martes, 13 de marzo de 2012

Datos etnohistóricos sobre el cantón de Tigalate




 Datos etnohistóricos sobre  el cantón de Tigalate
Demarcación territorial
Los datos etnohistóricos sobre la etapa prehispánica de La Palma son muy fragmentarios, escasos y repetitivos hasta la saciedad por todos los autores antiguos que trataron estos temas en sus escritos, de tal forma que da la sensación de que todos ellos se copiaron entre sí de un mismo texto, hoy desaparecido. Uno de los temas donde mayores discrepancias nos en­contramos es, precisamente, en el apartado de las diferentes demarcaciones territoriales y geopolíticas en las que estaba compartimentada la isla. Todos los relatores de la conquista coinciden a la hora de dividir la antigua Benahoare en doce bandos independientes cuando llegaron los conquista­dores a finales del siglo XV. Ahora bien, los problemas se plantean al hacer referencia a momentos cronológicos más antiguos y para los cuales se han aportado otras dos versiones diferentes a la enunciada en primer lugar.

Las referencias más antiguas nos son proporcionadas, a fines del si­glo XVI, por el portugués Gaspar Frutuoso quien, a pesar de todo, no nos aporta ningún dato concreto sobre el momento en que la isla estuvo compartimentada tal y como él nos indica. Según este autor, La Palma esta­ba dividida en cuatro reinos independientes a cuyo frente se hallaban otros tantos reyes. Uno de estos jefes habitaba en Tijarafe y se llamaba Altini; otro vivía en Tazacorte y desconocemos su nombre; el tercero tenía su resi­dencia en Mazo y era conocido por Maxorco o Maxerco. La poca fiabilidad de los datos que nos aporta Gaspar Frutuoso se pone de manifiesto en el hecho de que se olvidó o no conocía nada sobre el cuarto reino.

No obstante, y si partimos de la base de que las anotaciones de Gaspar Fmtuoso son correctas, podríamos suponer que el cuarto reino estaría si­mado en algún punto del norte-noreste de la isla, de tal forma que ésta quedaría dividida en cuatro cuadrantes que tendrían una superficie y rasgos geográficos bastante similares. Ello nos viene a indicar que la isla se estructuró en grandes comarcas naturales que guardaban notables similitu­des en cuanto a su geología, clima, relieve, paisajes y vegetación, de tal forma que se adecuaban perfectamente al tipo de vida y actividad económi­ca, fundamentalmente pastoril, que practicaron los benahoaritas. Una compartimentación de este tipo permitía que cada uno de los cuatro reinos pudiese sobrevivir sin depender de la ayuda de los tres restantes, a menos que se produjesen graves carestías o calamidades (sequía, incendios, pla­gas, etc.). La filosofía que latía debajo de esta subdivisión era exactamente la misma que la propuesta por otros autores como J. Abreu Galindo cuando llegaron los conquistadores, tal y como comprobaremos más adelante. Des­graciadamente, esta distribución zonal sólo nos es apuntada por el ya citado Gaspar Frutuoso, lo que hace más problemático completar sus escuetos e imprecisos datos. De cualquier forma, lo que sí se pone de relieve es la importancia que ya por entonces tenía la zona de Mazo, puesto que era el lugar de residencia de uno de los cuatro reyes insulares.

J. Álvarez Delgado indicaba que, hasta 1440, la isla estaba regida por un único rey que tenía poder sobre todos sus habitantes. A su muerte se dividieron sus dominios entre sus descendientes más directos. Al igual que sucedía en el caso anterior, este investigador no apunta las fuentes utiliza­das que le permitieron llegar a tal conclusión y, por tanto, sus teorías deben ser tomadas con cierta cautela. Sin embargo, en esta hipótesis se dan algu­nas referencias que pueden confirmarse de forma indirecta y que dan cierto aura de veracidad a sus informaciones. El hecho de que la antigua Benahoare estuviese gobernada por un sólo rey podría ser una de las razones que ex­pliquen los estrechos lazos de parentesco que existían entre los distintos capitanes que estaban al frente de cada uno de los doce cantones en que se hallaba dividida la isla cuando llegó Alonso Fernández de Lugo.

Sin duda, las referencias más precisas sobre la compartimentación geopolítica durante la época prehispánica de La Palma nos son proporcio­nadas por J. Abreu Galindo. Los datos aportados por este autor serán repe­tidos posteriormente, con apenas alguna variación insignificante, por otros escritores como Tomás Arias Marín de Cubas, J. de Viera y Clavijo, etc.

Todos estos apuntes etnohistóricos nos hablan de la división de la isla en doce bandos independientes a cuyo frente se situaban una o varias personas e, incluso en algún caso, hasta tres que estaban estrechamente emparentados entre sí. Para la gran mayoría de estos cantones no se establecían unos lími­tes geográficos precisos (Figura 1).

"El quinto señorío, Tigalate y Mazo hasta Tedote, donde al presente llaman la Breña, interpretada en castellano; porque tedote en lengua pal­mera quiere decir "monte". Y de esta tierra eran señores Juguiro y Garehagua, hermanos; y a éste le llamaron de este nombre, porque al tiempo que nacía, dicen que cercaron a su madre muchos perros; y porque haguayan quiere decir en su lengua "perro ", por eso le pusieron el nom­bre, el cual era mal acondicionado y muy belicoso." (J. ABREU GALINDO; 1977: 267).

Tigalate lindaba al norte con el cantón de Tedote, en un lugar impre­ciso de Las Breñas, que el Dr. Mauro S. Hernández Pérez sitúa en el Ba­rranco de Amargavinos. (1977: 32), que actualmente separa los términos municipales de Breña Baja y Breña Alta. Sin descartar esta hipótesis, noso­tros nos inclinamos por colocar la línea divisoria algo más al sur, coinci­diendo con la separación histórica entre Mazo y Breña Baja. El hito geográfico que señala la separación coincide con el trazado de un antiguo camino real que discurre desde la costa a la cumbre y que pasa junto a la Montaña de La Breña. No debemos olvidar que todos estos senderos tie­nen, en la gran mayoría de los casos, unos orígenes claramente prehispánicos que posteriormente, tras la conquista de la isla, continuaron con su misma utilidad o se adecuaron a las necesidades de la nueva sociedad que se esta­bleció a finales del siglo XV.

En el caso de los cantones prehispánicos del sur de la isla (Tigalate, Ahenguareme, Tamanca, Tihuya y Aridane) la separación territorial entre unos y otros plantea ciertas dificultades debido a la ausencia de accidentes geográficos destacados, como puede ser la inexistencia de barrancos de gran entidad, tal y como sucede en la mitad norte de La Palma. Por tanto, no nos parece nada descabellado suponer que la impresionante mole de la Montaña de La Breña sirviese como línea divisoria entre los bandos de Tigalate y Tedote. A pesar de que no tenemos la certeza de que una u otra hipótesis sea la verdadera, centraremos los estudios arqueológicos dentro de los límites actuales del municipio de Villa de Mazo, entre otras razones porque nuestras prospecciones se hicieron siguiendo ese mismo criterio.
Si las dudas son razonables a la hora de situar los límites geográficos en el frente septentrional, la cuestión se vuelve mucho más espinosa para separar los cantones de Tigalate y Ahenguareme, donde no hay barrancos profundos y, ni siquiera, montañas destacables, puesto que no debemos ol­vidar que el Volcán Martín es histórico. Por ello, nos hemos decantado por­que sus fronteras fuesen muy similares a las actuales que separan los municipios de Fuencaliente y Villa de Mazo. La separación prehistórica podría encontrarse en el reborde que marca por el sur la hondonada gigan­tesca en que se emplaza el caserío de Montes de Luna. Este accidente geo­gráfico supone una fuerte discontinuidad respecto al resto del paisaje del señorío de Ahenguareme, de tal forma que pudo convertirse en una marca que sería reconocida por los benahoaritas que vivían en estas zonas.

La escasa fiabilidad de los datos que nos proporcionan las fuentes etnohistóricas se ponen claramente de relieve al analizar las contradiccio­nes que aparecen reflejadas en muchos pasajes de sus escritos. La gran ma­yoría de los autores antiguos y cronistas de la conquista señalan que Benahoare estaba compartimentada en doce bandos independientes que eran: Aceró, Aridane, Tihuya, Tamanca, Ahenguareme, Tigalate, Tedote, Tenagua, Adeyahamen, Tagaragre, Tagalguén y Tijarafe. Sin embargo, esos mismos autores se contradicen cunado hablan del bando de Gazmira, situado en Las Cuevas de Herrera y que, según J. Abreu Galindo, servía de límite con el bando de Aridane. Tras analizar este texto tan confuso no sabemos si se trataba de dos zonas diferenciadas e independientes o si, por el contrario, hace referencia a un topónimo concreto (Gazmira) que formaba parte de una entidad geográfica más amplia (Aridane). No obstante, estas noticias aparentemente contradictorias se adecúan perfectamente a una teoría que ya apuntaba el Dr. Mauro Hernández Pérez y que nosotros también quere­mos reivindicar: "...Podría ser, y es sólo una hipótesis, que cada uno de los llamados reinos se compusiese de uno o más bandos..." (1977: 32).

Las referencias anteriores las hemos traído a colación porque son ple­namente compartidas en nuestra Tesis Doctoral (F. J. PAÍS PAÍS; 1996: 64) y porque son perfectamente aplicables al bando prehispánico de Tigalate que, como ya hemos apuntado, era gobernado por una jefatura compartida de dos hermanos: Juguiro y Garehagua. Es muy probable que esta asocia­ción en el poder político estuviese motivada por la necesidad de evitar los problemas sucesorios y las luchas por el control del gobierno. Pero, tam­bién es plausible suponer que este tipo de régimen político-administrativo tenía la facultad de facilitar la goberaabilidad de unos territorios tan exten­sos como los que comprendía el cantón de Tigalate que, no lo olvidemos, era uno de los mayores de Benahoare. El poder de decisión e influencia de un solo capitán para unos dominios tan vastos hubiese sido muy frágil ante la lejanía del jefe. En nuestra opinión, Juguiro y Garehagua tendrían máxi­mas competencias en zonas diferentes del bando prehispánico, si bien las decisiones más importantes, que afectaban a todos sus subditos, serían to­madas de forma colegiada y consensuada.

Por todo ello, pensamos que el cantón de Tigalate pudo estar dividi­do en dos comarcas naturales que tendrían cierta autonomía la una respecto de la otra. Estos lugares se podrían denominar sector septentrional y meri­dional, a cuyo frente se encontraba uno de los dos hermanos. Es muy difícil establecer unos límites geográficos precisos, pero se trataría de amplias áreas que se pudiesen controlar con cierta facilidad y que tuviesen unas caracte­rísticas geográficas homogéneas (relieve, vegetación, clima, etc.). A modo de hipótesis nos atrevemos a establecer una línea divisoria que podría tener como punto de referencia la Montaña del Azufre o, más bien, el cauce de los barrancos de La Reja y La Lava que quedan algo más al sur.

Tanto Juguiro como Garehagua tendrían bastante autonomía en cada una de sus zonas de influencia. Sin embargo, es evidente que deberían con­vocar asambleas o reuniones de todos los nobles y ancianos de ambas de­marcaciones para tratar todas aquellas cuestiones que afectaban a toda la comunidad: celebración de fiestas solsticiales relacionadas con ritos agríco­las y ganaderos; declaraciones de guerra; actuaciones en épocas de calami­dades naturales; repartición de pastizales y campos de pastoreo; regular las relaciones con sus vecinos; etc. Esta teoría se contradice con la leyenda de que la Cueva de Belmaco era la residencia de verano de los dos hermanos que reinaban en Tigalate, los cuales en invierno se trasladaban hacia zonas más próximas al mar (F. DUARTE; 1981: 209). Pero, también hemos de apuntar que en este caso se trata de datos poco fiables, puesto que nos estamos refiriendo a una historia novelada de un episodio concreto de la etapa prehispánica de Tigalate.

Guerras y Razzias

Aparte de la cita literal sobre los límites geográficos y los reyes del bando de Tigalate, que ya vimos anteriormente, los autores antiguos hicie­ron muy pocas referencias a otros aspectos específicos de este lugar o que se desarrollaron dentro de su demarcación para referirse al conjunto de los benahoaritas. Aún así, los dos reyes de Tigalate van a formar parte activa en una serie de episodios puntuales que vamos a estudiar seguidamente. Se­gún todos los cronistas, uno de los rasgos más característicos de la perso­nalidad de los antiguos palmeros era su carácter pendenciero y belicoso. Por ello no debe extrañarnos que los episodios bélicos fuesen relativamente frecuentes entre los distintos cantones independientes.

Sin duda, la guerra fratricida más importante, que ha sido muy bien descrita por los cronistas de la conquista, fue la que enfrentó a Atogmatoma (capitán de Tijarafe) con Tanausú (jefe de Aceró). En esta contienda se vieron implicados todos los demás bandos de la isla, ya que sus cabezas visibles tomaron partido por uno u otro cabecilla teniendo en cuenta, sobre todo, los lazos de parentesco que les unían. Como no podía ser menos, en esta guerra insular también intervinieron Juguiro y Garehagua, cuya partici­pación no fue excesivamente importante aunque, eso sí, se aliaron con el bando vencedor. Las únicas referencias claras a estos guerreros están en las siguientes palabras: "...Pero, como Tanausú vio que cada día venía gente de refresco en favor de Atogmatoma, salióse de Acero con su gente y subiéronse al roque de Benehauno, y de allí pidió socorro al capitán Chenauca y Aganeye y a Suquahe y Juguiro y Garehagua, que eran sus primos; los cuales juntaron su gente para ir en socorro de Tanausú..." (J. ABREU GALINDO; 1977: 273). De esta cita se desprende que la ayuda prestada a Tanausú por Juguiro y Garehagua, entre otros, fue suficiente para decidir la contienda en favor de esta coalición.

Una de las historias más hermosas de la etapa prehispánica palmera tuvo por escenario los paisajes del cantón de Tigalate. En este episodio se dan cita buena parte de los rasgos que caracterizan la personalidad de los antiguos palmeros: valentía, honor, venganza, amor a su tierra, pasión, odio, etc. Nos estamos refiriendo a los sucesos protagonizados por un bimbache (nombre que reciben los primitivos habitantes de El Hierro) llamado Jacomar. No contamos con fechas precisas sobre el desarrollo de los acontecimientos, aunque a través de una serie de referencias indirectas podemos situar­los en un momento muy cercano a la conquista de la isla por las huestes de Alonso Fernández de Lugo. Sabemos que ya la isla estaba dividida en doce bandos independientes y, si tenemos en cuenta los datos aportados por J. Álvarez Delgado sobre que esta compartimentación ocurrió a partir de 1440, es obvio que la historia tuvo que desarrollarse entre esa fecha y 1493. Por esos años ya hacía bastante tiempo que las islas de Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro habían sido conquistadas y se había iniciado el pro­ceso de colonización.

Según nos informan los autores antiguos, los herrenes tenían la cos­tumbre de organizar frecuentes razzias a La Palma para proveerse de escla­vos, ganado, cueros, etc. Tras uno de esos desembarcos en las costas del cantón de Tenagua, decidieron trasladar sus correrías más hacia el sur, aso­lando la zona costera de Tigalate, donde tomaron tierra. Allí capturaron a un hombre y una mujer. Esta última era la hermana de Juguiro y Garehagua, cuyo nombre (inventado por la historiografía moderna) era el de Arecida (F. DUARTE; 1981: 209). Todas las crónicas de la conquista de La Palma nos hablan de la fiereza y valentía de las mujeres benahoaritas, y ésta no iba a ser una excepción. La princesa decidió luchar por su libertad antes que verse cautiva y, sobre todo, ser trasladada fuera de su querida isla. El ímpe­tu que puso en esta empresa fue tal que su captor, Jacomar, no tuvo más remedio que darle muerte para salvar su propia vida. Finalmente, y tras la obtención de un buen botín, los bimbaches decidieron regresar a su tierra hasta que se organizase una nueva expedición de rapiña.

Las razzias de los primitivos herrenes eran tan frecuentes y dañinas que los benahoaritas buscaron la forma de poner freno a estos episodios sangrientos. A ello contribuyó, sin duda, la feroz defensa de su territorio que hacían los antiguos palmeros, como lo demuestra la trágica muerte del noble Guillen Peraza en las playas de Tihuya. Finalmente, se firmó una paz que facilitaba las transacciones comerciales entre ambas islas. Este tratado posibilitó la vuelta a La Palma de Jacomar y, desgraciadamente para él, a los dominios del cantón de Tigalate, donde refirió la historia de la valerosa mujer a la que tuvo que quitar la vida en defensa propia, con tan mala fortu­na que uno de sus oyentes fue Garehagua (hermano de la princesa asesina­da). El rey no pudo contenerse y poseído por la ira "...le dio a el Jacomar por la varriga, atravesándole con una asta engastada en un quemo de cabra, y quedó quebrado el trato." (T. A. MARÍN DE CUBAS; 1982:

272). Esta historia novelesca y envuelta en cierto halo de misterio y leyenda debió ocurrir en la realidad. El hecho de que sucediese en Tigalate no debe extrañarnos, puesto que sus moradores serían unos de los más afectados por este tipo de razzias y saqueos, habida cuenta de la abundancia de pe­queñas calas y playas arenosas que jalonan sus costas y donde los desembarcos no plantearían excesivas dificultades.
En esta parte de la isla tuvieron lugar algunos episodios relevantes de la conquista, ya que en esta zona se desarrollaron las primeras escaramuzas serias y sangrientas que tuvieron que enfrentar las huestes de Alonso Fernández de Lugo. Tras el desembarco de las tropas en el Puerto de Tazacorte (cantón de Aridane) quedó bastante claro que el sometimiento de la isla no sería un paseo militar y que entrañaría grandes dificultades. Los rebeldes estaban liderados por el capitán de Aceró y hacia sus territorios infranqueables se retiraron la gran mayoría de los insurgentes.

Antes de iniciar un enfrentamiento directo con Tanausú, el jefe de la expedición castellana decidió recorrer otras partes de la isla para conocer el grado de oposición a su empresa de conquista. Por eso "...les invio otro mensage ysla por muy malos passos, quebradas, barrancos y despeñade­ros, llegando a los cilios o territorios de Tigalate y Mazóte dos esquadras de palmeros armados de gruesos palos, astas y piedras como los de las demás yslas, invioles su recado Alanzo de Lugo con Juan Palmero inter­prete a los capitanes Jaguiro, y Jarajagua, y antes de oír la razón respon­dieron que por ningún modo les dexaran pasar ni admitirles de paz, ni dejar de pelear, y sin mas esperar se vinieron entrando por las armas, tocóse a el arma sin perdonar aiuda y empesando primero a lansearlos, que se dispuso lo bastante para escarmentarlos I matando a muchos y cau­tivando no pocos, y otros se fueron retirando a una sierra llamada Tinibucar y haviendo ido en su alcance fueron de nuevo allí muertos, y cautibos, y los que huieron fueron apellidando por toda la ysla el estrago que los xristianos les havian hecho y assi fue muí alterada la parte que havia que­dado por correr, mas los cautivos viendo el buen trato y cariño que les mostraban los xristianos fue causa de quietar los ánimos alterados; prosiguióse castigando cruelmente algunos reveldes y este fue motivo de mas prisa a entregarse a el dominio español..." (T. A. MARÍN DE CU­BAS; 1986: 236). Así pues, los benahoaritas mazucos fueron los primeros que sufrieron la arbitrariedad y brutalidad de los conquistadores castellanos. A partir de esos momentos, sólo quedaba afrontar una heroica resis­tencia a un grupo de personas que tenían como ideal común el amor pro­fundo a su tierra y unas ansias ilimitadas de libertad. Pero ésa es otra historia, cuyo triste final es de sobra conocido por todos. (Felipe Jorge Pais Pais, 1998: 37 y ss.)





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