APUNTES PARA SU HISTORIA
CAPITULO X-V
Eduardo Pedro García Rodríguez
Las epidemias y Tegueste
La primera epidemia pestilencial que afectó a Tegueste fue la
conocida como modorra, de la que hemos hablado anteriormente.
Espinosa da fe de esta lamentable circunstancia: “En este tiempo, por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro, ahora fuese por
permisión divina (que en castigo de la matanza que los años
atrás los naturales en los españoles habían hecho), ahora fuese que los
aires, por el corrompimiento de los cuerpos muertos en las batallas y
encuentros pasados, se hubiesen corrompido e
inficionado, vino una tan grande pestilencia, de que casi todos se morían; y
ésta era mayor en el reino de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Una las preocupaciones del Cabildo colonial en aquellos momentos
iniciales del asentamiento era las temibles epidemias que cíclicamente azotaban
a Europa tales como la peste, las cuales eran introducidas en la colonia por
vía marítima único medio de contacto con la metrópoli y con las otras islas del
archipiélago. Ello motivo al Cabildo colonial a tomar decisiones en algunos
casos drásticas, siendo por otra parte las únicas factibles en aquellos
momentos en que la única defensa ante tales epidemias consistía en oraciones y
encomendarse a algún que otro santo.
A nadie se le puede pedir más de lo que puede dar, y la medicina de
entonces no daba para más. Bastante tenía que hacer con las enfermedades. Entre las endémicas, parece que las más frecuentes eran el tabardillo y el
flato. También era muy frecuente la sarna; según Glas, se explicaba por las cantidades de pescado salado que ingerían los isleños
y, según otros, no era posible acabar con ella por existir una creencia
vulgar, que afirmaba que a la persona que tuviese sarna le convenía guardarla. Hacia fines del siglo XVIII se
habían multiplicado las enfermedades venéreas, atribuidas
por la opinión pública a la presencia en
Santa Cruz de las tropas de ocupación veteranas y de muchos prisioneros extranjeros.
Aparte algunas excepciones, son enfermedades corrientes en cualquier medio que ignore los principios de la higiene. (Ciuranecu, 1998).
En 1601 volvió a entrar la peste desde Andalucía, esta vez por el puerto de Garachico. Habían llegado allí dos navíos grandes de Sevilla, cuya entrada en el puerto quiso prohibir el Cabildo. Uno de ellos
entró a pesar de las órdenes, y a los pocos días cundió la pestilencia en el
lugar. La Laguna
pudo evitarla esta vez, gracias al cordón sanitario que puso
en el camino de Garachico; pero hubo algunos casos de peste en Santa Cruz y en las tres islas occidentales. (Ciuranecu, 1998).
El Cabildo colonial de Tenerife, con esta fecha 3 de octubre de 1603
decreta que: “Por enfermedad de pestilencia en Inglaterra, que no
se admita en ningún puerto ropa de vestir,
camisas, sábanas, manteles, pañuelos ni otro género de lana o seda.”
En 1506 hubo peste en las tres islas occidentales. Se dieron órdenes para cerrar el tráfico de los puertos; pero se dieron tarde,
cuando ya había enfermos en Santa Cruz y en La Laguna. Al no conocerse
otro medio mejor para contener el contagio, del que
se tenían ideas poco claras, se obligó a los que vivían en
casas contagiadas de ambas poblaciones, a que se fuesen a
vivir en Geneto, El Bufadera y el Valle de las Higueras (Abicore),
donde había mejores aires: es decir que se mandó hacer lo
contrario de lo que se hubiera debido hacer.
En las Actas del Cabildo colonial se hace referencia a la existencia
de este contagio en la
Isla Chinech queda reflejado en su sesión de fecha 16 de
abril de 1507 dispone: “Los dichos señores ordenaron e mandaron que por rasón
que son ynformados
que en la ysla de Grand Canaria mueren de pestilencia e modorra e asy mismo en otras yslas e en todos los puertos de Castilla, que ninguna
persona, vezino ni morador ni estante en esta ysla que
fuere a la dicha ysla de Grand Canaria e a otras partes a
donde mueren que non buelva a esta ysla ni sean
acogidos en ella; e ninguna persona, vezino ni morador de la dicha ysla de Grand Canaria ni de otras yslas ni partes de donde mueren, entren
en esta ysla, so pena de ciento agotes, y el maestre que lo traxere so pena de
perdimiento del navio para la cámara e fisco de su Altesa y la persona a
merded de la Reyna
nuestra señora.
E la persona, vezino e morador e estante en esta dicha ysla que acojeren alguna persona, asy de la ysla de Grand Canaria
como de otra qualquier ysla e parte donde murieren, que
sy fuere persona que tenga hasta cinco mili mrs. de
hasyenda de ciento agotes e ser desterrado desta ysla por todos los días de su vida; y sy fuere de más hasyenda arriba que
pierda todos sus bienes e sean aplicados a la cámara e
fisco de su Alteza e que su persona e toda su casa sean
desterrados desta ysla por todos los días de su vida; lo qual mandaron que se cunpla e guarde en toda esta dicha ysla y en
todos los puertos della, lo qual mandaron pregonar
públicamente porque todos lo sepan e ninguno pretenda
ynorancia.”
Al año siguiente en 26 de mayo
tratan sobre el mismo tema; “San Lázaro. “Se platicó de
como se ávido noticias e información que en algunas
partes de Castilla mueren e se pican de peztilencia así como
Calis, el Puerto de Santa María, Sant Lúcar, e por
esto se devía poner remedio por que todos los navios o la
mayor parte dellos vienen de los dichos puertos.” Mandaron que no haya comunicación con los navios de Castilla hasta que sea determinado por la Justicia y los dos diputados. Y que los maestres no osen echar gente en tierra.
Estas medidas no siempre eran efectivas pues era práctica usual el
desembarco de contrabando en zonas poco vigiladas que escapaban al control de
los pocos europeos que componían la colonia en aquellos momentos. Uno de estos
puntos era tradicionalmente en las costas de Anaga, principalmente en el
Valle de Abicore (San Andrés), zona de aguada desde antes de la invasión
para esclavistas y piratas, por este lugar el contagio de una de las primeras
epidemias de peste que flagelo la
Isla , lo que determino el aislamiento de la zona: “Ovieron plática en cabildo que hay cierta noticia que en Anaga,
en las moradas de Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando
de Ibaute e sus hermanos a ávido e ay mal
peztilencial de manera que en pocos días an fallescido muchos dellos
e por remediar el daño que del comunicar con ellos se
podría recrecer mandaron dar un mandamiento contra los
susodichos para que estén en sus moradas e sitio donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a
comunicar con las otras personas desta isla, ni salgan del dicho valle, ni se
junten con ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a
hablar con ellos, que le avisen y se aparten
dellos.”
En 10 de setiembre de 1508, Mandó el Sr. Gobernador que se
pregonase lo de los navios que vienen a esta isla de tierra que no está sana y
mueren de pestilencia, con mención especial de la isla
de La Madera e
Islas de Cabo Verde y de los Azores. Fue
pregonado, Ts.: Pedro Fernández, escribano de la Reformación ; Diego de
Mendieta,
Salvador Lorenzo, Alonso Fernández, Pero Fernández, Rodrigo de León y otros.”.
(Actas del Cabildo de Tenerife).
El 30 de agosto de 1510 el acta del Cabildo colonial de esa fecha
recoge: “Se platicó sobre razón de una
nao que está surta en el puerto real de esta isla, que vino
de Lisbona donde morían y que, de mandamiento del Cabildo, por el alguacil de la villa de Santa Cruz le fue requerido que luego alzase velas
y se fuese y que no lo han querido hacer el maestre y gente de
ella; y que porque era gran peligro gente que venía de donde
morían que estuviese en el puerto, porque comunicarían con la gente de la isla y con los navios que estuviesen en el puerto o
viniesen a él y que podría ser, lo que Dios no quisiese, que
esta isla recibiese daño, por tanto acordaron
que se debía cometer a A. de Las Hijas para que fuese con un escribano al dicho puerto y que hubiese su información cerca de ello, y que si
pareciese ser verdad venir de Lisbona la dicha nao y que en la
dicha ciudad había pestilencia [in margine: “Mandaron
se testase por que por otro requerimiento que hizo A. de Las Hijas se le dio
comisión etc.”]
Porque la isla recibiría mucho perjuicio. Y acatando lo susodicho y
más que es bien que cuando algún navio viniere al puerto no se desembarquen
sin licencia, mandaron que cualquier navio o caravela que
viniere al puerto de Santa Cruz sean obligados de echar
la barca en tierra y hacer relación de donde vienen y quien son los que ende
vienen y si vienen sanos o de parte o lugar enfermo,
y que para información se reciba juramento del maestre y de
otras dos personas de las principales que en el dicho navio vengan; de manera que no salten en tierra sin que se haga la
dicha diligencia, lo cual cometieron al alcalde de Santa Cruz y
a Lope de Salazar o a su hijo Luís de Salazar y Juan de Benavente, los cuales todos
hallándose juntos lo hagan o aquél o aquéllos
que ende se hallaren. (Escribanía del Cabildo de Tenerife).
La temible “peste de Landres”, a comienzos del siglo XVII amenazó Canarias,
esta epidemia aparece clínicamente definida en 1572.
En 1582
en tal año, unos tapices traídos de Flandes por el Gobernador colonial
de Tenerife, Lázaro Moreno, provocaron, al ondear en el día del Corpus, una
terrible epidemia de peste bubónica (o de “Las Landres”). Durante poco más de
un año, las víctimas se contaban por centenares; afectando a La Laguna
y sus pagos, diversos estudios han
demostrado que el Valle de Tegueste
se vio afectado por la citada epidemia, y en alto grado. Según las actas
del Cabildo, en febrero de 1583 todavía se encontraban afectados los dos Teguestes
(El Viejo y el Nuevo), Tejina y Tacoronte, extendiéndose también
por La Punta
del Hidalgo, Taganana y Tabares. Los documentos demuestran
fehacientemente que Tegueste, como el resto de la comarca, sufrió los
estragos de la terrible epidemia de landres.
Fueron tales sus estragos, que en una sola huerta junto a la ermita de
San Cristóbal, que se había tomado para este efecto, se habían enterrado más de
2.000 víctimas. Como los habitantes huían
despavoridos por todas partes, parece milagro que no se haya
propagado la epidemia más allá de Santa Cruz
y de Tacoronte.
En este último lugar y en La
Laguna duró más de un año y parece haber
cesado por septiembre de 1583, mientras seguía con toda su
violencia en Santa Cruz.
Para evitar el regreso del contagio, el Cabildo
colonial acordó cortar las comunicaciones de la ciudad con el puerto, poniendo guardas en el camino y fijando penas al que
fuere osado de venir desde Santa Cruz, de 200 azotes no siendo noble, y de muerte si lo fuese. Es verdad que, más que acordonamiento sanitario, parece medida de represalia por la orden similar, pero en
sentido inverso, que habían dictado en meses anteriores
el alcalde y el alcaide de Santa Cruz.
Pero como el día de la festividad de S.
Juan Bautista no se produjo defunción alguna, el Cabildo colonial acordó
edificar una ermita en honor al Santo. No acabaron aquí las medidas sanitarias
tomadas por la corporación pues, haciéndose eco del clamor popular, decidió
traer en 1583 la Virgen
de Candelaria a La
Laguna. Como medida de precaución en esta visita con respecto
a las anteriores: en esta ocasión se impidió el concurso de los fieles, para
evitar el contagio.
Santa Cruz sufrió en 1701 una epidemia de fiebre amarilla o vómito
negro, importada de Cuba y que se extendió luego a toda la isla, causando más de 9.000 muertes. En 1703 cundió otra epidemia de tabardillo, probablemente de la especie que llamaban pintado o tifus
exantemático; debió de ser grave, ya que, según un testimonio contemporáneo,
“la más de la vecindad murió”. En 1726 y 1727 se volvieron a tomar las medidas de rigor, a raíz de la epidemia de peste
que asoló Napóles y el Mediterráneo oriental. La fiebre
amarilla volvió en 1771 - 1772, otra vez
procedente de La Habana ,
acompañada por el hambre y la escasez. No había terminado bien,
cuando apareció “una especie de tabardillo, de que
han muerto en este año y los antecedentes, con
especialidad en esta capital y lugar de Santa Cruz” y que los médicos suponían se
había introducido con las tropas estacionadas en el lugar.
Las epidemias de viruelas de que se hace mención en Santa Cruz fueron principalmente las de 1709, 1720, 1731, 1744, 1759 y 1780.
La última fue traída por el barco correo que había llegado de España el 3 de junio. Como procedía de regiones contaminadas, no se le había permitido bajar pasajeros; pero hubo algunos individuos del lugar que subieron a bordo, y por ellos se esparció el contagio, que pasó a La Laguna a principios de agosto. En noviembre había terminado, después de haber ocasionado 300 muertos en la ciudad y 240 en Santa
Cruz, “número mucho menor que en las últimas”. En la epidemia anterior, la de
1759, se había experimentado por primera vez en Santa Cruz y en Canarias la inoculación, por un médico inglés que iba en un barco en tránsito.
En el verano de 1782 habían aparecido con carácter epidémico unas “calenturas malignas o petequiales que llaman tabardillo y otras sanguíneas o sinocales, que tuvieron su origen en el puerto de Santa Cruz” y duraron varios meses. El médico del lugar opinaba que era epidemia; pero había cundido principalmente entre los más necesitados,
de modo que cabe pensar en alguna enfermedad provocada por la desnutrición. Otra vez hubo viruelas en 1788 y luego en 1798, comunicadas por un barco procedente de Mogador. La primera de estas dos
epidemias fue bastante fuerte para preocupar a los vecinos. El alcalde de
Santa Cruz ofició en 4 de febrero al corregidor, pidiendo licencia para hacer procesión y rogativas en la iglesia al señor San
Sebastián, a quien había elegido el lugar por especial
abogado, y en efecto consiguió la autorización que
solicitaba. Es ésta la primera ocasión en que
consta la organización en Santa Cruz de rogativas en tiempo de enfermedades, con elección de un santo intercesor.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 345 y ss.).
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