Personajes populares
BALDOMERO
A muchas personas mayores les
hemos oído contar anécdotas sobre personajes populares de tiempos pretéritos.
Hacen referencia a una época de nuestra ciudad que suelen recordar como más
grata. Una época en que casi todos los vecinos se conocían entre sí. Eran
mayores la pobreza y la incultura, pero resultaban los caracteres más acusados
y la fauna humana más pintoresca y variopinta.
Por uno de estos personajes de
antaño me interesé, debido a que se le adjudicaban anécdotas muy buenas, pero
con tantas variaciones añadidas que imposibilitaba discernir cuál era la
versión auténtica. En vista de ello consulté el caso con dos especialistas que
sentaban cátedra en los aledaños del Café Madrid: uno era don Pedro Perdomo
Acedo, periodista, poeta, ex director del "Diario de Las Palmas". El
otro, menos intelectual, pero no por ello de bagaje anecdótico menos jugoso:
don Federico Sarmiento, periodista en su juventud, y dedicado en sus años menos
mozos a organizar homenajes a canarios ilustres.
Su dictamen sobre el caso me lo
dieron a dúo en su "consulting" de la plaza de Cairasco.
Yo no hago más que repetir
fielmente lo que ellos me contaron, sin añadir ningún comentario de mi cosecha,
esperando que esta versión se? acate como la definitiva y quede zanjada de una
vez para siempre esta asidua controversia histórica:
Baldomcro era alto, espigado, con
unas piernas muy largas. Era zapatero remendón. En aquella época había dos
clases de zapateros: el que hacía los zapatos e iba la gente a probárselos al
taller como quien se prueba un traje, y el que se dedicaba sólo a remendarlos.
A ponerles, como se decía antes, palas y punteras. Un taller de zapatería era
el de Milán. Otro el de maestro Juan Fuentes, en Santo Domingo, que tenía hasta
dieciséis operarios. Baldomcro trabajaba solo. Tenía su habitáculo (casa y
trabajo), en la calle del Diablito; que hoy es Villavicencio.
Baldomero vivía solo. Su madre
residía en Valleseco. Sentía locura por ella. Siempre que podía, como no lo
tuviera bajo sus garras la bebida, iba a verla.
Baldomero, borracho, la emprendía
con los políticos locales. Su blanco predilecto era don Diego Mesa. Don Diego
Mesa era inspector de la guardia municipal, una especie de virrey. Había dado
órdenes de que recogieran a los borrachos de la ciudad y los llevaran detenidos
a lo que se llamaba el cuarto de las cachuchas, porque en él los guardias
solían colgar sus gorras. Luego se llamó también el cuarto del cemento, o, simplemente,
el cemento porque las camas eran de manipostería. Llevaban detenido a un
maleante, y un traseúnte le preguntaba, zumbón:
—
¿A dónde te llevan Rafaé? — Al cemento.
El cuarto de las cachuchas, o del
cemento, estaba en la fachada norte del ayuntamiento, dando a un callejón frío
y aburrido. Allí llevaron varias veces a Baldomero, cumpliendo la orden de don
Diego Mesa sobre los beodos.
Una de las veces que llevaban a
Baldomero detenido, al pasar por delante del Obispado, salía el obispo en ese
momento. El obispo, que era el padre Cueto, al ver a Baldomero, se condolió, se
paró, alzó la mano y le echó la bendición. Se para un momento Baldomero, le
echa a su vez la bendición al obispo, y le dice:
— Ni me debes, ni te debo.
En cierta ocasión estuvo de visita
en Las Palmas el obispo de Tenerife, Fray Albino. Al verlo pasar, Baldomero
preguntó quién era aquel conspicuo personaje.
— Es el obispo fray Albino.
-
¿Albino? -Miró para él- Tú al vino y yo al ron.
Hay una anécdota de Baldomero que
es menos conocida que las anteriores, pero que revelan una gran imaginación:
Una vez se rumoreó que Baldomero había muerto. Lo que ocurrió en realidad fue
que no se le veía el pelo porque tuvo que pasar una quincena en el cuarto de
las cachuchas. Cuando "salió fue a coger el tranvía eléctrico de la plaza
del mercado y, al subirse a la plataforma delantera, un conocido le espetó:
— ¡Oh, Baldomero! Me alegro de
verte. Decían que te habías muerto.
—
¡Sí, mi niño, sí — le contestó un poco molesto— Pero es
que le pedí quince días de permiso al sepulturero.
Baldomero, borracho, soltaba
sapos y culebras por la boca, sobre todo si lo llevaban detenido. A don Diego
Mesa le decía barbaridades. Lo más inocuo que le decía era: "¡Muera don
Diego Mesa!". Luego varió y gritaba: "¡Viva don Diego Mesa!" y
añadía en voz baja "para j...".
Baldomero era republicano, y daba
vivas a la República
y a don José Franchy. Sin embargo, no llegó a ver la República. Murió
antes del 31.
Era un borracho de población, no
de barrio. Se emborrachaba por los mercados. Nunca fue pedigüeño. Se
emborrachaba con dos pesetas, y para eso ganaba de sobra.
Lorenzo Doreste Suárez, en: Revista Aguayro
Año XII nº 141, mayo-junio de 1982.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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