EL
EVANGELIO DE LA NATIVIDAD
DE MARIA
Prefacio
El suave requerimiento que me dirigís reclama de
mí un trabajo relativamente fácil, pero penoso en grado sumo, por las
cuidadosas precauciones que hay que tomar contra el error. Me pedís, en efecto,
que ponga por escrito lo que haya encontrado en diversas fuentes sobre la vida
y la natividad de la bienaventurada Virgen María hasta su incomparable parto y
hasta los primeros momentos del Cristo, empresa poco difícil de ejecutar, pero singularmente
presuntuosa, como os digo, por los peligros a que expone a la verdad. Porque lo
que de mí exigís, hoy que las canas blanquean mi cabeza, lo he leído, sabedlo,
cuando era joven, en un librito que cayó en mis manos. Ciertamente, después de
ese lapsó, colmado por otras preocupaciones nada triviales, ha podido muy bien
suceder que varios rasgos se hayan escapado de mi memoria. Por ende, si accedo
a vuestra súplica, habría injusticia en acusarme de haber querido suprimir,
añadir o cambiar un ápice de la historia. Si esto ocurriese, y no lo niego,
sería, a lo menos, cosa independiente de mi voluntad. En estas condiciones, y
en éstas solamente, satisfago vuestros deseos y la curiosidad de los lectores,
previniéndoos, empero, tanto a vosotros como a ellos, que el susodicho
opúsculo, si no me es infiel la memoria, comenzaba por el siguiente prefacio,
que recuerdo, a lo menos en su sentido.
María y sus padres
I 1.Sabemos
que la bienaventurada y gloriosa María siempre virgen, salida del tronco real
de la familia de David, nació en la ciudad de Nazareth, y fue educada en
Jerusalén, en el templo del Señor. Su padre se llamaba Joaquín, y su madre Ana.
Su familia paterna era de Galilea, de la ciudad de Nazareth, y su familia
materna era de Bethlehem.
2. Y la vida
de ambos esposos era sencilla y santa ante Dios, y piadosa e irreprensible ante
los hombres. Todos sus bienes, en efecto, los habían dividido en tres partes,
consagrando la primera al templo y a sus servidores, distribuyendo la segunda
entre los pobres y los peregrinos, y reservándose la tercera para sí mismo y
para los menesteres de su hogar.
3. Y de
esta manera, amados por Dios y buenos para los hombres, habían vivido durante
cerca de veinte años en un casto connubio, sin tener descendencia. No obstante,
habían hecho voto, si por acaso Dios les daba uñ hijo, de consagrarlo al
servicio del Señor. Y, así, cada año, acostumbraban, en los días festivos, a
ir, piadosos, al templo.
Maldición de
Joaquín por Isachar
II 1.Y,
como se aproximase la fiesta de la Dedicación , Joaquín, con algunos de sus
compatriotas, subió a Jerusalén. Y, en aquella época, Isachar era Gran
Sacerdote. Y, habiendo visto a Joaquín con su ofrenda, en medio de sus
conciudadanos, lo miró con desprecio, y desdeñé sus presentes, preguntándole
por qué él, que no tenía hijos, se atrevía a estar entre los que eran fecundos.
Y le advirtíó que, habiéndolo Dios juzgado indigno de posteridad, no podían
serle aceptos sus presentes, por cuanto la Escritura dice: Maldito sea quien no engendre
hijos en Israel. Y lo conminó para que se librase de esta maldición, creando
una progenitura, porque sólo entonces le sería lícito acercarse, con sus
ofrendas, a la presencia del Señor.
2. Y
este reproche que se le lanzaba cubrió de extremo oprobio a Joaquín, el cual se
retiró al sitio en que estaban sus pastores con sus rebaños. Y no quiso volver
a su casa, temiendo sufrir los mismos reproches de sus comarcanos, que habían
asistido a la escena, y que habían oído al Gran Sacerdote.
Aparición
de un ángel a Joaquín
III 1. Y
permanecía allí desde hacía algún tiempo, cuando, cierto día que estaba solo,
le apareció un ángel del Señor, rodeado de una gran luz. Y, a su vista, Joaquín
quedó turbado. Pero el ángel apaciguó su turbación, diciéndole: No temas,
Joaquín, ni te turbe mi vista, porque soy un ángel del Señor, enviado por Él a
ti, para anunciarte que tus súplicas han sido escuchadas, y que tus limosnas
han subido a su presencia. Ha visto tu oprobio, y ha considerado el reproche de
esterilidad que sin razón se te ha dirigido. Porque Dios es vengador del
pecado, mas no de la naturaleza. Y, cuando cierra una matriz, lo hace para
abrirla después de una manera más admirable, y para que se sepa que lo que nace
así no es fruto de la pasión, sino presente de la Providencia.
2. La
primera madre de vuestra nación, Sara, permaneció estéril hasta los ochenta
años, a pesar de lo cual, en los últimos días de su vejez, dio a luz a Isaac,
en quien le había sido prometido que serían benditas todas las naciones.
Asimismo Raquel, tan agradable a Dios y tan amada por Jacob, permaneció estéril
durante mucho tiempo, y, no obstante, parió a José, que fue no solamente el
dueño de Egipto, sino el salvador de numerosos pueblos que iban a morir de
hambre. ¿Quién, entre los jueces, más fuerte que Sansón y más santo que Samuel?
Y, sin embargo, ambos a dos tuvieron por madres a mujeres por mucho tiempo
estériles. Si, pues, la razón no te persuade por mi boca, cree a lo menos que
las concepciones dilatadamente diferidas y los partos tardíos son de ordinario
los más portentosos.
3. Así,
tu esposa Ana te parirá una niña, y la llamarás María. Y, conforme a vuestro
voto, se consagrará al Señor desde su niñez, y estará llena del Espíritu Santo
desde el vientre de su madre. Y no comerá ni beberá nada impuro, ni vivirá en
medio de las agitaciones populares del exterior, sino en el templo, a fin de
que no pueda enterarse, ni aun por sospecha, de nada de lo que existe de
vergonzoso en el mundo. Y, con el curso de la edad, bien como ella nació
milagrosamente de una mujer estéril, de igual modo, por un prodigio
incomparable y permaneciendo virgen, traerá al mundo al hijo del Altísimo, que
será llamado Jesús o salvador de todas las naciones, conforme a la etimología
de su nombre.
4. Y he aquí el signo de la verdad de las cosas que
te anuncio. Cuando llegues a la Puerta Dorada de Jerusalén, encontrarás a Ana tu
esposa, la cual, inquieta hasta hoy por tu retardo, se regocijará sobremanera,
al volver a verte. Y, dicho esto, el ángel se separó de Joaquín.
Aparición de un
ángel a Ana
IV 1. Y
después apareció a Ana su esposa, diciéndole: No temas, Ana, ni imagines que es
un fantasma lo que ves. Yo soy el ángel que ha llevado vuestras oraciones y
vuestras limosnas a la presencia de Dios, y que ahora he sido enviado a
vosotros para anunciaros el nacimiento de una hija, que se llamará María, y que
será bendita entre todas las mujeres. Llena de la gracia del Señor desde el
instante de su nacimiento, permanecerá en la casa paterna durante los tres años
de su lactancia. Después, consagrada al servicio del Altísimo, no se apartará
del templo hasta la edad de la discreción. Y allí, sirviendo a Dios día y noche
con ayunos y con plegarias, se abstendrá de todo lo que es impuro, y no
conocerá varón jamás, manteniéndose sin tacha, sin corrupción, sin unión con
hombre alguno. Empero, virgen, parirá un hijo, y, sierva, parirá a su Señor, el
que será por gracia, por título, por acción, el salvador del mundo.
2. Así,
pues, levántate, sube a Jerusalén, y, cuando llegues a la llamada Puerta
Dorada, allí, a manera de signo, encontrarás a tu esposo, sobre cuyo paradero
anda inquieta tu alma. Y, cuando hayan sucedido estas cosas, lo que yo te
anuncio se cumplirá al pie de la letra.
Nacimiento de
María
V 1. Y,
obedeciendo al mandato del ángel, ambos esposos, abandonando uno y otro los
parajes respectivos en que estaban, subieron a Jerusalén. Y, al llegar al lugar
designado por el oráculo del ángel, se encontraron mutuamente. Entonces,
gozosos de volver a encontrarse, y poseídos de confianza en la verdad de la
promesa de que tendrían descendencia, rindieron acción de gracias bien debidas
al Señor, que exalta a los humildes.
2. Y,
habiendo adorado al Altísimo, regresaron a su casa, y, llenos de júbilo,
esperaron la realización de la divina promesa. Y Ana concibió y parió una hija,
y, conforme a la orden del ángel, sus padres le pusieron por nombre María.
Presentación de
María en el templo
VI 1.
Transcurridos tres años y terminado el tiempo de la lactancia, llevaron a la Virgen con ofrendas al
templo del Señor. Y había alrededor del templo, según el número de los salmos
graduales, quince gradas que subir. Porque, estando el templo situado sobre una
altura, sólo por gradas era accesible el altar de los holocaustos, que estaba
situado en el exterior.
2. Y
sobre la primera de aquellas gradas colocaron los padres a la bienaventurada
Maña, todavía muy pequeña. Y, en tanto que ellos se quitaban los vestidos de
viaje, para ponerse, siguiendo la costumbre, trajes más bellos y más propios de
la ceremonia, la Virgen
del Señor subió todas las gradas, sin mano alguna que la condujese, de tal
suerte que todos pensaron que no le faltaba nada, a lo menos en aquella
circunstancia, de la perfección de la edad. Es que el Señor, en la infancia
misma de la Virgen ,
operaba ya grandes cosas, y mostraba por aquel milagro lo que sería un día.
3. Y,
después de haber celebrado un sacrificio conforme al uso de la ley, dejaron
allí a la Virgen ,
para ser educada en el recinto del templo, con las demás vírgenes. Y ellos regresaron
a su casa.
Negativa de la
virgen a contraer matrimonio ordinario
VII 1. Y
la Virgen del
Señor, a la vez que en edad, crecía igualmente en virtud, y, según la palabra
del salmista, su padre y su madre la habían abandonado, pero Dios la había
recogido. A diario, en efecto, era visitada por los ángeles, y a diario gozaba
de la visión divina, que la libraba de todo mal, y que la hacía abundar en toda
especie de bienes. Así llegó a los catorce años, y, no solamente los malos no
podían encontrar en ella nada reprensible, sino que todos los buenos que la
conocían juzgaban su vida y su conducta dignas de admiración.
2.
Entonces el Gran Sacerdote anunció en público que todas las vírgenes que habían
sido educadas en el templo, y que tenían catorce años, debían volver a sus
hogares, y casarse, conforme a la costumbre de su nación y a la madurez de su
edad. Todas las vírgenes obedecieron con premura esta orden. Sólo María, la Virgen del Señor, declaró
que no podía hacerlo. Como sus padres la habían consagrado primero a Dios, y
ella después había ofrendado su virginidad al Señor, no quería violar este
voto, para unirse a un hombre, fuese el que fuese. El Gran Sacerdote quedó
sumido en la mayor perplejidad. Él sabía que no era lícito violar un voto
contra el mandato de la
Escritura , que dice: Haced votos, y cumplidlos. Mas, por otra
parte, no le placía introducir un uso extraño a la nación. Ordenó, pues, que,
en la fiesta próxima, se reuniesen los notables de Jerusalén y de los lugares
vecinos, por cuyo consejo podría saber cómo le convendría obrar en una causa
tan incierta.
3. Y así
se hizo, y fue común parecer que había que consultar sobre ese punto a Dios. Y,
mientras todos se entregaban a la oración, el Gran Sacerdote avanzó para
consultar al Señor, según la costumbre. Y, a poco, una voz, que todos oyeron,
salió del oráculo y del lugar del propiciatorio. Y esa voz afirmaba que, de
acuerdo con la profecía de Isaías, debía buscarse a quien debía desposar y
guardar aquella virgen. Porque es bien sabido que Isaías vaticinó: Y saldrá una
vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre
él el espíritu del Señor, espíritu de inteligencia y de sabiduría, espíritu de
fortaleza y de consejo, espíritu de conocimiento y de temor del Altísimo.
4. Y,
conforme a esta profecía, el Gran Sacerdote ordenó que todos los hombres de la
casa y de la familia de David, aptos para el matrimonio y no casados, llevasen
cada uno su vara al altar, y que debía ser confiada y casada la virgen con
aquel cuya vara produjera flores, y en la extremidad de cuya vara reposase el
espíritu del Señor en forma de paloma.
Recae en José la
elección de esposo para la
Virgen
VIII 1.
Y había, entre otros, un hombre de la casa y de la familia de David, llamado
José y ya avanzado en edad. Y, al paso que todos fueron ordenadamente a llevar
sus varas, él omitió llevar la suya. Y, como nada apareció que correspondiese
al oráculo divino, el Gran Sacerdote pensó que había que consultar de nuevo al
Señor. El cual respondió que, de todos los que habían sido designados, sólo el
que no había llevado su vara, era aquel con quien debía casarse la Virgen. José fue así
descubierto. Y, cuando hubo llevado su vara, y en su extremidad reposé una
paloma venida del cielo, todos convinieron en que a él le pertenecía el derecho
de desposar con María.
2. Y,
una vez celebrados los desposorios, se retiró a Bethlehem, su patria, para
disponer su casa, y preparar todo lo necesario para las nupcias. Cuanto a
María, la Virgen
del Señor, volvió a Galilea, a casa de sus padres, con otras siete vírgenes de
su edad y educadas con ella, que le había dado el Gran Sacerdote.
Revelación hecha
por un ángel a la Virgen
IX 1. Y,
en aquellos días, es decir, desde los primeros tiempos de su llegada a Galilea,
el ángel Gabriel fue enviado a ella por Dios, para anunciarle que concebiría al
Señor, y para exponerle la manera y el orden según el cual las cosas pasarían.
Y, entrando en su casa, inundando con gran luz la habitación en que se
encontraba, y saludándola muy graciosamente, le dijo: Salve María, virgen muy
agradable a Dios, virgen llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres
entre todas las mujeres, bendita eres por encima de todos los hombres que hasta
el presente han nacido.
2. Y
María, que conocía ya bien las fisonomías angélicas, y que estaba habituada a
recibir la luz celeste, no se amedrentó ante la visión del enviado divino, ni
quedó estupefacta ante aquella luz. Unicamente la palabra del ángel la turbó en
extremo. Y se puso a reflexionar sobre lo que podía significar una salutación
tan insólita, sobre lo que presagiaba, sobre el fin que tenía. Y el ángel
divinamente inspirado previno estas dudas, diciéndole: No temas, María, que mi
salutación oculte algo contrario a tu castidad. Has encontrado gracia ante el
Señor, por haber escogido el camino de la pureza, y, permaneciendo virgen,
concebirás sin pecado, y parirás un hijo.
3. Y él
será grande, porque dominará de un mar a otro, y hasta las extremidades de la
tierra. Y será llamado hijo del Altísimo, porque, naciendo en la humildad,
reinará en las alturas de los cielos. Y el Señor Dios le dará el trono de David
su padre, y prevalecerá eternamente en la casa de Jacob, y su poder no tendrá
fin. Es, en efecto, rey de reyes y señor de los señores, y su trono durará por
los siglos de los siglos.
4. Y, a
estas palabras del ángel, la
Virgen , no por incredulidad, sino por no saber la manera como
el misterio se cumpliría, repuso: ¿Cómo eso ha de ocurrir? Puesto que, según mi
voto, no conozco varón, ¿cómo podré dar a luz, a pesar de ello? Y el ángel le
dijo: No pienses, María, que concebirás al modo humano. Sin unión con hombre
alguno, virgen concebirás, virgen parirás, virgen amamantarás. Porque el
Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su
sombra contra todos los ardores de la pasión. El que de ti saldrá, por cuanto
ha de nacer sin pecado, será el único santo y el único merecedor del nombre de
hijo de Dios. Entonces, María, con las manos extendidas y los ojos elevados al
cielo, dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
5. Sería
quizá demasiado largo, y para muchos enojoso, insertar en este opúsculo todos
los sucesos que, conforme a nuestros textos, precedieron y siguieron a la
natividad de Nuestro Señor. Omitiendo, pues, lo que está suficientemente
referido en el Evangelio, pasemos a la narración de lo que allí aparece menos
detallado.
Revelación hecha
por un ángel a José
X 1.Habiendo
ido José de Judea a Galilea, tenía la intención de tomar por esposa a la virgen
que le había sido confiada. Porque, desde el día de los desposorios, habían
transcurrido ya tres meses, y había comenzado el cuarto. Y, en el intervalo, el
vientre de la Virgen
se había hinchado, hasta el punto de manifestar su embarazo, cosa que no pudo
escapar a José, quien, según la costumbre de los desposados, entraba más
libremente a ver a María, y conversaba más familiarmente con ella, por lo que
descubrió su estado. Y comenzó a agitarse y a turbarse, ignorando lo que le
sería preferible hacer. Como hombre justo, no quería entregarla, y, como hombre
piadoso, no quería infamarla, haciendo recaer sobre ella sospecha de
fornicación. Pensó, pues, en disolver secretamente su matrimonio, y en
devolverla secretamente.
2. Y,
estando en estas cavilaciones, he aquí que un ángel del Señor le apareció en
sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas, ni imagines que hay en la
virgen nada de vergonzoso, porque lo que ha nacido en ella, y que hoy angustia
tu corazón, no es obra de un hombre, sino del Espíritu Santo. Entre todas las
mujeres, sólo ella, permaneciendo virgen, traerá el hijo de Dios al mundo, Y
darás a este hijo el nombre de Jesús, es decir, Salvador, porque salvará a su
pueblo de sus pecados.
3. Y
José, conforme a la orden del ángel, tomó a María por esposa. Mas no la
conoció, sino que la guardó en castidad. Y, llegado el final del noveno mes del
embarazo, José, tomando consigo a la
Virgen y a las demás cosas que le eran necesarias, partió
para la ciudad de Bethlehem, de donde era oriundo. Y sucedió que, durante su
estancia en aquel lugar, sobrevino el tiempo del parto de María, la cual trajo
al mundo, como los evangelistas nos han enseñado, a su hijo primogénito,
Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina, con el Padre y con el Espíritu
Santo, por todos los siglos de los siglos.
Fuente: Los
Evangelios Apócrifos, por Edmundo González Blanco
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