1954.
Nace en Túnez, Domingo Luís Hernández Álvarez. Narrador, poeta y ensayista.
A los pocos meses de su nacimiento, la familia se trasladó a Tenerife, donde
reside desde entonces, con breves estancias en el extranjero. Desde muy
temprana edad publica trabajos narrativos en diversos periódicos y revistas
insulares como La Tarde,
Cofre y Alacena, Fablas, etc. Su actividad creativa en estos años
también se materializa en la realización de guiones cinematográficos, como El
infortunio de Alonso Ramírez (premio del Primer Concurso de Guiones
Cinematográficos instituido por la Caja General de Ahorros de Tenerife), y de los
films La mugre y La historia de María Díaz, junto a Pepi Dorta.
Pero su inclinación literaria desemboca en la carrera elegida: Filología
Hispánica, que concluye en 1980 en la Universidad de La Laguna. Ejerce
entonces como profesor en la
Escuela del Profesorado de EGB de La Laguna y colabora en el
Departamento de Literatura Hispanoamericana de la aquella Universidad donde
trabaja en su tesis doctoral sobre el tema «La narrativa de Roberto Arlt», que
defenderá unos años después. Por este motivo, estudia también en Buenos Aires.
Comienza a publicar sus trabajos críticos en Revista de Filología de la Universidad de La Laguna y en Liminar.
Además funda y coordina junto con Manuel V., Perera y Nilo Palenzuela Borges la Colección LC, en la
que se editan varios monográficos sobre
literatura canaria, así como algunos materiales complementarios, como unos
poemas suyos reunidos bajo el título hEcatoMbe (1982) y una novela
corta: Triángulo (1984). Esta primera experiencia narrativa de largo
recorrido posee una estructura de novela policíaca, así como referencias al
cine (Bonnie and Clyde), al teatro (Romeo y Julieta), y a series
televisivas de esta temática. Soledad urbana, relaciones pasionales, pasajes
grotescos, cainismo, existencialismo y giros rápidos, componen esta obra de la
que Juan Manuel García Ramos ha señalado que «queda de manifiesto la pericia en
la construcción del relato, un esfuerzo por huir de la linealidad fabuladora en
beneficio del montaje, técnica que no nos alivia de relacionar a nuestro autor
con sus trabajos cinematográficos de los comienzos».
Este mismo año es finalista del Premio Nacional de Novela Benito Pérez Armas
con El ojo vacío. Considerada por Juan Manuel García Ramos como «una
obra de madurez narrativa», recibirá un premio de edición y será publicada en
1986. También este autor ha comentado que «El amor, el sentido de la culpa,
eran las preocupaciones de los héroes de Triángulo, no ausentes tampoco
de las páginas de El ojo vacío junto a la soledad y la cobardía de sus
criaturas, constantemente interesadas por subvertir su propia imagen, la
búsqueda de una otredad ventajosa». Su siguiente entrega narrativa, Erich el
zurdo, aún no publicada, estuvo
entre las diez novelas finalistas seleccionadas para obtener el Premio Planeta
2006.
Tras un breve precedente, los textos primerizos de Hecatombe, un
conjunto muy breve de poemas visuales o espacialistas, su primer libro de
poesía es considerado Ilión, Ilión o Troya irresurgente (1986). En él se
refleja una lectura contemporánea del mito, donde se pone en entredicho la
causa del amor entre Paris y Helena y la invasión de Troya, aunque el poemario
surge de la traducción directa del pasaje correspondiente de la Eneida de Virgilio.
Tal como lo concibe Domingo-Luis, esa traslación literal es el material
primario para construir el libro que, por lo demás, estaba (y está) pensado
(con variantes) para componer una entrega mayor en cuatro partes que se llamará
Mitosis, sobre otros tantos temas sacados de los textos originarios de
Occidente. Taller de tránsfugas sería la segunda parte. En el futuro se
convertirá en un compendio total con esas características, de tal suerte que el
nuevo Ilión ya está muy avanzado y su autor espera concluirlo pronto.
Por tanto, este poemario presenta una recreación del mito para desmitificarlo y
proyectar, como ha dicho Juan Manuel García Ramos, «una meditación poética» y
un «ejercicio más singular e independiente».
La siguiente entrega poética de Domingo-Luís Hernández se materializa con Taller
de tránsfugas (1989). Esta obra continúa la intención de recrear la cultura
clásica de su anterior libro. Esta vez, a través de dos historias del personaje
mítico Dédalo: la del laberinto y la fuga de Teseo y Ariadna, y la del vuelo de
Ícaro. En este contexto, el poeta consigue componer un libro sobre las
huidas y las causas perdidas, en la que esté presente lo que podría denominarse
la urdimbre insular, cosa que será esencial en la versión definitiva.
A partir de su poemario Arbusto en el pantano (1991), se aleja de las
dos propuestas anteriores y nos presenta un yo poético más narrativo, en el que
confluyen temas como el exilio, la incertidumbre, la soledad, la crisis
emocional, el fracaso, la vida vegetal, la experiencia americana y, sobre todo,
un acercamiento a las obsesiones borgianas como la otredad y las grandes
llanuras que nos conducen a los espacios más primitivos y graves de la voluntad
humana, a lo que habría de añadirse la salida de la isla y su visión desde
fuera. No es sólo huida lo que Domingo-Luis persigue, sino medir el rigor
del sujeto poético desde el exterior, entre paisajes extraños y rostros
desconocidos. El recuerdo de Homero al inicio de la Odisea aclara el
tema.
Con La llama ardiente (1998) Domingo-Luís Hernández vuelve a planear
otro juego intertextual. Esta vez, apoyando sus poemas en versos de
poetas culteranos, reúne temas amorosos y existenciales. Un año después compila
una selección de doce de sus mejores trabajos publicados e inéditos hasta la
fecha en el libro No más que la mañana [Poemas, 1986-1999].
El escritor alcanza su madurez poética hasta el momento con el libro Todos
los días (2006). A través de tres grandes tramos que aglutinan sus
obsesiones líricas, la búsqueda de la amada, la metaliteratura y las relaciones
de familia, con especial detenimiento en la figura paterna, el poeta recorre la
soledad del amor, la otredad, el sentimiento del tiempo, la intertextualidad
mediante referencias a Borges, Shakespeare, Tabucchi, Bach, Handke, Luis Mateo
Díez, Coetzee, Strindberg, Conrad, Bacon, Balthus, etc. Asimismo,
utiliza descripciones literarias, fórmulas narrativas próximas al microcuento,
etc. Todo ello provoca que el libro aglutine buena parte de su trayectoria
intelectual más reciente.
Su trabajo académico desemboca en el ejercicio de la
docencia como profesor titular de Literatura Española en la Universidad de La Laguna. Funda y
dirige la revista La
Página. Imparte clases en Copenhague y seminarios en
algunas universidades españolas. Su actividad crítica solapa en parte su
actividad creativa y publica los libros Roberto Arlt, la sombra pronunciada,
Narrativa corta completa de Roberto Arlt, Luis Mateo Díez: los laberintos de
la memoria (con Asunción Castro Díez), entre otros. Además ha publicado
numerosos ensayos sobre literatura latinoamericana (Borges, Rulfo, García
Márquez, Piglia, Moreno-Durán, etc.), canaria (Rafael Arozarena, Pedro García
Cabrera, Agustín Espinosa, Gaceta de Arte, etc.) y europea (Tabucchi,
Chatwin, etc.).
Significación y alcance de la obra de Domingo-Luís Hernández
Álvarez
Los seis
poemarios de Domingo-Luis Hernández abarcan un amplio perímetro que se inicia
en sus dos primeros textos Ilión, Ilión o Troya irresurgente y Taller
de tránfugas, donde realiza una revisión de los mitos, con el fin de
recrear y desmitificarlos, en un estilo espacialista. En Arbusto en el
pantano su autor utiliza su voz narrativa y existencial para tratar temas
como la soledad, el exilio, la percepción americana, el fracaso y el
sentimiento del tiempo. En La llama ardiente recurre al amor barroco
como recurso para la fuga, la evasión ante los avatares que acusa la vida real.
No más que la mañana [Poemas, 1986-1999] representa una parada, una
recopilación de textos que ya nos anticipan algunos de los materiales que
utilizará en el siguiente libro, Todos los días, el más completo que ha
realizado su autor hasta el momento. En esta última obra aglutina sus temas más
habituales: la búsqueda del amor, la literatura como objeto de ficción y las
relaciones familiares inconscientes, además del sentimiento del tiempo y la
búsqueda de la identidad.
Por su parte,
su obra narrativa publicada se materializa hasta el momento en dos entregas: Triángulo
y El ojo vacío. La primera de ellas es una novela breve de corte
policíaco que no posee grandes pretensiones y que refleja el interés del autor
por el cine. El ojo vacío es una novela de mayor envergadura que la
anterior, que contiene uno de los temas que más influyen en la actualidad: la
otredad y cómo se representa en el amor, en la soledad, en la muerte, en la
representación de nuestras señas identitarias, etc.
No cabe duda de que los
trabajos más importantes que ha realizado Domingo-Luis Hernández se encuentran
en su obra crítica, dirigida al estudio de la literatura hispanoamericana y de
las Islas Canarias, donde ha colaborado en la difusión de la idea de
insularidad, así como de las características y componentes de las «culturas de
frontera». No obstante, no dejan de ser interesantes sus acercamientos en sus
libros de poemas y en sus novelas a la cultura clásica desde Canarias y al
diálogo que suscita su obra creativa entre las diversas literaturas Europeas y
Americanas.
Selección de
textos de Domingo-Luis Hernández
Caminaba por la ciudad como cegado por las luces de las candilejas. Nervioso y
abstraído se vislumbra entre la muchedumbre solo, la muchedumbre que lo
acompaña, lo sigue o se cruza sin, evidentemente, conocerlo o reconocerlo, ni
hacer recaer la atención sobre su cuerpo pequeño y flaco, aturdido y atorado,
camuflado dentro de la gabardina larga, vieja y plagada de arrugas. El bullicio
se continuaba una y otra vez en la ciudad luminosa. La muchedumbre iba y venía
sin interés evidente en reconocerse. La pesadumbre sobre el asfalto se balancea
para aquí y para allá lenta, pero con una constancia de órdago. Los semáforos
interrumpen la fluidez de los autos momentáneamente y de inmediato apuran de
nuevo el paso cargando el ambiente de humo blanco o gris que se dispersa en el
aire. El hombre sintió náuseas, pero continuó la marcha distraída en el
anonimato negándose a regentar lugares solitarios y reconocibles. Penetraba en
almacenes inmensos con la presión de la multitud anónima. Ascendía en
ascensores repletos. Volvía a la calle después de ojear libros y discos entre
la muchedumbre por las salidas establecidas entre la prisa vital de los
viandantes. Y detrás suyo, cerca, lejos, hacia arriba, hacia abajo, a la
derecha, a la izquierda, en la espalda cuando disimuladamente lo comprobaba,
unos ojos que lo auscultaban constantes desde hacía ya algún tiempo; ojos
ocultos detrás de unas gafas negras, las hojas no leídas de un periódico,
observando distraídamente y sin interés un objeto vendible... Siempre la misma
mirada espía, aunque, probablemente, distintos ojos. Y así todos los días de la
nueva y extraña vida del hombre. Incluso pensó que la sombra que pisaba no era
su propia sombra, sino la sombra que completa la existencia de un cuerpo
sosteniendo los ojos que persiguen. Entonces el hombre recabó en la mirada
sucinta de la conciencia, la conciencia que persigue, que acosa, que aprisiona,
que enloquece, que reprime la respiración, que señala la dimensión del crimen,
que recuerda, increpa, reduce la inconsciencia, el olvido, incrementa la
nebulosa sutil de la locura... La conciencia que vigila.
[Tríangulo,
1984]
VIERNES
Sentados frente a la mesa de revelado, Gabriela apoya la cabeza sobre mi hombro
mientras mi brazo surca la espalda. Una sensación plácida de gratitud emerge de
mi cuerpo hostil a la quietud cuando muevo el líquido de revelado con destreza.
Del fondo del cubilete, cubierto en la niebla de la luz roja, aparecen las
figuras tomadas en el cliché de la fiesta de cumpleaños. Con la mano derecha me
ayuda a volcar los papeles impresionados en el fijador después del baño de
parado. Su cara es un poema de asombro que contempla cómo desde la superficie
blanca del cartón se dibuja, con rápidas y sucesivas uniones de negro, su
imagen. Silencio. Remover. Imagen que renace. El fastuoso mundo que pareciera
revertir acorde con la magia... La reserva en el rectángulo blanco brillante y
las figuras en negro y gris que lo recubren. El instante reprimido en décimas
de segundo toma de la vida su propiedad perenne y se hace figura, ojo de
momentos que se recorren con la visión del pasado en el futuro y en el
presente. Y jamás se podrá comprobar aquel instante sin el esfuerzo sobrehumano
de identificación del momento preciso que hizo posible el gesto; formar en el
cerebro la misma realidad que rodea aquel extracto de mundo en seres ahítos de
visión. De allí emergía jugando a madre con el esplendor que hacía sombra en
las demás figuras. Introducir el papel en el marginador, hacer que el filtro de
la ampliadora expanda un chorro de luz roja, enfocar, encuadrar, dejar fuera
del margen lo que barrunta la imagen perfecta, chorros de blanco, negro, gris y
revelar: ella impresionada, bañada en el líquido transparente. Enfocar. Cerrar
los ojos incluso; y ella presente en la armonía visual de la imagen una y otra
vez. Un trabajo precioso de niños comiendo pastel y bebiendo refrescos,
mientras la madre todo lo controla; la aureola de la fertilidad, su hondo tacto
sensual lo inunda todo. Muevo con mi mano el papel; y se hacen olas en el borde
del cántaro. Vuelvo a concentrarme en la sensación de la figura emergiendo.
Precioso trabajo de niños comiendo pasteles y bebiendo refrescos enternecidos
por la mirada de la madre singular que los envuelve. En los ojos están los
efectos de la inconsciencia. Y descubrí en la diminuta mancha blanca de su
mirada el mismo efecto que la mirada de mamá, el mismo motivo, la misma
respuesta, la misma duda.
¿Tiene sentido la imagen por sí sola o es que la mirada de ella forma la visión
por sí sola o es que la mirada de ella forma la visión y se basta? ¿Acaso la
existencia tiene significado si se apaga? El papel blanco brillante en la
ausencia de los ojos de la mujer se transformará en una larga mancha negra, una
tras otra vez... Porque la pequeña estructura de luz es el milagro de las
figuras en formación, las figuras construyéndose en la nada líquida. Entonces
hice ascender el corpus de la ampliadora y sólo enfoco sus ojos trepidantes, reconfortado
por la sonrisa cálida que azuzaba mi cuello. Así dos globos acuosos surcando
las cubetas y luego toda la habitación. Las otras correspondencias de la imagen
habían perdido sentido. Me sentí confortado de nuevo; de nuevo vivir en la
estructura simple, simplísima del papel brillante. Sólo el específico espacio
de los ojos que anegan la habitación oscura y aquel blando cuerpo suspirando
confinado en el hálito de la luz roja. Pensé que los instantes que se suceden
no debían de perderse sino reconsiderarse en momentos diminutos que avanzasen
en el tiempo hasta confundir la historia. Estos fueron los síntomas que
conflagaron nuestra locura. Aparecía en el contraluz de la puerta del estudio
tan hermosa en el fulgor del blanco que hacía temblar la estancia, me
acompañaba... y se despedía en la noche con el suave adiós de una caricia
sensual. La relación perfecta, pensé, la coherente relación entre dos miembros
de una historia que se imita a sí misma.
[El ojo vacío,
1984, 1986]
OBERTURA
se recogió en
la ribera el barco celeste de
Príamo y
surgió del sollozo mortuorio el
nítido París
unciendo a su ruego de noche
la tragedia de
hijos de dioses
y hombres
redimidos por ocredad eterna
mientras
desde el
Olimpo tenebroso rayos de fuego
ungen la carne
mortal
tal es la noche cernada con
los poetas en
fuga bufando la tragedia
de héroes
enmascarados y perdidos
al palio de
diosas y dioses
incaros
[Ilión, Ilión o Troya irresurgente, 1986]
OBERTURA
ni el hombre se
agota con la demencia ni es fútil
la bruma de
misterio que lo cubre; es un ímpetu
brutal lo que
impregna su astucia, un síndrome que
clama el furor
encendido de prisión y de fuga.
Minos proyectó
la isla de los destrozos, el laberinto de
efigies y de
aves, de almas sin privilegio,
de trazos
curvos, de rumbos sin elección ni prioridad,
de vástagos
escurridizos que anidan en el mar la ofensa
del regazo o
vibran destruidos entre los pájaros donde
el sol se
levanta. la cal inundó el vértigo de los vivos
como carne de
tumba; todo lo evanesció su dictadura y la barbarie.
los bosques de
pinos gigantes, de helechos, de musgo fresco
y barrancos
profundos oscurecieron.
pervivir en
los círculos como animal furioso que
se muerde la
cola era el destino. Dédalo fue el arquitecto
genial que
combinó el recelo con el castigo y el delirio;
su laberinto,
construido a la mensura
del autócrata,
era tan infalible como
su ingenio.
pero el orden humano es caótico: el fuego
de los amantes
contagió al detenido que urdió la revisión
de la trama;
la prerrogativa de ser el más intenso de los
mortales en
construir desafíos a las imposiciones
colma su
desdicha. los amantes huyeron a gozar de otras horas,
del pasto
primitivo, a colmar sus impulsos.
Minos llora el
error, la prevención, el hábito
senil. la
potestad de la autocracia es la tragedia; del dolor,
la venganza;
de la furia, el terror: desnuda su osadía y se
descubre
vacuo, falso y compungido; escruta el contorno
y opta por
azotar a aquel de los hombres que propició la
afrenta. sus
artes de mago vencerán la cárcel y el
destierro,
pero el hijo del claustro, pagará el soborno. el inexperto
Ícaro querrá
acariciar el sol confiando en la pasión y
las alas de
cera; su quimera se expresará con la muerte
cantada de un
suspiro. Minos dará honor a la siembra
con la cal de
sus huesos sin más encanto que el rencor
triste. Dédalo
se obstina somnoliento en descifrar el pasado
en las cumbres
de Creta, imprecando al destino
mortal que se
confundirá, cierto día, con el polvo fecundo
de esta
tierra.
[Taller de tránsfugas, 1989]
EL TALADO OBELISCO, 2
una calle. al
fondo el laberinto.
una tienda que
vende cuantos trozos de miedo
pueda
adquirir. una araña que ruge. sonidos
de imprudencia
velan la noche.
el amanecer es
un zumbido hosco.
y sin embargo,
sus plazas infinitas, los parques
recogidos
alargan la inquietud de quien vuelve
de ver el
rumbo entre el boscaje.
los surcos del
asfalto
median por el
estilo de parís y acceden al temblor
de un abrigado
pórtico. una paz
indecisa
congela las miradas, algunas con mendrugos
pendientes de
los rostros, otras con la soberbia
clavada en los
abrigos. girar tras sí,
abrirse paso a
hachazos para cruzar la acera.
vago solo y
veo lo que soy y recuerdo.
contemplo en
la urdimbre
cuánto puede
el dinero y me asustan las fauces
del motril que
lo fija.
en esta
estancia proverbial e interina resistirse
es morir. y la
muerte no accede cuando el pulmón
disfruta en la
inocencia perdido en el extremo
del rubicón,
un alma que mora dividida por sobre del
betún.
Avenidas inmensas, esta plaza, decenas
de librerías
que no temen la noche, la música
de piazzolla
que rasga las vísceras de los que han
muerto sobre
el bordillo de gardel, goyeneche,
tabernas y
tugurios,
una intensa
coartada diluida en la atmósfera,
una calma
atrevida y ningún rostro que recuerde
quién soy
es el curso
imperfecto del exilio.
[Arbusto
en el pantano, 1991]
DEL AUSTRO FRÍO, V
el
vivo resplandor, la llama ardiente
que
prende el corazón y en la caterva
me
orienta adormecido cual un pájaro
ciego.
anido
entre tus manos la ausencia.
y
se aleja tu vista por la grada sin saber
del
horror que en mí brota.
vive,
resplandor; la llama queda,
ardiente,
en
la mañana.
[La llama ardiente, 1998]
MEMORIAS DE LA
AMADA, 1
Ningún secreto
engaña a estos enigmas
que son a la
tormenta como el trueno.
Un vacío es
hendido por el alba,
repito un
nombre inexistente
y sueño que en
un sueño permanezco
atado a la
mesa que te escribe.
La memoria es
un pájaro que muere
oculto entre
los sauces.
Las palabras
se juntan
y descubren
las noches.
El dedo tensa
los recuerdos
y toca el
esplendor del rostro
bajo el triste
cristal.
No me mueve la
mano sobre el pelo
como posó en
la vista tu semblante
ni el pincel
gira en torno de los párpados
del modo en
que la pluma titubea
sobre el papel
retrato de tus
ojos.
Fue ayer y hoy
la vi
en el folio
postrero.
Y escribo:
“ninguna
gloria acallará la pena
por la amada
descrita,
ningún esmero
anudará su faz
a la vorágine,
ser sólo yo
lejos de ella,
un manantial
sin puente que albergue
las angustias
del río”.
Los folios ya
no cuentan lo que fue
tendida sobre
el vientre nacarado.
La vi reír,
cantar, llorar en otro tiempo
y ahora sólo
un resto
en la pared
conmueve
mis
quebrantos.
Amada fue
aquella que en la tarde
miró mi espejo
clavado en su
puñal
y abrió
despacio su destino
para darme a
apurar la herida
del afecto.
No viajé solo
por el mundo
en días, en
noches y en pasos
sobre la
soberbia.
Mirar su
cuerpo ahora es ver la luna,
investir el
paisaje de perfumes,
millares de
pupilas,
de cabellos
brillantes,
de un pubis limpio
como el salto
sereno
y de estrellas
fugaces.
Hablar podré
del viento de la historia,
hojas que
guardan su itinerario,
un reguero de
tinta en el papel,
tres mil
cuadernos de caricias,
doscientos mil
suspiros,
un millón de
repulsas
y una grieta
nostálgica.
[Todos los
días, 2006]
NADA SIN TREGUA, EPÍLOGO
para
José Luis Rivero Ceballos,
cuando cumplió 40 años
Roger Bacon creyó descubrir el secreto de
la vida. Cuando asistió al mar desde Oxford, a los 16 años, camino de París,
defendía que pudo andar sobre las aguas como el navío que le prestó las velas,
o nadar con sentido bajo el océano como los peces. Acarició una teoría que aupó
en el delirio a algunos de sus discípulos. La heredó de los sabios chinos, y
suponía el existir sujeto a una línea del tiempo que lo divide en dos grandes
trancos: de 0 a 40 años; de 40 años al infinito... Bacon afirmaba, hacia los 20
años de edad, que el primer tramo de su madurez habría de ser tan rico en
experiencia como suficiente para dominar las materias y la permuta. En el año
1251 regresó a la isla. Había probado numerosos elixires y había curado a
millares de enfermos. Supo expulsar las perversiones de los cuerpos ajenos,
pero no halló el modo de detener las transformaciones del rostro, el deterioro
del cuello, las manchas de las manos, o las sutiles arrugas de los globos
oculares. Consiguió de los otros la categoría de admirable; de él, una triste
demora. En su fuente quebrada de geometría nació un signo intermedio entre el
número 0 y el signo 40 de la vida; más una pregunta sorda que apuntaba hacia el
trazado del futuro. Pocos meses antes de morir, el maestro fue retratado. El
cuerpo lo cubría la pobre túnica de su orden. La cabeza está enfundada en una
tela negra. Sostiene uno de sus libros en la mano. El título está reproducido
al revés. De modo que es el sabio el que lee y ahora descansa, y no quienes
creen descubrir su muestrario. Bacon mira el Tractatus de alquimia con
una ligera sonrisa en los labios. El rostro es brillante. Su barba blanca
apunta dibujar un secreto contrario al que los otros hombres le suponían: el
que él mismo dispuso en su laboratorio, ensayando elementos, mezclando
sustancias, cubriendo propiedades en el papel. Un discípulo, al revisar las
hojas incompletas de su Compendium studii theologiae, descubrió los
resultados de la larga reflexión iniciada por Bacon a los 31 años de edad.
Habló, en una muesca de papel estrujado, de la naturaleza que transforma los
días y las estaciones fuera de la cárcel; del sol que ilumina, con intensidad
diversa, las paredes de su celda; y de cómo los ciclos se repiten. La luz que
alumbró el rostro de Roger Bacon descubrió al rey de Persia en su jardín; vivió
una primavera en la niñez que vivirán los hombres al correr de los siglos.
Supuso el alumno que el admirable médico había descubierto el destino contrario
de la naturaleza y del hombre. No era cierto. Al estudiar los dibujos del
aposento donde el sabio permaneció cautivo por 15 años, supo de la verdad; la
vio en la fuente quebrada de geometría que el maestro compuso en la pared. Una
línea decía de 0 a 40 años; otra partió el período por la mitad, en el número
20. Era un golpe azul y semejaba un espino inmaduro. Pero en el tramo 40 al
infinito, un renglón rojo se detuvo –cual un punzón ensangrentado- en la cifra
10; y otro, más profundo y desesperado, en el corazón del 17. Allí habita una
fecha, gravada con premura y un ligero temblor: un fatídico día del año 1277. Y
desde esa marca, cada día, contó una muesca en la pared. El discípulo supo que
el preceptor era un ser singular. Entonces conoció el sentido de la frase que
el hombre había dictado a su oído antes de expirar: «¿Quién me sustituirá en
cada instante de la vida que he vivido?».
[Todos los Obras de
Domingo-Luis Hernández:
La poesía de Rafael
Arozarena, Santa Cruz de Tenerife, Nilo Palenzuela Borges (ed.), 1982;
hEcatoMbe, Santa Cruz de Tenerife, Nilo Palenzuela Borges (ed.), 1982;
Triángulo, Santa Cruz de Tenerife, Ha, [LC. Complementos. Narrativa], 1984; El
ojo vacío, Santa Cruz de Tenerife, Servicio de Publicaciones de la Caja de Ahorros de Canarias,
[Premio Nacional de novela «Benito Pérez Armas» 1984], 1986; Ilión, Ilión o
Troya irresurgente, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo
Insular, 1986; Arbusto en el pantano, Madrid, Endymion, 1991; 50 años de poesía
canaria, [Coordinado por Domingo-Luis Hernández], Vizcaya, Diputación Foral,
Departamento de Cultura, nº especial de la revista Zurgai, 1992; Narrativa
corta completa. Roberto Arlt, Domingo-Luis Hernández (ed.), 2 vols, La Laguna, Secretariado de
Publicaciones de la
Universidad de La
Laguna, 1995; Los cuentos de Roberto Arlt, La Laguna, Secretariado de
Publicaciones de la
Universidad de La
Laguna, 1995; Roberto Arlt, la sombra pronunciada,
Barcelona, Montesinos, 1995; Dossier: Canarias, de las endechas a la
narrativa última, [Coordinado por Domingo-Luis Hernández], en Quimera, nº
153/154 (dic.-en. 1996/1997), pp. 55-132; La llama ardiente, Madrid, Ediciones La Palma, colección Ministerio
del Aire, 1998; No más que la mañana: Poemas, 1986-1999, Palma, Servei de
Publicacions i Intercanvi Cientific de Universitat de les Illes Balears,
[Poesía de Paper, 96], 2000; «Historia del Tango. Historia de un tango», en
Iris M. Zavala, (ed.), Feminismos, cuerpos, escrituras, Santa Cruz de Tenerife,
La Página Ediciones,
2000; Cuentos. Rafael Arozarena [Estudio de Domingo-Luis Hernández],
Tenerife, Interseptem Canarias, 2003; Luis Mateo Díez, los laberintos de
la memoria, Asunción Castro Díaz, Domingo-Luis Hernández (eds.), Santa Cruz de
Tenerife, La Página,
2003; Todos los días, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, Colección
Atlántica, 2006. días, 2006]
Bibliografía:
Juan Manuel García
Ramos, «El regreso del mito», en Ilión, Ilión o Troya irresurgente, Santa Cruz
de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo Insular, 1986, pp. 7-10; Manuel
Villalba, «La llama ardiente de Domingo-Luis Hernández», La Laguna, Cuadernos del
Ateneo de La Laguna,
nº 6, 1999, pp. 141-142.
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