martes, 14 de julio de 2015

EL CONSEJO O TAGORO REAL:


JUAN BETHENCOURT ALFONSO
Socio correspondiente de la Academia de Historia (1912)

Historia del
PUEBLO GUANCHE

Tomo II
Etnografía
.y
Organización socio-política
Edición anotada por MANUEL A. FARIÑA GONZÁLEZ
FRANCISCO LEMUS, EDITOR La Laguna, 1994




CAPITULO VII



El Gran Tagoro o Senado. El Beñesmer o Asamblea Legislativa.

La tradición confunde con frecuencia el Consejo con el Senado, quizás porque aparece junto al trono el primero como si fuera una comisión del segundo en representación de la alta nobleza. Los mismos cronistas no son muy explícitos, ni dedican al asunto arriba de frases sueltas, y aunque algunos se dieron cuenta de ambos organismos otros no conocieron más de uno. Fray Alonso de Espinosa, si bien diluido en sus concisas noticias, alude a una asamblea al decir: «Hacían entre año (el cual contaban ellos por lunaciones) muchas juntas generales»; y Viana habla también varios pasajes del Tagoro o Consejo y de Cortes generales. En cambio Abreu Galindo sólo tuvo noticia de que el «Tago-ror era como lugar de cabildo, audiencia o ayuntamiento... o de consulta»; y Marín y Cubas de que «cada rey tenía seis capitanes llamados zigoñes y cuatro guañames o consejeros, que eran a modo de brujos que barruntaban futuros contingentes o cosas apartadas». Viera y Clavijo se ocupa con más extensión del asunto y es el que más se aproxima a la verdad pero con relación al reino de Taoro, cuya constitución política difería de las restantes nacionalidades de la isla.

 El Consejo o Tagoro real hallábase constituido por tantos vocales cuantos eran los achimenceyes del reino (l), bajo la presidencia de la corona. Venía a ser como un ministerio hereditario y vitalicio de los tíos, hermanos e hijos del rey, que además tenían por derecho propio asiento en el Senado y el gobierno de las provincias. Por manera que a esta suerte de proceres inamovibles no cabe considerárseles como simples consejeros, porque hasta cierto punto por ministerio de la ley compartían con la realeza el poder ejecutivo. Es verdad «.que los abusos gobiernan los Estados» como dice Voltaire y que al ceñir la corona un espíritu dominante, se haría difícil mantener la doctrina de la constitución guanche en toda su pureza. Cuéntase que Añaterve y Pelinor pasaban como los reyes que pudiéramos calificar de más constitucionales y Beneharo por el menos escrupuloso; conductas que cabe utilizar como extremos de una escala en que figuren los demás soberanos por su mayor o menor respeto a la legalidad.

En resolución, tratándose de bárbaros los llamados reyes guanches no lo eran en el concepto usual de la palabra, ni mucho menos comparándolos con los del reino de Taoro. En esta nación los monarcas eran absolutos, tenían entre las prerrogativas el don de gracia, deponían a los achimenceyes como hizo Bencomo con el ladrón Sebensui, imponían penas capitales y si bien existía el Consejo, así como el Gran Tagoro, eran cuerpos meramente consultivos o que funcionaban bajo la voluntad de los soberanos. El Beñesmer (2) o asamblea legislativa había desaparecido no se sabe cuándo y la corona no encontrando ningún poder moderador que la contrarrestara, alcanzó la plenitud de sus atributos.

Diferencia tan radical del derecho político en pueblos de la misma raza, lengua, religión y costumbres, que varias veces formaron un solo cuerpo nacional, no es imputable a distintas orientaciones o a diversos grados en sus procesos evolutivos, al extremo de que el principio monárquico llegara en uno de ellos a su máximo de desarrollo mientras los demás permanecían estancados en sus gobiernos patriarcales. El movimiento debió ser simultáneo. Es evidente que los cambios experimentados en la familia y a consecuencia de la implantación del derecho materno por el paterno, corrieron paralelos, con el de las instituciones políticas y que dichos cambios afectaron a la vez y por igual a la totalidad de los pueblos guanchinescos. De donde deducimos, que la constitución política de la nación taorina era la fiel expresión del régimen vigente en la isla a la muerte de Tinerfe el Grande y que el de los demás Estados obedeció a un proceso regresivo, no a un avance de los gobernados sino a un paso atrás de la realeza, que al sentirse débil compartió el poder con la clase noble como en sus primeros tiempos tribales. ¡Probablemente fue el precio a que compraron las jefaturas, las dinastías creadas al fallecimiento de Tinerfe el Grande!

Y damos remate a este particular manifestando que recayendo siempre en un achimencey la alta dignidad de guañameñe o de sumo pontífice, cargo importante por su influencia sobre el pueblo, era el que llevaba la voz y la representación de la corona en las circunstancias excepcionales.
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El Gran Tagoro era una corporación de funciones complejas formada de magnates, como guañameñes, achimenceyes, tagoreros, sigoñes, etc., todos de sangre real; y como a la vez desempeñaban los cargos de autoridad más importantes de la república, ofrecían el singular espectáculo de representar dos intereses opuestos, pues si por una parte como delegados del poder ejecutivo cumplimentaban las órdenes soberanas, por otra como miembros del Gran Tagoro llevaban a su seno la procuraduría de sus administrados.

Especie de Senado o Parlamento y de Tribunal Supremo, conocía de los asuntos de la guerra así como de gobernación, hacienda, moral pública, religión y de cuanto se relacionaba con la administración en sus diferentes ramos; de los negocios civiles y criminales juzgando y sentenciando en brevísimos plazos; decidía sobre cuestiones de derecho y era el intérprete y depositario de las leyes consuetudinarias. Pero aunque de la competencia del Senado el estudio de las reformas y la elaboración de las leyes, ya de su iniciativa o de otra procedencia, como la facultad de sanción era privativa al Beñesmer limitábase a prepararlas y presentarlas a manera de senadoconsultos a los tagoros y éstos a los auchones, para después de discutidas por las familias civiles ser aprobadas o rechazadas de abajo arriba, por medio del referéndum, como ya hemos dicho.

Ésta fue una de las prácticas más características del pueblo guan-che; como la celosa clase de los hidalgos predominaba por el número, parodiando una conocida fórmula romana pudiéramos decir: «cichici-quitzus jubet, senatus auctor est». Pero no regía en Taoro. Como en esta nación las prerrogativas de la corona no estaban contrabalanceadas por ningún poder, pues había desaparecido el Beñesmer, el referéndum y la intervención en la administración pública de toda la nobleza, aunque existía el Senado funcionaba dentro de un círculo más estrecho y siempre bajo la omnímoda voluntad de los soberanos, como el Consejo. Por lo menos esto es lo que acontecía en tiempos de Bencomo.

Hasta fines del segundo tercio del siglo pasado, hablábase en los pueblos del Sur de la solemnidad de las sesiones del Gran Tagoro bajo la presidencia del rey, pues estaban en el secreto de lo que influía en el pueblo las ceremonias aparatosas. Custodiados por una guardia de nobles colocados alrededor y a distancia para impedir el acceso y mantener reservadas las deliberaciones, a la salida del sol constituíanse en sesión manteniendo en alto las respectivas añepas. Hablaban por orden de edad y categoría, resumiendo el soberano con  carácter de acuerdo después de oír a todos, sin tomar parte en las discusiones.
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No mencionan los autores, dos de las instituciones más peculiares de la sociedad guanchinesca, como fueron la del Beñesmer o asamblea legislativa y la de los Juegos Beñesmares similares a los Olímpicos. Tanto fray Alonso de Espinosa como Viana, más o menos explícitamente, hablan en diferentes puntos de Juntas o Cortes generales celebradas en medio de fiestas amenizadas con luchas, saltos, carreras, bailes y banquetes, siendo de las más famosas las que tenían lugar durante los nueve últimos días del mes de Abril y la segunda decena de Agosto; pero ni siquiera por incidencia las denominan una sola vez por sus populares nombres genéricos.

El primero que publicó la palabra Beñesmer fue fray Abreu Ga-lindo, pero confundiendo uno de los meses en que abrían las Cortes con las Cortes mismas, en lugar de aplicarla a éstas lo hizo al mes de Agosto; cuando es sabido que los guanches no designaban los meses del año con nombres particulares sino «primera luna», «segunda luna», etc., hasta doce. Viera y Clavijo aunque se dio cuenta del error de Abreu Galindo, tampoco tuvo un concepto claro del particular a juzgar por sus propias palabras:

«... las fiestas anuales del Beñesmem, que era la estación del estío en que hacían la recolección de sus granos, las de las Cortes generales de la isla y las de la jura y coronación de sus nuevos reyes, eran las más espléndidas».

Y aún aparece más oscuro en otros pasajes al intentar la explicación del vocablo Beñesmer:
«... la sazón de Julio y Agosto», «... la situación de las cosechas».

El Beñesmer o asamblea legislativa constituíase con el Gran Ta-goro y el Cuerpo de Chaureros o séase con los magnates del reino y la nobleza de segunda clase, que eran los elementos que lo integraban. Más que elemento moderador del poder real era el verdadero soberano de la república. Arbitro de los destinos de la nación, de su seno salía la paz y la guerra, las alian/as, las leyes, el premio y el castigo. Investía y proclamaba a los menceyes sometiéndolos a condiciones; conocía de todos los asuntos de la administración pública; autorizaba los matrimonios y divorcios; declaraba la mayor edad y la capacidad legal para ciertos derechos; descalificaba a los nobles y ennoblecía a los siervos por hechos extraordinarios, acordaba los festejos, los simulacros. Examinaba la contabilidad, balanceaba las existencias, acordaba los gravámenes y los repartos; llevaba el alza y baja del censo de población y de la riqueza pecuaria; marcaba las líneas generales del cultivo, del aprovechamiento de la tierra, del ganado, pesca y caza; votaba los auxilios a los tagoros siniestrados,... y en resolución, fiscalizaba, reglamentaba y legislaba sobre cuanto tenía relación con la vida de un pueblo bajo el régimen socialista comunista. ¡Nada escapaba a su poder soberano!

Sin perjuicio de constituirse el Beñesmer en toda circunstancia excepcional, como a la muerte y proclamación de los menceyes, declaración de la guerra, etc., por ministerio de la ley los soberanos lo convocaban tres veces al año, en la cuarta, octava y duodécima luna, durando cada legislatura nueve días que correspondían a los nueve últimos de la 3.a decena del mes de Abril, 2.a decena de Agosto y 3.a de Diciembre. Es evidente que la apertura de las Cortes en las referidas fechas, aparte de otras atenciones de la administración pública, obedecía principalmente al problema de la subsistencia relacionado con las épocas de producción y con los artículos alimenticios almacenados en los aregüemes o depósitos del común, que tenían que consumir y acordar la forma de reponerlos. Por esto después de recuentos exactos, de apreciar su estado de conservación y de calcular los ingresos probables dado el cariz de la estación, votaban sus presupuestos fijando el tipo de los gravámenes y las cantidades a distribuir en un reparto equitativo entre los tagoros; destinando el sobrante a celebrar, durante los nueve días de cada legislatura del Beñesmer, en medio de los bailes, luchas, carreras y toda suerte de ejercicios, aquellas famosas telfas o banquetes nacionales, pues todos eran comensales.

El edificio en que celebraba sus sesiones el Beñesmer consistía en un cerco que improvisaban espetando ramas de árboles sobre el suelo terrizo, limpio y apisonado, capaz para 100 o más personas, que decoraban con arcos, ramaje, yerbas aromáticas y flores silvestres. En el fondo y frente a su único portillo disponían en semicírculo tantos asientos cuantos eran los miembros del Gran Tagoro, destacándose en el centro por su elevación el del rey y siguiéndole los restantes de mas o menos según la categoría de los ocupantes. Tapizábanlos con hermosas pieles, de color rosado el del trono y los demás de otros matices. A los lados y delante del portillo ardían dos hogueras sagradas y otras dos por dentro, al cuidado de sacerdotes que las alimentaban con palo de rosa, sabina y otras leñas aromáticas; alrededor del cerco un crecido número de hidalgos daban guardia de honor al Beñesmer, y mientras éste se entregaba a sus funciones, agitábase en su contorno la bulliciosa muchedumbre.

Durante el acto los grandes permanecían sentados y de pie la nobleza de segunda clase o séase los chaureros, pero todos empuñando sus correspondientes añepas. Allí no había discusiones, ni se oía otra voz que la del rey, que tras breves palabras iba presentando las reformas o proyectos de ley a la aprobación de la asamblea, que en señal de conformidad levantaban la mano derecha. Recordemos que a aquellas alturas llegaba ya todo discutido y aprobado y que sólo faltaba la sanción legal. ¡Las intrigas probablemente serían antes!

El rey presidía y abría las sesiones a las horas reglamentarias de la salida del sol o en filos de medio día, permaneciendo lo indispensable para la aprobación de las leyes, siendo recibido y despedido con estruendosos ajijides1.

Es de presumir que esta organización alcanzara las postrimerías del siglo XV; por el temor de los mal llamados reyes a los proyectos de reivindicación de los soberanos de Taoro al trono de la isla, que vivían al acecho de los disturbios intestinos, y éstos eran de temer entre los hidalgos de ver sus prerrogativas en peligro. Pero de todas suertes puede asegurarse que en dichos Estados, sin embargo de sus aparentes procedimientos democráticos, no prevalecía la doctrina de derecho del imperio de la ley, o lo que es lo mismo, que la ley jurídica nacional no reinaba por igual sobre todos; porque aún sin contar con el subsuelo de una población de siervos o esclavos tan numerosa como la noble, despojada de su personalidad civil, todas las instituciones político sociales se basaban en un régimen de privilegios.
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NOTAS
1 Ajijides. Recuerdan el relincho de los vascos. Casi siempre es manifestación de alegría o de triunfo de las colectividades cuando van de camino.
Comienza cualquiera por gorgoritar a voz en cuello un sonido especial, vivo y excitante, y llegado cierto momento le sigue la muchedumbre prorrumpiendo en los mismos gritos como en tres tiempos (imprimiendo tres inflexiones).

Es indudable fue grito de guerra de los guanches, que aún conserva el privilegio de conmover a los isleños cuando lo oyen por los valles y montañas. Por la exactitud de estas noticias (fdo.) Juan Bethencourt.

ANOTACIONES

(1)  «La Sociedad guanche parece corresponderse con una estructura social de clan cónico [(R. González Antón, A. Tejera, 1981: 62-63)], en la que se establece una gradación de intereses y privilegios distribuidos jerárquicamente. Las diferencias vienen señaladas no sólo por la posesión de los medios de producción, el ganado principalmente, sino por las relaciones de parentesco con el linaje del Mencey, como jefe de su Menceyato...

Siguiendo a los autores citados, en cada barranco o asentamiento permanente habría un jefe —Cichiquitzo, o tal vez, Achimencey— ligado a la rama principal o decana, dominando a otros grupos pertenencientes a linajes secundarios. Los que no poseen los medios de producción son «los villanos», según el término del orden social europeo utilizado por Espinosa». (Antonio Tejera Gaspar. Ob. cit., págs. 64-65).

(2)  Ya hemos dicho que Bethencourt Alfonso plantea una serie de notas, basadas en los cronistas y en la tradición, que ayudan a entender el funcionamiento del Be-ñesmer y el papel desempeñado por éste dentro de la organización social y política de los guanches.

(3)  En los dibujos donde se presenta la celebración del Beñesmer, se intenta concretar gráficamente la tradición recogida en los pueblos del Sur de Tenerife.


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