miércoles, 4 de abril de 2012

¿ EXCEPCIÓN HISTÓRICA O VANGUARDIA EN LA LUCHA CONTRA EL COLONIALISMO?


CUBA,
¿ EXCEPCIÓN HISTÓRICA O VANGUARDIA EN LA LUCHA CONTRA EL COLONIALISMO?
Ernesto Guevara
La clase obrera es la clase fecunda y creadora, la clase obrera es la que produce cuanta riqueza material existe en un país. Y mien­tras el poder  no esté en sus manos, mientras la clase obrera permita que el poder esté en manos de  los patronos que la explotan, en manos de los especuladores, en manos de los terratenientes, en manos de los monopolios, en manos de los intereses extranjeros o nacionales, mientras las armas estén en manos al servicio de esos intereses y no en sus propias manos, la clase obrera estará obligada a una existencia miserable por muchas que sean las migajas que les lancen esos intereses desde la mesa del festín.
Fidel Castro
Nunca en América se había producido un hecho de tan extraordinarias características, tan profundas raíces y tan trascendentales consecuencias para el destino de los movimientos progresistas del continente como nuestra gue­rra revolucionaria. A tal extremo, que ha sido calificada por algunos como el acontecimiento cardinal de América y el que sigue en importancia a la trilogía que constituyen la Revolución rusa, el triunfo sobre las armas hitlerianas con las transformaciones sociales siguientes, y la victoria de la Revolución china.

Este movimiento, grandemente heterodoxo en sus formas y manifestaciones, ha seguido, sin embargo -no podía ser de otra manera-, las líneas generales de todos los gran­des acontecimientos históricos del siglo, caracterizados por las luchas anticoloniales y el tránsito al socialismo.

Sin embargo, algunos sectores, interesadamente o de buena fe, han pretendido ver en ella una serie de raíces y características excepcionales, cuya importancia relativa frente al profundo fenómeno histórico-social elevan artificialmente, hasta constituirlas en determinantes. Se ha­bla del excepcionalismo de la Revolución cubana al com­pararla con las líneas de otros partidos progresistas de América y se establece, en consecuencia, que la forma y caminos de la revolución cubana son el producto único de la revolución y que en los demás países de América será diferente el tránsito histórico de los pueblos.

Aceptamos que hubo excepciones que le dan sus características peculiares a la Revolución cubana, es un hecho claramente establecido que cada revolución cuenta con ese tipo de factores específicos, pero no está menos estableci­do que todas ellas seguirán leyes cuya violación no está al alcance de las posibilidades de la sociedad. Analicemos, pues, los factores de este pretendido excepcionalismo.

El primero, quizás, el más importante, el más origi­nal, es esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro Ruz, nombre que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas. El futuro colocará en su lugar exacto los méritos de nuestro primer ministro, pero a nosotros se nos antojan compara­bles con los de las más altas figuras históricas de toda Latinoamérica. Y, ¿cuáles son las circunstancias excepcio­nales que rodean la personalidad de Fidel Castro? Hay va­rias características en su vida y en su carácter que lo hacen sobresalir ampliamente por sobre todos sus compañeros y seguidores; Fidel es un hombre de tan enorme personali­dad que, en cualquier movimiento donde participe, debe llevar la conducción y así lo ha hecho en el curso de su carrera desde la vida estudiantil hasta el premierato de nuestra patria y de los pueblos oprimidos de América. Tiene las características de gran conductor, que sumadas a sus dotes personales de audacia, fuerza y valor, y a su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa. Pero tiene otras cualidades importantes, como son su capa­cidad para asimilar los conocimientos y las experiencias, para comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles, su fe inmensa en el futuro, y su amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y anticiparse a los hechos, viendo siempre más lejos y mejor que sus compañeros. Con estas grandes cualidades cardi­nales, con su capacidad de aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita; su capacidad de dirigir a la cabe­za de todos la acción del pueblo; su amor infinito por él, su fe en el futuro y su capacidad de preverlo, Fidel Castro hizo más que nadie en Cuba para construir de la nada el aparato hoy formidable de la Revolución cubana.

Sin embargo, nadie podría afirmar que en Cuba había condiciones político-sociales totalmente diferentes a la de otros países de América y que, precisamente por esa dife­rencia, se hizo la Revolución. Tampoco se podía afirmar por el contrario, que, a pesar de esa diferencia Fidel Castro hizo la Revolución. Fidel, grande y hábil conductor, dirigió la revolución en Cuba, en el momento y la forma en que lo hizo, interpretando las profundas conmociones políticas que preparaban al pueblo para el gran salto hacia los caminos revolucionarios. También existieron ciertas condiciones, que no eran tampoco específicas de Cuba, pero que difícilmen­te serán aprovechables de nuevo por otros pueblos, por­que el imperialismo, al contrario de algunos grupos progre­sistas, sí aprende con sus errores.

La condición que pudiéramos calificar de excep­ción, es que el imperialismo norteamericano estaba des­orientado y nunca pudo aquilatar los alcances verdaderos de la Revolución cubana. Hay algo en esto que explica mu­chas de las aparentes contradicciones del llamado cuarto poder norteamericano. Los monopolios, como es habitual en estos casos, comenzaban a pensar en un sucesor de Ba­tista, precisamente porque sabían que el pueblo no estaba conforme y que también lo buscaba, pero por caminos revo­lucionarios. ¿Qué golpe más inteligente y más hábil que quitar al dictadorzuelo inservible y poner en su lugar a los nuevos "muchachos" que podrían, en su día, servir altamen­te a los intereses del imperialismo? Jugó algún tiempo el imperio sobre esta carta su baraja continental y perdió lastimosamente. Antes del triunfo, sospechaban de noso­tros, pero no nos temían; más bien apostaban a dos barajas, con la experiencia que tienen para este juego donde habitualmente no se pierde. Emisarios del Departamento de Estado, fueron varias veces, disfrazados de periodistas, a calar la revolución montuna, pero no pudieron extraer de ella el síntoma del peligro inminente. Cuando quiso reac­cionar el imperialismo, cuando se dio cuenta que el grupo de jóvenes inexpertos, que paseaban en triunfo por las ca­lles de La Habana, tenía una amplia conciencia de su deber político y una férrea decisión de cumplir con ese deber, ya era tarde. Y así, amanecía, en enero de 1959, la primera revolución social de toda esta zona caribeña y la más pro­funda de las revoluciones americanas.

No creemos que se pueda considerar excepcional el hecho de que la burguesía, o, por lo menos, una buena parte de ella, se mostrara favorable a la guerra revoluciona­ria contra la tiranía, al mismo tiempo que apoyaba y pro­movía los movimientos tendentes a buscar soluciones ne­gociadas que les permitieran sustituir el gobierno de Batista por elementos dispuestos a frenar la Revolución.

Teniendo en cuenta las condiciones en que se libró la guerra revolucionaria y la complejidad de las tendencias políticas que se oponían a la tiranía, tampoco resulta excepcional el hecho de que algunos elementos latifundistas adoptaran una actitud neutral o, al menos, no beligerante hacia las fuerzas insurreccionales.

Es comprensible que la burguesía nacional, acogotada por el imperialismo y por la tiranía, cuyas tropas caían a saco sobre la pequeña propiedad y hacían del co­hecho un medio diario de vida, viera con cierta simpatía que estos jóvenes rebeldes de las montañas castigaran al brazo armado del imperialismo que era el ejército mercenario.

Así, fuerzas no revolucionarias ayudaron de hecho a facilitar el camino del advenimiento del poder revolucionario.

Extremando las cosas podemos agregar un nuevo factor de excepcionalidad, y es que, en la mayoría de los lugares de Cuba, el campesino se había proletarizado por las exigencias del gran cultivo capitalista semi mecanizado y había entrado en una etapa organizativa que le daba una mayor conciencia de clase. Podemos admitirlo. Pero debe­mos apuntar, en honor a la verdad, que sobre el territorio primario de nuestro Ejército Rebelde, constituido por los sobrevivientes de la derrotada columna que hace el viaje del Gramma, se asienta precisamente un campesinado de raíces sociales y culturales diferentes a las que pueden en­contrarse en los parajes del gran cultivo semi mecanizado cubano. En efecto, la Sierra Maestra, escenario de la prime­ra columna revolucionaria, es un lugar donde se refugian todos los campesinos que, luchando a brazo partido contra el latifundio, van allí a buscar un nuevo pedazo de tierra que arrebatan al Estado o algún voraz propietario latifun­dista para crear su pequeña riqueza. Debían estar en conti­nua lucha contra las exacciones de los soldados, aliados siempre del poder latifundista, y su horizonte se cierra en el título de propiedad. Concretamente, el soldado que inte­graba nuestro primer ejército guerrillero de tipo campesi­no, sale de la parte de esta clase social que demuestra más agresivamente su amor por la tierra y su posesión, es decir, que demuestra más perfectamente lo que puede catalogarse como espíritu pequeño burgués; el campesino lucha porque quiere tierra; para él, para sus hijos, para manejarla, para venderla y enriquecerse a través de su trabajo.

A pesar de su espíritu pequeño burgués, el campe­sino aprende pronto que no puede satisfacer su afán de posesión de la tierra, sin romper el sistema de la propiedad latifundista. La reforma agraria radical, que es la única que puede dar la tierra al campesino, choca con los intereses directos de los imperialistas, latifundistas y de los magnates azucareros y ganaderos. La burguesía teme chocar con esos intereses. El proletariado no teme chocar con ellos. De este modo, la marcha misma de la Revolución une a los obreros y a los campesinos. Los obreros sostienen la reivindicación contra el latifundio. El campesino pobre, beneficiado con la propiedad de la tierra, sostiene lealmente al poder revo­lucionario y lo defiende frente a los enemigos imperialistas y contrarrevolucionarios.

Creemos que no se pueden alegar más factores de excepcionalismo. Hemos sido generosos en extremarlos, veremos ahora, cuáles son las raíces permanentes de todos los fenómenos sociales de América, las contradicciones que, madurando en el seno de las sociedades actuales, provo­can cambios que pueden adquirir la magnitud de una revo­lución como la cubana.

En orden cronológico, aunque no de importancia en estos momentos, figura el latifundio; el latifundio fue la base del poder económico de la clase dominante durante todo el periodo que sucedió a la gran revolución libertadora anticolonial del siglo pasado. Pero esa clase social latifun­dista, que existe en todos los países, está por regla general a la zaga de los acontecimientos sociales que conmueven al mundo. En alguna parte, sin embargo, lo más alerta y esclarecido de esa clase latifundista advierte el peligro y va cambiando el tipo de inversión de sus capitales, avanzando a veces para efectuar cultivos mecanizados de tipo agrícola, trasladando una parte de sus intereses a algunas industrias o convirtiéndose en agentes comerciales del monopolio. En todo caso, la primera revolución libertadora no llega nunca a destruir las bases latifundistas, que actuando siempre en forma reaccionaria, mantienen el principio de servidumbre sobre la tierra. Éste es el fenómeno que asoma sin excepcio­nes en todos los países de América y que ha sido substrato de todas las injusticias cometidas, desde la época en que el rey de España concediera a los muy nobles conquistadores las grandes mercedes territoriales, dejando, en el caso cuba­no, para los nativos, criollos y mestizos, solamente los realengos, es decir, la superficie que separa tres mercedes circulares que se tocan entre sí.

El latifundista comprendió en la mayoría de los paí­ses, que no podía sobrevivir solo, y rápidamente entró en alianza con los monopolios, vale decir con el más fuerte y fiero opresor de los puebles americanos. Los capitales nor­teamericanos llegaron a fecundar las tierras vírgenes, para llevarse después, insensiblemente, todas las divisas que antes «generosamente» habían regalado, más otras partidas que constituyen varias veces la suma originalmente inver­tida en el país «beneficiado».

América fue campo de la lucha inter imperialista y las «guerras» entre Costa Rica y Nicaragua; la segregación de Panamá; la infamia cometida contra Ecuador en su disputa contra el Perú; la lucha entre Paraguay y Bolivia; no son sino expresiones de esta batalla gigantesca entre los gran­des consorcios monopolistas del mundo, batalla decidida casi completamente a favor de los monopolios norteameri­canos después de la segunda guerra mundial. De ahí en adelante el imperio se ha dedicado a perfeccionar su pose­sión colonial y a estructurar lo mejor posible todo el anda­miaje para evitar que penetren los viejos o nuevos compe­tidores de otros países imperialistas Todo esto da por resultado una economía monstruosamente distorsionada, que ha sido descrita por los economistas pudorosos del régimen imperial con una frase inocua, demostrativa de la profunda piedad que nos tienen a nosotros, los seres inferiores (lla­man «inditos» a nuestros indios explotados miserablemente, vejados y reducidos a la ignominia, llaman «de color» a to­dos los hombres de raza negra o mulata preteridos, discri­minados, instrumentos, como persona y como idea de cla­se, para dividir a las masas obreras en su lucha por mejores destinos económicos); a nosotros, pueblos de América, se nos llama con otro nombre pudoroso y suave: «subdesarrollados».
¿Qué es subdesarrollo?
Un enano de cabeza enorme y tórax henchido es «subdesarrollado» en cuanto a que sus débiles piernas o sus cortos brazos no articulan con el resto de su anatomía; es el producto de un fenómeno teratológico que ha distorsionado su desarrollo. Eso es lo que en realidad somos nosotros, los suavemente llamados «subdesarrollados», en verdad países coloniales, semi coloniales o dependientes. Somos países de economía distorsionada por la acción imperial, que ha desarrollado anormalmente las ramas industriales o agríco­las necesarias para complementar su compleja economía. El «subdesarrollo», o el desarrollo distorsionado, conlleva peligrosas especializaciones en materias primas, que man­tienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros, los «subdesarrollados», somos también los del mo­nocultivo, los del mono producto, los del mono mercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mer­cado único que impone y fija condiciones, he aquí la gran fórmula de la dominación económica imperial, que se agrega a la vieja y eternamente joven divisa romana, divide e impera.

El latifundio, pues, a través de sus conexiones con el imperialismo, plasma completamente el llamado «subdesarrollo» que da por resultado los bajos salarios y el desem­pleo. Este fenómeno de bajos salarios y desempleo es un círculo vicioso que da cada vez más bajos salarios y cada vez más desempleo, según se agudizan las grandes contra­dicciones del sistema y, constantemente a merced de las variaciones cíclicas de su economía, crean lo que es el de­nominador común de los pueblos de América, desde el río Bravo al Polo Sur. Ese denominador común, que pondre­mos con mayúscula y que sirve de base de análisis para todos los que piensan en estos fenómenos sociales, se lla­ma Hambre del Pueblo, cansancio de estar oprimido, veja­do, explotado al máximo, cansancio de vender día a día miserablemente la fuerza de trabajo (ante el miedo de en­grosar la enorme masa de desempleados), para que se ex­prima de cada cuerpo humano el máximo de utilidades, derrochadas luego en las orgías de los dueños del capital.

Vemos pues, cómo hay grandes e inesquivables de­nominadores comunes de América Latina, y cómo no po­demos nosotros decir que hemos estado exentos de ningu­no de estos entes ligados que desembocan en el más terri­ble y permanente: hambre del pueblo. El latifundio, ya como forma de explotación primitiva, ya como expresión de monopolio capitalista de la tierra, se conforma a las nuevas condiciones y se alía al imperialismo, forma de explotación del capital financiero y monopolista más allá de las fronte­ras nacionales, para crear el colonialismo económico, eufemísticamente llamado «subdesarrollo», que da por re­sultado el bajo salario, el subempleo, el desempleo; el ham­bre de los pueblos. Todo existía en Cuba. Aquí también había hambre, aquí había una de las cifras porcentuales de desempleo más alta de América Latina, aquí el imperialis­mo era más feroz que en muchos de los países de América y aquí el latifundio existía con tanta fuerza como en cual­quier país hermano.

¿Qué hicimos nosotros para liberarnos del gran fenómeno del imperialismo con su secuela de gobernantes títeres en cada país y sus ejércitos mercenarios, dispuestos a defender a ese títere y a todo el complejo sistema social de la explotación del hombre por el hombre? Aplicamos algunas fórmulas que ya otras veces hemos dado como descubrimiento de nuestra medicina empírica para los gran­des males de nuestra querida América Latina, medicina em­pírica que rápidamente se enmarcó dentro de las explica­ciones de la verdad científica.

Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplazar la reacción popular y la ola de odio que la represión crea. Faltaron en América condi­ciones subjetivas de las cuales la más importante es la con­ciencia de la posibilidad de victoria por la vía violenta fren­te a los poderes imperiales y sus aliados internos. Esas condiciones se crean mediante la lucha armada que va ha­ciendo más clara la necesidad del cambio (y permite pre­verlo) y de la derrota del ejército por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescin­dible a toda revolución verdadera).

Apuntando ya que las condiciones se completan mediante el ejercicio de la lucha armada, tenemos que ex­plicar una vez más que el escenario de esa lucha debe ser el campo y que, desde el campo, con un ejército campesi­no que persigue los grandes objetivos por los que debe luchar el campesinado (el primero de los cuales es la justa distribución de la tierra), tomará las ciudades. Sobre la base ideológica de la clase obrera, cuyos grandes pensadores descubrieron las leyes sociales que nos rigen, la clase cam­pesina de América dará el gran ejército libertador del futu­ro, como lo dio ya en Cuba. Ese ejército creado en el cam­po, en el cual van madurando las condiciones subjetivas para la toma del poder, que va conquistando las ciudades desde afuera, uniéndose a la clase obrera y aumentando el caudal ideológico con esos nuevos aportes, puede y debe derrotar al ejército opresor en escaramuzas, combates, sor­presas, al principio; en grandes batallas, al final, cuando haya crecido hasta dejar su minúscula situación de guerrilla para alcanzar la de un gran ejército popular de liberación. Etapa de la consolidación del poder revolucionario será la liquidación del antiguo ejército, como apuntáramos arriba.

Si todas estas condiciones que se han dado en Cuba se pretendieran aplicar en los demás países de América Latina, en otras luchas por conquistar el poder para las cla­ses desposeídas, ¿qué pasaría? ¿Sería factible o no? Si es factible, ¿sería más fácil o más difícil que en Cuba? Vamos a exponer las dificultades que a nuestro parecer harán más duras las nuevas luchas revolucionarias de América; hay dificultades generales para todos los países y dificultades más específicas para algunos cuyo grado de desarrollo o peculiaridades nacionales los diferencian de otros. Había­mos apuntado, al principio de este trabajo, que se podían considerar como factores de excepción la actitud del impe­rialismo, desorientado frente a la Revolución cubana y, hasta cierto punto, la actitud de la misma clase burguesa nacio­nal, también desorientada, incluso mirando con cierta sim­patía la acción de los rebeldes debido a la presión del im­perio sobre sus intereses (situación esta última que es, por lo demás, general a todos nuestros países). Cuba ha hecho de nuevo la raya en la arena y se vuelve al dilema de Pizarro; de un lado, están los que quieren al pueblo, y del otro están los que lo odian y entre ellos, cada vez más determi­nada, la raya que divide indefectiblemente a las dos gran­des fuerzas sociales: la burguesía y la clase trabajadora, que cada vez están definiendo con más claridad sus respectivas posiciones a medida que avanza el proceso de la Revolu­ción cubana.

Esto quiere decir que el imperialismo ha aprendido a fondo la lección de Cuba, y que no volverá a ser tomado de sorpresa en ninguna de nuestras veinte repúblicas, en ninguna de las colonias que todavía existen, en ninguna parte de América. Quiere decir esto que grandes luchas populares contra poderosos ejércitos de invasión aguardan a los que pretendan ahora violar la paz de los sepulcros, la paz romana. Importante, porque, si dura fue la guerra de liberación cubana con sus dos años de continuo combate, zozobra e inestabilidad, infinitamente más duras serán las nuevas batallas que esperan al pueblo en otros lugares de América Latina.

Los Estados Unidos apresuran la entrega de armas a los gobiernos títeres que ve más amenazados; los hace fir­mar pactos de dependencia, para hacer jurídicamente más fácil el envío de instrumentos de represión y de matanza y tropas encargadas de ello. Además, aumenta la prepara­ción militar de los cuadros en los ejércitos represivos, con la intención de que sirvan de punta de lanza eficiente con­tra el pueblo.

¿Y la burguesía?, se preguntará. Porque en muchos países de América existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional, así como otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la riqueza.

No obstante estas contradicciones las burguesías na­cionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo.

Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despó­tico del imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía.

La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la re­volución y no vacila en aliarse al imperialismo y al latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la Revolución.

Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a emprender toda clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus títeres para aniquilar a cualquier pueblo que se levante; un latifundismo feroz, inescrupuloso y experimen­tado en las formas más brutales de represión y una gran burguesía dispuesta a cerrar, por cualquier medio, los ca­minos a la revolución popular, son las grandes fuerzas alia­das que se oponen directamente a las nuevas revoluciones populares de la América Latina.

Tales son las dificultades que hay que agregar a todas las provenientes de luchas de este tipo en las nuevas condiciones de América Latina, después de consolidado el fenómeno irreversible de la Revolución cubana.

Hay otras más específicas. Los países que, aun sin poder hablar de una efectiva industrialización, han desarro­llado su industria media y ligera o, simplemente, han sufri­do procesos de concentración de su población en grandes centros, encuentran más difícil preparar guerrillas. Además la influencia ideológica de los centros poblados inhibe la lucha guerrillera y da vuelo a luchas de masas organizadas pacíficamente.

Esto último da origen a cierta «institucionalidad», a que en períodos más o menos «normales», las condiciones sean menos duras que el trato habitual que se da al pueblo.

Llega a concebirse incluso la idea de posibles au­mentos cuantitativos en las bancas congresionales de los elementos revolucionarios hasta un extremo que permita un día un cambio cualitativo.

Esta esperanza, según creemos, es muy difícil que llegue a realizarse, en las condiciones actuales, en cual­quier país de América. Aunque no esté excluida la posibili­dad de que el cambio en cualquier país se inicie por vía electoral, las condiciones prevalecientes en ellos hacen muy remota esa posibilidad.

Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su programa liberador. La real capaci­dad de un revolucionario se mide por el saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la si­tuación, en tener presente todas las tácitas y en explotarlas al máximo. Sería error imperdonable desestimar el prove­cho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería imper­donable limitarse tan sólo a lo electoral y no ver los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el poder, que es el instrumento indispensable para aplicar y desarrollar el programa revolucionario, pues si no se alcan­za el poder, todas las demás conquistas son inestables, in­suficientes, incapaces de dar las soluciones que se necesi­tan, por más avanzadas que puedan parecer.

Y cuando se habla de poder por vía electoral nues­tra pregunta es siempre la misma.- si un movimiento popu­lar ocupa el gobierno de un país por amplia votación po­pular y resuelve, consecuentemente, iniciar las grandes trans­formaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país?, ¿no ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y entrará en conflicto con el gobierno constituido. Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe de estado más o menos incruento y volver a empezar el juego de nunca acabar; puede a su vez, el ejército opresor ser derrotado mediante la acción popular armada en apoyo a su gobierno; lo que nos parece difícil es que las fuerzas armadas acepten de buen grado reformas sociales profun­das y se resignen mansamente a su liquidación como casta.

En cuanto a lo que antes nos referimos de las gran­des concentraciones urbanas, nuestro modesto parecer es que, aun en estos casos, en condiciones de atraso económi­co, puede resultar aconsejable desarrollar la lucha fuera de los límites de la ciudad, con características de larga dura­ción. Más explícitamente, la presencia de un foco guerrille­ro en una montaña cualquiera, en un país con populosas ciudades, mantiene perenne el foco de rebelión, pues es muy difícil que los poderes represivos puedan rápidamen­te, y aun en el curso de años, liquidar guerrillas con bases sociales asentadas en un terreno favorable a la lucha gue­rrillera donde existan gentes que empleen consecuentemente la táctica y la estrategia de este tipo de guerra.

 Es muy diferente lo que ocurriría en las ciudades; puede allí desarrollarse hasta extremos insospechados la lucha armada contra el ejército represivo pero, esa lucha se hará frontal solamente cuando haya un ejército poderoso que lucha contra otro ejército; no se puede entablar una lucha frontal contra un ejército poderoso y bien armado cuando sólo se cuenta con un pequeño grupo.

La lucha frontal se haría entonces con muchas ar­mas y, surge la pregunta: ¿dónde están las armas? Las armas no existen de por sí, hay que tomárselas al enemigo; pero, para tomárselas a ese enemigo hay que luchar, y no se puede luchar de frente. Luego, la lucha en las grandes dudarles debe iniciarse por un procedimiento clandestino para captar los grupos militares o para ir tomando armas, una a una en sucesivos golpes de mano.

En este segundo caso se puede avanzar mucho y no nos atreveríamos a afirmar que estuviera negado el éxi­to a una rebelión popular con base guerrillera dentro de la ciudad. Nadie puede objetar teóricamente esta idea, por lo menos no es nuestra intención, pero sí debemos anotar lo fácil que sería mediante alguna delación, o, simplemente, por exploraciones sucesivas, eliminar a los jefes de la Re­volución. En cambio, aun considerando que efectúen todas las maniobras concebibles en la ciudad, que se recurra al sabotaje organizado y, sobre todo, a una forma particular­mente eficaz de la guerrilla que es la guerrilla suburbana, pero manteniendo el núcleo en terrenos favorables para la lucha guerrillera, si el poder opresor derrota a todas las fuerzas populares de la ciudad y las aniquila, el poder po­lítico revolucionario permanece incólume, porque está re­lativamente a salvo de las contingencias de la guerra. Siem­pre considerando que está relativamente a salvo, pero no fuera de la guerra, ni la dirige desde otro país o desde lugares distantes; está dentro de su pueblo, luchando. Ésas son las consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en que el predominio urbano es muy grande, el foco central político de la lucha puede desarro­llarse en el campo.

Volviendo al caso de contar con células militares que ayuden a dar el golpe y suministren las armas, hay dos problemas que analizar: primero, si esos militares realmen­te se unen a las fuerzas populares para dar el golpe, consi­derándose ellos mismos como núcleo organizado y capaz de autodecisión; en ese caso será un golpe de una parte del ejército contra otra y permanecerá, muy probablemente, incólume la estructura de casta en el ejército. El otro caso, el de que los ejércitos se unieran rápida y espontáneamen­te a las fuerzas populares, en nuestro concepto, solamente se puede producir después que aquéllos hayan sido bati­dos violentamente por un enemigo poderoso y persistente, es decir, en condiciones de catástrofe para el poder consti­tuido. En condiciones de un ejército derrotado, destruida su moral, puede ocurrir este fenómeno, pero para que ocu­rra es necesaria la lucha y siempre volvemos al punto pri­mero, ¿cómo realizar esa lucha? La respuesta nos llevará al desarrollo de la lucha guerrillera en terrenos favorables, apoyada por la lucha en las ciudades y contando siempre con la más amplia participación posible de las masas obre­ras y, naturalmente, guiados por la ideología de esa clase.

Hemos analizado suficientemente las dificultades con que tropezarán los movimientos revolucionarios de Améri­ca Latina, ahora cabe preguntarse si hay o no algunas faci­lidades con respecto a la etapa anterior, la de Fidel Castro en la Sierra Maestra. Creemos que también aquí hay condi­ciones generales que faciliten el estallido de estos brotes de rebeldía y condiciones especificas de algunos países que las facilitan aún más Debemos apuntar dos razones subjeti­vas como las consecuencias más importantes de la Revolu­ción cubana: la primera es la posibilidad del triunfo, pues ahora se sabe perfectamente la capacidad de coronar con el éxito una empresa como la acometida por aquel grupo de ilusos expedicionarios del Gramma en su lucha de dos años en la Sierra Maestra; eso indica inmediatamente que se puede hacer un movimiento revolucionario que actúe desde el campo, que se ligue a las masas campesinas, que crezca de menor a mayor, que destruya al ejército en lucha frontal, que tome las ciudades desde el campo, que vaya incrementando, con su lucha, las condiciones subjetivas necesarias para tomar el poder.

La importancia que tiene este hecho, se ve por la cantidad de excepcionalistas que han surgido en estos mo­mentos. Los excepcionalistas son los seres especiales que encuentran que la Revolución cubana es un acontecimien­to único e inimitable en el mundo, conducido por un hom­bre que tiene o no fallas, según que el excepcionalista sea de derecha o de izquierda, pero que, evidentemente, ha llevado a la Revolución por unos senderos que se abrieron única y exclusivamente para que por ella caminara la Revo­lución cubana. Falso de toda falsedad, decimos nosotros; la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos, en la derrota del ejérci­to en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo.

en la disolución del ejército como primera etapa de la ruptu­ra total de la superestructura del mundo colonialista anterior.

Podemos apuntar, como segundo factor subjetivo, que las masas no sólo saben las posibilidades de triunfo; ya conocen su destino. Saben cada vez con mayor certeza que, cualesquiera que sean las tribulaciones de la historia du­rante períodos cortos, el porvenir es del pueblo, porque el porvenir es de la justicia social. Esto ayudará a levantar el fermento revolucionario aún a mayores alturas que las al­canzadas actualmente en Latinoamérica.

Podríamos anotar algunas consideraciones no tan genéricas y que no se dan con la misma intensidad en to­dos los países. Una de ellas, sumamente importante, es que hay más explotación campesina en general, en todos los países de América, que la que hubo en Cuba. Recuérdese, para los que pretenden ver en el período insurreccional de nuestra lucha el papel de la proletarización del campo, que, en nuestro concepto, la proletarización del campo sirvió para acelerar profundamente la etapa de cooperativización en el paso siguiente a la toma del poder y la Reforma Agra­ria, pero que, en la lucha primera, el campesino, centro y médula del Ejército Rebelde, es el mismo que está hoy en la Sierra Maestra, orgullosamente dueño de su parcela e intransigentemente individualista. Claro que en América hay particularidades; un campesino argentino no tiene la mis­ma mentalidad que un campesino comunal del Perú, Bolivia o Ecuador, pero el hambre de tierra está permanente­mente presente en los campesinos y el campesinado da la tónica general de América, y como, en general, está más explotado aún de lo que lo había sido en Cuba, aumenta las posibilidades de que esta clase se levante en armas.

Además, hay otro hecho. El ejército de Batista, con todos sus enormes defectos, era un ejército estructurado de tal forma que todos eran cómplices desde el último solda­do al general más encumbrado, en la explotación del pueblo. Eran ejércitos mercenarios completos, y esto le daba una cierta cohesión al aparato represivo. Los ejércitos de América, en su gran mayoría, cuentan con una oficialidad profesional y con reclutamientos periódicos. Cada año. lo; jóvenes que abandonan su hogar escuchando los relatos de los sufrimientos diarios de sus padres, viéndolos con sus propios ojos, palpando la miseria y la injusticia social, son reclutados. Si un día son enviados como carne de cañón para luchar contra los defensores de una doctrina que ellos sienten como justa en su carne, su capacidad agresiva esta­rá profundamente afectada y con sistemas de divulgación adecuados, haciendo ver a los reclutas la justicia de la lucha, el porqué de la lucha, se lograrán resultados magníficos.

Podemos decir, después de este somero estudio del hecho revolucionario, que la Revolución cubana ha conta­do con factores excepcionales que le dan su peculiaridad y factores comunes a todos los pueblos de América que ex­presan la necesidad interior de esta Revolución. Y vemos también que hay nuevas condiciones que harán más fácil el estallido de los movimientos revolucionarios, al dar a las masas la conciencia de su destino; la consciencia de la ne­cesidad y la certeza de la posibilidad; y que, al mismo tiem­po, hay condiciones que dificultarán el que las masas en armas puedan rápidamente lograr su objetivo de tomar el poder. Tales son la alianza estrecha del imperialismo con todas las burguesías americanas, para luchar a brazo parti­do contra la fuerza popular. Días negros esperan a América Latina y las últimas declaraciones de los gobernantes de los Estados Unidos, parecen indicar que días negros esperan al mundo. Lumumba, salvajemente asesinado, en la grandeza de su martirio muestra la enseñanza de los trágicos errores que no se deben cometer. Una vez iniciada la lucha antimperialista, es indispensable ser consecuente y se debe dar duro, donde duela, constantemente y nunca dar un paso atrás; siempre adelante, siempre contragolpeando, siempre respondiendo a cada agresión con una más fuerte presión de las masas populares. Es la forma de triunfar. Analizaremos en otra oportunidad, si la Revolución cubana después de la toma del poder, caminó por estas nuevas vías revolucionarias con factores de excepcionalidad o si también aquí, aun respetando ciertas características espe­ciales, hubo fundamentalmente un camino lógico derivado de leyes inmanentes a los procesos sociales.

Tomado de: Textos anticoloniales
Ediciones La Marea
ISBN: 84-93021-3-7 (Para la portada)
Deposito Legal. TF.2044/98
Islas Canarias 1998.













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