UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1461-1470
CAPITULO
I
Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1461. (Aproximadamente). De la guerra que hizo Diego de Herrera a
la isla de Canaria. Diego de Herrera, después de haber comprado las cuatro
islas conquistadas por Juan de Letancurt, quiso seguir sus pasos. Empezó con
gente forastera y con sus vasallos a asaltar a los canarios, los cuales,
estando acostumbrados a la guerra contra diversas naciones, hasta al fin siempre
salieron victoriosos. Entre muchas escaramuzas que tuvo con ellos, hubo una
memorable, cerca de la villa de Tirahana, en la cual, además de haber perdido
mucha gente, fue obligado a retirarse a la orilla del mar, en lugar fuerte.
Viendo él que, al unirse los
canarios entre ellos, cada día se hacían más difíciles de vencer, procuró
desunirlos, para que, asaltándolos un día aquí y otro día allá, pudiese
conseguir la victoria a poco a poco y más fácilmente de este modo. Para ello,
ordenó a Diego de Silva, hidalgo portugués que había llevado consigo a esta
guerra, que con doscientos soldados escogidos fuese a asaltar la villa de
Gáldar. Llegado Silva a Gáldar y trabado que hubo la batalla con los
galdarenses, tuvo lo peor, de modo que lo obligaron a retirarse en un sitio
cercado de piedra, donde peleaba desesperadamente, siendo aquélla su última
defensa. Y estando allí, como vio en poco espacio de tiempo qué algunos de los
suyos morían y otros quedaban heridos, astutamente pidió que hablase con el rey
de los galdarenses y prometió rendirse bajo ciertas condiciones. El Guanarteme,
que allí combatía en la primera fila de los suyos, suspendió la pelea y mandó
que se retirasen algún tanto sus tropas; y acercándose a algunos pasos del
lugar donde estaban atrincherados los cristianos, salió Silva en ademán de paz,
y saludando al Guanarteme con modales lisonjeros, le habló después
determinadamente, de este modo:
-No pienses, o Guanarteme, que el
habernos retirado en este lugar, después del largo rato que dura la pelea entre
vos y nosotros, se deba al temor de ser muertos por vos- otros, o apresados y
puestos en servidumbre por vuestra turba. El valor de cualquiera que pugne para
la fe cristiana, también entre vosotros es conocido por invencible. Y, para no
daros ejemplos de naciones forasteras, por nosotros vencidas, por estar
divididas de vosotros por el gran mar que impide que tengáis noticia de ellos,
considerando que la gente que vive en las demás islas como ésta (que, cuando el
aire es claro, veis bien en vuestro alrededor) también son como vosotros,
fuertes, potentes y valerosos, y amigos de su vida pastoral y libre; y, sin
embargo, han sido vencidos por nosotros y reducidos a nuestras costumbres y a
nuestra fe; con lo cual están ahora en sumo contento y gloria. Sólo este fin
nos ha empujado a surcar tanto mar, casi
descono-
cido, en medio de mil peligros y
tempestades y (lo que quizá os parezca sin piedad) abandonar a nuestras mujeres
e hijos y las amadas riberas de nuestra querida patria España.
Porque, si nos hubiésemos
conformado tan solamente con las riquezas de nuestro país, no nos hubiéramos
expuesto a tantos trabajos, para la salud y el beneficio vuestro. De modo que
el hecho de perseguir vuestro verdadero bien y que viváis de igual modo que
nosotros (que así nos lo ordena el Dios que vosotros adoráis en las cumbres de
Amagro y de Tirma) no debe considerarse
por vosotros siniestramente tanto mas, que os preciáis de tener vuestro origen
de nación nobilísima, y entre los demás que viven en las otras islas alrededor
de ésta tenéis suma reputación y os respetan casi como a hermanos mayores.
Decídete, pues, o Guanarteme (puesto, que entre las armas suele también tener
lugar la razón y el consejo de
los enemigos) de ser nuestro amigo y de cerrar la paz de tal modo, que podamos
retirarnos seguros y sin daño a nuestros alojamientos; que, de lo contrario, la
necesidad, que no nos deja otra posibilidad, nos obligará a combatir, no con la
intención que hasta aquí hemos teníamos de no ofenderos, sino para mataros
cruelmente y usar cualquier fiereza en vuestras personas; y las armas que hasta
ahora han sido piadosas con vosotros ya mojadas en la sangre, y los corazones
de mis soldados, vencidos más por la rabia y por el afán de la victoriosa
venganza, que por el deseo de la paz, esperan aquella decisión que a vosotros,
más que a nosotros, convenga.
El Guanarteme, que había
escuchado atentamente lo que Silva le había dicho, se acercó un poco más y, con
ademán plácido y con sonora voz, para ser oído de todos, le contestó amistosamente
de este modo: -Pensábamos nosotros, los canarios, por hallarnos tan alejados de
vosotros y de vuestras tierras, en este breve ángulo del mundo, y rodeados por
la rabia de las soberbísimas olas de tan vasto mar, como el de que nos vemos
circundados, que podíamos vivir sin molestia por parte vuestra, que desde ya
largo tiempo sois perturbadores de la quietud y del ocio en que con tanta paz y
tranquilidad Soliamos vivir. También tenemos presente la memoria de tantas
armadas que llegaron hasta nuestras orillas, de los hechos de guerra que con
vosotros tuvimos, de tantos egregios canarios muertos, o llevados prisioneros
por vosotros en partes muy lejanas; y, lo que sentimos más que todo hasta al
día de hoy, es la muerte dolorosa de Artemis, nuestro rey, en guerra con
vuestro capitán Juan de Letancurt valerosamente vencida. Quizá sean nuestras
culpas, que el flaquear es natural de nosotros, los hombres, y muchas veces, en
contra nuestra, hemos -incurrido en aquellos peca- dos que nunca se han visto, ni siquiera entre las
fieras más inhumanas. Así, en nuestras necesidades, en lugar de visitar al
sagrado Tirma y de pedir la ayuda de Dios, hemos hecho muchas cosas que no eran
dignas de nosotros, por lo cual hemos recibido gran castigo. De éste no es la
menor parte el estar perturbados por vosotros; que si nos bastara el haberos
aquyentado infinitas veces de nuestras costas y dado muerte, y muchas veces
detenido como prisioneros como de vuestro obispo Diego López (lo sabéis, 520
esplendores
de la luna que es nuestro cautivo), podríamos hacer
cuenta de que la ira de. Dios se ha aplacado contra nosotros. Pero, si el hecho
es inevitable y contrario a nuestra paz, ¿quién puede oponerse a tanta fuerza?
¿Quién puede resistir a tanta necesidad?
Bien nos damos cuenta que lo que
vos nos persuadís es bueno y justo y honrado y si el bien nuestro os mueve a
soportar las penas y los peligros y las muertes que padeceis en la guerra que
con nosotros hacéis con tanta adversidad, nosotros no os seremos ingratos por
tanta merced; como antes lo habíamos demostrado a aquéllos que se han conducido
con nosotros de modo que, en lugar de hacernos guerra y de llevar nuestras
haciendas y la patria, usaron con nosotros de tanta paz y amistad, que
participaron de nuestras riquezas y de nuestras mujeres. Dime, ¿quién, aun
entre vosotros, puede soportar voluntariamente la pesada servidumbre? De libre,
¿llegar a ser esclavo? De rico, ¿po-
bre? De rey, ¿venir a ser
vasallo? Nadie, creo, se hallaría, que no prefiera arriesgar y perder honrosa mente
la propia vida, antes que verse privado de la dorada libertad y puesto en la
miseria de la insoportable esclavitud. Esta deliberación es la que hemos tomado
nosotros, canarios, de querer defender con la vida la patria y la libertad,
antes que ser siervos vuestros y vivir debajo de vuestras leyes, aunque a
algunos parezcan buenas; siendo así que nuestra libertad y conservación sólo
consisten en mantener nuestras costumbres y nuestra fe; que cualquiera que haya
nacido en ella piensa, por más que se equivoque, que es la mejor, o, por lo
menos, que es la que más le cuadra.
¿Acaso podréis vosotros,
forasteros, pocos y poco duchos en la aspereza de esta tierra, resistir a tanto
número de valientes canarios? ¿No os acordáis de cuántas derrotas re- cibisteis
de nosotros? De ayer a hoy no se habrán curado las heridas que sobre Tirahana
os dio el rey. de Telde; y también están frescas todavía las que, hace un
instante, recibisteis de nuestras manos, cuya sangre, todavía caliente, es
testimonio de lo ocurrido. ¿Pensáis quizá escaparos hoy, con encerraros allá,
entre paredes, a modo de ganado que espera el cuchillo? ¿Quizá os ayuden en la
presente necesidad vuestros demás soldados, cansados y malheridos, que están
lejos, a muchas millas de aquí? Hoy, sólo la muerte puede dar fin honroso a
vuestros trabajos, si, combatiendo sin buscar huida, os dais a conocer por tan
valientes como lo has dicho, a tanto número de soldados que viene conmigo.
Sin embargo, ¡oh Silva!, para que
conozcas en cuánto peligro té has puesto con tu gente, te he dicho estas
palabras; y, si también quieres conocer el valor y la generosidad de los
canarios, danos seguridad de que harás paz con nosotros, dejándonos vivir
libremente, como solíamos, y que embarcarás y te marcharás; que yo te dejaré ir
seguro, sin ningún daño, a tus alojamientos, defendiendo con los míos tu
retirada, para que no te vengan a ofender los demás ísleños. Quizá algún día,
si me das crédito, te sea útil el recuerdo de esta benevolencia que deseo usar
contigo, y alabes valor y la amistad de
un rústico rey de Gáldar, así como la decisión que tomes en esta necesidad, y
que ves te conviene.
Asombrado Silva de que se hallase
tanta generosidad en este rey enemigo, y vencido tanto en la cortesía como en
las armas, aceptó con la mejor gana las condiciones y la
paz que el rey le ofrecía, y se
dieron seguridades el uno al otro, de guardarla inviolablemente. Y, demostrando
Silva que no había dado todavía al rey toda la satisfacción que merecía, prometió rehenes, aunque lo hiciese todo para
asegurarse el paso, lo mejor que pudiese.
Entonces el rey con mucha gente
suya condujo a Silva al mar, donde se embarcó con todos los suyos, tanto los
sanos como los heridos. De allí se fue a desembarcar frente a Tirahana, donde se había fortificado Diego
de Herrera, quien le esperaba, con los demás capitanes, que habían salido a
correr la tierra por la parte de Levante, cogiendo y matando a cuantos canarios
podían y viendo Herrera el poco resultado que se conseguía en esta guerra, y
cuán fuertes y valientes eran los enemigos, para no verse repelido y totalmente
rechazado de la isla, dejó los rehenes al rey de Gáldar y al rey de Telde, con
quien hizo paces, con el pretexto de que en pocos días partiría con todos sus
soldados, y que por aquel entonces no tenía comodidad de navíos para poderlo hacer.
Mientras las cosas estaban así
tranquilas, y corría año de 1461, fabricó secretamente una pequeña fortaleza
encima del puerto de Gando, que era la parte más cómoda para la navegación con
las demás islas. Acabándola de fortificar y de proveer con bastantes
mantenimientos y gente, la dejó a cargo de un capitán suyo, y él pasó con Silva
a Lan-zarote y a Fuerteventura, para proveerse con mayores fuerzas, para poder
dar fin a esta guerra.
Hallándose de este modo
fortificado el castellano, y con buenos soldados, como hombre que deseaba
adquirir fama, empezó a romper las paces con los canarios, haciendo que los
soldados saqueasen cuanto pudiesen. Los canarios, indignándose, de allí en
adelante trataron de matar a los cristianos y destruir la fortaleza, dándose
cuenta de cuánta desventaja les resultaba de su mantenimiento. Por ello,
saliendo los cristianos, pocos días después, a saquear, fueron cogidos en medio
por los enemigos, con mucho ganado, y fueron apresados y muertos todos. Ellos,
sin mucho tardar, se vistieron con los trajes de los muertos, y con la presa se
marcharon a la fortaleza: y engañados los de dentro, que creyeron que eran los
suyos, a quienes esperaban, les abrieron la puerta, y fueron muertos por ellos,
y la fortaleza derribada, la cual nunca más volvió a edificarse, y hasta el día
de hoy se conservan sus ruinas en la orilla.
La estratagema de los canarios
verdaderamente no se puede negar que es digna de nobilísima nación y se puede
comparar (junto con muchas otras) con la que usó Sertorio, tribuno romano, en
la guerra de España en tiempo de Didio pretor, cuando, al vencer él a los
españoles conjurados, conquistó rápidamente la ciudad de Gella. De igual modo
Aníbal cartaginés también conquistó muchas ciudades en Italia, sin combatir;
como igualmente lo hizo Epaminon das tebano, para conquistar la célebre ciudad
de los arcadios; Aristipo lacedemonio, para entrar en el castillo de Capadocia;
y Timareo etolio, cuando mató a Carmedes, prefecto del rey Tolomeo, se vistió
con traje y con sombrero macedonios, y en lugar de aquél ocupó el puerto de los
samnios y que esta nación de Canaria haya sido siempre, desde tiempos antiguos,
muy valerosa en la guerra y renombrada entre todas las demás que estuvieron en
África y en la España
que le estaba sometida, se demuestra en algunos libros antiguos que en ásperos
versos cantan las guerras qué tuvo Carlo Magno con los moros. De éstos, como
también de otros autores verídicos, tomó Ludovico Ariosto en el canto XIV de su
Orlando, la descripción que hace del ejército del rey Agramonte, y cuando
desfilan las gentes africanas, nota de este modo a las de Canaria:
Da Finaduro e l' altra squadra retta
che di Canaria viene
e di Marocco;
Y tambien se puede creer que
entre toda la gente Agramonte los canarios fueron de los más valientes y
animosos, por haber sido designados para el asalto de París, donde se hallaron
en la conquista de una puerta, junto con Bambirago, rey de Arcilla, y con
Corinco de Mulga, y con otros, como más abajo dijo el Ariosto:
e Prussione,
il ricco re dell'lsole Beate.
(Leonardo Torriani; 1959:
122-129)
1461 Junio 21. Diego López de Illescas, colono obispo de la secta
católica en Rubicón, formaliza los que fueron llamados «pactos de paces» con
algunos de los «bandos o reinos» de Chinech (Tenerife), que fueron firmados el
21 de junio de 1461 y viene Fray Alfonso
de Bolaños, de la secta franciscana (O.F.M). En virtud de estos compromisos o
pactos (y otros que seguirán) los territorios sometidos a los régulos indígenas
infieles eran considerados como "Reductos reservados exclusivamente a la
evangelización pacífica, excluía toda intervenci6n violenta bajo pena de
excomunión. Con esto, no sólo se adelanta la penetración cristiana previa a la
conquista sino que se excluye ésta de los territorios de “evangelización”.
Pactos que jamás fueron respetados por los invasores europeos.
1461 Agosto 12.
Diego García de Herrera
desembarcó en la isla Tamaránt (Gran Canaria), y al acudir los canarios a
obsequiarle, ordenó al escribano público Fernando de Párrega, que tomando esta
cortesía por sumisión, diese fe de ella. En sus negociaciones con los indígenas
recabó le permitiesen la construcción de una Torre en Gando, que como se sabe
fue luego demolida por el Guayre Maninidra.
1461 Agosto 16.
Diego López de Illescas, colono impuesto como obispo de Rubicón, formaliza
«pactos de paces» con los «bandos o reinos» guanches de Gáldar y Telde, en Tamaránt (Gran
Canaria), que fueron firmados el 16 de agosto de 1461 por el obispo y por Diego
García de Herrera, colono autoerigido en señor de las islas.
1462. Fray
Rodrigo de Utrera, O.F.M., vicario general de la secta de los franciscanos
establecidos de Canarias, con quien había tenido problemas Fray Alfonso de
Bolaños (favorecido éste por el obispo
Diego López de Illescas), es destituido por el Papa Pío II por la bula Decet
Apostolicam) de Roma, a 19 de enero de 1462.
1462. Las aportaciones económicas producidas por la indulgencia
pontificia de 1462, que se renovó en 1472 mediante. La bula “Pastor aeternis”
de Sixto IV, fueron reclamadas por los reyes de Castilla y Aragón para
contribuir a la invasión y conquista de Tamaránt (Gran Canaria), donde
participó activamente cortando tantas cabezas de guanches como los mercenarios
civiles el obispo de Rubicón, Fr. Juan de Frías. Fue un primer ensayo para
combinar evangelización y conquista armada, aunque el resultado dejó mucho que
desear porque los conquistadores actuaron de manera brutal, y muchos naturales considerados cautivos de “buena
guerra” eran esclavizados, tanto por parte de los mercenarios castellanos como
por el clero católico.
En definitiva, la continua
influencia eclesiástica de la secta católica, legitimadora y misionera, fue un
elemento esencial en el desarrollo del señorío feudal, como después también en
la invasión y conquista conocida como realenga, y en el establecimiento de la
ocupación castellana.
1462. Los franciscanos de Canarias (al frente Fray Alfonso de
Bolaños) extienden su penetración “evangelizadora” a la costa de Guinea, en
nuestro continente africano, ocupada por los portugueses. (La bula Pastor
bonus) del 7 de octubre de 1462, los supone ya presentes «en la costa de
Guinea»).
1462. Enrique
IV de Castilla se casa con Juana, hermana de Alfonso V de Portugal; y, según.
Barros, concede el “derecho” de conquista de las Islas Canarias a don Martinho
Gonzalves de Taide, conde de Tauguía (Atauguía), por haberle traído la reina a
Castilla, aunque quedando las islas bajo
la soberanía de Castilla. Así quedó resuelto diplomáticamente entre esos dos
reinos europeos, por el momento, el
asunto de la invasión y saqueo de las islas que aún quedaban por conquistar.
1462. El jefe
de la secta católica el Papa Pío II ratifica los privilegios concedidos por sus
predecesores (Eugenio IV y Nicolás V) a la “evangelización” de las Islas
Canarias; aprueba los «pactos de paces» que hiciesen los obispos con los
guanches; prohíbe bajo excomunión la esclavización de los guanches de los
bandos o reinos de paces; manda que se dé libertad a los que, de los mismos,
hayan sido hechos esclavos; y concede amplias indulgencias a quienes cooperen
en la redención de cautivos o ayuden a reprimir la depredación y esclavizaci6n
de los guanches (Bula Pastor bonus, de Petreoli -Siena-, a 7 de octubre
de 1.462). Así, de favorecer las invasiones y conquistas sangrientas con
indulgencias de cruzada, se ha pasado a favorecer la “evangelización” pacífica
con indulgencias similares.
1462. Fray Alfonso de Bolaños, de la secta de los franciscanos
(O.F.M)., quien actúo como punta de lanza en la penetración cristiana en Chinet
( Tenerife), es nombrado vicario apostólico personal de Canarias -con
facultades similares a las del Vicario general de Canarias- por el Papa Pío II,
por la bula Ex assuetae pietatis intuitu, de Todi, a 12 de diciembre de
1.462; y pasa a Guinea con cuatro franciscanos .
1462. Diego
García de Herrera va a Castilla, afines de 1462, a dar relación al rey
castellano Enrique IV de que ha tomado posesión de «ciertas tierras e
pesquerías». Se trata de la costa de nuestro continente desde el cabo Ajén
(=Guee, Guel, Aguer, del Agua) hasta el cabo Boxidor (Boyatdor, Bojador),
dentro de las cuales cae el río de la Mar Pequeña.
1463. Enrique IV de Castilla, por Real Cédula del 10 de enero de
1463, concede proindiviso a Herrera y a su comendador mayor Gonzalo de
Sayavedra, el señorío de las tierras de las que ha tomado posesión aquél.
Concesión ratificada el 10 de agosto siguiente.
1463. Pedro de
Meneses, conde de Vila Real, suplica al Papa Pío II autorización para
conquistar las islas de Tamarant (Gran Canaria), Chinech y Benahuare (Tenerife y La Palma ) (concedidas por
Enrique IV de Castilla) en vistas a convertir a los guanches a la fe cristiana.
Eufemismo que oculta las verdaderas intenciones de estos aventureros, la de
saquear y esclavizar a las poblaciones guanches.
1463. El Papa Pío II, el 13 de junio de 1463, concede a Pedro de
Meneses la autorización pedida. Pero el fracaso del intento de conquista de
Tánger la deja sin efecto.
1464. Al retirarse Herrera de las playas de Añazu, un fraile
franciscano, llamado Macedo, solicitó y obtuvo permiso del obispo Il1escas para
quedarse en Chinech (Tenerife) en compañía de Antón, guanche bautizado por el
rito católico en Titoreygatra (Lanzarote) que había seguido a los españoles en
su última expedición. Entonces tuvo Lugar, según refieren nuestros cronistas
aparición en las playas de Güímar de una escultura en madera, que fue
reconocida por el fraile y su neófito como la reproducción fiel de la imagen de
la Candelaria.
Al saber Sancho de Herrera, hijo
tercero del señor de las islas, tan peregrino hallazgo, y no queriendo que
aquella joya estuviese en manos de una raza idólatra, emprendió una secreta
excursión a las costas del sur de Tenerife y llegando sigilosamente a tierra se
apoderó de la Virgen
llevándola en triunfo a la iglesia parroquial de Fuerteventura, donde la colocó
en sitio preferente, siendo el consuelo y la admiración de aquellos fieles.
Pero la imagen, continúan diciendo nuestros cronistas, que no aprobaba aquella
traslación, manifestaba su disgusto todas las mañanas volviendo el rostro a la
pared; y tanto repitió esta demostración de desagrado que, al fin, el hijo de
Herrera se vio en la necesidad de retomar con ella a Tenerife y dejarla en la
humilde cueva que le servía de santuario.
No obstante los inútiles
esfuerzos hechos por Diego de Herrera para conseguir algunas ventajas sobre los
habitantes de Canaria y Tenerife parece que, últimamente, bajo el pretexto de
cambiar productos, pudo obtener que en la playa de Gando se le permitiese
levantar un almacén para albergar allí a los encargados de ese tráfico.
Este almacén fue poco a poco transformándose sin que lo
advirtiesen los isleños en casa fuerte con buenos muros, fosos, saeteras y torreones
y una guarnición numerosa para su defensa.
1464. Según la tamusni (tradición oral), Akaimo era segundo de los
hijos del Gran Tinerfe. Fue mencey del Menceyato de Güímar. Estuvo presente en
1464, en la visita y el tratado de paz establecido por el esclavista Diego de
Herrera. Parece, pero no se puede afirmar, que en el tiempo de su menceyato
apareció la imagen de Candelaria. En los
contactos de 1464, los españoles le llaman «el rey de las lanzadas, que se llama
el Rey de Güímar» .Fue padre de Añaterve, el Bueno, que fue su sucesor, y pactó
con los invasores españoles.
1464. los colonos Inés y su marido procuraron realizar proyectos de
expansión y conquista en las Islas, aunque cada vez era más evidente que el
modelo señorial que ellos representaban no tenía capacidad para hacerlas, lo
que impulsaba al rey de Castilla, Enrique IV (1454-1474) a ensayar nuevas
soluciones, en una línea que contradecía los intereses castellanos, pero
comprensible si se tiene presente la vincu-lación del rey a través de su
segundo matrimonio con Juana de Portugal, y el carácter personalista de muchas
decisiones regias en aquellos tiempos.
1464. Los intentos de expansión señorial europea en Canarias
parecían tocar a su fin. Titoreygatra (Lanzarote), Erbania (Fuerteventura), Esero (El Hierro) y la Gomera estaban sujetas a
señorío, aunque los gomeros protagonizaron algunos alzamientos contra los
tiranos -1478, 1484, 1488-, la última de las cuales causó la muerte de Fernán
Peraza «el joven», hijo de Inés Peraza y Diego García de Herrera. Pero no había
visos de que la conquista de Tanaránt (Gran Canaria), Chinet (Tenerife) y
Benahuare (La Palma ) fuera posible en aquella situación. La guerra
de sucesión castellana entre 1475 y 1479, a la muerte de Enrique IV, y el
alineamiento de Alfonso V de Portugal al lado de su sobrina Juana contra los
derechos al trono de Isabel I y Fernando V de Castilla pusieron de actualidad
por última vez el largo conflicto entre ambos reinos sobre Canarias y la ruta
de Guinea.
1464. El Papa de la secta católica
obliga a residir a los canónigos y dignidades y se restringe la cláusula
de que deben ser regulares. Como consecuencia de la mejor y más intensa
administración comienzan a aparecer los pleitos por el cobro de rentas entre
los colonos obispos y señores. Los prelados, por su parte, comienzan a residir
de forma más habitual en su diócesis.
1464. Los
colonos Diego López de Illescas, obispo de Rubicón, y Diego García de Herrera,
autodenominado señor de Canarias, firman «pactos de paces» y comercio con los
régulos de los nuevos bandos o reinos de Chinech (Tenerife), el -21 de junio de
1464. Herrera siguiendo las costumbres europeas de la época, hace simulacro de
toma posesión de la isla, desplazando piedras y rompiendo ramas de árboles, lo
que causó hilaridad entre los guanches. Los guanches le permitieron construir
un torreón y casa de contratación en Añazu n Chinet (actual Santa Cruz de
Tenerife) pero los intentos de esclavización en algunos menceyatos, las rapiñas
y violencias posteriores llevadas a cabo por los bandoleros de Herrera movieron
a los guanches a demoler el torreón y Herrera tuvo que retirarse de la isla
derrotado.
1464 Junio 21.
Acta de posesión de la isla de
Tenerife, que copia don Juan Núñez de la Peña en el Libro primero de su Historia.
«A todos cuantos esta carta
viéredes, que Dios honre y guarde de mal: Yo, Fernando de
Párraga, escribano público en la
isla de Fuerteventura, en lugar de Alfonso de Cabrera, escribano público de las
islas de Canaria; por mi señor Diego de Ferrera, señor de las dichas islas, con
la autoridad y decreto que el mismo señor me dio, vos doy fe y fago saber que
en presencia de mí, el dicho escribano, e de los testigos de que de yuso serán
escritos, en como un Sábado, veinte y un dias del mes de Junio, año del
Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil e cuatrocientos e sesenta e
cuatro años, estando en la isla de Tenerife, una de las islas de Canaria, en un
puerto que se llama el Bufadero, estando ende el dicho señor Diego de Ferrera,
señor de las dichas islas, con ciertos navíos armados con mucha gente que traía
en los dichos navíos, vinieron ende pare cieron ante el dicho señor el gran Rey
de lmobach de Taoro; el Rey de las lanzadas, que se llama Rey de Güímar; el Rey
de Anaga; el Rey de Abona; el Rey de Tacoronte; el Rey de Benicod; el Rey de
Adeje; el Rey de Tegueste; el Rey de Daute. E todos los sobredichos nueve
Reyes, juntamente hicieron reverencia y besaron las manos al sobredicho señor
Diego de Ferrera, obedeciéndolo por señor; presentes los Trujamanes, que ende
estaban, los cuales eran Rey de armas que han nombre Lanzarote, e Matheos
Alfonfo y otros muchos que saben la lengua de la dicha isla de Tenerife; e
luego Juan Negrin, Rey de armas, levantó el pendón, e dijo en altas voces tres
veces: Thenerife, Thenerife, Thenerife, por el Rey don Enrique de Castilla y de
León y por el generoso caballero Diego de Ferrera, mi señor, y luego los
sobredichos Reyes de la dicha isla de Thenerife, dijeron al sobredicho señor
Diego de Ferrera: que por cuanto ellos conocían bien que era señor de todas las
dichas islas de Canaria, por justo e derecho título y razón que a las dichas
islas tenía, e por la conquista que les facía e mandaba facer, luengos tiempos
había que ellos, juntamente de sus propias voluntades e cada uno por sí con sus
señoríos, sin premio ni contrinimiento ninguno, les place obedecer y obedecen
al sobre dicho señor por su señor, y se ponen debajo de su señoría y
obediencia, e le quieren dar, e dan libre e desembargadamente, la tenencia e
posesión e propiedad e señorío de toda la dicha isla de Thenerife, para que de
hoy en adelante el dicho señor la tenga y pose toda enteramente como cosa suya,
e pueda en ella, e en toda ella, mandar e vedar e facer justicia, así civil
como criminal, así como en cada una de las otras islas conquistadas metidas
debajo de su señorío, e que desde hoy en adelante los sobredichos Reyes, todos
juntamente e cada uno por sí e por sus sucesores, e por los hidalgos e gente de
sus señorias, que a todo estaban presentes e les plugo consintieron en todo lo
sobredicho, se desapoderan de la tenencia e propiedad y posesión y señorío y
jurisdición que en la dicha isla tienen, e lo dan todo enteramente en mano y
poderío del dicho señor Diego de Ferrera, su señor, para que él ponga en la
dicha isla a quien él mandare e por bien tuviere, para que administre, rija las
dichas justicias, así civil como criminal, e el gobernamiento dellas, e que
desde hoy en adelante se daban por sus vasallos e se avasallaban a él ya su
mandado, y se daban por sus buenos vasallos, e facer sus mandamientos en todo y
por todo. E luego el dicho señor Diego de Ferrera dejó ende sus navíos e gente,
e decendió y subió por la tierra arriba, bien cerca de dos leguas, con los
dichos Reyes, hollando la tierra con sus pies en señal de posesión, y cortando
ramas de árboles que en la dicha isla estaban, e los dichos Reyes metiéndolo en
la dicha posesión pacíficamente, non gelo conturbando, ni contrallando persona
alguna; yendo con él por la dicha tierra acompañándole, e faciéndole todo
agasajo e servicio que podían. E luego el dicho señor Diego de Ferrera, mandó a
los dichos Reyes que cada uno en su nombre, por sí, en sus tierras y señoríos,
que gobernasen e mandasen la justicia por él; la cual les dio e comendó, e ellos,
e cada uno dellos, prometieron de la gobernar e mandar por él en su nombre,
como buenos y leales vasallos, bien y lealmente, so pena de caer en caso e en
las penas que caen e incurren aquellos que no guardan la justicia que por sus
señores se les es encomendada lealmente, e los susodichos Reyes en la manera
susodicha, hicieron juramento e juraron de tener e guardar e cumplir e aver por
firme todo lo contenido, e cada cosa e parte dello, e que no irán ni vendrán
contra ello ni contra parte dello en algún tiempo ni por alguna manera, e el
sobredicho gran Rey hizo juramento por sí y por todos los otros Reyes de lo
facer, tener, guardar y cumplir todo lo susodicho, como dicho es, en tal manera
que siempre jamás sea firme todo cuanto en esta carta es contenido e cada cosa,
y parte de ello, so pena de caer en mal caso en las penas que caen e incurren
aquellos que van contra su señor, e non facen ni cumplen las cosas que buenos y
leales vasallos pueden e deben hacer cumplir.
E luego el dicho señor Diego de
Ferrera dijo que tomaba y tomó la dicha tenencia y posesión de la dicha isla,
debajo de la corona Real y señorío de Castilla, así como bueno y leal vasallo
del dicho señor Rey de Castilla, so cuyo señorío vive, y esto en como pasó el
dicho señor Diego de Ferrera, pidió a mí, el dicho escribano, que se lo diese
así por fee e por testimonio, para guarda e conservación de su derecho, en
manera que ficiese fee; yo dile ende este en la manera que dicha es, según que
ante mí pasó en el dicho día, mes y año sobredicho; testigos que fueron
presentes, los sobredichos Trujamanes, Rey de armas, y Matheos Afonso, vecinos
de la isla de Lanzarote, y Alvaro Becerra de Valdevega, e García de Vergara,
vecino de Sevilla, e Juan de Avilés, maestro, vecino de San Lúcar de Barrameda,
e Luis de Morales, vecino de la isla de Fuerteventura, e Luis de Casañas,
vecino de la isla de Lanzarote, e Iacomar del Fierro e Antón de Simancas,
vecinos de la dicha isla del
Hierro, y otros muchos que sabían la lengua de la dicha isla de Tenerife; va
escrito siete veces, codiz Lanzarote, no le empezca. E yo, el dicho Hernando de
Párraga, mescribano, dicho que fise escribir esta carta, e fisee en ella mi
signo, a tal en testimonio de verdad. Didacus Episcopus Rubisensis. Fernando de
Párraga, escribano público» (En: A. Millares Torres, 1977 t. III: 346)
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