Este texto fue la conferencia pronunciada por el autor el pasado mes de mayo dentro de las actividades organizadas con motivo del centenario de la primera estancia de Unamuno en las Islas en 1910. Se trata de un pormenorizado repaso a la crucial historia canaria del, en aquel momento, recién iniciado siglo XX. Asunto crucial fue el crecimiento económico debido, entre otros factores importantes, a la presencia inglesa.
Existen años que marcan el rumbo de una
época para cualquier colectividad humana, que resumen las contradicciones de un
período señalado o apuntan las directrices imperantes en el transcurso de una
etapa definida. Son años con una significación especial en la historia de un
pueblo, de un estado, de un país, de una región o de una simple localidad. Un
solo acontecimiento puede alterar radicalmente las bases sobre las que se
asentaba la vida de toda una población, de su inmensa mayoría o de un segmento
significativo de ella. Pero más a menudo es la concatenación de varios procesos
en marcha lo que ocasiona una diversidad de cambios con naturaleza variopinta,
unos llamados a imponerse durante una larga singladura y otros a ser meros
episodios. Esa lenta acumulación de reformas se condensa en un momento
determinado y acaba por introducir un giro particular o general, expedito, más
allá de las circunstancias aleatorias, por factores de profundo calado. A lo
largo de la historia de Canarias hubo en señaladas ocasiones años que abrieron
los cauces de épocas renovadoras, de ciclos que iban a tener amplia duración o
a dejar secuelas trascendentales. El de 1852, por ejemplo, supuso la
materialización contemporánea de una cuota importantísima de nuestros fueros
históricos merced a las franquicias. Y estos intervalos notables
reaparecerán en el amanecer del Novecientos sin limitarse a la esfera administrativa.
En torno al que nos concierne, sin embargo, interesa recoger algunas
advertencias previas a fin de evitar equívocos.
Las transformaciones alcanzan a veces la
infraestructura económica, sin que por ello signifiquen de manera forzosa
mutación alguna en los fundamentos del sistema; no faltan a propósito las
novedades epidérmicas, que dejan incólumes los pilares de las relaciones
sociales de producción o bien contribuyen a la amalgama entre dos tipos de las
mismas con rasgos disímiles. En tales coyunturas puede mantenerse asimismo la
dominación de las oligarquías tradicionales del Antiguo Régimen, aunque se vean
remozadas con mayor énfasis por la incorporación de núcleos originarios de la
alta burguesía. Suelen volverse incluso más abigarradas las sociedades
expuestas a este tipo de evolución, ajena a cualquier signo de radicalidad por
lo común. El desarrollo de las capas medias introduce una mayor diversificación
social, la cual coincide sobre todo con el crecimiento del número de
trabajadores. Los conflictos alcanzan en ciertos ámbitos una envergadura
inédita hasta esos instantes y gravitan sobre el porvenir. Las reglas
sustanciales de la vida pública no se ven afectadas necesariamente por esta
mayor complejidad y conservan los parámetros de costumbre, si bien afloran
aspectos novedosos que trazarán una parte del futuro. Al tratarse de un
territorio fragmentado, es muy difícil que la administración común no hiciera
por amoldarse a las realidades y terminara reconociendo el hecho insular.
El crecimiento económico moderno
Unamuno llegó por vez primera a las Islas
en uno de esos años singulares que trazaron algunas de las pautas sobre las que
discurrió el siglo XX. 1910 fue un año de transición en el que iban a plasmarse
las mudanzas de las tres décadas anteriores, cuando, tras la frustración del modelo
cubano (tabaco y azúcar), quedó por fin atrás la aguda crisis que trajo
consigo el crack de la cochinilla. A partir de finales del
Ochocientos arrancó lo que se ha dado en llamar el crecimiento económico
moderno de Canarias, articulado en torno a dos ejes fundamentales: el
renovado impulso de la agricultura de exportación y la notable mejora de las
instalaciones portuarias, especialmente merced a la construcción definitiva del
Puerto de La Luz
y la ampliación del muelle de Santa Cruz de Tenerife. La situación
geoestratégica de las Islas sería revalorizada tras la carrera colonial que
desató en el continente africano la Conferencia de Berlín. Puede decirse que la
sociedad canaria de 1910 estaba experimentando algunas innovaciones de relieve,
aunque mantuviera aún algunos de los rasgos propios de su naturaleza agraria y
precapitalista.
Los enclaves portuarios del Archipiélago se
transformaron más aún en centros de escala para las flotas mercantes europeas
que surcaban el Atlántico Norte y Sur, en particular de cara al avituallamiento
de los buques británicos que cubrían la India Mail. Su conversión en valiosas
estaciones carboneras repercutió directamente sobre la producción agrícola y el
comercio. La ampliación del tráfico marítimo y los retornos que precisaban las
casas consignatarias en los vapores de sus líneas regulares, contribuyeron a abaratar
los fletes y a acercarnos mejor a los mercados de Europa, haciendo más
competitivas nuestras exportaciones. A cambio de los suministros de combustible
procedentes de Liverpool o Cardiff, con que las firmas británicas proveían a
sus trasatlánticos, los fletes de retorno consistieron en los noveles rubros de
las producciones agrarias. Numerosas compañías internacionales de navegación (Forwood
Brothers, Union Castle Line, Yeoward, N. Paquet
& Co., La Veloce,
etc.), cuya consignación estuvo a cargo de las casas carboneras, escogerán los
fondeaderos canarios como puntos de amarre en sus rutas. El movimiento naval
alcanzó su cénit en Canarias entre 1910-1913, llegando a unas cotas no
superadas hasta medio siglo después.
Santa Cruz de Tenerife quedó en inferioridad
de condiciones frente a La Luz,
puerto mucho más favorecido por los inversores británicos pese a la importante
función desempeñada allí por algunas compañías agromercantiles, como la Hamilton
anterior o la Yeoward,
y al mayor peso de la Woerman
de Hamburgo. La construcción de La
Luz entre 1883-1884 corrió por cuenta del Estado a través de
la empresa rematadora Swanston and Company, con sede en Londres. El
despegue de 1885-1890 hizo que atracasen en la bahía grancanaria más vapores
que en la capital provincial, lo que provocó la traslación del eje mercantil de
Santa Cruz a Las Palmas. Las primeras concesiones de depósitos de carbón en La Luz fueron en 1885 para la
firma escocesa canarizada Miller e Hijos, para Blandy Brohers
y para la Grand
Canary Coaling Company, sucursal de la Elder Dempster
de Alfred Lewis Jones. Antes de 1914 vendrían otras casas carboneras del
Reino Unido, como Wilson Sons, Cory Brothers y la Compañía Carbonera
de Las Palmas, además de la citada Woerman. En el lapso
1887-1913, la media semanal de vapores que arribaron a La Luz fue de 51, frente a los 38
de Santa Cruz; el tonelaje medio anual de arqueo en el lustro 1911-1915 superó
allí los 9 millones y no alcanzó aquí los 5, registrándose medias mensuales de
pasajeros con cifras respectivas de 10.900 contra 5.600. La
internacionalización de los grandes puertos insulares redujo considerablemente
el papel de la bandera española, que ya en 1886-1889 aportó apenas un 15 % del
total de los vapores que entraron en La
Luz.
Canarias escapó un tanto a la crisis
agrícola española de finales del XIX con una trilogía de nuevos cultivos
dominantes: plátanos, tomates y papas, cuya producción y comercialización
incitarán los británicos. Esta “tríada” conoció desde la última década del XIX
una fase de esplendor. Si las plataneras ocuparon las terrazas litorales del
Norte de Tenerife y de Gran Canaria y de la banda occidental palmera,
desplazando a otros cultivos de regadío, los tomateros avanzaron por las
tierras bajas y cálidas del sotavento insular, mientras el tubérculo se
localizaba en el mosaico minifundista de la medianías húmedas. La constitución
en 1901 de la rúbrica Elder and Fyffes, asociando a la tinerfeña
Fyffes and Wolfson y a la grancanaria Elder and Dempster, forjó
la primera casa exportadora de unos negocios fruteros que habían promovido y
dirigían los capitales foráneos. Durante el primer ciclo platanero (1880-1914),
casi el 90% de las exportaciones se dirigían a Londres y Liverpool; muy por
detrás, la de los tomates mantuvo una proporción análoga.
No obstante, negros nubarrones amenazaron
con prontitud el que parecía límpido cielo de la fortuna bananera, tan pronto
como los competidores hispanoamericanos entraron en liza. Al comparar los
índices de las importaciones de plátanos canarios en el Reino Unido entre
1900-1905 y 1908-1913, se observa que descendieron del 66 al 29%, mientras los
correspondientes a la
América Central y Colombia progresaron del 13,6 al 62%,
espectacular subida que reportó asimismo el declive de las Indias Occidentales
Británicas del 20 al 9%. El porvenir de la Platanópolis
de Alonso Quesada, en la novela inconclusa Banana Warehouse, publicada
por el periódico Ecos en 1916 y escrita en colaboración con Federico
Cuyás, no parecía estar garantizado y la crisis económica que deparó la Gran Guerra evidenció
al fin sus débiles apoyaturas. Así y todo, las hectáreas de plátanos en el
Archipiélago llegaban en 1909 hasta las 1.625 y las de tomates a las 1.750, sin
que la superficie bajo riego pasara del 5,5%.
El campo canario se destinó, pues, en su
inmensa mayoría al policultivo de secano y aquí predominaban unas relaciones
sociales de producción que podríamos definir de naturaleza semifeudal. La
penetración del capital imperialista desde finales del siglo XIX aceleró el
proceso de proletarización campesina que puso en marcha, sobre todo, el laboreo
de la grana cochinilla, mas esta secuencia se detuvo a raíz del derrumbe de sus
cotizaciones en los mercados británico y francés y no tornó a relanzarse hasta
la consolidación de las explotaciones plataneras. Será en las mismas donde
impere la mano de obra jornalera contratada por grandes y medianos
propietarios, cuya tendencia general pasó por el recurso al cultivo directo. En
el subsector policultivista y hasta en la producción tomatera predominaron, con
todo, los tipos contractuales de la aparcería o medianería en sus diferentes
manifestaciones, ya fuese “a medias” o “al tercio”. Hasta fechas muy tardías
nos encontramos en nuestra agricultura con la combinación de las tres formas
clásicas de renta precapitalista: renta en especie, renta en trabajo y renta en
dinero, por no mentar la significativa persistencia de la enfiteusis. Las
últimas investigaciones están evidenciando que la aparcería significó la
principal forma de apropiación por los hacendados del plusproducto que
generaban los campesinos. Y téngase presente que los medianeros y sus familias
eran muy a menudo la principal fuente proveedora de un trabajo a jornal que no
estaba incurso en un auténtico mercado libre de índole capitalista.
Los datos que la demografía aporta nos
demuestran que la superación de las adversidades de 1873-1885 tardó en
producirse. La población sufre aún los estertores finales de la crisis de la
grana en el intercensal 1887-1897, con una tasa anual acumulativa del 1,38% y
persistencia de saldos migratorios negativos en el quinquenio 1886-1890. Es por
Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife que el Archipiélago avanza globalmente, con
un proceso de urbanización que refleja los desequilibrios interiores. El mayor
aumento demográfico conocido por las Islas antes de la década de 1960 se sitúa
precisamente en el intercensal 1900-1910, cuando los ejes del crecimiento
lograron actuar de forma conjunta. La tasa media de la provincia alcanzó
entonces el 2,16%, superándola Tenerife y Gran Canaria; en las demás islas
quedó muy por debajo y en Fuerteventura se registró un decremento del 0,97%,
fruto de las sequías tradicionales y de las reiteradas migraciones que
ocasionaron según la norma. A su vez, la concentración poblacional en las dos
islas centrales pasó del 74% de 1900 al 77% de 1910. En nuestras dos ciudades
más pobladas vivían en el primer año el 24% de los isleños y en el segundo casi
el 30%. Precisamente en 1910 Las Palmas reunía al 42,5% de los grancanarios y
Santa Cruz al 35% de los tinerfeños. Bien es verdad que los guarismos oficiales
han de ser tomados con serias reservas. Las trampas de los munícipes
santacruceros en 1910 tuvieron que ser corregidas por el Instituto Nacional de
Estadística bajando en más de 10.000 el número de sus habitantes.
Más allá del carboneo y de las
consignaciones o de la hegemonía en la agricultura exportadora, las empresas
foráneas iban a controlar varios sectores estratégicos con tendencias
monopolísticas. En La Luz,
los astilleros y varaderos, que disponían de talleres mecánicos con grúas
eléctricas o de vapor, estaban, junto a la industria frigorífica, en manos de Grand
Canary Coaling Co., Blandy Brothers o del capitalista portugués
Francisco Gonçalves. La principal entidad financiera de la provincia llegó a
ser el Bank of British West Afrika y entre las compañías
internacionales de seguros sobresalieron Lloyd y London Assurance.
Una filial de la Elder,
la Compañía
de Vapores Interinsulares Canarios, con los modernos buques Viera y Clavijo
y León y Castillo, acaparó el servicio de vapores correos. La empresa
belga Sociedad Eléctrica de Las Palmas (SELP) inauguró en 1899 el alumbrado
eléctrico y compró después el tranvía a los Hermanos Antúnez; su paisana, la Sociedad Anónima
de Tenerife, montó entre 1901-1904 el tranvía que unió Santa Cruz con
Tacoronte. El abastecimiento de agua a la capital grancanaria fue concedido en
1912 a The City of Las Palmas Water Power Co. Ltd. en una borrascosa
sesión municipal, donde por cierto la minoría republicana apoyó a dicha entidad
en contra de su oponente indígena.
El turismo inaugural resultó igualmente de
la iniciativa británica, luego de la promoción de los viajes de placer
a cargo de Olivia Stone y del impulso de los cruceros
transoceánicos desde Europa. Su promotor fundamental en Gran Canaria sería el
mentado Alfred Lewis Jones, delegado de la Elder, remoto difusor de guías turísticas.
Primero Tenerife y después Gran Canaria acabaron por desplazar a Madeira como
estación veraniega de los turistas británicos, viajeros que hacían con
frecuencia la ruta de la India
Mail. A partir de 1890 actuaron dos compañías en el
sector: Taoro Company, con el Gran Hotel Taoro del Puerto de la Cruz, y Grand Canary
Island Company Limited, que dirigida por el citado Jones dispuso de una
cadena de cuatro hoteles en Las Palmas y, entre ellos, el primitivo Santa
Catalina, el más importante de la ciudad. Los ocho hoteles tinerfeños de 1896
estaban en manos británicas y en todos se cobraba en libras esterlinas. En un
principio, los capitalistas isleños no prestaron gran atención hacia la nueva
actividad económica, hasta aparecer justamente en 1910 la sociedad Fomento
de Gran Canaria e iniciar su andadura la revista Canarias Turista.
A la era de las Canary Islands nos
referimos en un artículo pionero de 1978 y tal etiqueta ha hecho fortuna en
nuestra historiografía. Con interrogantes, se ha planteado incluso la fórmula
de Canarias como una colonia sin bandera del Reino Unido. ¿Fueron
realmente estas Islas un remedo de república bananera? Lo indudable es
que el desarrollo económico moderno brotó inducido desde el exterior
por los apetitos imperialistas, ampliando el carácter dependiente y
extravertido de la economía insular, y que la influencia británica afectó a
multitud de ámbitos, desbordando ampliamente el de las meras inversiones. La
pluma del novecentista Alonso Quesada (Smoking-room, Las
Inquietudes del hall, Banana Warehouse, etc.), dejó algunos
testimonios literarios muy valiosos sobre las costumbres anglosajonas que
singularizaron a nuestra burguesía del primer tercio del siglo XX. A nivel popular
el cuchillo típico canario se conoció con el nombre de naife. En Las
Palmas surgió el primer club de golf de España y en esta ciudad y en Santa Cruz
hubo barrios residenciales con los clásicos chalés ajardinados de tipo inglés,
por no hablar de las iglesias anglicanas, los salones de té o los colegios. La
burguesía canaria aparece sobre todo como una burguesía sucursalista
que actúa a comisión con respecto de las compañías extranjeras.
No todos los burgueses locales se plegaron
ante los capitalistas europeos. En el Puerto de La Luz, algunos intentaron
capitalizar las ventajas que ofrecía la arteria insular. Se trató de algunos
comerciantes de la vela o de empresas mercantiles como las de Cuyás, Curbelo,
Viuda de Tomás Bosch y Sastre o Hijos de Juan Rodríguez y González, que
construyeron allí almacenes, astilleros y muelles, actuando de almacenistas,
exportadores, aseguradores, banqueros, etc. Su rol portuario fue empero de suma
modestia: en 1899, únicamente el 3,2% de los vapores mercantes vino consignado
a titulares canarios y semejante proporción no experimentaría avances
sustanciosos al adentrarnos en el siglo XX. El empresario carbonífero Juan
Cumella y Monner, cacique conservador de origen catalán, consiguió frenar en
Santa Cruz de Tenerife la penetración británica colaborando estrechamente con
los capitalistas alemanes, en expresión tempranera de la rivalidad imperialista
por estas latitudes.
El retrato que nos
dejó Unamuno de estas Canary Islands contiene bastantes pinceladas de
enorme autenticidad. Como no podía ser menos, don Miguel captó enseguida el
ascendiente de las empresas foráneas que explotaban las riquezas del país. Su
discurso en el mitin anticaciquil de los republicanos incluyó el llamamiento de
hacer la conciencia nacional, la conciencia internacional, para evitar que
vuestro puerto sea convertido en una taifa de logreros; para que no seáis una
factoría mediatizada por grandes casas extranjeras. A lo que parece,
Unamuno no abonó el tono alarmista que sobre la amenaza del extranjerismo había
apuntado ya en 1899 el arquitecto madrileño y ex senador liberal Mariano Belmás
Estrada, durante una conferencia en el Ateneo de Madrid que vio la luz en
opúsculo (Canarias, el peligro y sus remedios). Tampoco existen
siquiera indicios de que considerase las supuestas expresiones separatistas,
inspiradas en el americanismo o en el indigenismo, que relató el periodista
Federico García Sanchiz (otro de los invitados y partícipes en los Juegos
Florales de Las Palmas) al publicar en septiembre de 1910 el volumen titulado Nuevo
descubrimiento de Canarias. Las leyendas y los peligros que tienen estas islas.
En su alocución como mantenedor de los Juegos, Unamuno afirmó que admiraba el
comercio como el mayor instrumento de progreso, mas exigió que fuera
espiritualizado, regido por el tráfico de ideas que debían presidir la vida.
Y en el artículo “La Gran
Canaria”, inserto en Por tierras de Portugal y España
(Madrid, 1930), caracterizó la avanzada de Europa, de España sobre América
y avanzada de América sobre Europa, sobre España y sobre África como
un mesón colocado en una gran encrucijada de los caminos de los grandes
pueblos. Un mesón si se quiere con proyecciones de mayor amplitud
que las del almacén de Alonso Quesada, si bien donde se deja algo
de la bolsa, pero no se deja nada del espíritu. (Agustín Millares Cantero,
2010. Publicado en el número 334. Revista BienMesabe.)
Banana Warehouse la escribió Alonso Quesada, no con Federico Cuyás, sino con Juan Rodríguez Yánez.
ResponderEliminarAntonio Henríquez