1980 septiembre.
PASOS DE DE HUMBOLDT
La vivacidad de una cultura,
puesta a prueba a través de una representación de sus rasgos formantes, ¿debe
su perfil tan sólo a los datos visibles que la sustentan? Si es cierto que
únicamente éstos pueden dar una clara medida de aquella vivacidad, no parece
menos seguro que otra clase de datos, que operan en un estadio preciso del
inconsciente de la cultura, gravita de manera invisible. Esa otra clase de datos
puede ser traducida a la órbita de significación que la palabra
"imagen" hace resonar.
Imaginación, imagen, imaginario.
La esencial invisibilidad de aquellos otros datos puede hacer dudar de su
existencia, pues ¿cómo puede una cultura estar también fundada en la
invisibilidad? "¿Cómo puede ser —escribió el poeta José Le-zama Lima— que
algo se compone de lo que no es?. La única respuesta posible —añade— no está en
el tiempo ni en el espacio, sino en la ¡mago. La expresión de Heidegger salir
al encuentro sólo puede tener sentido acompañada de otra, nos viene a buscar,
la instantaneidad coincidente de ambas expresiones es la ¡mago".
Esencial coincidencia o
convergencia de la imagen. La presencia de Alejandro de Humboldt en Canarias
parece instalarse en la imagen con la misma felicidad con que sus viajes
forjaron hitos de la ciencia naturalista. Si el recorrido insular de Humboldt
es, en efecto, un referente indesplazable de la ciencia y, de esta manera, un
dato "visible" cuyo significado posee un inequívoco registro
histórico y material, existe igualmente en ese recorrido un poder simbólico
cuya función o papel en los "anales diáfanos" de la imagen disemina
significados profundos e invisibles. Símbolo cultural, el viaje de Humboldt es
un signo o, más exactamente, una imagen, fundada al decir de Lezama por un
encuentro y una búsqueda.
Sorpresa y regalo de sentido es
ya el carácter imaginístico de la empresa de Humboldt en su espíritu mismo:
"la vista de un drago colosal y de una palmera abanico, en una vieja torre
del Jardín Botánico de Berlín ha depositado en mí el primer germen de este
ardor inquieto que me ha empujado irresistiblemente hacía viajes lejanos".
Búsqueda y encuentro están fundando aquí una imagen, originariamente. El
viajero es ya consciente de haber abandonado Europa y de estar situado en un
nuevo horizonte geográfico. Pero Canarias no es tan sólo, ahora, el inicio de
ese nuevo horizonte, sino, plenamente, otro "tiempo mental", y de
ello dará prueba, entre otras cosas, una declaración como la referente a la
similitud de las maneras sociales de Canarias y Cuba: "Las Islas Canarias
—escribe Humboldt— no se parecen con ninguna de las colonias españolas, excepto
La Habana ".
Muchos oíros indicios dan cuenta de ese otro nuevo "tiempo mental",
pensado por el viajero sobre los frescos signos de un drago y de una
palmera-abanico, y verificado sobre otros tantos datos de un análisis que no
empaña la imaginación, sino que, al contrario, la alimenta indefinidamente.
En su trabajo "Alejandro de
Humboldt en Tenerife", A. Cioranescu ha subrayado la atractiva
"impureza" del 'discurso científico de Humboldt, fuertemente racheado
de filosofía, historia, etnografía: documento, por así decir,
"total", abarcador de una muy amplia visión ¿No es esa amplitud la
que, precisamente, vuelve más históricamente valioso el testimonio de Humboldt?
Ese testimonio, vertido casi en el límite de encuentro de dos siglos, nos habla
desde una verdad histórica en busca de la formulación mítica, pues historia y
mito dialogan ahora en una síntesis última. La imagen forja aquí un mito
¡n-desplazable, el de Canarias como una nueva latitud de la imaginación, rampa
de la lejanía americana, primer puerto levantado sobre lo desconocido.
¿Cómo hurtarse a esa
significación, a esa insinuación de la imagen de un Humboldt que declara:
"nada puede expresar la emoción experimentada por un naturalista, al tocar
por primera vez un suelo que no es Europa"? ¿Puede decirse, con algún
atisbo de verdad, que, en el horizonte mental de los hombres europeos del cruce
entre los siglos XVIII y XIX, Canarias es aún no el punto de deslizamiento sino
una parte de la lejanía, de la mítica lontananza americana?. Pues ese signo
fabuloso tendría para nosotros el valor de un mito alzado sobre la imagen. Y es
que ese hecho, contando ya con inconfundibles imágenes portadoras de mito,
contaría también con el respaldo racional de la historia. Lo invisible se haría
así visible: la imagen respondería ahora por igual al mito y a la historia.
Andrés Sánchez
Robayna, en: Revista Aguayro
Año XI nº 127, septiembre de 1980.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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