Para mi vieja, para mi
idolatrada madre, dechado
de bondades y espejo
ante quien me recreo.
Soñacionesidolatrada madre, dechado
de bondades y espejo
ante quien me recreo.
Yo he visto en Nivaria, yo he visto en la “peña
tinerfeña”, en sus jardines arautapalenses, en sus vergeles taorinos,
cosas, muchas cosas prodigiosas y…
En esa isla platónica, en esa roca ingente
llamada “Columna del Cielo”, en mis ensueños yo he visto las flores reír, las
flores llorar durante las noches, durante los días sin cesar.
Las flores, con sus perfumes, con tas aromas,
saturan las brisas del “Mayo florido” y llenas de luz esplendente, en
aquellas hermosas mañanas del “mes de las florestas”, enamoran a las gratas
tardes crepusculares, rindiendo recuerdos misteriosos a un sol que dejó de
brillar, o a una noche lunera que llega apacible y acariciadora.
Pinceladas
Flores, luces y brisas, todo se presta a matizar,
a llenar, a saturar los rincones más escondidos de las selvas y prados
isleños, dándoles vida, tonos y colores. Ellas forman un idílico y plácido
encanto que encanta su existir y todo y todas pintan, alumbran y lavan al
deleitoso nido de mis gratas añoranzas, a la cuna de mi solar natal.
De los barrancos y quebradas, de las montañas y
cumbres las sendas tortuosas, pintan, alumbran y lavan a porfía. También ellas
se inspiran en formar el agradable camino de su lozánico alcázar, para en él
depositar los íricos colores que, más tarde, donan a cuantos admiradores
del paisaje con alma de artistas los pretenden reproducir.
Acuarelas
Aquí están las flores. Luces y brisas, tonos y
colores en radiante plenitud llenan el paisaje y se ven festejarles,
Las colinas y cuestas pobladas de verdor
indescriptible, amigablemente descienden hasta tomar descanso, asiento, en la
fresca y riente mansión del señorial “valle de les jardines” – formando por
caprichosos e inclinados escarpes sobre el terreno ondulante que el Teide
fundió – largas calzadas también se ven pavimentadas calles lucen, y en aristas
y fajas tapizadas por aromáticas yerbas, el conjunto grandioso tiene brillor
turquesino, brillar primavéral. Es todo un grato pencil,
Blancas viviendas, casas blazonadas, calles
estrechas y caminos largos, repartidos están a uno y otro lado del paradisíaco
terruño. En todo ello, las aguas graciosas y mansas corren sin detener su
marcha fructificadora; en todo y por todo, millares de aves y mariposas hacen
el aleteo diurno y nocturno sin parar, de un modo fantástico…
El rocío del alba púdica, la vaporosa escarcha
qué precede a las heladas y perpetuas nieves, por doquier aroman y moran en
santa paz. La tierra queda agradecida, y la lluvia a veces llega cariñosa,
bajando en madejas de perlas orientales desde el Etéreo, para darle mayor
riqueza al paisaje gentil y de hermosura sin par que se ha descripto ya.
Armonías
Tranquilos duermen sus sueños de amor las “Cuatro
manzanas de Oro del legendario jardín”, los cuatro pueblos que, con gracia
mitológica, les representan desparramados en el edén taorino, pero
guardado y defendido por el alado dragón que en visiones o utopía» los bardos
cantaran pulsando sus lira» armoniosas
Aquellas chozas, aquellas viviendas, aquellos
palacios, se ven llenos de portones y ventanales; y lucen en artísticos
laberintos, preñados, enrramados, adornados de plantas o de matas variadas;
todo, floreciendo y derramando sus savias, sus néctares, se convierte en ricas
tintes que suben rientes hasta lo alto de las torres y campanarios, para luego,
unidos a los ecos vibrantes de sus esquilas, repercutir cadenciosos allá en los
bosques o entre las onda» del mar, siempre tejido en encajes de azul y plata,
siempre entonando canciones y trobas a un adiós que no fina jamás.
“Y esto son tesoros del terruño y esto es lo que
dicen las flores.”
Realidad
En matutinas y vesperales luces, yo he visto en
Taoro, yo he visto en mi patria, las flores reír, cantar, llorar… y abriendo
sus corolas de púrpura y oro, adormecen a otras flores, a otras, que doblan sus
pétalos con turna gracia y gentileza.
Ellas son hermanas, ellas son legítimas hijas de
“la madre tierra tinerfeña”, quien las engendró, quien las cría y protege de
noche y día.
De la isla nivarina y nacidas por “Mayo florido”,
crecen en los vergeles taorínos y en los jardines de Arautápala las flores. En
ella, también muéren y al morir, dejan a otras flores sus vidas, sus gracias,
sus fragancias…
Y mis sueños floridos no son ensueños, porque mis
soñaciones se han convertido en la más grande realidad… Ella en un todo
confirma que de Tenerife, en su incomparable valle de Arautápala, está el lugar
de descanso de los bienavénturados y así lo han cantado antiguos poetas,
y así lo han escrito veraces historiados y viejas crónicas nos lo enseñan.
También mi vieja, por quien soy lo que soy, me lo
ha contada, y sus palabras serán la creencia fiel que llevaré en el alma como
artículo de fe, imborrable e imperecedero.
El Barón de Imobach. Mayo
de 1923.
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