1918 diciembre 19.
Nació Jesús Hernández Martín
“El Villero”
En el mes de enero del 2012 me llegó la noticia del óbito de una gran
persona del Puerto de la Cruz,
oriundo de la Villa
de La Orotava
concretamente del popular Barrio de la Florida. Por eso se le llamó “Don Jesús “El Villero”.
Para mí fue una grata persona intelectual y muy querida y respetada, una
enciclopedia del Puerto de la Cruz,
siempre lo tuve a mi lado en el plató de la Emisora local ATV, siempre que hablábamos de su
Puerto de la Cruz,
de sus carnavales, de sus fiestas mayores de sus hijos ilustres.
A don Jesús lo llamaría el maestro de los maestros, fue el hombre clave
de sacar a todos los portuenses de sus estudios, sus alumnos le tenían mucho
acatamiento. Defensor a ultranza de la
Playa de Martiánez, donde se reunía con varios amigos para
jugar al fútbol o mejor a la pelota y luego darse sus baños de rigor. No le
gustó el trato humillante de tanta metamorfosis que sufrió Martiánez y el
Puerto de la Cruz
en general.
Mis recuerdos personales con don Jesús, las retrasmisiones en directo
acompañado de don Ignacio Torrents González (dos portuenses de pro) desde una
terraza frente al ya cantar y romántico Puerto Pesquero del Puerto de la Cruz de la embarcación de la
madre de todas las gentes de la mar, de los portuenses y sobre todo de los
ranilleros, recuerdos imborrables donde se hablaba de todo, anecdotario a
dosier, y del Puerto de la Cruz,
gracias a una emisora inolvidable de La Villa de La Orotava propiedad del amigo Ángel Sálamo ATV. Era
un plató de lujo de ambición y de prosperidad.
Don Jesús, ahora está en la otra Villa, con muchos de sus discípulos del
aula de la calle portuense de Santo Domingo encima del Presidio, entre todos
ellos hay una figura, un mito al que tu educaste y orientaste en todos los
sentidos de la vida el recordado portuense y ranillero ex alcalde del Puerto de
la Cruz y ex
gobernador civil de Tenerife Paco Afonso Carrillo.
Nació el 19 de diciembre de 1918 en el barrio orotavense de La Florida, al otro lado del
barranco, en una pequeña casa de alto y bajo que había detrás de la finca de
Emiliano Pacheco. Como a él le gusta decir, nació "en la orilla del monte,
oliendo a brezo". Sus padres se llamaban María Martín Mora, maestra
de escuela, y Felipe Hernández Martín, de profesión albañil. Fue el mayor de
cuatro hermanos, aunque su madre tuvo otros cinco hijos que por distintas
enfermedades murieron de pocos meses. Doña María cayó por ello en una fuerte
depresión y el médico le aconsejó un cambio de aires. Esa fue la razón de que
la familia se trasladara a vivir a Puerto de la Cruz. Jesús tenía
entonces poco más de cuatro años. A pesar de esa obligada marcha, en realidad
nunca se fueron del todo. Prácticamente, todos los fines de semana don Felipe y
sus hijos visitaban el barrio de La Florida, donde además pasaban también las
vacaciones de verano.
Los sentimientos de Jesús, quien enseguida fue distinguido por sus amigos
y conocidos de Puerto de la
Cruz con el apelativo de "El Villero",
quedaron para siempre atrapados en aquel lugar lleno de belleza natural y
recuerdos entrañables.
La primera escuela de Jesús Hernández fue su propia casa. Aprendió a leer
y escribir con su madre, María Martín Mora, cuyo nombre por cierto bautiza la
escuela de Pino Alto, en reconocimiento oficial y popular a la gran labor que
hizo esta señora por las gentes de aquel lejano barrio.
Jesús empezó sus estudios en el colegio de los Hermanos del Corazón de
María "los padritos"- en la calle Pérez Zamora de Puerto de la Cruz. Más tarde fue
alumno de don Inocencio Sosa en el colegio de la Federación Obrera.
Entre 1931 y 1933 estudió en las Escuelas Graduadas. Ganó por oposición
un concurso de becas y pudo ingresar en el antiguo Colegio de Segunda
Enseñanza. Allí hizo el bachillerato.
La
Guerra Civil truncó
su sueño de licenciarse en Filosofía y Letras. Sólo tuvo tiempo de estudiar dos
años y luego se pasó a Magisterio. Curiosamente, uno de sus alumnos más aventajados,
el científico Antonio Galindo, desveló que el joven Jesús sólo se aficionó a
los estudios cuando conoció los métodos persuasivos de su rígido padre. Esa
ayuda y un talante tenaz e inconformista recondujeron a tiempo su vida.
Dedicó cuarenta años de su vida a la docencia. Empezó en el Colegio de
Segunda Enseñanza, hasta que el centro fue absorbido por el Instituto Técnico.
Simultáneamente, por las tarde daba clases en el Colegio "Pureza de
María", por entonces ubicado en la portuense Calle Iriarte. Fruto de su
constante inquietud cultural, también tuvo tiempo para dirigir el montaje de
numerosas piezas teatrales, que interpretaban sus jóvenes alumnos.
La práctica deportiva fue otra de sus aficiones, que aún hoy en día
comparte con un grupo de amigos. Varias veces a la semana se reúnen en la Playa de Martiánez para
nadar y jugar a la pelota.
Continuó la labor de enseñante en el nuevo colegio de "La Pureza" de Los Realejos
hasta su jubilación, en 1984. Durante estas cuatro décadas de docente pasaron
por sus clases miles de jóvenes de varias generaciones, que siempre le
recordarán como don Jesús "El Maestro". Pero más que un maestro, para
todos ellos fue un verdadero padre, tan riguroso como entrañable.
En reconocimiento a ese importante servicio prestado a la comunidad
portuense, el Club de Leones le distinguió con la "Ranilla de Plata".
Tras su jubilación fue objeto de dos homenajes muy especiales para él. El
primero se lo tributó la Comunidad Educativa del Colegio "Pureza
de María". El segundo tuvo carácter popular y fue organizado por sus
antiguos alumnos, que en gran número se reunieron para agradecerle sus desvelos
y enseñanzas.
En 1992 fue encomendado por el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz para hacer el
pregón de las Fiestas de Julio, las fiestas patronales de esta Ciudad, en honor
de la virgen del Carmen y el Gran Poder de Dios.
Ahora, animado por un grupo de amigos, y muy especialmente por el
ex-alcalde orotavense Francisco Sánchez García, y por el ex teniente de alcalde
de esta Villa Martín Escobar Pacheco -floridero como él-, Jesús Hernández
se decidió a reunir los recuerdos y evocaciones de la infancia y juventud
vividas en el barrio de La
Florida, un lugar que siempre ha llevado en su corazón Y en
su pensamiento.
Es el suyo un testimonio de gran valor sentimental Y hasta etnográfico.
Es una reliquia de esa tradición oral que debe recuperarse, conservarse y
divulgarse, para reafirmar nuestra identidad como pueblo y para enriquecer
nuestro patrimonio cultural. Es un relato escrito con la sabiduría de los años
y con la naturalidad propia de las gentes del campo. Pero, sobre todo, este
libro es el homenaje sincero y profundo que un "floridero" quiere
tributar a su tierra, a sus raíces.
Según el convecino y ex alcalde de la Orotava el amigo
Francisco Sánchez García; Los acontecerse de la vida suelen generar
sentimientos que, si responden al agradecimiento, definen a la persona como
bien nacida. Estos sentimientos sólo logran dar la paz interior al individuo,
paradójicamente, si los exterioriza, si los da a conocer o los comparte con los
demás. Así aparece el ciudadano que en su vida particular se caracteriza por su
afabilidad y buena disposición para con los demás. Y trata de encontrar, para
su realización personal, la profesión o actividad que mejor le va a su vocación
encendida por ese espíritu de agradecimiento que le es consustancial desde sus
orígenes familiares. De este modo se crea el buen ciudadano. Don Jesús "el
Villero”, primero. Don Jesús, "el Maestro", también. Dos apelativos
atribuidos por la sabiduría popular, al apreciarle su amor a la tierra que le
vio nacer; y su singular calidad docente. Su vocación de enseñante la logró
derramar generosamente entre sus numerosos alumnos, que tan gratamente le
recuerdan respondiendo de modo efectivo a las lecciones aprendidas. Faltaba
pues, que el cariño desbordante por sus orígenes familiares y locales,
manifiesto día a día en su personalidad, fuera aprovechado de alguna manera. Y
acertó La Florida,
y en su representación, Agustín González y Martín Escobar, dándole la
oportunidad a don Jesús, para que su agradecimiento a la tierra y a la familia
que le dio la vida, así como a la gente que le vio y ayudó a nacer, pudiera
quedar plasmado de manera Impresa. Así surge "Evocaciones Florideras", donde
se retrata magníficamente, con letra acertada, una parte de la historia
de La Florida;
muy práctica e interesante para los investigadores. Pero que a mi modesto
entender, consigue recoger y reflejar, con brillantez, la calidad
extraordinaria de las virtudes que adornan al hombre y la mujer de La Florida, las que el Autor,
en respuesta a su interior, intencionadamente hace públicas, con el fin de
comprometer en ellas a sus más jóvenes convecinos, para que nunca tengan que
lamentar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y para reforzar ese sentimiento
se completa el libro con el curioso diario de Victoriano Escobar, otro
floridero ejemplar que dejó huella entre los suyos, y memoria escrita.
Correspondemos al gesto de don Jesús de habemos hecho presente el bello
sentimiento de la gratitud, con sus extraordinarias vivencias personales
en La Florida,
aprendiendo y llevando a la práctica la lección de que también nos quiere
inculcar en este libro: el amor a nuestros campos.
El Barrio orotavense de la Florida ocupa la parte central de una
especie de “mesopotamia” al estar situada entre dos barrancos, a orillas de las
cuales se fueron agrupando sus habitantes, así como a lo largo del camino real.
Estos núcleos de población, pequeños en sus orígenes, son La Palma, al Este, y La Vera, al Oeste.
El acceso al floridero barrio por el poniente era y es por Los Pinos,
llamado así porque existía en ese lugar un paseo, orientado de Norte a Sur,
provisto de asientos y flanqueado por dos hileras de dichas coníferas. Todavía
existe un buen tramo del viejo camino, un sendero que, a partir de la casa de
Concha "La Chasnera",
descendía en zig-zag hasta el fondo del Barranco de La Arena, para luego ascender
por la orilla opuesta hasta las proximidades de la mansión de María "La Campanera", Un
camino de herraduras que Lorenzo "El Ciego", asido a la cola de su
caballo, empleado para el transporte de mercancías, lo recorría varias veces
al día con mayor seguridad que cualquier vidente. Un camino que se acortaba,
aprovechando aquellos puntos donde la profundidad era escasa, por dos atajos o
fajanas, uno de los cuales pasaba por delante de la casa de "siña"
Plácida, una mujer que, a pesar de sus años, pateaba veredas portando en su cuadril
un saco de papas, de hierbas o una carga de leña, diciendo "pa' casa nada
pesa". Una mujer aquella que al hablar saboreaba las palabras.
Aún no se había construido el puente primitivo. Por esta razón, durante
aquellos antiguos inviernos, fríos y bastante lluviosos, con nevadas, que en
algunas ocasiones blanqueaban los caminos; cuando el retumbar de los barrancos
anunciaba la 'proximidad de la riada, fenómeno que se repetía con cierta
regularidad en aquellas históricas invernadas; un caudal de agua que lamenta
le mente se perdía en el mar, pero dejando a lo largo de su recorrido, y sobre
todo en las playas, un valioso tesoro: la arena. De la extracción de esa arena
barranquera vivieron muchas familias, aunque playas de fácil acceso, como la
portuense de Martiánez, fueron repetidas veces esquilmadas ante la pasividad de
las autoridades. Y cuando la intensidad de la riada lo permitía, allí estaba
Pancho con su burrita trasladando a los viandantes de una a otra orilla. En
caso contrario, los vecinos habían de tomar el Camino de Los Gómez.
En ambos barrancos se abrían las bocas de galerías que alumbraban agua
en abundancia: El Drago, Barbuzano, Saltolino, Fuente Benítez, etc. De esta
última podría contamos muchas historias Flora "La Panadera", si
viviera.
Sin embargo, era paradójico que los florideros y las florideras tuvieran
que tomar el Camino de Polo, llegar cerca de La Piedad donde existían
unos lavaderos públicos, adquirir el líquido elemento para uso doméstico, o
pagar una perra gorda (diez céntimos) por el acarreo de una cacharra
conteniendo diez litros del vital fluido. Si mi memoria no me es infiel, el
primer chorro se instaló en Los Pinos, lo cual supuso una comodidad y un ahorro
en los desplazamientos. Posteriormente fueron colocados otros chorros a lo
largo de los caminos.
Recuerdo que las vecinas acudían a una atarjea próxima a la casa de Juan
"El Pisco", con el fin de lavar en ella la ropa. Usaban como lejía
las gallinazas. El lavado se hacía frotando la tela con ambas manos, o
apoyándolas en una piedra, llamada de lavar. La ropa se dejaba enjabonada hasta
el día siguiente, en que era enjuagada y restregada nuevamente. Luego se
introducía en una palangana conteniendo agua limpia, en la que se había disuelto
una pastilla de añil para lograr su blanqueo y, finalmente, tenderla al sol.
Otro de los problemas era la atención sanitaria, pues el enfermo tenía
que trasladarse hasta la
Villa careciendo de adecuados medios de transporte,
aunque en ciertas ocasiones el médico, con el maletín en ristre, acudía al
domicilio del paciente. Entonces se ponía a disposición del galeno una
"bestia" muy bien enjaezada, cubriendo su albarda con una colcha.
Cuando la gravedad se producía durante la noche y la urgencia del caso lo
requería, el panorama resultaba más patético. Un catre de viento servía de
camilla para trasladar al enfermo hasta el pueblo. Los faroles alumbrando el
camino, y las mujeres acompañantes, cubiertas con oscuros sobretodos para
protegerse del frío nocturno, ponían las pinceladas de un cuadro tétrico. En
algunas ocasiones, cuando se temía un fatal desenlace, se solicitaban los
auxilios espirituales: el Viático. Escoltado por faroles, su presencia por la
calzada era anunciada a golpes de campanilla. A su paso toda actividad se
paralizaba, los hombres descubrían sus cabezas, las mujeres se postraban de
rodillas; un respetuoso silencio lo invadía todo: Las vecinas musitaban entre
dientes: "Llevan el Señor al compadre; está muy malito".
En un rincón de la limpia habitación del enfermo, donde se ha colocado
una mesa cubierta con blanco mantel, y sobre ella un crucifijo flanqueado por
dos candelabros con sus cirios encendidos, se espera con fervoroso recogimiento
la llegada del Viático. Es un momento solemne, profundo, en el que la criatura,
el hombre, dialoga a solas con su Creador, en la persona de su representante.
El amigo y convecino del Puerto de la Cruz Celestino González Herreros me
envía estas notas del perfil de este hombre del Puerto de la Cruz oriundo de la Villa de La Orotava, para publicar en
mi Blog personal y altruista “Efeméride”
“Triste òbito de don Jesús Hernández,
El Maestro”: “Acabo de conocer la triste
noticia del fallecimiento de don Jesús Hernández, el Maestro. En verdad, no lo
esperaba… Siempre ocurre lo mismo, cuando una persona vale mucho, como lo fuera
él en vida, es que no admitimos que se nos vaya para siempre y de hecho, aunque
sólo sea a partir de ese luctuoso momento, a través de los recuerdos, solemos
perpetuar a esa gente que lo hayan dado todo por sus más íntimos ideales. Uno
de ellos fueron sus grandes anhelos por la educación de los demás, corriente
heredada de su ejemplar madre, también Maestra, en La Florida, La Orotava.
Por su experiencia y
preclara vocación cultural, pasaron cuatro generaciones. Muchos de los antiguos
alumnos de ambos sexo, los que hoy le lloramos, estamos rogando a Dios por el
eterno descanso de su alma. No podremos, jamás, olvidar sus gestos, su
perseverancia y su gran preocupación por que sus alumnos aprovecharan el tiempo
de sus clases, con el deseo de hacernos más útiles en la sociedad al
enfrentarnos con las posibles adversidades de la vida, las traiciones y cuantos
cuántos obstáculos surgieran. Que supiéramos defendernos intelectualmente en aquel
futuro que se nos avecinaba. A la vez, era cariñoso, cuando había que
demostrarlo. Era como un amigo, al que esas cuatro generaciones que pasaron por
sus manos, ante todo le respetábamos.
Aquel hombre
sencillo, simple y humilde y a la vez alegre, contagiaba confianza, apego y
desbordante simpatía.
Le recuerdo, al
retroceder mis pensamientos, verle con un montón de muchachos, jugando al
fútbol con aquellas pelotas artesanales hechas con badanas, en la playa de
Martiánez, como un chico más. También en cualquier esquina, hablando de
política, dando consejos, ayudando a quiénes le necesitara. Vigilando nuestros
torpes pasos, cuando nos veía dudosos o desorientados, allí estaba el villero,
don Jesús el Maestro; y hoy, repito, en medio de tanto dolor, pareciera que la
mente se nos llenara toda ella de tantos recuerdos… Y junto con su esposa
Antonia Rodríguez y sus hijos, disfrutando de esa gran familia que tanto amó.
Y el corazón, como si
se nos abriera y quisiéramos darnos todo, para que siempre se halle arropado
por nuestro cariño, recordándole con admiración.
Nuestro Norte de
Tenerife, ha dicho adiós a tan querida persona, sólo un adiós terrenal, pero
pensamos sin dilación alguna, en aquel lugar que Dios siempre le tuvo
reservado…
También recuerdo, en la Iglesia de San Francisco
de Puerto de la Cruz,
muy asiduamente y en solemne silencio, verle entregado a sus oraciones
dedicadas al SEÑOR, cuando yo iba a rezarle a los míos.
¡Que Dios les proteja
a todos!
Hasta que nos veamos
nuevamente, querido Maestro, Descanse en Paz...”.
(Bruno Juan Álvarez Abreu,2014, en: Blog “Efemerifes”.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario