(VII)
Extraído del libro
Luz o Tinieblas
Índice del Tema
- La inmoralidad sexual del clero; la inmoralidad del celibato forzoso / Aviñón: La nueva Babilonia...
- Camino a Aviñón (Francia)
- Pedro de Morone, el ermitaño que fue papa por cuatro meses
- Bonifacio VIII, el colmo de la maldad
- Año jubilar de 1300
- La bofetada de Anagni
- Benedicto XI, el papa ofendido en su orgullo de papa
- Aviñón: La nueva Babilonia...
La inmoralidad sexual del clero; la inmoralidad del celibato forzoso /
Aviñón: La nueva Babilonia...
A pesar de tanta supuesta beatería mariana, la
cual surgía con fuerza en aquella época, en realidad, la moralidad, entre
otras, sexual, brillaba por su absoluta ausencia en la corte papal. Cuando
Inocencio IV estuvo en Lyon (Francia) por un tiempo, al regresar a Roma, el
cardenal Hugo escribió una carta agradeciendo a las autoridades eclesiásticas
de Lyon su trato dispensado al papa, recordándoles que tenían también una deuda
con él y con la gente de su corte. Al respecto, esto es lo que el prelado
escribió; obsérvese lo desvergonzado y depravado del asunto:
“Durante nuestra
residencia en vuestra ciudad, nosotros (la curia romana) hemos sido de
ayuda muy caritativa para ustedes. A nuestra llegada, encontramos apenas tres o
cuatro hermanas de amor adquiribles, mientras que a nuestra partida les
dejamos, por así decirlo, un prostíbulo que abarca de la puerta de occidente
hasta la de oriente” (de Rosa, op.cit. P. 119). Leemos bien, el cardenal
en cuestión se jactaba de haber levantado un prostíbulo en Lyon para el
disfrute del clero.
Especialmente en esa época, y hasta el tiempo de la Contrarreforma ,
gran parte del clero, desde el papa hasta el último sacerdote o fraile,
abiertamente era practicante del sexo ilícito, tal y como hemos podido leer. En
cambio, el matrimonio era (y es) inalcanzable para el clero romano.
El casarse constituía “pecado mortal”, pérdida de
la condición de clérigo, y seguramente la excomunión; no obstante, la práctica
de fornicación, era algo más llevadero, ¡terrible hipocresía!
El papa Alejandro II (1061-1073), rehusó
disciplinar a un sacerdote que había cometido adulterio con la segunda esposa
de su padre, porque “no había cometido el pecado de contraer matrimonio”. Sobre
la razón de prohibir el matrimonio al clero, escribe Dave Hunt:
“A lo largo de toda la
historia, no sólo los sacerdotes y prelados, sino también los papas, tenían sus
concubinas y visitaban prostitutas. Muchos eran homosexuales. Ningún miembro
del clero ha sido excomulgado jamás por tener relaciones sexuales, pero miles
han sido expulsados del sacerdocio por el “escándalo” de contraer matrimonio.
¿Por qué entonces la estricta insistencia en el celibato, aún hasta el día
actual, si en realidad no significa abstinencia de las relaciones sexuales?
Esto es debido a que la regla del celibato produce un resultado muy práctico y
lucrativo para la Iglesia
de Roma: Deja a los sacerdotes, y especialmente a los obispos y papas, sin
familias a quienes legar sus propiedades y, por lo tanto, no empobrece a la
institución romana. El clero no debe tener herederos”.
En una línea similar, claramente se expresó
Gregorio VII cuando dijo: “La Iglesia (de Roma) no puede
escapar de las garras del laicado a menos que los sacerdotes primero escapen de
las garras de sus esposas”; este es el otro motivo para la
imposición del celibato: Crear un “sacerdocio” libre de la influencia
sana y santa de los cónyuges e hijos.
“Gregorio VII, fue el gran
impulsor del celibato”
Por toda Italia, los clérigos abiertamente tenían
grandes familias y ninguna disciplina se decretaba contra ellos. Muchos papas
tenían familias numerosas y pocas veces lo ocultaban. Todas esas familias eran
fruto de la fornicación y del adulterio. Pero eso no era exclusivo de aquella
época de tinieblas, anteriormente ya existía la práctica fornicaria.
Cuenta de la Rosa : “Esta confusión
teológica en una época de depravación hizo que el clero, en la Roma del siglo V en
particular, se volviese un refrán para todo lo que fuese grosero y
pervertido...Cuando al papa san Sixto III (432-440), lo enjuiciaron por seducir
a una monja, se defendió hábilmente citando las palabras de Cristo, “El que de
vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra”.
Implícitamente estaba este santo papa
reconociendo su culpabilidad y la culpabilidad de los que le rodeaban, porque,
indudablemente, nadie arrojó el anatema contra él, sino que, por lo contrario,
le hicieron santo. Sigue diciendo de la Rosa : “...monjes ambulantes demostraron que eran una amenaza
social...hubo largos períodos cuando muchos monasterios no eran otra cosa que
prostíbulos...El segundo Concilio de Tours en el año 567, admitió públicamente
de que era difícil que hubiese un clérigo en alguna parte sin su esposa o
concubina” (de Rosa, op. cit. pp. 402-403).
Volviendo a Inocencio IV. Él fue quien puso en
vigor del todo el celibato en Inglaterra alrededor del año 1250. Por aquel
entonces allí, una gran mayoría de sacerdotes eran casados; práctica aceptada
por mucho tiempo por la
Iglesia en la isla (Inglaterra quedaba lejos de Roma). No
obstante, llegó el momento en que la santa sede determinó que tenía
que poner fin a toda devoción familiar clerical. La devoción del clero debía
ser solamente para la institución romana y al papa. Thompson escribe al
respecto:
“Desde su introducción, el
celibato del clero romano ha sido considerado como uno de los medios más
eficaces de establecer la supremacía de los papas; y para este fin se hizo un
esfuerzo por introducirlo en Inglaterra, después de la conquista de los
normandos” (Thompson, , op. Cit. p. 443).
Camino a Aviñón (Francia)
Con estos, y los siguientes papas, los emperadores
o reyes germanos pierden preponderancia en torno al papado. Carlos de Anjou,
hermano del rey de Francia, y sus sucesores, los reyes de Nápoles, empiezan a
tener influencia con y sobre el papado. Empiezan a nombrarse cardenales de
origen francés, y se prepara el camino para el traslado de la sede a Aviñón.
El concilio de Lyons de 1274, lanzó la
constitución “Ubi periculum”, la cual prohibía cualquier pacto,
convención o tratado hecho por los cardenales durante una elección papal, con
el propósito de impedir la simonía, es decir, la compra del cargo
papal. No obstante, poco le importó esto a NICOLÁS III (1277-1280), ya que
compró el cargo y favoreció todo lo que quiso a los de su familia, los Orsini.
Este Nicolás III es el protagonista del Canto XIX del Infierno
de Dante. El escritor florentino (1265-1321), católico, pero enemigo frontal
del poder temporal del papado, que decía, y decía bien, ser el origen
de todos los males del mundo, incluyendo la propia corrupción de los papas, ve
a ese pontífice condenado en el infierno por simoníaco. Nicolás,
perdido en su condenación eterna, a priori le confunde con Bonifacio VIII, a
quien espera en breve.
“Papa Nicolás III, protagonista
del Canto XIX del Infierno de Dante Alighieri, en el infierno”
Su sucesor, MARTÍN IV (1281-1285), era tan dado a
la gula, que se decía que “hacía morir a las angulas en vino”. Dante
le ve también en el “más allá” diciendo de
él: “...y aquella faz, más escamosa que las otras,
es de uno que tuvo la santa iglesia en sus brazos. Fue de Tours, y purga con
ayunos las angulas de Bolsena y la garnacha”.
Pedro de Morone, el ermitaño que fue papa por cuatro meses
La “silla de san Pedro”, seguía siendo
para los romanos un botín a disputar entre las familias dominantes. Cuando
murió NICOLÁS IV (1288-1292), la sede quedó vacante veintisiete meses, porque
las fuerzas de los Orsini y de los Colonna estaban absolutamente igualadas (¿Sucesión
apostólica?).
Tras dieciocho penosos meses de cónclave,
los nueve cardenales que quedaban, después de buscar las mil y una maneras de
poder contentar a todos, no pudiendo conseguirlo, sólo pudieron encontrar una
posibilidad, que al menos, no disgustara por completo a ninguna de las
facciones (¿sucesión apostólica?). Tuvieron que salir de Roma y de sus
entornos, e ir a buscar a un ermitaño, Pedro de Morone, fundador de una orden
monástica llamada de los “espirituales”. Fueron a buscarle hasta donde él
estaba, en una cueva. Pedro se negó ir a Roma, aunque sí aceptó ser papa, y lo
hizo con el nombre de CELESTINO V (1294).
La corte papal se trasladó a Nápoles. Allí el rey
Carlos II de Anjou, se felicitó del hecho, y como Pedro de Morone, el antiguo
ermitaño, ahora papa, era muy simple e ignorante, cayó bajo la influencia del
rey napolitano. Después de unos meses, presionado por la curia y muy
especialmente por Benedicto Caetani (el que más tarde sería Bonifacio VIII),
abandonó el papado tras cuatro meses de estar sentado en el solio.
Muchos pensaban que el “angélico”, como
así le llamaban, iba a ser capaz de renovar la iglesia papal, sin embargo, ese
pobre hombre, incapaz de comprender los entresijos del Vaticano, añorando su
cueva y despreciando lo terrenal, quiso volver a ella. Esos que pretendían que la Iglesia romana abrazara el
evangelio de la sencillez cristiana, no se percataron de que tal cosa es
imposible. Roma nunca dejará de ser lo que es, ella es “semper eadem”
(siempre la misma), no cambia.
“Dibujo que representa al
“angélico”, Pedro de Morone”
Tras un cónclave de un solo día, fue elegido papa
Benedicto Caetani, el instigador de la renuncia del anterior papa. Su nombre,
BONIFACIO VIII (1294-1303). Lo primero que hizo este también sanguinario papa,
fue trasladar la corte papal de Nápoles de nuevo a Roma, pero no fue él solo,
sino que trajo con él al desdichado Celestino, el antiguo papa ermitaño, a
quien quería tener bajo su control, dadas las dudas acerca de la legalidad de
su abdicación. El “angélico”, aterrorizado, escapó, y Bonifacio mandó
a sus soldados para que lo apresaran. Después de cierto tiempo lo consiguieron
cuando pretendía huir de Italia. En el juicio que le hicieron ante Carlos de
Anjou y el mismo Bonifacio, el desdichado Celestino, tuvo suficientes agallas
para decir estas palabras proféticas a la cara del nuevo papa: “Has entrado como un zorro, reinarás como un león, y
morirás como un perro”. Inmediatamente fue encerrado en la fortaleza de
Fiume, donde murió antes de que transcurriera un año, allí fue asesinado,
clavándole un clavo en la cabeza. Así paga Roma a sus papas “desleales”. Por
supuesto, que ante el peso de la historia y la opinión general, se decidió, con
el tiempo elevar a ese desdichado “a los altares” con el nombre de san
Celestino, santo asesinado por uno de los más importantes papas
romanos de la historia, BONIFACIO VIII (1294-1303).
Bonifacio VIII, el colmo de la maldad
Bonifacio, una vez coronado en san Pedro del
Vaticano, fue agasajado por los romanos y preparó un banquete que rebasó todo
lo conocido hasta la fecha, y esto que en el palacio del Laterano, donde a la
sazón residía el papa, los banquetes habían sido siempre sin igual.
Bonifacio VIII, revocó la mayoría de las
decisiones de su antecesor y canceló sus nombramientos (¿infabilidad
papal?). Empezó a destacar sobre muchos otros papas anteriores en la
práctica de simonía y nepotismo. Cuenta Chamberlain:
“Conseguir oro para
comprar tierras con las que crear una sólida posición para la familia Caetani -
he aquí el por qué y razón de su política, he aquí su estrecha e indigna
política de campanario que minó todo lo que podía haber sido grande y duradero
en su actuación-. En opinión de Bonifacio, era imposible, por definición, que
un papa cometiera simonía, pues él era la Iglesia , y la Iglesia era él, y todo lo que poseía la Iglesia estaba a su
disposición. Roma era una boca gigantesca que chupaba oro de Europa...Cuando el
poder universal y la riqueza de la
Iglesia se desviaban hacia el engrandecimiento de una sola
familia, las pretensiones de Bonifacio superaban incluso la cínica tolerancia
de su tiempo”.
La verdad, va todavía más lejos, si cabe. Según
Durant, (Durant, Vol. 6, p. 232), BONIFACIO VIII (1294-1303) practicó brujería.
Llamó mentiroso e “hipócrita” a Jesucristo; profesó ser ateo, negó la vida
futura y fue un homicida y un pervertido sexual pedófilo. Categóricamente este
papa dijo lo siguiente: “El darse placer
a uno mismo, con mujeres o con niños, es tanto pecado como frotarse las manos”.
Sobre la vida eterna decía, contradiciendo el
mensaje cristiano hasta en su más mínima expresión: “El hombre tiene tanta esperanza de vivir después de la
muerte como ese pollo asado que hay sobre la mesa del banquete”. Esto lo
decía ante la mirada atónita de los asistentes a la fiesta.
Dice Hunt: “No
titubeó en tener a su madre y a su hija juntas como concubinas” (A Woman Rides
the Beast, p. 173). Con razón Dante ya le reservara un sitio en
su infierno de la “Divina Comedia (Canto XIX)”, cuando
todavía no había muerto.
“Efigie de Bonifacio VIII, solo hay
que prestar atención a ese rostro para entender mejor como fue ese sujeto”
Querido lector, este fue un romano pontífice
reconocido, este es uno de los papas infalibles que dictaron dogmas
que el fiel católico-romano ha de seguir con fe ciega; según Roma este
hombre fue “Vicario” de Jesucristo aquí en la tierra. Todo buen
católico- romano, así lo ha de creer y aceptar.
Fue durante el pontificado de Bonifacio VIII que
Dante visitó Roma. El escritor describió el Vaticano como el “alcantarillado
de la corrupción”, y puso en su obra, como vimos, a Bonifacio VIII, junto
con los papas Nicolás III y Clemente V en “las profundidades del infierno”.
En ese tiempo, san Buenaventura, cardenal y General de los franciscanos,
dijo que Roma no era más que la ramera del Apocalipsis.
Bonifacio VIII, deseaba poder tener un hijo para
hacerle heredero de los bienes de “su Iglesia”, como esto era imposible por la
misma ley canónica que él debía defender, se propuso favorecer a su familia,
los Caetani: “hasta que una cadena de ciudades
Caetani se perfiló sobre montañas, desde Roma hacia el Sur, hasta Caserta y el
lejano mar...para ello fueron desposeídas familias establecidas desde hacía
mucho tiempo” (Beynon).
“Escudo papal de Bonifacio VIII,
donde consta el propio escudo de los Caetani, su familia, a la cual sirvió
desde su posición egregia con inusitado afán nepotista”
En su afán nepotista, Bonifacio
convirtió a su ciudad natal, Anagni, en el corazón de sus posesiones.Para todo
ello arremetió sin ambages contra los Colonna, sus adversarios, los cuales
comenzaron a esparcir las dudas acerca de la legalidad de su elección. La
escalada de descalificaciones y amenazas entre ambos bandos fue creciendo,
hasta que el papa excomulgó a los dos cardenales Colonna, sin respetar ninguna
garantía jurídica. Luego, excomulgó a toda la familia, ¡hasta la cuarta
generación!, y declaró herejes, y por lo tanto, presa legítima para cualquiera
que diera con ellos, los capturara o les diera muerte.
Los Colonna, buscaron apoyo en el rey de Francia,
y Bonifacio respondió proclamando una cruzada contra toda la familia
Colonna. Aquellos que dieran dinero para financiar la lucha de Bonifacio y su
familia, los Caetani, contra los Colonna, verían cómo sus pecados eran
remitidos. Los que robaran o atacaran a los Colonna, no serían ladrones ni
asesinos a los ojos de Dios ni a los de la ley, sino “virtuosos cristianos”.
Las tropas papales, quedaban dispensadas de respetar incluso las mínimas leyes
en cuanto a la guerra que estaban entonces establecidas. Su crueldad horrorizó
a todos. Los campesinos de las tierras de los Colonna fueron desposeídos por
los cruzados, y muchos de ellos vendidos como esclavos. Gracias al poder debido
a su posición, Bonifacio VIII venció, y los Colonna, los que quedaban, tuvieron
que escapar al exilio en el año 1299.
Año jubilar de 1300
Feliz en su victoria, aunque necesitado de
dinero, aprovechó la llegada del año 1300 para proclamar el primer año jubilar
de la historia, otorgando indulgencia plenaria a todos los peregrinos que
visitasen Roma, e incluso extendiera las indulgencias a las almas del
purgatorio.
En esos tiempos, Jerusalén estaba en las manos
del Islam, por lo tanto, Roma era el punto de mira de los “penitentes”.
Llegaron riadas de peregrinos y también ríos de oro fluyeron hacia las arcas de
la sede romana. Animado por el resultado del evento jubilar, volvió al campo de
la política, esta vez enfrentándose de nuevo a Felipe el Hermoso. Mientras esto
ocurría, Bonifacio quería hacerse con el dominio de Sicilia y la Toscana , especialmente, de
la república de Florencia. El papa conspiró con los nobles florentinos para que
le auparan en el poder. Cuando la intriga fue descubierta, Bonifacio no se echó
atrás sino muy al contrario, reaccionó con la ilimitada arrogancia que su cargo
y su personalidad le impelían: “¿No es el Sumo
Pontífice señor de todo? ¿No nos rinden sumisión los emperadores y los reyes de
los romanos, siendo superiores a Florencia?”. Añadió diciendo: Si no se
le prestaba humilde y absoluta obediencia
“infligiría el mayor daño a sus ciudadanos y mercaderes, haría que sus
propiedades fueran robadas y confiscadas en todas las partes del mundo,
liberaría a todos los deudores de tener que pagar sus deudas” (Beynon)
“Sepulcro de Bonifacio VIII, el
papa ateo”
En el año 1302, Bonifacio emitió su célebre bula
“Unam Sanctam”, de la que hablaremos más. Su doctrina sirvió de
referencia sólida a muchos de sus sucesores. Al final del escrito “infalible”,
decía: “Nos, declaramos, manifestamos y
determinamos, que es absolutamente necesario para la salvación de todas las
criaturas humanas, que se sometan al Romano Pontífice”.
¿Qué decir o comentar sobre esta barbaridad?, no
vale la pena, sobre todo en alguien que no creía en la salvación ni en la vida
eterna.
La bofetada de Anagni
Después de la célebre “bofetada de Anagni”,
cuando Sciarra Colonna, le dio un bofetón al papa cuando éste sorprendido por
aquél, arrogantemente le había mostrado su cuello para que se lo cortase con su
espada, poco más le quedó a Bonifacio que experimentar sobre la tierra.
Prácticamente prisionero de los Orsini (otra de las familias patricias
romanas), moriría poco después, tal y como aquel Celestino el ermitaño,
declaró, como un perro. Ferrero da Vizenza escribió: “Invadido por el espíritu diabólico, daba furiosamente
con la cabeza contra las paredes, y manchó con su propia sangre sus escasos
cabellos canos”. Este fue otro papa infalible, elegido según el
sistema romano de la “sucesión apostólica”...(o “algo así”)
Benedicto XI, el papa ofendido en su orgullo de papa
Le sucede a Bonifacio, Benedicto XI (1303-1304).
Este revoca muchas de las decisiones tomadas por su antecesor inmediato, pero,
ante el hecho de la “bofetada de Anagni”, es decir, la simple bofetada
que le propinó Sciarra Colonna a Bonifacio, cuando este último, altaneramente
le alzó el cuello con el orgulloso ademán de que se lo cortara, desaforada y
exageradamente se irrita y lanza una maldición, no sólo sobre el autor de la
merecida bofetada, sino sobre la misma ciudad de Anagni, diciendo:
“¿Qué santuario habrá
que se respete, después de violado el Pontífice de Roma? ¡Oh, maldad inaudita!
¡Miserable Anagni, que has dejado cometer semejantes crímenes dentro de tus
murallas! ¡Que no te envíe jamás el cielo ni el rocío ni la lluvia; derrúmbense
sobre ti las altas montañas, porque el héroe ha caído! Aquel que tan gran poder
tenía (Bonifacio VIII), ha sido derribado viéndolo tú, y no te opusiste”
(Beynon).
Era mayor el orgullo herido, que el respeto a la
verdad. El papa debía proteger el papado aun al precio de una maldición sobre una
ciudad entera, y aun cuando esa ciudad fuera la ciudad natal del propio
Bonifacio VIII. Ese papa intransigente e injusto tuvo que abandonar Roma en
1304 a causa de las luchas partidistas. Ningún papa pisaría Roma en los
siguientes sesenta años. Benedicto XI moriría víctima de una intoxicación por
higos, probablemente causada por un monje franciscano en Perusa.
“La bofetada de Anagni”
Aviñón: La nueva Babilonia...
Clemente V
Allí en Perusa, nueve días más tarde de la muerte
de Benedicto, se reunió el cónclave cardenalicio, y tardó ¡más de once meses!
en tomar una decisión. El colegio cardenalicio estaba dividido en dos
facciones, la italiana y la francesa. Finalmente se llegó a un acuerdo, y se
elegió a German de Goth, arzobispo de Burdeos, porque vieron en él a
alguien que iba bien para los intereses particulares de todos (¿sucesión
apostólica?).
Afincado en Francia, era súbdito inglés y en
principio, enemigo del rey francés, Felipe IV, aunque no del pueblo galo. El
único problema era que no era cardenal, pero eso en sí, no entrañaba ninguna
dificultad. Aquí podemos ver en qué se basaban los cardenales para elegir al
papa, en asuntos meramente de índole humana y política, en intereses
partidistas o particulares. Evidentemente, Dios estaba totalmente ausente (para
ellos) de toda esta cuestión. Así fue, y así sigue siendo.
Al no ser purpurado, es decir, cardenal, no
estaba en el cónclave, y por ello no le pidieron que fuese a Roma a ocupar el
solio pontificio. En lugar de esto, se hizo coronar solemnemente el 14 de
noviembre de 1305 en Lyon (Francia). El rey francés estaba allí, e incluso
llevó la brida del corcel blanco del nuevo papa. En ese momento, el caballo se
encabritó al desplomarse una pared, ocasionando varias víctimas, entre ellas
dos hermanos del propio pontífice, y la tiara de Clemente V, el nuevo papa,
saltó por los aires, perdiéndose una de las muchas piedras preciosas. Muchos
vieron en este acontecimiento un mal presagio, fruto de una elección
inapropiada.
“Aviñón (Francia)”
¿Cuál fue la razón por la cual Clemente se quedó
en Francia y no fue a Roma? La versión oficial es que Roma era un lugar
peligroso, no obstante, Roma siempre había sido un lugar peligroso. Un
cronista de la época, Villani, nos cuenta un interesante relato al respecto.
Dice así: “Prevenido a tiempo Felipe el Hermoso (de
que el arzobispo de Burdeos había sido elegido papa), tuvo con el prelado (el
arzobispo German de Goth) una breve entrevista que le bastó para asegurárselo:
”-Arzobispo - le dijo - , puedo hacerte Papa si quiero, con tal que me prometas
seis gracias. - El prelado cayó a sus pies y le dijo:” - Monseñor, ahora es
cuando veo que me queréis más que a nadie en el mundo, y que me queréis
devolver bien por mal. Mandad y obedeceré -”.
Sólo podemos ver en todo esto a un hombre, el
arzobispo German de Goth, vendido, y preso de su propia codicia y ambición. El
rey francés, tan astuto como malvado que era, logró con esa argucia meterse al futuro
papa en el bolsillo. Evidentemente, de ser un enconado enemigo, Felipe pasó a
ser el predilecto del papa. Así pues, en el año 1305, CLEMENTE V (1305-1314),
fue coronado papa, bajo la influencia del rey francés. Por todo ello, trasladó
la corte pontificia a Aviñón (Francia) en el 1309. Apoyó los intereses
políticos de Francia, y en concreto los del rey francés, Felipe IV el
Hermoso. La corte papal, según palabras del propio Dante “es una desvergonzada prostituta que se besa de vez en
cuando con un gigante que es el rey de Francia”.
Este papa nombró a muchos cardenales franceses
para que le apoyaran; por todo ello, negose a trasladar la corte papal de
vuelta a Roma, y esto produjo gran desesperación a los romanos. La corte papal
permaneció en Aviñón hasta el año 1371. Este papa presuntuoso y malvado,
amenazó al rey Eduardo II (1284-1327), rey de Inglaterra, de la siguiente
manera: “Hemos oído que has suprimido la tortura
como algo contrario a las leyes de tu tierra. Sin embargo ningún Estado
puede pasar por encima de la ley canónica de la Iglesia , nuestra ley. Por
lo tanto, te mando que enseguida sometas a esos hombres a la tortura”
(Durant, op. cit, vol.V pag. 527). Como puede verse por sus
propias palabras, ese papa y sus correligionarios eran hombres sanguinarios que
despreciaban el valor de la vida humana, instigando e incluso abiertamente
mandando a los reyes y emperadores a que mataran, torturaran, y encarcelaran a
todos aquellos que siquiera sutilmente amenazaran sus intereses de poder. Es
más, tal y como Clemente V dijo, la ley canónica de la iglesia de Roma
contempla la tortura; veremos más de esto, más adelante. ¿Va Dios a usar
hombres así? ¿Puede un hombre como este Clemente V representar a Cristo en
alguna medida? Después morir el papa, la sede papal quedose dos años vacante, y
Clemente V, es recordado entre otras cosas por su vergonzoso nepotismo (algo
así como tráfico de influencias, peroen grado superlativo), y sus
bochornosas finanzas, producto del abuso de poder.
El Banquero de Aviñón
De la misma manera actuó su sucesor JUAN XXII
(1316-1334). Fue llamado el “Banquero de Aviñón”. Supo como
enriquecerse y enriquecer las arcas papales. Cualquier ascenso en el escalafón
jerárquico, suponía una importante entrada de dinero en esas arcas; en otras
palabras, los cargos eclesiásticos eran comprados, y con ellos se hacía
mercadería.
Así como solía ser siempre en Roma, ahora era en
Aviñón. Además los impuestos crecieron de modo que parecía no tener límite. No
obstante, los afectados, no sólo el pueblo sino los reyes, llegaban al colmo de
su paciencia. Tal fue el caso del rey Luis de Baviera, que fue el primero que
se enfrentó al papa francés. Convocó un concilio general y le acusó de herejía.
El papa inmediatamente le excomulgó. También hay que añadir que el papa
francés, más pendiente de su protector el rey francés, debiendo coronar a Luis
como rey de Alemania, no lo hizo por motivos de interés político.
“El banquero de Aviñón, el papa
Juan XXII”
Mientras tanto, los pobres franciscanos
acusaban al papa de corrupto en sus riquezas, enseñando que eso era cosa
contraria a las enseñanzas de Cristo, y se pusieron de parte del rey alemán, el
papa Juan, en el 1323 condenó tal doctrina franciscana con la Bula “Cum inter nonullos”.
Escribe Hunt: “...odiaba a los franciscanos por
haces votos de pobreza que condenaban su lujoso estilo de vida personal. Había
amasado una enorme fortuna “embaucando a los pobres, vendiendo medios de vida,
indulgencias y dispensaciones” (de Rosa, op. Cit. p. 180). Juan XXII se enojó y
condenó como herejía la forma de vida franciscana” (A Woman Rides the Beast,
pp. 118, 119).
El negar este dogma suyo expuesto en “Cum
inter nonullos”, era herejía castigada con la pena máxima. Juan XXII mandó
a las autoridades civiles que quemaran en la hoguera a los franciscanos que
habían hecho votos de pobreza; los que no quisieron hacer eso fueron
irremisiblemente excomulgados. Durante su pontificado hizo matar a más de 114
franciscanos a través del “santo oficio”. Murieron quemados vivos.
A raíz de todas esas, y otras atrocidades, el
consejero de Luis de Baviera, Marsilio de Padua, que evidentemente debía
conocer bien las Escrituras, le envió al papa el escrito más antipapal que se
recuerda haber escrito en la
Edad Media a ese nivel. Lo tituló “Defensor pacis”.
En él, Marsilio negaba el origen divino del primado papal, asegurando que ni
Cristo constituyó jefe alguno entre sus apóstoles, ni se podía demostrar que
Pedro hubiera estado nunca en Roma, entre otras cosas.
En el año 1328, Luis entró en Roma, no habiendo
podido ser coronado por el papa francés en su momento, se hizo coronar como
emperador por Sciarra Colonna, y nombró papa a NICOLÁS V (1328-1330). Este
Nicolás llegó a ser antipapa, ya que la inmensa mayoría de los
cardenales eran franceses y querían que la sede papal siguiera estando en
Francia.
Máquina de hacer dinero
Juan XXII, fue un hombre avaro y practicante del
nepotismo. También era un fornicario, no era ningún secreto que dicho papa
tuviera un hijo, y que lo ascendiera a cardenal. Además de todo eso, era
desconocedor de la teología; por ello, no sólo sus enemigos políticos, sino
también teólogos reputados, le calificaron de hereje (¿infabilidad papal?).
Una de las cosas que enseñaba desde su cátedra
papal, era que las almas de los que morían en gracia de Dios no gozaban del
Cielo sino hasta después del Juicio Final. Esto no es sólo antibíblico sino
también contrario a la enseñanza de Roma. Esta es una muestra más del imposible
de la pretendida infabilidad papal, que él personalmente no defendía.
Aquí estaba un papa hablando “ex cátedra” en materia de fe, doctrinalmente
equivocado. Sin embargo, aquel no fue su único error doctrinal, ni mucho menos.
Debemos partir de la premisa de que a Juan XXII no le importaba absolutamente
nada la teología; él sólo la usaba para su beneficio particular. Publicó
una lista de crímenes y pecados asquerosos junto con el precio individual por
cada uno. La lista era exhaustiva, no omitió ninguna iniquidad: asesinato,
incesto, sodomía, engaño, etc. Entonces declaró que él, como vicario de
Cristo y cabeza de la Iglesia ,
absolvería a los transgresores por cada cantidad de dinero que se diera según
rezaba la lista en cuestión.
Cuanto más dinero poseía la persona, tanto más
podía pecar porque después de pagar sus pecados, estos iban a ser “perdonados”.
Gran parte de la riqueza adquirida de ese modo era gastada en sus guerras. El
era un gran aficionado a guerrear. De Rosa dice: “La
sangre que derramó habría enrojecido las aguas del lago Constanza, y lo
cadáveres de las víctimas habrían formado un puente desde una costa a la otra”
(de Rosa, op. Cit. p. 212). A este corrupto y asesino papa se le
apareció la virgen, en concreto, de todas ellas, “la señora
del Monte Carmelo”. Juan XXII, cruel y sanguinario, así como engañador y
estafador, juró que así fue, y que le dio un mensaje, a ese mensaje le llamó la Gran Promesa , y tiene
que ver con el uso del escapulario.
Bibamus Papaliter, Benedicto XII
Su sucesor, BENEDICTO XII (1334-1342), trató de
reparar los desaguisados teológicos de su predecesor. Aunque más conocedor de
la teología, no por ello la aplicaba a su vida más que los papas que le
precedieron. Mandó construir un palacio para él y sus sucesores, aunque más
bien era una fortaleza gigantesca, en una superficie de más de 6.400 metros
cuadrados. A su lado, la catedral, centro de culto de los fieles, era pequeña e
insignificante. Petrarca, el clérigo y poeta, calificó a ese Benedicto de “beodo de la nave de la Iglesia ”. A este
papa se le atribuye la frase: “Bibamus papaliter”, es decir, “bebamos
como un papa”.
Promulgó en 1336 la bula Benedictus Deus
en la que fijó oficialmente la doctrina católica sobre la visión beatífica,
según la cual los fallecidos en gracia de Dios gozan de su visión hasta el
Juicio Final. Es decir, definió ex cathedra “la inmediata visión intuitiva
de Dios, para las almas de los justos que no tengan faltas que expiar”
(Enciclopedia Católica).
Así que vemos que un papa beodo, como todos los
que le precedieron, y le precederían, asegura que los justos tienen faltas que
expiar (negando así la rotundidad del sacrificio de Cristo al respecto), y
además añade – y ese fue el propósito de la bula en cuestión – que los que
llegan al cielo, sólo podrán “intuitivamente” tener una visión de Dios, hasta
el Juicio Final, juicio que nada tiene que ver con los verdaderos cristianos,
sino con el resto de la humanidad (Ap. 20: 11-15), cuando la Palabra de Dios nos
asegura que le veremos tal y como Él es (1 Jn. 3: 2).
“Benedicto XII, el papa beodo”
Este papa en cuestión, es el que por primera vez
coloca una tercera corona de oro en la tiara papal, como símbolo de poder total
sobre la tierra. Este atributo del papa hacia el papa, sigue prevaleciendo
hasta la fecha. Recordemos que no fue sino hasta el siglo IV, es decir, después
de Constantino, que el obispo se cernía su tiara. Esa primera tiara no tenía
corona alguna, aunque intentaba imitar las tiaras de los reyes persas. A partir
de ese Benedicto XII, se impuso la tiara de tres coronas con tres coronas de
oro añadidas. Recordemos lo que significa: “Soberanía espiritual sobre las
almas, soberanía temporal sobre los Estados Pontificios, y mixta de ambas
categorías, sobre todos los demás reyes y poderosos de la tierra”.
La iglesia de Roma, y su papa, como representante
de todo ese poder sobre: Las almas de los hombres, las tierras y los reyes del
mundo, cumple a la perfección con la descripción de la mujer vestida de púrpura
y rojo, (colores de los cardenales y obispos respectivamente, es
decir, de la jerarquía romana), adornada de oro y de piedras preciosas (Ap. 17:
4), que se sienta sobre “pueblos, muchedumbres,
naciones y lenguas” (Ap. 17: 15). Por lo tanto la Biblia tiene mucho que
decir respecto de la iglesia romana.
Papa Clemente VI, otro infame
Le siguió a Benedicto, otro papa francés,
CLEMENTE VI (1342-1352). Este papa llegó a excomulgar solemnemente, nada menos
que al mismo emperador Luis de Baviera, con aquellas palabras: “al que la tierra trague vivo y cuya memoria
sea raída”. A este papa, al igual que a Benedicto XI que maldijo a toda la
ciudad de Anagni, o a Clemente V que mandó al rey Eduardo, rey de
Inglaterra, que había suprimido la tortura, a que volviera a ponerla en práctica,
y por qué no decirlo, tal y como hemos estudiado, a la inmensa mayoría de papas
anteriores a Clemente, y como veremos, a los posteriores, a todos ellos,
les hubiera sido extremadamente útil prestar atención a las palabras de aquél a
quien decían suceder, el apóstol San Pedro, cuando dijo: “sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos
fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni
maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que
fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Pedro 3: 8, 9).
Devolver bien por mal es la virtud que mejor expresa y muestra la presencia de
Cristo en la vida del verdadero creyente.
Ningún papa, fue un buen ejemplo de esa verdad.
No obstante, multitudes hoy en día y a lo largo de la historia, han creído y
creen firmemente que el papado es una institución divina. Gracias a Dios que no
es así, y que esos hombres corruptos que se llamaron a sí mismos papas nunca
han representado en absoluto a Cristo Jesús. No obstante, ¡Cuánto se pretende
que así sea!
Adrian Milton en su libro “The Principality
and Power of Europe, pag. 172”, escribe al respecto de esas pretensiones
papales: “El papado reclama la soberanía sobre todos los reinos de la
cristiandad, sean católico romanos o no, así como sobre todas sus naciones y
sus líderes. Él (el papa), todavía es el “Padre de los reyes y los príncipes,
el Vicario de Cristo, y el Gobernante del Mundo”… cuán consabido es el hecho de
que en “El Pontifical”- el libro usado por el Vaticano para la coronación de
los papas- se especifica que cada pontífice es “nuestro Señor Dios, el papa”.Obvia comentar lo blasfemo de este asunto.
El día de la coronación de Clemente VI, el 19 de
mayo de 1342, se celebró una fiesta cuyos datos vamos a reproducir. Esto nos va
a dar una idea concreta del fasto en el que aquellos “siervos” de Dios vivían,
a expensas de la miseria del pueblo, y por lo tanto, de sus fieles. Estos datos
están recogidos en el volumen 195 de Introitus et Exitus de la Cámara Apostólica ,
que se guardan en el Museo Vaticano:
“Aparte de los muebles y
gastos de decoración del palacio papal, y de la iglesia de los Dominicos, en
víveres para los banquetes, se emplearon 118 bueyes; 101 terneros; 1.021
carneros; 914 cabritos; 60 cerdos; 69 quintales de manteca; 300 sollos; 3.031
capones; 3.043 gallinas; 7.428 pollos...etc. Se usaron para las cocinas 116
calderas; se emplearon 26 cocineros, 41 ayudantes, 14 carniceros con 20
ayudantes y 250 sirvientes. Se vaciaron 102 pellejos de vino común, además de
los de solera; se compraron 2.200 ánforas de vidrio y 5.000 vasos. Se gastaron
10 quintales de cera para el alumbrado y, en resumen, puede decirse que el
gasto total vino a ser de 12.000 florines de oro, más 1.500 escudos de oro, o
lo que es igual, ¡un millón de liras de oro!”.
Toda esta fastuosidad ocurría cuando la peste
azotaba Europa, y la muerte y la miseria eran moneda de cambio en la sociedad.
Por todo ello, muchos se levantaron en contra de todo ese dispendio y derroche,
entre otros, de nuevo Petrarca, quien consideró a ese papa digno de ser enviado
a la horca. En sus epístolas tituladas “Sine titulo”, llama a la Iglesia de Aviñón “La Nueva Babilonia ”,
en clara alusión a Apocalipsis cap. 17 y 18. El rey Eduardo de Inglaterra,
comentando sobre la fastuosidad de los banquetes papales en cuestión, comentó: “Se
encargó a los Apóstoles que condujeran el rebaño de la Iglesia , no que lo
trasquilaran”.
Si era rico el papa Clemente que literalmente
compró la ciudad de Aviñón; y ésta perteneció al papado hasta la Revolución Francesa.
Fue famosa la corte papal de Clemente VI desde el primer momento; también a
éste se le atribuye la frase cínica de que sus predecesores no habían sabido lo
que era ser papa; en otras palabras, que él sí sabía aprovecharse bien de la
condición de su cargo. Sin embargo, no se cortó en esparcir por doquier la
mentira del papado. Buscando más “parroquia”, se dirigió a los cristianos
armenios requiriéndoles que creyeran en el papa como Vicario de Cristo en la
tierra, diciendo que éste posee el mismo poder de jurisdicción que Cristo mismo
poseía durante su vida humana. Así pues, ese hombre pecador y corrupto se
comparaba con Cristo Jesús. Tal blasfemia le parecía poco a tal papa; pero no
sólo a él, ya que esta ha sido la línea tradicional del papado hasta hoy.
Además de todos esos pecados, Clemente VI era un
aficionado a las mujeres; era tan aficionado a las mujeres como aficionado a
los placeres de la buena mesa. Villani, comentaba de él: “...cuando era arzobispo, no se apartaba de las mujeres,
sino que vivía a la manera de los nobles jóvenes, y tampoco de papa intentó
controlarse. Las nobles damas tenían el mismo acceso a su cámara que los
prelados, y, entre ellas, la condesa de Turenne era tan íntima que, en parte,
él distribuía sus favores por mediación de ella”.
Para Petrarca, clérigo y poeta, ese papa y la
condesa de Turenne eran “ese Dionisos eclesiástico
con sus obscenos e infames artífices, y su Semiramis, fundidos en incestuosos
abrazos”. Los escandalizados fieles vieron en la peste
que asoló Europa en 1348, el castigo que Dios les enviaba por los excesos que
se cometían entre la jerarquía, incluidos los del papa. La muerte se llevó a
Clemente VI los primeros días de diciembre de 1352. Este fue otro de esos infalibles
papas.
El nepotista Inocencio VI
A Clemente VI, le sucedió INOCENCIO VI
(1352-1362), el cual practicó el nepotismo, aupando a sus parientes a
las más altas dignidades eclesiásticas (¿infabilidad papal?). Al
respecto, comenta el historiador católico F. L. Beynon: “Lo...que sí puede
achacársele fue el desmesurado amor por sus parientes, de los que elevó buen
número a dignidades eclesiásticas que estaban muy lejos de merecer”.
A Inocencio le siguió URBANO V (1362-1370).Cuando
Hugo de Roger, hermano del difunto Clemente VI, rechazó la tiara pontificia que
en principio le fue entregada, el Colegio Cardenalicio, reunido de nuevo en
cónclave, eligió a Guillermo Grimoard de Mende como sucesor de Inocencio. Este
ni siquiera era cardenal. Aunque francés de origen, ante las numerosas
peticiones de diferentes personalidades de la época, incluido Petrarca, o el
emperador Carlos, se dispuso a marchar a Roma y reestablecer la corte papal
allí. Corría el año 1367.
Desde aquel momento, y cuando la corte pontificia
estuvo en Roma, el papa ya no habitaba más en el palacio de Letrán, sino en el
del Vaticano; ésta llegó a ser la residencia oficial. Previamente, el cardenal
español Álvarez de Albornoz, había estado en Roma preparando la vuelta del
papa. Muerto el cardenal, Roma volvía a ser un lugar ingobernable y poco seguro
para el papa francés. Entonces, decidió volver a Aviñón ante el regocijo de sus
cardenales franceses. Murió rápidamente, y esto fue tenido por un castigo de
Dios por haber abandonado la “Ciudad Eterna”. Este papa Urbano fue el que
aceptó de buen grado el uso de la tiara de triple corona.
Un cardenal de 18 años
GREGORIO XI (1370-1378), de nombre común Pierre
Roger de Beaufort, era sobrino de Clemente VI. Fue elegido irregularmente papa,
era cardenal, pero nunca fue diácono. En términos canónicos eso es una
incongruencia; la explicación, por otro lado sencilla, el cargo y título de
cardenal lo recibió a los dieciocho años de su tío el papa Clemente VI. Debido
a eso, ¡hubo de ser ordenado sacerdote y obispo en un mismo día! (¿sucesión
apostólica?).
Este papa Gregorio XI, a través de su bula del
año 1372 “In Coena Domini”, reclamó el dominio papal completo sobre
toda la cristiandad. Sobre lo religioso y lo secular, y excomulgó a todos los
que desistían obedecerle, por no pagarle los correspondientes impuestos. Aunque
francés, protagonizó el regreso del papado a Roma. En el 1377, entró en Roma
entre vítores de la muchedumbre, y se instaló en el Vaticano.
“Gregorio XI, el papa que fue cura
y obispo en un mismo día”
Murió también al poco de trasladar su corte, y
sin embargo, nadie de los defensores del papado en Roma, incluidas santa Catalina
de Siena o santa Brígida de Suecia, que hasta la saciedad habían
denunciado que el papa debía volver a Roma, atribuyeran el fallecimiento del
papa a algún designio divino esta vez. Roma, a la sazón, era un lugar
ingobernable, fruto de la herencia imperial y luego papista. Un ejemplo de esto
que estamos diciendo era el gran número de atrocidades cometidas por manos de
los mercenarios papales. Una de tantas, es ésta: El cardenal Roberto de
Ginebra, apodado el “carnicero de Cesena”, dirigió una matanza contra
cuatro mil ciudadanos. De naturaleza enfermiza, el papa, sobrino de otro papa,
murió prematuramente, a los cuarenta y siete años, el 27 de marzo de 1378.
La
Edad Media
No obstante, no sólo la Edad Media fue testigo
de las atrocidades del papado y sus derivaciones. Veremos en los próximos
capítulos cuánto nos va a sorprender Roma…
(Continuará)
© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey,
Madrid, España. 2009
www.centrorey.org
www.centrorey.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario