martes, 14 de julio de 2015

EL TAGORO. EL ACHIMENCEYATO:


JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía
.y
Organización socio-política
Edición anotada por MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS, EDITOR La Laguna, 1994




CAPITULO VI



Origen de la institución del tagoro y triple significado de esta palabra. El tagoro como distrito y edificio del Concejo: sus bienes privativos. Del Tagoro o Concejo y del tagorero. El Achimenceyato o provincia: del achimencey.

La institución del tagoro, cuyo origen debió obedecer a las mismas o parecidas causas que la fratría de los griegos y la curia de los romanos, resultó de la asociación de auchones consanguíneos o descendientes de un auchon padre para constituir un Concejo común administrativo; engendrando una unidad social de mayor amplitud que la familia civil, pero con el mismo espíritu funcional que los organismos que le dieron vida. La diferencia verdadera estribaba en la jefatura, que en el auchon nacía de su propio seno y en el tagoro de procedencia extraña.

Pero la voz tagoro (1) tenía una triple significación. Así como en la actualidad con la palabra Ayuntamiento expresamos unas veces la jurisdicción o término municipal, otras el edificio en donde se reúnen los concejales o bien la corporación formada por éstos, las mismas diferentes acepciones daban los guanches a la voz tagoro; si bien por su más general aplicación, cuando no la determinamos, debe sobreentenderse la de Corporación o reunión de concejales. Celebrar un Tagoro equivale a celebrar una sesión el Ayuntamiento en el símil puesto; aunque los aborígenes le daban una extensión más amplia, la de constituirse en sesión cualquier organismo o diferentes personas para acordar sobre asuntos determinados.

El tagoro como distrito, ya dijimos era un pequeño territorio que comprendía mayor o menor número de auchones; pudiéndose apreciar la relativa magnitud de varios, por el aumentativo o diminutivo del positivo que les ha conservado la tradición en los nombres genéricos de tagorito, tagorillo o tagorón con que son conocidos. Mas aunque no cabe duda de que algunos se separaban del tipo general, nunca en las proporciones referidas por distintos ancianos de Araya, Chicoro y otros caseríos de Candelaria, «de que solamente el tagoro de Iñarga dio 500 hombres de pelea en la guerra de Güímar con Bencomo, en la que murió el tagorero Cay amo, hermano del rey Añaterve»', noticia a todas luces equivocada, porque aparte de que los infantes nunca fueron lagoteros, se sabe que Cayamo se hallaba al frente del achimen-ceyato de Arafonche, que eran los que daban el contingente de un tabor fuerte más o menos en 400 hombres. El error ha nacido de que perteneciendo Iñarga al gobierno de Arafonche, aplican al tagoro la totalidad de guerreros del achimenceyato.

Sin embargo del régimen socialista comunista del pueblo guan-che, cada uno de estos distritos tenía el usufructo privativo de los siguientes bienes:

1.°) Del edificio el tagoro que acabamos de mencionar.

2.°) De los taros y cavernas destinadas a los aregüemes o depósitos del común, de los que nos ocuparemos a su debido tiempo.

3.°) De ciertas necrópolis o grutas funerarias, que no siempre radicaban en el mismo distrito, unas para nobles y otras para los siervos.
4.°) Del terrero para la lucha, esgrima, tiro del bañóte y demás ejercicios en las asambleas del distrito.

5.°) Del bailadero para la celebración de sus bailes, reuniones de recreo y festividades.
6.°) Los pastizales con sus vueltas para el ganado estante y trashumante, con determinados abrevaderos.

7.°) Las zonas de cultivo y de aprovechamiento de la raíz del helécho, recolección de piñones, de cosco, etc.

8.°) La región de pesca y recolección de la sal, de mariscos, etc., así como para la caza y castrazón de abejares, y
9.°) El provecho de un limitado número de cabezas de ganado, de que hablaremos oportunamente.

Tales eran los bienes de que tenían el exclusivo goce los distritos en circunstancias normales, porque en las extraordinarias relacionadas con la subsistencia, como falta de producción, siniestros o escasez de brazos para el laboreo, la solidaridad era completa y universal por ministerio de la ley. Pero de todas suertes, séase que esta administración circunscrita establecía lazos más estrechos o por ser más cercanos los vínculos de la sangre o por ambas cosas, la referida solidaridad era más pronunciada entre los individuos de una misma tribu, es decir, entre los auchones de un mismo distrito. Así la desgracia ocurrida a cualquiera de sus miembros o la injuria recibida de extraños, tenía el privilegio de conmover a la colectividad, que hacía suya la pena o la injuria para vengarla.

El Tagoro como corporación administrativa estaba constituido por tantos vocales cuantos eran los jefes de auchones y el tagorero; y si bien su número variaba, se hallaban formados la mayoría por cuatro chaureros y el presidente. Ordinariamente se reunían a la salida del sol o en filos del medio día, que eran las horas reglamentarias para todos los tribunales del reino, acudiendo los miembros con sus respectivas añepas que mantenían en las manos durante el acto; siendo la del tagorero según la tradición, «una percha de oroval de 14 palmos de larga rematada en un gran llorón (¿borlón?) de cordones teñidos de amarillo». Durante la sesión una guardia de dos nobles impedía que persona alguna se acercara al Concejo mientras deliberaba.

La dignidad de tagorero era de las más preeminentes de la república y recaía según el derecho de sucesión en los hijos de los infantes o achimenceyes, siendo por lo tanto primos o sobrinos de los soberanos. Sus insignias e indumentaria, como hemos visto, recordaban los de la realeza, por lo que en las tradiciones les dan a veces el nombre de reyes. También ellos revestían la doble personalidad que hemos encontrado en los jefes de auchones, pues como miembros del Gran Tagoro y autoridad delegada en sus cargos vitalicios eran una continuación de la realeza o séase del poder ejecutivo, pero a la par representaban junto al trono los intereses y las opiniones de sus administrados, siendo los vectores de ambas corrientes.

Figuraba entre las atribuciones del tagorero el reunir el Concejo no sólo los días reglamentarios y siempre que lo estimara oportuno, sino que cuatrimestralmente con motivo de los presupuestos del Be-ñesmer o por sucesos extraordinarios, convocaba a todos los nobles mayores de edad del distrito en asamblea general para que ejercitaran el referéndum; penetrando en el tagoro los hidalgos o cichiciquitzos, que se mantenían de pie apoyados en sus lanzas mientras la Corporación permanecía sentada. En estas asambleas no había discusiones ni se oía otra voz que la del tagorero, porque ya discutidos los asuntos en los auchones y llevado el resultado por los chaureros al Concejo, limitábase la presidencia a someter las conclusiones a los asambleístas, que las aprobaban o rechazaban por mayoría levantando o dejando de levantar la mano derecha.
El tagorero en los casos de guerra o de rebato, precedido de su añepa en alto, se incorporaba con las fuerzas al respectivo tabor o punto señalado, y diariamente expedía al achimencey un correo por mañana y tarde con los sucesos ocurridos en su distrito.

Cuanto a las demás funciones del tagorero, aunque mucho más amplias, eran las mismas que las del chaurero en el auchon. De acuerdo con el Concejo, con la anuencia del poder central, disponía todo lo relacionado con la administración pública respecto a ganadería, agricultura, pesca, caza, pastizales, desmontes, reparto de semillas, provecho del ganado y toda clase de labores. Llevaba el censo de la gente y animales; la contabilidad y estado de los depósitos; vigilaba la moral pública y privada, conociendo en materia judicial en los asuntos de menor cuantía. Ordenaba los certámenes de los diferentes ejercicios; intervenía en los aspirantes a matrimonio o divorcio; en las festividades públicas, y en una palabra, fiscalizaba y mediaba en todos los asuntos como un padre de familia.

Para mejor cumplimentar su cometido, noche y día recorrían el distrito «dos guardias celadores», como dice la tradición, escudriñando los trabajos y cuanto ocurría en los auchones.
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La provincia o achimenceyato (2) hallábase administrado por un concejo compuesto de tantos vocales cuantos eran los tagoreros del territorio, bajo la presidencia y responsabilidad del achimencey. No ha conservado la tradición el nombre específico de esta corporación o tagoro; y cuanto a sus funciones, las concernientes a la administración general de la provincia en los diferentes ramos, ordenándolo todo y llevando el resumen o contabilidad colectiva de las producciones, estado de los depósitos del común, altas, bajas y demás particularidades de los concejos que constituían el gobierno. Era tal la fiscalización, que así como los tagoros tenían noche y día dos guardias celadores vigilando los auchones, existían otros guardias provinciales vigilando a los tagoros. ¡Y sin embargo los robos eran frecuentes, y no muy raros los crímenes y transgresiones! El achimencey expedía al soberano por mañana y tarde, cuenta detallada de cuanto ocurría en su jurisdicción.

En los días señalados, las sesiones del concejo eran celebradas bajo la salvaguardia de cuatro nobles colocados por separados a distancia del tagoro, tomando asiento los miembros según su categoría, es decir, la presidencia al centro sobre una piedra más elevada y tapizada de distinto color, empuñando todos las respectivas añepas. Ya hemos dicho que la del achimencey, era dos cuartas más larga que la del tago-rero. Después del mencey, la dignidad más excelsa de la república era la de los achimenceyes, salvo la del guadameñe que a su cualidad de achimencey unía la del sumo pontífice. Como por su indumentaria, honores y afectación de gravedad se acercaban a la realeza, de aquí que el vulgo y no pocas veces los autores los hayan reputados por reyes, como a Guantacara, Tegueste, Tinguaro, Aguahuco, etc. Los achimenceyes, además de ser miembros por derecho propio del Gran Tagoro o Senado, eran los que constituían el Tagoro real bajo la presidencia del rey y cumplimentaban en sus respectivos gobiernos los acuerdos tomados.
Ahora bien, si se tiene en cuenta los vínculos que la administración establecía en cada provincia y que desde el punto de vista militar daban las unidades de combate el tabor más o menos nutridas, explican cómo al vacar la corona podían convertirse los achimenceyatos en poderosos centros de rebelión si los pretendientes reunían condiciones personales; máxime cuando la isla constituía una sola monarquía, por regir los aspirantes al trono provincias extensas con ideas particularistas, ya engendradas por sus diferencias de suelo y por lo tanto de producción, bien por sus antagonismos de abolengo o por el espíritu inquieto y tornadizo de la raza.

A esas ideas particularistas atribuimos el apoyo de los tagoros a sus respectivos achimenceyes a la muerte de Tinerfe el Grande, siendo ya indiscutible el derecho paterno para los efectos de la organización de la familia y de los cargos hereditarios. De esta ilegalidad arrancaba el derecho alegado por los reyes de Taoro a la corona universal.
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ANOTACIONES

(1) «Sabido es que el «tagoror» es un espacio circular, no mayor que una era corriente, con asentaderas de piedra en su contorno. En ese lugar se reunían los notables y ancianos para administrar justicia. La existencia de tan importante número de «tagoros» dentro de un mismo menceyato da a entender que el mencey delegaba su  autoridad y al mismo tiempo que la población del menceyato se repartía en varías circunscripciones, en cierto modo autónomas.

Por otro lado, la presencia de «tugaros» en las zonas de pastoreo, sobre todo en las bajas, y en la proximidad de los núcleos originarios, revela que las cuestiones se trataban, discutían y resolvían sobre la marcha, especialmente cuando se producían entre grupos que ejercían el pastoreo en la costa, y que estas cuestiones no eran otras que las derivadas de la propia actividad pastoril. Este hecho debió haber estado muy extendido en las islas, y como vestigio de antiguas costumbres se puede traer aquí el ejemplo de La Dehesa, en la isla de El Hierro, zona exclusivamente pastoril, donde todavía hoy se nombra un aleude pedáneo (alcalde de los pastores) que sólo entiende en las cuestiones que se plantean entre pastores». (Luis Diego Cuscoy. Ob. cit., pág. 164).

(2) «Las fuentes dejan entrever, igualmente, que de cada una de esas jefaturas, o menceyatos principales, dependerían otros tantos territorios arriba indicados que, aunque actuaban y funcionaban deforma independiente, se hallaban confederados entre sí a través de pactos y alianzas, cuyos mecanismos internos desconocemos, pero que se pueden inferir a través de los que aquéllos establecieron con los europeos en la fase de contacto de las dos Comunidades». (Antonio Tejera Gaspar «Tenerife...» pág. 58).


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