JUAN BETHENCOURT
ALFONSO
Socio correspondiente
de la Academia
de Historia (1912)
Historia del
PUEBLO GUANCHE
Tomo II
Etnografía
.y
Organización
socio-política
Edición anotada por
MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS,
EDITOR La Laguna ,
1994
CAPITULO VI
Origen de la institución del
tagoro y triple significado de esta palabra. El tagoro como distrito y edificio
del Concejo: sus bienes privativos. Del Tagoro o Concejo y del tagorero. El
Achimenceyato o provincia: del achimencey.
La institución del tagoro, cuyo
origen debió obedecer a las mismas o parecidas causas que la fratría de los
griegos y la curia de los romanos, resultó de la asociación de auchones
consanguíneos o descendientes de un auchon padre para constituir un Concejo
común administrativo; engendrando una unidad social de mayor amplitud que la
familia civil, pero con el mismo espíritu funcional que los organismos que le
dieron vida. La diferencia verdadera estribaba en la jefatura, que en el auchon
nacía de su propio seno y en el tagoro de procedencia extraña.
Pero la voz tagoro (1) tenía una
triple significación. Así como en la actualidad con la palabra Ayuntamiento
expresamos unas veces la jurisdicción o término municipal, otras el edificio en
donde se reúnen los concejales o bien la corporación formada por éstos, las
mismas diferentes acepciones daban los guanches a la voz tagoro; si bien por su
más general aplicación, cuando no la determinamos, debe sobreentenderse la de
Corporación o reunión de concejales. Celebrar un Tagoro equivale a celebrar una
sesión el Ayuntamiento en el símil puesto; aunque los aborígenes le daban una
extensión más amplia, la de constituirse en sesión cualquier organismo o
diferentes personas para acordar sobre asuntos determinados.
El tagoro como distrito, ya
dijimos era un pequeño territorio que comprendía mayor o menor número de
auchones; pudiéndose apreciar la relativa magnitud de varios, por el
aumentativo o diminutivo del positivo que les ha conservado la tradición en los
nombres genéricos de tagorito, tagorillo o tagorón con que son conocidos. Mas
aunque no cabe duda de que algunos se separaban del tipo general, nunca en las
proporciones referidas por distintos ancianos de Araya, Chicoro y otros
caseríos de Candelaria, «de que solamente el tagoro de Iñarga dio 500 hombres
de pelea en la guerra de Güímar con Bencomo, en la que murió el tagorero Cay
amo, hermano del rey Añaterve»', noticia a todas luces equivocada, porque
aparte de que los infantes nunca fueron lagoteros, se sabe que Cayamo se
hallaba al frente del achimen-ceyato de Arafonche, que eran los que daban el
contingente de un tabor fuerte más o menos en 400 hombres. El error ha nacido
de que perteneciendo Iñarga al gobierno de Arafonche, aplican al tagoro la
totalidad de guerreros del achimenceyato.
Sin embargo del régimen
socialista comunista del pueblo guan-che, cada uno de estos distritos tenía el
usufructo privativo de los siguientes bienes:
1.°) Del edificio el tagoro que
acabamos de mencionar.
2.°) De los taros y cavernas
destinadas a los aregüemes o depósitos del común, de los que nos ocuparemos a
su debido tiempo.
3.°) De ciertas necrópolis o
grutas funerarias, que no siempre radicaban en el mismo distrito, unas para
nobles y otras para los siervos.
4.°) Del terrero para la lucha,
esgrima, tiro del bañóte y demás ejercicios en las asambleas del distrito.
5.°) Del bailadero para la
celebración de sus bailes, reuniones de recreo y festividades.
6.°) Los pastizales con sus
vueltas para el ganado estante y trashumante, con determinados abrevaderos.
7.°) Las zonas de cultivo y de
aprovechamiento de la raíz del helécho, recolección de piñones, de cosco, etc.
8.°) La región de pesca y
recolección de la sal, de mariscos, etc., así como para la caza y castrazón de
abejares, y
9.°) El provecho de un limitado
número de cabezas de ganado, de que hablaremos oportunamente.
Tales eran los bienes de que
tenían el exclusivo goce los distritos en circunstancias normales, porque en
las extraordinarias relacionadas con la subsistencia, como falta de producción,
siniestros o escasez de brazos para el laboreo, la solidaridad era completa y
universal por ministerio de la ley. Pero de todas suertes, séase que esta
administración circunscrita establecía lazos más estrechos o por ser más
cercanos los vínculos de la sangre o por ambas cosas, la referida solidaridad
era más pronunciada entre los individuos de una misma tribu, es decir, entre
los auchones de un mismo distrito. Así la desgracia ocurrida a cualquiera de
sus miembros o la injuria recibida de extraños, tenía el privilegio de conmover
a la colectividad, que hacía suya la pena o la injuria para vengarla.
El Tagoro como corporación
administrativa estaba constituido por tantos vocales cuantos eran los jefes de
auchones y el tagorero; y si bien su número variaba, se hallaban formados la
mayoría por cuatro chaureros y el presidente. Ordinariamente se reunían a la
salida del sol o en filos del medio día, que eran las horas reglamentarias para
todos los tribunales del reino, acudiendo los miembros con sus respectivas
añepas que mantenían en las manos durante el acto; siendo la del tagorero según
la tradición, «una percha de oroval de 14 palmos de larga rematada en un gran
llorón (¿borlón?) de cordones teñidos de amarillo». Durante la sesión una
guardia de dos nobles impedía que persona alguna se acercara al Concejo
mientras deliberaba.
La dignidad de tagorero era de
las más preeminentes de la república y recaía según el derecho de sucesión en
los hijos de los infantes o achimenceyes, siendo por lo tanto primos o sobrinos
de los soberanos. Sus insignias e indumentaria, como hemos visto, recordaban
los de la realeza, por lo que en las tradiciones les dan a veces el nombre de
reyes. También ellos revestían la doble personalidad que hemos encontrado en
los jefes de auchones, pues como miembros del Gran Tagoro y autoridad delegada
en sus cargos vitalicios eran una continuación de la realeza o séase del poder
ejecutivo, pero a la par representaban junto al trono los intereses y las
opiniones de sus administrados, siendo los vectores de ambas corrientes.
Figuraba entre las atribuciones
del tagorero el reunir el Concejo no sólo los días reglamentarios y siempre que
lo estimara oportuno, sino que cuatrimestralmente con motivo de los
presupuestos del Be-ñesmer o por sucesos extraordinarios, convocaba a todos los
nobles mayores de edad del distrito en asamblea general para que ejercitaran el
referéndum; penetrando en el tagoro los hidalgos o cichiciquitzos, que se
mantenían de pie apoyados en sus lanzas mientras la Corporación permanecía
sentada. En estas asambleas no había discusiones ni se oía otra voz que la del
tagorero, porque ya discutidos los asuntos en los auchones y llevado el
resultado por los chaureros al Concejo, limitábase la presidencia a someter las
conclusiones a los asambleístas, que las aprobaban o rechazaban por mayoría
levantando o dejando de levantar la mano derecha.
El tagorero en los casos de
guerra o de rebato, precedido de su añepa en alto, se incorporaba con las
fuerzas al respectivo tabor o punto señalado, y diariamente expedía al
achimencey un correo por mañana y tarde con los sucesos ocurridos en su
distrito.
Cuanto a las demás funciones del
tagorero, aunque mucho más amplias, eran las mismas que las del chaurero en el
auchon. De acuerdo con el Concejo, con la anuencia del poder central, disponía
todo lo relacionado con la administración pública respecto a ganadería,
agricultura, pesca, caza, pastizales, desmontes, reparto de semillas, provecho
del ganado y toda clase de labores. Llevaba el censo de la gente y animales; la
contabilidad y estado de los depósitos; vigilaba la moral pública y privada,
conociendo en materia judicial en los asuntos de menor cuantía. Ordenaba los
certámenes de los diferentes ejercicios; intervenía en los aspirantes a
matrimonio o divorcio; en las festividades públicas, y en una palabra,
fiscalizaba y mediaba en todos los asuntos como un padre de familia.
Para mejor cumplimentar su
cometido, noche y día recorrían el distrito «dos guardias celadores», como dice
la tradición, escudriñando los trabajos y cuanto ocurría en los auchones.
* * *
La provincia o achimenceyato (2)
hallábase administrado por un concejo compuesto de tantos vocales cuantos eran
los tagoreros del territorio, bajo la presidencia y responsabilidad del
achimencey. No ha conservado la tradición el nombre específico de esta
corporación o tagoro; y cuanto a sus funciones, las concernientes a la
administración general de la provincia en los diferentes ramos, ordenándolo
todo y llevando el resumen o contabilidad colectiva de las producciones, estado
de los depósitos del común, altas, bajas y demás particularidades de los
concejos que constituían el gobierno. Era tal la fiscalización, que así como
los tagoros tenían noche y día dos guardias celadores vigilando los auchones,
existían otros guardias provinciales vigilando a los tagoros. ¡Y sin embargo
los robos eran frecuentes, y no muy raros los crímenes y transgresiones! El
achimencey expedía al soberano por mañana y tarde, cuenta detallada de cuanto
ocurría en su jurisdicción.
En los días señalados, las
sesiones del concejo eran celebradas bajo la salvaguardia de cuatro nobles
colocados por separados a distancia del tagoro, tomando asiento los miembros
según su categoría, es decir, la presidencia al centro sobre una piedra más
elevada y tapizada de distinto color, empuñando todos las respectivas añepas.
Ya hemos dicho que la del achimencey, era dos cuartas más larga que la del
tago-rero. Después del mencey, la dignidad más excelsa de la república era la
de los achimenceyes, salvo la del guadameñe que a su cualidad de achimencey
unía la del sumo pontífice. Como por su indumentaria, honores y afectación de
gravedad se acercaban a la realeza, de aquí que el vulgo y no pocas veces los
autores los hayan reputados por reyes, como a Guantacara, Tegueste, Tinguaro,
Aguahuco, etc. Los achimenceyes, además de ser miembros por derecho propio del
Gran Tagoro o Senado, eran los que constituían el Tagoro real bajo la
presidencia del rey y cumplimentaban en sus respectivos gobiernos los acuerdos
tomados.
Ahora bien, si se tiene en cuenta
los vínculos que la administración establecía en cada provincia y que desde el
punto de vista militar daban las unidades de combate el tabor más o menos
nutridas, explican cómo al vacar la corona podían convertirse los
achimenceyatos en poderosos centros de rebelión si los pretendientes reunían
condiciones personales; máxime cuando la isla constituía una sola monarquía,
por regir los aspirantes al trono provincias extensas con ideas
particularistas, ya engendradas por sus diferencias de suelo y por lo tanto de
producción, bien por sus antagonismos de abolengo o por el espíritu inquieto y
tornadizo de la raza.
A esas ideas particularistas
atribuimos el apoyo de los tagoros a sus respectivos achimenceyes a la muerte
de Tinerfe el Grande, siendo ya indiscutible el derecho paterno para los
efectos de la organización de la familia y de los cargos hereditarios. De esta
ilegalidad arrancaba el derecho alegado por los reyes de Taoro a la corona
universal.
* * *
ANOTACIONES
(1) «Sabido es que el «tagoror»
es un espacio circular, no mayor que una era corriente, con asentaderas de
piedra en su contorno. En ese lugar se reunían los notables y ancianos para
administrar justicia. La existencia de tan importante número de «tagoros»
dentro de un mismo menceyato da a entender que el mencey delegaba su autoridad y al mismo tiempo que la población
del menceyato se repartía en varías circunscripciones, en cierto modo
autónomas.
Por otro lado, la presencia de
«tugaros» en las zonas de pastoreo, sobre todo en las bajas, y en la proximidad
de los núcleos originarios, revela que las cuestiones se trataban, discutían y
resolvían sobre la marcha, especialmente cuando se producían entre grupos que
ejercían el pastoreo en la costa, y que estas cuestiones no eran otras que las
derivadas de la propia actividad pastoril. Este hecho debió haber estado muy
extendido en las islas, y como vestigio de antiguas costumbres se puede traer
aquí el ejemplo de La Dehesa ,
en la isla de El Hierro, zona exclusivamente pastoril, donde todavía hoy se
nombra un aleude pedáneo (alcalde de los pastores) que sólo entiende en las
cuestiones que se plantean entre pastores». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pág.
164).
(2) «Las fuentes dejan entrever,
igualmente, que de cada una de esas jefaturas, o menceyatos principales,
dependerían otros tantos territorios arriba indicados que, aunque actuaban y
funcionaban deforma independiente, se hallaban confederados entre sí a través de
pactos y alianzas, cuyos mecanismos internos desconocemos, pero que se pueden
inferir a través de los que aquéllos establecieron con los europeos en la fase
de contacto de las dos Comunidades». (Antonio Tejera Gaspar «Tenerife...» pág.
58).
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