Capitulo IV
Su reinado es el más
corto de la historia de los reinos de España, apenas ocho meses.
Nació el 25 de agosto de 1707 en el palacio del
Buen Retiro, Madrid. Primer Borbón nacido en las Españas. Hijo del rey Felipe V
y María Luisa de Saboya. A los siete años de edad quedó huérfano de madre. En
1709 fue proclamado príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de
Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia.
Tenía diecisiete años cuando su padre abdicó a su
favor el diez de enero de 1724. Felipe V quiso abdicar al trono de las Españas
pues era nieto de Luís XIV de Francia aspiraba
a convertirse en heredero de la corona –a pesar de la renuncia a los
derechos que habia asumido al ocupar el trono de los Reinos España, y en virtud
de la entonces reciente muerte del duque de Orleans y heredero al trono, y la
gravedad de los padecimientos de Luís XV, renacieron sus esperanzas de ocupar
el trono de Francia. Luís fue proclamado Rey de las Españas con el nombre de
Luís I, el nueve de febrero de 1724. Pocos meses después de haber ascendido al
trono, enfermó gravemente de viruelas. Falleció el 31 de agosto de 1724, a
siete meses de haber asumido el trono. Su padre, Felipe V retomó la corona por
influencia de su segunda esposa, Isabel de Farnesio.
De la serie “Retratos de la Historia” reproducimos
las notas siguientes, en torno a la figura de este Borbón cuyo reinado fue
ciertamente fugaz y atormentado:
“Luís I tuvo una infancia
triste y bastante solitaria y una constitución física endeble y enfermiza. Lo
casaron con una indeseable y murió de viruela, a los 17 años.
Siguiendo la tradición, fue educado hasta los
siete años por mujeres. A esa edad su padre le puso su propio cuarto para que
fuera servido únicamente por hombres. El rey también ordenó que empezara a ser
tratado como Príncipe de Asturias aunque era sistemáticamente ninguneado por su
madrastra, Isabel de Farnesio.
La reina odiaba a los hijos mayores de su marido
tanto como quería proteger a los suyos; de ahí que hiciera correr el rumor de
que tanto Luís como Fernando eran unos chicos débiles y enfermizos, que no
vivirían mucho.
Uno de los pasatiempos
del infante cuando salía de excursión era matar culebras, por las que Isabel de
Farnesio sentía auténtica aversión y por lo único que le felicitaba.
Sus otras diversiones consistían en asistir a
representaciones teatrales hechas siempre por hombres, que se celebraban con
motivo de la onomástica de algún miembro de la Familia Real, y salir
por la noche con sus criados disfrazado de chulapón.
Estas escapadas no eran del todo inocentes, pues
las aprovechaba para robar fruta y calar melones de las huertas aledañas al
Buen Retiro, con el consiguiente disgusto de los hortelanos, y ya en plena
pubertad para visitar casas de prostitutas situadas en los arrabales
madrileños.
El 20 de enero de 1722, a los 15 años, el Príncipe de Asturias se casó con
Luisa Isabel de Orleans en el castillo del duque del Infantado, en Lerma. La
novia fue elegida según los intereses de Isabel de Farnesio y como cabía
esperar, el matrimonio fue un auténtico fracaso.
Cada uno por su
lado hizo su propia vida, él continuo junto con sus amigotes, escapándose de
palacio a recorrer los barrios de Madrid, y sobre todo los huertos, en época de
melones eran muy aficionados de ir a hacer la cata a los melonares madrileños,
sin miramientos, destruyendo cosechas enteras, lo mismo hacían con otras
frutas, pero los daños no eran tan graves, más de un hortelano le hubiese aplicado
a tales energúmenos lo del chiste del gitano, las aceitunas, los melones y la
guardia civil. Ya en plena pubertad alternaron esta afición con la de ir por
los arrabales madrileños en busca de prostitutas, con cargo a los presupuestos
del Imperio, ya que con su esposa tenía prohibido cohabitar…
“La princesa de
Asturias por su parte, la pobre se aburría en su jaula de cristal, sin muchos
conocimientos del idioma, quería volver a Francia, le costaba hablar castellano
y como las hormonas comenzaban a hacerle su propia “revolución francesa”, se
dedicaba a perseguir a los soldados de la guardia real, desnuda, en bata o
camisón, dicen que a muchos les enseño “francés” y ellos, en agradecimiento, le
enseñaron a ella otras técnicas amatorias, aunque la mayoría intentaba eludir
el encuentro por temor a ser pillados en el intercambio de fluidos y porque la
niña, al igual que su demente suegro, era alérgica al agua combinada con jabón
y muy aficionada a saludar con sonoras ventosidades a curas y nobles que la
miraban escandalizados. Los curas y monjes acechaban en las esquinas de
palacio para exorcizar el pecado de la francesita, se ignora si para ir
perdonándole los pecados, otros seguían al príncipe de Asturias
recomendándole resignación y continencia ante las actitudes poco decorosas de
su fogosa esposa.
(pinarejorepublicaindependiente.blogspot.com)
La menor, Luisa Isabel, tratada como mademoiselle
de Montpensier, llegó a España con apenas 12 años. Según su abuela, la joven "tenía
los ojos bonitos, la piel blanca y fina, la nariz bien hecha y la boca pequeña;
sin embargo, es la persona más desagradable que he visto en mi vida"
matizaba finalmente.
Como Luís y Luisa Isabel eran unos niños se
esperó un tiempo prudencial para que consumaran el matrimonio, permitiendo que
en su primera noche de casados, validos y confesores los vieran juntos en la
cama.
El 10 de enero de 1724, el Príncipe de Asturias fue proclamado rey por la
abdicación de Felipe V. Al nuevo monarca, de 16 años, le faltaba adquirir una
formación adecuada. Quienes lo conocían proclamaban sus buenas cualidades, pero
a su vez eran públicas su timidez, su lentitud y su pereza, heredada de su
padre. Su primera decisión consistió en restablecer la etiqueta de los Austria,
que había sido suprimida por su progenitor. Por lo demás, se dedicaba a hacer
las mismas travesuras que cuando era Príncipe de Asturias.En cuanto a Luisa Isabel, su templanza desapareció el mismo día que se vio convertida en reina. Desde ese momento su desenfreno no conoció límite. La Soberana trataba a su marido con desdén, desoía los consejos que le daba y sentía un desprecio total y sistemático hacia la etiqueta y el sentir de los españoles.
Luisa Isabel apenas se aseaba, paseaba por
palacio, en bata o camisón, exponiendo su desnudez a servidores y visitas. Su
mayor entretenimiento era lavar ropa en público y limpiar los cristales y
azulejos de las galerías del Buen Retiro. Coqueteaba sin reparo con los
miembros de la guardia y los cortesanos. Actuaba tan escandalosamente que el
rey no permitía que lo acompañara a ningún sitio.
Se presenta ante toda la
corte sucia y maloliente, se niega a utilizar ropa interior e intenta provocar
al personal exponiendo sus partes vergonzantes de un modo sibilino.
Una de las anécdotas que
más ceban su maltrecha fama ocurre en el jardín de palacio. La Reina lleva puesta nada más
que una fina enagua cuando, de pronto, se le ocurre encaramarse en lo alto de
una escalera de mano que apoya sobre el tronco de un manzano. Desde allí arriba
pide socorro a grandes voces. Uno de los mayordomos acude en su auxilio,
encontrándose de bruces con las posaderas de su majestad. El mariscal Tessé
manda un informe detallado a Francia: “Estaba subida en lo alto de una escalera
y nos mostraba su trasero, por no decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda;
Magny [el mayordomo] la ayudó a bajar delante de todas las damas, pero, a menos
de estar ciego, es evidente que vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por
costumbre mostrar libremente”.
Luís llegó a sentir tal aversión por su esposa
que se alejó de ella. Además, le llegaron comentarios de la íntima amistad que
la reina mantenía con Lady Kilmarnock, una de sus damas, mujer intrigante y
ambiciosa, a quien culpaban del proceder de la soberana. Lady Kilmarnock
aconsejaba a su señora a tenor de su propio beneficio y era la causante de que
la reina abusara habitualmente del alcohol.
La viruela, una de las enfermedades más temidas,
puso fin a la vida del joven Luís I. En carta a su padre, el 19 de agosto de
1724, escribía: “Voy a acostarme porque estoy ronco. Esta mañana he tenido
un pequeño desvanecimiento, pero ya estoy mejor”.
Isabel de Farnesio, frotándose las manos, pidió
al doctor Huyghens un informe sobre el mal que aquejaba el rey. El médico le
aseguró que se trataba de un fuerte constipado, pero el 21, en el cuerpo del
monarca afloraron granos y pintas. El diagnóstico fue viruela benigna, por lo
que lo aislaron. Luisa Isabel, que tan mal se había comportado, permaneció al
lado de su marido hasta el 31 de agosto de 1724, cuando el corazón le dejó de
latir. Había cumplido 17 años el 25 del mismo mes.
Luisa Isabel de Orleans, contagiada de viruela,
pasó los primeros días de viudez totalmente sola. Tenía al pueblo en contra y
se llevaba a matar con sus suegros. Dadas las circunstancias y sumándose a
éstas un conflicto diplomático entre las cortes de Madrid y Versailles, Felipe
V (presionado por la reina Isabel) decidió buenamente devolver a la joven
reina-viuda a la frontera para que regresara a casa de sus padres. Una vez en territorio
francés, la reina-viuda decidió instalarse en un convento de París y de
ahí pasó a instalarse espléndidamente en el palacio de Luxemburgo, donde
llevó una vida de desenfreno y murió en
1742, alcoholizada y cubierta de deudas.” (Retratos
de la Historia)
Fernando VI
Fernando VI
el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en Madrid, siendo
bautizado sin gran solemnidad en la iglesia franciscana de San Gil, el 4 de
diciembre, tercer hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya,
La infancia de Fernando estuvo marcada por el
hecho de que su madre, la reina María Luisa de Saboya, falleció a los cinco
meses de su nacimiento, y de que su padre contrajo nuevas nupcias siete meses
después de habar enviudado con la princesa del ducado de Parma, Isabel de
Farnecio, que le dio seis hijos que prosperaron —el primero fue el infante
Carlos nacido el 20 de enero de 1716—. Así la nueva reina se preocupó más por
la suerte y el futuro de sus propios hijos —dedicando todos sus esfuerzos en
conseguirles en Italia un estado propio sobre el que pudieran reinar, lo que
determinó en buena medida la política exterior de la Monarquía de Felipe V
durante las décadas siguientes— que por la de sus hijastros. Además, el rígido
protocolo de la corte impedía el contacto directo de los príncipes con los
reyes —ni comían juntos, ni asistían a actos oficiales con sus padres—, así que
Luís y Fernando se comunicaban con su padre —y con su madrastra— a través de
cartas escritas en francés, que era la lengua que utilizaba la familia.
En 1729 se casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de
Portugal y de la archiduquesa Mariana de Austria y, al igual que su padre,
estuvo dominado por su esposa. Tuvo como ministros al marqués de la Ensenada, que ejerció
varias secretarías; José de Carvajal como secretario de Estado; o el jesuita
Francisco Rávago, confesor real. Mantuvo la paz y neutralidad, frente a las
solicitaciones de Francia e Inglaterra.
Heredó el trono español a la muerte de su padre.
Fernando no era un hombre de gran talento, pero
tenia las cualidades necesarias para ser un buen monarca: rectitud de carácter,
sentido de dignidad y saber escoger a sus colaboradores. Su política fue la de
sus ministros, muy eficaces y con programas reformistas de gobierno como el
marqués de la Ensenada,
-partidario de la alianza francesa-, que ejerció varias secretarías; José de
Carvajal, -partidario de la unión con Inglaterra-, como secretario de Estado; o
el jesuita Francisco Rávago como confesor real.
Con la paz de Aquisgran, que finalizaba la guerra de
sucesión austríaca, obtuvo los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla para el
infante Felipe (segundo hijo de Isabel de Farnesio). Logró el Concordato
regalista de 1753, beneficioso para el control de la Iglesia puesto que
atribuía al rey el patronato universal.
Fernando VI siguió en la línea de fomento
de la cultura iniciada por sus antecesores, con medidas que posibilitaron la
penetración de la
Ilustración y la ruptura definitiva del aislamiento en que
estuvo sumida España desde 1559. Prueba de ello, fue, entre otras, la fundación
de la Academia
de San Fernando de Bellas Artes en 1752. Para las colonias no mantuvo la misma
política educativa, en el caso de la colonia de Canarias en el año 1747 ordena
el cierre de la
Universidad de letras de San Agustín que venía funcionando en
la ciudad de La Laguna
en la Isla Chinech
(Tenerife).
El último año de su vida, y a consecuencia de la
muerte de Carvajal, de la reina y el destierro de Ensenada sumieron al rey en
la locura, siendo recluido en Villaviciosa de Odón, Madrid. Con una España sin
rey y una administración paralizada, la monarquía siguió funcionando hasta que
llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para hacerse cargo del trono.
El Castillo de Villavisiosa testigo de la demencia de Fernando VI
La
Doctora Rosa Basante Pol nos describe de excautiva el proceso
de los últimos de días de Fernando VI.
“La apatía del Monarca y el
desprecio por su vida fue, como hemos referido, denominador común de su año de
estancia en Villaviciosa. Sumido en una honda melancolía, a los pocos días de
instalarse allí comenzó a no comer, a no salir de caza ni de sus habitaciones,
y a no querer hablar con nadie, pues esto le irritaba, volviéndose, incluso,
irascible. Insultaba a los médicos, dormía sobre dos banquetas, se reía de modo
histriónico, se paseaba por las habitaciones en condiciones impropias de cualquier persona en su sano juicio, en calzoncillos o desnudo
intentado, incluso, reiteramos, suicidarse con los jirones de sus camisas,
materializando esa obsesión que le acompañó desde su pubertad ya que no se
sobrepuso a la tristeza que le produjo la muerte de su hermano el rey Luís I,
de que la muerte podría sobrevenirle en cualquier momento.
La llegada del Rey, y su numeroso
séquito, al castillo de Villaviciosa, exigió el acondicionamiento de algunas de
sus dependencias cuales, entre otras, las habitaciones para su hermanastro el
infante D. Luís, el cuarto del Sumiller de Corps, al que hubo de añadir unos
camaranchones para dormir los criados, la cocina de boca, que hubo de ser
reparada, de nuevo, pocos meses después porque estaba totalmente destartalada,
al igual que las estancias de los cocineros de boca, la enfermería, en la que
se colocaron dos camas de cuatro tablas cada una, el cuarto de los guardias
valones y, por supuesto, las habitaciones de S. M. el Rey.
Los facultativos que le
acompañaron fueron los médicos de Cámara José Suñol, Miguel Borbón, los
Supernumerarios Andrés Piquer,Virgili Bernardo Araujo y Gaspar Casal, el
Honorario José Amar, el médico de Familia Pedro Sedano, el cirujano Mayor Tomás
Dupré, los de Familia Gabriel de Fonseca y Juan Antonio de Miguel, el dentista
Juan Royer, y el irlandés Purcell, el boticario Mayor, José Martínez Toledano,
el ayuda Francisco Pérez Izquierdo, el mozo de oficio Gerónimo Delgado, el
entretenido José Enciso y Parrales y un mozo ordinario.
Desde Madrid, en 12 acémilas, se
condujo la Real Botica
de Jornada, para ser depositados los utensilios y medicinas en el lugar
adecuado hubieron de colocarse:
“quatro tramos de basares en tres
andanadas de a nueve pies cada uno con nuebe anaqueles tres a cada uno, un par
de puertas con su cerco de 4 pies de alto y tres de
ancho...”
Fue igualmente preciso comprar
una mesa y desde la Corte
se enviaron unas cuantas sillas de paja para el oficio.
Como era habitual, cuando los
Reyes se ausentaban de la Corte,
se llevaba hasta su destino un botiquín, o Botica de Jornada, con los más
elementales medicamentos, sin menoscabo de que cuando era necesario desde la Real Botica de la
madrileña calle del Tesoro, o de la del Palacio del Buen Retiro, se enviaban,
bajo la responsabilidad de José Martínez Toledano, boticario Mayor, cestas de
mimbre, con sus correspondientes llaves
para que nadie pudiese adulterar
las medicinas que transportaban, es decir, cestas con los medicamentos simples
y compuestos precisos, especialmente, para atender a S. M. y también a los
miembros de su séquito, lo que no impedía que en Villaviciosa se elaboraran,
artesanalmente, cuantos medicamentos galénicos fueran precisos para aliviar,
prevenir o curar las dolencias del Rey o de cualquier otro miembro de su
séquito, incluso de los empleados a su servicio que lo precisasen. Infusiones,
cocimientos,jarabes, emplastos, pomadas y tantos otros, salieron de las manos y
ocu-
paron las jornadas profesionales
de los boticarios al servicio de la
Real
Botica.
Para ello se necesitaban una
serie de aparatos y utensilios, de aquí que en junio de 1759 fueron enviados,
además, desde la Real
Botica cuatro vasos, de a cuartillo, y una caja con víboras
simple medicinal demandadísimo para elaborar medicamentos cuales la Triaca Magna, que no
se elaboró en Villaviciosa, pero si los caldos medicinales muchos de los cuales
incluían las víboras.
La enfermedad del cerebro que
cursaba con demencia mortal, según el propio diagnóstico médico, neurosis
maniaco-depresiva, demencia o síndrome bipolar en terminología actual, no fue
la única disfunción que aquejó al Rey que había padecido, entre otras,
viruelas, fiebres tercianas, neuralgias, enfermedades héticas y muchas más.
Bien es cierto que las patologías
de su cerebro, su demencia, posiblemente hereditaria, unida a otras múltiples,
le provocaron, a partir de la muerte de Bárbara de Braganza, una gran
disfunción general: retención de líquidos, impidiéndole orinar, que se
manifestaban, además, en una inflamación de las piernas, volviéndole
inapetente, negándose por ello a comer, tan sólo ingería chocolate, compotas de
diversas frutas y caldos, lo que unido a un estreñimiento casi crónico, pasó
varias semanas sin defecar, con una hernia que sujetaba con un braguero, una
alferecía que le hacía perder el sentido, junto a un insomnio que no le
permitía descansar, fue motivo de preocupación de los médicos de Cámara, y
demás facultativos, que fueron llamados para asistirle cuya errática, aunque
tal vez acorde a su escasa preparación, respuesta terapéutica,
fue la aplicación de purgas, lavativas, caldos, aguas, cocimientos, remedios
cefálicos, prepara-
dos espirituosos y sangrías, como
imprescindible recurso terapéutico, que aunque muy del desagrado del Monarca,
se le aplicaban mediante sanguijuelas colocadas, generalmente, en los tobillos,
al igual que lo habían hecho, en éste y otros lugares cual el ano, en el
maltrecho cuerpo de S. M. la
Reina.
Medicamentos simples, el maná, el
chocolate, las víboras y la horchata, y compuestos cuales la leche de tierra,
el cocimiento blanco, el agua de saúco, en paños para rebajar la hinchazón de
las piernas, medicamentos cefálicos y, como no, láudanos espirituosos, para
mitigar los dolores, junto a placebos, constituyeron, con muchos otros que le
fueron aplicados incluso en contra de su voluntad, pues se negaba a tomar la
me-
dicación prescrita por sus
médicos Amar y Purcel a los que intentaba, con demasiada frecuencia como ha
quedado dicho, en sus ataques de rabia, agredir físicamente.
La farmacia simbólica estaba
presente, y como era habitual en los anteriores monarcas, la medicina
credencial, y sobre todo la no ingerencia de la Ciencia en la creencia,
demandaba la presencia de reliquias a las que implorar su ayuda en caso tan
extremo.
Ante tan grave situación, a
finales de diciembre, se temió por su vida y aunque la opinión de los
facultativos fue que su estado mental era preocupante, e incluso mortal, el organismo
podía, como así fue, aguantar todavía varios meses más.
El desgobierno era obvio y la
situación política se deterioraba a pasos agigantados. El Rey demenciado no
podía controlar sus actos, y menos a su Gobierno, algo muy grave pues el
descontrol de la Nación
era evidente, en beneficio de otros encubiertos o espurios intereses. No
obstante las maniobras del Secretario de Estado, Ricardo
Wall y “la Parmesana” iban
dirigidas a conseguir la inhabilitación de S. M., y de este modo hacerse ellos
con las riendas del poder, algo que no lograron, pues el Consejo de Castilla se
negó a participar en algo semejante, pues como era previsible no todos eran
afectos a “la Parmesana”.
Los contrarios a las
pretensiones de la Reina
Viuda manejaron, incluso, la posibilidad de que el Rey
contrajese un nuevo matrimonio que les permitiese, de este modo, albergar
esperanzas de que una nueva esposa pudiera darle un heredero de la Corona, pues el Monarca,
evidentemente y más en su época, no había sido el culpable de no haber tenido
descendencia con María Bárbara de Braganza, el Rey era varón sano, a pesar de
su criptorquidia, y un segundo matrimonio era lo más adecuado para poder tener
descendencia y dar al traste con las pretensiones de “la Parmesana”, y de este
modo ni siquiera llegaría a ser rey de España su adorado hijo Carlos, rey de
Nápoles.
A semejante propuesta Ricardo
Wall se opuso con total firmeza, no veía con buenos ojos, ni necesario, buscar
una nueva esposa a S. M. demostrando con ello que no deseaba perder el poder
del que estaba disfrutando y sobre todo su, sibilina, adhesión a la Reina Viuda.
De estas luchas por el poder
se lograron resultados, por algunos deseados, cual el testamento de Fernando
VI, otorgado no en plenas condiciones mentales, pues el Soberano demenciado tal
vez no tenía capacidad real de obrar y de hecho él no firmó tan importante
documento que, a todas luces, hoy día este acto sería, al menos, cuestionable,
pues el testador era el Rey, no cualquier persona por importante
que ésta fuera, y de sus
últimas voluntades dependería el destino de sus Reinos.
A pesar de lo dicho, como era
esperado, todos aceptaron la decisión Real, sin reparo alguno, especialmente
los ávidos de prebendas, a fin de poder conciliar posturas diferentes y no
perder privilegio alguno.” (Doctora Rosa Basante Pol, 2010)
Fernando VI, falleció sin descendientes, el 10 de
agosto de 1759, con cuarenta y cinco años de edad y trece de reinado.
Carlos
III
Hijo de
Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, nació en Madrid el
20 de enero de 1716.
En 1731 fue nombrado duque de Parma y Toscana, y
entre 1735 y 1759 fue rey de Nápoles. En 1759 sucedió a su hermanastro Fernando VI en el trono de los reinos de las Españas, cargo que
ocupará hasta su muerte.
La infancia del infante Carlos se desarrolló sin
sobresaltos ni rasgos importantes. De naturaleza tímida, callado y muy
responsable, se situó siempre en un plano secundario, dejando el protagonismo a
sus hermanastros que estaban destinados a reinar.
Era el tercer hijo de Felipe V,
primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, por lo que fue su
hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre en el Trono español.
Recordemos que en enero de 1724, Felipe V abdicó
en favor de su hijo primogénito, el príncipe de Asturias Luís I, que sólo llegó
a reinar siete meses tras un ataque repentino de viruela.
“Esta circunstancia hizo surgir en la reina consorte
ciertas esperanzas de que un día pudiera reinar su hijo Carlos. El segundo hijo
de Felipe V, el infante Felipe, había muerto anteriormente muy joven, por lo
que tan sólo quedaba Fernando como heredero al trono. Por todo ello, Isabel de
Farnesio, aunque Felipe V ya mostraba evidentes signos de demencia, evitó que
Fernando sucediese a Luis, y obligó a Felipe V a retomar el trono, asegurándose
de esa forma dos objetivos: primero, seguir ejerciendo ella el poder sobre un
cada vez más degenerado y pusilánime monarca; y en segundo lugar, albergar aún
posibilidades sobre la ocupación del trono de su hijo Carlos, toda vez que la
salud del nuevo príncipe de Asturias se resentía muy a menudo. De todas estas
circunstancias, se puede colegir que el segundo período del reinado de Felipe V
estuvo totalmente dominado por la reina Isabel de Farnesio, quien tenía total
libertad para poder realizar sus designios a sus anchas.” (Carlos Herráiz
García)
Ambiciosa reina consorte era hija de
los duques de Parma, Eduardo III y Sofía Dorotea de Neoburgo, se casó con
Felipe V en 1714. Mujer alta y bien formada, con buen aire y ojos de cierta
espiritualidad, aunque la viruela le ha quitado muchos encantos; astuta,
versada en idiomas, gustosa de la política y preocupada por todas las
actividades artísticas e intelectuales consiguió imponer su voluntad al monarca
español, realizando una intensa labor destinada a que sus hijos gobernaran en
territorios italianos.
De Isabel Farnesio, el rey Federico II de Prusia
escribió: “La Reina
Isabel Farnesio habría querido gobernar al mundo entero; no
podía vivir más que en el trono. Se la acusó de haber precipitado la muerte de
don Luís, hijo de un primer matrimonio de Felipe V. Los contemporáneos no
pueden ni acusarla ni justificarla de este asesinato.
El carácter de esta mujer
singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un
inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa. Andaba audazmente hacia
la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada podía detenerla...”
Autoritaria y con gran carácter,
Isabel de Farnesio, cuyo peso en la corte fue aumentando en los últimos años de
reinado de su marido, más retraído y ensimismado a medida que envejecía. Fue
una autentica madrastra en el peor sentido de la palabra, no hay nada claro de
las circunstancias de como contrajo la viruela su hijastro Luís I, siempre hubo
sospechas fundadas o no contra la reina madre, a la muerte de su marido,
intento hacer valer los derechos de sus hijos contra su hijastro Fernando VI,
se convirtió en una pesadilla para sus hijastros, a los que nunca estimó, al
considerarlos rivales de sus propios hijos en su carrera hacia el trono.
Retomando el tema de Carlos III la
llegada al trono de este monarca, significó un cambio en las costumbres de la Corte de las Españas, que se
vio reflejado en la moda, en las diversiones y en las relaciones sociales en
general. La familia real y el reducido número de personas que la rodeaba —la Corte— serán las piezas
clave de la vida política; de allí emanarán las órdenes, pero también una
influencia que a la larga producirá transformaciones en los hábitos sociales.
El refinamiento de las costumbres, los nuevos inventos, la perfección alcanzada
por la cerámica, el cristal, los tapices o las armas fabricados en las Reales
Fábricas, son también producidos para aumentar el fasto y el lujo que eran ya
característicos de los palacios dieciochescos, que nos permite conocer mejor la
actuación de los monarcas ilustrados. La corte es un mundo complejo y también
lo es en lo que se refiere a la alimentación. El estudio de la mesa real
permite observar la identificación y el contraste entre la persona y la
institución, pues sirve tanto a la satisfacción de las necesidades vitales del
monarca, como a la satisfacción de las necesidades institucionales, por lo que
será siempre una mesa abundante, refinada, espléndida, manifestación del poder
y el prestigio de la monarquía. La alimentación de la corte en al siglo XVIII
se caracterizó por la introducción de un gusto diferente y nuevo. Desde al
advenimiento al trono de Felipe V se impuso la cocina francesa, derivada del
origen francés de la dinastía, la presencia de cocineros franceses en la Corte y el prestigio de la
gastronomía francesa.
Consta que a Carlos III le costó
bastante abandonar sus posesiones italianas. Allí habían nacido sus trece
hijos, allí había gozado de una apacible y feliz vida hogareña con su esposa,
la pacifista María Amalia de Sajonia.
No hace mucho tiempo, el historiador Luís
Español, mientras buscaba documentación sobre cuestiones relativas a la Sucesión de la Corona española, descubrió
una carta en la que el rey de Nápoles, el futuro Carlos III, relataba a sus padres
sus nupcias con Amalia de Sajonia.
Con todo detalle, el joven soberano,
enamoradísimo de su mujer, narra las alegrías de la vida conyugal y los
pormenores de los primeros encuentros carnales entre los esposos, un joven de
22 años y una muchacha de 13 que todavía no era núbil. El documento permite
descubrir la personalidad del monarca y la propia mentalidad de la época acerca
de los asuntos privados.
María Amalia de Sajonia fue la
elegida por Isabel Farnesio como esposa para su hijo Carlos. Cuando el futuro
monarca y la hija del rey de Polonia se conocieron sintieron un flechazo
instantáneo. Al poco del encuentro
Carlos escribió a sus padres: “Nos acostamos a las nueve de la noche.
Temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y al
cabo de un cuarto de hora la rompí. Desde entonces, lo hemos hecho dos veces
por noche y siempre nos corremos al mismo tiempo porque el uno espera al otro”.
Cabe señalar, que cuando consumaron el matrimonio, María Amalia
todavía no había tenido su primera menstruación.
A los pocos meses de la boda, María Amalia
contrajo la viruela
que le dejó feas marcas en la cara.
“En 1740 nació el primero de sus trece hijos.
Los tuvo en dieciocho años. Cinco de ellos murieron a los pocos años. María Amalia
fue una buena madre. Se ocupaba de la educación y crianza de sus hijos y la
muerte de cada uno de ellos era un duro golpe para ella.
En 1747 nació el sexto hijo de los reyes y fue el
primer varón, Felipe.
Aunque la sucesión parecía asegurada pronto quedó claro que el pequeño tenía
fuertes deficiencias mentales. Tras este nacimiento, el rey hizo que María Amalia
participase en los consejos de estado y que estuviese al tanto de las
decisiones que se tomaban.
Unos años antes María Amalia
había sufrido una caída al montar un caballo. Desde entonces su salud se vio
resentida. Sumando a ello que no se encontraba a gusto en España y echaba de
menos Nápoles, esto tampoco ayudó a que mejorara. Durante el verano de 1760 su
salud empeoró. Tenía problemas respiratorios, tos y debilidad. Murió en
septiembre de ese mismo año. Tenía treinta y cinco años.” (María José Rubio,
2009).
En esta colonia de Canarias el Cabildo de Chinech
(Tenerife) recibió la noticia del fallecimiento de esta reina el 17 de enero de
1761 y quedó recogida en los siguientes términos:
“Haviendo muerto
ntra. amada Reyna D.” Maria Amelia
de ‘Saxonia el 27 Sept.e del año
pas. de 1760, llego esta
triste noticia en carta,
que se leyó en Cabildo de 17
de
Enero
de este, con cuyo aviso
se determinó participarlo
aquel dia á las Parroquias
i Conv.tos paraq.e hiziessen seiía,
i á los
V.es Vicarios, paraque convocassen á los
Beneficiados i Curas
de la Isla, paraque
concurriessen a las
Excequias, que havian
de ser los dias 25
i 26 de Febrero en la
Parroq. de
Maria Ss.ma de la
Concepcion. Como en efecto se hizieron en
dhos. dias, haviendose
adornado la
Iglesia
con rica colgadura de
damasco carmesi, i erigidose
un regio tumulo
ante la
Capilla mayor,
en el que
sobre un negro cogin
de terciopelo se miraban,
i corona, i en
contorno cantidad de
luces en blandones i
candeleros de plata, i
todo el suelo de la Nave del medio
lo cubria una
negra bayeta hasta el Coro, en donde terminaban
dos filas de hachas que salian desde la Capilla mayor.
A todo este magnifico aparato
se añadia lo
serio del Concurso,
que lo componia
el M. 1lt.e Cabildo con 24
Caballeros Regidores.,
Corregidor, Ss. nos, Maceros todos vestidos de
rigoroso luto, Cleros compuestos de los Beneficiados
i Curas de la Isla, Religiones, Militares, Cabos i demas Pueblo.
Dixose con la posible solemnidad
la Missa, q.e
fue oficiada por la Mussica, i se
terminó con una Oracion funebre que
dixo el M. R. P. Mtro.
fr. Joseph Wagdin del
orden de Predicadores, en la que
expreso las singulares, i
christianas virtudes, que adornaron á ntra difunta
Reyna. Havia nacido, esta Señiora en 24 de Nov.e de 1724;
i casadose con el
Rey ntro. Señor Dn
Carlos III, siendo
Rey de las
dos Cicilias, en 9 de Mayo
de 1738, pero
ahora que comenzaba esta Heroyna á Reinar en ntra.
España nos la
quito la fatal Parca
haziendonos ver q.e tambien
los Reyes mueren.” (Lope Antonio
de la Guerra y
Peña. 1761).
La política interna de su
reinado se caracterizó por el apoyo prestado a los reformistas: Carlos III es
el máximo representante del despotismo ilustrado en España. Creó la orden de su
nombre y se rodeó de excelentes ministros, como Esquilache, Grimaldi,
Campomanes, Floridablanca y Aranda.
Superado el “motín de Esquilache”
(1766), que fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el
clero contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un
reinado largo y fructífero. En cuanto a la política exterior, el tercer Pacto
de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España con Francia en su
conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años
(1756-63) y en la Guerra
de Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83); como resultado
final de ambas, España recuperó Menorca, pero no Gibraltar (al fracasar el
asedio realizado entre 1779 y 1782).
1766 Mayo 26, el motín de Esquilache visto por el Cabildo
colonial de La Laguna
en la isla Chinech (Tenerife):
Se publico
en esta Ciudad
un Vando contra
los que retuviessen,
promulgassen,
ó
leyessen papeles infamatorios
de ntro. Rey, o
sus Ministros. No dexó
yo de hazer
en mis memorias
alguna esclamacion contra
el mal estado
del Ministerio español.
Este llegó á
tal grado que
el Domingo de
Ramos 23 de
Marzo de este
año se levanto
el Pueblo de
Madrid apedrearon algunas
casas de los
Ministros, rompieron todos
los faroles que iluminaban
la Villa, i
hizieron salir, al Marq. de
Squilace pral.
autor de las
cargas, i impuestos,
con que se
havia cargado á
los Españoles, i
assi salieron clamando:
viva sl Rey,
i muera Squilace;
i se cree,
que, por no haverle
hallado en su
casa, escapó con
la vida; pues
le destrozaron todas
las Alhajas de
ella. Al dia
siguiente se bolvió á
levantar el Pueblo,
fue el tumulto á
Palacio, i haviendo salido
a apaciguarles un
Religioso con un
S.fo Christo en la
mano diciendoles, que,
si querian el
Rey, alli tenian el
del Cielo, respondieron
que bien snbiuîz
que aquel era el
Rey i Snr
de todo; pero
al que querian
hablar era al
Rey. En fin
salio, i el
Pueblo pretendio hazer, capitulaciones con
el Rey, las
que se formaron,
i se reducian
á que el
Rey no permitiesse que governase
el dho. Marq.s de
Squilace, ni otros
Ministros extrangeros: Que
se pusiessen á
precios mas moderados
los mantemientos (sic):
Que se
pudiesen vestir á
su antigua moda:
Que se extinguiese
el Regim.to de
Gafam’ias Walotias que
se les perdonase
todo lo hecho.
Todo se les
concedio.
Todas las
palmas i olivas,
que havia en
los Balcones, i
ventanas de las
casas, las tomaron
para formar una Proccssion,
con que entrar
en Palacio el
25, pero supieron
que el Rey, i toda
su R.1 familia
havian partido de madrugada
para el sitio
de Aranjuez, procuraron
detenerle; pero fueron
tarde, hicieron algunas
diligencias, para que luego se
bolviesse a Madrid,
pues estaba segura
su Persona; pero
no se consiguió.
En este intermedio
salieron tantos papeles
assi en prosa,
como en verso,
què fue preciso
para atajarlos el
citado Vando. Con
este mo-
tivo, y
el de irse
tumultuando algunos otros
Pueblos, salio tambien el
5 de Mayo
un Auto acordado
del R.l i
Supremo Consejo de
Castilla, ‘para que en
todos los Pueblos,
que lleguen á dos
mil vez.os intervengan
con la
Justicia y Regidores
quatro Dijbutados, que.
nombrará el comun por Parroquias, ó
Barrios anunlm.e los
quales tengan voto, entrada, i
asiento en el
Ayuntamiento, después de los
Regidores, para tratar,
i conferir en
punto de Abastos,
examinar los pliegos
o propuestas, que
se hizierm, i
eatablecer las demas
reglas economicas tocantes
á estos puntos, que
pida el bien
comun. Este dho.
auto se promulgó
en esta Ciudad,
i demas Lugares,
i el Domingo 13
de Julio se
juntó el vezindario
de esta dha.
Ciudad en las Casas
del Correg. or i
ante su Then.te
nombraron los quatro
-Dipurados. En algunos de los demas Lugares
tambien nombraron, aunque
el Ayuntam.to fue de
parecer que solo
en esta Capital
se debieran nombrar, por
ser adonde está
el Ayuntam.to i de donde
se difunden las demas
reglas economicas á
los otros Lugares;
de los que debieran
concurrir en esta
Capital algunos vex.os para
la eleccion. Esto
se hizo presente
á la
Excma. Aud.a con motivo
de la hecha
en el Lugar
de Sta Cruz;
pero aprobo aquella eleccion
por las ocurrentes
circunstancias hasta
consultár al Consejo.
En 5 de
Ag.to fue el
primer Cabildo, á que
concurrieron los de la
Ciudad, i hizieron presentes distintos
puntos sobre abastos,
á que se
acordó en 11 del
mismo. Dhos Diputados
han querido atribuirse mas facultades
de las que
les pertenecen, i
ha havido, i hay
distintas contiendas, assi
con ellos, como
con los demas
de los Lugares,
que quieren tomarse
la Jurisdicion, que no
les compete, i está todo
fuera de orden;
pues siendo distintas las
providencias de cada
uno, no puede
haverla en cosa
alguna. (Lope Antonio de la
Guerra y Peña. 1766).
Entroncado este reinado en pleno desarrollo de la Ilustración es
uno de los más típicos exponentes de esta corriente ideológica. Sus reformas
fueron dirigidas hacia el reparto de tierras comunales, división de
latifundios, recortes de privilegios de la Mesta, protección de la industria privada,
liberación del comercio y de las aduanas, etc.
La apertura del comercio de Ultramar o la
supresión de los “oficios viles”. En 1767, 1770 y 1772, sendos decretos reales
afirmaban la progresiva idea de que el trabajo, el hecho de trabajar, no
implicaba la pérdida de la hidalguía, decretos que atacaban directamente una
tradicional y perniciosa convicción española: “trabajar no es trato de nobles”.
Como ha señalado José Luís Comellas, si el primer
periodo carolino se vio concentrado en reformas económicas e higiénicas, el
segundo (que va aproximadamente de 1770 a 1782) se caracterizó por una
preferente atención por las reformas necesarias para la implantación de la
libertad de comercio. El tercer período, dentro de la clasificación de Comellas,
entre 1785 y 1789, se concentró en la reforma agraria.
Puso coto a los poderes de la Iglesia, recortando la
jurisdicción de la
Inquisición y limitando -como aconsejaban las doctrinas
económicas más modernas- la adquisición de bienes raíces por las “manos
muertas”; en esa pugna por afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los
jesuitas en 1767. Fomentó la colonización de territorios despoblados,
especialmente en la zona de Sierra Morena, donde las “Nuevas Poblaciones”
contribuyeron a erradicar el bandolerismo, facilitando las comunicaciones entre
Andalucía y la
Meseta. Reorganizó el ejército, al que dotó de unas
ordenanzas (1768) destinadas a perdurar hasta el siglo XX. Muere en diciembre de 1788.
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