martes, 14 de julio de 2015

JUEGOS BEÑESMARES: GIMNÁSTICA:

JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía
.y
Organización socio-política
Edición anotada por MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS, EDITOR La Laguna, 1994



CAPITULO XIII



Los Juegos Beñesmares recuerdan los Juegos Helénicos. La Lucha: el terrero, los jueces de campo e indumentaria de los luchadores. Reglas de las luchadas y breves consideraciones sobre las mismas. Suertes o golpes de lucha y sus contras del juego bajo: palmada por dentro con o sin desvío, agachadilla, palmada atrás, mano al muslo, traspiés, garabato, burra y congo. Suertes o golpes de lucha y sus contras del juego alto: levantada, mediacadera, mataconejo y brega de paletas.

 Dice Daily que «la historia de la Gimnasia es la historia de la educación y de la civilización». En efecto, cuando se consideran las luchas sostenidas por el hombre compréndese tocara la necesidad de vigorizar los medios de ataque y defensa, aumentando sus fuerzas musculares, su agilidad, la fineza de los sentidos y la disciplina del espíritu, para someterse a ciertas reglas o principios que la experiencia le fue acreditando como útiles y que sirvieron de base a aquella educación de tan ventajosos resultados paras el desarrollo del organismo, como los alcanzados en la antigüedad por la Caldea, India, Egipto y particularmente por Grecia.

Concretando la comparación a esta última, puede asegurarse que los helenos no superaron a los guanches en potencialidad orgánica ni en temple espiritual para los grandes empeños, sólo que los primeros tuvieron los poetas y artistas más insignes que inmortalizaron sus héroes, mientras las virtudes y famosas hazañas de los segundos quedaron perdidas en las soledades de una isla oceánica. Claro está que los guanches no disponían como los griegos de Gimnasios ni de Estadios, pero fue porque la isla entera les servía de Palestra eligiendo los campos adecuados para sus pruebas de valor, destreza o fuerzas al disputarse «el terrero», que equivalía a la corona ganada por el vencedor en los Juegos Olímpicos, ístmicos, Píticos, Píateos, etc.; ni mucho menos conocieron los Pórticos y las Academias, las artes de la industria y del comercio, ni aquel sentimiento de lo bello que tan asombrosas maravillas produjo; pero en cuanto al culto por la gimnástica, a su admiración, por la atlética y armónico desarrollo del organismo para lograr el máximo de energía, por lo menos estuvo a su igual ¡cuando no superior!, desde el punto de vista de que la referida educación era obligada por la ley a todo varón guanche.

Diríase por otra parte que el espíritu de Licurgo, informó la legislación guanchinesca aunque modificada en sentido más humanitario, porque si en Esparta destruían al recién nacido defectuoso para seleccionar su raza, en Tenerife lo conservaban pero privándole del derecho de reproducción. Verdad es que no limitaban la prohibición del matrimonio a los anómalos o débiles de ambos sexos, sino que la hacían extensiva a todo varón cobarde y que no diera en los Juegos Beñesma-res público testimonio de «ser un hombre», es decir, de no satisfacer a juicio del Jurado lo estatuido como mínimo funcional de un pretendiente a miembro activo de la sociedad. En esta materia sustentaban un mismo criterio respecto del hombre que de los animales, con la diferencia que al primero lo inhabilitaban para que no perpetuara los defectos y a los segundos se los comían.

Esta selección de siglos unida a su sistema de educación gimnástica, dio por resultado una raza de las más hermosas de la tierra como lo evidencian las leyes de la talla, si bien sus descendientes hemos perdido no pocas de sus condiciones por efecto del alcohol, el tabaco, la sífilis, las costumbres menos varoniles y otras causas. Es cosa sabida que las tallas adquieren mayor desarrollo en las ciudades que en los campos y en los países abundantes de alimentos y de mayor riqueza nutritiva que en los de circunstancias opuestas, como también es axiomático de que la talla es susceptible de aumento por el trabajo bien reglamentado; y como los guanches por los dos primeros particulares hubieran sido de estatura baja, pues vivían diseminados sin constituir la más pequeña urbanización, y no contaban con variados ni abundantes artículos alimenticios, quiere decir que si alcanzaron como talla mínima la de metros 1,70 fue debido a su gimnástica'.
Como remate de este cotejo observaremos que los guanches no imitaron a los griegos desnudándose completamente para entregarse a ciertos ejercicios, como en la natación, sino que usaban por lo menos una especie de pampanillo o taparrabo de fibras de malva o de esterilla de palma, tal vez porque la mujer era constante espectadora del arresto de sus hombres, ¡hasta en la guerra!; pero en lo que coincidían era en friccionarse el cuerpo con grasa para adquirir mayor elasticidad y con arena o tierra las manos para prestarles fijeza.

Dados estos antecedentes vamos a exponer con la mayor brevedad posible sus principales ejercicios.

Fue la lucha el deporte favorito del pueblo guanche, (l) conservada con entusiasmo hasta las postrimerías del siglo pasado. Aunque se trata del encuentro cuerpo a cuerpo de dos hombres, no ofrece término de comparación con ninguna de las tres variedades brutales y feroces de los helenos. En la lucha guanche abundan las actitudes gallardas de suprema elegancia, respondiendo a un sentimiento de emulación más que al rencor. Predíganse de ordinario los rasgos de generosidad, al extremo de que el vencedor tiende la mano al vencido para levantarlo noblemente; y si bien este cuadro se desnaturaliza al caldearse las pasiones, no es menos cierto que por la forma de los encuentros nunca pueden llegar al choque inhumano de los griegos.

Es un arte basado en la combinación de la agilidad, energía desplegada y aplicación de la fuerza muscular conforme a ciertos principios para obtener el mayor efecto útil, tanto en el ataque como en la defensa de las varias actitudes; constituyendo este ejercicio desde el punto de vista de la higiene uno de los más recomendables. La fuerza por sí sola, sin el arte, es impotente, siendo máxima entre luchadores que al ser derribados, obedece las más veces a la falta de inspiración artística en el supremo instante de la suerte. Por esto los indígenas jamás concedían patente de luchador a los de espera, como fue siempre la escuela esperancera del pueblo del Rosario, ni adjudicaban el triunfo en los Juegos Beñesmares sino a los que, además de vencer a cuantos les disputaban «el terrero», armaban lucha no bien agarraban.

Para realizar el espectáculo elegían el terrero o séase la palestra. Consistía en un llano limpio de piedras, de suelo terrizo no blando para evitar se hundieran los pies de los luchadores. Los espectadores disponíanse en circo compuesto de varias filas, las delanteras sentadas o medio de cuclillas y las postreras de pie, hallándose el diámetro del circo en relación con la concurrencia.

Aunque el rey y la alta nobleza asistían al acto, dirigíanlo sin embargo el tribunal de la lucha, los jueces de campo, compuesto de tres nobles de los más inteligentes en el arte que, además de la corte y frontero a ella, eran los únicos que tomaban asiento en sendas piedras. Disponían todo lo relativo a la función, establecían las condiciones, dirimían las dudas, sus decisiones eran inapelables y su autoridad siempre acatada; teniendo a su lado varias docenas de musleras reglamentarias con destino a los luchadores.

Era la única prenda que vestían. Según la tradición, tenía cierto parecido a unos calzoncillos cortos de baño que no pasaran de la raíz

Fue la lucha el deporte favorito del pueblo guanche, (l) conservada con entusiasmo hasta las postrimerías del siglo pasado. Aunque se trata del encuentro cuerpo a cuerpo de dos hombres, no ofrece término de comparación con ninguna de las tres variedades brutales y feroces de los helenos. En la lucha guanche abundan las actitudes gallardas de suprema elegancia, respondiendo a un sentimiento de emulación más que al rencor. Predíganse de ordinario los rasgos de generosidad, al extremo de que el vencedor tiende la mano al vencido para levantarlo noblemente; y si bien este cuadro se desnaturaliza al caldearse las pasiones, no es menos cierto que por la forma de los encuentros nunca pueden llegar al choque inhumano de los griegos.

Es un arte basado en la combinación de la agilidad, energía desplegada y aplicación de la fuerza muscular conforme a ciertos principios para obtener el mayor efecto útil, tanto en el ataque como en la defensa de las varias actitudes; constituyendo este ejercicio desde el punto de vista de la higiene uno de los más recomendables. La fuerza por sí sola, sin el arte, es impotente, siendo máxima entre luchadores que al ser derribados, obedece las más veces a la falta de inspiración artística en el supremo instante de la suerte. Por esto los indígenas jamás concedían patente de luchador a los de espera, como fue siempre la escuela esperancera del pueblo del Rosario, ni adjudicaban el triunfo en los Juegos Beñesmares sino a los que, además de vencer a cuantos les disputaban «el terrero», armaban lucha no bien agarraban.

Para realizar el espectáculo elegían el terrero o séase la palestra. Consistía en un llano limpio de piedras, de suelo terrizo no blando para evitar se hundieran los pies de los luchadores. Los espectadores disponíanse en circo compuesto de varias filas, las delanteras sentadas o medio de cuclillas y las postreras de pie, hallándose el diámetro del circo en relación con la concurrencia.

Aunque el rey y la alta nobleza asistían al acto, dirigíanlo sin embargo el tribunal de la lucha, los jueces de campo, compuesto de tres nobles de los más inteligentes en el arte que, además de la corte y frontero a ella, eran los únicos que tomaban asiento en sendas piedras. Disponían todo lo relativo a la función, establecían las condiciones, dirimían las dudas, sus decisiones eran inapelables y su autoridad siempre acatada; teniendo a su lado varias docenas de musleras reglamentarias con destino a los luchadores.

Era la única prenda que vestían. Según la tradición, tenía cierto parecido a unos calzoncillos cortos de baño que no pasaran de la raíz de los muslos, donde remataran en gruesos rodetes para asir las manos el contrario, y cuya pretina terminara a un costado en dos cabos perdidos para atarlos. Las hacían de trenzas de fibra de malvas, muy resistentes, y reforzadas por fuera con cuero.

Los encuentros o luchadas como todos los demás deportes, hallábanse reglamentados constituyendo sus principios una especie de código de honor, (2) cuya transgresión llevaba aparejada por lo menos penas morales. Entre estos principios figuran como los más importantes los siguientes:

1.° Regla de agarre. Cogiendo ambos luchadores con la mano izquierda la musiera derecha del contendiente, a la par que se tienden doblándose por la cintura oponiendo los hombros derechos, llevan la mano de este lado a la espalda del contrario. Cuando ninguno resulta aventajado, es decir, con el hombro metido o más bajo, a la voz \ya\ de uno de ellos si contesta el otro con el mismo adverbio, todo golpe de lucha y forma de agarrar es lícito.

La actitud clásica en que deben quedar agarrados es con la rodilla derecha un poco adelantada y la extremidad izquierda un tanto hacia atrás, por ser la más favorable lo mismo para el ataque que para la defensa. Los de juego bajo, casi siempre de estatura corta, procuran mejorarse metiendo el hombro y bajándose cuanto pueden; que contrarrestan los de escuela contraria o sea de juego alto, que es la de los famosos luchadores, descomponiéndolos y empinándolos por el hombro izquierdo con el brazo derecho a la par que les amagan o arman lucha. Repetimos que los verdaderos luchadores, los insignes artistas, adoptan una actitud un poco alta sin tenderse en exceso y arman de entrada y constantemente a tumba o cae; para lo que tienen que reunir las cualidades de forzudos, ajotas, amorosos, vivos y de mucho jeito, o lo que es lo mismo, «ser fuerte de corvas, brazos y tronco», «osado \ enérgico», «ágil», «de inspiración rápida» y «profundo conocedor de los golpes o suertes de lucha y sus contras».

Cuando dos luchadores que no se conocen salen a una caída o pegan por primera vez 2, dedican unos cuantos segundos a tantearse con los hombros, con las manos, con falsos amagos, que es tiempo bastante para descubrir no ya la resistencia y la parte débil sino el juego y los golpes de lucha a que es aficionado el contrario, por más que procuran engañarse; y formado juicio arman lucha con toda la re solución y empuje, con toda la energía moral y física de que son capaces. Ésta es la característica de los dominadores del arte.

2.° Siempre el agarre es a la derecha, oponiendo los hombros derechos y cogiendo con la mano izquierda la boca derecha de la musiera del contrario; pero ya agarrados pueden virarse a la izquierda, coger ambas bocas de la musiera, etc. El quedarse con el terrero no da derecho a imponer la mano izquierda.

3.° Si al agarrarse uno de los luchadores es acometido antes de estar conforme tiene derecho a pedir lucha, y su contrario el deber de cesar en el acto, siendo nula la luchada haya o no derribados.

Asimismo hay derecho a pedir lucha en la brega de toda luchada, cuando el que la pide se da por vencido, cesando en el acto el vencedor sin rematarla. Si se ha empleado como ardid para mejorar de postura, es considerado como derribado.

4.° El luchador que tocare el suelo con cualquier parte del cuerpo que no sean los pies es un vencido, a menos de llevar hecha la luchada; como por ejemplo, si al derribar de espaldas al enemigo cae encima quedándole una mano debajo del vencido.

5.° El luchador triunfante que abandone el terrero pierde el derecho a luchar el mismo día o en el mismo espectáculo cuando dura varios días, a menos de no tumbar el número de hombres estipulado con anterioridad; en cuyo caso puede retirarse y volver a luchar tantas veces cuantas hubiere derribado la cifra señalada.

Es tradicional que en los Juegos Beñesmares para tomarse este descanso era necesario derribar 20 hombres, «tantos como dedos tenemos». Así se comprende que constreñida la muchedumbre a guardar respetuoso silencio durante la lucha a pesar de las situaciones emocionantes, a la conclusión los tagoros triunfantes prorrumpieran en estruendosos ajijides, coreados por millares de seres entusiastas admiradores de los que se quedaban con el «terrero».

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Aunque hay materia para escribir una obrita, la índole de este trabajo sólo permite dar breves noticias, para que aquellos lectores que desconocen el arte de la lucha formen concepto de las suertes o golpes fundamentales y de sus contras, lo mismo del juego bajo que alto según indicamos en el epígrafe (anterior):
Palmada por dentro:

Equilibrado el contrario con el hombro y la mano izquierda vigo-rozamente afianzada en la musiera, el armador le tira con toda el alma su mano derecha a la pierna derecha, hurtando o desviando a la vez el cuerpo. Lo derriba de cabeza o de espaldas. En rigor la palmada por dentro y el desvío son suertes distintas.

Sus contras. Entre otras las siguientes:

1.°) Si es alta la palmada, contestar con un remolino juntando rápidamente los pies y girando en sentido de la palmada sin soltar las manos, llevando en vilo al armador, cae de costal. Pero si es baja, tirar con la mano izquierda mano al tobillo izquierdo, a la vez que con la derecha llama al enemigo sobre su espalda.

2.°) Echarle mano al muslo para inutilizarlo.

3.°) Soltarse y correr braceando sin tocar el suelo; pero es contra muy expuesta, porque el tirador de la palmada puede escurrir la mano desde la rodilla a la garganta del mismo pie y levantarlo, a la par que con el pie izquierdo toca la pierna izquierda del enemigo.
La agachadilla:

Para aventurar este golpe hay que afirmar los pies y el brazo de la espalda, y apoyando fuertemente el hombro virarse de pronto boca arriba tocando a la vez el desvío: el contrario cae de espaldas.

Pero es suerte arriesgadísima, porque el que la echa queda tendido boca arriba con sólo soltar el contrario la mano de la espalda y ponérsela encima.

Palmada atrás:

Hay que prepararla balanceando al contrario y de pronto enderezarlo llamándole la pierna derecha con la mano izquierda cogida a la musiera, a la vez que con el cuerpo le empuja hacia atrás y le tira la mano derecha a la corva izquierda.
Su contra. Meter la rodilla derecha debajo de las del armador y a la vez levantar o encaderar, siendo preferible encaderar metiendo la cadera izquierda.

Mano al muslo:

Consiste en coger al contrario el muslo derecho con la mano derecha, evitando el armador que le meta la pierna entre las suyas. Cogido en buenas condiciones pueden guindarlo por detrás de la cabeza o bien tocarlo sobre la izquierda dejándolo tendido.

Nunca debe cogerse con las dos manos porque, aparte de quedar el jugador desarmado, pueden fácilmente tumbarlo de un traspiés.

Contras:

1.°) Evitar que se lo cojan tirando un desvío con palmada por dentro o por fuera.

2.°) La defensa del que tiene cogido el muslo, es meter la pierna entre las del contrario y afirmar el dorso del pie en la corva derecha, a la vez que apoyándole la rodilla en el vientre le llama la espalda con el brazo derecho. Así le tumba de espaldas o le obliga a soltar el muslo, corriendo además el riesgo de ser encaderado.

El traspiés:

Prepárase esta lucha inmovilizando la pierna derecha del antagonista con la mano de la musiera y levantándole un poco el cuerpo con el brazo derecho, a la par que lo destuerce si es posible, y de pronto a la vez que le toca con el pie derecho el tobillo homónimo le empuja el cuerpo sobre su izquierda.

Contras:

Aunque arriesgado, tirarle mano al tobillo o devolver la misma suerte o irse adentro con un garabato.

El garabato:

Consiste en meter la pierna derecha entre las del enemigo trabándosela en la izquierda y a la vez que la fija llamando hacia sí la pierna trabada, le endereza el cuerpo con el hombro derecho y baja la mano de este mismo lado empujando atrás para derribarlo de espalda.

Contras. Lo mejor es contestar con otro garabato por estar siempre favorecido el último que lo traba; o bien «lo llama uno sobre sí» quitándole la acción, debilitándole el punto de apoyo, quedando en condiciones de encaderar o desviar.

La burra:

Es un garabato trabado por fuera con la pierna derecha en la pierna derecha del contrario. Suerte desdichadísima porque basta al trabado levantar la pierna para inutilizar al enemigo; y como al levantarla lleva enganchada la pierna armadora y a la vez con la mano de la espalda lo llama al suelo, tumba empurrándole la cabeza en la tierra.

El cango:

Consiste en trabar por fuera la pierna izquierda del contrario con la derecha, a la vez que lo empina con el hombro y llama la pierna de la mano en la musiera.

Como contra unas veces la mediacadera y otras un cango, pues como sucede con el garabato el último que lo traba lleva ventaja en igualdad de circunstancias.

La levantada:

Es suerte muy gallarda y propia de los campeones más famosos, de estatura alta, fuerte de corvas y de grandes alientos. Para echarla juntan de pronto los pies al mismo tiempo que levantan a pulso al contrario, con la mano izquierda agarrada a la musiera y corriendo la derecha al cinturón, y llamando sobre sí al levantado sin abrir las piernas, lo arrojan por detrás de la cabeza o de costado desviándose.

Sus contras: Un cango, un garabato o una palmada atrás, según la postura en que se esté; pero cuando un luchador de empuje levanta de modo arrebatado como acostumbran, lo mejor es meter las rodillas y levantar a la vez.

La media cadera:

Suerte parecida a la levantada aunque no tan elegante. Consiste en levantar al enemigo como en la anterior pero llamándolo y presentándole una de las caderas, a la vez que se baja la mano opuesta de la cadera presentada a la corva, para tumbar de costado.
Contras: Una de las indicadas en la levantada según la situación, o dejarse ir dentro y trabando la rodilla detrás de la corva de la pierna que encadera, llamarlo a la espalda virándolo.

E1 mataconejo:

Es una desventurada y arriesgadísima suerte, pues consiste en llevar el brazo derecho sobre la nuca del contrario, quedando desarmado; a menos de no lograr sacar el brazo izquierdo por fuera del derecho del enemigo y defenderse con una especie de quiebrabrazos, completamente prohibido.

La contra se reduce a meter el brazo entre las piernas y tirarlo por detrás de la cabeza.
El juego de paletas:

Como lo indica su nombre es un movimiento combinado de paletas manteniendo firme el brazo de la espalda y cuya finalidad es meter el hombro para mejorar de postura; en los grandes luchadores para poder armar lucha cuando se les meten debajo, pero en los taimados o de ventajas cuando salen a parar, como ya dijimos hacían los espe-ranceros desde los tiempos guanches hasta nuestros días y hacen en la actualidad a despecho de los siglos y del arte. Hombres secos, fornidos, amorosos y astutos, agarran tendiéndose como culebras, con el hombro torcido y ganando siempre algunos milímetros de ventaja.

Éstas son las que pudieran llamarse suertes principales de la lucha, que combinadas entre sí y con otras de menos importancia, ofrecen tal variedad de inesperadas actitudes, tan artísticamente airosas y de pujanza varonil, que sólo cabe apreciarlas frecuentando los terreros.

Desgraciadamente la afición, y con la afición el arte, se ha perdido de 40 años a esta parte.
* * *
NOTAS

1 En la técnica de la lucha tinerfeña tirar un golpe, pegar, etc., no significa puñetazo ni nada parecido al pancracio griego, sino tirar la mano o pie con más o menos viveza a una región del contrario para realizar la suerte de lucha; agarrar, etc., tampoco es reñir.

ANOTACIONES

(1) LA «LUCHA CANARIA», DEPORTE VERNÁCULO.

Yo comparto totalmente la opinión de Serra Ráfols... donde se defiende ese carácter autóctono e indígena de nuestra lucha.
A las razones allí expuestas por Serra Ráfols debo de añadir aquí otras dos.
La primera de orden lingüístico, el dato de Charles Foucauld que cité al hablar del nombre Pelinor, derivado de tbellinut, nombre deverbativo «luchador», derivado del verbo tuareg bellen, «luchar», en el sentido de «cogerse cuerpo a cuerpo dos personas buscando mutuamente tirarse al suelo por una causa cualquiera, por querella o por juego». Es traducción literal del Dictionaire de Foucauld, pp. 63-64. Además del léxico citdo de Foucauld hallo ese verbo en el Diccionario de Nehlil sobre el Ghat, pp. 174-175: bellen se describe «luchar, cogerse cuerpo cuerpo con alguno para tirarlo a tierra», sin más; y tabellant se traduce por «lucha cuerpo a cuerpo».

Pero es sorprendente que falte este verbo en los demás diccionarios berberes que tengo a mano.

Advierto finalmente que en muchos diccionarios berberes aparecen otros verbos con matices diferentes de lucha, como: pelea, riña, agarrarse, atacarse, agredir, empleando en estos casos verbos como abez, «agarrar» en tuareg y en Beni Snous; menga, «herir» en Rifeño, y tillih o tillah en el Sous (Destaing, p. 174). Por lo que estos verbos no explican «luchar», sino «pelear», dos matices bien distintos.

La segunda de las referencias que quería consignar es la siguiente: Viana recoge en su Poema (Canto IV) con el episodio festivo de la «lucha»una serie de expresiones, vivas aún en este deporte insular, que confirman mi tesis de un tipo de lucha diverso de la grecorromana o de la lucha libre.

Tales son las siguientes: «lucha», «mantenedor», «jueces», «terreno», «envión», «cargo», «zancadilla», «afirmar los pies», «andar a vueltas», «corcovos», «levantada», «caer sin ventaja», etcétera. Cito a continuación los versos del canto IV de Viana, donde esas expresiones están...

Tal vez sorprenda al lector acudir a argumentos lingüísticos para probar la autenticidad del indigenismo de la lucha canaria, pero la terminología es un dato lingüístico. Y la noticia del padre Foucauld es un dato SORPRENDENTE». (Juan Álvarez Delgado. «La división de Tenerife...», págs. 101-102).

En este capítulo dedicado a la lucha canaria, Bethencourt Alfonso llevado de la afición a la misma, nos plantea una completa descripción de tipo etnográfico acerca de los «terreros» que él visitó. Indudablemente que tal práctica gimnástica y lúdica, debió experimentar algunos cambios desde la época prehistórica hasta el siglo xix.

(2)  A partir de aquí se hace una espléndida descripción etnográfica de la lucha canaria y de su práctica a finales del siglo XIX. Consideramos arriesgado, desde el punto de vista histórico y arqueológico, hacer con la lucha una traslación cronológica automática, al considerar la presencia, dentro de la cultura guanche, de reglamentos, indumentaria similar a la contemporánea, terminología, etc.

En cualquier caso, a lo largo del libro, se observa la especial afición que Bethencourt Alfonso tenía hacia la lucha canaria.


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