UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XX
Eduardo Pedro García Rodríguez
907 marzo
21.
Para el presente documento
volvemos al fondo de la Demarcación
de Costas de Tenerife que conocimos en el documento del mes de Octubre de 2008.
Se trata de nuevo de un expediente de la serie concesiones a particulares del
Negociado de Puertos, dirigido al Gobierno Civil de la Provincia de Canarias;
referente en esta ocasión a la solicitud, firmada en Santa Cruz de Tenerife el
día 21 de marzo de 1907 por Antonio Fernández Armas, vecino de Vallehermoso, en
la isla de La Gomera,
de “declaración de utilidad para el Estado y Provincia para hacer la petición
de concesión” para el permiso para construir en uno de los riscos de
la playa del pueblo de Vallehermoso, que se adelanta hacia el mar, de un
pescante de madera que saliendo unos catorce metros hacia el mar permita a un
bote colocado debajo de éste tomar los frutos sin exponerse a chocar con las
rocas (...) garantizaría la exportación de los frutos de aquella Isla así como
la importación de mercancías para el comercio.
El hecho de que la solicitud no sea la de permiso de
concesión en la zona marítimo-terrestre de la citada obra, sino la de
declaración de su utilidad pública para el Estado y la Provincia, se debe a
que, como se expresa en el propio documento, el año anterior se publicó una
Real Orden que prohibía la incoación de nuevas concesiones en la zona marítimo-terrestre
que no fueran de notoria utilidad para el Estado o la Provincia.Efectivamente, en noviembre de 1907 Antonio Fernández Armas,
conjuntamente con José Mora Ascanio y en nombre de la sociedad “El Porvenir”,
presentan la solicitud de autorización para edificar el pescante, un puente y
un almacén. La declaración de utilidad pública para el Estado y la Provincia no llegaría
hasta octubre de 1908, y para la obtención de la concesión hubo que esperar más
de seis años, concretamente al 13 de febrero de 1915. No obstante, esto no
quiere decir que no funcionara hasta esa fecha ya que su construcción fue
anterior a la obtención de la pertinente autorización, y esto explica que el
proyecto no coincida fielmente con la realidad: la ubicación fue en la punta de
El Burrillo, el puente no fue construido por dicho cambio de ubicación y el
almacén se levantó contiguo al pescante. Además entre los materiales se
incluyó, junto con la madera, el hierro. Pero volviendo al documento, vemos en
la argumentación una expresión de la necesidad patente en la sociedad gomera de
principios del siglo XX, que no es otra que la de buscar una salida a la
exportación de la producción agrícola (cultivo del plátano, el tomate y
la patata), es decir, la comercialización. En un territorio con una
infraestructura viaria tan poco desarrollada, el hecho de disponer de una
salida directa para la exportación de la producción agrícola supone un impulso
importante para la economía: pero la isla de la Gomera, verdadera
cenicienta como con rara justicia ha dado en llamarla toda la prensa, no cuenta
con un solo puerto, ni con un mal embarcadero por donde poder exportar sus
frutos, argumenta Antonio Fernández, salvo en la Villa de San Sebastián (...)
para el servicio del faro de San Cristóbal, (...) y unos caminos de pésimas
condiciones que más que tal nombre merecen el de veredas, lo que hace imposible
que dichos frutos puedan ser transportados por tierra, (...) ni embarcados.La
riqueza y prosperidad que esta obra trajo al municipio quedan demostradas con
el surgimiento de viviendas, tiendas, bares y estructuras de empaquetados en
las cercanías de la misma que sólo decayeron con la construcción de la
carretera general desde la capital y la aparición del puerto de San Sebastián.
No obstante fue el primer pescante metálico de La Gomera y se convirtió en el
motor de la economía de Vallehermoso. (ES 38200 AHPTF 1.3.7.2, u.i. 67)
1907 Mayo 20. Las islas Canarias son arrasadas por un huracán
1907 Agosto 25. Nace
en Achbuna (San Miguel de Abona) Antonio Hernández García.
“Son muchos los recuerdos que
se agolpan entre gestos y sonrisas no exentas de mucha, muchísima nostalgia
contenida en emotivos recuerdos de una vida llena de contenidos y
personas que acompañaron, y
acompañan aún, a don Antonio en su ya dilatada vida.
Son 97 años de una vida que en
gran medida plasman el devenir de un pueblo que ha evolucionadojunto a sus
gentes, a través de esas pistas de tierra, carreteras... ahora ya de asfalto,
que don Antonio recorría a diario como nadie entre dificultades y secretos que
compartía con sus pasajeros, siempre a un destino seguro.
Don Antonio fue de los
primeros sanmigueleros que aprendieron a conducir y que luego se dedicaran
profesionalmente al mundo del transporte de pasajeros. Antes, nos cuenta que
trabajaba como peón en la carretera que se hacía a finales de los años 20 entre
Aldea Blanca y La Camella.
El trabajo era muy duro, nos recuerda, “si eso era vivir no
valía la pena vivir”. Fue entonces cuando le pidió a don Virgilio que lo
enseñara a conducir en el camión que éste tenía, como ayudante y gratis. Cuenta
que” ya a los tres meses lo dejaba solo, y veníamos a la Playa de La Ballena (Las Galletas) por
arena y revuelto y la subíamos a San Miguel para depositarla junto al Barranco
de El Lomo”.
En esos años, las carreteras
eran escasas, se trataba de pistas, en la mayoría de los casos de tierra: Los
Abrigos-Atogo, Charco del Pino-Granadilla, La Camella, Aldea Blanca,
Llano del Camello..., que unían las grandes fincas donde se encontraban los empaquetados.
La mejor que se encontraba era la que unía San Miguel con el Puerto de Los
Abrigos, entrada y salida natural de las mercancías: tomates para la
exportación, madera, turba... Nos recuerda don Antonio, que los barcos no
atracaban sino que unas barcas se acercaban a los barcos fondeados y
transportaban la mercancía, que ya en tierra era llevada la mayoría en camellos
y en menor medida en los escasos camiones. Llegado este momento, con una amarga
sonrisa nos dice que cuando tenía 13 ó 14 años fue camellero, justo en el
momento que su padre, don Leocadio Hernández, emigró para Cuba y sólo muchos
años más tarde es cuando ante una larga ausencia regresó para vivir sus últimos
años en esta otra Isla que lo vio nacer.
Después de la experiencia
adquirida en los camiones entre los años 1930-1935, decide don Antonio comprar
un coche Ford descapotable por el precio de 5.515 pesetas, mucho
dinero para la época y para
sus recursos.
Nos recuerda que no tenía
ninguna forma de garantía, asegurándolo a todo riesgo, y comprometiéndose a
pagarlo en el plazo de dos años, haciéndolo finalmente en 18 meses. En estos
primeros años de taxista, lo hacía de una forma no regular ya que los
denominaban, “los pirata”; recuerda que junto a él, don Josefín y Vitelio
Reyes, transportaban a sus pasajeros a los distintos destinos.
Nos precisa que en esos años
eran muy pocos los que tenían vehículos particulares, así nos señalaba los de
don Pepe Bello, don Teófilo Bello. Don Antonio Miguel Afonso, don Luciano
Alfonso... Asimismo, los camiones eran escasos, cita los de don Virgilio,
don Miguel Rodríguez... Será
en 1937 cuando don Antonio, a través de un conocido, adquiere un “parada” en
Añazu (Santa Cruz), circunstancia ésta que se mantendrá hasta 1977, fecha en la
que cumple los 70 años ininterrumpidos como conductor de transporte de
pasajeros, todo un hito difícilmente superable en nuestro pueblo.
Señala que, 12 años más tarde,
en 1947, decide vender ”su Ford”. Recuerda que estaba sano, ya que todos los
años por el mes de agosto le hacía en el taller de don Enrique y don Claudio en
Aldea Blanca, una reparación general: rodillos, niveles de líquidos, desmontaje
y limpieza total. El coche salía nuevo. Ya lo entendía muy bien. Asimismo, nos
dice que este vehículo fue vendido a un señor que aún lo conserva en La Orotava. Finalmente,
adquiere a través de una agencia de coches en Santa Cruz (Agencia Hernández) un
nuevo coche, en esta ocasión un Humber con el que seguirá trabajando muchos
años más tarde. Haciendo los habituales y agotadores itinerarios por la
carretera
vieja, cruzando los pequeños
pueblecitos con sus cuevas y casas blancas de cal y humilde aspecto,
atravesadas por una carretera plagada de interminables y cerradas curvas que
transcurría a través de las medianías de nuestro sur. La monotonía y el
cansancio agotador sólo eran rotos por el llanto de un niño y por las escasas
luces que salpicaban e iluminaban la noche, hasta que finalmente con las
primeras luces de la mañana, descubría Añazu (Santa Cruz) al fondo. Una vez
repostado el vehículo en el surtidor de gasolina, a través de bidones de 200 litros, nos recuerda
que costaba 2 perras el litro, se iniciaba el recorrido de costumbre a las seis
de la mañana para recoger a los pasajeros que previamente se había concretado,
en alguna ocasión se llegaba a recoger a pasajeros en el propio recorrido. A
las siete, en Granadilla me tomaba un café, y finalmente después de tres horas
de carretera se llegaba a Añazu (Santa Cruz), a la Plaza Weyler en la Casa de Comidas y bar El Bosque donde se dejaba a la mayoría de los
pasajeros. En otras muchas ocasiones se le acompañaba a éstos a algunos
organismos, médicos, clínicas o dependencia oficiales para la realización de
algunos trámites. En otros casos se hacían pequeños encargos, paquetitos, que
se entregaban a sus destinatarios. Luego, a las dos de la tarde, todos
quedábamos en el punto de encuentro, que no era otro que La Casa de Comidas El Bosque.
Antes de regresar se almorzaba y luego nos esperaba otra agotadora jornada de
tres horas, amenizada toda ella con conversaciones y anécdotas del día. Esta
situación se repetía todos los días de lunes a viernes y en algunas ocasiones
los sábados (si había algún motivo especial para subir, se venía de nuevo a
Santa Cruz), circunstancia ésta que provocó que temporalmente don Antonio se
estableciera junto a su esposa doña Tomasa, en el Barrio de La Salud (S/C de Tenerife).
(Valentín E. González Évora, 2006)
1907 Octubre 22. Luís
Diego Cuscoy nació en Gerona (España) y, cuando contaba nueve años, sus padres
se trasladaron a Chinet (Tenerife), su padre era miembro de la guardia civil
española de ocupación en la colonia. Primero fue destinado a Buenavista y
después a La Orotava,
donde estudió en el popular colegio de San Isidro. Según sus propias palabras
(RECCA, 1983; RNE, 1985a; Clavijo, 1998), su infancia y adolescencia fue como
la de cualquier niño de la épocanacido en una familia de clase media-baja, con
una madre catalana muy afectuosa y amante de la lectura, de la cual mamó su
apetito por los libros. Desu padre heredó quizás cierto individualismo, pues
era un sobrio castellano que había sido seminarista, luego voluntario en la
guerra de Cuba y, finalmente, ingresó en la Guardia Civil; era
aficionado a la música, poseía cierta cultura y era capaz de hablar fluidamente
en latín.
Siendo muy joven ya se
descubrían en Luis Diego las inquietudes literarias y periodísticas que tendría
toda su vida, empezando a publicar poesía, prosa poética y ensayos en la prensa
de mediados los años 20, época
verdaderamente interesante en el ámbito cultural de las Islas, cuyo punto
culminante fue la década de los treinta, truncada por la Guerra Civil. Su
primer libro -“Tenerife Espiritual”- se publicó en 1928 y refleja un
veinteañero romántico,
muy relacionado ya con el
mundo cultural del momento.
Si su primera pasión fue la
literatura, la segunda fue la enseñanza. Finalizó en 1927 su carrera de
Magisterio en la
Escuela Normal de La Laguna y ganó las oposiciones en 1928, siendo
trasladado por dos años a Galicia, concretamente a Castro das Seigas (provincia
de Lugo). Este viaje tendría gran importancia en su vida profesional, porque
allí conoció a Fermín Bouza-Brey, quien lo inició en la Etnología, que luego
sería una de sus facetas profesionales. Allí también se inició en la Arqueología,
participando en su primera excavación arqueológica en un castro Celta. Ambas
experiencias las recordó toda su vida como algo extremadamente positivo para su
formación. De la mano de Bouza-Brey, Diego Cuscoy se introdujo en el Seminario
de Estudos Galegos, descubriendo la influencia galaico-portuguesa en la cultura
tradicional canaria; y se interesó por las derivaciones didácticas de sus
cartillas escolares, profundizando en el papel de la lengua como mecanismo de
comunicación, enseñanza e identidad (Galván, 1987).
Regresó a Canarias, destinado
al Sauzal y ansioso de poner en práctica todas las innovaciones en el terreno
de la enseñanza que había asimilado, consciente de que en las Islas –con un 70%
de los analfabetismo- hacia falta un fuerte impulso educativo.
Aunque las condiciones
socioeconómicas del momento no ponían las cosas fáciles: los años de la II República, en
medio de la enorme crisis del 29, eran caldo de cultivo de los continuos
enfrentamientos sociales de aquellos años. El 14 de abril de 1934 se casó con
Victoria Fernaud de la Rosa.
Un maestro innovador, lector
de revistas especializadas, que aplicaba las últimas técnicas pedagógicas, sólo
podía tener problemas en El Sauzal del año 1936, un ambiente rural y
conservador, donde los impulsos republicanos en la enseñanza eran considerados anticristianos y contrarios a la
familia tradicional. Otro maestro del mismo centro escolar le denunció, con los
cargos de realizar actividades anticristianas y de ser partidario de ideas
izquierdistas, por lo cual se le abrió un expediente de depuración. El texto de
su defensa es un excelente documento para entender su delicada posición, su
claridad de ideas y su capacidad literaria. De todas maneras, lo que mejor
contribuyó a salvarle de una pena mayor fue seguramente el respaldo de unos
familiares de su mujer, reputados militares del momento. Tras varios años de
suspensión de empleo y sueldo, en 1940 se le reincorporó al cuerpo, aunque
“desterrándolo” a una de las zonas más apartadas y deprimidas de Chinet
(Tenerife): Cabo Blanco en el municipio de Arona. En 1942 se le reintegró a su
plaza del Sauzal y el castigo quedó reducido a una sanción administrativa
posiblemente por su condición de hijo de guardia civil, aunque dicha sanción implicaba la incapacitación para desempeñar
cargos de confianza, la cual permaneció en su expediente hasta la década de
1950.
Como a tantos otros, la Guerra Civil no sólo
le supuso un trauma personal, sino que le obligó a acomodarse a un clima social
y político antagónico con su formación. La estancia en Cabo Blanco le apartó de
su familia y de su ambiente cultural, pero lo puso en contacto con dos
realidades que más adelante serían los ejes de su actividad profesional: el
pastoreo tradicional y la arqueología canaria. En el libro “Entre pastores y
ángeles” (Diego, 1941), narra algunas de sus vivencias en aquel ambiente
marginal de cabreros, y describe su primer encuentro con una cueva sepulcral
que rebuscó con sus alumnos (capítulo: El collar de las cuentas de barro).
Cuando en 1998 el Ayuntamiento de Arona reeditó este libro, acudieron a la
presentación varios antiguos alumnos suyos, que 58 años más tarde recordaban a
aquel profesor que les impactó tan positivamente en su dura infancia.
Al regresar a su escuela del
Sauzal, más cercana a La
Universidad de Laguna, comenzó la estrecha relación con Elías
Serra Ráfols, su gran maestro. En la zona de Tacoronte y El Sauzal continuó las
excursiones arqueológicas, acumulando una pequeña colección de cuentas de
collar y algunas vasijas. En 1943 Elías Serra lo invitó a participar en una
reunión en la Universidad,
con el Comisario Provincial Juan Álvarez Delgado, donde Diego hizo entrega de
aquella colección y Alvarez lo invitó a colaborar
con la Comisaría.
No vamos a tratar las interesantes
facetas de Luis Diego como literato y como etnólogo, sino que nos centraremos
en el arqueólogo. Su trayectoria científica en este terreno puede dividirse en
tres etapas:
1ª)
Desde su vinculación a la
Comisaría (1943) hasta la fundación del Museo Arqueológico de
Tenerife (1958).
A partir de ese momento se
vinculó a la
Comisaría Provincial recibiendo en 1944 su nombramiento como
secretario de la misma. Aunque Juan Álvarez era el Comisario Provincial, quien
realmente desarrollaba casi todas las actividades era Luis Diego. En 1947 se
produjo un duro enfrentamiento entre ambos, porque Álvarez publicó con su
nombre un libro (Álvarez, 1947) elaborado por Cuscoy. Este último presentó una
queja formal a Julio Martínez Santa-Olalla, que investigó el asunto y advirtió
la injusticia que se venía cometiendo. Su primera decisión fue nombrarlo
Comisario Local del Norte de Tenerife en 1948, pero tras unos años de
tensiones, en 1950 finalmente Álvarez Delgado fue cesado y Diego Cuscoy
nombrado Comisario Provincial.
Este primer periodo fue un
tiempo de formación bajo el magisterio de Elías Serra, con quien cursó la Licenciatura de
Filosofía y Letras, aunque luego no le fue reconocido el título. Fue también su
época más positivista, con una intensísima investigación empírica que generó un
inmenso cúmulo de datos, y no poco material arqueológico destinado a su
proyecto de Museo, que ya venía gestando como su principal ambición. El no
entendía el trabajo de campo sin la exposición posterior en un Museo, que a la
vez actuara como aula didáctica en la que se pudiese explicar la prehistoria de
Tenerife. Por tanto, fue entonces cuando desarrolló una actividad arqueológica
de campo más intensa, casi febril, en El Hierro4 , La Gomera5 y sobre todo en La Palma6 y Tenerife7 , localizando
centenares de yacimientos, y excavando varias decenas de ellos con
procedimientos bastante apresurados en muchos casos.
La gran aportación de estos
primeros años fue el descubrimiento de Las Cañadas del Teide como un gran
complejo arqueológico, y su vinculación a esta zona de la Isla fue en buena medida
espiritual, pues varios de sus mejores poemas las redactó en las noches que
pasó en los refugios pastoriles. Mantuvo una campaña de defensa del patrimonio
arqueológico y natural, presentando denuncias y “memorandums” en los
Ayuntamientos y Gobierno Civil. También hizo lo propio en la prensa de los años
40, marcando un hito en el periodismo de denuncia en el que destacó por su
particular contienda contra determinadas prácticas de los carboneros y colmeneros,
y la defensa de que Las Cañadas se convirtiese en Parque Nacional. Al mismo
tiempo, promovió la idea de incluir el patrimonio arqueológico entre los bienes
a proteger dentro del Parque, vinculándolo a las ofertas de ocio y turismo de
este espacio natural y de la globalidad de la isla (Diego and Larsen, 1958).
Aunque en esto fracasó, porque los responsables públicos no entendieron que el
patrimonio cultural pudiese correlacionarse con el natural, ni que la historia
y la arqueología pudiesen interesar a los turistas.
En esas largas caminatas y
estancias en las tierras áridas del sur, en los acantilados del norte, en las
medianías, en las cumbres y en las Cañadas del Teide, o en los barrancos de La Gomera, entabló una
relación muy estrecha con el territorio, la cual indiscutiblemente influyó en
que adoptara unos enfoques ambientalistas que le acompañarían toda su vida. En
aquel momento, eso se materializó en asumir de manera decidida el determinismo
geográfico, propio de los planteamientos histórico-culturales de la época y que
le había transmitido Serra (Diego, 1951).
Durante esos trabajos de campo
se relacionó con algunos pastores tradicionales de Rasca, Arico, Las Cañadas,
etc. que le sirvieron de guías e informantes, pero que en sí mismos despertaron
un interés muy grande en el Diego etnógrafo a la par que arqueólogo. De esta
manera empezó a configurarse en su pensamiento la idea de que aquellos cabreros
eran herederos de los pastores guanches y, por esa razón, adquirían valor
extraordinario como documento vivo. Así fue llegando al mismo razonamiento
quemedio siglo antes formulara Juan Bethencourt Alfonso, cuya obra desconocía
él por aquel entonces.
Fue también una época
prolífica en publicaciones, aunque la inmensa mayoría de ellas eran trabajos
meramente descriptivos, en los que daba a conocer los resultados de sus
prospecciones y excavaciones, pues estaba convencido de que toda investigación
debía ser dada a conocer. Años más tarde sería bastante autocrítico con los
procedimientos apresurados que empleóen esos trabajos de campo, y con la
calidad de las publicaciones de esta primera etapa, particularmente con sus dos
volúmenes de Informes y Memorias. Pero también publicó ensayos sobre distintas
categorías de evidencias arqueológicas: adornos, hábitat, ajuares funerarios,
cerámica, industria lítica, etc.; y realizó el primer intento de síntesis de la
prehistoria canaria en su artículo Paletnología de las Islas Canarias (Diego,
1954), que años más tarde convertiría en un libro.
Su colaboración estrecha con
Serra y con la Universidad
se proyectó en numerosas contribuciones en la Revista de Historia
Canaria. Algunas de las menos conocidas, pero muy interesantes, fueron sus
recensiones a publicaciones de otros colegas suyos, haciendo a menudo una
crítica sutil pero demoledora sobre la metodología o los resultados, como las
que dedicó a trabajos de Sebastián Jiménez Sánchez9 . En realidad,
los dos Comisarios-Delegados
Provinciales siempre mantuvieron posiciones teóricas, metodológicas e incluso
ideológicas diferentes, cuando no totalmente opuestas y, aunque mantenían una
relación cortés, nunca llegaron a colaborar estrechamente. De manera que no
exageramos al decir que Luis Diego tenía un pobre concepto de Sebastián
Jiménez, que empeoró con el paso del tiempo. Por el contrario, mantendría una
buena colaboración con el Museo Canario de Las Palmas, sobre todo a partir de
que se creara el Museo Arqueológico de Tenerife, lo cual era más llamativo si
tenemos en cuenta que la relación de Sánchez con el Museo de su “jurisdiccón”
era de tensa coexistencia.
Probablemente estemos ante los
sempiternos problemas derivados de los conflictos de competencias, que han
salpicado la historia de la arqueología hasta la actualidad y de los cuales no
estuvieron exentos los Comisarios en sus respectivas provincias.
El mayor objetivo de Diego en
estos años fue crear un Museo Arqueológico. La Comisaría General
disponía de escasos recursos y Santaolalla había encargado a los Comisarios que
se vincularan a las Diputaciones Provinciales, para conseguir cobertura
económica. Por suerte para Diego, era presidente del Cabildo de Tenerife
Antonio Lecuona
Hardisson, un hombre culto y
sensible a estos temas quien, como punto de partida, creó
en 1951 el Servicio de
Investigaciones Arqueológicas de Tenerife (S.I.A.), del que Luis Diego fue
nombrado Director. Por fin, en mayo de 1958 abrió sus puertas el Museo,
exhibiendo los fondos por él acumulados, más los que vinieron del Museo
Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz, la mayor parte de los cuales
procedían, a su vez, de dos entidades decimonónicas ya desaparecidas: la
sociedad El Gabinete Científico y la colección particular conocida como Museo
Villa Benítez.
2ª)
Desde la creación del Museo Arqueológico hasta ±1970
En la mayor parte de este periodo
siguió su relación con la
Universidad, impartiendo clases prácticas a los alumnos de
Historia en el Museo Arqueológico. Pero al final se fue enfriando, porque nunca
llegó a superar el problema de su Licenciatura y por sus desavenencias sobre
competencias profesionales con profesores con los que había colaborado en el
pasado, como los catedráticos Juan Álvarez y Telesforo Bravo. A partir de
entonces sólo mantuvo relación con Elías Serra y algunos de los colaboradores
de éste, como Juan Régulo o Leopoldo de la Rosa, cuyos ámbitos científicos eran ajenos a la
arqueología.
Sus intervenciones
arqueológicas de campo disminuyeron notablemente en cantidad,
pero mejoraron en el plano del
método.
Su interés se concentró en
unos pocos temas. Por una parte, las necrópolis y los ajuares, sobre todo de
Tenerife10 ; por otra, la arqueología de El Hierro11 ; y aumentó su atracción
por la arqueología de La Palma12
, donde buscaba el refrendo a su teoría difusionista del poblamiento de
Canarias: Una primera oleada neolítica norteafricana habría afectado a toda
Canarias, y posteriormente llegarían otras oleadas con orígenes diversos
(una de ellas desde la
Europa Atlántica), afectando a una o varias islas (Diego,
1954b y 1963). Los petroglifos y los diferentes estilos cerámicos palmeros
podrían ser la prueba de todo ello, por lo cual empezó a estudiar estaciones de
grabados rupestres y excavó en cuevas con estratigrafías, como Belmaco y el
Roque de la Campana,
pero no supo seguir esas complejas secuencias estratigráficas y concluyó que en
Canarias no era posible emplear el método estratigráfico.
Su estrategia de
investigación, en parte debida a la influencia de Serra, la expuso de la
siguiente manera (Diego, 1972a):
1) Base heurística
indispensable y comprobación arqueológica de los datos
facilitados por la
documentación histórica.
2) Tipología y función de los
distintos yacimientos...
3) Distribución geográfica de
los mismos.
4) Problemas de ecología
humana, previa valoración del relieve, vegetación y clima.
5) Consecuente determinación
de las áreas habitadas y de las de sustento.
6) Análisis, identificación y
clasificación de los materiales.
7) Problemas de orígenes,
cronología, relaciones y paralelismos. Pero antes de buscar fuera los orígenes
hay que conocer bien lo que tenemos dentro.
La prospección le resultaba
muy importante desde el punto de vista metodológico: había que acotar
territorios, estudiar los yacimientos en su contexto natural, analizar
exhaustivamente la cartografía, etc., y nunca perder de vista que el objetivo
era estudiar al ser humano. En realidad es un antecedente de la moderna
arqueología del territorio.
Esa especie de posibilismo
ecológico en el que desembocó, que era una forma atenuada de determinismo,
impregnaba su manera de entender los modos de vida de los antiguos canarios,
cuya influencia todavía se percibe en algunas publicaciones.
Conviene destacar que esta
etapa coincidió con las investigaciones de los antropólogos Miguel Fusté e Ilse
Schwidetzky, y nuestro autor de repente se sintió deslumbrado por la
bioantropología, concediéndole un valor extraordinario como fuente de
información, como lo más cercano a una ciencia exacta y de resultados
irrefutables. Por esa razón aumentó su interés por los yacimientos sepulcrales,
en los que concentró gran parte de su trabajo de campo. Esta fue una de sus
grandes aportaciones al pensamiento arqueológico canario, que incluso llegó a
calar hondo en la percepción que nuestra sociedad tiene de la arqueología,
porque a él debemos la revalorización de la bioantropología como disciplina y
de las momias como objeto de estudio (Diego, 1975c).
También es suya la idea de que
Canarias ha jugado históricamente un papel relevante en la historia de la
antropología mundial, enfatizando que nuestras antiguas poblaciones atrajeron
de manera singular a múltiples antropólogos del último tercio del XIX y
principios del XX. En realidad, aquello era producto de un tiempo y Canarias ha
sido simplemente un caso más dentro del fenómeno de la antropología colonial
(M. Arnay, com. pers.). Pero los canarios seguimos aferrados a esa visión suya,
un poco entusiasta.
En 1963 organizó el V Congreso
Panafricano de Prehistoria y Estudios del Cuaternario, cuyo indiscutible éxito
otorgó al Museo una excelente red de relaciones internacionales y aumentó la
reputación personal de Luis Diego. Revalidada en 1969, al colaborar con el
Museo Canario en la organización del Simposio del Hombre de Cro-Magnon. Para él
fueron tiempos de regeneración metodológica y de madurez profesional, en el que
leyó mucho sobre arqueología, teoría histórica, antropología social y
antropología biológica, gracias a que
llegaba a sus manos gran número de publicaciones internacionales, a través de
los intercambios científicos que estableció con 34 centros de investigación de
31 países de Europa, Africa y América. Adquirió así una sólida formación
teórica que la generación siguiente no siempre supo valorar.
A la par, su producción
bibliográfica aumentó, aunque de manera más selecta, con trabajos en congresos,
en la Revista
de Historia Canaria y otras series. Pero si en el periodo anterior destacaba la
multitud de artículos descriptivos, ahora es tiempo de publicar libros de
fondo, como se puede comprobar en el apéndice bibliográfico. En efecto,
emprendió una política editorial con las siglas del S.I.A., publicando dentro
de esta serie 11 libros suyos y de otros autores, cuyo segundo número fue Trabajos
en torno a la cueva sepulcral de Roque Blanco (Diego, 1960a), la
primera investigación multidisciplinar de la arqueología canaria. La obra Los
Guanches (Diego, 1968b) es la más representativa de esta época, pues en
ella sintetiza veinticinco años de trabajo y todo su pensa12 miento; su
concepción global de la prehistoria de Tenerife, la idea del aborigen
esencialmente pastor, el modelo de pastoreo con desplazamientos costa cumbre y
otras tesis que han calado hondamente. De manera que no sólo ha sido el libro
de arqueología canaria más citado hasta 1992, sino también el que mayor
proyección ha tenido, todo un clásico.
3ª)
Desde 1970 hasta su fallecimiento en 1987.
En 1968 se jubiló Elías Serra
y al poco murió. Ese mismo año llegaron Manuel Pellicer Catalán y Pilar Acosta
Martínez a La Laguna,
en un momento de gran reestructuración para la antigua Facultad de Filosofía y
Letras, en el cual se produjo un excepcional incremento de profesores y su
división en tres Secciones y numerosos Departamentos.
El pequeño Seminario de
Historia que dirigía Serra dio paso a la Sección de Geografía e Historia, formada por
cinco Departamentos, entre ellos el de Arqueología y Prehistoria creado por
Pellicer y Acosta. Al principio mantuvieron una relación cordial con Luis
Diego, pero pronto surgieron tensiones y las ya débiles relaciones entre Museo
y Universidad acabaron por romperse. Entonces se acrecentó la imagen de lobo
solitario que Diego se había ido forjando con el paso del tiempo.
Evidentemente, en este último
periodo de su vida ya estaba bien consolidado su pensamiento arqueológico, pero
nunca cesó de renovarse. Continuó su predilección por las necrópolis y por los
grabados rupestres de La Palma;
pero ahora se abrió hacia un tema que durante mucho tiempo había desdeñado: el
de las mentalidades y la religión. La expresión más genuina de sus nuevas
opiniones en este terreno las encontramos en el libro El conjunto ceremonial
de Guargacho (Diego, 1979), en cuya introducción hace una crítica muy
fuerte a los nuevos investigadores canarios.
En 1970 ya había acabado el
periodo activo de Jiménez Sánchez y en Canarias sólo hay dos modelos de hacer
arqueología: Diego ponía el énfasis en comprender la relación del ser humano
con el territorio; a Pellicer le preocupaba cuantificar y clasificar los datos,
mediante catálogos y tipologías, para luego ordenarlos cronológicamente a
través de las estratigrafías y así hacer prehistoria. Por oposición a los
planteamientos propios del
neopositivismo alemán que en los primeros 70 imperaban en la escuela de
Pellicer, Diego comenzó a derivar hacia una arqueología de cierto corte
antropológico.
Desde la Universidad se le
acusaba de no saber excavar, él acusaba de no saber interpretar y ambos tenían
parte de razón.
A fines de los 70 y principios
de los 80, las primeras generaciones universitarias mevolucionaban hacia otras
posiciones teóricas, de manera que las anteriores diferencias
con Luis Diego se diluían y
algunos de sus planteamientos se revalorizaban. Pero entonces a nuestro hombre,
que nunca paró de trabajar, ya le quedaban pocos años de
vida. En una de sus últimas
declaraciones (RNE, 1985a), decía Diego: Yo no me considero un arqueólogo,
lo único que me considero es un aprovechado de la arqueología. O sea, que para
mí la arqueología nunca ha sido un fin, sino un medio. A mí fundamentalmente me
ha preocupado la peripecia humana de este hombre que nos precedió. Y, sobre
todo, la peripecia humana de este hombre en la Isla. (J.F. Navarro Mederos y M.A. Clavijo
Redondo. 2001)
1907 Noviembre 18.
El Castillo de San Miguel o de
Puerto Naos en la isla de La
Palma, fue entregado por el ejercito español en usufruto a
Armando Yanez Carrillo.
Ocupa una superficie de 48,00 m2 y está inscrito
en el Registro de la
Propiedad el l0 de Mayo de 1896, al folio 117 del tomo 353,
libro 66 de Los Llanos, finca n. 2439, inscripción 1ª, lindando al N. con el
barranco denominado Tinisque, al S..E. y O. con terrenos de particulares, en
Tazacorte donde dicen La Altura,
y en la desembocadura del barranco mencionado. Como se ve en los planos su
figura es cuadrilonga. En repetidas ocasiones se ha propuesto su venta y
últimamente, por R.O. de 2 de Enero de I924 (D.O. n. 3 ), se declaró inadecuado
para las necesidades del Ejército. Se hallaba casi destruido y según se
comunicó a la Comandancia
de Ingenieros, por el Excmo. Sr. Capitán General de Canarias, en oficio del 5
de Noviembre de 1941, se autorizaba la iniciación de los trámites necesarios
para poder proceder a la demolición, en la parte que obstruye a la carretera de
Argual a Tazacorte. (En: José María Pinto y de la Rosa. 1996)
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