(XIII)
El Papado de la Era Contemporánea
(1800…)
El “Syllabus” y otras hierbas / Infabilidad versus santidad
Índice del Tema
- Introducción
- PÍO VII, Napoleón I y los jesuitas
- GREGORIO XVI (1830-1846). El papa del “pestilentísimo”
- Pío Nono, el infalible
- El “Syllabus” y otras hierbas
- Infabilidad versus santidad
Introducción
A la muerte de Pío VI, se dejó oír una
exclamación: “Pío, el sexto y último”. Napoleón llegó a decir
refiriéndose al papado: “Esta vieja máquina se
deshará por sí sola”. A pesar del comentario de Napoleón de que caería
por sí solo, el papado no sólo no caería sino que se mantendría fuerte. La
profecía del Apocalipsis debe cumplirse (Ap. 17)
El comienzo del siglo XIX representa la
recuperación del papado, no porque la institución busque el cambiar, sino
porque lo que inevitablemente gira alrededor suyo, se adapta a su existencia,
una vez más.
Perdida la estrategia de alcanzar poder a través
de conquistar territorios con la bandera de la fe romana, y con la espada del
emperador, el papado se hace fuerte ahora a través de otra estrategia hasta
nuestros días, hasta el punto de que el papa hoy en día – increíblemente - es
llamado el “hombre de paz”.
“¿hombre de paz?”
Nunca el papado en esta hora ha tenido mejor
prensa en todas partes, y lo consigue no con la espada desnuda, sino con la
apariencia de la piedad (aun negando la eficacia de ésta, 2 Ti. 3: 5).
No obstante, mientras el papado empezará a buscar
el darnos su cara más dulce, los papistas de toda esta era contemporánea, se
esforzarán en levantar el poder temporal del soberano romano.
Aparecerán ligas católicas, partidos políticos católicos, prensa católica, de
nuevo los jesuitas, más tarde el Opus Dei, etc. etc. que serán instrumentos muy
eficaces de presión en los países liberales o de transfondo protestante.
El fin de todos ellos es, instaurar una dictadura
religionista basada en el poder papal, y derrocar la incipiente democracia. No
obstante, en estos días, esta última está siendo muy útil al papa, justamente
por el hecho de que puede mostrar al mundo una cara de afabilidad y encanto,
escondiendo tras estas formas, la antigua voluntad inamovible de ser el señor
de la Tierra ,
y seguramente, buscando el momento propicio para actuar conforme a sus antiguos
y verdaderos propósitos.
PÍO VII, Napoleón I y los
jesuitas
PÍO VII (1800-1823). El cardenal Bernabé
Chiaramonti fue el elegido tras un largo y manipulado cónclave, lleno de
presiones de orden político e intereses varios de todo tipo (¿sucesión
apostólica?). Estaba emparentado con el anterior papa Pío VI, el cual le
nombró en su día obispo de Tívoli, y luego obispo de Imola. El 14 de febrero de
1785 le hizo cardenal. Una vez papa, a su madre, la condesa Giovanna Ghinni, la
declaró venerable, es decir, digna de veneración.
“Pío VII”
A pesar de estar en contra del papado, Napoleón
Bonaparte firmó en 1801 un concordato con el papa, buscando con ello su interés
personal: Ganarse, a través de la religión, el favor de los fieles. El
papa estaba satisfecho con todo ello, ya que en él se reconocía el papado, cuya
imagen estaba tan deteriorada en Europa por aquel entonces. De hecho, este no
fue sino un pacto de intereses personales por ambas partes. Escribe el católico
Beynon:
“Objetivamente debe
decirse que la firma del Concordato fue un fracaso para ambos estadistas, ya
que se llegó al acuerdo por la ambición de una parte y el cálculo político de
la otra: para nada entró en el Concordato el sentimiento religioso”.
Tal era la ambición y desespero por alcanzar,
cada uno de ellos, sus metas personales; uno ser el emperador sucesor de
Carlomagno, y el otro, reestablecer el papado en su forma y poder como lo fuera
en el medioevo, que Pío VII, al final, accedió a coronar como emperador a
Napoleón el 2 de diciembre de 1804.
Esto le daba a Napoleón el prestigio de los
emperadores como Carlomagno, y a Pío VII la importancia y el reconocimiento de
su autoridad, volviendo a ser el papa el que corona a los emperadores.
Pío VII y Napoleón, dos hombres antagónicos en todo, aborreciéndose el uno al
otro en lo personal y en cuanto a lo que representaban, se ponían de acuerdo
para egoístamente favorecerse de mutuo acuerdo.
No obstante,los dos poderes absolutistas
inevitablemente iban a chocar. Disgustado el emperador con el papa por motivos
de estrategia político militar, decidió ocupar los Estados Pontificios, declarar
a Roma como “Ciudad Imperial” y mantener prisionero al pontífice en
Fontainebleau (Francia). Allí estuvo del 1809 al 1814.
Por aquel entonces, la estrella de Napoleón
empezó a declinar en lo militar, y consecuentemente en lo político. Pío
VII, una vez se vio libre de Napoleón, volvió a Roma el 24 de mayo de
1814. Nada más regresar a Roma revocó la orden de disolución de los
jesuitas dictada por su antecesor Clemente XIV, y reestableció a la Compañía de Loyola. El
papa necesitaba urgentemente a sus jesuitas.
Es obvio que la Compañía , tal y como
vimos fue disuelta por el papa Clemente por presión política y no por
convicción personal en absoluto, de la misma manera, fue de nuevo rehabilitada
cuando esa presión exterior dejó de existir, ya que el papado siempre ha
necesitado y buscado la inestimable ayuda de los jesuitas desde el inicio de su
existencia para su mantenimiento en el poder.
Por todo ello, todo este asunto tan grotesco,
otra vez más nos demuestra la falacia de la infabilidad papal:Un papa,
hace una cosa, el siguiente, cuando puede, hace lo contrario. Otro caso,
protagonizado por este mismo papa: Pío VII condenó el matrimonio civil,
que en su día Adriano II (867) declarara válido; dónde está aquí la infabilidad
papal, ¿quién de los dos fue infalible en su declaración de fe y
costumbres?
“El coronado Napoleón I”
De nuevo otro caso: Recordemos que Sixto V
(1585-1590) publicó una edición de la
Biblia , y en una Bula recomendó su lectura, pues Pío VII la
condenó, de nuevo, ¿quién obró con infabilidad aquí, Sixto o Pío; o
quizás, ninguno de los dos?
Al igual que la inmensa mayoría de los pontífices
de Roma, este papa estaba totalmente en contra de que la Biblia fuera leída por los
católicos, acordémonos de la declaración de los cardenales a Julio III
advirtiéndole del sumo peligro de que la Biblia cayera en manos del pueblo; cuando esto
ocurriera, se daría el fiel cuenta de la enorme incongruencia de Roma
frente a la verdad escritural.
Como ya vimos, Pío VII, escribiendo al primado de
Polonia en el año 1816, sobre la lectura de la Biblia , le declaró:
“Hemos deliberadamente
tomado las medidas oportunas para remediar y abolir esta pestilencia”.
Con relación a la reinstauración de la Compañía de Loyola,
comenta Grigulevich:
“Se restauraron allí el
régimen y las costumbres de tiempos pretéritos: el comercio de cargos y santos
sacramentos, la vida pródiga y escandalosa del clero, la arbitrariedad y los
desmanes de los parientes del papa”.
Tras un larguísimo pontificado de 23 años y
medio, Pío VII moría el 7 de junio de 1823 a los ochenta y dos años de
edad a causa de una fractura de cadera. Este valedor de la Compañía , vivió muchos
años, pero le siguió:
LEON XII (1823-1829). Este fue el cardenal Della
Genga, de familia rica, nació en el castillo de sus ascendientes en Osimo,
Italia. Por medio de la bula “Quo Graviora”, confirmó todas las excomuniones
lanzadas por su antecesor, Pío VII. Aunque enfermo de por vida, empleó enorme
severidad.
En 1825, dos patriotas fueron ejecutados en Roma;
en Rávena fueron ajusticiados otros siete, y hubo más de quinientos
encarcelados. Delegando gran autoridad en el llamado cardenal vicario,
éste podía castigar con pena de cárcel a quienes incumplieran con la obligación
católico-romana de practicar la confesión auricular y la comunión pascual, esto
incluía también a los extranjeros residentes. Cuando este papa murió, se le
quiso poner este epitafio: “Aquí yace Della Genga,
para paz suya y nuestra”. Le siguió…
PÍO VIII (1829-1830). Más del gusto de Austria
que de otra nación, el cardenal Francesco Severio Castiglioni es elegido papa,
nacido en Cingoli (Italia), de una ilustre familia condal. Ya antes de ser
papa, luchó también contra el jansenismo, de la mano de Felice de
Paolo, obispo de Anagni y de Loreto. Tuvo como puede verse un muy corto
pontificado, en el cual no dejó de perder el tiempo repeliendo el jansenismo.
La muerte le sorprendió envuelto en política exterior, e intentando
introducir el catolicismo romano en los Estados Unidos de América bajo la
dirección de los jesuitas.
“Los jesuitas, ya hacía tiempo que
intrigaban en los EEUU”
GREGORIO XVI (1830-1846). De nombre común
Bartolomeo Alberto Capellari, adoptó el nombre de Gregorio, el cual hacía
doscientos años que nadie usaba. Si antiguo era su nombre, también trasnochadas
eran sus ideas. Asegura la enciclopedia católica que “sus 15 años de pontificado se caracterizan por su
inclinación hacia cuestiones propiamente religiosas...”, ¡y qué ideas!
En su encíclica “Mirari vos” de 1832 condenaba la libertad de
conciencia, de prensa y de pensamiento. He aquí un extracto de tal documento:
“...Y de esta, de todo
punto, pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y
errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser
firmada y reivindicada para cada uno. A este pestilentísimo error le prepara el
camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión, que para ruina de lo
sagrado y de lo civil está ampliamente invadiendo”.
Pensar que el motivo de argumentar de forma tan
agresiva y hasta grosera, impropia de alguien que se hace llamar “Santo
Padre” estas ideas, obedece a perseguir una moral recta e iluminada, es un
craso error.
El católico Lamennais, calificaba a los
colaboradores próximos a Gregorio XVI de
“ambiciosos, avaros, corruptos”. Nada había cambiado en Roma realmente
desde tiempos realmente antiguos. Las mismas familias aristocráticas asociadas
al papado como los Orsini, Colonna, Borghese, Ruspolo, etc. seguían estando
allí.
Los parientes del papa y la curia cardenalicia, a
pesar de que los ingresos eran elevados, esquilmaban las finanzas para su
propio provecho. Todo se intentaba hacer de espaldas al pueblo fiel.
Nada había cambiado realmente en el Vaticano. Gregorio XVI “fue
conocido como uno de los más grandes borrachos de Italia, y también tenía
numerosas mujeres; una de ellas, la esposa de su barbero” (El sacerdote, la mujer
y el confesionario, p. 139).
“El papa borracho y mujeriego”
Envuelto en sus deseos de volver a la anacrónica
realidad de la Edad Media ,
moría este infalible papa. Le siguió el increíble PÍO IX (1846-1878).
A este papa le conocemos ya muy bien. Es el impulsor del Concilio Vaticano I,
donde enfáticamente se declaró a sí mismo y a sus sucesores: Infalibles.
“Caracterización católica del
Concilio Vaticano I. Nótese la luz pintada que va hasta el papa. Un aspecto más
de la suma idolatría en que siempre ha estado inmersa la ramera del
Apocalipsis”
En sólo cincuenta horas de cónclave fue elegido
Giovanni María Mastai-Ferreti como papa. Hablaba de amnistía, reformas, libertad
de prensa; hablaba de paz, de progreso, contrariamente a sus antecesores.
Con todo ello se atrajo las simpatías no sólo de
Italia, sino de Europa entera. Con ese discurso de aperturismo y de libertad,
hasta los soberanos le enviaban embajadas con regalos. Existe una copla Toscana
que dice, no exenta de cierto humor:
“¡Oh, Dios, oh Dios, toda
Italia me parece un gallinero, no se oye gritar sino Pío, Pío!”.
Todo parecía indicar que Roma había dado a luz a
un papa que amaba la libertad de pensamiento. A través del cardenal Pasquale
Gizzi como jefe de la secretaría de Estado, empezó a promulgar amnistías por
doquier por delitos políticos (¿?), y todo ello fue acogido con entusiasmo por
todo el mundo.
No obstante, tal derroche de virtud duró poco.
Pronto, ante nuevos síntomas revolucionarios, redactó una imperfecta constitución
con la intención de imponerla en todos sus Estados. Se empezó a crear gran
malestar, agravado por la guerra que el ejército del papa perdiera contra
Austria, y de un día para otro, esa aura de liberalidad se esfumó.
Declarado por muchos italianos traidor, el papa fue expulsado de Roma, donde se
proclamó la república y se abolió el poder temporal.
En ese momento, las potencias católico romanas le
ayudaron, sobre todo la
República Francesa por mano de Luis Napoleón III, y tras
diecisiete meses de ausencia, regresó al Vaticano, el 12 de abril de 1850. Se
reestableció de nuevo el poder temporal
No obstante, era ya el tiempo de pensar en unir a
Italia como una sola nación. La solución sería la monarquía, y para ello se
creó el 17 de marzo de 1861 la creación del reino de Italia, bajo el cetro de
Víctor Manuel II, de la casa de Saboya. Roma debería ser necesariamente la
capital del reino. Con todo, el papa ve con rabia como el tiempo de los grandes
poderes terrenales de la
Iglesia , ajenos completamente a la voluntad de Cristo, iban
concluyendo.
No obstante aún abrazaba la idea de que en el
último momento llegaría la ayuda de alguna potencia católica extranjera, y en
eso estaban los jesuitas trabajando. Pero, no fue así. El 29 de septiembre de
1870, Roma fue rodeada, y al día siguiente, entraron los ejércitos italianos.
El 2 de octubre se celebró un plebiscito para que los propios ciudadanos
romanos decidieran su destino. El resultado fue increíble: 133.681 votos contra
1.507. Se decidió la unión con el Estado Italiano. El 9 de octubre de 1870, un
real decreto incorporaba Roma y el Patrimonio de San Pedro al reino de Italia. El papa perdió lo que no era suyo definitivamente, un territorio que abarcaba por aquel entonces 12.000 kilómetros cuadrados, y en el que habitaban unas 700.000 personas. Así, cayó, después de mil años, el poder temporal de
Mientras tanto, el papa Pío IX, excomulgó a todos sus enemigos, que eran muchos miles, empezando por sus antiguos súbditos de la ciudad romana. Quizás es el papa que haya excomulgado jamás a más personas. Por su parte les mandaba a todos al infierno (esto es en definitiva excomulgar según Roma).
“Pío IX, el papa “infalible” por
excelencia”
Considerándose prisionero en el Vaticano, en un
encarcelamiento autoimpuesto, trató de boicotear las nuevas instituciones
democráticas, prohibiendo a los católico romanos votar en las elecciones
políticas.
Desde el Vaticano maldijo a sus enemigos. La
maldición que declaró sobre el nuevo rey de Italia Víctor Manuel es digna de
ser transcrita aquí:
“Dondequiera que esté, ya
sea en casa o en el campo...en todas las facultades de su cuerpo...que el
cielo, con todos los poderes que se mueven allí, se levante contra él, lo
maldigan y angustien”
Todas esas maldiciones sumaron más de 130 palabras.
Los jesuitas tenían entonces mucho trabajo que hacer.
“Víctor Manuel II, rey de Italia”
Contra el resto de sus enemigos, que según el
número de los votos ascendía al 99 por ciento de la población italiana, el papa
maldijo a todos ellos también:
“Todos los que...han perpetrado la invasión,
usurpación y ocupación de las provincias de nuestro dominio, o de esta querida
ciudad (Roma)...han incurrido en la mayor excomunión y todo el resto de las
censuras y penas eclesiásticas, cubiertas por los sagrados cánones,
constituciones y decretos apostólicos y todos los Concilios generales
especialmente el concilio de Trento” (Loraine Boettner, “Roman Catholicism”,
1982, p. 246).
No fue fácil para el pueblo italiano toda esa
transición. Tuvo el pueblo que sufrir aún los desmanes del papa. Cuando una
multitud se reunió gritando vivas al nuevo rey Víctor Manuel, inmediatamente la
policía papal hizo fuego contra las gentes congregadas.
Esa fue la manifestación del sentir del papa, el
cual expresó claramente en su “Quanta Cura” su línea de pensamiento
propia del oscurantismo medieval, propia de la Roma político religiosa de siempre:
“Estas opiniones falsas y
perversas de democracia y libertad individual, son tanto más detestables, por
cuanto ellas...estorban y proscriben esa influencia saludable que la Iglesia Católica ,
por institución...debiera ejercer libremente...no sólo sobre hombres como
individuos, sino sobre naciones, pueblos y soberanos”.
Sigue diciendo el papa:
“...Esa opinión
errónea tan perniciosa para la Iglesia Católica.. .a la que nuestro predecesor,
Gregorio XIV llamó la demencia (deliramentum): es decir, “de que la libertad de
conciencia y de culto es el derecho peculiar (o inalienable) de todo hombre,
que debe proclamarse por ley, y que los ciudadanos tienen el derecho a
...expresar abierta y públicamente sus ideas, verbalmente, o mediante la prensa,
o por cualquier otro medio”.(Quanta Cura, Pío IX, 8 diciembre de
1864).
Mucho más que todo eso hizo ese réprobo papa.
Después de la votación democrática que arrasó con el poder temporal del
Vaticano, Pío IX reaccionó con una crueldad y demencia inusitadas. Ejecutó
cientos de italianos que se habían opuesto al pensamiento del papa, y unos
8.000 fueron confinados a las cárceles papales bajo condiciones inhumanas:
“Muchos encadenados a
la pared y sin libertad siquiera para ejercicio o fines sanitarios. El
embajador inglés llamó a los calabozos de Pío IX, “el oprobio de Europa” (Emmet
McLoughlin, An Inquiry into the Assassination of Abraham Lincoln – The Citadel
Press, 1977- p. 94).
Arribavene, un testigo ocular, describió el
horror de esas prisiones de ese infalible papa:
“Desde el alba hasta el anochecer, estos
miserables cautivos colgaban de las barras de hierro de sus horribles moradas,
e imploraban perpetuamente a los que pasaban para que les dieran limosnas en el
nombre de Dios. ¡Una prisión papal! Cómo me estremezco al escribir estas
palabras...seres humanos apilados juntos confusamente, cubiertos de harapos, y
rodeados de parásitos” ( Arribavene, op. cit.. tomo II, p. 389).
El “Syllabus” y otras hierbas
Dados los fracasos en lo político y militar, Pío
IX intenta sujetar a sus fieles, distrayéndoles con nuevos dogmas. En el año
1852, envía una encíclica, o carta circular a los obispos, en la cual
dice que pronto va a declarar el dogma de la Inmaculada Concepción
de María, y el “Syllabus”.
En el 1854, en su Bula “Ineffabilis Deus”, instituyó
el dogma de la “Inmaculada Concepción”, y en el año 1864 publicó el “Syllabus”.
En cuanto a este último, se trata de un catálogo
donde se condenan todas las libertades. En él, se reseñan lo que a juicio del vicario
de Cristo (y no de Cristo), son los principales errores de pensamiento y
obra. Entre otros: el creer que el papa debiera conciliarse con el progreso, la
libertad de opinión y pensamiento, libertad de prensa.
En el Syllabus, se decretó la unión de
la iglesia de Roma con el Estado, y que el catolicismo romano debe ser la
religión del estado en todas partes, y que la iglesia de Roma puede usar la
fuerza para obligar a la obediencia; por lo tanto, no hay salvación fuera de
esa institución porque se condena deliberadamente la creencia de que “todo hombre tiene libertad de aceptar y profesar la
religión que crea verdadera” (III, 15).
Este Syllabus¸ jamás ha sido rechazado
ni enmendado por Roma, y sigue, por tanto, siendo doctrina de la iglesia
romana, aunque no pueda ponerse en vigor en la mayoría de países, gracias a
Dios. En el Syllabus, Pío IX expresa todo lo contrario a lo que
predicaba cuando fue elegido papa, por ello, sólo podemos entender su actuación
inicial como una mascarada; una descarada hipocresía.
Infabilidad versus santidad
León XIII, el papa que se creía
Dios en la tierra
Su sucesor, el papa LEÓN XIII (1878-1903), tenía
por nombre común Gioacchino Pecci. Hijo del conde Domenico Lodovico. Fue el
primer nuevo papa elegido sin el poder temporal. Este papa continuaba
negando el derecho a los católico-romanos a votar. Este fue el papa que
enfáticamente declaró: “Ocupamos en la Tierra el lugar de Dios Todopoderoso” (The Great
Encyclical Letters of Pope Leo XIII, p. 304, by Benziger Brothers, N.Y. Nilil
Obstat, 1903). Poco tiempo después de su elección, excomulgó (como era
costumbre papal) a todos los evangélicos. A partir del Vaticano II, ya no se
les excomulgará; ¿quién tenía razón, los que excomulgaban o los que no? (¿infabilidad
papal?).
“León XIII, dios en la tierra”
Le sucedió PÍO X (1903-1914). Este es el célebre
Pío X, el cual escribió el célebre Catecismo Mayor, donde cercena los
Mandamientos de la Ley
de Dios, y añade otros, como ya vimos. Él también, siguiendo el ejemplo de
aquel antiguo papa Hormidas y su “Fórmula Hormidas” (s. VI), dogmáticamente
asegura que la Iglesia
de Roma es la única y verdadera Iglesia de Jesucristo.
Este varón, hijo alabado de Roma, fue “elevado a
los altares” como san Pío X.
Durante su pontificado se produjo la total
separación entre la Iglesia
católico-romana y el Estado en los países católicos. A diferencia de su
predecesor, en el 1905 levantó la prohibición de votar a los fieles (¿infabilidad
papal?).
En una encíclica publicada en el 1910, calificaba
a los Reformadores o Protestantes como: “Enemigos de la cruz de Cristo,
hombres de mentalidad terrena, cuyo dios era su vientre”, pocos años más
tarde, el Concilio Vaticano II, contrariamente definía a los Protestantes como “hermanos separados” (¿infabilidad papal?).
Hay una gran diferencia entre ser “enemigo de la cruz de Cristo” y ser
“hermano”, aunque eso sí, “separado”. ¡La verdad es que los evangélicos no
son ni una cosa ni otra!
“Pío X, el papa hecho santo por los
hombres, pero no por Dios. Fíjense en esa foto en la que posa, como si fuera un
césar romano. ¡En el dicho de hombres así deben creer los católicos!”
Este “santo” papa condenó a los
reformistas católicos, y sobre todo al movimiento llamado modernista
que opinaba que los dogmas eran símbolos en parte mutables. El papa les
calificó de “cloaca de todas las herejías”.
En oposición al modernismo y por
inspiración y promoción jesuita, nació el movimiento integrista, que
utilizó para alcanzar sus metas: la denuncia, el espionaje y las maquinaciones
ocultas, sin desdeñar todo tipo de armas más o menos violentas, entre ellas, el
poder de la prensa y de la palabra escrita en general.
Con el visto bueno y apoyo de este “santo” varón,
se creó una red secreta antimodernista internacional. Es decir, una especie de
policía secreta eclesial. Muchas denuncias se produjeron, que afectaron a casi
todos los intelectuales católico-romanos. Antisemita a ultranza, se necesitó de
la intervención del ejército italiano para liberar a los judíos del ghetto de
Roma impuesto por el Vaticano. Pío X, citado por Golda Meir en su
autobiografía, dijo: “No podemos evitar que los
judíos vayan a Jerusalén, pero jamás lo aceptaremos”.
Poco antes de morir, estalló la Primera Guerra
Mundial. Aunque de puertas para fuera Pío X adoptara una posición neutral, la
verdad es que no fue así. El Vaticano fue el principal instigador de esa
barbaridad.
Seguiremos hablando de ello.
(Continuará)
© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey,
Madrid, España. 2009
www.centrorey.org
www.centrorey.org
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