JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO XII
Daban este nombre a las grandes
fiestas nacionales celebradas cada cuatro meses durante las legislaturas del
Beñesmer, que como dijimos correspondían a la tercera decena del mes de Abril,
segunda de Agosto y tercera de Diciembre. En esos días de labor administrativa
de la asamblea suprema, entregábanse los reinos con delirante entusiasmo a
variados deportes varoniles, banquetes, bailes y otros espectáculos.
Refiérese a estos festejos fray
Alonso de Espinosa cuando dice:
«Hacían entre año, el cual
contaban ellos por lunaciones, muchas juntas generales; y el rey que a la sazón
era y reinaba les hacía el plato y gasto de reses, gofio, leche y manteca, que
era todo lo que darse podía. Y aquí mostraba cada cual su valor haciendo alarde
de sus gracias en saltar, correr, bailar aquel son que llaman canario con mucha
ligereza y mudanzas, luchar y en las demás cosas que alcanzaban. Y no es poco
de maravillar que con manjares tan toscos y gruesos se criasen hombres tan
valientes, de tanta fuerza y ligereza, y de tan delicados ingenios como dellos
han salido».
Añadiendo más adelante, en cada
reino «eran estas fiestas tan privilegiadas, que aunque hubiese guerra se
podían pasar de un reino a otro seguramente a ellas».
En efecto, los Juegos Beñesmares
recuerdan los Olímpicos de los helenos, hasta el punto que así como entre éstos
aplazaban las enemistades no entrando con armas en la Elide , de igual modo los
reinos guanches en guerra suspendían las hostilidades para que los propios
enemigos, con plena seguridad personal, pudieran concurrir a disputar el
triunfo. Esta especie de Tregua de Dios fue siempre observada con religioso
respeto a pesar de sus luchas enconadas, como si el espíritu de la raza
necesitara de un amplio escenario donde realizar las supremas aspiraciones de
su vida: los guapos para ostentar sus arrestos; los valerosos desconocidos para
adquirir fama; los enemigos para batirse; los jóvenes para conquistar los
derechos de hombre; los siervos para alcanzar la nobleza; el amor para ser
consagrado por el matrimonio; los mal avenidos para divorciarse; los obligados
a la sobriedad para la hartura y los aplanados por la tristeza para la alegría.
Así se explica el desasosiego, el afanoso interés con que esas fechas eran
esperadas, como igualmente el jubiloso clamoreo que se levantaba por todos los
ámbitos de la isla cuando llegaba el ansiado momento.
Preparado en las cercanías de las
diferentes cortes un extenso campamento «de sombras y reparos», consistentes en
pequeñas chozas cubiertas de follaje con el aspecto de cubiles de fieras, y
destacándose en la cabezada el templo de las leyes o séase el tagoro del
Be-ñesmer, improvisado con ramas espetadas en el suelo, arcos y flores, desde
la amanecida del día señalado iban apareciendo por distintos senderos los
Concejos del reino, con todos sus habitantes de ambos sexos precedidos de las
respectivas añepas, atronando el espacio con sus ajijides, cantos, bucios,
silbos, tambores y tajarastes, saludándose desde grandes distancias unos a otros
tan pronto se descubrían. Descendían culebreando por todas partes de los
montes, orgullosos con sus parejas de novios engalanados para el himeneo, con
sus famosos luchadores, tiradores, corredores y atletas impacientes por llegar
al «terrero», conduciendo los siervos de cada tagoro el remanente de alimentos
presupuestados por el Estado para los banquetes nacionales: llevaban redes de
junco henchidas de quesos, cecina, pescado jareado, de ñames y tarambuches;
guaques con cuajada, manteca, panales y miel de abeja, con chacerquen; foles de
leche; cairianos de gofio de cebada y de otros diferentes granos; taños de
fruta pasada de higos, tamaraonas, de creses y mocanes; quebeques de leche
espesa, de guarapo de palma; grandes felecos con pescado fresco, mariscos,
gái-tes de helécho y otros artículos, sin contar las manadas de cabras, ovejas
y cerdos de la quita para comer en fresco.
No bien los recién llegados
entregaban las vituallas y conocían sus alojamientos, donde dejaban como señera
la añepa clavada en el suelo, disolvíanse entre la muchedumbre para aumentar la
estruendosa algazara y lanzarse a los bailes, cantos, ejercicios y demás
espectáculos; hasta que en filos del medio día y al reclamo de los bucios
anun ciando la telfa o banquete, acudía
la multitud para celebrarlo al aire libre bajo un sol centelleante, teniendo
por mesa una misma ladera o llano. Disponíanse los auchones en ranchos sentados
en la tierra en contorno de los gánigos, unos de gofio amasado para hacer
gainases y otros de gofio revuelto o caldos humeantes donde todos iban metiendo
sus cucharas. Las cabras y las ovejas degolladas las comían sobre lo crudo
chorreando sangrasa y pringue, el pescado jareado a medio asar; y tanto éstas
como las demás viandas, excepto las líquidas o que exigieran cuchara, como los
héroes de Hornero las cogían directamente con las manos engulléndolas en
enormes cantidades. Bebían a la conclusión1.
Terminado el festín reanudaban
los interrumpidos ejercicios o diversiones, hasta que al atardecer invadían el
campamento entre el fusco y no fusco, donde a la luz de centenares de fuegos
banqueteaban de nuevo con no menos apetito; mientras en las lejanías más
elevadas de las fronteras y en los picos más altos de la sierra brillaban
grandes hogueras, notificando a las demás naciones estaban abiertos los Juegos
Beñesmares «para el que fuera hombre se presentara a disputar el terrero»;
guante que no tardaban en recoger aquellos pueblos en plena edad heroica.
Y este cuadro de intensa
vitalidad a cielo descubierto, animado por hombres medio desnudos con algunas
prendas de pellejas, altos, cenceños, de hercúlea musculatura; unos
trasquilados y otros con barba larga y cabellera flotante de un rubio más o
menos acentuado, pero todos de mirar bravio, astutos, rudos y dispuestos a
saltar al menor asomo de reto, repetíase cada cuatro meses durante nueve días,
administrando, bailando, devorando y disputándose con furor «el terrero».
Para dar idea de lo que eran los
Juegos Beñesmares, englobamos en tres grandes grupos el conjunto de trabajos y
espectáculos que comprendían, de los que expondremos las noticias más
indispensables en los que ofrezcan algún interés y que son mal o nada
conocidas. Estos tres grupos los constituímos bajo la denominación:
1.°) El Administrativo, a cargo
de la asamblea suprema o Beñesmer, de lo que ya nos hemos ocupado en capítulos
anteriores y que por lo tanto no hemos de repetir.
2.°) La Gimnástica , que
comprende los principales deportes a que se entregaban por ministerio de la ley
en sus concursos locales y generales; y
3.°) El Festival, que abarca la
música, bailes, cantos, actos religiosos, banquetes y juegos de entretenimiento
o de habilidad; suprimiendo de estos los ya particularizados en distintos
lugares con más o menos extensión, como los actos religiosos, banquetes, etc.
* * *
NOTAS
1
Que era también el momento de los regüeldos. El pueblo guanche poseía un gran
fondo de pudicia, no realizando nunca actos o gestos indecentes o groseros;
pero aunque parezca extraño, entre el vulgo de ellos no eran los eructos una
manifestación de falta de delicadeza sino todo lo contrario. Esto sólo se
comprende teniendo en cuenta que el problema de la alimentación entre los
indígenas fue con frecuencia un problema de vida o muerte. Por esto tal
costumbre perdura aún en algunos caseríos de Arico, Fasnia y otros pueblos;
donde en los convites con motivo de casamientos, bautizos, etc., para los que
no están en estas interioridades le sorprendería el tiroteo de regüeldos
provocados intencionadamente con que rematan el festín, para dar a entender al
huésped que se ha comido mucho y bien.
ANOTACIONES
(1)
Dentro del marco de la celebración del Beñesmer, que constituye una interesante
aportación de D. Juan Bethencourt, hay que deslindar el terreno histórico, de
la descripción etnográfica (de acontecimientos festivo-populares coetáneos al
autor) y de la recreación literaria.
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