De entre los muchos mitos e
invenciones relacionados con la historia de Teror, cabe destacar el caso del
mal llamado «Parque, Patio o Llano de las brujas» situado en la conocida Finca
de Osorio. En los últimos 25 ó 30 años hemos sido testigos de cómo el paraje
popularmente conocido como «La Alameda» o «Parque de la fuente» ―suponemos que
deben existir otras denominaciones― ha ido cambiando su nominación tradicional
por el ya aludido «topónimo» de «Parque de las brujas». Este cambio de nombre
se debe al éxito y rapidez con la que se han extendido las historias que sitúan
en este bello lugar la práctica en tiempos pasados de todo tipo de aquelarres y
ritos brujeriles, a los que se suman leyendas de duendes y un sinfín de
personajes fantásticos. Sin duda, el éxito de tales relatos y la implantación
de la denominación «Parque de las brujas» cabe atribuirlo en primer lugar, a la
amplia cobertura y difusión de la que han gozado estas historias en los medios
de comunicación. Sirva como ejemplo el reciente vídeo promocional dedicado a la
Finca de Osorio, realizado por el canal de televisión Antena 3 de Canarias. Por
si fuera poco, el que suscribe ha sido testigo en más de una ocasión, de cómo
toda una legión de guías, animadores socio-culturales o monitores
medio-ambientales, divulgan y «enseñan» alegremente este tipo de fábulas entre
los grupos de escolares que suelen visitar la finca. Unos relatos, que al
margen de su contenido fantástico, nada tienen que ver con la Finca de Osorio.
Es posible que a estas alturas
más de uno piense que estamos en contra de que a los niños y niñas se les
relaten o narren cuentos de brujas, de aparecidos o de duendes. Incluso, no
faltará quien piense que por nuestra condición de historiador somos incapaces
de disfrutar con este tipo de relatos fantásticos y que vivimos encorsetados y
apegados al dato histórico, objetivo y mensurable. Nada de eso. Los cuentos y
leyendas sobre seres fantásticos forman parte de nuestro bagaje cultural y han
cautivado a lo largo de miles de años a generaciones enteras de niños (y
también de adultos). Sin embargo, en el caso de la Finca de Osorio la difusión
de este tipo de relatos ha dado lugar a la implantación de una denominación
artificial que, al contrario de lo que ocurre con el resto de topónimos de
nuestra localidad, no se ajusta a la realidad o a la tradición. Y es que las
historias que se cuentan sobre la celebración de aquelarres y reuniones de
brujas en el paraje al que hemos venido haciendo mención, son lisa y llanamente
falsas. Bastaría con darse un paseo por la finca y preguntar a las familias de
arrendatarios que aún viven y trabajan en ella, para comprobar que nos
encontramos ante las conjeturas descabelladas y absurdas de una serie de
pseudo-investigadores. Unas «teorías» ―por llamarlas de algún modo― basadas en
la ciencia infusa ―que no en la investigación― y por supuesto, sin contar con
el más mínimo apoyo documental, ya sea escrito u oral.
Por el contrario, nuestra localidad es rica en todo tipo de fábulas o
relatos sobre aparecidos o almas en pena, alguna de las cuales se han ido
transmitiendo de forma verbal a lo largo de varias generaciones. Sirva como
ejemplo el caso del llamado «Jacho de la Laguna» que a buen seguro aterrorizó a
más de un vecino de Teror o Valleseco de los siglos XIX y parte del XX.
Asimismo, en el rico archivo de El Museo Canario se custodian interesantísimos
documentos sobre supuestas brujas o hechiceras ―naturales de Teror― perseguidas
o procesadas por el Tribunal del Santo Oficio. Precisamente a una de ellas,
llamada María García ―condenada en el año 1608 por «hechicería y pacto con el
Demonio»― dedicaremos nuestro próximo artículo.
El caso de María
García
Desde su implantación en el año 1478 hasta su abolición definitiva en
1834, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición persiguió con ahínco
cualquier tipo de comportamiento o conducta que atentara o pusiera en
entredicho la ortodoxia y los dogmas de la Iglesia Católica. Entre los delitos
castigados por este tribunal eclesiástico, cobraron especial importancia los
procesos seguidos contra mujeres ―y en menor medida contra los varones―
acusadas de practicar la brujería o hechicería. Como no podía ser menos,
durante los siglos XVII al XIX la jurisdicción de Teror no fue ajena a este
fenómeno. En el archivo de El Museo Canario, institución donde se custodian los
fondos del Tribunal del Santo Oficio de la Santa Inquisición de Canarias, se
conservan algunos estos procesos seguidos contra mujeres naturales de Teror,
quienes sufrieron en sus propias carnes todo el rigor y la dureza de esta
temida institución. Uno de los casos más antiguos que conocemos fue el de la
terorense María García, procesada en 1608 por «hechicería y pacto con el
Demonio».
Debemos decir que el ejemplo y
circunstancias de María García fueron bastante parecidos al del resto de
féminas de la época, acusadas del mismo delito. Por lo general, se trataba de
mujeres de condición humilde y que ya soportaban sobre sí otro tipo de
«máculas» o «tachas» como la de ser madres solteras, alcahuetas o esclavas. En
el caso de María García, comprobamos como a pesar de haberse casado con Juan
Estévez, éste acabó repudiándola, argumentando «que andaba con otro hombre»,
razón por la cual fue encarcelada durante dos largos años. Ante la ausencia del
esposo se vio precisada a refugiarse en el hogar materno, donde se ganaba la
vida ―según declara ella misma― vendiendo «algunas cosas de comer y amasando».
Quizá fue esta ausencia de marido lo que le llevó a convertirse en la manceba o
amante del vecino de la localidad Amaro García, una relación que daría como
fruto el nacimiento de un hijo ilegítimo, toda vez que el querido acabó por
abandonarla para casarse con la terorense María Gutiérrez. Asimismo, no sería
descabellado pensar que fue su condición de mujer abandonada y con pocos
recursos, lo que la llevaría al ejercicio de todo tipo de ritos y prácticas
hechiceras, como medio para ganarse la vida. Tales rituales y sortilegios le
eran ampliamente demandados por las mismas personas que ―ironías del destino―
acabaron denunciándola ante el Santo Oficio. Y es que la condición de
«cristiano viejo» no impedía acudir ―llegado el caso― a las artes de una bruja
o hechicera, una vez agotadas otras vías más ortodoxas. En definitiva, María
García encarna a la perfección el prototipo del personaje literario de la
Celestina, o mujer de «mal vivir». Una verdadera proscrita que vivía al margen
de la sociedad, pero a la que sin embargo se solía acudir en busca de consejos
y remedios, entre los que cabe destacar todo tipo de asuntos de índole sexual o
sentimental. De hecho, entre las culpas que se le achacan se encuentra la
siguiente: «Y que la dicha rea [María García] no sólo es mujer de mal vivir,
sino que es públicamente alcahueta de mujeres casadas y solteras, juntándolas
en su casa con hombres solteros y casados. Y siendo causa de muchas descensiones
y de gran escándalo y murmuración».
Y es que efectivamente, parece
que fueron las cuestiones de carácter sexual o afectivo las más demandadas por
los terorenses del siglo XVII. Así, para conseguir paz con el esposo o
pretendiente y lograr que éste no olvidase a su amada, María García sugirió a
varias mujeres que cuando les «bajase su regla, tomase[n] de aquella sangre,
lavando la camisa donde estuviese. Y le echase[n] de aquello en el vino y se la
diesen a beber. Y que con aquello nunca la[s] olvidaría[n]».
María García satisfizo con todo tipo de rituales y sortilegios los
anhelos amorosos y los apetitos sexuales de buena parte de los terorenses de
los últimos años del siglo XVI y comienzos del XVII.
Igual de escatológico era el remedio empleado para conseguir el efecto
contrario, pues la propia María García, viendo como su amante Amaro García la
repudiaba para concertar matrimonio con una vecina del lugar, pidió a Ana
García ―hermana del enamorado― que le diese un camisón de éste para sahumarlo
«con un poco de mierda» de la futura esposa ―que ella ya tenía guardada― «y que
con aquello no se casarían». Otra manera de intentar conseguir el amor
incondicional o los favores del hombre amado nos la ofrece la declaración de la
negra Antona de Arencibia, quien relató como una ocasión María García le dijo
le trajese de Arucas la calavera de un muerto y unas turmas o testículos de un
perro «y que las salarían y secarían y las pondrían en las fajas, con lo qual
aunque el hombre que quisiesen estuviese en cavo del mundo, le harían venir
luego a donde quisieren».
En otras ocasiones, lo que se buscaba era quitarse de encima o deshacerse de
una amante o pretendiente que ya comenzaba a resultar molesta. Tal le sucedió a
Serafín Domínguez, que acudió a María García en busca de remedio, pues
pretendía desembarazarse de una mujer que estaba «aficionada» de él. Ante tal
situación, María García le aconsejó «que tomase un freno [de caballo] y se lo
pusiese en su propia natura [pene] diciendo: refrénate bestia fiera» y que con
aquello la olvidaría. Otras peticiones consistían en averiguar si el esposo le
era fiel a su cónyuge. Así, Catalina Pérez de Villanueva, ante las vejaciones y
maltratos de su marido Sebastián de Toro, solicita los servicios de nuestra
protagonista, diciéndole que «quería echar unas suertes para ver si su marido
estaba amancebado». De esta manera, María García «tomó un harnero y clavó unas
tijeras en él. Y tomó de él un anillo que hizo trabar a ésta del otro y dijo
algunas palabras que la testigo no entendió», tras lo cual le contestó que era
verdad que estaba amancebado.
Sin embargo, no fueron los amores no correspondidos, el sexo, la lujuria o la
pasión irrefrenable, los únicos negocios que atendió la terorense María García.
Asuntos más oscuros, como la de provocar la muerte de un recién nacido, se
encuentran entre los delitos que se le achacaron. Aunque ésta será una cuestión
que abordaremos en una próxima entrega.
(Gustavo A. Trujillo Yánez)
PARA SABER MÁS:
FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: Hechicería y
brujería en Canarias en la Edad Moderna. Ediciones del Cabildo Insular de
Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992.
HERNÁNDEZ JIMÉNEZ, Vicente: «Brujerías,
curanderas, santiguadoras», en La obra de Vicente Hernández Jiménez.
Homenaje al cronista de la Villa de Teror. Anroart Ediciones, Las Palmas de
Gran Canaria, pp. 342-344.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Sebastián: Mitos y leyendas:
prácticas brujeras, maleficios, santiguados y curanderismo popular en Canarias.
Editorial Faycan, Las Palmas de Gran Canaria, 1955.
Versión
digital: http://mdc.ulpgc.es/cdm4/item_viewer.php?CISOROOT=/MDC&CISOPTR=1655&CISOBOX=1&REC=17
FAJARDO SPÍNOLA, Francisco: Hechicería y
brujería en Canarias en la Edad Moderna. Ediciones del Cabildo Insular de
Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1992.
FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel: Casadas,
monjas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el
Renacimiento. Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2005.
MILLARES TORRES, Agustín: Historia General
de las Islas Canarias de Agustín Millares Torres, complementada con
elaboraciones actuales de diversos especialistas. Cedirca S.L., Las Palmas
de Gran Canaria, 1977, t. III, pp. 244-245.
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