martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE TOMO III


BETHENCOURT ALFONSO, Juan
Historia del pueblo guanche / Juan Bethencourt Alfonso; edición anotada por Manuel A. Fariña González.- La Laguna: Francisco Lemus, Editor, 1991-1997.
3V.; 24 cm.
ISBN 84-87973-10-8 (Tomo III)
ISBN 84-87973-00-0 (Obra completa)
Contiene: T. I. Su origen, caracteres etnológicos y lingüísticos.
T. II. Etnografía y organización socio-política.
T. III. Conquista de las Islas Canarias.
I. Fariña González, Manuel A., ed. anot.
1. Canarias - Historia - Hasta el s. 15.
2. Etnología - Canarias 39 (= 081 : 649)
903 (649) 964.9
Torno I: 1.* Edición: Noviembre 1991
2." Edición: Abril 1992
Tomo II: 1." Edición: Abril 1994
Tomo III: 1.' Edición: Marzo 1997
© Manuel A. Fariña González © Francisco Lemus Editor, S. L.
Cubierta: «Audiencia de losR.R.C.C. a los menceyes,
enAlmazán». (Fresco de la escalera principal
del Ayt2 de La Laguna, de Carlos de Acosta / Octubre de 1764).
Foto de: Efraín Pintos Barate, gentileza de la Concejalía de Cultura.
Diseño de cubierta: JAIME H. VERA
Fotomecánica, fotocomposición e impresión:
LITOGRAFÍA A. ROMERO, S. A.
Pol. Ind. Valle de Güímar - Arafo
Dep. Legal: TF. 711-1991 (Tomo III)




CAPITULO I

ÉPOCA HISTÓRICA (SIGLOS XIV Y XV)
Breves noticias del conocimiento que tuvieron de las Islas Canarias. Contrataciones, asaltos y correrías en Tenerife. Primer
y segundo intento de invasión de Diego García Herrera. Su tratado con los soberanos de la isla; torreón o casa de contratación en Añaza; expulsión de los españoles. Asalto de Alonso Fernández de Lugo. Correría de Hernando de Vera. Entrada de Maldonado; batalla de Añaza.

Aunque las islas Canarias estuvieran bajo el dominio del imperio romano, de lo que ofrecemos dar testimonio más adelante y que viene a confirmar el pasaje que Plinio tomó de Estacio Seboso, en que éste relata lo que oyó a unos navegantes gaditanos respecto a dicho archipiélago, a partir de la referida fecha nuestras crónicas no van más allá del siglo XIV en que ya era muy conocido y con alguna frecuencia visitado: en 1341 se realizó la expedición dispuesta por el rey de Portugal de que nos habla Bocaccio; en 1343 fue consagrado por rey de Canarias, D. Luís de la Cerda; en 1360 tuvo lugar otra expedición de mallorquines y aragoneses; en 1369 el Papa Urbano V expidió su bula a los obispos de Barcelona y Tortosa sobre misiones en las Canarias; en 1377 llegó a Lanzarote de arribada el vizcaíno Martín Ruiz de Avendaño; en 1380 un buque sevillano, el de Francisco López, embarrancó en la isla de Canaria; en 1385 según Abreu Galindo, varios vecinos de Sevilla organizaron una expedición; en 1386 aportó a La Gomera el conde de Ureña; en 1393 refiere Abreu Galindo otra entrada de vecinos sevillanos; y a principios del siglo XV, cuando Juan de Bethen-court daba principio a la conquista, sin depender de éste arribaron a las playas de Lanzarote los buques Mordía y Tajamar, dueño del primero el honrado Francisco Calvo y del segundo, el malvado Fernando Ordóñez.

De estas pocas expediciones de que hay noticias, sólo se sabe de una de aragoneses que tocó en Tenerife. Hablando Marín y Cubas del conocimiento que tuvo Europa de la referida isla, dice:

«... lo llevaron los aragoneses que llegaron a la parte Sur, en Adeje, a tratar de paz por el año de 1347. Sólo vino allí un rey solo, que dicen tenía la isla, llamado Betzenuriga, con muchos capitanes».

Aún con estos escasos antecedentes y lo sucedido en el siglo XV con andaluces, castellanos, aragoneses, mallorquines, vizcaínos, portugueses, sicilianos, genoveses, gascones, normandos y otros, se llega al convencimiento de que en esas dos centurias visitaron las Canarias aventureros de todas clases (1): unos para comerciar pacíficamente con los naturales y otros para robar cuanto podían, apoderándose de los indígenas para venderlos como esclavos en los mercados de Europa.

Este vil tráfico que ha manchado a todas las sociedades de la tierra, fue durante dicha época un negocio lucrativo a lo largo de ambas riberas del Mediterráneo; viniendo a ser las Canarias una mera prolongación de la mina productora para los abastecedores del mercado.

Es evidente de que las islas se redimieron de tan infame codicia a medida que fueron conquistadas, si bien con perjuicio de las que quedaban por conquistar, por servir de blanco no ya a los piratas de fuera sino a los de dentro del Archipiélago, que eran los más temibles por su vecindad y mayores facilidades. Así, no bien sometidos los indígenas de Lanzarote, en unión de los europeos cayeron sobre Fuerteventura, que a su vez contribuyeron a dominar a los del Hierro y todos ellos a La Gomera; para luego estas cuatro islas de señorío ser durante un siglo el azote de las tres restantes, hasta que reducidas Canaria y La Palma quedó Tenerife como única apetitosa presa de todas las demás. Son legendarias por el Sur de la isla las entradas de las fustas o pataches de los señores de La Gomera y de Lanzarote, unas veces de paz y otras de guerra; y sin embargo, salvo dos o tres casos, no existen testimonios escritos de los asaltos y correrías que sufrió Tenerife.

La primera de que hacen mención los cronistas la llevó a cabo Hernán Peraza, como a mediados del siglo XV al frente de 200 hombres, mitad de peninsulares y mitad de naturales. Según Núñez de la Peña saltó Peraza con 120 soldados por una playa del reino de Güímar, que repartidos en escuadras se metieron tierra adentro como media legua, hasta que una de ellas, sorprendió a siete pastores que iban a comer, «por ser propio de esta gente hacer juntas y medios días a costa de sus amos». Retiráronse con los siete cautivos y más de mil cabezas de ganado; pero al embarcar descubrieron a un niño de siete años cogiendo pecesitos en los charcos y también se lo llevaron para Lanzarote. ¿Quién había de pensar que este muchacho, conocido en la historia por Antón, era llamado a jugar un papel tan maravilloso en la fe de los tiempos pasados? Fue bautizado y apadrinado por Hernán Peraza, y después de permanecer siete años a su lado pudo escapar en una playa de su misma nación, donde aportó el buque que conducía a una playa de su misma nación, donde aportó el buque que conducía a Peraza de la isla de Lanzarote a La Gomera.

Otra de las mayores correrías de que habla la tradición, y a la que alude Marín y Cubas aunque de un modo muy confuso, fue la que llevaron a cabo lanzaroteños y castellanos unidos en 1458 más o menos. Constituían una fuerte columna compuesta de gente de a pie y de a caballo, que desembarcó por una de las playas de Güímar. Tuvieron varios encuentros con los naturales comandados por su valeroso mencey Da-darmo; conocido más tarde por el Rey de las Lanzadas, a consecuencia de su famosa hazaña, en uno de los combates, batiéndose a la vez con varios soldados de a caballo, que no lograron rendirlo a pesar de las heridas que recibió. Contábanse de este rey muchos hechos heroicos.

Aunque los escasos recursos del inquieto señor de las cuatro islas menores, Diego García de Herrera, no le permitían aventurarse a los peligros del mayor empeño en el Archipiélago como era la conquista de Tenerife, séase por su espíritu emprendedor, ya para cubrir las apariencias con la Corona, bien a excitación de su amigo el guerrero obispo D. Diego López Illescas, o por todas estas razones, el hecho fue que levantó un ejército de 500 hombres por mitad de naturales y peninsulares, que condujo en tres navios a Tenerife, dando fondo en el Bufadera del puerto de Añaza el 21 de Junio de 1464; siendo su primera diligencia echar a tierra 400 soldados.
Alborotóse la isla en tales términos, que al poco tiempo se vio Herrera amenazado por fuerzas muy superiores dispuestas a cargar; y en la alternativa de un desastre si entraba en batalla o de reembarcar con pérdida completa de su crédito, optó por el partido de poner en juego los medios diplomáticos enviando intérpretes a los guanches con una embajada de paz. Se ignora lo que positivamente pasó, pero a juzgar por los sucesos, Herrera en medio de protestas de amistad debió solicitar el permiso de construir una casa de contratación para establecer un comercio regular con el país, prometiendo a la par defenderlos de los asaltos de los piratas.

Mas no consiguió realizar su propósito en aquella ocasión, ya porque no supo desvanecer la desconfianza de los guanches o porque no estaban presentes todos los reyes de la isla como afirma Marín y 40 Cubas, contándose entre los ausentes el de Taoro que era el principal, sin embargo de lo que declara el instrumento público que damos a conocer en la adjunta nota'; pero lo que sí parece probable fue que aprovechó el tiempo transcurrido en las conferencias, para poner en práctica la fórmula de posesión de la isla a nombre de la Corona de Castilla, «hollando la tierra con sus pies», «cortando ramas de árboles», etc., tal vez en medio de las risas o indiferencia de los indígenas ignorantes del alcance de tales actos. «Como quiera que fuese, dice con fina ironía Viera y Clavijo, es constante que el fruto de esta expedición fue el mismo que el de la de Canaria: una gran certificación en pergamino» (2).

Conformándose con este simulacro, sin otro resultado positivo que mutuas promesas de buena amistad, retiróse Diego de Herrera con su escuadrilla para Lanzarote pensando en nuevas y más fáciles empresas; hasta que a los dos años, en 1466, fue sorprendido por una poderosa expedición de portugueses al mando de Diego de Silva, enviada por el infante D. Fernando. No perdió el ánimo el singular Diego de Herrera: batido en todas partes y fugitivo, agitó con tal estruendo sus derechos a la conquista de la totalidad del Archipiélago ante la curia romana la corte de Portugal y sobre todo la de España, que al fin consiguió que la Corona revocara la merced concedida a unos proceres portugueses de las islas de La Palma, Canaria y Tenerife, su fecha 6 de Abril de 1468, y no solamente le fueron respetados sus derechos, sino que a su enemigo Diego de Silva lo hizo su yerno; constituyendo mediante esta unión una formidable fuerza hispano-portuguesa, que cayó sobre Tenerife.

Mas no bien los guanches vieron en demanda del puerto de Añaza tan poderosa armada acudieron los naturales en grandísimo número, como dice Marín y Cubas, «...con admirable braveza armados de palos muy gruesos jugados a dos manos y a una como espada, y gruesas piedras con gritería y silbos», para oponerse al desembarco.

Prometíase Diego de Herrera en esta segunda invasión alcanzar por medio de las armas lo que no pudo obtener en la primera, por la cuantía de la fuerza que llevaba; y no fue pequeña su sorpresa al verse hostilizado por una muchedumbre más numerosa que la vez anterior. Por manera que considerándose impotente para llevar el asunto por las malas, disimuló su contrariedad acudiendo de nuevo a las buenas palabras, a sus protestas de amistad y a la conveniencia de ambas partes del establecimiento en la isla de una casa de contratación; y se dio tales mañas que como dice Marín y Cubas, «... al fin le permitieron hacer enAñazo un fuertecillo, que despreciaban».

Todo hace presumir quedó edificado hacia fines de 1468 y guarnicionado con un reducido presidio bajo el mando de Sancho Herrera, hijo de Diego García Herrera; y aunque se emplazó en territorio de la nación anaguesa, por la hoy plaza de San Telmo en Santa Cruz, no fue por consentimiento único del soberano de este reino como da a entender fray Alonso de Espinosa, sino por todos los reyes, porque los intereses de carácter general eran siempre motivo de acuerdos internacionales. Pero hay más. Séase que todos desconfiaban de los extranjeros y querían vigilarlos por su cuenta o que aspiraban a beneficiarse por igual en el tráfico o que quisieran entablar una acción común en suceso tan extraordinario, el hecho fue que convinieron en que cada uno de los nueve reyes que a la sazón tenía Tenerife, incluyendo en este número el de Tegueste aunque era feudatario de los de Taoro, pusiera al servicio de los españoles nueve siervos que daban un total de ochenta y uno, tanto para la construcción de la casa-fuerte, como para el pastoreo de los ganados del presidio, corte de madera, fabricación de pez, recolección de orchilla y demás negocios de exportación.

Los guanches aunque bárbaros eran sagaces y muchos de ellos de clara inteligencia. Dábanse exacta cuenta del peligro, conocían las fuerzas de los europeos y las ventajas de sus armas, sus ambiciones de dominación, sus progresos y mejores medios de vida; y por esto, si bien rechazaban con energía toda armada que llegara en son de conquista, hallábanse propicios para establecer relaciones mercantiles y de amistad cuando éstas no amenazaban su independencia.

Este buen concierto y armonía duró cosa de seis años; hasta que un aciago día Diego García Herrera, sin duda falto de recursos y partiendo del supuesto que los siervos facilitados por los reyes fue un donativo de esclavos, dio orden de extrañarlos de la isla probablemente para venderlos2.

No fueron habidos el completo de los 81 siervos, pero al saberse la noticia de los embarcados, un clamoreo de indignación se levantó en toda la isla, que se precipitó furiosa sobre el torreón, Sancho de Herrera y su gente; «asaltándolo, según Marín y Cubas, con pedradas y varas arrojadizas; lo persiguieron a nado tras la lancha y el fuerte fue desbaratado».

Hoy no cabe duda de que esta fue la causa de la expulsión de los españoles allá por el año de 1474. En el discurso que leyó en la Academia de la Historia D. Rafael de Torres de Campo, en diciembre de 1901, dio a conocer la prueba testifical que con arreglo al interrogatorio de la célebre información (3) sobre el derecho de la isla de Lanza-rote y conquista de las Canarias, hizo en 1477 Esteban Pérez de Cabi-tos por mandato de los Reyes Católicos, en la que se pone en claro el asunto que nos ocupa. Ofrecemos en la presente nota un extracto de lo que nos importa3.

La impolítica orden dada por Diego García Herrera, aparte de lo inhumanitaria, no ya puso en peligro la vida de su hijo Sancho y demás hombres del presidio, sino que malogró la conquista pacífica de la isla para el progreso y la civilización.
Copiamos de Marín y Cubas:

«En 1479 hizo una entrada Alonso Fernández de Lugo, antes de irse a España las compañías de la Hermandad (que habían acudido a la conquista de Canaria). Llevando práctico entró de noche a la parte de Icod. Trajo a Canaria buena presa de ganado que halló acorralado, muy manso, todo cabrío; 3 mujeres, 2 hombres y algunos muchachos que dormían en cuevas; y mucho sebo, carne salada, panes de cera y cantidad de velas de cera medio enceladas, y uno a modo de cirio pascual, encelado; cueros de cabra, cebada, dejando allá otras mayores cantidades de todo esto, y molinitos o tahonillas de mano, cazuelas y platos de barro toscos».

Sábese que Lugo realizó varias entradas en Tenerife para tantearla y conocerla, sin duda porque abrigaba el proyecto de conquistarla. En los tiempos próximos a la invasión sostuvo estrechas relaciones con algunos indígenas, como pronto diremos.

Pero apartándonos de estos actos de guerra, otros hombres mantenían con los guanches relaciones amistosas y un comercio regular, como sucedía con Cristóbal de Ponte Ginovés, que después de la conquista fue datado en la isla. Esto nos revela que los guanches no vivían tan ignorantes de lo que pasaba en las demás islas, como pretenden algunos cronistas, pintándolos a semejanza de los indios cuando los españoles fueron por primera vez a América. Las comunicaciones pacíficas o guerreras fueron tan frecuentes desde mediados del siglo XV, que no pocos de los nombres actuales del litoral datan de esa época. Desde esos tiempos eran muy conocidas las siguientes denominaciones: la sabina uropa, que servía de punto de referencia o señal en el valle de San Andrés; el Bufadera y la Isla o séase el Cabo, en Santa Cruz; la playa de la Cera, más tarde del Socorro, y la playa de las Damas, en el reino de Güímar; el Orís o Porís y los Abrigos de Abona, en Arico; montaña de Roja y Abrigos de Lulaya, en Granadilla; las Galletas y puerto de los Cristianos, en Arona, etc.

Llegado en Agosto de 1480 a la vecina isla de Canaria el general Pedro de Vera, de funesta memoria para los gomeros, cuentan que con el tiempo quiso deshacerse de los indígenas que habían aceptado la soberanía de España por el temor que le inspiraban y les propuso que le ayudaran a conquistar a Tenerife. Prestáronse a ello, y embarcando 200 naturales y 50 peninsulares en dos buques bajo la jefatura de Hernando de Vera, hijo del general, surgieron a la amanecida del día siguiente en el puerto de Añaza, donde saltaron todos.

En la misma mañana y sin perder tiempo se internaron hasta La Laguna, donde por sorpresa se apoderaron de un poco de ganado y de algunos pastores, no sin derrocamiento de sangre por ambas partes. Mas ante el temor de ser sorprendidos a su vez, se retiraron al puerto y ganaron las embarcaciones, precisamente cuando por diferentes puntos aparecían las"fuerzas guanches. No consiguió Hernando de Vera, como era su propósito, reducirlos a que volvieran a tierra a medirse con los naturales.

* * *
Habiendo sucedido a Pedro de Vera en el gobierno de la isla de Canaria el salamantino Francisco Maldonado, a fines de 1490, entró en deseos el nuevo gobernador de tentar las corazas a los guanches; pero no disponiendo de bastantes recursos para la empresa interesó en el proyecto al yerno de Diego García Herrera, al valeroso y aguerrido Pedro Fernández de Saavedra, copartícipe del señorío de Lanzarote. Convinieron en apostar cada socio un navio con la gente que pudiera llevar y se reunieron en Canaria con un total de 250 hombres.

Y dice Marín y Cubas: «Salió (Maldonado) en dos navios de Canaria y llegó a la playa deAñazo, donde no vieron a nadie».

«Dispuestos en dos escuadrones, uno en pos de otro la cuesta arriba para subir a La Laguna, guiaba el delantero Maldonado con los de Canaria. A pocos pasos salió una emboscada de guanches, con tanto esfuerzo y ánimo, que no bastó el socorro de Pedro Fernández Saavedra que con su gente ayudaba a Maldonado, sin que luego no fuesen muertos más de 100 cristianos y muchos heridos; que al huir muy arrebatados a embarcarse, no acertando, quedaban miserablemente muertos. Entraron los gentiles en el mar, el agua hasta los pechos, tirando astas y piedras, dando voces y alaridos».

«Llegaron a Canaria bien escarmentados, y decía Maldonado: «no más guanches», «no más guanches»; y Saavedra decía «que más parecían fieras que hombres».

«Después fueron a hacer algunas presas y robos a Tenerife, aunque de muy poco precio, costando siempre hombres».

Entre los cristianos muertos se contaban 70 peninsulares; y de los muertos y heridos guanches —pues las fuerzas que entraron en función procedían de los tagoros más próximos de los reinos de Güímar y Anaga— los güimareros sufrieron las mayores bajas, algunas de hombres muy famosos, como fueron: el tagorero Arifonche, que cargando con loca impetuosidad se vio envuelto por el enemigo y después de batirse a la desesperada, se hundió el «feisne de leñablanca» para no caer prisionero; y el no menos notable chaurero de Tínzer, Arafun-che, muerto al frente de su cuadrilla; de quien se cuenta «ganó el terrero» como jugador de palo en los últimos Juegos Beñesmares del reino de Tacoronte.

Dícese que entre muertos y heridos quedaron tendidos unos 200 guanches.

NOTAS
' He aquí el acta levantada por el escribano de Fuerteventura, Fernando de Pá-rraga, por mandato de Diego García Herrera; siendo nuestra opinión de que acaso no merece entero crédito el depositario de la fe pública en este asunto, no ya por lo que arriba declara Marín y Cubas, sino por la índole de sus afirmaciones para vigorizar el derecho de su señor:

«A todos cuantos esta carta viéredes, que Dios honre y guarde del mal. Yo Fernando de Párraga escribano público, en la isla de Fuerteventura, en lugar de Alfonso de Cabrera escribano público de las islas de Canaria; por mi señor Diego de Herrera, señor de las dichas islas, con la autoridad y decreto que el mismo señor me dio, vos doy fe y fago saber, que en presencia de mí el dicho escribano e de los testigos de que de yuso serán escritos, en como un sábado, veinte y un días del mes de Junio, año del Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil e cuatrocientos e sesenta e cuatro años estando en la isla de Tenerife, una de las islas de Canaria, en un puerto que se llama el Bufadera, estando ende el dicho señor Diego de Perrera señor de las dichas islas, con ciertos navios armados con mucha gente que traía en los dichos navios, vinieron ende parecieron ante el dicho señor el gran Rey de Imobach de Taoro. El Rey de las Lanzadas, que se llama Rey de Cüímar. El Rey de Anaga, El Rey de Abona, El Rey de Tacáronte, El Rey de Benicod, El Rey de Adeje, El Rey de Tegueste, El Rey de Daute. E todos los sobredichos nueve Reyes, juntamente hicieron reverencia y besaron las manos al sobredicho señor, Diego de Perrera obedeciéndolo por señor; presentes los Trujamanes, que ende estaban, los cuales eran rey de armas que han nombre Lanzarote, e Matheos Alfonso, y otros muchos que saben la lengua de la dicha isla de Tenerife; e luego Juan Negrin, rey de armas, levantó el pendón e dijo altas voces tres veces: Thenerife, Thenerife, Thenerife, por el Rey Dn. Enrique de Castilla, y de León, y por el generoso caballero Diego de Herrera mi señor, y luego los sobredichos Reyes de la dicha isla de Thenerife, dijeron al sobredicho señor Diego de Perrera; que por cuanto ellos conocían bien, que era señor de todas las islas de Canaria, por justo e derecho titulo, y razón, que a las dichas islas tenía, e por la conquista que les facía, e mandaba facer luengo tiempos había, que ellos juntamente de sus propias voluntades, e cada uno por sí con sus señoríos, sin premio ni contrini-miento ninguno, les place obedecer, y obedecen al sobredicho señor por señor, y se ponen debajo de su señoría, y obediencia, e le quieren dar, e le dan libre e desembar-gadamente la tenencia, e posesión, e propiedad, e señorío de toda la dicha isla de Thenerife para que de hoy en adelante, el dicho señor la tenga, y posea toda enteramente, como cosa suya, e pueda en ella, e en todo ella mandar e vedar, e facer justicia, así civil, como criminal, así como en cada una de las otras islas conquistadas, metidas debajo de su señorío, e que desde hoy en adelante los sobredichos Reyes, todos juntamente e cada uno por sí, e por sus sucesores, e por los hidalgos, e gente de sus señorías, que a todo estaban presentes, e les plugo consintieron en todo lo sobredicho, se desapoderan de la tenencia, e propiedad, y posesión, y señorío, y jurisdicción que en la dicha isla tienen, e lo dan todo enteramente en mano, y poderío del dicho señor Diego de Herrera su señor, para que él ponga en la dicha isla a quien él mandare, e por bien tuviere, para que administre, rija las dichas justicias, así civil, como criminal, e el governamiento aellas, e que desde hoy en adelante se daban por sus buenos vasallos, e se avasallaban a él, y a su mandado, y se daban por sus buenos vasallos, e facer sus mandamientos en todo y por todo. E luego el dicho señor Diego de Herrera dejó ende sus navios gente, e descendió, y subió por la tierra arriba, bien cerca de dos leguas, con los dichos Reyes, hollando la tierra con sus pies, en señal de posesión, y cortando ramas de árboles, que en la dicha isla estaban, e los dichos Reyes metiéndolo en la dicha posesión pacíficamente, nongelo conturbando, ni contrallando persona alguna; yendo con él por la dicha tierra acompañándole, e faciéndole todo agasajo, e servicio que podían. E luego el dicho señor Diego de Per 7
mandó a los dichos Reyes, que cada uno en su nombre por sí en sus tierras, y señoríos, que gobernasen e mandasen la justicia, por él; la cual les dio e corriendo, e ellos e cada uno dellos prometieron de la gobernar, e mandar por él en su nombre, como buenos, y leales vasallos, bien, y lealmente, so pena de caer en caso, e en las penas que caen, e incurren aquellos, que no guardan la justicia que por sus señores se le es encomendada lealmente, e los susodichos Reyes en la manera susodicha, hicieron juramento, e juraron de tener, e guardar, e cumplir, e aver por firme todo lo contenido, e cada cosa, e parte dello, e que no irán, ni vendrán contra ello ni contra parte dello en algún tiempo ni por alguna manera, e el sobredicho gran Rey hizo juramento por sí, y por todos los otros Reyes de lo facer, tener, guardar, y cumplir todo lo susodicho, como dicho es, en tal manera, que siempre jamás sea firme todo cuanto en esta carta es contenido e cada cosa, y parte de ello, so pena de caer en mal caso, en las penas que caen, e incurren aquellos que van contra su señor e non facen, ni cumplen las cosas que buenos y leales vasallos pueden, o deben hacer cumplir. E luego el dicho señor Diego de Herrera, dijo que tomaba, y tomó la dicha tenencia, y posesión de la dicha isla, debajo de la Corona Real, y señorío de Castilla, así como bueno, y leal vasallo del dicho señor Rey de Castilla, so cuyo señorío vive, y esto en como pasó el dicho señor Diego de Perrera, pidió a mí el dicho escribano, que se lo diese así por fee, e por testimonio, para guarda, e conservación de su derecho, e manera, que ficie-se fee; yo dile ende este en la manera, que dicha es, según que ante mí pasó en el dicho día, mes y año sobredicho; testigos, que fueron presentes, los sobredichos Trujamanes, rey de armas, y Matheo Alonso, vecinos de la isla de Lanzarote, y Alvaro Becerra de Valdevega, e García de Vergara, vecino de Sevilla, e Juan de Aviles maestro vecino de Sanlúcar de Barrameda e Luis de Morales vecino de la isla de Fuerte-ventura e Luis de Casonas vecino de la isla de Lanzarote, e Jacornar del Fierro, e Antón de Simancas, vecinos de la dicha isla del Hierro, y otros muchos que sabían la lengua de la dicha isla de Tenerife; va escrito siete veces, codiz Lanzarote, no le empezca. E yo el dicho Hernando de Párraga, Escribano, dicho, que fise escribir esta carta, e fise en ella mi signo, a tal en testimonio de verdad. Didacus Episcopus Rubi-sensis. Fernando de Párraga, Escribano público».

En Fuerteventura firmó este acta el obispo Illescas para darle mayor autoridad; pero así todo, los hechos confirmaron fue una mera fórmula cancilleresca de cuya significación no se enteraron los guanches, pero que entre los pueblos civilizados de aquellos tiempos (y en los actuales cuando hay bastantes cañones) daban derecho a la soberanía de un territorio.

2 Al historiar este suceso fray Alonso de Espinosa, no dio como otras veces mayores muestras de discreción. Refiriéndose a la primera invasión de Diego García Herrera en 1464 y a lo ocurrido más tarde, escribe:

« ... en alguna manera le dieron la obediencia, como consta por auto público, mas no fundó por entonces pueblo alguno, ni torrejón y así se volvió a su tierra quedando en paz la isla. Ende algunos años vino Sancho de Herrera, hijo del sobredicho, a esta isla con intento de ganalla y poblalla, y saltó en tierra en el puerto de Santa Cruz, término de Naga, que llamaron Añazo; donde permitiéndolo los naturales hizo un torrejón en que él y los suyos vivían, y allí venían los naturales a tratar y contratar con los cristianos. Sucedió que los españoles hicieron un hurto de ganado, de que los naturales se sintieron y se quejaron a Sancho de Herrera de sus vasallos; y para conservar el amistad entre ellos firmada, hicieron una ley: que si algún cristiano cometie-rera se delito alguno, que se lo entregasen a ellos para que hiciesen del a su voluntad, y si natural contra español por el contrario.

Hecha esta ley o conveniencia, sucedió que los españoles incurrieron en ella, haciendo no sé que agravio a los guanches, los cuales quejándose del agravio recibido, Sancho de Herrera entregó en cumplimiento de lo que entre sí habían puesto, para que ellos hiciesen justicia a los españoles. El rey de Naga usando de clemencia con ellos no le quiso hacer mal, antes los volvió en paz a su capitán sin daño.

No pasaron muchos días que los guanches cayeron en la pena, habiendo hecho contra los españoles cosa de que les convino querellarse a su rey de ellos, el cual sin más deliberar entregó a Sancho de Herrera los malhechores; mas no les sucedió con él lo que a los españoles con su rey, porque los mandó ahorcar luego Sancho de Herrera sin remedio. No pudieron los naturales sufrir ni llevar la cruel justicia que de los suyos, en su tierra, los advenedizos y extranjeros hicieron; y así amotinados quiebran las paces entre ellos asentadas, y vienen de mano armada al torrejón que los cristianos tenían hecho y dando con él por el suelo lo arrasan, matando algunos de los que dentro hallaron; y así fue forzoso a Sancho de Herrera y a los suyos que, desamparando la tierra, se volviesen a la suya con pérdida de algunos».

Cuanto refiere fray Alonso de Espinosa de la ley concertada entre guanches ana-guenses y los españoles, para administrar alternativamente justicia según la nacionalidad de los delincuentes, es una pura novela; aparte de que hoy se conoce la verdadera causa del rompimiento, dadas las instituciones guanches en que no era unipersonal la administración de justicia, tampoco se prestaban los celosos y desconfiados indígenas a que un extranjero ejerciera en sus tierras actos de soberanía sobre sus habitantes. Puede afirmarse que el que así piensa no conoció al pueblo guanche.

3 En la probanza intentada por Alfonso Pérez en representación de Diego de Herrera y su mujer, solicita se interrogue a ciertos testigos a tenor de las preguntas 36 y 37. La 36 se refiere a si por efecto de la continua guerra que Herrera hacía a los indígenas, éstos lo reconocían por señor y le dieron posesión de la isla y le besaron las manos, y ponía Justicia, etc.; y por la pregunta 37, si sabían si el obispo y clérigos habían visitado la isla, si han entrado en Tenerife muchos frailes, tenía una iglesia y habían bautizado muchos indígenas.

El testigo Antón Soria, a la 36:

«... que sabe e oyó decir que en la dicha isla de Tenerife e la Grana Canaria, ha tenido paz por algunos tiempos con el dicho Diego de Perrera tanto quanto los dichos canarios han querido; e que después que ellos no quieren paz se han alzado contra la voluntad de dicho Diego de Perreras, e aún en las dichas Islas han quedado a los tiempos de la paz algunas personas captibos, e que non sabe de este artículo otra cosa».
A la 37: « ... que oyó decir que al tiempo de las paces estovo el obispo en las dichas Islas, e que dello él non sabe cosa alguna».

Gonzalo Rodríguez, marinero de Triana (Sevilla) y testigo de Herrera.

A la 36: « ... que sabe que en la dicha isla de Tenerife obedecieron los canarios al dicho Diego de Perrera por señor, e que fizo en ella una fortaleza como señor della e que le besaron la mano nueve Reyes, lo qual dijo que oyó decir. E que este testigo, por mandado del dicho Diego de Perrera con otros marineros fue a la dicha Isla de Tenerife e troxeron dende ochenta e un esclavos canarios, que los Reyes de dicha Isla dieron en señal de dicho obedecimiento al dicho Diego de Perrera; de los cuales ochenta y un esclavos que assí le ovieron de dar por lo que dicho es, quedaron en la dicha Isla cierta parte de ellos. E que después desto era pública voz e fama, que andando el dicho Diego de Perrera por la dicha Isla de Tenerife los canarios de ella le mataron a Ferrando Chemiras que había salido en tierra por lengua a fablar con un Rey canario, e que por esta cabsafue quebrantado el dicho obedecimiento que la habían fecho; e que fasta hoy les face guerra el dicho Diego de Perrera con sus fustas y navios».

A la 37: «... que en dicho tiempo del dicho obedecimiento oyó decir este testigo que entraron, e estuvieron en la dicha Isla el Obispo e ciertos frayles, e que después se salieron dende sin les facer por qué; e que oyó decir que algunos dellos habían baptizado, pero que non viven como christianos».

Diego Martín, carpintero, de Sevilla y testigo de Herrera.

A la 36: «... que sabe e visto que nueve Reyes canarios de Tenerife obedecieron e besaron la mano por señor al dicho Diego de Perrera, e estovieron assí pacíficos, e entraban e salían los christianos en la dicha Isla tiempo de seis años más o menos, e que sabe que estaban ende el Obispo de Canaria, e otros frayles, e que después se quebró la paz».

Martín Torres, de Sevilla... «assimismo que oyó decir que en Tenerife habían entrado frayles, e que este testigo ayudó a sacar un frayle que se llamaba Fray Mace-do, que había entrado ende e lo tenían detenido».

Alvaro Romero, «clérigo Presbytero», vecino de Sevilla y testigo de Herrera. A la 36: « ...que sabe que en un tiempo los canarios de Tenerife le consintieron al dicho Diego de Perrera facer una fortaleza... e le obedecían por señor... E que después que vido en como sacaban de la dicha Isla pez, e madera, e que después que sabe que los dichos canarios se alzaron e derrocaron la dicha fortaleza e mataron los ganados que en la dicha Isla los christianos tenían e que assí se están infieles como de antes estaban».

Johan Iñíguez de Atabe, escribano de Cámara y testigo de Herrera: «Otrosí, dijo: que después el dicho Ferrand Peraza... traía (de Canaria y Tenerife) aellas a esta cib-dad muchos cativos y cativas, e esto dixo que lo sabe porque este testigo tovo arrendado... el quinto de los captivos en las dichas islas... E antes e después vido traher a esta cibdad asaz captivos».

«Otrossí dixo: que sabe quel dicho Diego de Perrera... que ha conquistado a la Grand Canaria e Tenerife... E assimismo fizo en Tenerife una torre, e una iglesia e después... se le rebelaron».

ANOTACIONES

(1) Entre la amplia bibliografía de D. Elias Serra Ráfols destaca su interés por el estudio de los contactos de europeos con las Canarias prehispánicas. Así deben recordarse los siguientes trabajos:

«El descubrimiento, los viajes medievales de los catalanes a las Islas Afortunadas». La Laguna: Universidad de La Laguna, 1926.

«Los mallorquines en Canarias. Revista de Historia. La Laguna, 1941.
«Más sobre los viajes catalano-mallorquines a Canarias». Revista de Historia. La Laguna, 1943.

«El descubrimiento de las Islas Canarias en el siglo xrv». Revista de Historia. La Laguna, 1961.

Otra aportación, ya clásica, para este tema es la de: [Antonio Rumeu de Armas. El obispado de Telde. Primeros mallorquines y catalanes en el Atlántico. Madrid-Las Palmas: C.S.I.C., 1960.]

(2) El documento original de este primer pacto de paz entre Diego de Herrera y los menceyes de Tenerife, se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife.

(3) A partir del original, conservado en la Biblioteca del Escorial (sigt": X-II-22), con la transcripción y aportaciones del prof. Eduardo Aznar Vallejo, se editó la citada Pesquisa de Cubitos. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1990.


Este manuscrito constituye una de las escasas muestras de crónicas coetáneas a la conquista de Canarias.

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