UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1491-1500
CAPITULO I-XXV
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1495.
Breve síntesis sobre las
respectivas situaciones de guanches y españoles con relación a los sucesos
ulteriores. Tercera campaña de Lugo. Combate de Las Peñuelas. Refuerza al
ejército invasor unos dos mil voluntarios españoles. Escasez de víveres. El
Real de La Laguna.
Replegase el ejército al Real de Santa Cruz. Nueva penuria
por escasez de vituallas. Resolución desesperada de los nobles ligueros.
Batalla de La Victoria
y sus consecuencias.
Anticipándonos a los sucesos
vamos a dar una breve síntesis sobre las respectivas situaciones de guanches y
españoles, para orientarnos respecto a las causas que determinaron el natural
desarrollo de los acontecimientos hasta la conquista de la isla, que repetimos
no fue por fuerza de armas como hacen entrever los cronistas y aún algunos
interesados en sus informaciones de nobleza por estimarlo más honroso.
Ya dijimos que mientras vivió
Bencomo fue como el eje alrededor del cual giraban sordamente la enemistad y el
temor de los demás soberanos, los odios güimareros y la efervescencia de los
siervos en sus avances de emancipación, pero que al desaparecer tan abrumadora
personalidad desatáronse las pasiones en razón directa de lo que estuvieron
refrenadas; con especialidad los siervos o villanos, más propiamente esclavos,
que rompieron con su antigua mansedumbre.
Para comprender este movimiento
social hay que tener presente sus condiciones de vida. Según las instituciones
el noble guanche no tenía más ocupaciones que la guerra y la administración
pública. Estábale prohibido todo trabajo manual como el labrar la tierra, el
pastoreo, ordeño del ganado, oficios menestrales, etc., al extremo de que a la
menor infracción quedaba descalificado con pérdida de los privilegios. Por esto
la ley, en relación con la categoría de cada noble, le tenía adscrito uno o más
siervos como bestia doméstica de trabajo para atender a sus necesidades. Está
por demás añadir que el siervo no se le reconocía ninguna clase de derechos
civiles, políticos, ni sociales, hasta el punto que dentro del régimen
socialista en que estaban organizados no figuraban para el reparto de materias
alimenticias, sino que dejaban cierto margen en la de los nobles para que los
racionaran.
Al concepto de esclavitud que
esta condición de servidumbre de los villanos merecía a Diego de Herrera, se
debió su acto impolítico de disponer de los 81 que les facilitaron los reyes
para los trabajos de la casa de contratación de Añaza.
Pero los siervos además de estar
privados de todos los derechos y de soportar la pesadumbre de todos los
trabajos, eran también utilizados como hombres de guerra. Es de presumir les
agitaran de antiguo las ideas de emancipación, cosa que no se sabe aunque es
probable más en la época a que nos referimos la propaganda de los españoles y
los mismos campos de batalla les abrió los ojos, cayendo en la cuenta que a la
par daban sus vidas por la patria y por la defensa de los aborrecidos
privilegios, por lo que que clamaron contra éstos. Lo particular del caso no
estuvo en que acogieran la doctrina contra la servidumbre prometida por los
españoles, sino que siendo los invasores los que les ofrecían garantías de realizar
la reforma, arraigó a la vez en los villanos las ideas de redención y de
independencia.
Compréndese, por lo tanto, que
los siervos se avisparan por una aspirada mejora que los sacaba de su miserable
condición; así como el horror que sentía la nobleza por estas aspiraciones
niveladoras, que sólo podemos avalorar por lo que hace 50 años experimentaba un
blanco cuando su esclavo negro le hablaba de igualdad de derechos; como también
se comprende el partido que podía sacarse de esta irritante tensión de ánimo
entre nobles y siervos, así como de la enemistad de unas naciones con otras,
fomentándolas con habilidad y haciéndoles imposible la vida común dentro de sus
legendarias instituciones.
Frente a tales conflictos
guanches hallábase indudablemente un enemigo astuto. Tuvo el general Lugo el
mérito de hacerse cargo del estado de cosas y la gran virtud de la constancia
para sostener su plan a prueba de las mayores privaciones, de los desdenes de
los émulos y hasta de la calumnia de sus detractores, que lo motejaban por la
lentitud de sus operaciones militares. Aspiraba a conquistar una isla en que
sólo dominaba lo que pisaba, sin poblaciones que tomar, quebrada y montuosa con
un principal camino o trocha que no le llevaba a ninguna parte; no debiendo
aventurar su ejército en los bosques, desfiladeros y barrancos por otro lado
sin objetivo estratégico, ni fraccionarlo ante un enemigo tan osado como
valeroso que lo acechaba sin descanso; lo que unido al convencimiento de que no
lograría reducirla por fuerza de armas dados sus recursos, hay que reconocer
tuvo un gran acierto en la conducta que se trazó como ya dijimos: permanecer
acantonado cuanto era posible en el Real de Santa Cruz; recorrer algunas veces
al año la trocha con su ejército en orden de batalla incitando a los guanches al combate y sostener con los
triunfos su influencia moral, mientras azuzaba por todos los medios las
disensiones internacionales y sociales.
Ya referimos cómo después de la
batalla de La Laguna
marchó el ejército español sobre el Real guanche del Peñón, donde durante dos
horas se provocaron al combate pero sin abandonar ninguno sus respectivas
posiciones; hasta que al fin un aguacero determinó al general Lugo levantar el
campo para contramarchar al Real de Gracia y de allí, el mismo día, al de Santa
Cruz.
Según los autores los fríos,
tormentas y lluvias mantuvo recluido al ejército hasta fines de Enero del nuevo
año de 1495, en que el general Lugo quiso abrir su tercera campaña disponiendo
que una fuerte columna de 500 infantes y 40 caballos, mandada respectivamente
por Hernando Trujillo y Gonzalo del Castillo, practicara un reconocimiento por
la laguna y campos limítrofes, procurando a la par apoderarse de algún ganado
porque ya sentían un tanto la escasez. Prescindiendo del supuesto cuadro
lúgubre que se encontraron los expedicionarios en la laguna, de los perros
devorando los cadáveres abandonados como dicen los cronistas y que nosotros no
creemos, como cuanto acontecía por aquella época revestía el aspecto de lo
extraordinario, añaden que los soldados oyeron a una mujer que les gritaba en
lengua guanche desde lo alto del risco de la Atalaya : «¿Qué hacen cristianos! ¿Cómo no entráis
y os apoderáis de la tierral Todos los guanches se van muriendo y no hallaréis
con quien pelear».
Tal incidente nos parece poco
serio y hasta una prueba improvisada del soñado espectáculo de muertos
insepultos, pero como no afecta a lo sustancial seguiremos a la expedición,
copiando a Serra de Mora-tín, que a su vez lo hace de Viana:
«Dudaron... los jefes de lo que
decía aquella mujer, pero habiendo subido «... las Peñuelas descubrieron a sus
pies, y en el mayor silencio, el valle de Tegueste; y a excitación de Castillo
determinaron bajar a él. Sólo encontraron chozas y cabanas abandonadas, en las
que había pequeñas cantidades de gofio, queso y cebada; pero oyendo lamentos en
una cueva cercana penetraron en ella y encontraron a un anciano venerable, que
acompañado de una niña y dos niños se deshacían en lágrimas junto al cadáver de
su madre que acababa de morir... Por este viejo se enteraron de que el príncipe
Zebenzuy y el mencey ¡Tegueste! se encontraban en el barranco de Tejina; y que
la mayor parte de los ganados se hallaban recogidos detrás de las montañas que
se ven en el centro del valle. Con tal noticia tomaron los españoles el camino
de la Goleta y
se echaron sobre los referidos ganados. De retorno volvieron a la cueva en que
habían encontrado al viejo, el que en su ausencia había matado a los tres niños
y él se había atravesado un dardo de tea por el vientre, pues más quería (tales
fueron sus palabras) perecer con sus hijos que verse con ellos en una
esclavitud desdichada».
Recelosos los españoles del
silencio que les rodeaba, Hernando Trujillo dividió las fuerzas en cinco
columnas de a 100 hombres, que precedida de los batidores rompieron la marcha
escalonadas, apoyándose unas a otras, colocando la caballería a retaguardia y
conduciendo el ganado apresado entre la cuarta y quinta columnas postreras.
Mientras tanto el achimencey Tegueste y su hermano Sebensuy se habían emboscado
con 1.200 hombres (cifras que dan los autores y creemos muy exagerada). Aunque
de lo alto de Las Peñuelas observaron el buen orden que llevaban los
castellanos, embistieron repentina y furiosamente.
El resultado del combate fue 60
guanches y 12 españoles muertos, muchos heridos por ambas partes y prisionero
el capitán de a caballo Gonzalo del Castillo; a quien le mataron el caballo de
una pedrada. Durante la refriega el rebaño apresado se dividió en dos manadas,
una que se corrió al valle de Tegueste que recobraron los indígenas, y la otra
ganó la vega de La Laguna
que después se llevaron por delante los españoles. Cuanto al prisionero el
capitán Castillo, fue enviado por Tegueste al rey de Taoro Benytomo con un
destacamento de 40 hombres mandados por su hijo Teguaco; y a las pocas horas
retornaba libremente al Real de Santa Cruz montado en un caballo que le regaló
Benytomo, de los seis que poseían desde la batalla de Acentejo o de La Laguna , según Viana.
Ésta fue la única ocasión que los
españoles abandonaron el camino de la trocha algunos kilómetros fuera de la vía
y no estimaron prudente repetir la suerte.
* *
Día tras día irán destacándose
con mayor relieve hechos muy significativos, que si bien en la apariencia
contradictorios hállanse subordinados a relaciones de causalidad.
Efectivamente, debido en parte a
la resonancia de las batallas épicas libradas entre guanches y españoles, a las
dificultades de la conquista de Tenerife que interesó el espíritu aventurero de
la época, y en parte a las gestiones del influyente Diego de Cabrera, acudieron
en la primera quincena de Marzo a reforzar a los castellanos como 2.000
soldados; y sorprende a primera vista que con un ejército alrededor de 3.000
españoles, sin contar los aliados güimareros, no aparezca el general Lugo dando
gran actividad a la campaña; máxime cuando las vituallas, no siendo abundantes,
con tan crecido número de consumidores los metía con frecuencia en la miseria.
La escasez llegó en ocasiones a los extremos que vimos en la información de
nobleza de la casa de Guerra, en una nota con motivo de la batalla de Acentejo,
en la que hay testigos declarando que «fue tanto el trabajo, que se pasaba a
cada soldado siete higos de cada ración» y que padecieron «mucha necesidad de
hambre y de sed, comiendo yerbas y palmitos». Viana refiriéndose a este
particular dice:
«Sólo un pequeño puño de cebada
y cinco higos para todo el día,
y con silvestres yerbas, y con
esto
pasaban, y los días que faltaba
la cebada, hacía a remedio
de las raíces del helécho secos
una harina, y remolido polvo
muy semejante al gofio, y desta
suerte
el tiempo referido padecieron
sin dejar el intento de
conquista,
por el punto de honor y juramento
solemne que hicieron aquel día
que aportaron segunda vez al
puerto».
Por lo transcrito se echa de ver
experimentaron los castellanos privaciones; y aunque suele ser moneda corriente
dar a esta clase de sucesos un subido colorido, extremando las faltas o
generalizando lo excepcional, no puede negarse sufrieron grandes penalidades y
que hicieron heroicos sacrificios.
¿Cómo explicar, repetimos, que
hallándose constantemente amenazados por el agotamiento de las vituallas,
permaneciera en la apariencia inactivo tan crecido ejército? Porque el hecho es
que después de la batalla de La
Laguna a mediados de noviembre de 1494, salvo el
reconocimiento y combate de Las Peñuelas, figura unos siete meses acantonado en
el Real de Santa Cruz donde dejando una guarnición en la segunda quincena del
mes de junio del 95, sentó el Real de La Laguna sobre el morro de la Concepción. Allí
estuvo el general Lugo hasta septiembre ordenando de vez en cuando
reconocimientos ofensivos a lo largo de la trocha sin resultados decisivos, y
de nuevo apremiado por la falta de víveres levantó el campamento y se encerró
otra vez en el Real de Santa Cruz.
Era por aquella fecha tal la
penuria que muchos de los últimos voluntarios se marcharon y hubo de los
antiguos quien pensara en abandonar la conquista retirándose a Canaria; pero el
general recordando en un consejo de guerra a sus oficiales el juramento que
habían hecho de morir antes que volver la espalda a Tenerife, reanimó los
espíritus, acordándose continuar la guerra y comisionar a Juan de Sotomayor,
con poderes de Alonso de Lugo y de Estupiñán que mandaba la gente del duque
Medina Sidonia, para que marchara a Canaria a obligar el cumplimiento del
contrato a los proveedores genoveses.
A virtud de ese acuerdo
trasladóse inmediatamente Sotomayor a Las Palmas y demandando ante la justicia
a la compañía de comerciantes para que le facilitasen provisiones, manifestaron
ante Gonzalo García de la
Puebla , escribano público de la referida isla de Canaria:
«Que era constante no haber faltado a los conquistadores ocasiones muy
favorables para terminar aquella empresa, pero que las habían malogrado todas
inclinados siempre a una afectada lentitud: que en el presente año habían
acudido casi dos mil hombres de las islas vecinas, y que no habían querido
emplearlos en las operaciones de la campaña; finalmente que los armadores
estaban imposibilitados de suministrar los socorros que se le exigían para una
conquista interminable de que no sacaban provecho».
Sin embargo de lo alegado por los
armadores, como a todos constaba lo difícil de la empresa, la sentencia fue condenatoria;
por lo que tuvieron que expedir un buque con harina, bizcocho, cebada, armas,
etc. que llegó a Añaza el 1a. de Diciembre con Sotomayor, recibido con
aclamaciones de júbilo.
Tan interesante documento
confirma, no sólo la lentitud de las operaciones militares que echaban en cara
al general Lugo, sino un particular muy importante consignado por las
tradiciones, de negarse en absoluto a hacer esclavos guanches desde que pisó la
isla, que no otra cosa significa la frase de que era «una conquista interminable
¡de que no sacaban provecho!».
Por otra parte, ¿cómo contando
los españoles con el recurso del ganado de la isla, que se comprobó más tarde
montaba de 200.000 mil cabezas y lo sabían por sus aliados los güimareros, no
se apoderaron de él?, ¿porqué no iban a buscarlo? Todo prueba claramente de que
el general Lugo no se atrevió, ni debía atreverse, aventurar el ejército fuera
de la trocha abierta entre Añaza y Taoro; y como de no salir de la trocha no
era posible conquistar la isla por fuerza de armas, a despecho de los
impacientes mantuvo su plan de sostenerse a la defensiva a lo largo del
referido camino, fiado en que las disensiones de los propios guanches le darían
el triunfo: era cuestión de tiempo y víveres.
Pero si el general Lugo fiaba la victoria
a las discordias intestinas y a la acometividad de los guanches atrayéndolos a
combatir en campo abierto, éstos aleccionados ajustábanse a los acuerdos
tomados no aceptando el terreno elegido por el enemigo para su caballería. Así
hemos visto que no abandonaron sus posiciones del Peñón cuando los provocaron
al combate, sino que a su vez provocaban a los españoles para que los atacaran,
que eligieron el terreno quebrado de Las Peñue-las para caer sobre Hernando de
Trujillo y no la senda desmontada en la parte llana de la vega; y que durante
los tres meses que permaneció el ejército castellano en el Real de La 'Laguna,
practicando a lo largo de la trocha reconocimientos ofensivos marchando en
orden de batalla y excitándolos a la pelea, ellos no desamparaban sus puestos,
si como es posible aparecían a la vista del enemigo.
El juego era conocido por ambos
jugadores; y no es difícil adivinar cuál hubiera sido el desenlace del
problema, cuyos términos manifiestos eran la virtud de la paciencia por un lado
y los recursos económicos por otro, de no atravesarse un tercer factor o séase
la guerra social entre nobles y villanos, que decidió los destinos por el
momento del pueblo guanche. Cierto es que esa guerra no la ventilaban aún en el
terreno de las armas como aconteció más tarde, pero se le veía avanzar a pasos
agigantados. Mientras por una parte los güimareros y gomeros castellanizados
conspiraban a favor de España, por otra se unió a los gomeros patriotas la
influyente clase sacerdotal de los babilones para exaltar a los villanos al
grito de igualdad e independencia; lo que produjo en la sociedad guanche una
confusión espantosa, tal tensión moral entre las clases que desapareció la
armonía. Trató la nobleza, no ya de los reinos invadidos sino de aquellos que
todavía no habían hollado los españoles, ahogar el movimiento con persecuciones
y castigos como en los tiempos de Bencomo, pero fueron ineficaces. Aún señalan
en Fasnia, en el Roque del Chopin del menceyato de Abona, el sitio «donde
emparedaron a un villano por querer emparejarse a los nobles».
Desesperados los jefes de la Liga con este insostenible
estado de cosas, cada momento más amenazador, intentaron contrarrestarlo
concentrando la atención de todos en el interés supremo de la defensa de la
patria, haciendo una guerra activa a los españoles; pero como éstos no invadían
los territorios ni abandonaban la trocha, viéronse obligados por las
circunstancias a volver sobre su acuerdo para presentarles batalla en el primer
reconocimiento que practicaran. Éste fue el motivo que, mal a su pesar, impulsó
a los ligueros a librar la batalla de La Victoria ; en la que dice con razón fray Alonso de
Espinosa, aunque ignorando la verdadera causa, que «los naturales peleaban como
desesperados y como aquellos que querían desta vez concluir...».
A los 23 días de retornar
Sotomayor de Canaria con los subsidios que alcanzó de los proveedores por
sentencia judicial, o séase el 24 de diciembre, con una hermosa y despejada
mañana emprendió el ejército castellano uno de tantos reconocimientos a lo
largo de la trocha, llegando a las 9 a Tacoronte y entre 11 y 12 a los llanos
de Acentejo, donde determinó acampar la marcha en orden de batalla sin perder
las filas, precedido de exploradores.
Como los guanches tenían la
tierra atalayada, no sólo iban desalojando los pastizales limítrofes a la
trocha a medida que se aproximaban los españoles, cumpliéndose la orden de no
dejarse ver al punto de parecer deshabitadas las campiñas, sino que noticiosos
los jefes reunieron los contingentes de los tres reinos para atacarlos en la
amanecida del siguiente día 25 de Diciembre. Conocedores los castellanos del
proyecto de los guanches, por un prisionero que hizo Lope Hernández de la Guerra de una emboscada que
le asaltó al practicar una descubierta, se prepararon para recibir al enemigo.
Refiere fray Alonso de Espinosa
«...y habiéndose los nuestros (como hombres apercibidos) prevenido la noche
antes de lo necesario, sabiendo que habían de ser acometidos por dos partes, se
dividieron, poniéndose en un sitio el gobernador con parte de la caballería y
peones, y en otro Lope Hernández de la Guerra con el resto de la gente. Pelearon los
unos y los otros valentísimamente: porque los naturales peleaban como
desesperados y como aquellos que querían desta vez concluir y ver para cuanto
eran, y los nuestros como gente acostumbrada a vencer y que les iba a la honra
en salir con victoria, por ser casi en el mesmo lugar la batalla que había sido
la primera los años pasados... y en agradecimiento desta victoria fundaron en
el propio lugar una ermita, que llamaron Nuestra Señora de la Victoria... '», (1).
Murieron sobre el campo de
batalla 64 españoles y fueron muchos los heridos, porque no hay que olvidar el
armamento europeo de que disponían varios cientos de guanches; y de éstos, como
siempre, no faltan autores que los cuentan por millares cuando no se supo en
rigor. Indudablemente sus bajas fueron superiores, pero no tantas que
ascendieran a 2.000 como supone caprichosamente; cifra que aún nos parece
excesiva reduciéndola a la mitad entre muertos y heridos.
Los guanches replegáronse sobre
Santa Úrsula sin ser perseguidos; encaminándose los contingentes a sus
respectivos reinos y tago-ros a hacer la vida ordinaria. Cuanto a los
españoles, después de una permanencia de nueve días en el campo de batalla
curando sus heridos, en la madrugada del 4 de Enero del nuevo año en 1496
contra-marcharon al Real de Santa Cruz, donde llegaron en la tarde del mismo
día.
¿Qué trascendencia en los
destinos de Tenerife puede concederse a este hecho de armas, desde el punto de
vista militar? Las cosas continuaron lo mismo que venían. No avanzaron los
españoles ni una pulgada fuera de la trocha, ni extendieron el radio de
influencia ampliando su primitiva base de operaciones de los navios, el Real de
Santa Cruz y su alianza con los güimareros. Cuanto al ejército liguero que era
de unos 4.000 hombres, deducida una baja prudencial de 300 o 400 por muerte en
la batalla, seguía constando más o menos de unas 3.500 plazas de soldados aguerridos
y cada día mejor armados.
Así, pues, aunque perdida la
batalla por los guanches no alteró sustancialmente las respectivas situaciones
entre invadida e invasores; ¡y sin embargo, fue decisiva para la contienda que
sostenían nobles y villanos, que envolvió el porvenir de la isla!
NOTAS
1 Esto no es exacto si la ermita
a que se refiere se hallaba emplazada donde hoy está la iglesia parroquial,
bastante alejada del antiguo camino y de los llanos de Acentejo. El sitio en
que se libró la batalla es el aún conocido por Llano de la Reyerta , de
donde se replegaron los guanches
sobre Santa Úrsula. Todavía emplean por La Victoria y Sta. Úrsula ciertos días, un
estribillo en sus canciones coreadas alusivo a dicha batalla:
«Santa Úrsula capitana donde
feneció la batalla».
ANOTACIÓN
(1) A propósito de la
construcción de esta iglesia nos dice D. Agustín Díaz Núñez:
«Bien sabido es por la historia
que para cumplir el comandante D. Alonso Fernández de Lugo el voto que ofreció
por su triunfo sobre los guanches en el llano de Acentejo, tan pronto como
logró la pacificación de Tenerife hizo construir en el mismo punto (denominado
ya La Victoria ,
por el enunciado acontecimiento) una ermita dedicada a Nuestra Señora de los
Angeles, y su campana se colgó de un pino inmediato, que aún se conserva. A su
alrededor se fueron situando desde luego algunas familias, halagadas por el
buen terreno que se les presentaba, y no tardaron mucho en constituir un pago
numeroso del Sauzal, hasta que, aumentado considerablemente, se patentizó la
conveniencia espiritual de segregaría de su matriz y erigirlo en curato,
sirviendo la mencionada ermita, con más capacidad y decoro, de parroquia
primitiva, cuyo primer párroco hubo de ser el presbítero D. Sebastián Báez, y,
aunque no se sabe con certeza la fecha de esta instalación, consta del libro
más antiguo de bautismo que existe, haber sido su primera partida en 8 de
Setiembre de 1592...tiene confraternidad del Santísimo y dos ermitas, una de
San Juan Bautista y otra de Nuestra Señora de Guía, en estado regular...».
[Agustín Díaz Núñez. Memoria cronológica del establecimiento, propagación y
permanencia de la
Religión Católica Apostólica Romana en Islas Canarias.
Madrid: Imprenta La
Esperanza , 1865; pp. 274-275].
En cuanto a la fecha de fundación
del citado templo de Nuestra Señora de La Victoria hay que matizar algunos datos, como los
citados a continuación:
«El templo fue fundado en 1537
merced a la devoción de Gonzalo de Salamanca, vecino del lugar, que dejó para
ello sus bienes; pero en 1581 esta construcción se perdió en un incendio. Se
emprendió a continuación la reedificación, de modo que el 7 de Noviembre de
1628 Francisco Hernández, mayordomo de la iglesia, sacaba a subasta la obra de
la capilla mayor...».
[María del Carmen Fraga González.
La Arquitectura
Mudejar en Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura
de Tenerife, 1977; pág. 255]. (En: Juan Bethencourt Alfonso, Historia del
Pueblo Guanche, tomo III)
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