sábado, 1 de septiembre de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV



EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV



Eduardo Pedro García Rodríguez


1466. Se hizo con aquellos supuestos derechos de conquista de las denominadas Isla realengas adquiridos  los condes de Atouguia y Vila-Real el infante portugués Fernando, que envió a las islas una expedición mandada por Diego de Silva Meneses, aprovechando la situación de guerra civil que se vivía en Castilla.

No sería ajeno a este renovado interés de Portugal el hecho de que el control y organización de las navegaciones a Guinea hubieran pasado ya a la Corte de Lisboa, tras la muerte del infante Enrique: ¿hasta qué punto seguían siendo molestas las expediciones clandestinas andaluzas y el uso de Canarias como base? Diego García de Herrera e Inés Peraza emprendieron algunas acciones para mostrar sus derechos a aquellas islas pero, al igual que los portugueses, tampoco llegaron a ninguna conquista:
Tomaron posesión simbólica de Tamaránt (Gran Canaria), ante notario, en un acto celebrado en Las Isletas (1461), y de Chinet (Tenerife) en otro que tuvo lugar en El Bufadero en 1467.

1466. Por este tiempo, el Infante de Portugal, que había adquirido los derechos que sobre el Archipiélago ostentaban los condes de Atouguía y Villareal, determinó preparar una poderosa escuadra que, al mando de Diego de Silva, invares, las islas y tomara en su nombre posesión de ellas.

Corría el año de 1466 cuando los portugueses se dejaron ver sobre Lanzarote, con una armada formidable que obligó a Herrera a refugiarse en el enriscado distrito de Famara con su mujer y familia. No se verificó esta invasión sin una vigorosa resistencia de parte de los isleños y de su gobernador Alonso de Cabrera, quien, durante la refriega, cayó prisionero del jefe lusitano. La mortandad y el saqueo que siguieron a esta acción dejó honda huella en el ánimo de aquellos pacíficos habitantes, pues es fama que los portugueses victoriosos los perseguían y alanceaban como si fueran moros.

Después de robar cuanto encontraron y de apoderarse de dos cuentos de maravedises pertenecientes a Herrera, pasó Silva con su flotilla a Fuerteventura y allí cometió los mismos excesos y crueldades, paseándose triunfalmente los soldados por entre aquellos indefensos pueblos. Cansados de tan fáciles victorias hicieron luego rumbo a Gran Canaria y en Gando tomaron por asalto la torre o casa fuerte de Herrera, enarbolando en ella el estandarte portugués.

Creyendo de este modo Diego de Silva ser dueño de la isla, resolvió esperar en ella los refuerzos que había de enviarle el Infante don Enrique para terminar por completo su conquista.

Diego de Herrera, mientras tenían lugar estos sucesos, conociendo la inferioridad de sus armas acudió en demanda de auxilio y protección al rey de Castilla, y queriendo que su queja fuese más eficaz envió a la Corte a su hijo segundo Hernán Peraza. El rey pidió informe al arzobispo de Sevilla don Alonso de Fonseca, quien lo evacuo en favor del solicitante y en su vista se expidió en Plasencia una Real Cédula a 6 de abril de 1468 en la que se declaraba: «Que movido de la sujeción e importunidad de los condes de Atouguía y Villareal, próceres lusitanos, a que se añadía la extrema confusión y discordia que a la sazón experimentaban sus reinos, había venido en conceder la referida merced ignorando que las islas de Canaria, Palma y Tenerife perteneciesen al señorío de doña Inés Peraza, pero que estando ya enterado de todo, según convenía, anulaba y re- vocaba cualesquiera donaciones que hubiese hecho a aquellos condes como obtenidas por el vicio de sorpresa, en fuerza de lo cual mandaba que no usasen de semejante merced ni perturbasen en lo sucesivo a Diego de Herrera o sus legítimas sucesores en la posesión de Las Canarias y Mar Menor de Berbería, de que eran indisputablemente señores».

Por su parte, el joven Peraza, que se había trasladado a Lisboa, procuraba interesar a favor de su familia al rey de Portugal, aunque sin esperanzas de conseguirlo, cuando una feliz casualidad vino a allanar todas las dificultades ya dar ala casa de Herrera una victoria tan completa como decisiva. Parece que Diego de Silva tuvo ocasión de ver y admirar a doña María de Ayala y sarmiento, hija de su adversario y rendido por la her- mosura, gracia y discreción de su enemiga, decidió pedirla por esposa concluyendo con esta alianza las disensiones entre castellanos y portugueses.

Este enlace se verificó con licencia del rey de Portugal, llevando doña María en dote cuatro dozavos de las rentas de Lanzarote y Fuerteventura.

Con tal motivo, los que antes eran irreconciliables adversarios se aliaron cordialmente y,
uniendo sus fuerzas, hicieron una entrada en las vecinas costas de Berbería, donde es fama que recogieron un rico botín en oro, plata, joyas y tapices, con gran número de carneros y caballos y abundante cosecha de esclavos de ambos sexos que llevaron a Lanzarote y se dividieron entre sí con gran contento y aplauso de todos.

Después de descansar algunos días en el puerto de Naos salió de nuevo la flotilla aliada
con dirección a Tenerife, suponiendo los expedicionarios que iban a encontrar allí tan fáciles triunfos como en el continente. Habiendo fondeado en Añazu vieron al poco tiempo que la playa se llenaba de numerosas cuadrillas de guanches dando agudos silbos y blandiendo gruesos palos, señales inequívocas de la belicosa recepción que les aguardaba. Valiéndose entonces Herrera de las mismas razones que había expuesto a los canarios, les convenció de que su llegada no llevaba otro fin sino establecer un tráfico regular de productos, para cuyas operaciones tenía necesidad de un almacén o casa donde pudieran albergarse los encargados del negocio. La falta de experiencia y la natural generosidad de los isleños les inclinó a acceder a estos ruegos y vieron sin recelos ni desconfianzas fabricarse en la playa un fuerte o torreón, que andando el tiempo se convirtió en fortaleza, pero cuya construcción quedó sujeta a las bases siguientes: si algún español agraviase aun isleño, sería entregado al mencey del distrito para su castigo; y si por el contrario fuese el guanche el agresor, se le sometería al jefe del fuerte para ser juzgado según las leyes españolas. Quedó de gobernador de la nueva factoría el joven Fernán Peraza, con suficiente número de soldados e instrucciones reservadas para dividir, si le era posible, a los nueve reyezuelos y valerse de sus rivalidades a fin de influir en los negocios de la isla.

Dejáronle allí un barquichuelo para el servicio de la guarnición que, caso necesario, pu-
diera llevar un aviso a La Gomera o al Hierro Con mayores esperanzas se dirigió la es-
cuadrilla a Gran Canaria, deteniéndose frente a las playas de Gáldar, poblado distrito y corte que era de sus guanartemes.

Echóse el ancla al abrigo de la punta de Sardina, nombre que se supone le diera el jefe de las tropas lusitanas que así se llamaba, y se ordenó el desembarcó de las tropas por dos sitios diferentes, de los cuales el primero fue la playa de Agumastel o del Palmital,
donde no encontraron oposición, internándose un poco los soldados hasta descubrir unas miserables chozas y cuevas en las cuales se asegura que degollaron a ciertas mujeres y niños allí escondidos; si bien algunos de nuestros cronistas afirman que ellas mismas se dieron la muerte, dándosela antes a sus hijos, para no caer en manos de sus enemigos. Siendo numerosa la población en aquella parte de la isla y temiendo la columna verse de repente envuelta por los isleños, retrocedió prudentemente y tornó a embarcarse.

El segundo cuerpo de tropas, acaudillado por el mismo Diego de Silva y compuesto de doscientos soldados veteranos, tomó tierra por el punto llamado luego Caleta de Vacas y, atravesando unos espesos matorrales, intentó apoderarse del pueblo de Gáldar que era, por decirlo así, la capital de la isla. Los canarios, que estaban ya en armas, cayeron en número de quinientos sobre la columna enemiga, poniendo fuego al mismo tiempo al matorral que estaba a su espalda y cortándole de este modo la retirada.

Guanache Semidán, que era entonces el rey o guanarteme de Gran Canaria, poniéndose al frente de otra numerosa cuadrilla acometió a los españoles por el costado alejándolos del mar y separándolos de sus lanchas. Grave era la situación de Silva, cercado por tan decididos y valientes guerreros que la presencia de su soberano enardecía, y juzgando como prudente capitán que su salvación estaba en encontrar un sitio donde atrincherarse y esperar, defendiéndose, los refuerzos que esperaba, tendió con ansiedad la vista por la llanura y descubrió a poca distancia una plazoleta circular de corta elevación defendida por un muro de piedra de dos tapias de alto, con una entrada muy estrecha que penetraba en su recinto. Hallábase este cerco o tagoror hacia el poniente del pueblo y servía de lugar donde se administraba justicia y se reunía el consejo.

A este sitio, pues, bien escogido; se fue acercando Silva llevando formado en cuadro sus soldados, que se defendían briosamente de los isleños hasta que, cuando le pareció llegada la ocasión, entró con ellos en el cerco y organizó allí una desesperada resistencia que sólo tenía el inconveniente de no ofrecer otra ventaja que retardar su rendición final, privados como estaban de agua y víveres y bajo un sol abrasador que agotaba sus últimas fuerzas.

Difícil era que desde las naves adivinasen el peligro en que se hallaba, y, aún más difícil, que pudiesen enviarle oportunos refuerzos estando toda la tierra en armas; por tanto, toda su esperanza se cifraba en una milagrosa intervención de la Providencia, a quien acudían todos con votos y promesas.

Los canarios, teniendo por segura la victoria no se opusieron a la entrada de los españoles y portugueses en el cerco y se contentaron con tenerlos bloqueados, como si fueran ya sus prisioneros, lanzándoles de vez en cuando alguna piedra o venablo.

Esta actitud, relativamente pacífica, proporcionó a los atribulados expedicionarios un momento de descanso que empleó su jefe, auxiliado por sus dos oficiales, Juan Mayor y Guillén Castellano, en mantener entre ellos la disciplina y levantar su abatido espíritu, dándoles unas esperanzas de que ellos mismos carecían. El tiempo pasaba y era de temer que los isleños, dejando su premeditada inacción, tomaran por asalto la plazoleta y concluyeran por no darles cuartel, ante cuya extremidad se le ocurrió a Silva enviar una embajada al guanarteme, prometiéndole solemnemente abandonar la isla y no volver jamás a ella si los dejaba salir libres de tan angustiosa situación.

Al recibir este mensaje se hallaba Guanache dispuesto a la clemencia por una mujer de su misma familia, que hablaba el castellano y que había estado cautiva algún tiempo en Lanzarote, asegurando nuestros cronistas que era cristiana.

La aventura a que va unido el nombre de esta isleña se refiere de este modo.

Regresando Diegó de Herrera del Hierro a Lanzarote, en uno de los muchos viajes que hacía para visitar sus estados, se encontró una noche, llevado por el viento, sobre la costa norte de Gran Canaria, llamada Lairaga y echando al agua una lancha con algunos soldados se ocultaron estos en unos bosquecillos que llegaban hasta la playa, donde aguardaron a que amaneciera esperando alguna buena captura. En efecto, a la salida del sol, descubrieron tres mujeres vestidas de tamarcos y gamuzas que se acercaban a la orilla con la visible intención de bañarse. La que parecía mandar a las otras era una joven de dieciocho a veinte años, de gran gentileza y hermosura, y las dos que la acompañaban, de más edad, se adivinaba que eran damas a su servicio. Al verlas, los castellanos salieron de improviso de su emboscada y las condujeron prisioneras a bordo, muy contentos de tan valiosa presa. Interrogada la joven a presencia de Herrera, supo este con gran satisfacción que la isleña era hija del guayre Aymedeyacoan, poderoso magnate de Gáldar y que ella se llamaba Tenesoya Vidina, siendo su aya la más anciana de sus compañeras y la otra su moza de servicio, que respondían respectivamente a los nombres de Thasirga y Orchena. Conducidas a Lanzarote fueron recibidas por doña Inés Peraza con mucho agasajo y simpatía, especialmente la joven Tenesoya que, por su hermosura y elevado rango, se vio desde luego distinguida y obsequiada de la colonia española. En breve aprendió el idioma castellano, se la adoctrinó en los dogmas de la religión, recibiendo el agua del bautismo con gran aplauso de sus favorecedores que le pusieron por nombre Luisa. Esta joven casó en Lanzarote con Maciot de Bethencourt, hijo de Arriete Perdomo y de Margarita de Béthencourt, parientes del gobernador Maciot. Thasirga, que recibió en el bautismo el nombre de María, deseando volver a su país fue desembarcada.fácilmente en Canaria en uno de los muchos viajes que al cruzar el Archipiélago dirigían sobre esa isla.

Esa anciana, que conservaba gratos recuerdos del cariño de los españoles, aconsejó al guanarteme la aceptación de las proposiciones de Silva y se brindó a servir ella misma de mensajera e intérprete en aquella ocasión solemne.

Obedeciendo el rey a la bondad de su carácter, se presentó ante los atribulados castellanos con el deseó de facilitarles la retirada, a pesar de la obstinación de sus vasallos que pedían a gritos la muerte de los extranjeros. Vióse entonces realizar un hecho de que pocos ejemplos nos cuentan las historias. El guanarteme ordenó a Silva
que se apoderase de su persona y rescatase luego con su vida la de sus atribulados compañeros.

Ante tan inaudita oferta Silva vaciló temiendo una emboscada, pero sabiendo cuán grande era la generosidad de su adversario, hizo una rápida salida y lo recibió en sus brazos como única esperanza de su salvación. Al observar los isleños tan inesperada sorpresa, se precipitaron todos  sobre la plazoleta exclamando jaita, jaita, y no es dudoso que hubieran realizado su intento si guanarteme, apareciendo por encima del. muro no les impusiera silencio diciéndoles que nada temiesen por su vida, pues los soldados castellanos le trataban con el mayor respeto, ofreciéndole la libertad con la sola condición de que se les permitiese dejar la isla para no volver jamás a ella.

Con estas y otras palabras se apaciguó el tumulto, se abandonaron las armas y los isleños, por orden de su señor, acudieron al socorro de los españoles que caían inanimados de hambre y sed.

A la mañana siguiente y estando aún las carabelas a la vista, se hizo una señal convenida que fue el tiro de dos arcabuces y, acompañados del generoso guanarteme y de sus principales caudillos, se dirigieron los españoles a la playa bajando por una asperísima cuesta cuyo estrecho sendero estaba suspendido sobre un horroroso .precipicio.

Al llegar a este sitio, creyó Silva y sus soldados que el convenio había sido un engaño y que todos iban a ser despeñados desde lo alto del acantilado al mar, como castigo de su temeraria empresa; pero, adivinándolo el rey, tomó del brazo a Silva y, ordenando a sus vasallos hicieran lo mismo con los demás, bajó con pie seguro a la playa donde cari-ñosamente se despidió del noble portugués, sin lograr este volver del asombro que semejante conducta le produjo.

Antes de embarcarse regaló Silva al guanateme su espada y una capa de grana, obsequiando a los otros guerreros con armas, escudos y rodelas que ellos tenían en mucha estima. Desde entonces aquella famosa cuesta se llamó y se llamará eternamente la Cuesta de Silva, como recuerdo imperecedero de tan insigne generosidad. (Agustín Millares Torres; 1977, t.II:118-21).

1469 abril 24.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.
De don fray Martín de Roxas, décimo obispo
Paulo II, luego que admitió la cesión del obispo don Diego, proveyó la mitra de la iglesia de Rubicón en la persona de fray Martín de Roxas, monje del monasterio de Santa María de Almedilla, del orden de San Jerónimo, en el obis­pado de Segovia, a quien se despacharon las bu­las, dadas en San Pedro de Roma, con la misma fecha con que se concedió al otro la pensión.

El nuevo electo dio sus poderes a don Juan de Arguelles, presbítero de la diócesis de Palencia, residente en Roma, para que a nombre suyo ofre­ciese a la cámara apostólica y sacro colegio de cardenales el servicio común de la iglesia rubicense, por razón de la provisión del obispado en su persona, que era de 33 florines y un tercio de oro de cámara, en que dicha iglesia estaba tasada, además de los cinco minutos servicios de cos­tumbre. Así se ejecutó, el día 24 de abril de 1469.

Hace memoria de esta elección de don fray Martín de Roxas a la mitra de nuestras islas, don Rodrigo de Herrera en su Memorial genealógico de la casa de Ampudia, publicado en 1639. Hácela el P. Wadingo en sus Anales franciscanos. Hácela finalmente Argote de Molina en su Nobilia­rio, asegurando que don fray Martín de Roxas era hijo de Hernán García de Herrera y doña Inés de Roxas; pero, aunque este prelado tenía tan inme­diato parentesco con Diego de Herrera, entonces señor de las Canarias, como que era su tío, no quiso pasar a nuestra iglesia, pensionada en la cuarta parte de sus frutos; y parece que fue pro­movido a la de Zamora, como el mismo Argote de Molina, citado de Gil González Dávila, da a entender.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 232 y ss.)

 1469 Junio 24. Fondea en el puerto de la Isleta en Tamarán (Gran Canaria) la armada invasora enviada por los nefastos reyes católicos, tal como recoge don Tomás Marín de Cubas: “Después que sus Altezas Don Fernando II de Aragón y V de Castilla por casamiento con la Infanta Doña Isabel admitieron á su cuidado la conquista de las tres Islas que quedaban sólo á la conversión de sus moradores paganos proponiendo excesivos gastos sin mirar á otro fin que al bien de sus almas aunque ocupados con las guerras de Granada despacharon sus provisiones para una buena Armada con lo necesario al Asistente  de Sevilla Diego de Melo y dióseles despacho por el cronista Alonso de Plasencia  en seis navíos grandes y dos pequeños por General al capitán Juan Rejón caballero aragonés que había servido contra Portugal y por Alférez  Mayor á su cuñado Alonso Jáimez de Sotomayor  de treinta lanzas de á  caballo hijosdalgo y otros aventureros pagados y lenderos  y el Licenciado Don Juan Bermúdez por acompañado del General con título de Deán de la Iglesia de San Marcial de Rubicón vecino de Sevilla natural de la Tierra del Condado de Niebla; acompañábanle religiosos de San Francisco de la Provincia de San Miguel y otros clérigos; fueron 600 hombres de guerra y capitanes Rodrigo solórzano, Ordoño Bermúdez, Juan Cevanos ó Caballos, Francisco Espinosa y otros. Pregonóse el bando para embarcarse en el Puerto de Santa María el día 20 de Mayo de 1469 años, ofreciendo grandes repartimientos en tierras y aguas á los aventureros y á los que se avecindasen. Salieron del Puerto día 13 de Junio, negaron á dar vista á Canaria á 23 de Junio, dieron fondo en el Puerto de las Isletas el día 24 del señor San Juan Bautista, de madrugada, con luna, traían buenos prácticos, los do vecinos de Lanzarote que fueron á deponer á Doña Inés Peraza y Diego de Herrera.

Luego bien de mañana salió toda la gente, armas, artillería menuda o versecinos de bronce, caballos con sus jinetes y demás pertrechos á tierra. Dijo en la playa la primera misa el Deán, llamada de La Luz, á Nuestra Señora de Guía. El ánimo era pasar á Telde por tierra con las compañías puestas á punto de guerra y que los navíos fuesen á Gando; hizo el Deán una larga plática en orden á la reducción de los infieles, y que los tratasen benignamente como hermanos, que á todos pareció bien; después se siguió otra de Juan Rejón en orden á la buena milicia y al honor de buenos y leales á los Reyes de Castilla y á Sus Altezas, y juraron todos hacer cada uno su deber á fuer de buenos como les pertenecía, y dijeron amén. Marchó la playa adelante primero los de á caballo, el bagaje y la milicia con las banderas sueltas, sin haber visto gente, que parecía estar la Isla desierta, que á todos maravilló; mas habiendo caminado cosa de media legua al Sur, camino de Telde, trajeron los espías á un canario viejo que estaba mariscando; á todo cuanto le preguntaban, así en lengua canaria como en castellano, callaba sin responder palabra, y dijeron dónde habría agua dulce y luego señaló con la mano adelante del camino donde la había, sin hablar, y viendo que á todo entendía pues respondía por señas, se llegó á él uno de los de Lanzarote y dijo que guiase adonde estaba el agua y que porqué no hablaba; el viejo respondió en ambas lenguas, aunque el castellano mal formado; dijo las razones siguientes.

"Yo os entiendo muy bien lo que decís y a lo que venís, y así lo noto; jOh, cuán porfiados sois! ¡No habéis siempre nevado qué contar! ¡No os acordáis de la Torre de Gando! Pues no ha tanto que pasó. Ahora venís muy pocos y sois gentes lucidas de buenas armas; volvéos presto, tomad el consejo de hombre que ha visto muchas desdichas vuestras; veis aquí cerca el agua en Geniguada (es un arroyo), no paséis de este sitio en adelante; aquí tenéis vuestros pájaros blancos en que luego podéis huir, no deis lugar á que en vosotros se ejecuten las crueldades que nuestros Guadartemes siempre han ejecutado en vosotros. Sois provocadores, amigos de grandes ruidos, tenéis allá tierras mayores, mucha gente, dejad la nuestra pequeña y pobre; idos de aquí, no conseguiréis el fruto que pretendéis, que los canarios hemos sido y seremos siempre victoriosos".

Fue este canario llevado ante el capitán Juan Rejón, é, informado de lo que había dicho, le respondió al canario para que llevase á los suyos y se fuese cuando quisiese. "Yo me holgara", dijo, "hallar vivo á vuestro Reyezuelo Bentagoya, el que decís de T elde, y en campaña veríamos quién busca á quién.

Yo os agradezco el buen consejo que me habéis dado y sabed vosotros que no he menester más gente para pelear, que yo la hubiera traído; vengo á daros la doctrina de la ley evangélica y á que viváis como hombres y no como fieras, que es gran lástima, sin ley, religión, doctrina; es la verdadera la de Dios Hombre, Jesús, nacido en Belén, criado en Nazaret; es toda verdad y luz; vengo á conquistaros por bien, no á haceros mal, la tierra será vuestra como lo es, sólo la sujección y dominio será de los Reyes de Castilla; y así os tendremos por hermanos". Y al día siguiente se fue el canario.

A poco más de una legua se halló el arroyo de agua llamado Geniguada, que dijo el canario viejo; venía de un valle arriba entre unas sierras, que desaguaba al mar dicho arroyuelo no muy copioso ni de mala agua; el sitio era de muchas palmas, sauces, higueras y otros árboles, todo ameno y deleitable; aquí se acordó hacer alto por algún tiempo, pareciendo que este sitio sería enfermo, y por el peligroso paso para ir á T elde, donde esperaba una emboscada de canarios, media legua adelante. Salió de acuedo de los capitanes y demás caballeros hacer una Torre, que en breve se hizo con diez tapiales y reparo para los caballos y enramadas cortando palmas, dragos y otros árboles convenientes á tal fábrica, que importó muy mucho para después, y hacer almacén; teniendo los navíos frontero se acordó que quedando en el Puerto los dos más medianos, y se fuesen los demás á España dando aviso de lo sucedido.

Causó mucha admiración á los castellanos, siendo ya el cuarto día, sin haber venido sobre ellos los canarios, porque siempre fueron repentinos y prontos en sus acometimientos; decían unos, ó que por temor, ó acometerles descuidados, cuando el día 29 de Junio á la tarde se fueron dejando venir hacia el Real, y descubriendo sobre la loma en lo alto algunos 500 de pelea; traían los más recogido el cabello largo alrededor de la cabeza y encima un capacete de cuero semejante á la cintura, á modo de braguillas, tejidas de junco y palma la barba crecida hasta el pecho y en punta, los brazos labrados á fuego hasta la sangradera  llamábanse con unas bocinas de caracolas y cuernos de cabrones largos y despuntados traían rodelas largas y ovadas, hechas de drago, ajedrezadas de almagre, carbón y blanco espadas de palo recio, montantes de palo jugados á dos manos, de acebuche y sabina, astas largas sin hierro á la punta, aunque lisas y bien sacadas á fuego, dardillos de lo mismo arrojados á mano como azagayas otros había sin cabello y barba, y los más mozos con buenos y limpios guijarros en las manos para la ocasión. Acordóse luego que algunas lanzas fuesen á alancearlos, lo cual se hizo buenamente por el valle arriba siguiendo á unos é hiriendo á otros, de quien se recibía algún daño.

Volvían más espías avisando que por la parte de hacia Gáldar se descubría más y más gente, que venían juntándose á éstos, que eran los de T elde, y para obviar tanto inconveniente acordó el C¡eneral que se fuese á ellos bien de madrugada y se les diese con la luna Santiago. Llegada la hora y hecha la exhortación prometieron de hacer como buenos, y el Deán Bermúdez siguió á caballo la escuadra era alto y animoso y representaba su personal guiaron sobre el cerro, camino de la sierra sobre el valle y hallaron asimismo á los canarios prevenidos en centinela, que bajaron á nosotros empezaron buenamente las lanzas á herirlos por las faldas del valle, y dieron con los ballesteros y arcabuceros, y se hallaron harto confusos los enemigos llegaron al llano con arrogante furia y braveza, entráronse como bárbaros por las armas de acero, que no daban lugar á jugarlas porque se arrimaban á luchar y á desarmar señalábanse tres muy fuertes capitanes: el caudillo de Telde, llamado Mananidra, ufano por las victorias contra los de Herrera, otro muy agigantado, y el tercero dicen se llamaba Adargoma, hombre mediano, mucha espalda y cabezal todos traían montantes de palos muy fuertes entraron con tres cuadrillas algo apartados entre sí para cerrarnos en medio en forma de arco volvieron las lanzas sobre ellos y retirólos del puesto con presteza, volvieron todos con más esfuerzo acabando de bajar, nos apellidamos "Castilla, Castilla á ellos, Santiago" y ellos se adelantaban unos á otros diciendo "Faita, Faita', y trabóse por más de cuatro horas una trabada y dificultosa batalla, que milagrosamente fue nuestra. Hechos un ala todos de tropel se vinieron á nosotros; el capitán Rejón se fue á buscar á Adargoma, porque con el palo hacía notable daño; estando ya cerca entró con el caballo algo arrebatado, hirióle al bárbaro en el muslo con el hierro; aunque no á su salvo, y en retorno le dió un revés con el montante sobre el anca del caballo que se la partió; empezó á empinársele y quererle derribar; socorrióle Alonso Jáimez ahuyentando infinitos bárbaros de á pie que le rodeaban. Sacó al herido y enviólo al Real para curarlo; sale el de Telde á quitarlo á los cristianos; trabóse otra más apretada escaramuza; viene sobre nosotros el medio gigante con nueva gente y acierta una bala á darle en ambas piernas, porque era enramada; comenzó la batalla á aflojar y más viendo los caballos, que fue su total ruina en que todos los más fueron atropellados y todos
á una muy repentinamente huyeron algo apartados de nosotros.

De allí á muy poco se descubrió una buena escuadra de gente que les venía de socorro; los nuestros dieron muestras de querer recibirlos, mas estaban todos sin alientos, desmayados, y los caballos sin poder tenerse en pie, que es cierto fuera el último día nuestro si nos acometen; juntáronse con los vecinos y platicaron sobre la fuerza de los caballos; reconocieron éramos otra gente que la pasada y, detenidos, fueron los nuestros á enterrar sus muertos y luego ellos á los  suyos, con que en adelante quedaron tan humanos, comedidos y escarmentados que fue admiración; hubo de los cristianos siete muertos y veinte y seis heridos, y de los gentiles más de trescientos con otros capitanes de fama, y heridos, lanceados y atropellados algunos sesenta; no se atrevían á socorrer á ninguno de los suyos muerto ó herido, y siempre procuraron defenderse y no ofendernos; muy humanamente fue curado el herido, y sus amigos que venían á verle quedaban aficionados de los cristianos, y hechos amigos, se venían otros al Real ofreciendo de bonísima gana de sus alimentos en retorno de algunas cosillas de su menester como mucho hilo y otras de poca importancia, menos armas.

Los castellanos acabaron su Torre, hicieron casas derribando palmas para tablas y vigas; dejaron tres de grande altura, que después quedó la una con otras pequeñas por memoria, y aquella servía de surgidero á las embarcaciones y á los que pescaban á nasa. 

Estaban todos muy contentos y con tanta paz que parece estaba ya la Isla conquistada, y en el Real asistían muchos canarios bonísimos, afables y de buen trato y verdad, regocijados y bailadores con destreza; á algunos de los cristianos no les agradaban por sozarranos  y espías perdidos.” (Marín de Cubas [1694] 1993)

1470-1492. Montaña Quemada en la isla canaria de Benahuare Se considera la última erupción precolonial de nuestras islas, ya que tiene más de 500 años de antigüedad.

Durante años se pensó que las crónicas de Torriani correspondían a esta erupción, pero la teoría ha sido refutada por dataciones posteriores. Sus coladas forman una llamativa media luna, que se distingue mejor desde la cumbre del pico Birigoyo o desde la pista forestal que recorre el borde de la Cumbre Nueva. Su cono, en el borde de la carretera de acceso al Refugio del Pilar, ha sido colonizado por la vegetación autóctona.

1470 junio 16.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“De don fray Tomás Serrano, duodécimo obispo, dudoso
Como quiera que fuese, es cosa admirable que nuestras sinodales y cronistas, que nada supieron de don fray Martín de Roxas ni de don fray Juan de Sanlúcar, tuviesen noticia pun­tual de don fray Tomás Serrano, dominico, a quien cuentan por el inmediato sucesor de don Diego de Illescas, con ser así que no se encuen­tran vestigios de semejante obispo en ningún ar­chivo del Vaticano; que ningún bulario ni escritor del orden de predicadores hace memoria de él; que Fontana, en su Teatro Dominicano, formando el catálogo de los obispos que había dado su reli­gión a las Canarias, aunque pone alguno que a la verdad no vistió su hábito, no le nombra; y de quien finalmente todo cuanto se dice está lleno de grandes dificultades.

Se asegura que Paulo II, que lo promovió, «lo detuvo en Roma para graves negocios de la Igle­sia, por ser tan docto y su persona tan impor­tante». Pero Paulo II, habiendo dado la mitra rubicence en diciembre de 1470 a don fray Juan de Sanlúcar, murió de repente el día 26 de junio del año siguiente, corto plazo para que se verificase nueva renuncia, nueva vacante y nueva provisión. Por otra parte, Paulo II, de quien dice Platina que no estimaba los literatos, no había de detener en Roma a aquel hombre docto, sabiendo que, por más importante que fuese su persona, no lo sería tanto en Italia como en la iglesia de Rubicón, a tiempo que se trataba con más empeño de la conversión y reducción de sus naturales; mayor­mente cuando, como supone el mismo Ilustrísimo Murga, no había admitido don fray Tomás Se­rrano aquella dignidad sino para ayudar desde Lanzarote a tan gloriosa empresa.

Sin embargo, como sólo tenemos argumentos negativos contra la opinión de que este religioso ocupase la silla rubicense, durante la vacante que precedió al pontificado de don Juan de Frías, le daremos el correspondiente lugar en la serie de los obispos.

Entre tanto había en aquella catedral un famoso deán que, llevado de la disciplina de su tiempo y de la intrepidez de su corazón belicoso, había so­licitado con ansia la última conquista de la Gran Canaria y conseguido el puesto de asociado de don Juan Rejón en el modo de conducir la em­presa. Mis lectores quizá no han olvidado cómo don Juan Bermúdez, cuando desembarcaron las tropas españolas en aquella isla, año de 1478, ce­lebró la primera misa en sus playas; cómo hizo fabricar la primera iglesia de Santa Ana, hoy er­mita de San Antonio Abad, y cómo sus tristes di­sensiones con el general de las armas fueron causa de la catástrofe de Pedro del Algaba, de su propio destierro y de su muerte.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 234 y ss.)

 1470 diciembre 10.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“De don fray Juan de Sanlúcar, undécimo obispo
Diole el mismo papa sucesor, el día 10 de diciembre de 1470, en la persona de fray Juan de Sanlúcar, religioso de San Francisco y vi­cario general de su orden en las Canarias. Consta esta provisión del tomo XV de las bulas de Paulo II, y del volumen 83 de las obligaciones a la cá­mara apostólica. También hace memoria de ella el padre Wadingo en sus Anales.

Es verdad que carecemos de toda especie de noticias ulteriores de este prelado en nuestra dió­cesis; pero tampoco nos asisten razones para creer qu, siendo en ella vicario general de las misiones y teniendo entonces su orden tanto influjo en el gobierno espiritual de las islas, dejase de ocupar algún tiempo la silla, que su antecesor electo ha­bía renunciado.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 232 y ss.)


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