Fallece en Santa Cruz de Tenerife Eduardo Westerdhal, pintor, crítico de arte y escritor criollo canario, perteneciente al Surrealismo.
De origen sueco y catalán, estudió Comercio y
trabajó como empleado de banca. Estuvo interesado en la filosofía y los
idiomas. Fue miembro fundador de las revistas Iletras y Pajaritas de
Papel y director de la tinerfeña Gaceta de Arte, revista internacional de
la cultura, que sacó treinta y ocho números entre febrero de 1932 y junio de
1936, su gran proyecto personal y una de las revistas fundamentales de las
Vanguardias artísticas canarias y europeas.
Fue además colaborador y redactor-jefe de la revista Hespérides y de
los diarios
“Eduardo Westerdahl: el intérprete objetivo
Por
Carlos Gaviño de Franchy
Hay
en la actualidad -y los hubo en el pasado- fotógrafos capaces de captar la
excepción, lo excepcional, algo frecuente en las vidas de todos, aunque no
todos sepan presenciar y propiciar el desarrollo de los propios, importantes
acontecimientos. La historia «de curso legal» y la otra, más insulsa por
allegada, están llenas de malas fotografías y de peores fotógrafos. Los hay que
se pasan la existencia con la cámara en el ojo y no logran una placa
medianamente digna, como les ocurre a tantos poetas y escritores, a tantos
pintores y músicos con sus textos, sus telas y sus partituras.
En
al arte/ciencia de escribir con luz, como en el resto de las actividades
artísticas, existe un «algo» especial que responde al estado del espíritu -sin
olvidar demasiado la funda orgánica- que predispone a la canalización del
lenguaje universal del que todos somos parte y del que, también, procedemos.
Se
trata de lograr que la palabra nos atraviese. En el principio fue la palabra, dicen las Escrituras y lo
repitieron insistentemente los alquimistas medievales europeos; la palabra
inicial debe discurrir por los entresijos expeditos de nuestra microestructura
universal como un torrente estremecedor. Hablamos del conocimiento. De ese
conocimiento que movió la mano de De Chirico en las primeras etapas de su vida
de pintor, la misma mano que reconoció, observando las formas dictadas, su
incapacidad para seguir interpretándolas y produjo uno de los primeros casos de
autofalsificación. Porque el arte es un palimpsesto del conocimiento.
Este
estado característico que entorna todo trabajo creacional, llámesele como se
quiera, ha sido procurado a lo largo de las biografías de los artistas de las
maneras más diversas. Desde sentarse a escribir con la bata de Balzac subastada
y adquirida por Óscar Wilde, a blandir constantemente una pretendida canilla de
Cristo como hacía Artaud. Naturalmente, ahora, nos parecen actitudes de un
pasado encantador. El artista de hoy prescinde de estas originalidades.
Pero se siguen utilizando procedimientos caseros de adecuación, a pesar de que
una cierta frialdad modernizante ha acabado con el tipo de artista
sistemáticamente conocido por sus extravagancias. Extravagancias, no lo
olvidemos, que le valieron la consideración general de enfermo mental y, lo que
es más importante, la inmunidad de que estos disfrutan.
El
artista es desde hace ya tiempo un individuo polifuncional (en oposición al que
venía siendo: alguien que pintaba porque sólo sabía pintar, alguien que
escribía por que sólo -decían- sabía escribir) y desarrolla multitud de
actividades, la mayor parte de las cuales apuntan hacia un fin concreto: el
arte. Así los escultores son pintores y ceramistas y los autores dramáticos,
gastrónomos, poetas y tapiceros.
La
vida como una obra total de arte, siguiendo las enseñanzas de Pater y el
ejemplo de Ford Madox Ford. Valga esta divagación para dejar
claro aquí que el ejercicio de la fotografía en Eduardo Westerdahl puede y debe
ser considerado como un aspecto más de su rica personalidad artística, aún
teniendo claro que en nuestra cultura hispánica está mal visto, cuando no
parece increíble, que alguien pueda abarcar a un tiempo actividades diversas y
conseguir en ellas una calidad cierta.
En este caso y tratándose principalmente de retratos se aúnan la creación y los
procesos analíticos de la crítica.
Westerdahl
cultivó también el trato de sus amigos y su consecuencia inmediata: la
conversación; la poesía, la crítica de arte, la plástica -realizando collages, poemas visuales y diseño
editorial-, desarrollando sobre todo su espléndida imagen de organizador, de
mecenas sin medios de eventos culturales.
Nos
interesa ahora el Westerdahl fotógrafo, desconocido por el público hasta la
reciente muestra organizada en el Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias,
de Santa Cruz de Tenerife, como una de las que formaron parte de las
exposiciones con las que se ha pretendido rendirle homenaje.
Hasta
hace muy poco el Archivo Fotográfico Westerdahl, cuyos fondos están
constituidos por un número no inferior a los ocho mil negativos, dormía un
sueño injusto en el interior de una porción de cajas metálicas de cigarrillos
ingleses o en otras, todavía olorosas, de puros habanos.
Maud
Westerdahl y quien esto escribe realizaron una primera labor de búsqueda y
clasificación que ha dado como resultado la exposición citada. Con este motivo
se colgaron 194 fotografías rescatadas técnicamente por Efraín Pintos y
Alejandro Delgado a partir de los negativos auténticos y, en contados casos,
recurriendo a otros nuevos tomados de positivos sobre papel. Actualmente se
trabaja en la selección final de aquellos con los que se pretende formar un
volumen que ha de dar a conocer, en esencia, la totalidad de los fondos
existentes, reflejando en último extremo sesenta años de quehacer cultural
canario.
Los
fondos del AFW pueden diferenciarse en varios grupos. En uno de ellos, el más
importante por motivos obvios, estarían los retratos relizados por Westerdahl a
pintores y escritores, poetas y críticos vinculados a sus empresas culturales,
ilustrados con paisajes que van desde Las Cañadas del Teide hasta el café de La Coupole. En un segundo
apartado caben aquellas fotografías en las que aparece Eduardo Westerdahl sólo
o en compañía de otros, todas ellas tomadas con su cámara, una vieja Rolley
Flex con la que fueron impresionados la totalidad de los negativos que se
conservan, ya que nuestro fotógrafo nunca utilizó otra. Una vez inservible ésta
y fracasados los intentos de adaptación a nuevas máquinas, dejó de hacer
fotografías. Le siguen las fotos realizadas por prestigiosos artistas entre las
que se encuentran varios retratos que Man Ray hizo a Maud Westerdahl y Vasili
Kandinsky, y algunas de Jhon Mili, Izis, etc, tanto más interesantes cuanto que
la mayoría son inéditas, y un sin número de instantáneas de exclusivo valor
familiar. Esto en cuanto a retratos se refiere, sin olvidar aquellos,
también domésticos, de sus antepasados, que tienen un innegable interés
antropológico. Hay además fotografías de viajes, interiores de estudios y talleres,
paisajes urbanos y monumentales, reproducciones de obras de arte, de
exposiciones, etcétera; y por último un reducido grupo de naturalezas muertas
realizadas combinando elementos en la mejor línea de adaptación de las «scenes»
de la fotografía finisecular.
Hemos
considerado como realizadas por Westerdahl las fotografías obtenidas
directamente por él y aquellas en que, ausente su dedo del disparador, tanto su
presencia en los clichés como el uso de su objetivo y el anonimato necesario
del ejecutante las convierten en fotografías especulares de Eduardo Westerdahl.
También incluimos otras realizadas por personas ajenas al propio Westerdahl,
pero que de alguna manera llenan un vacío de íntimos que, si bien no fue
calculado por él, resulta imprescindible cubrir para alcanzar una visión más
amplia de su presencia ya histórica. Son sin duda fotos imposibles, apócrifas,
posteriores a la utilización de la Rolley Flex.
El
interés primordial de estas placas contempladas desde la carencia de literatura
incitante se centra en dos acepciones de la palabra presentación.
Los
documentos que ahora mostramos tienen la particularidad de darnos a conocer a
unos personajes desde la inmediatez del trato social. Así de llano y claro.
Westerdahl siempre pensó que las gentes con intereses similares debían
conocerse, en el convencimiento de que las relaciones generaban cultura
humanizada, algo que iba más allá de la simple relación profesional o
comercial.
Por
otro lado, hemos intentado ofrecerlas de manera presentativa, huyendo de la
representación y sus manipulaciones historicistas.
Sin
embargo tres de las series expuestas, las más atractivas para un público
mayoritario, vienen adornadas con el lastre incómodo de un valor añadido, una
leyenda monográfica. Son las conocidas instantáneas de la excursión surrealista
a Tenerife; las dos visitas que los Westerdahl hicieron a La
Californie y las tomadas durante la estancia de
lord Bertrand Russell en el Puerto de la Cruz.
Sobre
ellas tenemos algo que aclarar, aunque con el temor de que la difusión de estas
noticias no haga más que agravar una situación por muchos desconocida.
La
gira de Bretón, su mujer, y el poeta Benjamín Peret a la isla; su visita a
Tacoronte, lugar donde pasó su infancia Domínguez y escenario en el que fueron
tomadas gran parte de las fotografías que poseemos, y la afirmación dislocada
del papa del Surrealismo que
convierte a esta tierra en espacio autóctono del movimiento superreal, dado el
interés que los estrechos y pequeños pantalones de Jacqueline Bretón habían
causado entre los «naturales» del país, son ya historia. Historia deformada que
la contemplación de las fotografías esclarece y endereza. Hoy, cincuenta años
después, usted mismo puede observar el grupo de los «interesados» en el
surrealismo que entorna la figura de Bretón y sacar sus propias consecuencias.
Se
piensa, se sueña más bien, con bastante ligereza en una cultura canaria
visitada y elogiada por Bretón, fuera del estricto recinto de los intelectuales
y artistas cercanos a Gaceta de Arte.
La realidad es otra por desgracia mucho más cruel, más próxima al cine pobre
suramericano que a nuestra reciente y, por fortuna, mestiza cultura. La cultura
válida, la que ha quedado, es patrimonio heredado de unos pocos interesados que
llegaron a ella y la hicieron desde el esfuerzo inteligente y no desde la
comodidad económico-académica. Fue la obra de un grupo de canarios que usaron
las puertas del mar para entrar y salir por ellas y no para sellarlas sobre su
hermosa tumba.
La
segunda serie, muy difundida, aunque no en su totalidad, la constituyen las
fotografías obtenidas en La Californie , el
estudio de Picasso. Sobre este particular nos limitamos a repetir algo que Maud
Westerdahl ha dicho muchas veces. A ella, desde su punto de vista, le resulta
fácil; las cosas tienen el valor que tienen y no otro. Westerdahl no era amigo
de Picasso o, al menos, no lo era como se pretende. El conocimiento tuvo origen
en la amistad -tampoco íntima- que mantenían con él Maud y Domínguez. Eduardo
Westerdahl había trabajado sobre su figura y publicado críticas a la obra (en Papeles de Son Armadans) pero no había
intimidad. Fue Maud quien condujo en ambas ocasiones a Westerdahl a casa del
malagueño. Pensar otra cosa sería estúpido, cuando se sabe que Picasso hacía
esperar a su biógrafo sir Roland Penrose durante semanas para darle cita.
Hay
sin embargo un dato curioso: el pintor no era muy dado a dejarse fotografiar
por cualquiera, sin embargo Westerdahl, no por casualidad, lo consiguió. Esta
serie constituye un argumental de interés único, pero exento de ese sentimiento
participativo y mediocre que acerca al observador al genio por medio de una
supuesta intimidad con el fotógrafo. Hay algo de regusto provinciano y
mentiroso en la contemplación manipulada de estas fotos.
En
cuanto a la visita de lord Russell ¿qué quedaría de ella si, aparte las fotos,
no hubiera habido una amistosa influencia del filósofo en el grupo de g. a. y
en especial en Domingo Pérez Minik? Apenas nada.
El
azar objetivo, buscado inteligentemente -quizás el único punto de contacto
entre Westerdahl y los planteamientos surrealistas- impregna estas fotografías.
Agustín
Espinosa no escenifica la apariencia del bello crimen del suicidio imposible
casualmente. No es casualidad que el rostro de Pedro García Cabrera tuviera ya
los estigmas de que fue víctima a causa de su pensamiento político. Tampoco nos
parece casualidad que el otro artífice de la moderna cultura europeísta
canaria, Domingo Pérez Minik, aparezca en tantas y tan buenas fotos. Otros
integrantes de las artes y la inteligencia se desdibujan o sencillamente
desaparecen. Un trasunto de sus propias existencias. Y así descubra y describa
usted mismo los personajes.
Por
último señalar un modo que caracterizó el comportamiento de Eduardo Westerdahl:
todos los pintores académicos canarios -con los que por supuesto estaba en
desacuerdo- quedaron magistralmente retratados con afecto y sin interés.
Viendo
estas fotos parecería que Eduardo Westerdahl hubiera conseguido, un poco
tristemente, su propósito de reunir aquí, de manera temporal, en la Residencia de Artistas
que diseñó Alberto Sartoris, a todos aquellos a los que en algún momento quiso
traer a Canarias. Algunos vinieron -a su casa y a costa suya- pero del resto no
nos quedan más que imágenes. Así son las cosas aquí. Muchas imágenes, pocas
consecuencias
Publicado en “Homenaje a Eduardo Westerdahl”. Separata de la revista Hartísimo. Número 2. Santa Cruz de
Tenerife, marzo-abril-mayo de 1984.”
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