martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE TOMO III




ANEXO N.° V

BATALLA DE AGÜERE

La Batalla de La Laguna y la muerte de Tinguaro. (Estudio de hermenéutica histórica por Buenaventura Bonnet. (Memoria dirigida a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos de Canarias, por su autor).

«Siendo norma del historiador el descubrir la verdad, desvaneciendo por todos los medios posibles el error, y, encontrando el que esto escribe demasiado oscuro uno de los pasajes más interesantes de nuestra historia regional, o sea la llamada batalla de la laguna en los tiempos de la conquista, verificada entre guanches y españoles, a esta memorable acción hemos dedicado algún tiempo con objeto de iluminarla en lo que podamos.

La casualidad hizo que este verano asistiéramos a las fiestas de San Roque. Allí estudiamos con detención el terreno y leímos después todos los autores que narran la expresada batalla y la muerte del esforzado príncipe Tinguaro; repetimos más tarde nuestros viajes al cerro y a indicado, más, la dificultad para interpretar a los historiadores y conocer la verdad se hacía mayor, pero al fin la luz se abrió paso desvaneciendo errores, y hoy, después de poner en orden nuestas investigaciones las ofrecemos a la sabia comisión de monumentos históricos de esta provincia, más como tributo y homenaje a la tierra canaria, que disquisición crítica repleta de sabiduría y erudición, de la que aún nos ha menester.

Comienza el trabajo con un artículo de antecedentes necesarios para comprender el desarrollo de los hechos que luego analizamos, cuyos datos son copiados de los más diligentes historiadores, sucediéndole tres capítulos cuyos epígrafes indican la materia que en ellos se trata, a saber:

I. La batalla de La Laguna.
II. La muerte de Tinguaro.

III. Pedro Martín Buendía, y un resumen que condensa los hechos que se pretenden demostrar; a más dos gráficos: uno de la batalla, y otro, del paraje en que ocurrió la muerte del hermano de Bencomo.

Esperando que la acogida benévola que ante esa Comisión tenga la memoria adjunta no la exima del saludable rigor con que deba ser analizada en todos sus puntos, corrigiendo yerros si se advierten o descuidos que empañen la verdad, cierra estas líneas que a modo de prólogo o introducción para presentarla escribe. El Autor.

Antecedentes.

Después de la batalla de Acentejo llegó el general Alonso Fernández de Lugo a Canaria con menos opinión de la que se había sacado en la buena conducta que había tenido de castellano de la torre de Agaete, y fortuna en la prisión del Guanarteme, según asegura el historiador Castillo, ganándose en todo muchas estimaciones, que, aunque la batalla de Acentejo, fue una hora mala de fortuna contraria, a la fechoría alevosa que obró con los vasallos del rey de Güímar, (contra las sentencias Pontificias y Reales Declaraciones a favor de la libertad de los naturales de estas islas) no se le hallaba descargo.

Y, en efecto, el Adelantado, según cuentan todos los historiadores se encontraba con mucha pesadumbre y disgusto, no sabía qué orden se tener, dice Galindo, porque le habían muerto en las entradas que había hecho, más de 700 hombres.

Dispuesto Fernández de Lugo a no abandonar la empresa comenzada, trató con Francisco de Palomar, Nicolás de Angelatte, Guillermo del Blanco y Mateo Viña, mercaderes genoveses que se encontraban en Canaria, para que le ayudaran en lo que pudieran. Dichos mercaderes dieron poder a Gonzalo Xuárez Maqueda en 13 de Junio de 1494 ante Gonzalo de la Rubia, escribano público, para que fuera a España y consiguiera de algún noble que se asociara a la empresa con 600 infantes y 30 jinetes.

Llegado Maqueda a Cádiz, trató el negocio con algunas personas, de quienes sólo sacaba entretenimiento, hasta que se pasó a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, proponiéndole el negocio a don Juan Guzmán, duque de Medina Sidonia, en quien sólo pudiera tener aceptación negocio de tanta magnitud: «que le consideró como tan del servicio de Dios, en la dilatación de su santo nombre, y del servicio del Rey en el aumento de sus vasallos, añadiéndose aquella isla de Tenerife a las otras que estaban conquistadas». Admitió el Duque proteger la empresa, que sólo lo pudiera su grandeza; y luego mandó poner banderas, y un estandarte para la caballería, y con publicación de leva, se reclutaron los 600 hombres; nombrando Maestre de Campo a Bernardina o Bartolomé Estupiñán Cabeza de Vaca, caballero jerezano, y por capitán de los 30 jinetes a Diego de Mesa, y otros capitanes y oficiales para la referida infantería, que, con los aprestos necesarios salieron de Sanlúcar por el mes de Octubre, y navegaron a Canaria, adonde arribaron con felicidad.

En ínterin de estos avíos que se hacían en los puertos de Andalucía, hacía el Adelantado sus aprestos en Canaria, auxiliado de sus amigos, especialmente de Lope Fernández de la Guerra, conquistador, que vendió dos ingenios de azúcar, para asistencia de este despacho, y otros muchos caballeros canarios alentados de la conducta de don Fernando Guanarteme, su hermano don Pedro Maninidra y demás parientes, que en ninguna fortuna dejaron de seguir a don Alonso Fernández de Lugo, que entre todos formaron un cuerpo de más de 500 hombres.

En este número se han de contar los soldados que se escaparon del desastre de Acentejo y la gente enviada por Doña Inés Peraza, viuda y señora de Lanzarote.

Unidos estos soldados a los enviados por el duque de Medina Sidonia, y hecha reseña de toda la gente, Lugo embarcó la expedición en seis carabelas y en otras muchas barcas y carabelas menores que tenía juntas y dirigióse de nuevo al puerto de Santa Cruz de Tenerife.

El total de hombres reunidos ascendía a:
600 soldados del Duque. 500 « de las islas.
30 « de caballería del Duque.
40 « de « de las islas.
1.170 en total, que componían una hueste muy lucida con alguna artillería, y muy superior a las fuerzas con que Cortés dominó el imperio mejicano.

Muy pronto llegó Fernández de Lugo a Tenerife. Era en los primeros días de Noviembre, según los historiadores, cuando el Adelantado desembarcó de nuevo en Nivaria, con el propósito firme en esta ocasión de llevar a cabo la conquista definitiva de la última isla que no reconocía aún la soberanía de Castilla.

Luego que las naves echaron las áncoras, dispararon los cañones de las carabelas en honor de la Virgen de Candelaria, amortiguando con sus ecos, dice Castillo, los ánimos de los guanches que se consideraban victoriosos, animando a la vez a los soldados con las voces de los clarines y trompetas con que salieron a tierra, siendo su primera aplicación la reedificación de la torre para la defensa y alojamiento de la gente.

I. BATALLA DE LA LAGUNA.

No cabe duda que la batalla decisiva, y que virtualmente sujetó la isla de Tenerife al dominio español, tuvo por teatro la vega lagunera.

Si estudiamos con atención los testimonios de los historiadores se observa al momento el descuido y la falta de método en la descripción de tan importante hecho de armas.
Viera y Clavijo pudo muy bien en esta ocasión lucir su crítica; de esa manera tendríamos hoy despejados muchos puntos oscuros relacionados con este combate.
En nuestras investigaciones procuraremos hacer un estudio de hermenéutica hasta donde nos alcancen las fuerzas, pero tan solo de los acontecimientos que nos convenga aclarar para el fin que perseguimos.

Y dicho esto entremos en materia. Después de fortificado el real de Santa Cruz, los españoles al mando del Adelantado Fernández de Lugo se dirigieron con su ejército, que según todos los cálculos ascendía a unos mil hombres, a la vega de La Laguna.

Como buen militar y experimentado capitán dejó guarnecido el campamento de Santa Cruz con fuerzas suficientes para evitar una sorpresa, y, con gran prudencia apostó en La Cuesta, que era un punto estratégico, a los oficiales Juan Benítez y Fernando del Hoyo con una manga de soldados y la orden terminante de prohibir en absoluto la subida a La Laguna a las tropas que guardaban el real de Santa Cruz.

Estas medidas y disposiciones si bien denotan una previsión necesaria, evitando así una sorpresa o facilitando una retirada en caso grave si fracasara la empresa, también denota cierta desconfianza en el Adelantado contra los canarios que seguían sus banderas, puesto que la guarnición del real estaba compuesta de la gente reclutada en Gran Canaria, mandada por Fernando Guanarteme que, como sabemos, era natural de aquella isla.

Tomadas estas disposiciones, los españoles avanzaron hacia La Laguna. En tanto, los guanches apercibidos por la gente de la costa de la llegada de los buques, se aprestan a la defensa. Bencomo envía emisarios a todos los reyes de la isla, y éstos acuden con sus hombres a la presencia del rey de Taoro. Este ordena que bajen espías al real para conocer las fuerzas y las intenciones de los españoles y al mismo tiempo se prepara colocando gente armada en La Cuesta que era por donde inevitablemente había de subir el ejército español.

Conociendo Fernández de Lugo las disposiciones de los guanches, levantó el real muy de madrugada, de suerte que, protegido por las sombras de la noche, no pudiera ser visto ni sentido de los espías hasta el despuntar del día, y que esto acaeciera en lo más alto de La Cuesta y ya ganado el llano, en donde podía arrostrar con el auxilio de la caballería sin gran peligro el ímpetu de los naturales.

Tal y como fue concebido el plan se efectuó en todas sus partes. Los soldados de Lugo treparon las últimas lomas de La Cuesta y llegaron a terreno llano al amancecer el día, retirándose los guanches de aquel punto vista la sorpresa de que fueron víctimas.
En tal aprieto, el rey de Taoro mostró una energía y entereza digna de las mayores alabanzas. Urgente era detener las fuerzas invasor as y a este fin, Bencomo, acaudillando unos 5.000 hombres se dirigió a las afueras de la laguna con ánimo de cortar el paso a los españoles, mientras el rey de Anaga se apostaba en la Cuesta con el objeto de perseguir al ejército cristiano y asaltar el real de Santa Cruz caso fuera derrotado aquél en la acción que iba a empeñar.

Apenas Bencomo se puso en marcha con sus hombres se presentó a la vista el ejército de Lugo. Los emisarios de ambos entablaron pláticas de paz basadas, como siempre, en que los guanches abrazaran el cristianismo y reconocieran a los Reyes Católicos como sus señores, obedeciéndoles en todo y rindiendo pleito homenaje a su poder, prometiendo en ese caso los españoles respetar las vidas y propiedades de los naturales si a tal obligación accedían, pero muy pronto vieron los parlamentarios que en el ánimo de unos y otros no se pensaba sino en decidir la cuestión por las armas.

El campo que cubría el ejército guanche abarcaba desde donde hoy está edificada la ermita de San Cristóbal a la entrada de La Laguna, hasta la Cruz de Piedra extendiéndose más allá de los puntos señalados porque éstos no indican sino la dirección. El centro era mandado por Bencomo, el ala derecha Acalmo, rey de Tacáronte y el ala izquierda por el príncipe Tinguaro. El ejército cristiano se extendía desde la ermita de Gracia punto elegido por Lugo porque su altura domina el llano y que por eso sirvió de real a los españoles, hasta las posiciones ocupadas por las fuerzas de Bencomo.

Duro fue el encuentro y tremendo el batallar, los combatientes se atacaban con gran encarnizamiento y furor; los guanches decididos a morir defendiendo el solar de sus abuelos y la independencia de Niva-ria, los españoles por el honor de sus armas; pero todo fue inútil; el triunfo de las fuerzas de Bencomo era imposible porque ni las armas de combate ni la disciplina de los soldados de Lugo eran elementos fáciles de ser vencidos. La vanguardia española constituida por arcabuceros y ballesteros desordenadas las filas de los guanches, sembrando el terror y la muerte y después de conseguirlo entraban en acción los piqueros y caballeros hiriendo y matando a los fugitivos.

Sin embargo, la batalla duró todo el día y esto demuestra el tesón de los naturales y el ardor de la lucha. Muchas veces se rehicieron los guanches, obligando a los españoles a perder terreno y otras tantas retrocedieron acosados por la caballería y el plomo enemigo, pero en esos ataques y contra-ataques pueden citarse ejemplos de valor y denuedo dignos de ser cantados con épica trompa, ¡que al caer arrollados por la estrategia y la ciencia militar de los conquistadores, los guanches cayeron con honor, cumpliendo como buenos y sin demostrar cobardía ni temor!

Se cuentan famosos hechos de armas realizados por los naturales y que merecieron la admiración de los vencedores. Los capitanes del ejército, Bencomo, Acaymo y Tinguaro hicieron prodigios de valor; Tigaiga desafiaba a sus enemigos enarbolando una bandera perdida por los españoles enAcentejo, y tan fiero se mostró que hizo morder el polvo a muchos guerreros, hasta que al fin sucumbió pero matando siempre; Guadrafet vendió cara su vida y Leocoldo, Badamoet, Godo-reto y cien más quedaron para siempre en el campo de batalla después de mostrar un valor rayano en la temeridad.

Pero la derrota era inevitable porque el terreno en que se movían los combatientes era llano y por lo tanto favorable para los españoles, y la ventaja de las armas, infinita. Bencomo fue mal herido, también lo fue Acaymo, y Tinguaro muerto, o sea los tres jefes del ejército guanche. Entonces se ordenó la retirada hacia Tacáronte, y las tropas comenzaron a cejar, declarándose en derrota completa y retirada desordenada cuando se advirtió la llegada de los canarios que se hallaban en el real de Santa Cruz. Los últimos ataques de la caballería hicieron un estrago horrible. Las pérdidas de los españoles fueron escasas, y así era lógico que sucediera. Sin embargo, raro fue el que escapó sin heridas. Los muertos fueron: 15 piqueros, 20 ballesteros, y 10 hombres de a caballo, total, 45. Heridos de gravedad 7 de a caballo, y 10 peones; en cuanto a los hombres de Bencomo juzgamos no es exagerado el número de 1.700 bajas que consigna Viera.

Respecto a esta batalla existen pareceres contradictorios en los historiadores. Galindo supone es la tercera de las libradas en Tenerife, no sabemos con qué fundamento, pues los demás autores aseguran que es la segunda. Núñez de la Peña y Viera y Clavija dan poca importancia a la acción, así como también Castillo, llegando Galindo a decir que el Adelantado al desembarcar no paró hasta el reino de Taoro; y continúa:

« subió La Cuesta arriba y junto a la laguna tuvo unarefriega de poco momento, en una ermita que llaman Nuestra Señora de Gracia».

Por el contrario, Espinosa sostiene que fue:

«... tan brava, tan reñida y peligrosa que duró muchas horas con dudosa fortuna, porque cada parte peleaba con mucho coraje y ánimo denodado».
Nosotros nos inclinamos al parecer de este último autor, después del estudio que hemos efectuado de la indicada batalla en los autores más cercanos al hecho narrado, procurando hacer resaltar en el gráfico que va adjunto la disposición de los combatientes. La razón de no darle los historiadores de la conquista a esta acción la importancia que merece, creemos hallarla en el desprecio que mostraron los españoles a la raza vencida, y esto explica, a nuestro juicio, no haberse efectuado estudios serios del indicado combate, famoso por más de un hecho de armas.

II. LA MUERTE DE TINGUARO.

Dijimos antes que el ala izquierda del ejército de Ben medir sus fuerzas con el ala derecha del ejército cristiano. Dada la señal, el hermano de Bencomo atacó con furor a los españoles quedando indeciso el combate bastante tiempo; ora retrocediendo, ora ganando terreno ambas huestes.

Herido Bencomo y puesta en fuga la gente de Acaymo, las fuerzas españolas reunidas atacaron al héroe de Acentejo que todo el día había mantenido la lucha sin cejar gran cosa. Era el atardecer cuando viendo la imposibilidad de sostenerse ante los soldados de Lugo ordenó la retirada hacia el cerro de San Roque, paraje en que podía escapar a la persecución de la caballería y en donde su gente se defendería mejor. Ya herido Tinguaro en la batalla, continuó defendiéndose en la falda del cerro de los soldados de a caballo que le acosaban dispersándoles con una alabarda que traía consigo ganada en Acentejo; libre de sus perseguidores continuó la marcha cerro arriba. Mas, en lo alto del repecho surge Martín Buendía que con la pica en alto se dirige al encuentro del infortunado príncipe. Entonces, Tinguaro, cansado, mal herido, débil por la sangre que perdía y abatido por la desgracia, cruzó los brazos en señal de rendición y dijo:

«No mates al hidalgo, que es natural hermano de Bencomo y se te rinde aquí como cautivo», pero el implacable Martín de un fuerte y terrible golpe asestado al pecho de la víctima, le arrancó la vida. Los compañeros de Martín le dieron voces para que no matara a tan bizarro guerrero, pero ni las excitaciones de aquellos, ni la abnegación de aquel valiente rindiéndose cautivo, ni su lastimoso estado movieron a piedad el corazón del feroz y cruel soldado.

Analicemos este pasaje porque tiene bastante importancia. Huía Tinguaro hacia el cerro de San Roque perseguido por soldados de a caballo, hasta que al fin pudo escapar de aquéllos; así pues, en gran estrecho estuvo el hermano de Bencomo mientras era perseguido en el llano, pero no así en cuanto ganó el cerro, y desde ese momento pudo considerarse salvado.

Ahora bien: ¿Cómo es que en lo más alto del mencionado cerro se encuentra aún con sus enemigos que le amenazan y matan?. ¿ Cómo es posible que soldados de a pie pudieran alcanzar la cima antes que Tinguaro, después de haber escapado éste, como efectivamente escapó en las faldas del cerro de la gente de a caballo?. La explicación la tenemos en el siguiente hecho: Sabemos que los canarioscomo estaba mandada por el príncipe Tinguaro, quien necesariamente había de que habían venido a Tenerife para ayudar a la conquista quedaron, por disposición expresa de Fernández de Lugo, guardando el real de Santa Cruz. Mandaba estos soldados Fernando Guanarteme, el cual, inflamado el ánimo y con un sobrenatural impulso, según dice Castillo, o porque oyó los disparos de los arcabuces, o en fin, porque conociera por mensajeros el estrecho en que estaban las tropas, movió su gente y tiró a la laguna. En vano fue que Juan Benítez y Fernando del Hoyo apostados en La Cuesta se opusieran a su marcha, porque Guanarteme enristrando la lanza hizo lugar a los suyos, diciendo que él había de ver la cara al Adelantado, vivo o muerto, llegando a la batalla en tan buena ocasión para los españoles que los guanches viendo este no imaginado socorro que reforzaba a sus enemigos, comenzaron a desamparar el campo hallando la muerte en todas partes.

Ocasión se nos presenta ahora para estudiar a la ligera una parte de la orografía e hidrografía del lugar en que se desarrolló el combate, pies, importa mucho a nuestro fin y para las conclusiones que deseamos.

Subida La Cuesta se llega a un terreno llano, o mejor dicho a una meseta que se continua con ligeras ondulaciones hasta La Laguna. Las aguas de gran parte de esa meseta discurren por dos barrancos, a poca distancia uno de otro haciendo más estrecho el camino que servía en la época de la conquista para subir a la laguna y que constituía en la parte más alta de La Cuesta una posición estratégica de primer orden, tanto, que después se construyó un castillo para defender dicha posición y que modificado en estos tiempos aún subsiste. Recordemos también que los españoles colocaron en ese paraje soldados para la defensa del mismo y los guanches también enviaron destacamentos con ese objeto.

Siguiendo por el barranco principal o sea el de Santos y continuando por el del Drago se llega a la laguna. Hay que sospechar que una parte de la gente de Don Fernando Guanarteme siguió por el cauce del prenombrado barranco apareciendo por el cerro de San Roque, mientras la tropa de a caballo que acompañaba al jefe continuó por terreno llano hasta Gracia.

Los canarios que surgieron por el cerro de San Roque, fueron los que mataron al príncipe Tinguaro pues ya hemos demostrado la imposibilidad de hallarse las tropas de Lugo en aquel lugar.

Pero aún queda una duda: ¿Cómo conocían esa ruta los canarios? Desde luego hay que admitir que no fue la casualidad quien los condujo por tal sendero en tan buena ocasión para los españoles, sino que alguien les indicó el camino.

En efecto: Los espías que Bencomo envió al campo cristiano para conocer los movimientos del Adelantado fueron apresados todos por los españoles excepto uno que regresó a la laguna, y si estos espías, amenazados quizás por los canarios declararon el paso, y si no fueron éstos (que es lo más probable) sería algún otro guanche, ¡que en ningún tiempo han faltado traidores! (1).

El cauce del mencionado barranco desembocaba en el puerto de Santa Cruz junto al real de los cristianos, así lo demuestra la orden de Bencomo a los espías para que se ocultaran «en un barranco grande junto al puerto» según dice Viana. Este barranco es el llamado hoy de Santos, con cuyo nombre fue bautizado porque en ese día (1 Noviembre), desembarcaron los españoles por segunda vez en las playas de Añaza.
Asimismo, para corroborar que el ya repetido barranco se unía con el del Drago y surgía por el cerro de San Roque, oigamos a Viana en el capítulo XII, dando cuenta de las disposiciones de Bencomo:

«...y luego tuvo acuerdo
que fuese el rey de Anaga con la gente
que le seguía, que eran mil soldados
por tras aquellos valles, dando vuelta
al cerro de San Roque, y que saliese
después por el barranco referido
que va de la Ciudad derecho al Puerto».

• Ahora se explican perfectamente los sucesos de la acción. Tin-guaro mal herido huyó cerro arriba librándose de la persecución de los hombres de a caballo, pero en lo más alto del cerro, aparece un grupo de enemigos. Eran los canarios que de Santa Cruz llegaron siguiendo el cauce del barranco ya indicado, ruega el héroe deAcentejo que no le maten pero Buendía le hunde la pica en el pecho.
La interpretación de los autores y la unión de datos que antes estaban dispersos y ahora reunidos por nosotros, desvanecen la confusión que rodeaba a la batalla que hemos analizado y ala vez dan una idea acabada de las circunstancias en que Tinguaro halló la muerte.

Historiógrafos hay que suponen fuera el mismo Bencomo quien pereció en el malhadado combate. Espinosa, Castillo y algún otro autor son de esa opinión, mas hoy día está probada la inexactitud de tal aserto con tantas pruebas sería perder tiempo el querer refutarla.

Puestas en claro las circunstancias de la muerte de Tinguaro, fácil es averiguar el lugar en que cayó para siempre el hermano del rey de Taoro con una precisión que no deja dudas en el investigador.

Espinosa dice que «murió en un barranquillo estrecho do quedó», y Castillo que «Martín le pasó con la pica en una canal que hacía la cuesta».

Hemos subido varias veces el cerro de San Roque para estudiar detenidamente el paraje que citan los historiadores nombrados y de nuestras investigaciones hemos sacado el convencimiento de que el lugar en que ocurrió la muerte de Tinguaro no está muy lejos de donde se levanta hoy la ermita dedicada a San Roque. Allí, efectivamente, debió haber existido una canal o pequeño barranco hoy cegado, pero del que hemos encontrado vestigios. Sobre ese barranquillo se han formado fincas artificiales que por el abancalado del terreno hacen aprovechable la colina y según puede comprobarse, los acarreos aluviales de las tierras de la parte alta de la montaña forman esas fincas. Por ese barranquillo discurrían las aguas de la parte alta de la colina para unirse a las de un barranco mayor, o sea el del Drago por donde subieron los canarios. He aquí un gráfico que determina el perfil de la montaña y el lugar del trágico suceso, (Vid. página siguiente).

Después de muerto Tinguaro su cadáver fue trasladado al real de los españoles para comprobar si era el famoso capitán que tanto estrago hizo en la española gente. Allí la soldadesca se ensañó en su cuerpo dándole puntapiés y otros le herían con los regatones de las picas, diciendo: «¡Éste es el capitán que en Acentejo nos causó tanto daño!». Tantos fueron los golpes, que el rostro y el cuerpo quedaron desfigurados, no pudiendo afirmar los guanches prisioneros si era Tinguaro o Bencomo. El Adelantado, en la duda de si era uno u otro, ordenó que le cortaran la cabeza y puesta en una pica la llevaran al campo enemigo.

Marcharon los soldados a cumplir el encargo. Pasaron por la laguna y después a los Rodeos hasta el cabo Peñón, cuando desde lo alto de un monte divisaron el campamento enemigo. Vio Bencomo la cabeza de su hermano y dando pruebas de una gran presencia de ánimo exclamó:
«Ponedla donde está el cuerpo, mas mire cada cual por la suya».

Apenas se retiraron los españoles, el desgraciado Bencomo lloró con pena y abatimiento sin igual.

Viera, que encuentra tantas analogías entre nuestra historia y la de Roma, pudo muy bien parodiar la frase de Aníbal cuando le presentaron la cabeza de su hermano Asdrúbal, después de la batalla del Metauro:

«Perdiendo a Tinguaro, he perdido toda mi felicidad y Nivaria toda su esperanza».

No cumplieron los españoles el deseo de Bencomo. Dejaron la cabeza de Tinguaro en el sitio en que hicieron alto en Tacáronte y se volvieron al real. Entonces los amigos y deudos del héroe de Acentejo la recogieron para honrarla con fúnebres exequias; la triste comitiva, en la que figuraban los más notables capitanes y esforzados guerreros, se dirigió al reino de Taoro acompañada de las reliquias del ejército vencido en la laguna, y ya en marcha el cortejo aparece Cuajara, la esposa del infortunado príncipe que llora sobre la ensangrentada cabeza con grandes muestras de dolor. Lloran también los grandes del reino y los consejeros del rey, los nobles, los guerreros, y el pueblo en su amargura y desolación, grita:

«¡Tanaga guayoch, archimensey no haya dir hanido sahec chunga pelut! que dice en castellano:

«¡El valeroso padre de la patria murió, y dejó huérfanos a sus hijos!».

Tinguaro, según las descripciones que han llegado hasta nosotros, era alto, fornido, de color blanco, de cuerpo muy bien proporcionado y de recia complexión. Usaba larga cabellera signo de su alta alcurnia y hermosa barba de color rubio, presentando en todo su conjunto un continente de nobleza y dignidad muy acentuado. En el combate era infatigable, inexorable con los enemigos de la patria y magnánimo con los vencidos; en fin, era un verdadero caudillo por las virtudes militares que le adornaban y digno de rivalizar con los capitanes de los tercios españoles.

El poeta Viana describe con gran acierto los amores del héroe. Hermoso es el pasaje en que Benajaro rey de Anaga promete su hija por esposa a Tinguaro si vence a los españoles, en tanto que Cuajara llora su mala fortuna por estar enamorada del famoso guerrero hasta que al fin aquella dama vence y domina al rendido amador. Estos hechos, de un marcado lirismo se consideran por muchos como producto de la fértil imaginación del poeta, pero de todos modos acreditan el renombre del hermano del rey de Taoro. ¡Todo guerrero tuvo en la aureola de gloria que le teje la leyenda y la tradición un rayo luminoso formado por el amor y que resplandece con vividos fulgores inmortalizando su nombre!

Tinguaro, el valeroso representante de una raza de héroes, que dio su vida por la patria en combate desigual, que muere conservando hasta en los últimos momentos una dignidad que asombra, un valor a toda prueba y un gran corazón, no ha merecido aún ni siquiera un pequeño recuerdo que testimonie y perpetúe la grandeza de su alma (2).

Para terminar este capítulo diremos que conociéndose el sitio en que cayó para siempre Tinguaro, y el día de su muerte, pues acaeció según los escritores de la época el 15 de Noviembre del año 1494, bien merece que alguna sociedad literaria le dedique un recuerdo cariñoso en los momentos actuales ¡que honrar a los que fueron dignos, es honrarnos también nosotros!

III. PEDRO MARTÍN BUENDÍA.
En el capítulo anterior al hablar de la muerte de Tinguaro dijimos que éste había sido muerto por un soldado llamado Pedro Martín Buendía, y que ese guerrero era natural de la isla de Gran Canaria y no español como hasta ahora se ha afirmado en libros, revistas y periódicos; lo mismo desde la tribuna, y en el mitin, que en cadencioso verso, con manifiesta ignorancia de todos.

En estas líneas nos proponemos aclarar la cuestión auxiliados por los autores más cercanos a los hechos.

Al decir que Buendía era canario queremos significar que pertenecía a los naturales o primitivos pobladores de aquella isla que al tiempo de la conquista se bautizaron y siguieron a los españoles como tropas auxiliares, mandadas por príncipes también sometidos a la corona de Castilla.

En cuanto al hecho de que fuera un natural de la isla de Gran Canaria el matador del príncipe Tinguaro, si bien es cierto que ante la severa moral es un acto punible por las circunstancias en que ocurrió, por otro lado las leyes de la guerra lo atenúan. De todas suertes HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE
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el hecho por nosotros descubierto modifica ese punto histórico, pues todos los historiadores consideraban español al feroz y cruel soldado.
Desde luego podemos decir que no era español. Para fundamentar nuestra afirmación tenemos una preciosa fuente histórica, que es la relación detallada de la tropa que trajo el Adelantado Fernández de Lugo a la conquista de Tenerife la segunda vez que desembarcó con dicho objeto en esta isla.
Y en efecto, quien como nosotros lea la indicada relación publicada por Viera y Clavija copiada de la que inserta Viana en su poema, se convencerá que entre aquellos 600 nombres y apellidos no existe ningún sujeto que se llame como el matador de Tinguaro.
Ni lógicamente pensando podía suceder así, pues siendo las tropas canarias las que subieron al cerro de San Roque y estando mandadas por Fernando Guanaríeme, era imposible o muy difícil que hubieran españoles a las ordenes de aquel jefe.

No siendo español, debía ser canario; esta suposición la corrobora el poeta Viana:

«Luego el gallardo Pedro Maninidra
llegó con los canarios de su bando,
de los cuales se hizo aquesta lista:
Doramas, Rutindana, Bentagaire,
Alonso deAdargoma, Juan Dará,
Juan Blasino, Romano, Gamonales,
Pedro Mayor, y Pedro el de la Lengua,
Juan Pascual, don Fernando Guanarteme,
Juan Bueno, Luis Guillen, Juan de Santa Ana,
Juan Domeados, Pablo Martín Buendía, etc.,».

El historiador Castillo supone que el matador de Tinguaro se llamaba Pedro Mayor Buendía, pero contra esta opinión está la de todos los autores que del hecho se ocupan, que le asignan el apellido de Martín, siendo de gran peso y autoridad las razones que aducen para preferir el testimonio de Castillo.

Pero aún cuando se sustentara el criterio de este autor, también resultaría verdadero nuestro aserto, pues en una información que trae Galindo que se remonta al año 1497 acerca de la cera que aparecía en las playas de Candelaria, deponen como testigos en presencia de Lugo «Gonzalo Méndez Castellano, e Pedro Maninidra e Pedro Mayor, naturales de la isla de Gran Canaria, que ahora están y habitan en esta isla de Tenerife».
Lo que nosotros pensamos es que Castillo se equivocó de persona agregándole e Mayor el cognomen de Buendía, que era inseparable del soldado que mató a Tinguaro, sancionado por la tradición y muy posterior al hecho de armas que tan tristemente célebre hizo su nombre. Es de notar que esta confusión u error no fue seguido por ninguno de los autores que escribieron de estos sucesos, lo que demuestra la falta de autoridad de la expresada afirmación.

Espinosa, hablando de la acción del cerro de San Roque, cuando Tinguaro huía de sus perseguidores, dice: « no pudo escaparse de un fulano de apellido Buendía». Esto comprueba lo que antes dijimos, es decir, que con el sobrenombre de Buendía se indicaba siempre al matador del hermano de Bencomo.

Castillo por error le llama Pedro Mayor Buendía, y Espinosa ante la duda prefiere callar el nombre y primer apellido, pero ambos le denominan Buendía. Uno por exceso y otro por defecto no dan luz en el asunto que pretendemos dilucidar, o sea el verdadero nombre del soldado en cuestión.

Al decir que no dan luz es porque aún deseamos aquilatar la cuestión, ya que, si termináramos en este punto, bien a las claras se observa que demostrado quedaría hasta la evidencia que fue un canario y no un español el verdadero matador del héroe de Acentejo. En los demás historiadores vemos que Núñez de la Peña y Viera y Clavija le llaman Pedro Martín Buendía, y Galindo, Pablo. La duda estriba solamente en si se llamaba Pablo o Pedro, pues en los apellidos no discrepa ninguno; sin embargo, en eso no vemos dificultad ni recelo para sospechar la dualidad del personaje objeto de discusión, por el contrario, puede decirse que robustece y afirma la unidad del mismo. Todos sabemos que en nuestro santoral el día de San Pedro y San Pablo los celebra unidos la Iglesia, y nada tiene de extraño que, el día que fue bautizado Buendía, fuera cuando esa festividad es celebrada por los cristianos siendo potestativo, como hoy sucede, usar en la práctica el que mejor le parezca al bautizado.

Para corroborar lo expuesto, obsérvese que Viana en la relación de los soldados le denomina PABLO y en el pasaje del cerro de San Roque le dice PEDRO. De todo lo expuesto anteriormente se deduce que el matador de Tinguaro era natural de la isla de Gran Canaria, y se llamaba Pedro Martín Buendía.

De ese individuo, por más que hemos buscado datos nada hemos encontrado. Solamente Abreu Galindo dice, al hablar de la conquista de Tenerife: «...Pedro de la Lengua, Pablo Martín del Buendía, Juan Núñez de Hoyos, y otros muchos que se quedaron para poblar».
Se presume de esto que Buendía, después de obtener alguna data de tierras como conquistador, se quedó viviendo en esta isla de Tenerife pero sin mezclarse en los asuntos públicos y por lo tanto llevando una vida oscura, contando como una gran hazaña la muerte que diera al príncipe Tinguaro, hasta que la muerte le llevó ante el Juez Supremo.

RESUMEN

La presente Memoria, que tenemos el alto honor de presentar a esa digna Comisión, necesita como epílogo un resumen que abarque o compendie los puntos que en ella se discuten y resuelven con más o menos acierto, pero siempre con la mejor intención y buena voluntad.

En este trabajo, aparte modestia, creemos haber demostrado con una precisión que no puede dar lugar a dudas:

1. Que en la batalla de la laguna descrita por los historiadores faltaba la cohesión en los hechos, orden en la narración y existía oscuridad en el conjunto de la acción y que nosostros hemos intentado con éxito esclarecerla.

2. Que hemos descubierto el paraje en que cayó para siempre el príncipe Tinguaro, después de las investigaciones efectuadas en el cerro de San Roque y la compulsa de los historiadores más cercanos a la batalla que hemos reseñado, y
3. Que los enemigos que encontró el infortunado príncipe en el cerro eran canarios y no españoles, dándole muerte uno de ellos llamado Pedro Pablo Martín Buendía.

Si estas conclusiones, a nuestro juicio demostradas plenamente merecieran la aprobación del señor Presidente de la Comisión, el autor se atrevería a indicarle que recabara del Gobierno o de las entidades de la provincia que contribuyeran de algún modo a perpetuar para siempre el valor del príncipe Tinguaro y la importancia de la ba talla de La Laguna, ya que hasta la fecha, quizás por desconocerse pormenores del suceso, no se ha efectuado».

NOTAS:

Para el estudio que hemos hecho nos han servido como fuentes históricas: Castillo, para los antecedentes que van en las primeras cuartillas, y además Abren Galindo, Núñez de la Peña, Espinosa, Viera, etc.

Como fuente de primer orden, y que hasta la fecha ha sido considerada secundaria, tenemos al poeta Viana al que nosotros hemos respetado y consultado siempre, porque le concedemos una autoridad superior a la de muchos historiógrafos.

Para comprender y estudiar la obra de Viana, así como la interpretación de algunos de sus pasajes, pueden consultarse los artículos publicados por el autor de esta Memoria en el periódico Diario de Avisos de la capital con el título «Estudios semi-críticos del Poema de Viana» que merecieron el aplauso de los doctos, llegando algunos de esos trabajos a ser unidos por el Sr. Rodríguez Moure a la editio princeps que conserva en su biblioteca el expresado erudito (3).

// Buenaventura BONNET. La batalla de La Laguna y la muerte de Tinguaro. Ejemplar mecanografiado de 42 cuartillas. Tenerife, Noviembre de 1916. A.H.M.L.Ll Fondo de £)ssuna. Caja 153, expediente na. 19//.

ANOTACIONES

(1) En cualquier caso, una vez llegados al terreno, la propia orografía presentaba sólo dos alternativas para acceder a los márgenes de la laguna, a través del lomo de Gracia o siguiendo el cauce del barranco del Drago (hoy de la Carnicería).

(2) Existe un proyecto municipal para levantar un monumento, en memoria de la Batalla de Agüere y la figura de Bencomo, en la cima de la montaña de San Roque.

(3) Ver el anexo documental N.° I, de D. José Rodríguez Moure.

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