sábado, 7 de diciembre de 2013

REORGANIZACION DE LA INQUISICION EN CANARIAS



1581. Cumplida su misión reorganizadora en esta colonia los inquisidores españoles, D. Diego Ortiz de Fúnez y el doctor Bravo de Zayas, se volvieron á la metrópoli, satisfechos del resultado de su breve, pero fructuosa campaña, contra los enemigos de la Iglesia católica.

El edificio de la Inquisición en la colonia de Canarias tenía base, pero base tan firme y sólida, como los principios de intransigencia que sustentaba; no podía, pues, venir á tierra, sino subir y hermosearse hasta una altura, que desafiara, con orgullo los embates de la impiedad y de la ciencia libre.

Los sucesores de aquellos dignos eclesiásticos debían realizar esa halagüeña esperan- za, y poner la última piedra a esa obra maravillosa, que nos envidiaban ya todas las Naciones extranjeras.

De los datos que poseemos, resulta, que en reemplazo de los Inquisidores Fúnez y Bravo, vinieron Diego Osorio de Seijas y Juan Lorenzo, los cuales funcionaban ya en 1581, cuando se dispuso y ejecutó el octavo auto de fe.

Auxiliábales en sus tareas, como ordinario, el Prior de la Catedral, D. Cristóbal del Castillo Maldonado; continuando siempre de Fiscal el mismo D. J osé de Armas,
que había acusado á la inocente Dña. Ana Cibo, con tanta virulencia como falsedad.

El poder de la Inquisición, aunque había sido constantemente acatado y reconocido por todas las Autoridades del Archipiélago, no había llegado aún al grado de respetabilidad y omnipotencia, que se disponía á conquistar en el último tercio de aquel siglo.

Todo le favorecía para alcanzarlo: una ignorancia cada día más densa y extendida; una sumisión, más abyecta y servil; un pánico, más general y profundo. Desde las clases inferiores se había comunicado el terror á las más elevadas, y las inteligencias, como heridas de idiotismo, contemplaban estúpidamente aquellas fúnebres procesiones, que desfilaban de .la Inquisición á la Plaza mayor, de la Plaza mayor al Convento dominico, y del Convento dominico al quemadero.

Nadie se atrevía a preguntar: ¿Será ésta la voluntad de Dios? ¿Recibirá con agrado estos sacrificios de sangre humana? ¿Será esta la senda que nos señaló desde el Calvario? ¿Fué ésta la enseñanza que nos dejó en su evangelio? El verdugo seguía impasible su obra de exterminio, y la tranquilidad más completa se cernía sobre todos los dominios españoles.

Presidía, desde lo alto de su trono, este movimiento silencioso y metódico de su Trono, el gran Felipe II, monarca memorable, encarnación del poder absoluto, y fusión del despotismo civil y religioso en una sola persona.

Todavía, hasta aquella época, lo había visto la civilización cristiana, una deificación más completa del hombre. En medio de tantos millones de cerebros, solo el suyo tenia derecho á pensar; en medio do tantos millones de voluntades, solo la suya tenia derecho á manifestarse.

Colocado en el trono por designación expresa de Dios, y engendrado, nacido y educado para gobernar la mitad del género humano, á nadie en la tierra tenia obligación de dar cuenta de sus actos, ni aun podía exigírsele lógicamente, que sus acciones se conformasen con la ley moral, que venia rigiendo al mundo.

Sus pasiones debían ser, por lo tanto, inviolables y sagradas; sus fallos inapelables; y su justicia inflexible, como todo lo que participa de la eterna infalibilidad de Dios.

Doblegada la España y sus inmensas Colonias, bajo el peso de aquel cetro de hierro, la ciencia. avergonzada enmudeció, el progreso se detuvo en las anchas cumbres de los Pirineos, y la libertad, perseguida hasta en el último pliegue de la conciencia, buscó asilo en medio de otras razas y de otros países, á donde llevó en cambio el bienestar, y sus riquezas y la luz.

Este despotismo era, en tanto, un ejemplo seductor, que alentaba necesariamente á otros monarcas; y, si bien no todos poseían el civilizador ariete de la Inquisición, se valían de otros medios, no menos eficaces, para obtener el mismo resultado.

Abundando sin duda el Rey Carlos IX de Francia en las religiosas ideas del gran Felipe, preparó y llevó á feliz término la matanza de los Hugonotes, triunfo glorioso, que hizo palidecer de envidia a su rival. Sin embargo, esto no impidió, que al saberlo el Rey de España, mandase cantar un Tedeum en todas sus catedrales, para dar gracias á Dios por tan maravillosa inspiración.

 Digno es de conservarse, y de que sea de todos conocido el acuerdo en que se consignó ese curioso hecho en el Cabildo de la Catedral de Las Palmas, porque es mas  elocuente que cualquiera otra reflexión.

Dice así: l0 de Octubre de 1572.-Se vieron dos cédulas reales, escritas al Cabildo, por las cuales mandaba el Rey Felipe II, se hiciesen procesiones y plegarias por el aumento de la Cristiandad, y prósperos sucesos de la Santa Liga de Francia. Por  la otra cédula, mandaba se diesen gracias  á Nuestro Señor, por la gran merced, que hizo al Reino de Francia, y a toda la Cristiandad, en ser servido, que el Rey Cristianisímo pasase á cuchillo la mayor parte de los herejes, que habían en aquel Reino.

Bajo este criterio se gobernaban entonces á los pueblos, y se afirmaba y extendía una religión, que había venido al mundo á traernos el perdón de las injurias y la fraternidad universal. (Agustín Millares Torres; 1981)

No hay comentarios:

Publicar un comentario