martes, 4 de noviembre de 2014

LO QUE DICEN LAS FLORES

 


TESOROS DEL TERRUNO
Para mi vieja, para mi
idolatrada madre, dechado
de bondades y espejo
ante quien me recreo.
Soñaciones
Yo he visto en Nivaria, yo he visto en la “peña tinerfeña”, en sus jardines arautapalenses, en sus vergeles taorinos,  cosas, muchas cosas prodigiosas y…
En esa isla platónica, en esa roca ingente llamada “Columna del Cielo”, en mis ensueños yo he visto las flores reír, las flores llorar durante las noches, durante los días sin cesar.
Las flores, con sus perfumes, con tas aromas, saturan las brisas del “Mayo florido” y llenas de luz esplendente,  en aquellas hermosas mañanas del “mes de las florestas”, enamoran a las gratas tardes crepusculares, rindiendo recuerdos misteriosos a un sol que dejó de brillar, o a una noche lunera que llega apacible y acariciadora.
Pinceladas
Flores, luces y brisas, todo se presta a matizar, a llenar, a saturar los rincones  más escondidos de las selvas y prados isleños, dándoles vida, tonos y colores. Ellas forman un idílico y plácido  encanto que encanta su existir y todo y todas pintan, alumbran y lavan al deleitoso nido de mis gratas añoranzas, a la cuna de mi solar natal.
De los barrancos y quebradas, de las montañas y cumbres las sendas tortuosas, pintan, alumbran y lavan a porfía. También ellas se inspiran en formar el agradable camino de su lozánico alcázar, para en él depositar los íricos colores que, más tarde, donan a  cuantos admiradores del paisaje con alma de artistas los pretenden reproducir.
Acuarelas
Aquí están las flores. Luces y brisas, tonos y colores en radiante plenitud llenan el paisaje y se ven festejarles,
Las colinas y cuestas pobladas de verdor indescriptible, amigablemente descienden hasta tomar descanso, asiento, en la fresca y riente mansión del señorial “valle de les jardines” – formando por caprichosos e inclinados escarpes sobre el terreno ondulante que el Teide fundió – largas calzadas también se ven pavimentadas calles lucen, y en aristas y fajas tapizadas por aromáticas yerbas, el conjunto grandioso tiene brillor turquesino, brillar primavéral.  Es todo un grato pencil,
Blancas viviendas, casas blazonadas, calles estrechas y caminos largos, repartidos están a uno y otro lado del paradisíaco terruño. En todo ello, las aguas graciosas y mansas corren sin detener su marcha fructificadora; en todo y por todo, millares de aves y mariposas hacen el aleteo diurno y nocturno  sin parar, de un modo fantástico…
El rocío del alba púdica, la vaporosa escarcha qué precede a las heladas y perpetuas nieves, por doquier aroman y moran en santa paz. La tierra queda agradecida, y la lluvia a veces llega cariñosa, bajando en madejas de perlas  orientales desde el Etéreo, para darle mayor riqueza al paisaje gentil y de hermosura sin par que se ha descripto ya.
Armonías
Tranquilos duermen sus sueños de amor las “Cuatro manzanas de Oro del legendario jardín”, los cuatro pueblos que, con gracia mitológica, les representan  desparramados en el edén taorino,  pero guardado y defendido por el alado dragón que en visiones o utopía» los bardos cantaran pulsando sus lira» armoniosas
Aquellas chozas, aquellas viviendas, aquellos palacios, se ven llenos de portones y ventanales; y lucen en artísticos laberintos, preñados, enrramados, adornados de plantas o de matas variadas; todo, floreciendo y derramando sus savias, sus néctares, se convierte en ricas tintes que suben rientes hasta lo alto de las torres y campanarios, para luego, unidos a los ecos vibrantes de sus esquilas, repercutir cadenciosos allá en los bosques o entre las onda» del mar, siempre tejido en encajes de azul y plata, siempre entonando canciones y trobas a un adiós que no fina jamás.
“Y esto son tesoros del terruño y esto es lo que dicen las flores.”
Realidad
En matutinas y vesperales luces, yo he visto en Taoro, yo he visto en mi patria, las flores reír, cantar, llorar… y abriendo sus corolas de púrpura y oro, adormecen a otras flores, a otras, que doblan sus pétalos con turna gracia y gentileza.
Ellas son hermanas, ellas son legítimas hijas de “la madre tierra tinerfeña”, quien las engendró, quien las cría y protege de noche y día.
De la isla nivarina y nacidas por “Mayo florido”, crecen en los vergeles taorínos y en los jardines de Arautápala las flores. En ella, también muéren y al morir, dejan a otras flores sus vidas, sus gracias, sus fragancias…
Y mis sueños floridos no son ensueños, porque mis soñaciones se han convertido en la más grande realidad… Ella en un todo confirma que de Tenerife, en su incomparable valle de Arautápala, está el lugar  de descanso de los bienavénturados y así lo han cantado antiguos poetas, y así lo han escrito veraces historiados y viejas crónicas nos lo enseñan.
También mi vieja, por quien soy lo que soy, me lo ha contada, y sus palabras serán la creencia fiel que llevaré en el alma como artículo de fe, imborrable e imperecedero.
 El Barón de Imobach. Mayo de 1923.


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