miércoles, 22 de abril de 2015

HISTORIA DE LOS PAPAS DE ROMA: LA SIMIENTE DEL FALSO PROFETA




(VI)

Extraído del libro Luz o Tinieblas

 Índice del Tema

La institución papista avanza... De la era Gregoriana (licencia para robar) a la era de Inocencio III (licencia para exterminar)


Introducción

Con el empuje de los emperadores germanos, comenzando por Enrique III de Alemania, el papado se iría convirtiendo en la institución más poderosa de Europa. A partir del 1048, y a raíz de la dieta de Worms de ese año, cuando el emperador designa a su primo Bruno, obispo de Toul como nuevo papa, se iría originando una “progresión” de esa institución político-religiosa, hacia la cual ya no se opondrían los obispos, y que contaría con el respaldo directo del monacato, que ya desde el siglo VI estaba muy ligado al papado, como vimos.
Con la reforma del Cluny, que comienza en el siglo X, los monasterios quedan totalmente fuera de la autoridad de los obispos locales y pasan a depender directamente del papa de Roma. Las órdenes monacales son poderosas y activas, intransigentes, cultas y dueñas de inmensas propiedades. Un verdadero ejército a los pies del pontífice.

La institución papista avanza...

Muerto DÁMASO II, le sucede LEÓN IX (1049-1054). Este papa trató en todo momento de robustecer la autoridad papal. Entre otras cosas, luchó contra el matrimonio de los sacerdotes.
Se empeñó en separar más y más el clero de los seglares, y por todos sus esfuerzos en pretender afirmar la supremacía de la Iglesia de Occidente, Roma le acogió y acoge como uno de sus más predilectos hijos, canonizándole como san León IX, como no podía ser de otro modo.
No obstante, por su celo por levantar la institución romana, provocó el definitivo cisma entre Oriente y Occidente. Fue entonces cuando Miguel Cerulario, patriarca griego, dijo ¡basta! y se produjo la separación de las dos iglesias, Occidental y Oriental.
Le siguió a León, VÍCTOR II (1055-1057). Este fue el último papa impuesto por un emperador (¿sucesión apostólica?). Le siguió ESTEBAN IX (1057-1058). Este papa fue elegido sin consultar a la corte alemana; una vez muerto este, los nobles de Roma lograron imponer como papa a BENEDICTO X (1058-1059), pero los del bando del emperador germano, no lo aceptaron.
Eligieron un nuevo papa, y habiendo convocado un nuevo sínodo en Sutri, declararon inválida la gestión de Benedicto, que a la sazón había estado durante un año sentado en el solio pontificio, por lo tanto, de ser papa, llegó a ser antipapa, (¿sucesión apostólica?) (¿infabilidad de la iglesia romana?). ¡Durante más de cincuenta años no hubo ni un solo papa que no se enfrentase a algún antipapa con motivo de los cismas provocados por las luchas entre el imperio y el papado a causa de sus respectivas investiduras!
En el año 1059, se produce otro nuevo cisma entre los papas NICOLÁS II y GERARDO. Cuando uno de los adversarios vencía sobre el otro, era constituido “papa”, y el perdedor venía a ser el “antipapa”. En este caso, Nicolás venció sobre Gerardo porque fue más listo. Apoyado por la emperatriz Inés, se rodeó de obispos fieles a él y constituyó un parlamento de cardenales que le eligieron y sostuvieron, esto fue en el Concilio de Letrán del 1059. En dicho concilio, la elección del papa la harán solamente los cardenales-obispos, dando cuenta de su decisión a los demás obispos, al clero y al pueblo fiel para su asentimiento. Fue el inicio del colegio cardenalicio.

Breve apunte sobre el colegio cardenalicio

El colegio cardenalicio es una institución muy discutida en el mismo seno de la iglesia de Roma, por parte de algunos sectores de la jerarquía, donde se la considera una invención del poder temporal, completamente ajena al Evangelio. De hecho, ya hemos visto como surgió dicha institución, por parte del aspirante al papado que, con el fin de oponerse a otro, no dudó en consentir el apoyo de una emperatriz, y en comprar el favor de los obispos que le resultaron fieles para sus propósitos. Absolutamente ajeno al Evangelio y a su espíritu, el capelo cardenalicio desde su creación en el siglo XII, siempre ha sido símbolo de poder, riquezas y prebendas sociales.

Sigamos

En el año 1061, se producen las luchas entre los papas ALEJANDRO II (1061-1073) y HONORIO II. Ambos fueron elegidos por el colegio cardenalicio. El primero fue papa porque logró el apoyo de los imperiales y el segundo antipapa porque sólo logró el apoyo de los lombardos y la nobleza romana, estando así en franca desventaja (¿sucesión apostólica?).
Los papas definitivamente, no sólo tenían influencia sobre los reyes, sino verdadera autoridad. Este Alejandro, aconsejado por Hildebrando, que llegaría ser el papa Gregorio VII, redactó un decreto declarando a Haroldo, el rey legítimo de Inglaterra  como usurpador y así, excomulgó a sus seguidores. Decretó que Guillermo, duque de Normandía (Francia), era el rey legítimo de Inglaterra.
Con la bendición de Alejandro II, Guillermo el Conquistador mató a Haroldo en batalla, tomó Inglaterra, y fue coronado en Londres el día de Navidad de 1066. Guillermo aceptó la corona “en el nombre de la Santa Sede de Roma”. Esto resultó ser otro triunfo para el papado, y un incremento de la influencia de la Iglesia de Roma en Inglaterra. Guillermo, fue a Inglaterra en el nombre del papa, enseñando a los ingleses debida obediencia al “vicario de Cristo”.

Hildebrando, alias Gregorio VII, el gran manipulador

GREGORIO VII (1073-1085), es aquel monje de nombre Hildebrando que acompañara al sacrílego papa Gregorio IV que fuera desterrado a Colonia. Fue elegido papa de una manera completamente irregular (dentro de lo que ya era irregular), bajo la presión de vociferantes masas romanas.

Retrato de Gregorio VII

“Retrato de Gregorio VII”
Previamente a ser papa, el ya supo prepararse bien el camino al solio pontificio. En el Mediodía francés compró la amistad de Robert Güiscard y sus normandos, a cambio de reconocer sus conquistas. En el norte sabe ganarse con manipulación la amistad de la influyente condesa de Toscana, y sabe colocar a su lado a un hombre de su confianza para que la dirija en los asuntos de Estado. Se sabe ganar oportunistamente la amistad del joven rey alemán, Enrique IV, y cuando ve que el viejo papa Alejandro II se va muriendo, intenta rematarle psicológicamente montando contra él un proceso por simonía, al cual asiste el propio Enrique IV.
Este “gran” papa fue un gran manipulador. Gregorio VII, se consideraba, no sólo un papa, sino la mismísima reencarnación de San Pedro. Su “Dictatus papae” hace del papa obispo universal, con derecho de decisión en todos los asuntos de la cristiandad a todo nivel. Según él (y a partir de él), el papa puede nombrar y deponer no sólo a los obispos, sino incluso a emperadores, reyes y príncipes, porque según él (y a partir de él), “el Papa es el único cuyos pies deben ser besados por todos los príncipes”.
De tal elemento, de tal excelsa megalomanía, la iglesia de Roma que “nunca” se ha equivocado, ni “jamás” se equivocará por siempre – ella es “Semper eadem” - se ha sabido aprovechar bien. 
Ese papa tan apreciado por Roma, dejó también claro que no asentir a las disposiciones papales era signo de herejía. Por lo tanto, no es católico quien no está en total conformidad con la iglesia romana en cuanto a sus disposiciones.
Lo que sus antecesores dijeron en cuanto a la supuesta autoridad y derechos papales, Gregorio VII el antiguo monje Hildebrando, lo acrecienta hasta tal punto que a su actuación se la llamaría la “reforma gregoriana”. Por todo ello, hace un brutal hincapié en acrecentar el “poder temporal” de los papas. Para ello utiliza sin ningún reparo ni escrúpulo la mentira de las “Decretales Pseudoisidorianas” que se habían falsificado doscientos años atrás.
Desde el primer año de pontificado, advierte que la meta es formar una monarquía universal de la Iglesia, es decir, adelantar el Milenio, reinando universalmente sin Cristo, es decir, en vez de Él (nótese que exactamente lo mismo pretende el G12 de César Castellanos o el D12 de Cash Luna, o la llamada “Nueva Reforma Apostólica”, y todo el Dominionismo actual… ¿quién estará por tanto tras ellos?)

Dominionismo

“El sentido del dominio natural de la Iglesia sobre este mundo, lamentablemente está de actualidad, aún entre lo evangélico, pero no olvidemos que no es bíblico”
En ese sentido, y entre muchas otras gestiones, Gregorio VII no duda en escribir a los grandes de España diciendo:
“No ignoréis que desde los tiempos más remotos esos reinos son propiedad de San Pedro, y que pertenecen todavía a la Santa Sede y a nadie más, aunque por el momento estén en manos ajenas. Porque lo que una vez ha entrado en poder de la Iglesia (de Roma), nunca deja de pertenecerle”.
El católico-romano Beynon comenta al respecto:
“Obviamente, nadie en toda la península había oído jamás nada sobre el asunto. Pero amparado en la universal ignorancia y en la credulidad, el papa consigue que, si no las tierras, se le abone una especie de diezmo al que no sabemos si irónicamente llama “el dinero de San Pedro“. Eso en España.
Lo intenta el ambicioso papa en Francia, pero allí no se tragan el anzuelo, entonces advierte con innumerables sanciones espirituales, amenazando también que, en caso de ser excomulgado, el rey podría ser derrocado por los católicos fieles que, sin duda, no verían con buenos ojos ser dirigidos por un pecador condenado.
¡Démonos cuenta del grado de manipulación al que llegó ese papa, y que fue la norma de actuación de la inmensa mayoría de ellos en adelante!
Los papas levantarían o derrocarían emperadores y reyes utilizando su influencia supersticiosa sobre las masas. Dave Hunt escribe de Gregorio VII:
“Antes de llegar a papa, Gregorio VII, siendo de nombre común Hildebrando, fue el genio manipulador detrás de otros cinco papas, incluyendo a Alejandro II. Como papa, Gregorio VII comenzó su pontificado “afirmando el derecho de disponer de reinos, en imitación al ejemplo establecido por el papa Gregorio I el Grande casi cuatrocientos años atrás”. Declaró que el poder de “atar y desatar” otorgado por Cristo a Pedro daba a los papas “el derecho de hacer y deshacer reyes, de construir y reconstruir gobiernos, de arrancar de los que desobedecían todo el territorio que poseían, y de otorgarlos a los que se mantuvieran sujetos a la autoridad papal” (A Woman Rides the Beast, p. 241).

Licencia para robar

El nivel de astuta manipulación de Gregorio VII, además de su codicia, era increíble. Si se enamoraba de alguna propiedad que pertenecía a quien fuera, sencillamente declaraba lo mismo que ya declarara en su sínodo de Roma de 1080:
“Deseamos mostrar al mundo que podemos dar o tomar a voluntad reinos, ducados, condados, en una palabra, la posesión de todos los hombres; puesto que nosotros podemos atar y desatar” (Dollinger, op. Cit.. pp. 87-89).
En otras palabras, Gregorio tenía “licencia para robar”. Al rey de Hungría le dice sin ambages que su reino es propiedad de la santa iglesia romana. Le dice que su reino no lo tiene por el hecho de ser un feudo de Enrique IV (que era la realidad), sino porque le es otorgado por “dignidad apostólica”; le dice que si no lo reconoce de esta manera, lo perdería. Con todo ello, lo que consigue es que los diezmos del feudo pasaran a “San Pedro”, en vez de a Enrique de Alemania. De esta manera, se dirige a todos los reinos además de España, Francia y Hungría; Rusia, Bohemia, Dinamarca, etc. De todos pretende que le ofrezcan los diezmos.
Como dice Beynon: “Desde su advenimiento, no ha habido reino que no haya tenido un contacto más o menos desagradable con el Papa”. Pero toda la infraestructura que buscaba, fue establecida. Además, la emprendió a fondo con el asunto del celibato, y obliga en el Concilio de Roma de 1074 a prohibir el matrimonio de los clérigos.

Matilde di Canossa

“Matilde di Canossa mediante un legado, dona su patrimonio en Tuscia y Lombardia a Gregorio VII”
Con su pretensión de poner y quitar reyes y emperadores, y pretendiendo ser “Rey de reyes”, el papa Gregorio, debido a una trifulca que tuvo con el emperador sucesor de Carlomagno, Enrique IV, declaró impertérrito: “De parte de Dios Omnipotente, yo prohíbo a Enrique que gobierne los reinos de Italia y Alemania. Absuelvo a todos los súbditos de todo juramento que hayan hecho y excomulgo a toda persona que lo sirva como rey”.
Todo esto partió del hecho de que, Enrique, harto de la codicia del papa por la cual los diezmos de sus súbditos iban a parar a Roma en vez de a sus arcas, y además, juntándose a él todos los descontentos por el decreto del papa en cuanto al celibato, decidió ir contra Gregorio, deponiéndole en el año 1076.
A su vez, Gregorio le excomulgaría, pero los príncipes germanos se pusieron de parte del papa depuesto. Existe un manuscrito de la época en el cual hay un dibujo del papa Gregorio VII con una vela en la mano, y diciendo: “Como yo apago esta vela, así se extinguirá Enrique” (se muestra a la derecha) Esta fue la maldición que un papa lanzara contra un rey.
Seguidamente, el papa lanzaría la diatriba que relatamos un poco más arriba. Ante tal amenaza, Enrique no tuvo defensa. Viéndose perdido, el emperador sucumbe y pide la absolución papal en el castillo de Canossa. El papa se la concede después de hacerle sufrir tres días.
No obstante, un poco más tarde, el emperador, valientemente, cambió de opinión,  y tras poner en pie de guerra su ejército, se dirigió a Roma, y esta vez sí depuso al papa, nombrando uno nuevo, CLEMENTE III. Previamente exigió que Gregorio VII abdicara por asesinato, perjurio y apostasía. Gregorio acabó abandonando la ciudad de Roma, expulsado por un pueblo amotinado y harto de los saqueos y otros desmanes que cometían los normandos, los cuales estaban allí para protegerle de Enrique IV. Ese papa que tan grande se veía a sí mismo, moriría en el exilio en Salerno en el año 1085.
A la postre, la vela que se apagaría sería él, y no el emperador. Aquí vemos como los reyes y emperadores son puestos por Dios, pero no los papas. Pero como no podía ser de otro modo, Roma le canonizaría como san Gregorio VII.

La primera cruzada

Al tiempo que Clemente III estaba en el solio pontificio, se elige a VÍCTOR III que apenas vivió unos meses (murió envenenado al tomar el vino consagrado en la misa). Le siguió URBANO II (1088-1099) estando todavía Clemente en el solio. Con este papa aparecen las “cruzadas”.         

Primera Cruzada

“Mapa de la primera cruzada”
Esta sería la primera. Una “cruzada” levantada por el papa y dirigida a todos los “cristianos” de Francia e Italia para recuperar la autoridad papal sobre Roma y echar fuera a las tropas del emperador germano de ahí. Este es el mensaje que Urbano II lanzó a la “cristiandad”:
“Lo digo a los presentes. Ordeno que se le diga a los ausentes. Cristo lo manda. A todos los que allá vayan y pierdan la vida, ya sea en el camino o en el mar, ya en la lucha contra los paganos, se les concederá el perdón inmediato de sus pecados. Esto lo concedo a todos los que han de marchar, en virtud del gran don que Dios me ha dado”.
Nótese aquí cómo se toma el nombre de Dios en vano; Cristo nunca, nunca mandó eso que predica Urbano. Nótese aquí la doctrina de la salvación por obras, obras de muerte, por cierto. Nótese aquí la flagrante mentira de un hombre que se cree en la posesión de perdonar pecados. Nótese aquí la ignorancia consciente o no, de creer que los pecados pueden ser perdonados sin el previo arrepentimiento. 

Pascual II, el papa “exhumador” de cadáveres

En el año 1099, se nombró papa por el Colegio de Cardenales a Pascual II, y las diversas fracciones populares nombraron a los papas Alberto, Teodorico y Maginalfo. Cada uno de los cuatro papas excomulgaba al otro... (¿sucesión apostólica? ¿de verdad?).
Bajo PASCUAL II (1099-1118), murió CLEMENTE III (1100). Este papa levantado por los oponentes a Enrique IV, como viera que la tumba de su predecesor Clemente (declarado como antipapa por Roma más tarde) era visitada por un gran número de personas, la abrió, mandando exhumar los restos y arrojándolos al Tíber. Así pretendía acabar con todo recuerdo de su enemigo.
Este Pascual II incitó a los hijos de Enrique IV a que se sublevaran contra su padre. Una vez conseguido esto, coronó al menor de ellos, Enrique, en la Dieta de Maguncia como Enrique V. Una vez muerto Enrique IV, fue enterrado en la ciudad de Spira, mas el papa Pascual ordenó también su exhumación, y permaneció cinco años insepulto en una celda de la catedral de Lieja ¡tal era el odio de ese papa! Ante este hecho tan humillante, incluso los mismos que habían en su día dado la espalda a Enrique IV, quisieron vengarle.
El nuevo rey e hijo del anterior, Enrique V, no estaba dispuesto a aceptar el yugo del papado y a abandonar los derechos de investidura. Así que marchó a Roma con su ejército, sus jurisconsultos, y un posible substituto del papa en el caso de no llegar a un acuerdo, a pedirle que le coronara emperador (recordemos la “Constituitio Lothari”). El problema es que además del asunto de la coronación, Enrique exigía otros derechos. Pascual II estaba asustado. Ante tal situación, y en vista de que no tenía escape, decidió renunciar a todo tipo de bienes terrenales (ducados, marquesados, etc.). Sólo se quedó con los diezmos y oblaciones de los fieles. El emperador, por su parte, se comprometía a defender a la iglesia romana y a renunciar a los derechos de investidura. La jerarquía romana lanzó un grito de asombro y luego de cólera. Tal fue el revuelo de los cardenales que veían perder “sus” bienes que el Papa no se atrevió a firmar lo que había prometido.
No obstante, aun y así, pretendió que Enrique cumpliera con su parte. Enrique, preso de furor, se apoderó del papa y de doce cardenales y los trasladó fuera de Roma, a la Sabinia. Sabiendo que era imposible que ese pacto se pudiera cumplir, no cedió, no obstante, ni un ápice en los derechos del imperio.
Como Pascual viera así de decidido al monarca, decidió devolver las cosas al estado en que se encontraban antes de los decretos del papa Gregorio VII. Se firmó el Tratado de Sutri (1111). Cuando el emperador pasa los Alpes, la jerarquía romana de nuevo se opone a la decisión del papa. ¿Cómo arreglar el asunto sin caer en otro perjurio?, de la siguiente manera: Pascual II convoca un concilio en Letrán en el que, tras declarar sus razones, el concilio absuelve al papa de su previo juramento (el de Sutri), y excomulga al emperador. Tras ese manejo, todo solucionado, o al menos así lo creía Pascual, porque Enrique el emperador, vuelve a Italia, entra triunfalmente en Roma, depone a Pascual que moriría al poco del disgusto.

Calixto II contra Gregorio VIII, el “asnillo”

A Pascual le siguió en el solio pontificio CALIXTO II (1119-1124). Este pertenecía a la casa de Borgoña, y era de la familia del emperador; por lo tanto no tuvo ningún problema en firmar el Concordato de Worms (1122) en el cual, entre otras cosas, se ponía fin a la controversia de las investiduras. Como ya vimos, en este concordato al papa se le hizo jurar que la elección de los obispos y abades se realizaría “sin simonía y sin violencia”. Mediante ese Concordato, se dividió la investidura en dos sectores: uno, el eclesiástico, correspondiente a las cuestiones religiosas; otro, el político. El emperador renunciaba a las investiduras con anillo y báculo, y el clero obtenía el derecho a unas elecciones canónicas.
Respecto al antipapa correspondiente de nombre GREGORIO VIII (1118-1121), y de nombre natural Mauricio Burdino,  el papa Calixto II no tuvo ningún miramiento. Sitió y tomó Sutri, le apresó y se ensañó con él. Le despojó sus vestiduras papales y le paseó por Roma como si fuera un animal salvaje entre burlas y escarnios. Al poco, ese desgraciado, al que la gente de Roma llamaba el asnillo, moría en la abadía de La Cava.

Gregorio VIII

“Estampa que representa a Gregorio VIII sometiéndose a Calixto II”

Dos, tres y cuatro, y hasta cinco papas al mismo tiempo

Siguió habiendo papas que tenían sus competidores; los que vencían y se imponían, llegaban a entrar en el “Liber pontificalis” como papas, los que no, eran antipapas ¡buen ejemplo de sucesión apostólica! Detrás de toda esa gente estaban las familias patricias romanas que todas pretendían colocar a su favorito en el trono papal.
El cisma por causa de la creación del Colegio de Cardenales duró dos siglos, habiendo siempre dos, tres y cuatro papas a un mismo tiempo; unas veces elegidos por las fracciones políticas del pueblo, otras veces impuestos por exiguas minorías del mismo Colegio de Cardenales.
Habiéndose creado el Colegio de Cardenales en el año 1059, esta situación se prolongó, como mínimo hasta el año 1260. Si a estos doscientos años de cisma continuo, les sumamos los cerca de ciento cincuenta anteriores, tenemos la cifra de trescientos cincuenta años (de 910 al 1260) ¿Quién fue el “sucesor” de Pedro todos esos años de entre todos esos papas? ¿Qué ha pasado todos estos años con la infalible “sucesión apostólica”? La realidad es que no era el colegio cardenalicio, sino las familias ricas las que entronizaban a sus papas.
He aquí un ejemplo: El que más tarde fuera declarado antipapa, Anacleto II, fue elegido por la mayoría del colegio cardenalicio, sin embargo, a través de otros, se eligió a INOCENCIO II (1130-1143) como papa. Al final, para la oficialidad romana, este último es el papa a pesar de que el anterior fue elegido correctamente (¿Sucesión Apostólica? - ¿infabilidad de la Iglesia?). Este Inocencio II, que sólo el nombre tenía de inocente a pesar que ni siquiera era suyo propio, en su Concilio del Laterano del año 1139, expulsó de Italia al monje Arnaldo de Brescia, defensor del pensamiento de que el clero debía volver a la sobriedad apostólica.
Hablando de cismas y de sucesión apostólica, en el año 1130, cuando fuera elegido Inocencio, se produjo el correspondiente cisma entre los tres papas INOCENCIO II, ANACLETO II y VÍCTOR IV que reinaban a la vez.

Boato y mundanalidad

Entre papas y antipapas, siendo los últimos CELESTINO II (1143-1144) y LUCIO II (1144-1145), que sólo estuvieron un año cada uno en el solio, aparece EUGENIO III (1145-1153). Este papa acabó muriendo a causa de una pedrada lanzada durante unos disturbios en torno al Capitolio.
Lo que ocurrió es que a la sazón, y por la predicación de Arnaldo de Brescia (que había regresado de su exilio), el cual calificaba a los cardenales como banda de salteadores y al papa como de monstruo corrupto, el pueblo empezaba a abrir los ojos en cuanto a la manera como esos jerarcas vivían, y qué absolutamente poco se parecían a aquellos discípulos de Cristo. Bernardo de Claraval, el que llegaría a ser San Bernardo, también decía:
“Cuando el papa, vestido de seda, cubierto de oro y joyas, cabalga en su caballo blanco escoltado por soldados y sirvientes, parece más el sucesor de Constantino que de Pedro”.
La realidad es que el papado es sucesor de Constantino. El boato y la mundanalidad de la corte imperial se habían introducido alarmantemente y sin mesura a partir del siglo XI en la curia romana.

Los papas que se imponen; el excomulgador Adriano IV

Después de ANASTASIO IV (1153-1154), que sólo estuvo un año en el trono, surge ADRIANO IV o V (1154-1159). Este papa, hijo bastardo de un sacerdote, va a imponerse. Su arma: la excomunión; cosa que muchos temían, porque de verdad creían que si el papa les excomulgaba, se perderían para siempre en el infierno. De hecho, excomulgar significa, condenar al infierno. Es una maldición que ningún cristiano debe proferir contra otro, y menos aún, un líder o un pastor. Pero como los papas, a lo largo de la historia sólo han querido proteger lo que creen es suyo, en realidad les ha importado bien poco las almas de los hombres. El historiador Walter James, declara:
“El papado controlaba la entrada al cielo adonde todos los fieles, incluyendo sus gobernantes, esperaban fervientemente poder entrar. Pocos en esos días dudaban respecto a esto, y le otorgaban a los papas una autoridad que nunca esgrimieron desde entonces en adelante” (Walter James, The Christian in Politics (Oxford University Press, 1962), p. 47).
Volviendo a Arnaldo de Brescia, el problema con él es que ya estaba excomulgado, así que poco le importaba a este varón el asunto. Llevado por su sincero afán de elevar la verdad a los ojos de todos con la pasión que le caracterizaba, al final encontró un escollo en el mismo pueblo romano capitaneado por las familias patricias imperantes de siempre. Roma se volvió contra él, tal y como el papa Adriano esperaba y deseaba. Demandaron al senado que le expulsara de la ciudad, pero tras arduas maquinaciones y, traicionado por Federico I Barbarroja, Brescia fue apresado y quemado vivo como hereje y rebelde en 1155 por orden del papa Adriano IV. Sus cenizas fueron arrojadas al Tíber. El papa Adriano sonrió satisfecho, aunque sólo por cuatro años.
En ese mismo año de 1155, el papa Adriano IV, dio la corona de Irlanda al rey de Inglaterra. Por su poder como “vicario” de Cristo, subyugó a Irlanda bajo el régimen inglés. Dice Thompson que llevó “al pueblo cristiano y pacífico de Irlanda a las crueldades implacables de Enrique II (rey de Inglaterra), basado en que esa era una porción de “el patrimonio de San Pedro y de la Santa Iglesia Romana” (Thompson, op. Cit. Pp. 410, 557). Los papas siguientes apoyaron ese decreto. De esta manera, el poder del papado iba en aumento, por encima de los reyes. La Irlanda católica actual, tiene que recordar que, después de todo, fueron los papas romanos los que dieron el gobierno de Irlanda a Inglaterra en primer lugar.

El papa humillando al emperador del Sacro imperio Romano Germánico

En el año 1159, cuando Adriano IV murió, se produjo un cisma por los cinco papas, que reinaban al mismo tiempo: ALEJANDRO III (1159-1181), Octaviano, Guido, Juan y Landonio; todos con diferentes nombres, a saber: VICTOR IV, PASCUAL III, CALIXTO III, INOCENCIO III, cada uno de los cinco persiguiendo y excomulgandoa los otros cuatro (¿¿sucesión apostólica??).
El papa Alejandro, el que de todos quedó al final, arrogantemente dijo: “El poder de los papas es superior al de los príncipes”, y acto seguido, puso sus ideas en acción: Excomulgó a Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Alemania e Italia, quien traicionara a Arnaldo de Brescia.

Federico I Barbarroja

“El emperador Federico I Barbarroja”
Cuando el excomulgado emperador intentó castigar al papa, su ejército fue derrotado por el ejército de éste. El humillado emperador, fue a Venecia a rogar el perdón y la absolución de Alejandro III, prometiendo someterse siempre a la iglesia romana. Hubiera sido inimaginable para cualquier discípulo de Cristo de su tiempo pensar en la Iglesia de Cristo gobernando al mundo con su propio ejército y armamento. La razón es evidente; esta “iglesia” armada de escudos, lanzas y espadas no es la Iglesia de Cristo (Ef. 6: 12).
Fortunato Ulmas, historiador católico-romano, describe de la siguiente manera la escena de rendición de Federico:
“Cuando el emperador llegó a la presencia del papa, puso a un lado su manto imperial, y se arrodilló sobre ambas rodillas, con su pecho en tierra. Alejandro avanzó y colocó su pie sobre su cuello, mientras los cardenales fulminaban censuras en voz alta, “sobre el león y el áspid pisarás, hollarás al cachorro de león y al dragón”. Al día siguiente Federico I Barbarroja...besó los pies de Alejandro, y, a pie, guió su caballo de la brida cuando regresaba de misa solemne, al palacio pontificio...El papado ahora se había elevado a una altura de grandeza y poder que nunca había logrado antes” (cit. En The Papacy and the Civil Power, de R.W. Thompson (NY, 1876, pp. 414-415).
El autor católico-romano en cuestión, admite que nunca antes el papado había desarrollado semejante poder. Aquí tenemos otro testimonio claro de que el papado fue progresivamente constituyéndose desde su inicio oficial en el año 606; en plena Edad Media había llegado a su máximo “esplendor”.

El embrión del tribunal de la “santa Inquisición”

LUCIO III (1181-1185)  De nombre Ubaldo Allucinoli, era nativo de la República de Lucca y monje Cistercense hasta ser nombrado, en 1142, Cardenal-Presbítero de Santa Práxedes por el papa Inocencio II para posteriormente actuar, bajo el pontificado de Eugenio III como legado papal en Sicilia. Nombrado Cardenal-Obispo de Ostia y Velletri por el papa Adriano IV, fue uno de los cardenales más influyentes bajo el pontificado del papa Alejandro III.
Después de su elección, vivió en Roma de noviembre de 1181 a marzo de 1182, pero disensiones con la nobleza romana que no había influido en su elección lo hicieron marchar al exilio, que transcurrió en Velletri, Anagni y Verona.
En un sínodo celebrado en Verona, promulgó la constitución Ad abolendam en la que condenó a los cátaros, valdenses, arnoldistas, convirtiéndose en un instrumento eficaz contra cualquier forma de indisciplina a la ortodoxia católica, decretando que el castigo físico de los herejes correspondía a la autoridad laica con lo que la bula Ad abolendam se convertirá en el embrión del futuro Tribunal de la Santa Inquisición. Así pues, ese sanguinario papa es el que planta el esbozo de la que sería la institución asesina más cruel y despiadada desatada por el hombre, y en el “nombre de Cristo”.

La "santa" Inquisición

“Cuadros que expresan la execrable actuación de la “santa” inquisición”
En 1185, Lucio III empezó a preparar la Tercera Cruzada en respuesta a los pedidos de Balduino IV de Jerusalén, pero falleció en Verona y fue enterrado en la Catedral de la misma ciudad.

Suma de votos: ¿Sucesión apostólica?

Respecto a la elección de los papas, en el año 1182, la elección de los papas es restringida a los cardenales por un Concilio General. El elegido debía obtener las dos terceras partes de los votos para ser constituido papa. Si desde 1059 hasta entonces había habido una docena de antipapas, al menos, en los siguientes dos siglos no hubo ninguno más. El problema se trató aplicando una supuesta democracia: La suma de votos. Eran los hombres, con sus intereses particulares, los que elegirían al papa  (¿sucesión apostólica?).

El sanguinario y megalómano Inocencio III

En el 1198, se nombra papa al tristemente célebre INOCENCIO III (1198-1216), uno de aquellos cinco que reinaban a la vez. De él hablaremos más adelante a lo largo de este tratado. Dentro de la estirpe de León I, Gregorio Magno, Nicolás I, y Gregorio VII; Inocencio III, fue el peor, hasta ese momento. Se sintió superior a cualquier hombre. Veamos lo que declaró:
“El papa es el punto de encuentro entre Dios y el hombre...el que puede juzgar todas las cosas y no puede ser juzgado por nadie”.
Por lo tanto, este “iluminado”  dice ser el mismo Jesucristo, ya que sólo Él es el punto de encuentro entre Dios y el hombre (ver 1 Timoteo 2: 5). Por lo tanto, y como no podía ser de otra manera, introdujo una auténtica corona real en la tiara, añadiendo las puntas o florones al círculo de oro y piedras preciosas. Los obispos orientales, es decir, los griegos u ortodoxos, justamente se escandalizaron de las pretensiones de ese papa y de sus declaraciones y hechos. En el Concilio de Nicea del 1204, rechazaron de plano las exigencias de la primacía de Roma, diciendo:
“Ellos (los latinos) dicen y creen que el papa no es el sucesor de Pedro, sino Pedro mismo en persona. Le convierten en casi un dios, y le colocan por encima de Pedro al proclamarle “Señor de toda la cristiandad”. Dicen que la Iglesia Romana misma es la única iglesia, católica y apostólica, que dentro de ella sola, abarca a todas las demás. El papa se convierte, como Pontífice, en el exclusivo vínculo que une a todos, pues él solo es Pedro y todo el rebaño de Cristo debe someterse a él”.

Juan sin Tierra

“Juan sin Tierra, rey de Inglaterra (1199-1216), ofrece su reino a “San Pedro” ante el legado de Inocencio III (1198-1216)
Inocencio III, en realidad fue un político ambicioso y sediento de poder, a cualquier precio. En la búsqueda de sus objetivos derramó más sangre que cualquier otro pontífice. Este papa no podía soportar la idea de que algún otro príncipe estuviera por encima de él, ni siquiera pudiera igualarlo en grandeza y autoridad. Escribe Hallam:
“Exigía que todas las disputas entre príncipes debían referirlas a él; y si cualquiera de los participantes rehusara obedecer la sentencia de Roma, debía ser excomulgado y depuesto, y que una misma sentencia deberían sufrir los que rehusaran atacar a cualquier delincuente contumaz que él (el papa) señalara” (Hallam, The Middle Ages, p. 287, citado en The Papacy and Civil Power, de R.W. Thompson, p. 559, citado en A Woman Rides the Beast, p.243, Hunt).
El papado se constituyó a sí mismo la más alta autoridad con jurisdicción internacional, juzgando a reyes y príncipes a su libre arbitrio. Escribe Thompson:
“Confiscaciones, interdictos, excomulgaciones, y toda otra forma de censura y castigos eclesiásticos era lo que sucedía casi a diario. Aun monarcas como Felipe Augusto y Enrique IV se amedrentaban ante él (Inocencio III), y Pedro II de Aragón y Juan de Inglaterra ignominiosamente consintieron en convertir sus reinos en estados feudales y mantenerlos en subordinación a él (a Inocencio III), con la condición de que pagaran un tributo anual” (Thompson, op. Cit. P. 559).
El papa tenía el “poder” de enviar a quien fuera al infierno (excomulgación); por otro lado, el papa podía señalar con el dedo acusador a cualquier gobernante acusándole de herejía, excomulgándole y prohibiendo al pueblo que se sujetara a su autoridad. Esto inmediatamente lograba que dicho gobernante se humillara ante el papa solicitando su perdón y servilmente se sujetara a sus caprichos, de otro modo, la población entera, presa de un temor supersticioso, le abandonaría a una. El papa tenía la “sartén por el mango”, e Inocencio III (que lo era sólo de nombre), supo sacar un buen partido de todo ello.
Este papa fue considerado el segundo fundador del Estado de la Iglesia (romana). Durante su mandato, se dedicó a recuperar los territorios de los Estados Pontificios que habían sido segregados; por la fuerza y sin escrúpulos. Por la fuerza también, buscó la unidad de las dos iglesias, oriental y occidental, ¿pero cómo?, organizando una cruzada, la de 1202-1204. El resultado de la misma es la conquista y devastación de Constantinopla, que resultaría ser el mayor saqueo de reliquias y objetos artísticos de la Edad Media. A pesar de lo vergonzoso del método, el papa sanguinario estaba encantado; no obstante, esto hizo que la reunificación de las dos iglesias, llegara a ser imposible para siempre.
Su segunda cruzada, como veremos con más detalle más adelante, fue contra los Albigenses. En el año 1176, en el concilio de Albi, durante el pontificado de Alejandro III, los Albigenses fueron condenados a su exterminio. Los cruzados comandados por Simón de Monfort se ensañaron con ellos hasta destruirlos, torturándolos y masacrándolos.

Los albigenses

“La cruzada contra los albigense, llamada así por tener su foco en la región de Albi al sur de Francia. Los albigenses tomaron gran importancia, por lo que el papa Inocencio III decidió crear una Inquisición especial, dependiente directamente de Roma”
Hasta el siglo XII, la Iglesia de Roma había castigado a los cristianos y no cristianos con la excomunión y el destierro, a partir del siglo XIII, buscando su total hegemonía, impuso la pena de muerte y con tortura a todos aquellos que no secundaban al papa. ¡Qué terrible era vivir en aquella época! Durante cientos de años, los verdaderos cristianos, al igual que ocurriera en la época de los emperadores de la antigua Roma, sabían el precio que debían pagar por ser seguidores verdaderos y fieles de Cristo. ¡Eran perseguidos hasta la muerte por aquellos que se llamaban a sí mismo cristianos!
Escribe el autor secular Antón Casariego respecto a Inocencio III y su tiempo: “El papado mostraba así cuán lejos estaba de las enseñanzas de Cristo, y qué poco comprendía el verdadero significado de alegato contra la tortura y la pena de muerte que tiene el símbolo de la Cruz por el que se hacía representar”.
Bajo HONORIO III (1216-1227), se funda la Orden Franciscana. Francisco de Asís (1182-1226), se proponía llevar a los creyentes al primitivo espíritu cristiano. De hecho, tanto era así que esos franciscanos creían que el papa de Roma era el Anticristo o su precursor. No obstante, ya anciano el monje, la congregación cambió de dirección y se convirtió en una orden como las demás, apartándose de los ideales de su fundador, especialmente cuando tomó su dirección Elías de Cortona, en el año 1221.

El papa establecedor de la inquisición

GREGORIO IX (1227-1241). Otro encarnizado buscador de poder por encima de todo y de todos. Como también veremos, este fue el que estableció el llamado “Santo Oficio”, es decir, la nefanda Inquisición; el infierno en la tierra. Este sanguinario papa, en el año 1231 creó el tribunal de la Inquisición papal con el fin de castigar terriblemente las doctrinas contrarias a Roma. Pone el “Santo Oficio” en manos de los dominicos, orden recientemente fundada por santo Domingo para combatir, primeramente a los Albigenses. Dice Hunt:
“Gregorio IX, fue quien estableció la Inquisición y la entrega de los herejes a las autoridades seculares para su ejecución, tronó que el papa era señor y amo de todo el mundo y de todas las cosas” (A Woman Rides the Beast, p. 244).
Este papa asesino prohibió la tenencia y lectura de la Biblia al pueblo. A él se debe el origen del “Corpus Christi” y la “Salve Regina”. Fue excomulgado en el 1238 por el Patriarca de Antioquía. A la muerte de Gregorio IX, se le encomendó al senador romano Mateo Rosso, jefe de la familia Orsini, que nombrara un papa lo antes posible. Difícil era en aquellos momentos encontrar un sucesor. A este sujeto se le ocurrió encerrar bajo llave a los cardenales presentes en Roma, de ahí surgió el célebre cónclave (*). Encerrados en condiciones espantosas desde el punto de vista higiénico y sanitario, un cardenal murió, y los otros empezaron a enfermar (¿sucesión apostólica?). Para salir del paso, los cardenales eligieron a CELESTINO IV (1241), y huyeron en desbandada. El nuevo papa sólo vivió diecisiete días, y murió (¿sucesión apostólica?).
(*) Asamblea en la que los cardenales eligen papa. El nombre se debe a que los cardenales permanecen encerrados en un recinto hasta que eligen papa.
La “Santa Sede” quedó vacante dos años, hasta que fue elegido INOCENCIO IV (1243-1254). Este papa siguió en la misma línea que los anteriores, justificando blasfemamente su proceder diciendo que los papas no solamente tenían el dominio del mundo basándose en las “Donaciones Constantinianas”, sino que ese dominio les venía directamente de Dios. Tan exasperado estaba contra el emperador, que convocó una cruzada contra él, otorgando los mismos privilegios a esos cruzados que a los que iban a guerrear a Tierra Santa. Este papa sanguinario fomentó la tortura en los procesos inquisitoriales; hablaremos más de todo ello en el apartado de la Inquisición. En el año1251, bajo el “pontificado” de ese papa asesino, el carmelita inglés Stock, inventa el “escapulario”
(Continuará)
© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España. 2009
www.centrorey.org


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