Desarticulados culturalmente tras la conquista, los antiguos canarios comenzaron a cobrar una existencia imaginaria en la historiografía de las islas, en los relatos de viajeros y en las elaboraciones más sistemáticas de los antropólogos físicos y los prehistoriadores. El denominador común para todos es una imagen positiva y arquetípica del guanche, que alcanza desde la nobleza de su carácter y la naturalidad de sus costumbres hasta la innata fortaleza de su raza. Todos, canarios o no, han tenido simpatía por los guanches. Seducidos por el enigma de su origen, desconcertados por la evidencia de su desaparición o esperanzados en mostrar sus pervivencias, todos han tenido en la más alta estima a estos antiguos canarios que, en buena lógica, tendrían que haber sido calificados como bárbaros, salvajes, primitivos, o con cualquier otro de los marcadores que se fueron aplicando a los no blancos, no cristianos, y no europeos.
Y, en buena lógica también, de la aplicación de estos marcadores debería haber resultado un retrato similar a los de esos otros pueblos, mostrando su débil desarrollo social, su escasa capacidad para la civilización y su menor altura moral. Pero este no fue el caso. Al contrario, todas las imágenes que históricamente se han ido construyendo de los antiguos canarios son de simpatía, cuando no abiertamente laudatorias. Este mejor destino de los guanches frente a la los otros bárbaros, salvajes y primitivos en el imaginario de los canarios y europeos responde a que, en el cuadro histórico de los progresos del espíritu humano al que aspiró construir la Ilustración y en las taxonomías raciales generadas en el siglo XIX, los guanches quedaron siempre situados en un lugar privilegiado; no por razones estrictamente antropológicas sino por motivaciones ideológicas y políticas..
Maria Gómez Díaz
Junio de 2014.
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