El día en que a Juanillo el
de Aniceto le dio calambre cuando se colgó del palo de la luz, todo el mundo se asustó. Todos, sin
excepción, estaban esperando el fatal desenlace, porque, parece ser que cuando
alguien se cuelga de un palo de la luz y se queda pegado, hay que esperar a que
ponga las patas en el suelo para ver lo que pasa. Y, lo que casi siempre dicen
que pasa, es que se carboniza. Porque al poner los pies en el suelo, es cuando
la corriente le atraviesa todo el cuerpo y se va a tierra.
Juanillo el de Aniceto
estaba jugando aquel día con una cometa de papel fino de color y hecha con
cañas amarradas con hilo carreto. En una de éstas, el rabo de la cometa se le
quedó enredada en los postes de la luz y se subió a desenredarla.
Entonces todos
comprendieron la gravedad del problema y el peligro que suponen los cables de
alta tensión cuando pasa cerca de las zonas habitadas. Y eso, que la tensión de
los hombres no estaba muy alta en el momento presente, ni en el pasado tampoco.
Parece ser que estaba
lloviendo aquel día cuando vinieron los de la luz y dejaron algún cable pelado.
Cuando los vecinos llegaron por la tarde de trabajar, se encontraron los postes
ya colocados y, por los pretiles de los frontis de las casas terreras, casi al
borde de las azoteas, las trenzas de cables negros cogidas con unas alcayatas.
Y sin pedir permiso a nadie.
-¡No!. Por ahí no –dicen
que dijeron las mujeres. Pero los de la luz, ni puñetero caso que hicieron. Se
lo vamos a decir al alcalde del pueblo -. Pero ellos, como si tal cosa.
No sólo eso, sino que le
dijeron a las mujeres que se fueran al carajo. Carajo con los hombres aquellos.
¡Qué malcriados!. –dijeron las mujeres. No está bien eso de contestar mal a la
gente y menos si son mujeres.
Los de por allí, se
enteraron que aquello de la colocación de los postes de la luz era obra del
propio hermano del alcalde, que tenían una empresa dedicada a eso de la luz y,
entonces, todo el mundo comprendió que nada podía hacerse. Y esperaron
pacientemente a que algún día pasara una desgracia y entonces sí podían
quejarse como dios manda. Y éste, mandó un día a la cometa de Juanillo el de
Aniceto, quedarse enganchada por el rabo en uno de los postes. Y por eso, el
chiquillo, que no tiene maldita culpa de nada, se vió pegado el pobre.
Aquello fue tremendo. Todos
tenían que ver con el chiquillo colgado del palo y meneando las piernas como
estirándolas. Todos miraban pero nadie daba un paso para ayudarle. Ni siquiera
un paso en falso para intentar descolgarlo. ¡Toma, yo no!.
Vete tu y descuélgalo, que
a mí la corriente me da algo. Y nada, todo el mundo como si nada. La culpa es
de ellos –decían unos. Pero tanto unos y otros sabían que ya no había remedio
para Juanillo el de Aniceto, porque aquellos de los asuntos de todos no querían
saber nada de nadie ni pensaban en cosas como aquellas. –Nosotros ni entramos
ni salimos. Sobre todo, ni salimos, como diría el otro. Aquello, mientras, iba
tomando el carácter de chicle, un tira y afloja. Debería darles el garrotejo
–decía una mujer decidida-, aunque sólo sea en el dedo que más mueven cuando
prometen hasta meter y después de metido, ya hay allí un chiquillo colgado.
–Maldecía sea la hora en que les llevamos hasta los sillones, porque la culpa
de todo esto es nuestra.
Tantos y tantos ochocientos
millones de puestos para trabajar y trabajar y ochocientos millones de
píldoras, para que ahora dejen colgados al más pintado en este desbarajuste.
Porque esto es un
desbarajuste que para que le cuento. Y te cuento, que los follones no sólo
están en los asuntos de la luz, sino también en los del agua.
Y si no, acuérdate del
chiquillo que fue a coger la pelota y se metió en una tubería que pasaba por
allí cerca del campillo donde jugaba a la pelota. El pobre niño apareció muerto
a media tubería cuatro días después. No, esto no es una despreocupación, sino
la cuenta.
Y la cuenta ya se nos
pierde cuando vemos a los pollillos vendiendo periódicos en los semáforos. Los
pobres –los semáforos no, que no tienen la culpa- sino los pollillos que son
los que están fijo pasándolas canutas. Y los canutos que se pegan ellos a costillas
nuestras. Y ya que dejan que se sequen y arranquen las plataneras, por lo menos
que planten un pisco caña dulce para así chupar todos y no sólo ellos.
Ellos mucho viaje a la
península a traer cosas y lo que tren son los regalos que traen de los que les
llevan ellos comprados en los indios en el puerto. No. Se creen que los
pollillos no se dan cuenta. Se creen que no se dan cuenta de la cantidad de
maestros de allá que le quitan el sitio a los de aquí. El otro día mismo,
cuando los maestros de aquí empezaron a dar escuela en las avenidas y calles de
las escaleras, allí mismo en plena calle, las mujeres de los bloques empezaron
a traerles pan y mantequilla.
Entonces, uno de los de
allá quiso pasar por allí como siempre, pisándole la cabeza a todo dios y un
chiquillo -¡Fíjense si se dan cuenta o no!- le puso el lápiz de punta y le hizo
un agujero en una pata. Y otro de los de ellos, y que trabajaba al parecer en
unas oficinas oficiales se lo llevó al hospital. Ni siquiera quiso que lo
llevaran al ambulatorio.
¿Eso sí, verdad?. Nosotros
si podemos ir al ambulatorio. Y aquello no acabó así, no señor. Aquello no hizo
nada más que empezar, porque después vino una grúa arrastrando una hormigonera
tremenda, de las que compró el hermano de aquel que tiene una empresa que se
dedica a eso de la luz, y con ella llena de cemento ralo como estaba, zurrió a
todos los que estaban en la calle dando clases y los dejó empegostados.
Y después, se puso a
anunciarlo en los periódicos (no se podía tener tanta desgracia junta, que
hasta los propios pollillos se encargarían de propagar las noticias difundidas
en los semáforos) y por la antenas de la radio y la televisión. Y la noticia se
metía en las casas a través de los cables de la luz. ¡Qué paradoja!, ¿no?. Y
anunció que habían decidido en un pleno, que esta ciudad pacífica y culta,
debería tener una escultura de tres mil pares de huevos. Para que todo el que
llegara a la ciudad de visita la vieran y se asombrara. Por eso vació
completamente la hormigonera encima de los manifestantes. ¡Menudo es el tío!. Y
cuando le da la venada va y te la corta y te quedas en los bloques sin agua
todo el tiempo que le dura el calentón. Porque dicen que es un calentón. Bueno,
todos son unos calentones, aunque hablando de calentones. -¿Porqué no nos
calentamos nosotros también y formamos una parecida a dos?. Eso mismo –gritó
uno. Vamos a hacer una hoguera y le pegamos fuego a todo esto. Tan brillante
idea cuajó en todos y empezaron a traer periódicos leídos ya y carteles de las
elecciones que fueron recogiendo de las paredesy les pegaron fuego. El calor
daba miedo y la jumacera tremenda ennegreció el cielo más que lo que estaba.
También trajeron rollos de periódicos sin escribir porque un día, cuando a los
inocentes, a los del periódico, le dio por no escribir nada en ellos y sacarlos
a la calle así mismo, como estaban. Y como estaban tan atareados en esto, no
vieron venir a la policía que se les echó arriba y se metieron con ellos. al
principio creían que era gente disfrazada que salían de alguna fiesta de
carnaval. Pero después se dieron cuenta que no. Que venían a darles una tollina
a todos ellos por armarla. Y, a una pobre muchacha, le dieron una sacudida que la
dejaron boca abajo en la avenida con la cara escachada y corriéndole sangre. Y
ante la brutal agresión nadie se movió. Y la policía se fijó después en el
pobre Juanillo el de Aniceto y le gritaron: -
¡Baja de ahí, machango el
carajo!. Y carajo con el que dio la orden. Parecía que echaba espuma por la
boca. Y después –él mismo- cogió la manguera de los manguereros que llegaron
con el camión metiendo una bulla del coño, como si se hubiera pegado fuego en
los grandes almacenes de abajo de Los Arenales y Alcaravaneras. Y con la
manguera le soltó un chiringo al chiquillo para que se bajara de allí.
Entonces, la corriente se metió por el chorro del agua y llegó al mango de la
manguera y le soltó un lambriazo que lo tumbó a un lado. Entonces fue cuando
comprendió todo y se dijo: ¡Yah coñós, fuerte calambre!. Y por la emisora que
le compraron a ca los indios, llamó al jefe. Al indio no, al de él, al otro no.
Al de los policías y le dijo: -Venga rápido, sargento, que esto es la leche en
pasta. Y hace falta mucha pasta para arreglar esto, si es que tiene arreglo.
Porque la compostura va a costar muchos cuartos y entonces se acordó de todos
los niños que eran amenazados con el cuarto oscuro. Y que más oscuro todavía
tenían el panorama. Y no quiso ponerse a pensar en lo que pensaba. Y entonces
dio la orden de apagar aquel fuego como fuera. Y mandó mear a todos los
presentes para ver si entre todos apagaban el fuego pegao. Y éstos, no sabían
si obeceder o no. Porque son muchas las ilusiones y los desencantos pasados por
culpa de ellos.
Pasado todo esto, llegó el
que manda y mandó a todos a que había que tener vergüenza para hacer lo que
estaban haciendo. Y los insultó. Y dijo: -que bueno, que no lo tomaran a mal.
Que aquello se solucionaría y que podían traer más hijos al mundo y que la vida
sigue igual. La gente ni se lo creía. ¡Mira que es sabandija!. ¿Y todavía nos
dice eso, todavía nos dirige la palabra el muy...?. No, cállate –le decían a
una mujer- que es mejor no meterse en verea con esta gente. Y él, seguía como
si ya estuviera pidiendo otra vez un pisco del calor que daba el sillón de
terciopelo encarnado. Que no. Que ellos no se habían equivocado. Que aquello
fue culpa de uno que no sabía sumar bien y que, al hacer la cuenta, cambió un
número por otro. Y resulta que de veinte se llevó tres. Y claro. Al final
resulta que no eran ochocientos mil trabajos sino ochocientos mil carneles para
que todo el que tuviera uno tuviera un puesto de trabajo enchufado, -pero con
serio peligro de perderlo al irse la luz-. Y también iban a sortear otros
ochocientos mil trabajos para la próxima vez y que se haría una rifa y se
buscaría la fórmula para que el que quisiera creerlos los creyera.
Ellos, no obstante, iban a
repartir unos boletos de los que salen en los periódicos y cada mes un número
para la rifa. Así, la gente podría cantar bingo cuando les tocara.
Pero la gente sabía ya que
lo que le estaban tocando era otra cosa. Entonces fue cuando lo vieron que se
le hinchaban las piernas y las manos y la nariz le creció que da miedo.
Se le empezó a engordar la
cabeza y después se elevó en el aire y casi roza con Juanillo el de Aniceto,
que seguía colgando del palo de la luz todavía. Y pasó cerquita del cometa
Haley, que dicen que hay que verlo para creerlo. Y todos para sus adentros
daban ¡Vívas, Vivas!, porque ya casi lo perdían de vista. Y se fijaron en los
policías que estaban junto a ellos pero no revueltos. Y como si fuera un gran
baile se los fueron bailando a casi todos, porque ya allí no estaba la
autoridad. Y fueron entonces corriendo a las oficinas oficiales de la luz y
bajaron la palanca. A nadie se le había ocurrido bajarlas hasta entonces. ¡Mira
que son zoquetes!. Y la bajada de la palanca fue la salvación de Juanillo el de
Aniceto. Ya el pobre no podía más. Tenía un chorro que le entró que se tuvo que
marchar a su casa según puso los pies en el suelo. Los presentes lo vieron
corriendo como el demonio y agarrándose los calzones. Después fueron a echarse
unos repuntillos en la cantina de Vicente Molina y a comentar las incidencias
de aquel aciago día.
A la madre de Juanillo el
de Aniceto le dijeron: ¡Mujer, -he ahí a tu hijo- Ecce Homo!.
Al parecer, y eso fue una
maldición que le echaron aquel día a todos los que mandan, les iba a entrar a
todos la bicho parra mortuorum. Es decir, se morirían porque los bichos se los
irían comiendo por dentro antes de morir y llegarían esqueléticos todos ellos
al ataúd. Y la consumación de esta maldición sería la alegría de todos los
niños del mundo que se ven abocados al peligro sin autoridad maldita que ponga
atención en el asunto del peligro.
Jesús
Guerra. Cuentos infantiles
Narraciones
Canarias. Primera edición 1998.
Edición
especial año 2005/Infonortedigital
Glosario E.P.G.R.
Calambre=Descarga eléctrica
Palo de la luz=Poste de soporte
del tendido eléctrico
Enredada=Trabada
Pollillos=Niños entre 8 y 12
años
Venada=Un pronto
Empegostados=Pringados
Rabo=Cola
A costillas nuestras=A costa nuestra
Jumacera=Humacera
Machango=Persona de poco seso
y ridícula.
A ca=En casa
Pasándolas canutas=Pasándolo
mal
Chiringo=Chorro
Lambriazo=Golpe
Chorro=Diarreas
Verea=Problema
Repuntillos=Copas
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