Los distintos utensilios, mecanismos y
tecnologías destinadas a la molienda (generalmente de de cereales, aunque
también de legumbres u otras semillas) y su conversión en diferentes tipos de
harinas han constituido durante milenios un aspecto esencial para garantizar la
supervivencia de las sociedades humanas; tan antiguos como el descubrimiento
por el ser humano de antes del neolítico de la riqueza nutricional de
determinados granos.
Son varias las razones por las que es necesario
moler los granos. La primera de ellas es de tipo nutricional, dado que mediante
la molienda los elementos nutricionales se hacen más fácilmente digeribles. Por
otro lado, la conservación, puesto que la harina es más sencilla de conservar
que el grano sin procesar. Y finalmente, con las harinas se amplía mucho el
espectro de preparaciones culinarias que es posible realizar.
En Gran Canaria los útiles relacionados con la
molienda del grano se remontan a la primera ocupación de las islas. No en vano
la producción cerealística de trigo y cebada era la base económica y
nutricional de las poblaciones prehispánicas. En aquellos tiempos se empleaban
básicamente dos útiles para la producción de harinas o gofio: el molino
naviforme y el molino de mano.
El primero, el más sencillo, no es más que una
piedra alongada y cóncava en la que se depositaban pequeñas porciones del grano
que se molían a mano frotándolo repetidamente con otra piedra que encajaba en
la concavidad.
El segundo consiste en dos muelas, una inferior
fijar y otra superior que se hacía rotar en torno a un simple eje mediante un
palo. El grano se iba introduciendo poco a poco por el orificio del eje y la
rotación lo hacía pasar entre ambas muelas hasta salir por los bordes ya
convertido en harina.
El molino de mano pervivió en los entorno
domésticos hasta hace poco tiempo para el procesado doméstico y cotidiano de
pequeñas cantidades de grano.
Tras la conquista y colonización europea de las
islas se introdujeron otras tecnologías más adecuadas para la transformación de
grandes volúmenes, molinos impulsados mediante distintos tipos de fuerza, como
la animal (los llamados “molinos de sangre”), la hidráulica, la eólica y, más
recientemente, motores de combustión y finalmente electricidad.
Quizá de todo ellos merezcan un tratamiento
especial en Gran Canaria los molinos hidráulicos.
A falta de caudales naturales constantes con la
fuerza suficiente como para hacer rotar las pesadas muelas, el agua era
canalizada mediante las acequias y acueductos hacia el “cubo”, una inmensa
columna hueca que al llenarse y por simple gravedad hacia aumentar enormemente
la presión del agua, que era liberada mediante una orificio en su base (el
“bocín”), lo que a su vez proporcionaba la fuerza necesaria para activar un
complejo mecanismo de rotación continua de la muela superior.
No podemos obviar tampoco la importancia que en
la sociedad tradicional tenían los molinos no sólo para proporcionar la base de
la alimentación, sino como puntos de encuentro e intercambio social mientras
cada uno esperaba a que se moliese la porción de grano que había llevado a
procesar.
En definitiva, el devenir humano siempre ha
estado (y en algunas sociedades, aún lo está) íntimamente ligado a las
tecnologías de procesado del grano, base durante milenios de la alimentación y,
por lo tanto, de la supervivencia. (estodotuyo)
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