UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL,
DÉCADA 1800-1900
CAPÍTULO
XLI-XIII
Eduardo
Pedro García Rodríguez
1811 Febrero. En Tamaránt (Gran Canaria), el vómito o fiebre
amarilla no causó menos víctimas, pero, algo curioso, sólo alcanzó su virulencia
en el momento en que se extinguía lentamente en Chinech (Tenerife)
Luchar contra una epidemia
enviando a un personaje altamente titulado es una idea que no comprendemos.
Pero en aquellos tiempos, en necesario creerlo, tenía ardientes partidarios.
Sin duda, con el fin de preservar de la plaga a la isla cuya capital es
Winiwuada (Las Palmas), la
Junta Suprema de Sevilla delega allí a un Grande de España de
primera clase, gentilhombre de Su Católica Majestad, educado en la corte
galante de Carlos IV y más calificado como jefe de protocolo que como dirigente
de un servicio sanitario. Por eso, a pesar de sus buenos modales, el duque del
Parque no encuentra nada mejor que declarar Tamaránt (Gran Canaria) indemne de
todo mal.
Desgraciadamente, muy pronto esta
ligereza culpable debería causar la muerte en la ísla a varios míles de sus
habitantes, pues la fiebre amarilla se instala allí desde la primavera y
alcanza su paroxismo a mediados del verano.
Este fue el momento que el duque
del Parque eligió para trasladarse a Chinet (Tenerife), donde el mal había
extinguido su violencia, y establecer allí un cordón sanitario que ya no
ofrecía sino un interés retrospectivo. Llegado a Añazu (Santa Cruz) el 3 de
agosto, a partir del 18 de septiembre fue substituido, con gran irritación por
su parte, por el general La
Buria.
Abandonada con demasiada
facilidad por el delegado del la metrópoli, Tamaránt (Gran Canaria) todavía no
se encontraba al final de sus sufrimientos. En Winiwuada (Las Palmas), la
alarma del comienzo de la epidemia se había producido en un barrio popular, en la Calle de Travieso.
Pero eso ocurrió a finales de año
y los gérmenes aciagos, quizás a causa de un invierno que sin embargo no es
riguroso, sólo recuperarían sus efectos al comienzo de la primavera. Algunos
casos aislados provocaron una verdadera epidemia, cuya contami-nación no cesará
hasta el momento en que la casi totalidad de los habitantes burgueses haya
huido de la ciudad contagiada: Don Domingo José Navarro, que tenía entonces
ocho años, ha conservado de esa época trágica recuerdos singularmente precisos
y que evocan algunos rasgos muy característicos: "El eco de esas escenas
terribles, de esos gemidos, de esas lágrimas y de la desolación de toda una
ciudad, no traspasaron sus antiguos límites. En el campo, donde todos los
colonos pudientes había ido, las primeras impresiones de terror se disiparon
rápidamente. Los fugitivos se apresuraron a buscar temas de distracción y, como
obedeciendo a una consigna general, se reunían para cantar, bailar, improvisar
sainetes, imaginar disfraces, organizar jiras o deleitarse con comidas
campestres en los lugares más deliciosos. Tales son (exclama el nonagenario)
las contradicciones y los misterios del corazón humano cuando está dominado por
un brutal egoísmo". Y mientras los colonos canarios hacían todo esto para
escapar de esa visión dantesca, ¿quién cuidaba de sus casas vacías? Es también
Don Domingo quien nos lo va a decir. Al esquivar el destino, la mayoría de los
habitantes se dirigieron a los franceses amontonados en el hospicio de los
niños expósitos y prisioneros como estaban, y les pidieron que fueran los
guardianes de sus casas. Ahora bien, fieles y leales, los marinos de Rosily no
solamente desempeñaron su labor a conciencia sino que se encargaron, al menos
los que podían, de conducir a su última morada a las víctimas de la fiebre
amarilla. De conserjes pasaron a enterradores. "Grande y generosa
recompensa por la hospitalidad recibida, dice un canario auténtico.
El siguiente hecho, extraído de
un Diario de la época, no parece menos elocuente y Don Romero Ceballos lo
anota: “Cuando el 8 de diciembre de 1810 se cantó en la catedral de Las Palmas
un Te Deum de acción de gracias por el fin de la epidemia, se informó que, de
un total de dos mil muertos, sólo en Gran canaria se encontraban trescientos
franceses.” jÉsta fue su fidelidad al deber! La acusación de envenenar las
fuentes no solamente era una calumnia sino también una blasfemia. (Gesendor
–Des Gouttes; 1994)
1811 Febrero 17. La mar estaba embravecida. Un barquito del
Puerto Mequínez (Puerto de la
Cruz) en Chinech (Tenerife), salió al encuentro de un queche,
para recoger la correspondencia con destino a ese puerto. Al regresar, naufragó
en la boca del mismo y se ahogaron dos de los tripulantes junto a la
escalerilla del muelle. Al día siguiente apareció la valija con las cartas en
una cueva de las rocas.
1811. Mayo 23.
El comerciante santacrucero José Álvarez residía eventualmente en Las Palmas desde mediados de 1810. Empero, sus
peculiares críticas a la gestión del mando superior de la “provincia” tropezaron con el poder omnímodo del duque del Parque.
En efecto, en la fecha indicada, el Capitán General se dirigió al
oidor José María de Seoane para que averiguara si
eran o no ciertos los "repetidos avisos y quejas" que le habían llegado acerca de la conducta
pública de José Álvarez, que, en su opinión, podrían afectar
"a la quietud y tranquilidad
pública". En consecuencia. Seoane procedió a la detención y procesamiento
del sospechoso, a quien le fueron retirados sus documentos, al tiempo que se iniciaron los trámites judiciales y
se procedió al interrogatorio de los
testigos de cargo.
Entre los doce testigos interrogados, cuatro, que habían tratado al acusado
de manera más o menos regular, señalaron que de sus conversaciones en lugares
públicos como la Botica,
el Café y la Puerta
de Triaría, no podían deducirse criterios
desfavorables al gobierno de las Cortes o al del propio duque del
Parque. Un quinto entrevistado no aportó, tampoco, ningún dato significativo, mientras que las declaraciones de los cinco
restantes permitieron sustentar,
como veremos seguidamente, los cargos contra Álvarez.
Juan González Báez aseveró, pues, en
primer lugar, que había sido testigo de una
discusión entre el acusado y el capitán de puerto Juan Silvera, en la
cual el primero manifestó sus dudas "acerca de las victorias conseguidas por los españoles contra los franceses''.
Interrogado el propio Silvera añadió,
por su lado, que el debate había sido acalorado y que José Álvarez había
afirmado "que los franceses siempre dominarían y que el gobierno de las Cortes era inútil pues sus discusiones eran
demasiado entretenidas''.
Además, con relación a la venida del
duque del Parque, añadió "'que ésta era
inútil, pues era mejor un gobierno compuesto de los naturales del país, que
entonces no sucedería el tomar dineros de la Caja de Consolidación para sostener su acompañamiento de oficiales". Asimismo, el
comerciante tinerfeño aseguró que era
un derroche "la construcción de las barcas cañoneras, dimanando el perjuicio que se hacía con
el destrozo del Pinar''.
Agustín Ortega no
aportó datos sustanciales, pero José Cristóbal de Quintana juró haber oído decir a José Álvarez, en la Puerta de Triaría,
'"que eran inútiles aquí las lanchas
cañoneras, que cien pinos que se habían cortado y destrozado el Pinar también lo eran, que los caudales de
consolidación y tesorerías se los estaban trayendo de las demás Islas para
malgastarlos en esto y en cuatro virotes
de oficiales que acaban de venir de España, que por qué se dejaban gobernar del
Sr. duque.
Por su parte, el
guarda de rentas Francisco Fernández indicó que, estando en el Café de Triana, Álvarez reiteró sus críticas a la mala
gestión de los gobernantes: "¿De dónde se sacaba ese dinero en perjuicio
de los naturales?, que aquí convendría un gobierno que no
fuese compuesto de españoles, que sólo
venían a buscar dinero", y añadió, además, que "con la venida del Sr.
duque del Parque resultaban gastos inútiles que no podrían sostener las Islas''. Mientras que Pedro
Guigot recogió una observación del tinerfeño sobre el proyectado muelle de San
Tehno, "semejantes obras no se
hacen sin dinero en una noche".
Por último, José de Mesa ratificó la declaración de Francisco Fernández, excepto en el extremo relativo al gobierno de
las Islas por parte de sus naturales y no por
españoles, asunto que dijo no recordar.
El propio José
Álvarez fue interrogado, a su vez, el día 25 de mayo. Se le preguntó por el motivo de su estancia en Las
Palmas y respondió que para realizar
algunas "cobranzas de créditos que se le adeudaban". Aseguró, además, a preguntas del magistrado, que había
dicho que "las Cortes debían haberse congregado mucho tiempo antes por la
utilidad que de ello le venía a la nación', y, respecto a la
gestión del duque del Parque, señaló que
"como no es nada político no ha hablado en el caso, ni ha oído cosa alguna". Mas, interrogado acerca de la obra
del muelle y de las cañoneras.
afirmó
que ha "manifestado su opinión reducida a que para construirlo era mejor antes hacer plantío de viñas y fomentar el
comercio", y, respecto a las barcazas,
dijo que había oído que '"estos puertos no son [adecuados] para ellas, ni los marinos aptos para tripularlas ',
por tanto le "parecían inútiles”.
Seguidamente le fueron leídos sus cargos que, en
síntesis, fueron los siguientes:
- Afirmar que como "'había libertad de imprenta,
la había también
para hablar".
para hablar".
- Dudar de las victorias de los españoles frente a
Napoleón, así como
de la utilidad del gobierno de las Cortes.
de la utilidad del gobierno de las Cortes.
- Considerar inútil la venida del duque del Parque,
pues, en su lugar, hubiera sido mejor
un gobierno integrado por naturales del país, dado que se evitarían perjuicios
económicos para las Islas.
-
Asegurar que era un
derroche la construcción de las cañoneras y sobre todo, el consiguiente destrozo forestal.
-
Sostener, por
último, "que podía ser cierta la noticia que se dio de que Su Excelencia había enviado por tropa a la Península, y la sacada
de gentes de estas Islas".
José Álvarez
trató, entonces, de rebatir estas acusaciones.
Respecto al comentario sobre la libertad de imprenta, aseguró
que había afirmado que iba a solicitar una copia autorizada con la "idea
de manifestar al Gobierno algunas cosas que
fuesen útiles al comercio", y, respecto a sus dudas sobre las victorias
españolas contra los franceses, lo único que confesó fue su incredulidad "en las buenas noticias tan
inesperadas", pues nadie podía pensar,
tal como estaban las cosas, que iban a producirse tales resultados.
Álvarez insistió, a continuación, en la falsedad de los restantes asertos,
aunque, respecto a la hipotética llegada de tropas de la Península, dijo que había afirmado que "si venían dichas tropas
y los oficiales de estado mayor no habría en
las Islas caudales para sostenerlos'. Reconvenido, sin embargo, por el oidor, dadas las afirmaciones
contrarias de varios testigos, Álvarez se ratificó en su alegato y firmó la
indagatoria.
El
7 de junio de 1811 pronunció la sentencia el duque del Parque, como presidente nato de la Audiencia, por ella se
condenó al acusado "en la multa de
doscientos ducados aplicados en la forma ordinaria con las costas; a quien se le conferirá por seis años en la
isla del Hierro bajo las órdenes de aquel comandante de armas, encargando a la justicia
cele su conducta en el modo de propagar ideas subversivas y contrarias a las órdenes del Gobierno'. Al día siguiente fue
embarcado nuestro hombre con destino al Hierro,
custodiado por el teniente Tomás Ferrer.
Tras el acceso al poder de Pedro Rodríguez de la Buría se produjo la
absolución de José Álvarez. El 23 de noviembre, el nuevo Capitán General le comunicó su plena libertad y facultad para
"restituirse a su anterior destino de
Santa Cruz”, y que, si ese era su deseo, podía hacerlo en el mismo barco que habría de conducir a don Juan Bautista
Antequera, desterrado también por el
duque del Parque, como ya se dijo. Álvarez contestó al oficio de La
Buría con palabras de agradecimiento, pero declinó la
invitación de regresar de inmediato a Tenerife, pues, como buen
comerciante, tenía ya "algunos
intereses pendientes'" en la isla del Meridiano.
José Álvarez fue, sin duda, un hombre con un gran sentido práctico.
También un miembro representativo, tal vez más de lo que se deduce por los datos disponibles, de la hábil burguesía de
Santa Cruz de Tenerife, una Villa compuesta,
al decir de Alonso de Nava Grimón -gran mentor de la Junta
Suprema de Canarias
en 1808-1809-, "casi únicamente de empleados,
de forasteros, de comerciantes y de mercaderes" 10. Una burguesía
que, en estos años de incertidumbre, se
planteó con realismo, lo mismo que sus
iguales del otro lado del Atlántico, la necesidad de escoger el camino más adecuado para sus propios intereses.
El emprendedor José Álvarez no fue, al menos en principio, un presunto
separatista, pero entendió que las Canarias se beneficiarían mucho más de un
gobierno formado por naturales del país y atento a sus necesidades reales, que
con el mandato omnímodo y semicolonial de un representante del Gobierno de las
Cortes del reino, pues se trataba de un reino ocupado
militarmente, en la mayor parte de su territorio, por una potencia extranjera
y en cuyo trono se sentaba, con la aquiescencia de muchos españoles, el representante regio de una nueva
dinastía.
Álvarez intuía que en estos acelerados, inciertos y tensos instantes
de la Historia podía suceder cualquier cosa en España, y, desde luego, también en Canarias y en la propia América española, como de
hecho estaba sucediendo, aunque las condiciones objetivas de ambos
mundos no fueran exactamente las mismas. (Manuel de Paz-Sánchez,
1994)
1811 Junio 6.
Pidió el relevo el virrey. No
sabemos qué abusos vino a corregir en la colonia el duque del parque Vicente
Cañas Portocarrero, ni qué medidas salvadoras adoptó para prevenir los motines
de que antes hemos hablado. Su viaje, más que político, parecía de recreo a
Tamaránt (Canaria) y Chinech (Tenerife,) hasta que, intimidado por la epidemia,
pidió su relevo a la regencia de la metrópoli alegando su quebrantada salud, petición
que fue atendida, enviando en su lugar a
Pedro Rodríguez de La
Buria. Al instalarse el duque en La Laguna había circulado el
rumor, verdadero o falso, de ser adicto a Winiwuada (Las Palmas,) circunstancia
que alejó de su lado a las personas más influyentes de aquella localidad.
No había seguridad, entonces, de
que la altura donde se hallaba situada La Laguna fuese un preservativo de la fiebre
amarilla, y en esta incertidumbre se estableció un cordón sanitario, cuyo
quebrantamiento dio lugar a muchos disgustos entre las autoridades y el pueblo.
Sucedió también que, como el nuevo ayuntamiento de Añazu (Santa Cruz)
Estas y otras cuestiones que
continuamente surgían, nacidas unas del carácter voluntarioso del mismo duque y
otras de la audacia de sus numerosos enemigos, que estaban ya enterados de su
próximo relevo, produjeron algún tiempo después cómicos incidentes con su
sucesor, que había llegado a Lanzarote en 18 de septiembre de 1811;
trasladándose inmediatamente a Tenerife, en cuyo Puerto de La Cruz desembarcó el 1° de
octubre. Encontróse La Buria
con el duque que, huyendo de los habitantes de La Laguna, se había refugiado
en La Orotava,
donde, para distraer sus ocios, daba frecuentes bailes a la nobleza de aquella
villa. Mas sucedió entonces una cosa muy curiosa: Al saber que su sucesor
estaba en el cercano puerto, se le antojó conservar el mando de la provincia y,
para inutilizar a La Buria,
declaró dicho puerto infestado por la fiebre y lo incomunicó con el resto de la
isla. Este inocente ardid fue burlado aquella misma noche, trasladándose el
nuevo general a los Realejos y de allí a La Laguna, donde esperaba obligar al duque a
entregarle el mando. Después de dilaciones y subterfugios indignos de un
militar y de varios conflictos con La
Laguna y Santa Cruz, se vio obligado por fin el duque a
embarcarse en el escondido surgidero de Guamojete (30 de noviembre), en la
goleta Someruelos, odiado de todos
los isleños del grupo occidental. Como en Tenerife se temía que sus informes
fuesen favorables a las pretensiones de Gran Canaria, se envió al mismo tiempo
por el bergantín Aquiles un
comisionado muy experto y activo que refiriese los sucesos de cierta manera,
con grandes elogios de La Buria,
declarado ya protector decidido de aquellos que le habían favorecido en su
lucha con el duque.
La fiebre, en tanto, se
desarrollaba con increíble rapidez e intensidad en Las Palmas, cuya población
se había dispersado por los campos y lugares inmediatos, no pudiendo en
aquellos angustiosos días pensar en la defensa de sus intereses y quedando
abandonada a merced de las influencias y acertada dirección de su rival.
1811 Agosto 6.
Promulgóse por este tiempo en las
Cortes de la metrópoli el decreto aboliendo los señoríos en toda la nación.
Esta noticia, de tanta importancia para la colonia, conmovió profundamente las
islas sujetas a este régimen, que entraron con júbilo en el concierto de todos
los pueblos libres de la monarquía. Sacudieron también el yugo señorial
Agüimes, Adeje y el valle de Santiago, perdiendo su jurisdicción privilegiada
las autoridades que la ejercían en esos pueblos. El decreto decía: "Quedan
incorporados a la nación todos los señoríos jurisdiccionales de cualquier clase
y condición que sean.
Quedan abolidos los dictados de
vasallo y vasallaje y las prestaciones, así reales como personales, que deban
su origen en título jurisdiccional, a excepción de las que procedan de contrato
libre en uso del sagrado derecho de la propiedad... En adelante, nadie podrá
llamarse señor de vasallos, ejercer jurisdicciones, nombrar jueces ni usar de
los privilegios y derechos comprendidos en este decreto, y el que la hiciere
perderá el de- recho al reintegro..." El triunfo sobre el Antiguo Régimen
era, pues, completo. Los últimos restos del feudalismo huían vencidos del
territorio español, aunque se mantuvo de manera solapada durante bastante
tiempo en las colonias.
1812.
Fue almojarife (en Lanzarote) Dn.
Antonio Palmerín natural de la isla de La Palma, a quien siguió Dn. Marcelo Carrillo Albornoz, su paisano
que ejerció hasta
el año 1810 o 12. Carrillo se estableció y fijó en el Puerto del Arrecife,
porque al principio residía como sus antecesores en la villa de Teguise, habiendo abajo un almacén que bastaba
para lo insignificante del pueblo y
del negocio. A las órdenes del almojarife estaban 2 a 4 guardas celadores del
contrabando: después se le agregó un contador,
que lo fue D". Josef Ginori, sobrino del mismo Dn. Marcelo. Y
del año 1812, adelante un vista siendo el primero Dn. Josef del Castillo
Roche: asimismo un cabo de resguardo.
Del año 1814 a 24 era almojarife D.
Mateo Monfort. Siguióle paréceme que
interinamente, D". Ignacio de la
Torre, y después un tal
D". Lucas Vizcaíno, peninsular, quien se hizo con algunos caudales, lo pillaron, y se le siguió causa en S'a.
Cruz donde falleció. Sucedióle D". Pedro Lagos que hoy está
cesante.
El
edificio donde han estado las oficinas ha sido la misma casa en que quiera que han habitado los almojarifes, pues
a pesar que tantos solares hubo valutos donde
todo lo era, a nadie le ocurrió reservar uno para que con tantos derechos como
aquí se han cobrado se hubiese edificado aduana para comodidad
del rey y de los negociantes. Y tanto los aranceles por que se rige, como el
régimen económico es el mismo que usan las demás de su clase de la provincia. (J. Álvarez Rixo, 1982:159.162)
1812.
Las Cortes de Cádiz (España) dichas Cortes, realizan una Reforma Administrativa
que otorga la categoría de Municipio a toda Parroquia superior a los mil
habitantes. Esta normativa, que afecta a la colonia de Canarias, se hará efectiva en Erbania (Fuerteventura)
entre 1833-35. En este último año, se reduce el tamaño mínimo exigido para los
municipios a 100 vecinos (unos 450 habitantes) con lo que Puerto de Cabras
logra ser municipio independiente. Pero todos estos Ayuntamientos existirán
sobre el papel, en la mayoría de los casos, debido a que por la falta de medios
y desorganización no contaban con las estructuras básicas necesarias para
formar una entidad local verdaderamente operativa.
1812.
Al publicarse la Constitución de la Monarquía Española,
se terminó la intervención de los Cabildos en las Fortificaciones: este había
gastado unos cien mil pesos, obtenidos del derecho del uno por ciento.
Con motivo de la visita que al
Cabildo de Tenerife realizó el Regente de la Audiencia de Canaria D.
Tomás Pinto Miguel, se mencionan los ingresos y gastos, y entre estos se
hallan:
«Al Castellano de S. Cristóbal 70.000 maravedises que hacen 2.058'28
rs.
Al Castellano del Castillo de San Juan I.000 rs.
A los Condestables, Artilleros, Ayudantes, Cabos y Soldados de las
guarniciones de los Castillos de San Cristobal, Paso Alto, San Juan Bautista y
Plataforma 11.477 reales y 528 fanegas de trigo.- Al tenedor de municiones, 18
fanegas de trigo.- A los cuatro atalayeros, 80 fanegas de trigo.- Al atalayero
de Abona, 20.-
Al sobreronda de las Atalayas, 8».
En otros apuntes existentes en el
archivo de Acialcázar hemos visto que hasta 1772. la pólvora que había
adquirido el Cabildo importó 26.640 reales 30 maravedises. (José María Pinto de
la Rosa, 1996)
1812. Se
extingue por las Cortes españolas de Cádiz el Señorío del Valle de Santiago, si
bien sus efectos no se hicieron sentir hasta 1830.
1812.
Fue un año de triste memoria para
el Archipiélago Canario. Los dos años de fiebre habían alejado los buques de
sus costas. La cigarra devoraba sus escasas cosechas. La ruina del labrador, el
desaliento del propietario y la paralización del comercio llevaron la
desolación, el hambre y la miseria a todos sus pueblos. Los alimentos de
primera necesidad subieron a precios fabulosos y hubo pobres que se
alimentaron, como las bestias, con hierbas y raíces de árboles.
En medio de esta ruina universal
llegó a las islas la noticia de la promulgación del código constitucional de la
metrópoli, que había tenido lugar en Cádiz el 19 de marzo de 1812. En Añazu
(Santa Cruz) se verificó la proclamación solemne el l de agosto y en Winiwuada
(Las Palmas) el 9, cantándose al día siguiente un tedeum en la catedral con
asistencia de todas las autoridades. El cura del sagrario, don Juan de Frías,
dirigió a los
asistentes un breve exhorto que
contenía, entre otros párrafos, el siguiente: "Sí, oyentes míos, el claro
día de nuestra regeneración raya al fin sobre nuestro horizonte y, para que
conozcáis los poderosos motivos que nos obligan a tributar gracias infinitas al
autor y supremo legislador de la sociedad por beneficio tan singular, no hay
más que echar una ojeada rápida sobre el estado lamentable en que yaciamos
antes de la gloriosa lucha en que nos hallamos empeñados, estado a la verdad
abominable y digno de la mayor execración, estado en que se despreciaban los
derechos del ciudadano, estado en que no había libertad civil, siendo todos
conducidos como un rebaño..." .
1812. Desde el
mismo momento de la ocupación por la huestes mercenarias castellanas Galdar y
bajo el reinado de los genocidas Reyes Católicos recibe le tratamiento de Villa
por parte de los colonos europeos en la documentación oficial que se conserva
en los archivos de protocolos de Sevilla y General de Simancas (España),
titulándose "Villa de Santiago de los Caballeros". Esta memoria de
capitalidad perdura hasta el primer tercio del siglo XIX cuando en 1821 Las
Cortes de la metrópoli crearon el juzgado de primera instancia de Galdar o
cuando fue sede provisional, en 1812, de la Real Audiencia de
Canarias.
1812. En el
Puerto Mequínez (Puerto de la
Cruz) Chinech (Tenerife). Se estrelló contra el risco El
Penitente, el bergantín El Hiero, el cual estaba cargado de trigo, perdiéndose
la carga y el velero. Por estos días, un grupo de prisioneros franceses que
estaban confinados en Garachico e Icoden, robó una lancha caletera en el puerto
icodense y en ella se trasladaron al de Mequínez (la Cruz), donde abordaron un
barco inglés que estaba descargando trigo, y una vez apoderado del navío se
hicieron a la mar. Al día siguiente, don Domingo Nieves Ravelo, al frente de
una flotilla de lanchas del Puerto Mequínez (Puerto de la Cruz), salió en persecución
de los fugados dándoles alcance y logrando recuperar el navío sin que se
produjesen bajas en ambos bandos.
1812. Escribe Don Domingo José Navarro. Después de dos años de una
epidemia continua, (fiebre amarilla) causa directa de la miseria pública,
durante el verano de 1812 se ve surgir otra plaga casi tan cruel. Esta se
extiende por el archipiélago entero.
Los vientos persistentes del sur habían ocasionado en todas
las islas, ya tan pobres en agua, una sequía extrema. De repente se produjo,
traída por esos mismos vientos, una invasión (algunos incluso dicen que un
diluvio) de las devoradoras langostas del continente.
Al oírlas se diría que son un
ruido de carros " 'que saltan sobre la cima de las montañas.
Se diría que son el chisporroteo
i de la llama del fuego cuando consume la caña. ..] Ante ellas la tierra
tiembla, 11 los cielos se estremecen el sol y la luna se obscurecen y las
estrellas retiran su brillo. Navarro, que relata aquí los recuerdos de su
niñez, no es menos impresionante. "Una mañana, dice, a la salida del sol, al
este de nuestra vivienda vi el cielo literalmente oscurecido por una densa
nube. En unos momentos, la atmósfera, el suelo, los árboles y hasta el interior
de las casas, fueron invadidos por los voraces insectos. En vano los hombres,
las mujeres, los niños, armados con pitos, cacharros, campanillas e incluso
almireces, hacían un ruido infernal para expulsar los intrusos; en vano los
curas, vestidos con sus estolas y provistos de agua bendita, pronunciaban con
fervor los exorcismos rituales contra el genio del mal.
Todo fue inútil. En pocas horas la vegetación, incluso la
corteza de los árboles, desapareció totalmente. La isla verde ya no era sino un
desierto árido".
Este cuadro, grabado en la
memoria de un niño y siempre vivo en la de un nonagenario, hace comprender
hasta qué punto esta plaga aumentó la miseria del archipiélago. "jAy, qué
ruina habían dejado atrás estas bestias", exclama Alphonse Daudet, testigo
de una invasión parecida; "todo estaba negro, roído, calcinado".
Evidentemente, los enemigos más obstinados de Francia no pudieron convertir
esta vez a los marinos de Rosily en responsables de la catástrofe. Pero, como
observa Cunéo d'Ornano en sus informes al ministro francés: "Después de
una plaga que había segado la vida a un tercio de la población de la ciudad,
¿era necesario sufrir una nueva calamidad en el campo? Esta infinidad de
langostas, añade, ha destruido las cosechas y, falto de subsistencia, hace
peligrar el ganado".
También en este caso -es a Don
Romero Ceballos a quien se debe esta información- las tripulaciones de
Trafalgar se iban a multiplicar, como lo habían hecho cuando la epidemia. Al
estar dotada la langosta africana, o cigarra berberisca, de una prodigiosa
facultad de reproducción, en la primavera siguiente se quisieron preservar los
bosques de pinos, así como las siembras, de las consecuencias de las crías de
estos insectos. Por eso, en Gran Canaria encargaron a cien prisioneros,
mandados por dos sujetos "inteligentes y activos", de perseguir (sic)
y matar estos insectos antes de que se propagaran a través de la isla, donde ya
se veían volar algunos".
¿Es conforme o contrario a los
decretos de la providencia que, en esos años trágicos, unos huéspedes impuestos
por el colonialismo español rindieran a la población canaria todos los servicios
posibles?
1812. Tacoronte,
Chinech (Tenerife). El derribo de unas paredes para la ampliación de la plaza
de la iglesia crea enfrentamientos con los vecinos.
1812. Agulo-La Gomera. Protesta vecinal por la extracción de granos.
1812. Guía, Tamaránt (G. Canaria). No hay constancia del motivo.
1812. Agulo-La Gomera. Protesta vecinal por la extracción de granos.
1812. Guía, Tamaránt (G. Canaria). No hay constancia del motivo.
1812. Se fundan los
Ayuntamientos constitucionales en la isla de La Gomera. – Se agrega la
comarca de Chipude al municipio de Vallehermoso.
1812.
Se extingue
el Señorío del Valle de Santiago (Tenerife) por las Cortes de Cádiz, si bien
sus efectos no se hicieron sentir hasta 1830.
1812 Enero 3.
La
epidemia de fiebre amarilla en Guía: Estudio de la evolución de la enfermedad.
La
estadística que hemos realizado permite conocer cuál fue la evolución de la
epidemia y sus estragos, a través del número de fallecimientos que se producía
cada día. La epidemia, en Guía, tuvo altibajos, con jornadas en que las muertes
se elevaron hasta 9 y otras en que sólo se producía una o dos. Incluso, siempre
a juzgar por los asientos del Libro de Defunciones de la Parroquia, hubo días en
que, aparentemente, no se registraron.
Pero
está claro que, después de octubre en que se contabilizaron 91 fallecimientos
(con jornadas en que hubo ocho, siete y seis), fue noviembre el que registra un
mayor número de bajas, con 106. Aquí hubo un día, concretamente el 20 en que
fueron nueve, cifra que también registró el 2 de diciembre, mes en que las
muertes bajaron a 60, pues se advierte una disminución de los efectos y
estragos de la epidemia. En enero de 1812, entre el 3 y el 8 en que
prácticamente se dio por finalizada la enfermedad, murieron 6 personas.
A
partir del 8 de enero, comienza a firmar las partidas de defunción el cura don
Juan Suárez Aguilar y la epidemia se presiente remitida, pues los
fallecimientos son más espaciadas.
Por
ejemplo, después del asiento de una defunción, fechado el citado 8 de enero de
1812, le sigue el de 9 de marzo. De todas formas es de notar un recrudecimiento
en el mes de mayo, a juzgar por el elevado número de personas que mueren entre
el día 8 y el 10: cinco. Demasiadas si se piensa en lo muy diezmada que quedó
la población y en que, en época normal, las defunciones no se producen con
tanta frecuencia.
Además,
a partir del 8 de enero ya no se escribe en el Libro de Defunciones, "En
el cementerio de la Atalaya"
que era donde se sepultaba a los que morían de la epidemia o sospechoso de
ella, sino que se generaliza y se especifica, "en el cementerio de esta
villa", pues como tal cementerio quedó después de la plaga, al quedar
expresamente prohibido durante y después de ella que ya nadie se sepultase en
las iglesias. Y esto también se llevó a cumplimiento en Guía.
Como
simple dato complementario, veamos el número de fallecimientos que se producen
en los meses siguientes al de mayo de 1812: en junio, 8 personas; en julio, 5;
en agosto, 3; en septiembre, 8; en octubre, 6; en noviembre, 15, concretamente
entre los días 4 y 16 de dicho mes. Debió recrudecerse la epidemia, aunque no
con tanta virulencia y, desde luego, ya controlada sin miedo de propagación,
pues el pueblo se sometió a las lógicas medidas sanitarias para su fumigación.
(Pedro González-Sosa)
1812 Marzo 19. La promulgación de
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