JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO XIX
El auchon: aucheros, aucheriles,
la tagora, goros o gorones o corrales, cuevas depósitos. Ajuar de las piezas:
dormitorios, cocina, depósitos.
El auchon como vivienda, era el
conjunto de aucheros, aucheriles y goros o séase de casuchas, chozas y corrales
en que se albergaba la familia civil con los ganados de la respectiva heredad
completamente aislada de las demás familias; recordando Tenerife por esta
disposición de los vecinos a un tablero de ajedrez, en que ocupara cada casilla
un solo fuego encontrándose separados de los demás dos o tres kilómetros. Para
la reconstitución ideal de estos auchones basta imaginar en un claro del
bosque, al pie de una ladera o al abrigo de cualquier accidente del suelo, y a
ser posible en las proximidades de alguna cueva para depósito doméstico, veinte
o más pequeñas moradas de paja o de piedra seca, cubiertas de paja o tierra,
así como varios goros o corrales de distintas dimensiones, de ordinario
agrupadas en dos alas circunscribiendo amplio patio donde se destacaba la
tagora o salón de honor, que era sencillamente otro corral; y dar vida a la
escena, a través de las espirales de humo, el ladrido de los perros y los
balidos del ganado, con una cincuentena de personas de diferentes sexos y
edades vestidas de pellejas, entregadas a las faenas caseras del pastoreo, de
la agricultura y de las rudas industrias de las sociedades bárbaras.
Aunque los edificios eran
humildes, terreros y de una sola puerta por su mejor aspecto, los aucheros de
los nobles se distinguían por su mejor aspecto y mayor tamaño de los aucheríles
o gucheriles de los siervos, si bien todos tenían el mismo sello de lo que
pudiera llamarse estilo arquitectónico, pues dominaba en absoluto la línea
curva sobre la recta y el ángulo ¡como si el corral les sirviera de modelo de
inspiración!
Bien considerado el asunto tal
vez era el sistema que les ofrecía mayores seguridades, por carecer de
herramientas para obtener los materiales que exigen las construcciones
esquinadas. Por otra parte, y sin duda obedeciendo a las mismas causas, ésta
fue la característica del arte en todo el Archipiélago'.
Prescindiendo de ligeras
variantes en las construcciones de los diferentes reinos y localidades,
especialmente entre las zonas costeñas y de la serranía es aceptable la
clasificación que los conquistadores hicieron de las casas guanches en pajizas
y terrizas, atendiendo a la naturaleza de sus techumbres. Aún no hace media
centuria existían ruinas de estos edificios en algunos puntos, como en las
Andoriñas, en Tamaimo de Valle Santiago; en Moreque y Nisdafe del pueblo de
Arona; por el Campito del Hoyo de las Colmenas y el Campanario, costa de la Vega , en Granadilla; en la Cruz del Pajar Grande y la Ma-rrubiela en Valle
de Guerra, de Tegueste, etc.
Eran las casas pajizas de una o
dos aguas, que sobreviven en las actuales tagoras del Palmar de Buenavista y
los pajares de varios lugares (1), si bien con los cambios introducidos por el
progreso. Las de dos aguas afectaban la forma elíptica, hechas de pared doble
de piedra seca, con una madre o cumbrera apoyada sobre dos horcones arrimados o
empotrados en los mojinetes hacia los extremos de la elipse; como asimismo
empotraban en las otras dos paredes antes de enrasarlas, palos de trecho en
trecho dejando al descubierto como una cuarta de pezón, a los que ataban
fuertemente la solera o corredera tendida por dentro. Envigaban conjubmnes de
haya, paloblanco, barbusano u otras maderas, procurando elegir los que
naturalmente presentaban uno de los extremos acodado para engancharlo a la
cumbrera —practicándoles en su defecto un agujero para colocar una chabeta—
mientras el otro extremo lo aseguraban a la corredera con tomizas de cardón, de
zarza, torvisco y hasta con juncos', ripiando luego con latones de brezo, macanera,
haya, laurel, etc., espaciados poco más de una mano y sólidamente amarrados con
tomizas a losjubrones.
Después les ponían el colmo o
séase un techo de paja enteriza de cebada, por fajas paralelas a la madre
empezando por el alero. Sobre los dos primeros latones tendían una capa de
mollas de paja de una cuarta de espesor, más o menos según la abundancia, y
encima de ésta colocaban otros dos latones de acebiño quedando de tal suerte
aprisionados los mollas, que fijaban a los referidos latones con puntos de
costura de tomiza de zarza, torvisco o juncos valiéndose de una larga aguja de
madera; pasando luego a la faja próxima y así sucesivamente, disponiéndolas en
forma imbricada, es decir, haciendo que la paja de la faja superior cubra y
rebase los latones externos de la inmediata inferior. Los años de escasos
cebadales las techaban con una primera capa de heléchos, de gamonas o de puntas
de brezo y encima otra delgada de paja; aunque no era raro, tratándose de
habitaciones de siervos, las taparan únicamente con heléchos y mejor aún con
«puntas de brezo hacia abajo».
En los sitios ventosos reforzaban
el envigado y el colmo colocando sendas piedras a lo largo del alero.
La singuisarra o hueco de la
puerta estrecho y más bajo que el hombre, no llevaba aro ni gualderos; y la
sobrepuerta, ya fuera de lajón enterizo o de maderos en bruto, siempre la
completaban por delante con dos palos o travesanos que hacían de quicial,
dejando entre ellos una hendidura que correspondía a otra igual del chaplón
para poder meter los bugallones o espigas de la hoja; hendiduras reducidas
luego por relleno a los agujeros en que giraban aquellos. Cuanto a la hoja
hacíanla por igual procedimiento que las cestas. Armábanla utilizando de
largueros dos palos, uno de ellos algo mayor con destino el exceso a los
espigones, y por 'caberos otros dos más pequeños, que ataban en forma de
paralelogramo y reforzaban con traviesas verticales y horizontales; todo lo que
servía de urdimbre o costillaje para ponerle el tapumen empleando el mismo material
de escobón, caña, cardón, leñablanca, etc. de que fabricaban las cestas. Como
se comprende tales hojas no tenían otra finalidad que evitar el acceso de
animales y las injurias atmosféricas. Era el picaporte una correa, con otra
trancaban por dentro y con una chabeta atravesada por fuera.
Los pisos terrizos, aunque
algunos enlosados con lajas; las rendijas del interior de las paredes, en las
que espetaban varios estacones a guisa de perchas para colgar zurrones, ropa,
etc. las cogían ya con un mortero de estiércol fresco de ganado y ceniza que
luego enlucían con tierra blanca o bien las sometían a una especie de calafateo
con rama de heléchos, o las dejaban al natural en las zonas calientes.
De las casitas de dos aguas las
había con un tercer esteo central sosteniendo la cumbrera, que utilizaban como
punto de apoyo de un aljereque o tabique incompleto de cañizo, para dividirla
en dos departamentos con su puertita de comunicación provista de una cortina de
estera o pieles; de ordinario destinadas a las mujeres nobles casadas con hijas
solteras, para dormir separadas. Las pajizas de una sola agua únicamente se
diferenciaban de las anteriores en que carecían de cumbrera y eran más
pequeñas.
Respecto a las casas terrizas,
prescindiendo también de ligeras variantes según las localidades, ofrecían
igualmente dos principales modelos por su capacidad y por ser de dos o de una
sola agua. Afectaban en términos generales la misma construcción y forma que
las pajizas, excepto las techumbres que eran de otra naturaleza y muchísimo
menos colgadas. Sobre el envigado de los aucheros terrizos de dos aguas,
ripiaban bastante junto, luego ponían el astillado de orijama, leñablanca o
sabina, después extendían una torta bien amasada de tierra negra, paja menuda y
agua, y encima un enlosado de lajas.
Los gucheriles de los siervos
eran poco más que chozas, de los que aún levantan algunos por las partes
ribereñas de los pueblos del sur, como en Guasa, Los Cristianos, San Juan,
etc., con pequeñas diferencias del tipo primitivo. Consistían en una especie de
corral circular de pared doble de piedra seca, de unas 3 varas de diámetro más
o menos y 2 en su mayor altura, más elevado por delante que por detrás, de una
sola agua y suelo terrizo. El hueco y hoja de la puerta como ya hemos dicho.
Respecto al techo lo envigaban con sabina, girdana u otra madera, sobre el que
atravesaban muy junto el enlatado de leña-blanca, de halos etc., ya suelto o
atado a las vigas con juncos o tomizas de tabaiba dulce, pues aunque con el
tiempo se podrían ya el todo de la techumbre formaba un solo cuerpo. Aplicaban
encima una capa de ahulagas, con preferencia a salados y espinos, que
comprimían hasta reducirla al grueso de uno o dos dedos, sobre la que tendían
la tona hecha de tierra de teja amasada con agua, que pisaban cuidadosamente
hasta compenetrarla con la capa subyacente; rematando la obra con otra capa de
ceniza de ahulaga o de balo, que reputaban como las mejores por ser muy fina,
para que se adhiriera a la de barro imprimiéndole condiciones de dureza y de
impermeabilidad. En ocasiones suprimían la torta de barro y la ceniza
sustituyéndolas por una capa de tierra blanca del espesor de la mano
aproximadamente, suelta sin amasar, que reponían de vez en cuando. Esta tierra
impermeable la solicitaban entre otras regiones de la provincia de Chasna, en
Los Cristianos, el Mojón, Cano y otros puntos del pueblo de Arona, etc.
Otro de los edificios más
singulares del auchon era la tagora o salón de recepción, emplazada
aisladamente a mitad del patio o a su entrada según la disposición del caserío.
Consistía en un corral de pared doble de piedra seca, de metro y medio de
altura por unos cuatro de diámetro más o menos, de suelo terrizo y un solo
portillo; con tantos asientos de piedras enterizas cuantos eran los nobles
mayores de edad de la familia civil, arrimadas a la pared y distribuidas a
izquierda y derecha de una central frontera al portillo y más elevada que las
restantes.
Servía no sólo de sala de
sesiones para discutir los asuntos del auchon del respectivo tagoro y las leyes
del reino, sino para recibir las visitas de los nobles de otros auchones así
como lugar de la novia para enamorar de día, ella por dentro y el prometido por
fuera. A las personas de calidad y distinción se les recibía tapizando con pieles
el asiento.
Formaba parte integrante del
caserío los goros o gorones para el encierro del ganado, casi siempre adosados
a los aucheriles de los siervos, con el fin de vigilarlo de cerca. Eran de
distintas dimensiones para los hatos de reses cabría, lanar y porcina,
embardados de ahula-gas, de espinos u otra mata, unos de verano con sombra bien
aireados y otros de invierno abrigados, utilizando de apriscos en el último
caso, especialmente por los altos, las cuevas naturales adscritas a la heredad.
Aunque la mejor de estas cuevas
próxima al auchon la destinaban a depósito, ya fuera para su exclusivo
usufructo o como aregüeme del tagoro encomendado a su custodia2, pues los
hurtos y latrocinios no eran raros a pesar de velar cuidadosamente el personal
nombrado ad hoc. Cerrábanlas con paredes dejándole su hueco de puerta para
ponerle hoja y mejoraban las entradas cuando eran de difícil acceso; como en la
cueva Añeja, en el risco de tío Marcial de las cumbres de Güímar, donde aún
puede verse la calzada de 3 1/2 varas que la hicieron los guanches, si no la
han destruido de 30 años acá.
De estas cuevas depósitos
abrieron algunas en roca blanda de tosca, como es legendario en varios puntos
de la isla, como en Chimiche, Ifara, etc., del pueblo de Granadilla.
* * *
Cuanto al ajuar, tratándose de un
pueblo pastoril y labriego en estado de barbarie sin conocer los metales, es
natural que ofrezca aquel sello de rusticidad propio de las sociedades
primitivas, como nos lo atestigua el menaje de sus viviendas.
Respecto a los dormitorios dice
Abreu Galindo: «Tenían costumbre que en la cueva o casa donde vivían marido y
mujer, no había de habitar y dormir otro; y no dormían juntos marido y mujer
sino en su cama cada uno de por sí, la cual era de yerbas y encima pellejos cosidos
muy pulidamente, y por manta otros pellejos ni más ni menos muy pulidos»', y
Cubas se limita a consignar que «... dormían los hombres apartados de las
mujeres».
Es tradición general que los
esposos dormían bajo distintos techos, lo que por otras parte es lógico
sucediera. Cuando se considera que en tiempos históricos aún existían los
matrimonios por grupos en algunas islas y que si había desaparecido de Tenerife
fue en época relativamente reciente y a cambio de la poligamia entre la
nobleza, no hay que entrar en aclaraciones para comprender que tal costumbre no
duró tanto por exigencia de la última institución como por hábito, hasta la
aparición del cristianismo con la conquista.
Por manera que en los auchones
hablando en términos generales, los varones de cada familia individual dormían
con su padre bajo el mismo techo y en «un mismo pajero» y en otra puertita de
casa la madre con las hembras y los niños; costumbre que sobrevivió en muchos
pueblos hasta el último tercio del siglo pasado entre la clase pobre y que aún
sobrevive en algunos puntos —si bien ya con la sola diferencia de que el marido
ocupa también el lecho de la esposa—. Estas camas o pajeros los hacían
levantando una pared de 1/2 a 1 metro más o menos de altura, desde un lado de
.la puerta a la pared frontera, dejando un hueco de 10 a 12 metros cuadrados
que empedraban o ponían piso de lajones si el suelo era húmedo, y que luego
rellenaban, según la clase social y las localidades, de basa o pinillo, ramas
secas de helécho, de ajafo o paja, bien solas o con una capa encima de musgo
del tronco de los brezos o laureles, cuando no de mota algodonada de
cornicales; haciendo de almohada, unas veces dichas sustancias arrimadas o
acumuladas hacia la cabecera y otras rellenando por separado una piel a modo de
cabezal.
Sobre estos lechos tendían a
guisa de sábanas y mantas pellejas cosidas de ganado lanar o cabrío, raídas y
gamuzadas en verano, con pelos en invierno; no siendo raro que los siervos se
vieran en la necesidad de combatir el frío enterrándose en el colchón, con el
tamarco puesto cuando era de pinillo. Además, utilizaban la parte disponible de
estos dormitorios para arrimar lanzas, garrotes, cestas, espuertas, redes,
taños, barquetas, vasijas, lajones para la cava, enjalmos o tajolines para
cargar a la espalda, etc. y colgados de estacas espetadas en las paredes los
vestidos, zurrones, cuerdas y otros objetos.
Claro que los reyes, príncipes y
altos dignatarios dormían solos, dícese que en lechos sobre camastros de madera
bastante bien acabados y en habitaciones divididas por cañizos o biombos en uno
o más departamentos; al igual que las damas de alcurnia, como ya dijimos, para
reposar bajo el mismo techo que sus hijas pero en distintas piezas. Por cierto
que en el patio y a la puerta de estos dormitorios de las damas con hijas
jóvenes, era costumbre que éstas cuidaran de cultivar en poyos flores
silvestres, como siempreviva, tomillo, salvia, retama, etc.
Pero tal vez la cocina era la
habitación más importante por su amplitud, especialmente en las zonas frías que
contaba de ordinario con un par de chabucos o chozas con sombra como piezas
complementarias para ciertas operaciones culinarias. En el patio y a un lado de
la puerta solía aparecer por el suelo o sobre algunas de las grandes piedras
enterizas arrimadas a la pared para sentarse, dos o tres gochitos o piletas de
piedra, ya naturales o artificiales, en ocasiones de madera como dornajito,
para lavarse la cara de mañana y las manos cuando comían, y al otro lado un
poyo de piedra seca rematado en lajones, sobre el que colocaban un quebeque o
talla de barro para beber la servidumbre, ollas y particularmente las
cuajaderas, tabajostes y demás artefactos del ordeño y de la industria quesera.
(Casi siempre al pie dejaban las escobas de leñablanca, de ajafo, balo, codeso,
de ramas de brezo, etc. según las localidades.)
Ya dentro de la cocina, (2) unas
veces en la pared frontera pero las más detrás de la puerta, hallábase el
locero o bazar con lo mejor de la vajilla de la casa, de barro tosco con
algunas piezas de madera. Consistía el aparador, en otro poyo de piedra seca
rematado en lajones como el del patio pero blanqueado de tierra, que a diario
cubrían con frescas ramas de helechera, laurel, acebuche, laurel, mastranto,
etc. y sobre cuyo tapiz figuraba un quebeque o bien un guaque para beber los
nobles, gánigos, tabites, tibejas, gabelas de barbuzano y acebiño, platos y
otros objetos de cerámica así como el almirez de macanera, cucharas de comer y
de olla de brezo, acebiño o laurel; y todo esto adornado con ramas de viñático
de bonitas hojas encarnadas, ya de escobones de flores blancas con aromas de
manzana y bien de retama, yerba de sangre y otras plantas olorosas.
Por un costado del fondo, encima
de un bajo entarimado de piedra seca o poyito veíanse los tres chíniques o
piedras del fogón y sobre éste, fuera del alcance de las llamas pero no del
humo, el cañizo consistente en un emparrillado de estacas espetadas
paralelamente en la pared, donde curaban el queso y ponían de canto el tofe o tostador
con el ajer-go para la torrefacción del grano; del otro costado hallábase el
molino, de sencillez primitiva. Cuando al fabricar la cocina previsoramente
empotraban en la pared la tasorma o soporte, un gran lajón con sobrante al
interior que apoyaban en dos palos, y en otras dicha tasorma, que pocas veces
era de madera, la preparaban sobre un armazón de cuatro patas enterradas en el
suelo sobre el que la colocaban que pocas veces era de
madera; encima de ésta fijaban la
muela solera, por medio de un talud de argamasa hecha con una mezcla bien
sobada de ceniza y estiércol fresco de oveja, que alisaban con la mano y
espolvoreaban con gofio. Con la misma mezcla levantaban alrededor un cerco, con
un portillo frontero, que servía de recipiente. Como eran ambas piedras
horadadas por el centro con un agujero de igual diámetro, aseguraban en el de
la solera a guisa de puón por medio de cuñitas y de la referida argamasa, un
trozo de palo cilindrico alrededor del cual giraba la muela voladora. Como
complemento del artefacto añadiremos, que como a un metro de altura más o menos
sobre el molino tenían fuertemente espetada en la pared la tas,as,a o séase una
tablita como de 1/2 metro de larga con un agujero en el extremo libre, y que en
redondo y cerca del borde de la superficie superior de la muela voladora
practicaban varios hoyitos.
Para funcionar, colocada la
persona en pie y quedándole las piedras como a la base del pecho, metía por el
agujero de la tas,as,a uno de los extremos del palo del molino o la talas.a, a
la par que apoyaba el otro aguzado en uno de los agujeros de la muela, y
mientras con la mano que cogía el palo le imprimía un movimiento rotatorio con
la otra le alimentaba de grano de vez en cuando como hacen en la actualidad,
pues carecía de tolva3. El gofio lo recogían en un zurrón barriendo con escoba
de pinillo.
Otro de los muebles de la cocina
era el mancebo o los mancebos, donde colocaban las teas, leñablanca, u otro
cualquier combustible para alumbrarse. El mancebo estaba representado de
ordinario por un verode invertido, en que tres de sus gajos hacía el oficio de
patas y el tallo de soporte de una laja de tosca, que era el recipiente. A
veces lo sustituían por otra mata o un majano, pero siempre rematado en tosca
para que no estallara al calentarse.
Aunque no de uso general tenían
banquetitas de brezo, palo-blanco, haya, que las hacían de tres palos, etc., y
de una sola como las hemos visto en nuestra niñez, nacida naturalmente del
vértice de otras dos ramas que servían de asiento, apoyándolas sobre una
piedra. Cuéntase que los reyes y magnates comían en mesitas de madera.
Además de uno o dos taros, que ya
hemos dado a conocer, colgaban del techo y de estacas clavadas en las paredes
variedad de objetos como cornales, cuajo de báifo, foles, cairianos,
albardillas, enjalmas o tajalines para cargar a la espalda, cestas, esteras,
etc., y arrimado a los costados hachones preparados, manojos de tomiza, leña,
etc. Conservaban el fuego abrigando las brasas con ceniza en el fogón o dejando
encendido un tronco de tabaiba; y cuando se les apagaba lo obtenían frotando
con un palito de balo, brezo o corazón de granadilla, en unajuápara de tabaiba
dulce o de berode, es decir, en una ranura practicada en un gajo seco como lo
hemos hecho. Para conseguirlo en pocos minutos no ya con los vegetales
indicados sino con otros, se necesita alguna experiencia.
Cuanto al depósito, eran pocos
los auchones que tuvieran a su vera una cueva en condiciones que le permitieran
usufructuarla por destinarlas a los aregüemes, utilizando en su defecto una
puerta de casa, pues la mayor parte y las mejores estaban destinadas a
aregüemes públicos, que es donde se custodiaban las reservas de importancia. No
obstante las limitadas economías de la familia civil las encerraban en taños, cestas,
vasijas, zurrones, cañizos y taros.
Fuego.—Lo sacaban falqueando una
juápara de tabaiba dulce o salvaje seca. En un trozo de berode seco, donde se
practique a lo largo una canalita o pequeña ranura, frotar con un palito de
madera serne como el brezo, paloblanco, corazón de granadilla, etc.
NOTAS
1 Existe cierta dependencia entre
la disposición de las viviendas y la organización de las familias, y tanto para
poner de relieve esta relación, como las diferencias y conexiones de las
viviendas de Tenerife con las del resto del Archipiélago, damos las presentes
notas que recogimos hace más de treinta años, así como la planta o croquis del
tipo de edificación de los indígenas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro;
no haciéndolo de las islas de Canaria y Gomera por extravío de las notas,
aunque recordamos que en la primera encontramos algún parecido con las de
Fuerteventura, por lo menos en unas ruinas que examinamos hacia la sierra del
pueblo de Telde. Estas observaciones respecto a la casa de Canaria no está de
acuerdo, sin embargo, con lo que se entrevee en la relación de Bocaccio, donde
habla de casas cuadradas.
Después de estudiar atentamente
numerosas habitaciones antiguas en Lanzarote, como en Ye; otras en Guatiza
conocidas por la «Casa del Rey», la «Escalenta», «Bue-navista»; varias en
Teguise como el «Mojón de Lima» (Tahiche), el «Hurón», «Saga», «Peña del
Tocón», «Peña de Copar (¿Gopar?)», etc.; de reconocer no pocas en la isla de
Fuerteventura, como en Tuineje donde llaman «Las Maretejas» y en el Malpaís
Grande de Tiscamanita la «Cueva de las Paredejas», «Cueva del Castillejo»,
«Iglesia de los maxos» y «Casas de los maxos»; en'la jurisdicción de La Antigua , «Parrado», y por
Jandía las notables «Bóvedas del Esquinso», «Binama» y otras; y de examinar
bastantes en la isla del Hierro, como en «Iranias»; varias en El Pinar,
conocidas por «Cueva Tésera», «Tacalmina», «Cancelitas», etc., distintas en la Dehesa , verbi gracia «Los
Alares», el «Rancho de la
Cuesta del Jable», el «Malpaís de las Palomas» y otras
muchas; hemos elegido como modelo de vivienda de los aborígenes de Lanzareis,
una que descubrimos medio soterrada en Masdache en una finca del Sr. Monfort en
la jurisdicción de Tías; otra de los maxos de Fuerteventura en Bayuyo, costa
del pueblo de la Oliva ;
y como habitación de los bimbapes del Hierro, la del «Lomo del Canchero» en la Dehesa.
Casa de Masdache (Lanzarote):
Hállase emplazada dentro de un
jameo o pequeña excavación artificial que practicaron en el rofe, picón o lava
granulada, a la que se llega por una especie de zanja en rampa. Consta de seis
habitaciones de forma ovoidea, con un promedio de 3 metros de largas por 2 en
su mayor anchura, abovedadas y de altura suficiente para la estación bípeda.
Están dispuestas alrededor de un patio circular de 2 metros de diámetro,
descubierto, que es el único punto con que comunican las habitaciones. Son las
paredes dobles de piedra seca, de unos cinco pies de espesor, de basalto en su
base y el resto de material poroso de volcán o trefina, bien ajustadas y con la
inclinación suficiente para abovedar los techos, donde las rendijas aparecen
cogidas con téigue o tierra gredosa que evita el acceso del viento y del agua.
Por fuera del edificio robustece el lienzo de pared del patio, intermediario
entre las habitaciones, estribos de piedra seca, y por fin al todo un talud de
tierra en redondo menos la zanja.
De modo que mirada la casa a
distancia sólo aparece sobre la superficie la corona, semejando un segmento de
esfera con un agujero central correspondiendo al patio y cortada de frente para
la entrada.
Lámina III.—Como a un par de
kilómetros del mar y a las faldas de una extensa ladera, de color gris oscuro
por unas partes y gris amarillentas por otras, formadas de arenas, más o menos
gruesa, escoria volcánica granulosa, cascajos sueltos y piedras más o menos
voluminosas desprendidas, se encuentran entre la montaña del Conchero y el
barranco de Garañones, restos de varias construcciones emplazadas sobre un
morrete prolongado que lleva la dirección de la sierra al mar y que se
interrumpe bruscamente como a 2 kilómetros de la ribera formando una especie de
frontón. Sobre el punto más meridional de este frontón, aparece un círculo de
piedras a modo de era, que ignoramos a qué fuera destinado por los bimbapes, si
bien sospechamos servía de terrero para las luchas u otros ejercicios
corporales.
N." 1. Por encima, siguiendo
la dirección del mar a la sierra, se hallan las ruinas de otra construcción de
forma ovalada, con su diámetro mayor, de 7 metros y 0.70 centímetros, orientado
de Sur a Norte y el menor de 5,74 de O a E., con la puerta de entrada por el
NO.
Esta pared doble y de piedra
seca, medio derruida, se halla estribada en algunos peñasquinos salientes del
terreno, ofreciendo el espesor de un metro y una altura por parte de 1,23
centímetros.
N.° 2. Diámetro a/b= 7,70 metros;
diámetro g/h= 5,74 m. Entrada (f): Altura de la pared externa, medio derruida,
por algunas partes 1,13 m. Grueso de la misma pared -/ b,c,d y e pequeños
gorones con un diámetro cada uno de 1,33 m.
Al Naciente y Poniente de esta
construcción se hallan las laderas del morro, llenas de conchas del mar, lapas,
húrgaos, cuchillos, tiestos, etc.
Los circulitos b, c, d y e son
construcciones bastantes originales y que no es posible precisar qué objetivo
tenían. Sus paredes están formadas por lajones clavados en el suelo de 1/2
metro de altura y aún más y pavimentado el suelo con lajas a una altura de la
superficie del terreno como de 30 centímetros. Hacia el exterior ofrecen una
boca como de medio metro de ancho.
Debajo de estas lajas se
encontraron cuchillos de piedra, callaos redondos, húrgaos, perros de mar,
lapas, trozos de tiestos, ceniza y señales de fuego. ¿Sería un corral para
sacrificios? Está sobre el frontón dicho, entre dos resaltes peñascosos del
terreno.
N.° 3. Siguiendo al Norte, se
halla como una plazuelilla de superficie ligeramente cóncava, de ancho como de
18 m. y unos 20 de largo, donde se ven restos de construcciones de paredes de
forma indeterminada, y al Norte de esta plazuela, los restos de un caserío
bastante conservado.
Grueso de la pared (exterior)
1,64 m. x: de alto 2,82, y puede asegurarse tuvo más.
Las líneas punteadas indican
galerías, que no siempre puede precisarse a qué corrales iban a parar o daban
acceso.
a: 2,50 m. de ambos diámetros/ b:
3 m./ c: 2,50 m./ d: 3 m./ f: 4,30 m. de N. a S. y 5,50 de E. a O./ h: 4,23 m.
de N. a S. y 3,90 de E. a O./ c: 3 m./ g: 2,35 m. de N. a S. y 2,68 de E. a
O./j: 4,73 m. de N. a S. y 4,35 de E. a O.
Al naciente de este caserío y
separado por un callejón de 3,89 m. se encuentra la pared externa de otro
caserío (n.° 4), que si bien examinado a primera vista parece un alar o corral
para cabras, examinado detenidamente se ve que está obstruido y con restos de
las paredes divisorias interiores. Tiene su entrada también por el Sur y
delante un extenso canchero, de cenizas, lapas, etc.
Al Poniente de este caserío y
como a 1/2 kilómetro se encuentra el Lomo de los Números, que ofrece por encima
de Los Letreros, las ruinas de otras 5 ó 6 habitaciones, así como en otros
puntos de aquellos contornos.
Como a 700 u 800 pasos del Lomo
del Conchero existe una montañita con una cueva que mira al S.E. que servía de
panteón, conocida hoy con el nombre de Cueva de los huesos, donde encontré
varios cráneos y un tablón funerario; no lejos de otra cueva que existe en el
Morro de Gutiérrez, que también fue utilizada para necrópolis, donde del mismo
modo me deparó la fortuna varios cráneos y dos bastones.
Sobre el E del barranquillo que
separa las lomas del Conchero y de Los Números, se levanta un altaríto o pireo.
Son las paredes de piedra seca, doble y hueco, aunque obstruido de cenizas,
huesos de cabrito, cuchillos de piedra, etc., tiene tendencia a la forma
cónica, más ancho de abajo, de 1 metro de altura y otro de diámetro.
Estas son las casas hondas de que
hablan los cronistas.
Casa de Bayuyo (Fuerteventura):
Destácase en primer término un
gran corral elíptico de 82 metros en su mayor diámetro y 44 en el menor por lo
más ancho, de pared doble de piedra seca de metro y medio de altura, con sólo
un portillo de entrada al extremo de la elipse. En contorno y adosados por
fuera a esta pared hállanse seis dormitorios familiares, separados e
independientes, también de piedra seca rematadas en bóveda de lajones cogidos
con téigue, pero tan bajos de techo que hay que entrar casi a gatas y
permanecer doblado en su interior. Divididos los dormitorios por paredes en
tres, cuatro y cinco departamentos de forma ovoidea, que por su disposición
recuerdan los dedos distendidos de una mano abierta, van todos a comunicar con
un mísgan o pasillo común que desemboca en el gran corral por una puerta
gatera. Algunos de los departamentos son tan reducidos que únicamente ofrecen
campo para un par de personas, pero otros relativamente mucho más holgados
presentan pequeñas alacenas empotradas en las paredes, hechas con lajas, así
como tarimas o camastros de piedra seca bien acabadas y cubiertas de lajones,
con destino a los lechos.
Dentro del gran corral y
distribuidos alrededor más o menos hacia la periferia, aparecen hasta ocho
edificios circulares de distintas dimensiones, que por las señales observadas
unos fueron destinados a cocinas y otros cubiertos a depósitos y tal vez a
dormitorio de hombres; pero la particularidad que más nos interesó fue
descubrir emplazada en el centro de la elipse una verdadera tagora, provista de
asientos de piedra enteriza, completamente igual a la del auchon de Tenerife;
particularidad que puede estudiarse en sus menores detalles en las «Bóvedas del
Esquinso».
Tales eran las casas de los maxos
de Fuerteventura, que según los capellanes del conquistador Bethencourt
denominaban los naturales autieux, que es precisamente la palabra auchon
afrancesada.
Casa del «Lomo del Canchero» (El
Hierro).
Basta lo referido y tener el
esquema a la vista, para hacerse cargo del sistema de construcción de los
bimbapes del Hierro.
Dentro de un gran corral de forma
elíptica más o menos pronunciada, de pared doble de piedra seca, aparece
inscrito en el centro un patio de figura oval, que unas veces dejaban al aire y
otras cubrían como en la que describimos; y entre el patio y la muralla externa
del gran corral levantaban un mayor o menor número de departamentos más o menos
ovales y algunos afectando la forma de un reloj de arena, dando todos su
comunicación al patio, y éste por un sólo portillo al campo. Son de piedra
seca, bajos de techo como los de Fuerteventura y rematados en bóvedas de
lajones, que luego cubrían con tierra impermeable renovada de vez en cuando.
2 No nos cansaremos de repetir
que la inmensa mayoría de las grutas estaban destinadas a panteones y un
pequeñísimo número a depósitos y apriscos. La creencia de que los guanches eran
trogloditas en el sentido de que moraban y dormían en las cuevas es un grosero
error.
Cuando en las datas u otro
documento de la época de la conquista se habla, verbi gracia, de la cueva
auchon del rey, no significa que era la habitación ordinaria y dormitorio del
soberano, sino que dicha caverna estaba adscrita al conjunto de las casas
viviendas que constituían el auchon real.
3 Fabricaban las muelas de la
roca conocida en el país por piedra molinera y de otra menos dura y más
esponjosa llamada cascajo, que de ordinario están los yacimientos a orillas del
mar, como en las playas de Troya de Adeje, Aguadulce de Los Cristianos en
Arona, etc.
ANOTACIONES
(1) Creo que en este punto Bethencourt Alfonso ha
confundido la técnica constructiva de las chozas o casas guanches, con la
empleada en los pajares; y éstos últimos pueden responder, también, a
influencias y técnicas introducidas en Canarias a partir de la conquista. Nos
referimos en concreto, a los modelos de pajares de la Baja Andalucía
destacando los existentes en los pequeños poblados dentro del Parque de Doflana
(Huelva).
(2) Volvemos a plantear aquí lo dicho en otros
capítulos, y es que D. Juan Bethencourt hace una serie de descripciones del
modo de vida, espléndidas, del modo de vida tradicional popular de las
Canarias; pero para algunos aspectos, referidos a la cultura guanche, no
presenta el respaldo de argumentos estrictamente arqueológicos.
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