Capitulo III
Eduardo Pedro García
Rodríguez
Si grande debió ser la
fortuna atesorada por el pirata, no menos debía ser las deudas contraídas con
el cielo, como consecuencia de los métodos empleados en conseguirla, así,
siguiendo las creencias y costumbres de la época, don Amaro se esfuerza en
rebajar los números rojos en su cuenta corriente con el más allá y, además de
los múltiples donativos realizados a iglesias y conventos, adquiere el patronazgo
de la capilla de San Vicente Ferrer, en el convento de Santo Domingo, en cuya
iglesia parroquial está ubicada la sepultura familiar y, en cuya lápida figura
una calavera con dos tibias cruzadas, también donó la urna del Santo Entierro,
según figura escrito en la misma <<Esta urna la mandó hazer el capitán
don Amaro Rodríguez Felipe por su devoción este año de 1732>>. Como
es bien sabido también costeo la urna que guarda el cuerpo incorrupto de sor
María de Jesús como veremos más adelante. Fue así mismo benefactor de la ermita
de San Amaro o del Rosario, aunque a decir verdad, no fue excesivamente
generoso con éste modesto templo lugar de descanso de los peregrinos que desde
diferentes puntos de la isla se desplazaban a Candelaria, y lugar de descanso también
de la imagen en las ocasiones en que ésta era trasladada a la ciudad de La Laguna. También fue hermano del
Santísimo de los Remedios y de la
Virgen del Rosario.
Como la posesión de grandes riquezas
lleva implícito la búsqueda del
reconocimiento social, el pirata decide dar lustre a sus apellidos y,
así, aprovechando una de las frecuentes crisis económicas en que acostumbraban
estar las monarquías españolas, inicia expediente de declaración de hidalguía,
la que consigue en 1725, dos años después, obtiene certificación de nobleza y
escudo de armas, dados en Madrid, (por supuesto a cambio de un sustancioso
donativo para las arcas reales) y crea mayorazgos.
Uno de los aspectos mas
conocidos en el ámbito popular de la vida de Amaro Pargo, fue su relación con
la monja lega del convento de las clarisas María de León Delgado, Sor María de Jesús, “ La sierva de Dios”. La
fe popular ha venido creando en el transcurso de los siglos una serie de
leyendas en torno a ambos personajes, en muchos casos alentadas y sustentadas
por el clero. Veamos algunos sucintos rasgos biográficos de Sor María de Jesús:
nace ésta en el Sauzal el 23 de marzo de 1648, siendo bautizada el 26 del mismo
mes, sus padres fueron Andrés de León Bello y María Delgado, ambos descendientes
de isleños según se desprende de una data otorgada en 1501 a Pedro de Vergara:
<<...un pedazo de tierras que son junto con El Sausalejo linde con
Pedro Hernández de las islas>> . Este Pedro casó con María Gutiérrez,
quienes tuvieron a Pedro Hernández Perera y a Catalina Delgado, quienes entre
otros hijos tuvieron a Andrés de León Bello, quien casó con María Delgado
Perera quienes a su vez fueron padres de Pedro de León Delgado, Catalina de
León Delgado, María de León Delgado y un hermano más cuyo nombre se
ignora.
Era frecuente que las familias extremadamente
pobres, “colocasen” como criados desde
muy temprana edad a sus hijos pequeños al servicio de alguna familia pudiente,
como medio de garantizarles la subsistencia. En este caso se vio Maria Delgado
madre de la pequeña María, quien con
apenas siete años de edad tuvo que colocarla al servicio de la familia de un
médico tinerfeño residente en La Laguna. Este médico posiblemente fue, el doctor
don Bartolomé Álvarez de Acevedo, quien había estado ejerciendo su profesión en
España donde probablemente casó, a juzgar por los calificativos que el
biógrafo de María don José Rodríguez
Moure emplea al referirse a la esposa del doctor, a la que en unos pasajes
denomina “peninsular” y en otros “española”. Este fue contratado por el cabildo
de Tenerife en 1655 pero sus relaciones con el mismo no debieron ser muy buenas
pues 1659 ya mantenía pleito con el mismo, y posteriormente, le vemos gestionando el embarque con su
familia para Indias, viaje que de llevarlo a cabo sería sin su esposa, pues
ésta, ya había fallecido por estas fechas.
Generalmente la contratación de
niñas para el servicio doméstico tenía lugar cuando éstas rondaban en torno a
los diez o quince años de edad, aunque se producían algunas excepciones como en
el caso de María de León y de otra también de siete años e igualmente
procedente de Acentejo, que fue contratada por la viuda Carmenatys, la que
además exigió a la niña un periodo de prueba de doce días, al objeto de
comprobar si la niña se adaptaba a las exigencias domésticas de la viuda. La
duración de los contratos oscilaba entre los cinco o ochos años, durante los
cuales los amos se comprometían a alimentar vestir y calzar de manera modesta a
la joven criada, al final del mismo, la sirvienta recibía una pequeña cantidad
de dinero o más comúnmente una modesta dote compuesta de ropas de cama
generalmente elaboradas por las propias dotadas, y algunos modestos enseres
domésticos, ya que el fin último de estas muchachas de servicio era el
matrimonio, se acostumbraba a especificar en los contratos que las niñas
estaban obligadas a prestar las labores propias de una casa tales como: lavar,
fregar, cocinar, hacer mandados... <<de todo el serviçio de una
casa e de mandados e servicios honestos
que se suelen hazer por muchachas que se ponen de serviçio de cosas buenas e honestas en cualquier casa e de mandados por las calles,
e a las cuales se le ofrecen buena doctrina e honestas costumbres>>.
A pesar de las aparentes buenas intenciones de la letra de estos contratos, la
verdad es que, estas niñas, servían en un régimen de semi esclavitud,
realizando trabajos superiores a sus fuerzas, y en unas jornadas laborales que
solían durar desde el amanecer hasta las diez o doce de la noche, sin gozar de
más asueto que el de alguna festividad celebrada por sus amos, o cuando éstos
arbitrariamente decidían conceder algún descanso, además de daba la
circunstancias en la mayoría de los casos de que sí la criada enfermaba, ésta
estaba obligada a prolongar su servidumbre tantos días como hubiesen durado su
enfermedad.
Plano de la Ciudad de La Laguna levantado por el
ingeniero cremones Leonardo Torriani
La vida de la pequeña María con
la familia del médico no debió ser muy
agradable, pues a pesar de que apenas contaba con 7 años de edad se le obligaba
a realizar tareas domesticas propias de adultos, fregar, lavar, cernir la
harina para el pan, e incluso ensillar
el caballo del doctor empleando una
banqueta para poder colocar la asilla en la grupa del animal. La madre de la
pequeña al tener conocimiento de estos abusos, y ante la posibilidad de que se
la llevasen a América, trató de rescatar
a su hija, pero la esposa del médico se negó rotundamente. Ante la decidida
actitud de la española, María Delgado
tuvo que hacer uso de la astucia y, argumentando la celebración de las fiestas
del Salvador en su pueblo natal, pudo convencer a la esposa del médico para que
dejara marchar a la niña durante unos días, conseguida la autorización de la
empleadora, no sin muchas cortapisas, la madre de la niña aprovechó las circunstancias para enviar a su hija con
unos parientes que tenía en la
Orotava. La española –como la califica Moure- montó en cólera
al tener conocimiento de la negativa de la madre de María a que esta volviese a
su servicio, en cumplimiento del resto del contrato que por aquellas épocas
acostumbraba a celebrarse. El despecho de la señora fue tal que llegó incluso a
contratar a unos matones para que se trasladaran al Sauzal y secuestraran a la
pequeña María, destino de la que se libró al encontrarse refugiada con sus parientes en la Orotava.
Fallecida la madre de María de León,
ésta, continuos algunos años viviendo en compañía de la familia de Inés Pérez
sus parientes de la Orotava ,
con quienes sin duda, adquirió conocimientos de medicina popular y de la
consiguiente utilización de plantas medicinales, conocimientos que más adelante
empleó no solo en beneficio de sus compañeras de claustro, sino que, ayudó a
ciudadanos que la con consultaban sobre determinadas dolencias, entre los que
figuraba un conocido médico a quien curó de una enfermedad cutánea.
Pasados unos años, se presentan en casa de la
familia de María, en la
Orotava , dos misteriosas “damas” procedentes de La Laguna que portaban una
carta supuestamente escrita por su tío Miguel Pérez Perera, su pariente, y
casado con su tía Catalina Delgado, hermana de su madre, residentes en la
ciudad, hombre económicamente bien situado, en ella se le pedía a la joven que
se trasladara a La Laguna
para vivir con los mismos. La joven María y las dos misteriosas damas inician a
píe el camino de regreso a La
Laguna , haciendo un alto de descanso en el Sauzal, llegadas a
la ciudad, las dos mujeres, aprovechando el desconocimiento que María tenía de
la población, en lugar de acompañar a la joven directamente a casa de sus tíos,
comenzaron a vagar por las calles hasta
que en un callejón que existía a espalda de la parroquia de los Remedios
y, que hoy está ocupado por parte del altar mayor de la Catedral , en él, se
encontraron con un misterioso caballero, con el cual las dos mujeres
mantuvieron avivada conversación, llegado a un punto en que, el caballero
exigió ver el rostro de la joven María, la cual
como era habitual por esas fechas llevaba cubierto. Por los retazos de
conversación que pudo oír la joven María, comprendió que de lo que estaban
tratado aquellas arpías y el supuesto caballero era nada y nada menos que la
venta de su virginidad, horrorizada, salió corriendo de aquel callejón y preguntando
a un viandante sobre el domicilio de Pedro Bello, tío suyo a quien recordaba,
obtenida la información se dirigió a casa de éste.
Grande fue la sorpresa de Pedro Bello cuando
se encontró con su sobrina, y mayor fue la de sus otros tíos Miguel Pérez y
Catalina Delgado, cuando por aviso de aquél supieron que estaba en su casa; y
aunque extrañados de que a píe y sin orden suya hubiera hecho aquel largo
viaje, enterados de lo ocurrido, alojaron a la joven en su domicilio. Por otra
parte, es evidente que Fr. Jacinto de Contreras que con el tiempo fuera el
confesor de la- ya- sor María de Jesús, conoció la identidad de las dos
“Celestinas”, pero por “caridad” es decir, por no herir la vanidad de algún
acrisolado linaje familiar de La
Laguna , se guardó de consignarlos en la biografía que de la monja estaba escribiendo cuando le
sorprendió la muerte.
Instalada María en casa de sus tíos, fue
destinada a las labores propias de la casa, no distinguiéndose de los esclavos
y criados que sus tíos tenían, así transcurrieron algunos años, hasta que por mantener el buen nombre de la
familia éstos decidieron buscar acomodo
a la chica con el matrimonio, pero María era poco proclive al mismo, así que
optaron por hacerla profesar como monja en el convento de Santa Clara sirviendo
como criada de su prima, la hija de sus tíos Miguel Bello y Catalina Delgado,
que ya había profesado como monja de velo. Ignoramos las causas que motivaron
en María el rechazar la entrada en el convento de las Claras, optando por
hacerlo en el Santa Catalina, donde hacía falta una lega que se hiciera cargo
del cuidado de una monja anciana y enferma, así pues una mañana del domingo 22
de febrero de 1668, entró al servicio de Sor San Jerónimo (es curioso el que
por esas fechas a las monjas se les impusiesen nombres de Santos varones,) con
gran disgusto de sus tíos que, veían así privada a su hija de los servicios de
la criada que le habían destinado. Una vez ingresada, le fue destinada una
celda infestada de ratas e insectos, en la cual vivió hasta que pudo comprarse
otra más decente en el propio convento por el precio de 500 reales. Es
indudable que en esta ocasión los conocimientos que María tenía sobre
herboristería les fueron muy útiles para librarse de las plagas de ratas e
insectos mediante algunos sahumerios, aunque algún biógrafo interpreta que
dicha liberación se produjo por la intervención de algunos ángeles.
Para su subsistencia dependió siempre de las limosnas que desde el
exterior le remitían, pues la comunidad
no se hacía cargo de su alimentación, a pesar de los trabajos que la lega
realizaba en el convento después de la muerte de su ama sor San Jerónimo.
Esta ampliamente recogido por los biógrafos de
la monja, las labores de sanación llevadas a efecto por sor María de Jesús, en
las que, independientemente de la mística, demostró un amplio conocimiento de
las plantas medicinales y de las enfermedades a que debían aplicarse, curando
incluso a un doctor como hemos dicho, de unas afecciones que padecía en la
piel.
La piedad popular de la época
fomentada por el clero, llegó a atribuir a la monja el don de la bilocación,
don empleado por sor María de Jesús, no
sólo para proteger al pirata Amaro Pargo, sino incluso sus “empresas” y colaboradores,
conforme se desprende de determinadas leyendas atribuidas a la moja como
veremos a continuación.
Estando Amaro Pargo
desarrollando sus actividades habituales en alta mar, fue sorprendido por una
tormenta que estuvo a punto de hacer naufragar al navío, en tan grave trance
recordó que llevaba consigo unos objetos de sor María de Jesús, que él
consideraba como reliquias las arrojo al mar, implorando la intervención de la
monja, inmediatamente se calmó la borrasca,
la nave recobro el rumbo arribando felizmente al puerto de Santa Cruz.
En otro de sus viajes, abordan
un navío mercante de manera decicidida; arrojan los garfios y asaltan a la
presa, la tripulación de ésta opone una dura resistencia entablándose un sangriento combate cuerpo a
cuerpo entre ambas tripulaciones, y auque los piratas hicieron gala de una gran
bravura, era tal el valor y denuedo de los contrarios, que les obligaron a
batirse en retirada, cuando estaban próximos a rendirse, Amaro Pargo oye una
voz que le decía <<anímate, no temas, Dios está de tu parte>>
este mensaje hizo que el pirata recobrara bríos y animando a su gente,
arremetió de nuevo contra la presa con tal ímpetu que consiguieron reducir y
apresar al navío. Llegados triunfalmente al puerto de Santa Cruz de Tenerife
con la embarcación apresada un sábado Santo. En memoria de tal acontecimiento,
el pirata dotó perpetuamente con parte de sus bienes el costo de exponer al
Santísimo Sacramento, el lunes y martes de la pascua de Resurrección de cada
año, en la Iglesia
del Monasterio Santa Catalina, por atribuir la victoria obtenida a la
intercesión de sor María de Jesús a quien fue a visitar y dar las gracias, y
dando relación detallada de los pormenores del combate, entendiendo el pirata
que la sierva había tenido revelación del combate y del peligro que éste había
corrido y quizás permiso del Señor para ir a alentarle.
Otra de las ocasiones en que
Amaro Pargo fue objeto de la protección de la monja, a decir de los biógrafos
de ésta, tuvo lugar en La
Habana cuando el pirata enfrascado en alguna de sus
“empresas”; una noche, Amaro Pargo es atacado por un desconocido en una
taberna, quien le tiró varios golpes de daga de los cuales salió ileso, huyendo
el agresor acto seguido, Dando gracias Dios por salir bien librado de la
agresión, quedando extrañado de no haber sido herido; al día siguiente le
dirigió un hombre y le preguntó <<si no era él la persona con quien en la
noche anterior había tenido unas palabras y si no le había resultado algún
daño>>, contestándole que sí, y que a Dios gracias estaba ileso. El
agresor confuso, le suplicó le dijera que devoción particular tenía que le
había librado de tanto peligro, a lo que el pirata contestó diciéndole que en
un Monasterio de Tenerife había un alma justa, que creía le encomendaba siempre
a Dios; oído lo cual, el hombre le rogó marcara el día, y conmovido le confesó
que le había agredido creyendo que lo había dejado muerto.
Tras su viaje, cuando don Amaro
llega a La Laguna ,
fue como en él era habitual a ver a sor María de Jesús, y contándole la
experiencia vivida en La Habana ,
ella le mostró un cobertor que estaba acribillado de cuchilladas, haciéndole
ver que, éste, había recibido los golpes dirigidos contra su persona, haciendo
la moja esta manifestación al pirata por consejo de su confesor. Se dice que el
pirata conservó el cobertor durante toda su vida llevándolo siempre consigo en
todos sus viajes.
Otra de las situaciones en que
el don de la bilocación permitió a sor María de Jesús, socorrer los intereses
de la casa de Amaro Pargo, sucedió – según una
leyenda– que, arrollado por una tempestad un barco perteneciente a la
flota del pirata, que venía de retorno para estas islas, el Capitán vio una
monja que los socorría, superada la tormenta, el navío arriba felizmente a la
isla, el Capitán da cuenta a don Amaro de los pormenores del viaje
especialmente de la visión que tuvo durante la tormenta, afirmando que vio tan
claramente a la monja que, de volver a
verla, la reconocería sin duda alguna. Llevado al convento de Santa Catalina
por el confesor de la comunidad, fueron llamadas al locutorio las monjas, y en
cuanto el Capitán fijo la vista en las monjas señaló a sor María de Jesús como
la monja que había visto y les protegió durante la tormenta.
Creemos que es digno de
significar el hecho que en los episodios referentes a la bilocación hasta aquí
narrados, de manera directa o indirecta, siempre estaba presente la figura del
confesor de sor María de Jesús. Ignoramos si éste lo era también de don Amaro
Pargo.
Después de algunos intentos por
abandonar el convento, María de León entró en una fase de tranquilidad
espiritual, posiblemente fue en este periodo cuando comenzó a tener contactos
con Amaro Pargo, quien visitaba a una hermana suya que compartía claustro con
sor María de Jesús, esta hermana de Amaro, era conocida por Sor San Vicente
Ferrer. Los lazos de amistad entre el pirata y la monja se fueron acrecentando
con el tiempo, hasta el punto de que el pirata no dejaba de visitar y obsequiar
a la monja cada vez que regresaba de sus “empresas” marítimas, y cuando decidió
dedicarse a sus negocios en tierra, continuó frecuentado a la monja a quien
solía consultar en momentos de dudas.
La siervita Sor María de Jesús
Es digno de
encomio el afecto que, mostró siempre hacía la monja, el pirata, a los tres
años de la muerte de la misma, hace gestiones antes los superiores de la orden
de Santo Domingo en la
Provincia para exhumar el cuerpo de Sor María de Jesús.
Cumplidas todas las formalidades del caso, en la tarde del veinte de enero de
1734, se reunieron en el coro bajo del monasterio de Santa Catalina, el P.
Provincial, Fr. Luis Leal, el Prior de Santo Domingo Fr. Pedro González Conde,
el Regente de Estudios Fr. Luis Díaz, el Secretario Fr. Juan Bautista y el
Secretario Eclesiástico y Apostólico don Miguel Hernández de Quintana,
Prebístero; también concurrieron al acto
los seglares Dres. Don Francisco Barrios y don José Sánchez médicos, los
Capitanes don Amaro Rodríguez Felipe y don Antonio de Torres, y los afectos al
convento don Andrés José Jaime y don Juan Hernández, encargados de abrir la
sepultura.
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