martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE TOMO III



CAPITULO II

RELACIONES INTERNACIONALES DE LOS ESTADOS GUANCHES EN VÍSPERA DE LA INVASIÓN ESPAÑOLA, AÑOS DE 1492 Y 1493.

Política imperialista del rey Bencomo de Taoro. Declaración de guerra en 1492 al reino de Güímar y sus consecuencias. Declaración de guerra en 1493 a los reinos de Taco-ronte y Anaga. Alianza ofensiva y defensiva de estos dos reinos y Confederación de los de Abona, Adeje, Daute e Icod. Derrota de los aliados y tratado secreto del rey de Anaga y Añaterve de Güímar con el general español Alonso de Lugo contra Bencomo. Propaganda subversiva a favor de la emancipación de los siervos y de las armas españolas: rápidas medidas de represión. Concertada la paz entre los reinos de Taoro, Anaga y Tacáronte, constituyen la Liga bajo la jefatura de Bencomo. Actitud de las naciones guanches al desembarcar el primer ejército invasor español.

De muy antiguo el pueblo guanche ventilaba con las armas si la sucesión al trono debía ajustarse a la línea masculina o femenina, dando origen a numerosas guerras como veremos en otro lugar; y como en ese litigio, desde la muerte de Tinerfe el Grande, la casa reinante de Taoro se creía despojada de su derecho al solio universal de la isla, sus reyes aunque sin renunciar a vindicarlo tampoco lo intentaron por impotentes.

Así las cosas apareció en escena Bencomo o el Rey Grande, soberano de Taoro, cuyo relieve va destacándose a medida que pasa el tiempo. Hombre de Estado, sagaz, guerrero y de clara inteligencia, fue superior a su pueblo e imprimió al cargo de la realeza un sentimiento de dignidad impropio de bárbaros. Justiciero, pronto en las resoluciones, de temple, de alma para las grandes empresas y siempre magnánimo, mostrábase tan piadoso para los vencidos en lucha franca, ¡de que dio repetidos testimonios con los prisioneros españoles!, como inflexible con los traidores y pusilánimes. Es proverbial su acometividad cargando al enemigo, su entereza de carácter, la energía de su espíritu ante las mayores contrariedades; y para que todo en él fuera extraordinario, era de tal complexión que a los 70 años se batía al frente de sus guerreros con los arrestos y agilidad de la juventud, siendo los héroes legendarios formados a su alrededor mero reflejo de su personalidad. Vivió temido de sus enemigos de dentro y fuera de la isla y obedecido sin vacilaciones por su pueblo, hasta que en la batalla de la laguna murió coronado por la inmortalidad defendiendo su raza, su honor y su trono.

Como era el soberano más poderoso —pues su Estado comprendía los llamados por los cronistas reinos de Taoro, de Tegueste y seño- río de la Punta del Hidalgo— y entre sus cualidades excepcionales la ambición corría pareja con la astucia, propúsose alcanzar el cetro de la isla sin dejar adivinar sus designios; para lo que fue preparando el terreno con cautela, hasta que juzgando llegada la sazón de ponerlos por obra, bajo el pretexto de unos robos de ganado y reyertas de frontera, declaró la guerra al rey Añaterve de Güímar en 1492; invadiendo el territorio ante la expectación de los demás reinos, que no dieron de pronto al suceso la importancia que tenía.

De los incidentes de esa campaña solamente habla la tradición: de un combate en la Negrita, debajo de montaña Colorada en la cumbre de Arafo, que a poco de comenzado le puso término un furioso temporal; de otro combate en Chaharte, hacia el Pegonal en Igueste de Candelaria, de resultado dudoso; de un tercer combate en Chivisaya, perdido por los güimareros; y por último de la reñida batalla de Güenifan-te, cerca de Pasacola, en la que fueron completamente derrotados los güimareros muriendo el infante Cayamo, hermano del rey, y el célebre gigante Emolió que pereció a manos de los teguesteros y fue sepultado en Guadamoxete; hecho de armas que obligó a Añaterve a pedir la paz, muy ajeno del oprobio que le esperaba.

Cuando supieron las condiciones impuestas por el vencedor, fue casi tan grande la temerosa sorpresa de los demás Estados, como la explosión de indignación de los vencidos, que fueron acumulando odio día tras día contra el aborrecido enemigo. El pueblo güimarero sería incorporado en calidad de provincia o achimenceyato al reino de Taoro perdiendo su nacionalidad, permaneciendo a su frente Añaterve a título de achimencey, en conformidad con la vigente ley del derecho paterno para la sucesión del trono que concediéndole por sus días las apariencias de la realeza; pero el príncipe heredero Gueton' el guada-meñe o sumo pontífice y otros proceres de alto prestigio, quedaban en rehenes junto a Bencomo en caución del tratado celebrado.
La ira y el enojo que provocó esta conquista material pero no moral del pueblo güimarero no tuvo límites, lanzándose a conspirar buscando apoyo por todas partes para recobrar su nacionalidad y libertar a sus príncipes y magnates. Pero el instinto de conservación, el egoísmo o la falta de unidad de los reinos les quitó toda esperanza de redención o de venganza y cuéntase que desesperados comenzaron a entrar en secreta inteligencia con los españoles de la isla de Canaria, que por las noches y ocultamente se arrimaban a la costa en pequeños pataches.

En el curso de estos sucesos y ya entrado el verano de 1493, los acontecimientos se precipitaron con motivo de una enfermedad mental que sufría a la sazón el rey Beneharo de Anaga. Como en estas interinidades ocupaba la representación del trono el príncipe heredero y en su defecto el hermano más viejo del rey, y por ambas líneas no había varones, la nobleza anaguera abrigó el proyecto de que la regencia fuera a parar al primogénito del rey de Tacoronte, casándolo con la princesa Guacimara, único descendiente de Beneharo, con el fin oculto de fundir los dos Estados en una sola nacionalidad por temor a Bencomo.

Pero no lograron engañar a éste. Y como le ofrecían para su plan una favorable coyuntura porque le amparaba el derecho, pues reversaba a su casa toda representación circunstancial de cualquiera de los Estados en las interinidades, aparentando Bencomo verse obligado a tomar las armas, se apresuró a declarar la guerra a los reinos de Tacoronte y Anaga, sin lograr tampoco engañar a los demás. La alarma fue general. Los tacoronteros y anagueses celebraron una alianza ofensiva y defensiva para hacer frente al enemigo común, y los reinos de Abona, Adeje, Daute e Icod se constituyeron en Confederación con el mismo objeto, pues ya eran bien claras las aspiraciones imperialistas del rey de Taoro.

Una verdadera conflagración amenazaba a Tenerife a semejanza de otras épocas; pero si en las edades pasadas la paz al fin se restablecía sin intervención de elementos extraños a la raza, no aconteció lo mismo en la postrimería del siglo XV. En la época en que se desarrollaban estos sucesos, los españoles no sólo se preparaban para rematar la conquista del Archipiélago apoderándose de Tenerife sino que avizoraban y avivaban sus discordias para mejor vencerla; con especialidad el alcaide del fortín de Agaete en Canaria, D. Alonso Fernández de Lugo, con quien capitularon los Reyes Católicos la reducción de la isla. Desde su acantonamiento fronterizo, unas veces personalmente y otras valiéndose de mediadores, sostuvo frecuentes relaciones con los enemigos de Bencomo para cimentar en sus odios intestinos, que supo alimentar con habilidad una base de operaciones al ejército invasor.

No nos ha sido posible rellenar las lagunas que existen en la tradición, respecto a los acontecimientos ocurridos en Tenerife en esta interesante época histórica. En la campaña sostenida entre el rey de Taoro y los tacoronteros y anagueses, hablase con vaguedad de varios encuentros sin resultados decisivos, hasta que empeñaron una reñida batalla en El Sauzal, en las proximidades del barranco de las Mejías y cerca de la ermita de Los Angeles por debajo de la actual carretera, donde fueron derrotados los aliados; derrota que debió re vestir importancia, porque trajo como consecuencia que el rey Bene-haro de Anaga (que ya había recobrado la razón), Añaterve de Güí-mar y el capitán Alonso de Lugo concertaran un tratado secreto para combatir a Bencomo. Nada dice la tradición de la actitud del rey de Tacoronte respecto a este tratado, aunque nos inclinamos a que ni intervino ni estuvo de acuerdo si lo conoció porque tampoco hace referencia a él un documento que luego veremos y que confirma el convenio de Beneharo.

Pero Alonso de Lugo no se limitó a esta labor diplomática sino que en vísperas de invadir la isla le arrimó una tea incendiaria, una cuestión social que prendió en la clase de los siervos como el fuego en la yesca conmoviendo las instituciones. Séase que existiera el rescoldo de una agitación antigua o la sembraran y fomentaran los españoles para enconar las divisiones, fue lo cierto de que los siervos empezaron a soliviantarse con la propaganda subversiva de su derecho a mejorar de condición, de no ser esclavos, y que esa promesa redentora la traerían las armas españolas, que no podría contrarrestar Bencomo con palos y piedras a pesar del valor de la raza. Tales doctrinas filtradas de un modo artero entre hombres rudos, movedizos, de carácter fiero y por otra parte víctimas de intolerables privilegios, provocaron una excitación amenazadora.

Fueron los activos propaladores de estas novedades los irreconciliables enemigos de los taorinos, los güimareros, pero con especialidad unos cuantos conocidos por la tradición por «gomeros»2 o «guanches mansos», que precediendo como vanguardia al ejército invasor se derramaron por la isla produciendo una honda perturbación moral. De ellos, unos decididos partidarios de los castellanos, ponderaban los beneficios de la civilización, de la libertad, de la propiedad de las fuerzas de sus armas, etc.; parangonando estas ventajas con la miseria y esclavitud en que vivían, con los irritantes abusos de la nobleza, etc.; pero otros, que se habían fingido amigos de los españoles, fueron ardientes defensores de su patria desacreditando a los extranjeros desde todos puntos de vista; más séase por la cultura que adquirieron, o porque se trataba de una reforma de antemano sentida, o que se vieran obligados a no dejar como bandera a los españolizados la redención de los siervos, el hecho fue que también se pronuncian por la reforma; ¡lo que trajo a la larga el desconcierto social y la pérdida anticipada de la independencia!

Tan inquietante como peligrosa situación únicamente pudo salvarla la figura excelsa de Bencomo. Con sus rápidas medidas cesó como por encanto la propaganda de apocamiento y las pretensiones ostensibles de los siervos, y decimos ostensibles, porque ya la idea de emancipación quedó arraigada para siempre. Descubiertos los hilos de la trama, sin contemplaciones ni pérdida de tiempo la hizo abortar con ejecuciones que no respetaron las más altas jerarquías, como fue la de un guadameñe o sumo pontífice3.
Viana que adornó algunos hechos históricos con ficciones poéticas, simboliza la propaganda subversiva y la sangrienta represión de que nos hemos ocupado en el guadameña o guañameñe, o séase en el personaje más culminante descubierto de los que intervinieron en la conjura.

Por esto Viana pone en boca de este notable agorero por su jerarquía, el summus aruspex, la profecía que hizo a la infanta Dácil en la vega de la laguna, (pág. 88):
«Díjole Guañameñe el agorero, que un personaje de nación extraña que por la mar vendría al puerto y sitio marítimo, llamado Añago entonces, de ser había al fin de mil desastres, guerras, batallas, cautiverio, y muertes, su amado esposo, en dulce paz tranquila

Este mismo adivino fue el que en el curso de los Juegos Beñesma-res que celebraba el reino de Taoro, tuvo la osadía de intentar soliviantar a los siervos con su propaganda, pero que el autor por mayor gala poética nos lo presenta pidiendo una audiencia al rey Bencomo, para anunciarle en medio de los proceres y cortesanos su triste porvenir, (pág. 77):
«Poderoso Bencomo, sin segundo como en servirte mis deseos fundo saber el fin dudoso he procurado de tu valor, que no en su bien dudara, si al mérito fortuna se igualara.

Por el cerúleo mar vendrán nadando pájaros negros de muy blancas alas, truenos, rayos, relámpagos echando, señales propias de tormenta y malas; dellos saldrán a tierra peleando, fuertes varones con diversas galas de otra nación extraña y belicosa para quitarte el Reino poderosa. Conquistaran por armas esta tierra, sin que puedan hacerle resistencia,
cuanto Nivaria y un distrito encierra ha de dar a sus reyes la obediencia; esto por mis agüeros es creíble; perdona, y pon remedio, si es posible».
En medio del temor que se apoderó del auditorio por la profecía del guañameñe:
«Sólo Bencomo, que cual otro César
que al prodigioso aviso de Spurina,
con menosprecio y burla estuvo incrédulo,
de Guadameña se mostró injuriado,
y así lo dice con soberbia ira:

«Por la cima del Téida levantado,
¿No sabes que desciende mi linaje del gran Tinerfe, bisabuelo mío, y que no hizo la fortuna ultraje jamás en su valor y señorío? Hago a sus huesos voto y homenaje, que has de pagar tu loco desvarío;

muera, muera el traidor descomedido colgádmelo de un árbol al momento;

El castigo impuesto al conspirador que hacía la causa de los siervos aunque no fuera ese su propósito, provocó una sorda excitación como deja traslucir el poeta en distintos pasajes:

«Cesó con esto, y no en la vulgar gente, el murmurar con mil sentencias varias, la lastimosa muerte, y los agüeros» (Pag. 81)........................
«Estaba en esto el pueblo alborotado
así por el castigo que se hizo
a Guañameñe el agorero mágico»
(Pag. 82)........................
«... muchos se acuerdan del castigo injusto del difunto agorero, y del pronóstico cuyos principios ven en breve término, y recelan al fin, el fin futuro. Sólo Bencomo no se sobresalta. (Pag. 117).......................................>>.

Sofocada por Bencomo la rebelión iniciada y noticioso de que en Canaria se hallaba dispuesto un ejército español para combatirlo, en inteligencia con sus enemigos interiores, suspendió en el acto las hostilidades; y no sólo gestionó y consiguió celebrar la paz con los reinos de Tacoronte y Anaga, sino que los atrajo al concierto de una Liga de los tres Estados bajo su jefatura para hacer frente a los extranjeros; lo que le proporcionó la doble ventaja de unificar las fuerzas de la mitad más importante de la isla, y lo que era para él de supremo interés, separar a Beneharo de la alianza castellana.
Por manera que al desembarcar en Tenerife con su ejército Alonso de Lugo, la actitud de las fuerzas vivas del país era la siguiente: la Liga del Norte, que abarcaba el territorio comprendido desde Añaza o Santa Cruz por el Norte de la isla hasta San Juan de la Rambla, bajo el mando supremo de Bencomo, teniendo por único objetivo los ligueros batir a los españoles; la Confederación del Sudoeste, que se extendía desde el barranco de Erques de Fasnia por el Sur hasta San Juan de la Rambla, comprendiendo los reinos de Abona, Adeje, Dante e Icod, más temerosa de Bencomo que de los españoles y resuelta a rechazar lo mismo al uno que a los otros; y el reino de Güímar, cuyo límite por el Este era Santa Cruz (el barranco del Hierro) y por el Oeste el barranco de Erques, en convenida alianza con los españoles, pero aún alimentando la esperanza de que Bencomo reconociera su nacionalidad probablemente para hacer causa común con los de sus raza, como parecen demostrar los hechos ulteriores.

NOTAS

1 Viana refiere que Gueton estaba desterrado por su padre (a causa de un delito) en la corte de Bencomo, pero es una inexactitud que en cierto modo rectifica más adelante. En éste y otros sucesos que iremos tocando equivocó las causas que los determi naron, en ocasiones simboliza los acontecimientos en personajes, ya copia errores de fray Alonso de Espinosa, o bien oscurece hechos históricos con las galas de la poesía; pero así y todo lo reputamos por el más completo y exacto de nuestros cronistas.

El poeta Viana, a nuestro juicio mal comprendido, ofrece la particularidad de que todos los historiadores lo combaten y todos lo siguen.

2 En el primer libro de Acuerdos del Cabildo de La Laguna se encuentran rastros de estos gomeros. Dieron tal nombre a los naturales de Tenerife ya civilizados antes de la conquista en las demás islas, sobre todo en La Gomera, donde se hallaban en mayor número y de ahí el nombre genérico de gomeros con que todos fueron conocidos. De éstos, unos habían sido hechos cautivos y otros se marcharon voluntariamente en las fustas que arribaban a la isla, huyendo de la justicia por algún crimen o por diversas causas.

3 El cargo de guañameñe que por su gran influencia sobre el pueblo era el más importante después de la realeza, recaía siempre en individuos de la familia real. Esta circunstancia y la conocida actitud de hostilidad más o menos franca de los güimareros contra Bencomo, robustece la tradición de que el guañameñe ahorcado fue el de Güímar que se hallaba en Taoro entre los rehenes.


Parece que en el mismo sentido se expresaba D. Cristóbal Bencomo, hijo del rey Benytomo, en la historia que escribió del pueblo guanche a su vuelta de España donde siguió la carrera de vocero o abogado. Cuéntase que de dicha obra sólo existieron tres ejemplares manuscritos, uno de los cuales vino a parar a una familia Oliva de Chasna, de difícil lectura y muy deteriorado, regalado a un carabinero peninsular allá por el año 20 del siglo pasado.

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