar en la selva abría la marcha una vanguardia de trescientos hombres, formada por los ballesteros y espingarderos; seguíale el centro compuesto de seiscientos hombres; eran piqueros a los que seguía la impedimenta. La retaguardia, formada por ciento y pico de jinetes y los canarios del Guanarteme, parecía dispuesta a retroceder al camino de Taoro (San Cristóbal) al primer asomo de peligro: así llegaron hasta donde estaban los ganados, pero siendo el camino estrecho y teniendo el general prisa por retroceder y llegar antes de la noche al Peñón, hizo una conversión, —pasando a hacer la vanguardia, retaguardia y ésta aquélla— y colocando los ganados apresados entre los claros de las tropas empezaron a subir (los infantes muy cansados) la áspera cuesta acababan de bajar, —Callejón del Naranjo— Viana dice que se había perdido la formación y se marchaba de dos en dos, de cuatro en cuatro o de cinco en cinco según el ancho del camino y la voluntad de cada uno. Las fuerzas españolas debían de formar una larga columna de unos dos kilómetros de longitud, estando expuesta a ser cortada con facilidad.

Según el cuadro que de esta batalla nos hemos formado, los guanches, apostados en el bosque de Acentejo, no se dejaron ver hasta que la caballería de la vanguardia penetró en la hondonada de Cabrera, donde por las condiciones del terreno esta arma no podía atacar ni casi defenderse. A la vista del enemigo, el Adelantado, según Viana, mandó que avanzasen los ballesteros y espingarderos —el arcabuz no es de esta fecha— y contestaran a las piedras y dardos con balas y pasadores, en tanto que la caballería y los piqueros buscaban sitio más despejado; pero el Maestre de Campo que lo oyó —Lope Hernández de la Guerra— le gritó: «no da el tiempo lugar-», y tenía razón, pues los guanches estaban encima y el ataque era de frente en la vanguardia y de flanco en el centro. La primera hizo alto para esperar las demás fuerzas, que se habían retrasado en la subida de la Cuesta, y procurar ordenarse pero el centro, atropellado por el ganado que conducía y que al oír los silbidos de los naturales se había espantado, estaba desorganizado y fue completamente roto, quedando cortadas las fuerzas españolas. Conoció entonces el general Lugo que «volver atrás no podía, por no entregarse a las fuerzas de su enemigo y metérsele entre las manos» (Espinosa) y se vuelve a los suyos y les dice: «Ea, amigos, aquí del valor castellano. Ninguno desfallezca ni tema hacer cara a ese corto número de infieles desarmados, que nacieron para servirnos. Defendámonos, que con el favor de Dios, adquiriremos una victoria digna de nuestro nombre». (Viera) Y lanzándose contra el enemigo con todo el valor y el empuje que da la desesperación, procurando forzar el camino y salir de aquel estrecho lugar, pero ni aquella brillante y pesada caballería, cubierta completamente de hierro, ni aquellos peones armados de largas picas de 14 pies de largo, si irresistibles en el llano tenía que ser poco temibles «donde no eran señores de valerse de sus armas ni de mandar sus caballos», así, a pesar de hacer heroicos esfuerzos, fueron rechazados y tuvieron que retroceder por la Rambla Honda.

Tinguaro, ufano con su triunfo y armado con una alabarda cogida al enemigo, sentóse sobre una peña a contemplar cómo sus hombres se cebaban en los españoles. Allí le halló su hermano Bencomo, que al frente de tres mil hombres de refresco llegaba al lugar del combate, y habiéndole reprendido por su indiferencia, se alzó con presteza y le contestó: «Yo he cumplido mi deber de capitán, que es vencer, ahora mis soldados cumplen el suyo, que es matar».

A partir de la llegada de Bencomo la batalla estaba completamente perdida y sólo se luchaba por morir matando, pues subiendo los guanches del Quehebi por el camino de Taoro, cercaron a las tropas de Lugo, ya que éstas tenían en el flaco izquierdo a Acaymo y los suyos, en el frente ocupando el alto del monte a Tinguaro y a la espalda el mar.

La vanguardia al ser rechazada en su desesperado avance, retrocedió buscando un sitio más despejado donde rehacerse, y habiendo conseguido los jefes reunirse en un pequeño llano (donde está hoy la iglesia) «lleno en sus contornos de muertos» (Viana) ayudándose y protegiéndose los unos a los otros, y a costa de heroicos esfuerzos, repelen un tanto a los guanches que les cercan, y auxiliados a la llegada de la noche por treinta güimarenses, logran alcanzar por las Guardas el camino de la cumbre y saliendo por la Esperanza volver a Santa Cruz por los Genetos, salvándose así de caer en manos de los guanches de la Punta del Hidalgo, que, como ya dijimos, les esperaban al paso en los Rodeos.

En agudo silbido lanzado por Tinguaro en la Rambla Honda (Fuente del Pino) para ordenar a los suyos el ataque de la vanguardia, fue también la señal para que Acaymo embistiera desde su escondite del barranco del Coto la cabeza del centro que debía llegar en aquel momento al referido barranco, en el paso que hoy está en las inmediaciones de la iglesia del Salvador; viéndose éstos rechazados y empujados por la áspera pendiente de la ladera retrocedieron hasta que, unidos a la retaguardia y en las inmediaciones de la ermita de San Diego, consiguieron contener un poco a sus furiosos acometedores e intentaron la retirada por el camino de los Guanches que aún existe por debajo de la carretera, pero al llegar al barranco de Cabrera, en su parte media y junto a la ermita de San José, fueron alcanzados y envueltos por los de Taoro que con el Quehevi Bencomo, llegaban a horas de las siete de la tarde al lugar del combate (2). Descienden los españoles hacia los acantilados de la costa recibiendo continuos y rabiosos asaltos. Treinta soldados que bajaban por el lado Sur del referido barranco de Cabrera pudieron alcanzar una cueva que se hallaba encima del acantilado (Risco del Perro) y que no tenía más entrada que por un estrecho andén, refugiándose en ella los que bajaron por el lado Norte del barranco —la mayor parte canarios convertidos, que según Viana, hicieron aquel día «raras hazañas de inmortal memoria» — llamándose y convocándose los unos a los otros, bajan de prisa, en tropel, sin orden ni concierto, por estrechas sendas desusadas (las Vueltas de Rojas) hasta la orilla del mar, perseguidos de cerca por miles de guanches que a gritos proclamaban su victoria. En la ribera tuvo lugar lo más sangriento de la lucha, el sitio donde son aplicables las siguientes palabras de Viera: «Causaba horror la lluvia de peñascos y troncos que hacían rodar sobre los cristianos, quienes morían a tres y cuatro de un solo golpe. Todos los desfiladeros del barranco se tiñeron de sangre y se cubrieron de miembros desnudos». Y un escritor contemporáneo, el Cura de los Palacios, que quizás escuchó a algún testigo su relación, se expresa así: «y los guanches tomaron tanto esfuerzo a pelear y seguir en pos de los que huían que desbarataron toda la hueste y siguieron al alcance hasta la mar y allí de ellos se arrojaron a la mar, y de ellos se enroscaban en los peñascos, barrancos y veras donde bate el mar, y allí los mataban: y de ellos des que (desde que) crecía el mar los ahogaba: ansí que murieron de los cristianos ochocientos o poco menos». Desde entonces, aquella comarca se conoce con el nombre de La Matanza.

Al decir del padre Espinosa ochenta o noventa canarios se salvaron ganando a nado una baja que por ello tiene hoy el nombre de «Baja de los Cristianos», otros treinta o cuarenta se ocultaron en una junquera siendo sesenta los ahogados; advirtieron que de los doscientos que lograron llegar a Santa Cruz, no había uno solo que no se hallase herido o gravemente contusionado, ocurriendo tan sangriento desastre, o por el empeño del Adelantado de acampar aquella tarde en el Peñón, o como dice Bernáldez: «por la inobediencia que muchos de la hueste tuvieron al Capitán Mayor Alonso de Lugo, cuyo consejo y mandato muchos no quisieron tomar».

Los antiguos historiadores sólo se han ocupado en sus libros de relatar las proezas de los nobles que iban en la vanguardia —y a cuyos descendientes dedicaban sus obras— exagerándolas de tal modo, que a veces oscurecían con ello la verdad histórica. Todos cuentan con mil detalles, la muerte del capitán Núñez; el nervioso temblor del bravo Maninidra; el cambio del ropón rojo del Adelantado por el azul de Pedro Mayor; el despeño de los seis ballesteros que se situaron en la eminencia del barranco; el casual disparo de la ballesta abandonada; y el encuentro del general Lugo y Bencomo en la batalla.

De todos estos episodios, sólo nos ocuparemos de la invocación del Adelantado al Arcángel San Miguel, según Viana, o a la Virgen de Candelaria al decir del padre Gándara: por la que dicen se salvó aquél y su estado mayor, pues habiéndose oscurecido el cielo con un espeso nublado se sobrecogieron los guanches de pavor, abandonando el lugar del combate lo que permitió la retirada por la cumbre de los restos de la caballería de la vanguardia, reunidos como ya hemos dicho 
en las inmediaciones de la iglesia del Salvador. Nosotros, creemos que este milagro, como lo llaman Viana y Núñez de la Peña, no se debió al fenómeno atmosférico que en las últimas horas de la tarde, en los meses de Mayo y Junio, condensa en aquellos montes los vapores acuosos; y si, al paso de la infantería española del barranco de Cabrera, por detrás de San José, pues comprendieron los guanches lo peligroso que para ellos podía ser si sus contrarios, subiendo por la orilla norte de dicho barranco, se colocaban a espaldas de la Rambla Honda; así, dejando a los que en lo alto del monte combatían (y que creían caerían en poder de los de Anaga en La Laguna), descendieron las faldas de la montaña, concentrándose alrededor de los restos del centro y retaguardia, hasta conseguir precipitarlos en el mar».

Leandro Serra de Moratín

(1) «No vamos a dar a nuestros lectores una nueva descripción de esta sangrienta batalla, pues sólo tratamos de adaptar a las noticias adquiridas posteriormente, la ya publicada por nosotros en el folleto que con el título de DOS CAPÍTULOS DE LA HISTORIA DE CANARIAS, dimos a la imprenta en 1894».


(2) (Nota de BethencourtAlfonso)', «...o como dice Marín y Cubas salióles otra escuadra al paso más valerosa que la primera con que desmandados los cristianos, retrocedían por las partes peores y despeñaderos».

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