CAPITULO X
Chaurero n Eguerew
INVASIÓN, SAQUEO Y OCUPACIÓN DE LA ISLA CHINECH
(TENERIFE) V
El desarrollo de la batalla fue
presenciado de manera expectante por el aliado de los invasores Añaterve mencey
de Güímar desde la montaña La
Mina sin que se decidiera a intervenir en la misma hasta que
vio que los tabores guanches se iban retirando del campo de confrontación,[1] esta
actitud fue objeto posteriormente de brutales represalias por parte del vengativo
Alonso de Lugo, represalia que también alcanzó a Beneharo mencey de Anaga sin
que hasta el momento los investigadores se hayan puesto de acuerdo sobre el
motivo que desencadeno las iras del invasor contra este mencey que en principio
fue aliado de los castellanos.
Los cronistas son parcos en
detalles del desarrollo de esta batalla, resaltando la muerte en la misma de
los líderes Kebehi Benchomo[2] -a
quien Alonso de Lugo ordenó cortarle la cabeza como trofeo-, y su hermano el
héroe de Acentejo Chimenchia-Tinguaro, Espinosa a quien sigue en el supuesto
desarrollo de los hechos Antonio Rumeu de Armas, hace referencia a la
enfermedad de la modorra que afectaba a los tabores guanches, pero no nos
informan de la suerte corrida por los cientos de muertos de uno y otro bando
que cubrían el campo de batalla, es de suponer que se concertaría una tregua
para que cada bando asistieran a sus heridos y posiblemente procedieran a la
cremación de los muertos.
Después de la batalla las tropas
invasoras se retiraron al campamento de Gracia y los tabores guanches lo
hicieron hacía el real guanche del Peñón en Tacoronte.
En
el Valle Sagrado Aguere entre otros cientos de conmatriotas quedó el cadáver
del caudillo Kebehi Benchomo[3], al
no encontrarse entre los prisioneros los líderes de la resistencia. Alonso de
Lugo ordenó buscar entre los muertos por si entre los mismos se encontraba
algunos de ellos, reconocido el de Kebehi Benchomo la truhanesca soldadesca
posiblemente los sobrevivientes del encuentro de Acentejo, presos de una
cristiana sed de revancha se ensañaron de tal manera con el cadáver hasta el punto de que según recoge Espinosa:
“fue conducido el cadáver al campamento de Gracia, sin
que resultase factible la identificación a los vasallos prisioneros a los
guanches aliados de los bandos de paces, debido a la desfiguración de su
rostro y cuerpo por las mutilaciones (Espinosa,1980:
41)
Ufano
Alonso de Lugo por el triunfo de sus armas y teniendo claro que los guanches
muertos le eran de poca utilidad económica, suponiéndolos desmoralizados tanto
por el revés sufrido como por las consecuencias de la ya larga en el tiempo de
la epidemia de modorra, intentó hacerse con las presas con un mínimo esfuerzo y
riesgo, para ello envió al real guanche de El Peñón una embajada intimidatoria
cuyo estandarte era la cabeza de Kebehi Benchomo clavada en un palo.
Según expone el
tantas veces citado Rumeu de Armas: “En cuanto al emisario escogido por Lugo
para cumplimentar la delicada tarea, fue nada
menos que el ex rey de Gáldar don Femando Guanarteme, quien prestó importantes
servicios en la conquista de Gran Canaria y su posterior alistamiento en las operaciones de Tenerife le
acreditaban como hombre de talla sin
mácula.
La gestión llevada a cabo por el ex monarca grancanario cerca de su colega
el mencey taorino está descrita con tal gracia por Juan Baxo, que nos exsime
de todo comentario.
Sobre
la importante comisión, se expresa así: “Cuando fue el día del desbarato
de los guanches, cuando mataron a el rey grande que se llamaba el
rey Venitomo de Taoro, el adelantado e capitán, por traer a los guanches al
conocimiento de la fe de Cristo e por que se diesen sin más riesgo
e muerte de gentes, mandó ir el dicho guadnarteme a el rey Ventor, hijo
del rey Venitomo, a le requerir que se diese e tornase cristiano, e que le
faría toda la cortesía que quisiese.” (A. Rumeu de Armas, 1975:256)
La
versión que sobre este pasaje nos ofrece el criollo lagunero Antonio de Viana
difiere bastante del cortés texto que el militi pone en boca del emisario de
Lug
“ Nuestro gobernador nos manda os demos esta cabeça de prueba de ento; nosotros cual mandado la traemos, que es
justo obedecer su manda y de
su parte a requerir que os sujeteys con sano y buen intento i con otro tanto os amenaza y a temeraria guerra os emplaza” (A. Viana, pág. 300)
La repuesta de Bentor a la insidiosa propuesta de los
invasores fue categórica:
“Decid a vuestro general que esta cabeza no me espanta, que adonde quedó
el cuerpo ponga la cabeza; que cada uno mire por la suya, y que mi intención es
defender mi reino y la honra y vidas de mis
vasallo”. (Agustín Millares Torres, 1977,301)
En relación con
la invasión de Chinech (Tenerife) algunos autores empeñados en resaltar la
figura del “buen salvaje” nos han venido presentando a Fernando Guanarteme como
jefe de las tropas auxiliares canarias que participaron en la misma, pero
Antonio de Viana, uno de los autores más próximos en el tiempo -al cual sigue
Rumeu de Armas- en su lista de invasores en la tercera “entrada” recoge como capitán
de dichas tropas al canario converso Pedro Maninidra.
Últimamente un
destacado grupo de canarios colaboracionistas están empeñados en mitificar
hasta extremos insospechados la figura de este pusilamine personaje, no sería
de extrañar que esta panda de estómagos agradecidos uniera sus voces a las de
sus correligionarios españoles que claman por la santificación de los nefastos
reyes católicos, ¿contará el santoral católico en el futuro con un “San
Thenesor Semidan”?
Cosas veredes
amigo Sancho…
Por tanto, la
relevancia de Fernando Guanarteme en la invasión de Chinech no fue tan
importante como se nos viene propugnando -aunque sus descendientes supieron en
esta ocasión sacar el partido que no habían obtenido en Tamarant como veremos
seguidamente-, el único historiador que le atribuye algún protagonismo en la
batalla de Eguerew (La Laguna)
es el dominico Alonso de Espinosa, a quien siguen los demás autores, siendo
este el único episodio bélico en la invasión de la isla donde se le menciona,
en realidad los cometidos de Fernando Guanarteme en las operaciones de Chinech,
fueron los mismos que prestó a Pedro de Vera en Tammaránt, el de simple
recadero.
Los
descendientes inmediatos de Fernando Guanarteme no dudaron en obtener el máximo
provecho de su condición de colaboradores con los invasores, conforme queda
recogido en la información de nobleza de Dña. Margarita Fernández Guanarteme,
practicada en 1526 ante el Teniente de Gobernador de la isla de Canaria por
Francisco Pérez Espino, por delegación de Martín Fernández Cerón, Justicia
mayor de la isla:
“
...Que vido al dicho Dn. Fernando Guanarteme, que decían el Rey de Canaria, que
fue allá a la conquista de Tenerife para ayudarla a ganar para los Reyes
Cató1icos, nuestros señores, e que llevó e tenía consigo e debajo de su mando e
ovediencia en la dicha conquista de Tenerife 30 hombres, poco más o menos,
canarios naturales de la
Gran Canaria, sus parientes, y con sus armas, e que este
testigo no sabe si los dichos hombres los llevó a su costa, más de cuanto vido
que el adelantado Capitán Dn. Alonso de Lugo les daba de comer. E que vido este
testigo que el dicho Dn. Fernando Guanarteme por mandado de dicho adelantado e
capitán fue donde estaba el Rey de Anaga, Rey guanche, el cual estaba de pases,
a le decir e requerir que se viniese ayuntar con el dicho adelantado e los
cristianos, porque se temía de él, e que el dicho Guanarteme fue dos veces al
dicho Rey de Anaga e entre los guanches, hasta que hizo venir a el dicho Rey de
Anaga al Real de los Cristianos, e que después, cuando fue el día del desbarato
de los guanches, cuando mataron a el Rey Grande que se llamaba Bencomo (el
documento dice Benitomo) de Taoro, el adelantado e Capitán por traer a los
guanches al conocimiento de la fe de Cristo e porque se diesen sin más riesgo a
muerte de gente, mandó ir al dicho Guanarteme a el Rey Benytomo (dice Bentor),
hijo del Rey Bencomo (dice Benitomo), a le requerir que se diése e tornáse
cristiano e que le faríá toda la cortesía que quisiése, e que el dicho Guanarteme
fue el dicho Rey Benytomo (dice Bentor) entre los guanches, y le fabló porque
sabía la lengua de guanches e volvió con respuesta al Real diciendo que el
dicho Rey Benytomo (dice Bentor) no se quería dar, como pareció después que no
se dio hasta que la tierra no se dio por fuerza de armas, lo cual sabe porque
lo vido e pasó en presencia de este testigo en la Conquista”.
Que
sabe que trabajó allí bien el dicho Guanarteme en servicios de sus altezas e
que se mostró allí muy leal a los cristianos, e que este testigo vido el día
que los guanches fueron desbaratados (que el desbarato fue saliendo de Santa
Cruz a La Laguna,
donde es la Ciudad
de San Cristóbal) estando el adelantado aquel día arriba en La Laguna peleando con los
guanches, la gente del Real de Santa Cruz salió en socorro del dicho
adelantado, en el camino estava un caballero que se decía Hernando del Hoyo e
otro que decían Juan Benítez, defendiendo que gente ninguna subiese de allí
arriba, temiendo o creyendo que el adelantado era muerto, con la gente que
consigo tenía e mandándoles e forzándoles que volviesen a favorecer o
amparar la torre o Real, porque si el adelantado fuese desbaratado e los
guanches viniesen al Real 1o fallasen a recaudo, y estando en estas razones
juntáronse allí bien doscientos cincuenta hombres de pelea, e llegó el dicho
Dn. Fernando Guanarteme con veinticinco o treinta hombres de las naturales e
los dichos caballeros le requirieron e defendieron que no subiese arriba a la
laguna donde el adelantado estaba, sino que volviese a amparar la Torre, e que este testigo
oyó decir al dicho Guanarteme que no había de parar hasta que viese la cara del
adelantado e capitán general muerto o vivo como quiera que estuviese, e luego
se puso en armas, por manera que hizo lugar por donde salió él y su gente, e
más doscientos peones e caballeros castellanos que allí estaban, y aunque pesó
a los caballeros fueron al socorro del adelantado e entraron todos en la
batalla e desbarataron los guanches e ovieron vencimiento e vino vivo el
adelantado. Que es esto lo que sabe de esta pregunta”. (Bethencourt Alfonso
1991:130-131)
Correrías y depredaciones
Los
inviernos acostumbraban a ser extremadamente duros en aquellos tiempos en que
la isla aún no había sido desforestada, por ello las tropas invasoras fueron
acuarteladas en el campamento de Añazu que por estar situado en la costa
disfrutaba de un clima cálido, en espera de tiempo más propicio para llevar a
cabo la proyectada marcha sobre el menceyato de Taoro operación con la cual
Alonso de Lugo esperaba dar por concluida la ocupación de la isla. La
inactividad de la soldadesca inducía al consumo desmesurado de la provisiones
con lo que al poco tiempo comenzaron a escasear, sin que en esta ocasión
contasen con la ayuda del mencey de Güímar Añaterve quien escarmentado con la
experiencia de junio 1494 no estaba dispuesto a reducir sus reservas de granos
y mucho menos exponerse a que sus porteadores fuesen esclavizados, similar
actitud adoptó el mencey de Anaga Beneharo quien ya estaba abiertamente enfrentado
con los invasores, así las cosas, la situación en el campamento de los
invasores era cada día más critica.
Alonso
de Lugo despachó un navío a Tamarant en solicitud de ayuda a los colonos de la
isla pero allí se había perdido la cosecha también y los negociantes en esclavos asentadores de la invasión de
Chinech se veían en la imposibilidad de suministrar lo que con tanta urgencia se les pedía.
Entonces, tal
como recoge Agustín Millares: “Fue cuando el general Lugo reuniendo en consejo a
sus principales capitanes, les expuso su triste situación, sin ocultarles que
la deserción de sus soldados, acosados por el hambre, era un hecho
positivo, y proponiéndoles la suspensión de la
conquista hasta que con nuevos recursos pudieran
llevarla a feliz término. Opúsose con patriótica vehemencia el
intrépido Lope Fernández de la Guerra, y poniéndose en
pie, exclamó:
“Dos ingenios
de azúcar poseo en Canaria, voy a venderlos y con su producto
me prometo aliviar la suerte de mis compañeros y no interrumpir nuestra empresa”. Tendióle los brazos el general
aceptando conmovido su generosa oferta,[4]
y aquel mismo día se embarcó acompañado de Bartolomé Estopiñán, de Juan de
Sotomayor y de otros jefes con los cuales llegó a Las Palmas, puso en venta sus
ingenios, casas, esclavos y ganados
y con su importe, que ascendió a 2.000 doblas, compró armas, harinas,
bizcochos, cebada y todo lo demás que juzgó necesario, y apareció con su
precioso cargamento en una carabela en el desembarcadero de Añazu.” (Agustín
Millares Torres, 1977, t, 2,:303)
Aliviados los invasores con la
aportación de Lope Fernández de la
Guerra, no era cuestión de mantener ocioso el costoso
ejército mercenario durante la invernada, por lo cual sus jefes decidieron
hacer algunas cabalgadas por los casi despoblados menceyatos a la busca y
captura de esclavos único medio con que contaban los invasores para obtener
numerario en efectivo y, ganados con que alimentar a la famélica tropa, vamos a
reproducir dos de estas correrías siguiendo a Millares Torres.
“Quedáronse
en poco tiempo desiertas las comarcas que formaban aquellos
distritos, de modo que en una excursión que
capitaneaban Hernando del Castillo y Hernando de
Trujillo con 500 españoles, internándose por el
barranco de Tejina para apoderarse de un considerable botín de
frutas y ganados, no encontraron quien se opusiera a su
reconocimiento[5]. Sin
embargo, el mencey de aquel cantón, aliado con Zebensui,
pudo reunir algunas cuadrillas que, colocadas ventajosamente en lo alto de un
desfiladero llamado Paso de las Peñuelas,
pudieran atacar a sus contrarios los
españoles en cinco pequeñas divisiones, llevando al ganado en medio y a retaguardia la caballería, y ya la
primera división subía por la empinada cuesta
cuando principiaron a llover piedras, dardos y maderos por aquellas
laderas, deteniendo en su marcha a los
soldados que, para atender a su
defensa, abandonaron el botín.
Las
divisiones que seguían subieron a lo alto del Paso
y atacaron por la espalda a los guanches, quienes, viéndose
sorprendidos en sus mismas posiciones, se desbandaron dejando
sobre el
terreno más de 90 muertos y un número considerable
de heridos. Acibaró esta victoria la
pérdida del capitán Hernando del Castillo que, obstinándose en perseguir a Zebensui, perdió el caballo y cayó prisionero en poder de los isleños. Conducido a la corte del rey de Taoro, éste lo puso en libertad, diciéndole “que no había de mostrar su valor contra un solo hombre.” (Agustín
Millares Torres, 1977, 301)
“Algún
tiempo después, una cuadrilla de doce soldados españoles[6] que acostumbraban combatir siempre unidos, obtuvieron licencia del general para hacer una entrada por los valles de
Anaga, y habiéndola emprendido con ánimo resuelto llegaron a Taganana
sin encontrar resistencia alguna. Hallaron
allí seis pastores que guardaban un
numerosos ganado, y atacándoles, se
apoderaron del rebaño que se componía
de más de cuatrocientas cabezas y trataron luego de regresar a Santa Cruz con tan rica presa; pero al llegar al valle que hoy llaman de San
Andrés, vieron un cuerpo de doscientos guanches
que, capitaneados por el mencey de aquel distrito, se disponía a cortarles la retirada haciénpuestos a hacer frente a sus contrarios, ataron a los
pastores y, colocándose sobre una altura, se formaron
en cuadro y prepararon tranquilamente sus ballestas.
Adelantándose
entonces Rodrigo de Barrios, uno de los doce aventureros, dijo a los
guanches: “¿Qué deseáis? Vamos, rendíos, que ya
sabemos cuántas cabezas vuestras nos tocan por persona”. El rey, que lo
entendió, despreciando la burla, que por tal la tuvo, les
prometió la libertad si dejaban las armas y el ganado, a lo
que Juan de Llarena, otro de aquellos valientes, lleno de ira, vuelto hacia sus
compañeros, manifestóles cuan vergonzoso
sería para ellos llegar al
campamento sin armas ni botín, debiendo preferir la muerte a semejante humillación, y gritando al mismo tiempo “Santiago y a ellos” disparó su ballesta, siguiendo su ejemplo los demás.
A
esta descarga, que produjo la muerte de los
guerreros más avanzados, sucedió un brillante ataque
con espada en mano que acabó de desbaratar a los isleños,
poniéndolos en fuga por aquellos matorrales y dejando
solo a Beneharo que, atacado de un acceso de locura, se defendió bravamente hasta que se lanzó de un alto cerro sin
querer rendirse.[7]
Los españoles, recogiendo de nuevo su ganado, llevando en
medio a los seis pastores prisioneros y
dejando sobre el campo setenta anaguenses entre muertos y heridos,
volvieron triunfantes al Real donde su
hazaña fue muy celebrada de todos
sus compañeros, mereciendo especiales
elogios de su general.” (Agustín Millares Torres, 1977, 301)
En la primavera de 1496, el duque
de Medinasidonia remitió un segundo navío desde Sanlúcar al campamento de
Añazu, con harina, bizcocho, aceite y vino, sumando 748.840 maravedís, a la ya
extensa deuda que Alonso de Lugo tenía contraída con dicho duque.
Como parte del pago entregó una
carabela confiscada a no se sabe a quien, valorada por el propio Alonso de
Lugo, en 200.000 maravedís y 280
esclavos canarios, que mandó al Guzmán, en diferentes partidas. Además en
el posterior reaparto del botín de guerra le adjudicó al Duque de Medinasidonia
cuatro leguas cuadradas, entre los “ríos” de Abona y Abades, con 1.500 fanegas
de sembradura y agua para regarlas. [8]
[1] Indudablemente este atormentado mencey estaba ante
un dilema, la experiencia de la felona traición cometida por Alonso de Lugo
durante la retirada de la invasión anterior, la fidelidad a su palabra o el
temor que le inspiraba el mencey Benchomo de quien era feudatario.
Según Bethencourt Alfonso, Añaterve: “Ocupó el trono por enfermedad de su hermano mayor Sortiban o “el rey ciego”. A pesar de una resistencia heroica, fue conquistado su reino por Bencomo y él reducido a la condición de achimencey, dejando en Taoro como garantía varios próceres en rehenes, entre los que figuraban Guetón, el príncipe heredero y el gran sacerdote o guañameñe, un hermano,
que fue ahorcado como conspirador.
Cuando el pueblo de Güímar perdió toda esperanza de recobrar su independencia, reconoció la soberanía de los Reyes Católicos y se incorporó a los españoles para combatir con saña a los odiados taorinos. Añaterve era viudo de su esposa principal, con la que tuvo dos hijos, Guetón y Guayarmina. Fue muy querido de los españoles,
recibió el nombre de Juan de Candelaria al
ser bautizado y murió al poco tiempo.” En:
Bethencourt Alfonso, 1991: 340.
[2] Es digno de destacar la agilidad del sigoñe Bentor homónimo del último
mencey de Taoro.
“De la familia real de Bencomo, fue llamado por antonomasia «el sigoñe» o capitán por su heroísmo, fuerzas, agilidad y resistencia. Cuéntase de él cosas extraordinarias, como por ejemplo: que en los Juegos Beñesma-res de
Anaga dio un salto de altura sobre doce
palmos; y que al conocerse la muerte del
Rey Grande durante la pelea, recibió en el mismo campo de batalla del príncipe Benytomo una orden reservada y urgentísima que llevar a Taoro, ¡que la desempeñó en tres cuartos de hora! “ J. Bethencourt Alfonso, 1991, t, 1:343.
[3] Según los cronistas mejor informados, Chimenchia-Tinguaro murió días
después como consecuencia de las heridas recibidas durante el combate.
[4] En realidad Lope Fernández de la Guerra se convirtió en un socio más, de hecho
cuando se procedió al reparto del botín de guerra, a Lope Fernández además de
la cuota en esclavos y ganados, se le asignó uno de los valles más ricos y
productivos de la isla, el actual Valle de Guerra.
5
Cuenta Núñez de la Peña
que en esta entrada hallaron los
españoles en una cueva un viejo, dos muchachos
y una niña llorando sobre el cadáver de una mujer que
acababa de expirar de la peste, y a su regreso pasaron de nuevo por la cueva
con animo de apresar a los niños y vieron que
el viejo había matado a los tres “porque, les dijo, más quiero ver muertos a mis hijos que verlos cautivos”. Núñez
de la Peña. o.
147.
6 Eran
sus nombres Rodrigo de Barrios, Juan de Guzmán,
Diego Hernández de Manzanilla, Juan de Llarena, Francisco
Melián, Francisco del Portillo, Gonzalo Muñoz, Juan
Méndez, Diego de Solís, Lope de Fuentes, Rodrigo de
Burguillos y Alonso Fernández Gallego. Núñez de la Peña, p. 149.
[7] Este
desgraciado episodio de nuestra historia colonial fue novelado por Gil Roldan y
sirvió de inspiración al grupo folklórico “Los Sabandeños” para componer su
“Cantata del Mencey loco” por aquellos tiempos en que estos se dedicaban al
rescate y difusión del folklore canario, antes de que el sistema colonial los
captase para su causa con apariciones en las cadenas de televisión y con
subvenciones oficiales.
[8] El duque de Medinasidonia en su testamento, redactado
en 1507, hizo referencia a “los maravedís que le pertenecen, por cuenta de
Alonso de Lugo, así por los recaudos públicos, como por la Bobadilla, su mujer”.
Impagados en 1513, Leonor de Guzmán, duquesa viuda, reclamó a Alonso Fernández
de Lugo, 5.248.160 de maravedís, pendientes desde la conquista de Tenerife.
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