sábado, 27 de junio de 2015

Ecce Homo



El día en que a Juanillo el de Aniceto le dio calambre cuando se colgó del palo de la luz, todo el mundo se asustó. Todos, sin excepción, estaban esperando el fatal desenlace, porque, parece ser que cuando alguien se cuelga de un palo de la luz y se queda pegado, hay que esperar a que ponga las patas en el suelo para ver lo que pasa. Y, lo que casi siempre dicen que pasa, es que se carboniza. Porque al poner los pies en el suelo, es cuando la corriente le atraviesa todo el cuerpo y se va a tierra.

Juanillo el de Aniceto estaba jugando aquel día con una cometa de papel fino de color y hecha con cañas amarradas con hilo carreto. En una de éstas, el rabo de la cometa se le quedó enredada en los postes de la luz y se subió a desenredarla.

Entonces todos comprendieron la gravedad del problema y el peligro que suponen los cables de alta tensión cuando pasa cerca de las zonas habitadas. Y eso, que la tensión de los hombres no estaba muy alta en el momento presente, ni en el pasado tampoco.

Parece ser que estaba lloviendo aquel día cuando vinieron los de la luz y dejaron algún cable pelado. Cuando los vecinos llegaron por la tarde de trabajar, se encontraron los postes ya colocados y, por los pretiles de los frontis de las casas terreras, casi al borde de las azoteas, las trenzas de cables negros cogidas con unas alcayatas. Y sin pedir permiso a nadie.

-¡No!. Por ahí no –dicen que dijeron las mujeres. Pero los de la luz, ni puñetero caso que hicieron. Se lo vamos a decir al alcalde del pueblo -. Pero ellos, como si tal cosa.

No sólo eso, sino que le dijeron a las mujeres que se fueran al carajo. Carajo con los hombres aquellos. ¡Qué malcriados!. –dijeron las mujeres. No está bien eso de contestar mal a la gente y menos si son mujeres.

Los de por allí, se enteraron que aquello de la colocación de los postes de la luz era obra del propio hermano del alcalde, que tenían una empresa dedicada a eso de la luz y, entonces, todo el mundo comprendió que nada podía hacerse. Y esperaron pacientemente a que algún día pasara una desgracia y entonces sí podían quejarse como dios manda. Y éste, mandó un día a la cometa de Juanillo el de Aniceto, quedarse enganchada por el rabo en uno de los postes. Y por eso, el chiquillo, que no tiene maldita culpa de nada, se vió pegado el pobre.

Aquello fue tremendo. Todos tenían que ver con el chiquillo colgado del palo y meneando las piernas como estirándolas. Todos miraban pero nadie daba un paso para ayudarle. Ni siquiera un paso en falso para intentar descolgarlo. ¡Toma, yo no!.

Vete tu y descuélgalo, que a mí la corriente me da algo. Y nada, todo el mundo como si nada. La culpa es de ellos –decían unos. Pero tanto unos y otros sabían que ya no había remedio para Juanillo el de Aniceto, porque aquellos de los asuntos de todos no querían saber nada de nadie ni pensaban en cosas como aquellas. –Nosotros ni entramos ni salimos. Sobre todo, ni salimos, como diría el otro. Aquello, mientras, iba tomando el carácter de chicle, un tira y afloja. Debería darles el garrotejo –decía una mujer decidida-, aunque sólo sea en el dedo que más mueven cuando prometen hasta meter y después de metido, ya hay allí un chiquillo colgado. –Maldecía sea la hora en que les llevamos hasta los sillones, porque la culpa de todo esto es nuestra.

Tantos y tantos ochocientos millones de puestos para trabajar y trabajar y ochocientos millones de píldoras, para que ahora dejen colgados al más pintado en este desbarajuste.

Porque esto es un desbarajuste que para que le cuento. Y te cuento, que los follones no sólo están en los asuntos de la luz, sino también en los del agua.

Y si no, acuérdate del chiquillo que fue a coger la pelota y se metió en una tubería que pasaba por allí cerca del campillo donde jugaba a la pelota. El pobre niño apareció muerto a media tubería cuatro días después. No, esto no es una despreocupación, sino la cuenta.

Y la cuenta ya se nos pierde cuando vemos a los pollillos vendiendo periódicos en los semáforos. Los pobres –los semáforos no, que no tienen la culpa- sino los pollillos que son los que están fijo pasándolas canutas. Y los canutos que se pegan ellos a costillas nuestras. Y ya que dejan que se sequen y arranquen las plataneras, por lo menos que planten un pisco caña dulce para así chupar todos y no sólo ellos.

Ellos mucho viaje a la península a traer cosas y lo que tren son los regalos que traen de los que les llevan ellos comprados en los indios en el puerto. No. Se creen que los pollillos no se dan cuenta. Se creen que no se dan cuenta de la cantidad de maestros de allá que le quitan el sitio a los de aquí. El otro día mismo, cuando los maestros de aquí empezaron a dar escuela en las avenidas y calles de las escaleras, allí mismo en plena calle, las mujeres de los bloques empezaron a traerles pan y mantequilla.

Entonces, uno de los de allá quiso pasar por allí como siempre, pisándole la cabeza a todo dios y un chiquillo -¡Fíjense si se dan cuenta o no!- le puso el lápiz de punta y le hizo un agujero en una pata. Y otro de los de ellos, y que trabajaba al parecer en unas oficinas oficiales se lo llevó al hospital. Ni siquiera quiso que lo llevaran al ambulatorio.

¿Eso sí, verdad?. Nosotros si podemos ir al ambulatorio. Y aquello no acabó así, no señor. Aquello no hizo nada más que empezar, porque después vino una grúa arrastrando una hormigonera tremenda, de las que compró el hermano de aquel que tiene una empresa que se dedica a eso de la luz, y con ella llena de cemento ralo como estaba, zurrió a todos los que estaban en la calle dando clases y los dejó empegostados.

Y después, se puso a anunciarlo en los periódicos (no se podía tener tanta desgracia junta, que hasta los propios pollillos se encargarían de propagar las noticias difundidas en los semáforos) y por la antenas de la radio y la televisión. Y la noticia se metía en las casas a través de los cables de la luz. ¡Qué paradoja!, ¿no?. Y anunció que habían decidido en un pleno, que esta ciudad pacífica y culta, debería tener una escultura de tres mil pares de huevos. Para que todo el que llegara a la ciudad de visita la vieran y se asombrara. Por eso vació completamente la hormigonera encima de los manifestantes. ¡Menudo es el tío!. Y cuando le da la venada va y te la corta y te quedas en los bloques sin agua todo el tiempo que le dura el calentón. Porque dicen que es un calentón. Bueno, todos son unos calentones, aunque hablando de calentones. -¿Porqué no nos calentamos nosotros también y formamos una parecida a dos?. Eso mismo –gritó uno. Vamos a hacer una hoguera y le pegamos fuego a todo esto. Tan brillante idea cuajó en todos y empezaron a traer periódicos leídos ya y carteles de las elecciones que fueron recogiendo de las paredesy les pegaron fuego. El calor daba miedo y la jumacera tremenda ennegreció el cielo más que lo que estaba. También trajeron rollos de periódicos sin escribir porque un día, cuando a los inocentes, a los del periódico, le dio por no escribir nada en ellos y sacarlos a la calle así mismo, como estaban. Y como estaban tan atareados en esto, no vieron venir a la policía que se les echó arriba y se metieron con ellos. al principio creían que era gente disfrazada que salían de alguna fiesta de carnaval. Pero después se dieron cuenta que no. Que venían a darles una tollina a todos ellos por armarla. Y, a una pobre muchacha, le dieron una sacudida que la dejaron boca abajo en la avenida con la cara escachada y corriéndole sangre. Y ante la brutal agresión nadie se movió. Y la policía se fijó después en el pobre Juanillo el de Aniceto y le gritaron: -

¡Baja de ahí, machango el carajo!. Y carajo con el que dio la orden. Parecía que echaba espuma por la boca. Y después –él mismo- cogió la manguera de los manguereros que llegaron con el camión metiendo una bulla del coño, como si se hubiera pegado fuego en los grandes almacenes de abajo de Los Arenales y Alcaravaneras. Y con la manguera le soltó un chiringo al chiquillo para que se bajara de allí. Entonces, la corriente se metió por el chorro del agua y llegó al mango de la manguera y le soltó un lambriazo que lo tumbó a un lado. Entonces fue cuando comprendió todo y se dijo: ¡Yah coñós, fuerte calambre!. Y por la emisora que le compraron a ca los indios, llamó al jefe. Al indio no, al de él, al otro no. Al de los policías y le dijo: -Venga rápido, sargento, que esto es la leche en pasta. Y hace falta mucha pasta para arreglar esto, si es que tiene arreglo. Porque la compostura va a costar muchos cuartos y entonces se acordó de todos los niños que eran amenazados con el cuarto oscuro. Y que más oscuro todavía tenían el panorama. Y no quiso ponerse a pensar en lo que pensaba. Y entonces dio la orden de apagar aquel fuego como fuera. Y mandó mear a todos los presentes para ver si entre todos apagaban el fuego pegao. Y éstos, no sabían si obeceder o no. Porque son muchas las ilusiones y los desencantos pasados por culpa de ellos.

Pasado todo esto, llegó el que manda y mandó a todos a que había que tener vergüenza para hacer lo que estaban haciendo. Y los insultó. Y dijo: -que bueno, que no lo tomaran a mal. Que aquello se solucionaría y que podían traer más hijos al mundo y que la vida sigue igual. La gente ni se lo creía. ¡Mira que es sabandija!. ¿Y todavía nos dice eso, todavía nos dirige la palabra el muy...?. No, cállate –le decían a una mujer- que es mejor no meterse en verea con esta gente. Y él, seguía como si ya estuviera pidiendo otra vez un pisco del calor que daba el sillón de terciopelo encarnado. Que no. Que ellos no se habían equivocado. Que aquello fue culpa de uno que no sabía sumar bien y que, al hacer la cuenta, cambió un número por otro. Y resulta que de veinte se llevó tres. Y claro. Al final resulta que no eran ochocientos mil trabajos sino ochocientos mil carneles para que todo el que tuviera uno tuviera un puesto de trabajo enchufado, -pero con serio peligro de perderlo al irse la luz-. Y también iban a sortear otros ochocientos mil trabajos para la próxima vez y que se haría una rifa y se buscaría la fórmula para que el que quisiera creerlos los creyera.

Ellos, no obstante, iban a repartir unos boletos de los que salen en los periódicos y cada mes un número para la rifa. Así, la gente podría cantar bingo cuando les tocara.

Pero la gente sabía ya que lo que le estaban tocando era otra cosa. Entonces fue cuando lo vieron que se le hinchaban las piernas y las manos y la nariz le creció que da miedo.

Se le empezó a engordar la cabeza y después se elevó en el aire y casi roza con Juanillo el de Aniceto, que seguía colgando del palo de la luz todavía. Y pasó cerquita del cometa Haley, que dicen que hay que verlo para creerlo. Y todos para sus adentros daban ¡Vívas, Vivas!, porque ya casi lo perdían de vista. Y se fijaron en los policías que estaban junto a ellos pero no revueltos. Y como si fuera un gran baile se los fueron bailando a casi todos, porque ya allí no estaba la autoridad. Y fueron entonces corriendo a las oficinas oficiales de la luz y bajaron la palanca. A nadie se le había ocurrido bajarlas hasta entonces. ¡Mira que son zoquetes!. Y la bajada de la palanca fue la salvación de Juanillo el de Aniceto. Ya el pobre no podía más. Tenía un chorro que le entró que se tuvo que marchar a su casa según puso los pies en el suelo. Los presentes lo vieron corriendo como el demonio y agarrándose los calzones. Después fueron a echarse unos repuntillos en la cantina de Vicente Molina y a comentar las incidencias de aquel aciago día.

A la madre de Juanillo el de Aniceto le dijeron: ¡Mujer, -he ahí a tu hijo- Ecce Homo!.

Al parecer, y eso fue una maldición que le echaron aquel día a todos los que mandan, les iba a entrar a todos la bicho parra mortuorum. Es decir, se morirían porque los bichos se los irían comiendo por dentro antes de morir y llegarían esqueléticos todos ellos al ataúd. Y la consumación de esta maldición sería la alegría de todos los niños del mundo que se ven abocados al peligro sin autoridad maldita que ponga atención en el asunto del peligro.

Jesús Guerra. Cuentos infantiles
Narraciones Canarias. Primera edición 1998.
Edición especial año 2005/Infonortedigital


Glosario E.P.G.R.

Calambre=Descarga eléctrica

Palo de la luz=Poste de soporte del tendido eléctrico

Enredada=Trabada

Pollillos=Niños entre 8 y 12 años

Venada=Un pronto

Empegostados=Pringados

Rabo=Cola

A costillas nuestras=A costa nuestra

Jumacera=Humacera

Machango=Persona de poco seso y ridícula.

A ca=En casa

Pasándolas canutas=Pasándolo mal

Chiringo=Chorro

Lambriazo=Golpe

Chorro=Diarreas

Verea=Problema


Repuntillos=Copas

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