1980 septiembre.
PROOCESO
DE URBANIZACIÓN Y URBANIZACION AMBIENTAL EN CANARIAS
Vamos a referirnos a continuación
a un tema lacerante, a un tema doloroso, a un tema que nos está trasladando una
tensión y una contradicción permanente en nuestra vida cotidiana. Vamos a
referirnos, ni más ni menos, que e la absurda e increíble destrucción de
nuestro habitat, del medio natural en el que se desarrolla nuestra existencia,
del ambiente físico y social al que cada día están llegando nuevos seres
nacidos en nuestra tierra y en el que habrán de vivir—si antes nuestras islas
no se han hecho definitiva y enteramente insoportables— las futuras
generaciones.
Aquí vamos a hablar de verdades
elementales. Lo que aquí vamos a decir y a comentar lo sabemos y lo conocemos
perfectamente ustedes y yo. Esta exposición no va a ser un artículo
documentado, no va a entrañar la aportación de un conjunto de datos nuevos, no;
aquí vamos a situarnos por completo en el terreno de la descripción y en el de
la denuncia de los hechos.
Y vamos a partir de una verdad
elemental: la intensa degradación de nuestro medio, que se manifiesta
especialmente en las islas de Gran Canaria y Tenerife.
Nuestro punto de partida incluye
la siguiente hipótesis:
1. La degradación ambiental
moderna en Canarias es casi exclusivamente producto del proceso de
urbanización.
2 El proceso de urbanización se
ha desarrollado casi por entero de una forma anárquica, desordenada y al
servicio de los intereses particulares y no de los colectivos.
3. Esta urbanización desordenada
es producto de multitud de iniciativas individuales (insertadas en un marco
social que incluye factores como los bajos niveles culturales de la población,
bajos niveles socioeconómicos, especulación salvaje e irracional, sujeción a
intereses estrictamente egoístas, carencia absoluta de conciencia social y de
conciencia sobre los valores del paisaje y del medio natural), iniciativas
individuales, repito, negativas para el conjunto social, ejecutadas con la
omisión y la complicidad de los organismos y corporaciones públicas (estatales
y locales), que no sólo no han cumplido con su deber de redactar y aplicar
planes de ordenación territorial y planes de ordenación urbana, sino que han
dejado hacer a cada cual lo que le saliera en gana, en este orden de cosas,
poniendo en práctica lo que entendemos como ley de la selva, aunque esta
expresión no podríamos aplicarla aquí, porque la selva es algo mucho más
hermoso, algo mucho más coherente y basta diríamos racional que los resultados
del fenómeno, del triste fenómeno que comentamos.
4. Los negativos y desastrosos resultados de
este desordenado proceso moderno de urbanización en
Canarias eran totalmente evitables con una ordenación del
territorio y pueden cortarse a partir de ahora si ésta se aplica.
5. Los daños al medio producidos por la
urbanización desordenada e
incontrolada son
irreversibles.
EL
PROCESO DE URBANIZACIÓN ANTIGUO
Creo que estos cinco presupuestos
son simples y al propio tiempo fundamentales, y que, por supuesto, no precisan
demostración. Basta darse una vuelta por nuestra isla con los ojos apenas
abiertos para darse cuenta de ello. Sin embargo, la exposición que vamos a
hacer seguidamente lleva! implícita una demostración de los] mismos. Para ello
vamos a hacer un somero recordatorio del
desenvolvimiento de los asentamientos urbanos y rurales en el Archipiélago, no
porque el título de este artículo hable específicamente del proceso de
urbanización, ni por un pequeño afán erudito, sino porque ello nos proporciona
el primer tramo de nuestro hilo conductor y también, por otro lado, nos permite
deslindar aciertos y desaciertos y, sobre todo, responsabilidades históricas.
Los asentamientos de población
que parten de la conquista del Archipiélago en el siglo XV obedecen, como bien
sabemos a varios órdenes de factores. U nos tienen su origen en iniciales
emplazamientos castrenses, otros prolongan originarias ubicaciones señoriales y
religiosas, algunos mantienen el mismo lugar que tuvo un poblado o núcleo
aborigen. Pero, en general, los criterios que se imponen y se afirman con el
tiempo son los de localización costera, localización junto a los barrancos y
lugares ricos en agua y localización en fértiles valles.
Podemos recordar numerosos
ejemplos que encajan perfectamente en las citadas motivaciones. Así, La Laguna se asienta sobre la
antigua Agüere, en el centro de un fértil valle y junto al pequeño lago que le
dio su nombre. Las Palmas es una localización costera —con un puerto magnífico
en sus proximidades—, en la desembocadura de un barranco que en invierno
aseguraba los suministros de agua (factores ambos que seguramente determinaron
la ubicación del primitivo campamento castellano para la conquista de Gran Canana)
y junto a unas colinas que muy probablemente acogieron un pequeño núcleo de la
población prehispánica. Igualmente, Santa Cruz de La Palma y Santa Cruz de
Tenerife fueron iniciales emplazamientos de los conquistadores, apoyados en su
situación costera y de bocabarranco. Telde tiene sus antecedentes en los
poblados aborígenes de Tara y Cendro, situados en las márgenes de un barranco
(recordamos Guayadeque, la cuenca del Guiniguada, etc.). Con el paso de los
siglos se impondrá la localización porteña. Los puertos, incluso los de poca
importancia, son los instrumentos de comunicación y de comercio, los únicos
núcleos de población que desarrollan algún tipo de actividad, los que permiten
algún tráfico de personas y de ideas. También esta interpretación puede ser
ilustrada con claros ejemplos. El más relevante es el que nos ofrecen Santa
Cruz y La Laguna
en el siglo XVIII. Otros son el de Arrecife, que sustituiría el antiguo papel
principal de la villa de Teguise, y el de Puerto Cabras que reemplazaría a la levítica
Santa María de Betancuria una vez desaparecido el riesgo de ataques exteriores
a la isla de Fuerteventura.
En el siglo XVI las ciudades
isleñas más importantes —La
Laguna , Las Palmas o Canaria y Santa Cruz de La Palma — apenas alcanzan los
cuatro o cinco mil habitantes. En ese mismo siglo ya han iniciado un
estancamiento que perdurará hasta el XIX en el caso de Las Palmas y hasta
nuestra centuria en los otros dos. Durante varios siglos su crecimiento es muy
lento y sus tasas de incremento demográfico francamente bajas. Pasada la fase
azucarera, se mueven dentro de las coordenadas de un mundo rural, complementado
en el orden de la subsistencia por la actividad pesquera en el puerto de Las
Palmas de Gran Canaria y la actividad comercial monopolizada por el de Santa
Cruz de Tenerife. En dos siglos, desde los finales del XVI hasta la terminación
del XVIII, una ciudad como Las Palmas apenas incrementó su población hasta los
diez mil habitantes. En términos absolutos y relativos el incremento todavía
fue menor en La Laguna ,
aunque hay que tener presente que en el siglo XVIII el puerto de Santa Cruz
comienza a absorber la población y las energías de la antigua villa lagunera.
En correspondencia con el escaso aumento de la población urbana, los perímetros
de las ciudades apenas manifiestan en estas centurias ligeras variaciones.
EL
HABITAT RURAL ANTIGUO
En los siglos XVIII y XIX la población de Las Palmas supone
aproximadamente una quinta parte de la isla de Gran Canaria. El porcentaje es
más reducido en la población urbana de Tenerife. En el Archipiélago impera una
economía rural y una sociedad que atiende por completo esta calificación. En el
interior hay núcleos de cierta importancia como La Orotava /Telde, Icod,
Guía-Gáldar, Vallehermoso. Luego pequeños caseríos, poblados por algunos
centenares de vecinos y un diseminado rural que ha comprendido desde las amplias quintas y casonas
solariegas de los terratenientes hasta las casas de los campesinos acomodados y
modestos.
En las islas centrales y
occidentales la arquitectura rural está representada por la casa de planta
rectangular de uno o dos pisos; techo de tejas con cubierta a dos o cuatro
aguas; frontis lisos con disposición vertical de los huecos afirmados con
dinteles rectilíneos de cantería. En la típica casa de dos plantas es común la
balconada corrida toda fachada confeccionada en madera, sustentada sobre
zapatas y postes de madera que se le1e vantan sobre bases de cantería en el
nivel del suelo. La balconada es la única complejidad ornamental que presenta
este género de edificación Construcción tradicional en San Mateo (Gran Canaria)
y se corresponde con la entrada y fachada principal de la casa o con el patio.
La mayoría de los habitantes de
las Islas vivían en los antiguos pequeños núcleos poblacionales —aglutinados
muchas veces alrededor de la iglesia y de la plaza del pueblo— y en el
designado diseminado rural. Pueblo y diseminado se hallaban armónicamente
insertados en el paisaje agrícola —ya transformado por la acción del hombre— o
bien en un paisaje natural de valles, barrancos y montañas.
En las islas orientales —Lanza
rote y Fuerteventura—, ,con un paisaje, una vegetación y unas circunstancias
geográficas y climáticas diferentes de las del resto, los núcleos rurales y el
propio diseminado rural han ofrecido características diferentes de las de las
islas centrales y occidentales, y concretamente en la isla de Lanzarote la
arquitectura popular se asemeja mucho a la arquitectura ibicenca. Pero de todos
modos el proceso de urbanización antiguo y los asentamientos rurales responden
a iguales condicionantes —lacrados por las duras fases de sequía y hambre,
seguidos de la emigración en masa— que los de las otras islas periféricas.
EL
PROCESO DE DEGRADACIÓN ANTIGUO
La degradación ambiental y del
medio natural en Canarias, como en cualquier otra región habitada del planeta,
no es producto exclusivo de los últimos cincuenta años. Se inicia con la
llegada de nuestros primeros pobladores, que ya comenzaron a alterar levemente
el medio con sus cultivos y sus prácticas ganaderas. Pero la modificación
intensa del medio —fundamentalmente en lo que se refiere a la vegetación y a
los ciclos naturales del agua— comienza a desarrollarse con la conquista y el
asentamiento de las poblaciones europeas. Sin duda la cobertura vegetal y la
visión del paisaje que ofrecían entonces —en el siglo XV y aún a principios del
XVI— las Islas Canarias eran muy distintas y por supuesto mucho más ricas que
las que conocieron los habitantes de los siglos posteriores.
Una buena parte de las
superficies insulares cubiertas de plantas silvestres, flora arbustiva y
vegetación arbórea en medianías y en costas fueron dedicadas a partir de
entonces al uso agrícola. Ello determinó la desaparición de toda esa vegetación
en un periodo de tiempo relativamente corto en las zonas destinadas a la
agricultura. Implicó, igualmente, la roturación y desplazamiento de las tierras
y la construcción de trabajosos bancales y terrazas en las laderas de los
barrancos y zonas montañosas. Con la desaparición de aquella vegetación perdió
su habitat y, podemos decir, su modus vivendi un gran contingente de la fauna
insular, desde las aves a los reptiles e insectos. Y el destino agrícola de las
tierras hubo de alterar los ciclos naturales del agua, especialmente desde que
a partir de los últimos años del siglo XV se impuso en Gran Canaria, Tenerife y
La Palma el.
cultivo de la caña de azúcar, planta necesitada de mucho riego. El propio
cultivo de la caña de azúcar —con sus exigencias en la fase de producción industrial—
de grandes cantidades de madera para la construcción de ingenios y para su uso
como combustible necesario en las operaciones del refino está también
relacionado con un segundo aspecto de la acción hu mana sobre el medio en ese
periodo: la destrucción de los bosques. No sólo la industria azucarera, sino la
construcción urbana y rural, la edificación de iglesias, ermitas y conventos;
la fabricación de mobiliario doméstico y de útiles de labranza; la construcción
de medios de transporte (carretas, embarcaciones), etc., demandaban grandes
cantidades de madera — muchas veces de maderas nobles y resistentes— que sólo
podrían tomarse de las grandes masas arbóreas que cubrían la mayor parte de la
superficie de las islas centrales y occidentales. Acaso la isla que sufrió
mayormente el expolio y la destrucción de su vegetación fue Gran Canaria, pero
también Tenerife se vio notablemente afectada por la acción humana. El sino de
las islas más importantes económica y socialmente y, por ello, más pobladas ha
sido, obviamente, el de sufrir una más intensa degradación ambiental.
Las laderas de las zonas medias
del norte de Tenerife desde Taganana a Teño tenían una cobertura de
fayal-brezal, mientras que en los cauces de los barrancos y lugares más húmedos
reinaba la laurisilva. Y entre los mil y los dos mil metros
de altitud crecía
el monte de pinos en las vertientes norte y sur. Igualmente en las zonas
medias del norte y noreste de Gran Canaria desde Tenteniguada a Fontanales
tenían la misma distribución de fayal-brezal y laurisilva y luego seguía el
pinar que-se extendía hasta la,vertiente sur. En las islas de la Gomera y La Palma , posiblemente la mejor
conservada en su masa arbórea, puede aún contemplarse parte de la distribución
original de la misma.
Pues bien, las necesidades de
madera y de leña llevaron a una rápida destrucción de los bosques de
fayal-brezal y la laurisilva —y también de grandes superficies del monte de
pinos— en Gran Canaria desde el final del siglo XV hasta el final del primer
cuarto de la siguiente centuria.
Hacia 1530 el Cabildo grancanario
había acordado poner en vigor una serie de prohibiciones de talas temporales en
los montes de Doramas, Tamadaba y Lentiscal, entre otros, así como el
aprovechamiento de las palmeras para la construcción de cajas. Las ordenanzas
vigentes en aquellas fechas indican claramente el grado de destrucción que
habían sufrido los montes de laurel del norte de la isla, así como parte del
pinar.
Un tercer, y no menos importante,
aspecto de la fase de degradación antigua, es la alteración del curso
originario de las aguas y, por consiguiente, del ciclo natural de las mismas.
La agricultura y el abastecimiento de las poblaciones exigieron desde un primer
momento la canalización de las aguas para atender a
las necesidades respectivas. Por ejemplo, en Gran Canaria se
verificó a principios del XVI la canalización de las aguas de la cumbre destinadas
al abastecimiento de Las Palmas
y a los cultivos de la Vega ,
desviando parte de su curso natural que originalmente seguía hacia el oeste de
la isla. Los heredamientos que surgieron en las principales cuencas de las
islas centrales y occidentales generaron sucesivas alteraciones del curso de
las aguas, provocando cambios en la vegetación y el inicio de procesos de
desertización en determinadas zonas.
Además de los tres aspectos
citados, el pastoreo y especialmente la presencia de un animal doméstico tan
dañino para la cobertura herbácea y de pequeñas plantas como la cabra también
impuso desde entonces modificaciones en el medio.
Junto a las alteraciones
ambientales protagonizadas por la intervención del hombre, las modificaciones
generadas por la propia naturaleza son importantes en un archipiélago en el que
el vulcanismo tiene extraordinaria importancia. Las erupciones volcánicas
ocurridas en los últimos cinco siglos han significado cambios en el medio
natural en las islas que se hallan más al norte. En Lanzarote las continuadas
erupciones de 1700-1736 cubrieron de lava un tercio de la isla. En La Palma han dejado sus huellas
varios volcanes desde el siglo XVI hasta 1971. Y en Tenerife la erupción del
Teide de 1706 afectó la vertiente norte de la isla y sepultó a la villa de
Garachico.
Otras causas naturales, como las
tormentas y huracanes, afectan igualmente a determinados aspectos de la
cobertura vegetal. Por ejemplo, un viajero de principios del siglo XVIII nos
traslada la información de que el pinar de la isla de Tenerife en su vertiente
norte fue en otro tiempo muy frondosa, según le habían dicho en la isla, pero
en su visita él lo encontró muy claro como consecuencia de las talas y el
aprovechamiento del monte y, además, según asimismo le refirieron, a causa de
los daños producidos por un huracán que poco tiempo antes había asolado esa
parte de la isla. Añadamos que las fases de lluvia y sequía, que he estudiado
para Gran Canaria en otro lugar, dejan igualmente profunda huella en el medio
ambiente de las islas, aunque hay que partir del hecho de un clima muy estable
en el Archipiélago durante muchos milenios que es, justamente, lo que ha
permitido la preservación de una flora desaparecida en África y Europa a causa
de los cambios climáticos.
PROCESO
DE URBANIZACIÓN MODERNO
Así habían permanecido las Islas
hasta finales del siglo XIX. En la segunda mitad de este siglo la apertura de
vías de comunicación interiores —que en sí mismo suponían un factor positivo
para el desarrollo económico y social— iban a marcar en el futuro una especie
de líneas o mojones a los que se acomodara la urbanización. Como en el siglo
XVI estas carreteras parten de la capital para comunicar con ésta a los pueblos
más importantes del interior, sin que ello implicara, naturalmente, el promover
alientos urbanizadores. En lo que se refiere a Gran Canaria en la segunda mitad
del siglo pasado se llevó la carretera del norte hasta Agaete, se hizo la
carretera a Teror, se unió a Aru-cas con Moya, se llevó la carretera del centro
a San Mateo y se hizo la carretera a Telde y Agüimes salvando con un túnel la
encrucijada de La Laja.
Realmente, el desenvolvimiento de
las dos capitales canarias —las dos grandes ciudades que tenemos en la escala
insular— comienza a finales del siglo pasado a raíz de la construcción de sus
respectivos puertos modernos, en una fase que coincide con el ciclo económico
expansivo que se da entre 1890 y 1914 y que, en la escala local, aparece
acompañado de distintos factores de desarrollo: introducción de la tecnología
moderna en el equipamiento urbano (transportes y comunicaciones), renacimiento de
la agricultura de exportación, inversiones europeas, primer desarrollo
turístico y movimiento comercial, propiciado por los nuevos puertos.
Antes había ofrecido el dato de
que hasta esas fechas la población de Las Palmas representaba un veinte por
ciento de la del conjunto de Gran Canaria y que en la isla de Tenerife este
porcentaje en la relación demográfica capital-isla era ligeramente inferior. En
el censo de 1887 la población de la capital representaba en Gran Canaria el
21,7 % del total insular. Y la de Santa Cruz de Tenerife el 18 % de toda la
isla. Sin embargo, a partir de finales de siglo se inicia una cada vez más
definida tendencia a la inversión, al cambio, en el peso demográfico con una
participación más importante de la población capitalina, especialmente en la
isla de Gran Canaria.
En el cuadro correspondiente
recogemos el desarrollo cronológico de este fenómeno en ambas capitales desde
principios de siglo:
invernal. Hacia 1975 el proceso
de macrocefalia parece haberse parado como consecuencia de la descentralización
a nivel insular del equipamiento hotelero y de la afirmada preponderancia del
gran centro turístico del sur de Gran Canaria. Un factor coadyuvante ha sido la
intensiva motorización privada de la población que permite el desplazamiento
cotidiano al fugar de trabajo en la capital sin la inexorable necesidad de
cambiar el domicilio de la familia. Pero las crecientes subidas de carburante
operan contra solución y posiblemente vayan a convertirse en un factor de
concentración urbana.
En Tenerife el porcentaje de la
población capitalina se ha mantenido alrededor del treinta por ciento. Sin
embargo, hay que tener presente que una buena parte —quizás la mitad— de los
habitantes del municipio de La
Laguna habrían de sumarse, dentro de los criterios de
correlación de la población urbana e insular en qué nos
AÑO HABITANTES Porcentaje
de
Las
Palmas de G.C. Gran Canaria pobla. de la cap.
1900 44.517 127.471 34,9
1920 66.461 173.522 38,3
1930 78.264 216.853 36,0
1940 119.595 279.875 42,7
1950 153.262 331.725 46,2
1960 193.862 400.837 48,3
1970 287.038 519.606 55,2
1975 348.776 633.704 55,0
Santa
Cruz de T, Tenerife
1900 34.410 138.008 24,9
1920 52.432 176.998 29,6
1930 62.087 218.877 28,3
1940 72.358 261.817 27,6
1950 103.446 317.727 32,5
1960 133.100 387.767 34,3
1970 151.361 500.381 30,2
1975 186.237 589.887 31,5
Las cifras nos testimonian
nítidamente que en Gran Canaria se ha venido produciendo un fenómeno de
macrocefalia urbana perfectamente definido. A partir de 1966 la capital pasó a
tener más habitantes que el resto de la isla. Los factores de este fenómeno son
conocidos: concentración en la capital de inversión y consumo, emigración
campesina a la ciudad en busca de mejores salarios y mejores condiciones de
vida (plazas escolares, asistencia sanitaria, espectáculos, etc.) y desde 1958
el desarrollo turístico (hoteles, restaurantes, centros de diversión,
construcción, industrias auxiliares, etc.) en una ciudad dotada de buenas
playas y buen clima movemos, a los de la capital incrementando en algunos
puntos tal porcentaje.
También en Lanzarote se generó
desde los años sesenta un intenso fenómeno de concentración de su población en
su capital. Arrecife. Ya en 1960 los habitantes de este municipio suponían un
36,9 con respecto a los restantes de la isla. En 1975 esta proporción había
subido hasta el 51,4 por ciento. El hecho tiene la correspondiente importancia
a la escala de aquella isla, pero carece de incidencia en la elaboración y en
la interpretación de otros cómputos.
Nuestra ciudad de Las Palmas es
un buen ejemplo de agresión directa al medio natural desde su fundación hasta
su desarrollo contemporáneo. Esta villa se había emplazado en un maravilloso
escenario natural: el oasis de palmeras que cubría la desembocadura del
Guiniguada en las proximidades de un paradisíaco paisaje de dunas que la Isleta. El primer emplazamiento del futuro núcleo
urbano la destruccion del palmeral.
Varios siglos después la
expansión de la ciudad fue engullendo el sistema de dunas y su peculiar
vegetación dejando solamente una exigua línea de playa en el litoral de Las
Canteras.
EL
FACTOR DEMOGRAFICO
El crecimiento urbano es
concentración numérica de la población. En esta concentración influyen dos
factores: crecimiento vegetativo y movimientos migratorios, cada uno
independiente, o ambos combinados. Las elevadas tasas demográficas sostenidas
en Canarias en este siglo y especialmente en los últimos treinta años han
determinado una .mayor concentración ocupacional del suelo en la escasa
superficie de las Islas. Para calibrar este fenómeno sólo hay que tener
presente que en cien años la población de las Islas Canarias se ha multiplicado
por seis y que este crecimiento es muy intenso en una isla como Gran Canaria
que, de hecho, en este periodo ha multiplicado su población por diez.
Ciñéndonos a la etapa más
reciente, en los últimos treinta años la población de las islas se ha
duplicado. Gran Canaria está por encima de este índice; Fuerteventura coincide
con la media y Tenerife y Lanzarote se acercan, mientras que Gomera, Hierro y,
en determinados momentos. La
Palma , han perdido población.
Con esta realidad demográfica de
base, interesa detenernos en la distribución de la plobación y en sus
movimientos recientes. En Tenerife ha existido siempre una tradición
ocupacional de la zona más rica de la isla, el norte, y hoy alrededor de un
setenta y cinco por ciento de la población se concentra en la capital y en la
franja que va de La Laguna
a Garachico. Aunque las recientes urbanizaciones turísticas en el sur y oeste
de la isla han atraído alguna población, la distribución de la población en
Tenerife responde a la que allí se impuso desde siempre.
En Gran Canaria la situación es
diferente. Desde una antigua preponderancia de los asentamientos poblacionales
en el norte de la isla (medianías orientadas hacia ese punto y zonas agrícolas
más ricas) se ha producido un desplazamiento moderno de la población hacia la
franja oriental motivada por diferentes factores. En esta zona había de antiguo
una población notable en Telde, que en la época de Viera y Clavijo contaba con
un número de habitantes equivalente al de la mitad de la ciudad de Las Palmas.
Telde está asentada en un valle que tuvo una notable riqueza agrícola. El
movimiento contemporáneo de población hacia el este de Gran Canaria ha tenido
también motivaciones de economía agrícola —el trabajo en las grandes zonas
dedicadas al cultivo del tomate en el sudeste y sur de la isla— pero en aquél
han influido, asimismo, factores como el emplazamiento del aeropuerto, la instalación
de numerosas industrias y, finalmente, el turismo y el desarrollo de la
construcción turística. Las gentes que habían venido a vivir a esta zona para
trabajar como aparceros del tomate, luego han pasado —eventual o
definitivamente— a trabajar en la construcción turística y en la hostelería, lo
que ha pasado a fijarlos establemente en su nueva residencia.
Al amparo de estas circunstancias
se desenvolvió una urbanización que no podemos menos que calificar de marginal,
a ambos lados de la línea recta de carretera que va desde la altura de La Garita hasta El Doctoral.
Autoconstrucción clandestina, chabolas, bloques, industrias e infinidad de
"cajones" componen este desagradable "urbanismo del desorden y
de la miseria" que, por fortuna, vino a situarse en la zona de Gran
Canaria con menos valores paisajísticos, aunque, por desgracia, en la más
transitada. Allí ha surgido esa horrible y polvorienta "ciudad
lineal" que se llama Vecindario que representa una síntesis de todos los
errores que en este orden de cosas pueden producirse.
Aunque en todo el Archipiélago no
hay nada que pueda parangonarse con la «situación que presenta el Este de Gran
Canaria, sí, en cambio, podemos citar ejemplos localizados de este género:
Arrecife, San Bartolomé, Tías en Lanzarote; Puerto del Rosario y Gran Tarajal
en Fuerteventura. Como antes decíamos en Lanzarote se ha producido un
movimiento de población igualmente definido, con despoblación casi total del
campo y concentración de la población en Arrecife, ciudad que también en buena
parte es síntesis de lo que es una edificación anárquica y absurda.
Alfredo Herrera Piqué
en: Revista Aguayro
Año XI nº 127, septiembre de 1980.
(Archivo Personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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