jueves, 12 de marzo de 2015

JUAN FRANCHY MELGAREJO

1928 agosto 30.

Falleció Juan Franchy y Melgarejo, a los treinta y cinco años de edad.

JUAN FRANCHY, UN APUNTE BIOGRÁFICO

SU FAMILIA
Juan José Francisco Manuel Benigno de Franchy y Melgarejo nació, en Haría de Lanzarote, a las once de la mañana del día trece de febrero de mil ochocientos noventa, y fue inscrito en el Registro Civil del citado pueblo, al folio veintiuno del tomo primero de la primera sección de Nacimientos, por el juez municipal don José Reyes Pacheco. Era hijo de don José María de Franchy y Socas y de doña Maximina Melgarejo y Cabrera, casados en Haría, el veintisiete de febrero de mil ochocientos ochenta y nueve.

Fueron sus abuelos paternos, don Francisco de Franchy y Lasso de la Vega y doña Josefa de Socas y Ramírez, que contrajeron matrimonio en el citado pueblo el doce de noviembre de 1851, y los maternos, don Juan Melgarejo y Caballero, natural de Cieza en Murcia, y doña Juana Cabrera y Perdomo. Don Juan Melgarejo fue alcalde de Arrecife de 1869 a 1873, durante el sexenio republicano, debiendo su condición de elegible a la circunstancia de formar parte del censo de los mayores contribuyentes del partido [1].

Su padre, don José María Santiago de Franchy y Socas, nació en Haría el 25, y fue bautizado el veintiocho de julio de 1861 [2], hijo, como queda dicho, de don Francisco de Franchy Lasso de la Vega, natural del Puerto de Arrecife, y de doña Josefa de Socas y Ramírez (hija a su vez de don Vicente de Socas y Peraza de Ayala y de doña María Ramírez de León). Don Francisco de Franchy, secretario del Ayuntamiento de Haría y jefe del partido liberal, fue hijo del matrimonio formado por don Pedro de Franchy y Clavijo, natural de Teguise y doña María del Carmen Lasso de la Vega y García del Castillo, que lo era del repetido pueblo de Haría [2 bis].

Don Pedro de Franchy y Clavijo era tercer nieto de Lope de Clavijo y de su mujer doña María de Franchy, hija de Simón de Franchy, alguacil mayor de la guerra, y de María de Jesús de Armas, hija a su vez del regidor Andrés de Armas y de su esposa Ana de Umpiérrez.

Los miembros de la familia Franchy-Clavijo fueron patronos de la capilla de San José del convento de Miraflores de Teguise, en la que disfrutaban de enterramiento. En la Villa de San Miguel Arcángel tu¬vieron su residencia principal, con ramificaciones y propiedades en San Bartolomé y en el pago de Argana, y descendían de Inés de Clavijo –hija del poblador y paje del Adelantado Juan Clavijo el viejo- y de su marido el capitán Pedro Lavado Centeno.
 Juan Franchy era primo hermano del marino y poeta Francisco Jordán y Franchy, nacido en 1886, e hijo de don Andrés Jordán Cabrera y doña Ana Luisa de Franchy y Socas, hermana de don José María.

Juan Franchy se trasladó a Tenerife, niño aún, con motivo de haber sido nombrado su padre archivero del Ayuntamiento de la Capital de la Provincia de Canarias. Don José María de Franchy fue un acomodado terrateniente, con propiedades heredadas en Lanzarote (gran parte de ellas procedían de su abuelo materno don Vicente de Socas y Peraza de Ayala, hacendado de Haría) y otras en Tenerife, adquiridas al estado, que se había posesionado de ellas a causa del impago de impuestos por sus propietarios. Su carácter emprendedor le condujo a solicitar del Ministerio de Fomento, a finales del siglo XIX, en sociedad con su amigo don Emiliano de Urquía y Redecilla, cuatrocientas hectáreas de terreno baldío en la Isla de la Graciosa y otras tantas en el Malpaís de Máguez, con el fin de crear tres colonias agrícolas y establecer en cada una de ellas a un administrador y diez o quince familias de jornaleros. El proyecto, que no llegó a buen fin, asombra aún por la modernidad de sus propuestas.

Don José María de Franchy compartía su residencia entre Santa Cruz de Tenerife y Madrid, ciudad esta última en la que pasó largo tiempo, siguiendo el proceso de anulación de matrimonio de su hija Piedad, casada con don Ricardo Schmelz von Hecht, que fue disuelto en 1926 por Pío XI, tras un largo y costosísimo proceso que prácticamente le arruinó. Falleció en Madrid el día diecinueve de noviembre de 1925, en su casa de la calle de Santa Engracia, número 64, sin conocer el resultado del proceso que le había costado la vida.

La adolescencia de Juan Franchy transcurrió en Santa Cruz de Tenerife, donde cursó estudios de bachillerato y comercio, obteniendo el título de Intendente Mercantil, para más tarde licenciarse en Derecho por la Universidad de San Fernando de La Laguna.
    Formó parte de la redacción del periódico La Prensa desde 1913 [4], y allí publicó sus primeros textos literarios. Fundó en 1918 El Regionalista, diario de la tarde, que dirigió hasta su desaparición. En 1925 y, en compañía de Víctor Zurita, dió a la imprenta el semanario Avante [5].

En 1926 se trasladó definitivamente a Madrid, en cuyo Colegio de Abogados se había inscrito el año anterior, y obtuvo la plaza de director de la Hemeroteca Nacional

Desde allí siguó enviando sus colaboraciones a La Prensa, muchas de ellas insertas en una columna semanal que llevaba por título Metonimia andante.
  
Juan Franchy falleció el 30 de agosto de 1928, a los treinta y cinco años de edad.

 Su obra literaria, compuesta casi exclusivamente por artículos de prensa, cuentos cortos y un guión cinematográfico -que permanece inédito-, se encuentra dispersa, publicada en periódicos y revistas de la época.


JUAN FRANCHY, VISTO POR SUS CONTEMPORÁNEOS

Recordando a sus amigos muertos, Francisco González Díaz envió a La Prensa, desde su retiro de Teror, el 15 octubre de 1935, la semblanza que sigue:

 Vamos a escribir, movida la pluma por el corazón, para esos amigos que murieron jóvenes, justicieros epitafios: la justicia de Ultratumba...

 La de más acá, no suele ser justicia.

Juan Franchy, llevaba un apellido ilustre, era ágil periodista y prometía ganar nombre de maestro en la Prensa literaria. Amistad tuvimos. Este otro buen Juan vivo en mis recuerdos propúsose organizar un partido regionalista, que entonces hacía falta y mucha más falta está haciendo hoy, porque la región canaria está pidiendo a gritos ser reconocida por la nación española... Me metió en la empresa, y me arrastró consigo...

Yo di, acompañado de Juan Franchy, en el Teatro Guimerá, una conferencia sobre el tema del regionalismo político, que La Prensa a evocado entre sus gratas memorias con ocasión de su vigésimo quinto aniversario.

 Nada más... Otro que iba firmemente al éxito, y desapareció en el misterio nocturno de la Muerte... Madrid lo mató... Con él murió una esperanza...

En el mismo periódico y en idéntica fecha, su director, Leoncio Rodríguez, publicó la siguiente necrológica:

En Madrid, donde desempeñaba un importante puesto como funcionario de la Hemeroteca Nacional, le sorprendió traidoramente la muerte. El triste desenlace causó profunda impresión entre los numerosos amigos con que contaba entre nosotros el culto escritor, que con sus perseverantes esfuerzos, su sólida cultura y su carácter noble y caballeroso se había conquistado un verdadero prestigio y un porvenir risueño entre la juventud intelectual de Canarias.

En esta casa, donde Juan Franchy hizo sus primeras armas periodísticas, destacándose briosamente como un gran valor literario, perdurará siempre, entre nuestros recuerdos más íntimos, el nombre del entrañable camarada, modelo de corrección, estudioso, trabajador, que demostró en todo momento un vehemente cariño por su tierra, enalteciéndola en notables crónicas y profesándole una intensa y espiritual adoración.

 Como se recordará, el señor Franchy fue uno de los más entusiastas gestores del proyecto del Parque, al que consagró un asiduo y patriótico interés, y su labor como concejal y teniente de Alcalde durante la gestión del Ayuntamiento republicano, le capacitó como elemento valioso y de gran alteza de miras.

José González Rodríguez, en su libro Pro-Cultura, Biografías de personalidades contemporáneas que más han contribuido al progreso intelectual, material y artístico de Canarias [6], hizo este boceto de la personalidad de Juan Franchy:

 Nació en 1893 (sic) en la isla de Lanzarote, y desde muy joven sintió la magia del arte literario, recibiendo las primeras lecciones de Retórica de un antiguo profesor de segunda enseñanza e inspirado poeta, paisano suyo.

 A los dieciocho años publicó un artículo en el diario “La Prensa", titulado El hijo del Cónsul, que tuvo la virtud ética de revolucionar el espíritu, de suyo tan monótono y aquietado de nuestro pueblo, dando lugar a que algunos pensaran que era piedra de escándalo por figurárselo alusivo a determinadas personas d nuestra sociedad; pero los más admiraron el ingenio y soltura que en aquel su primer artículo demostraba no ser el principiante en el difícil arte de escribir.

Desde entonces el Sr. Franchy no ha cesado de colaborar en "La Prensa", y cada artículo suyo constituye un triunfo para su autor.
Sus escritos Los Reyes que no caen; el Cuento del árbol; La muerte del príncipe, publicados durante la guerra europea con motivo de la muerte del Príncipe de Battenberg; El Testamento de Isabel la Católica; El Duque Ruiz, El Divino tesoro y otros muchos, constituyen verdaderos modelos de originalidad y galanura.

Con motivo de la publicación de la novela a escote, escrita en co¬laboración por los mejores ingenios de la isla, fue el señor Franchy uno de sus autores cuya semblanza hizo el poeta y abogado señor Gil-Roldán.

Don Juan Franchy es Licenciado en Derecho Civil y Canónico, e Intendente Mercantil. Estudió en el Instituto General y Técnico y en la Universidad de San Fernando de la hidalga Ciudad de La Laguna, con gran aprovechamiento y rapidez.

Durante sus estudios de Derecho publicó un artículo magnífico y vibrante, titulado Universidad y fábrica, que mereció el elogio de los espíritus selectos, y la felicitación de sus profesores y compañeros.

Ha sido miembro del Ateneo de Tenerife, y es en la actualidad Secretario del Círculo de Escritores y Artistas.

Su colaboración valiosa, eficaz y desinteresada, se solicita siempre en todos los momentos en que hay que emprender una labor difícil y seria en cualquier aspecto de la vida ciudadana.

Pero donde ha culminado su laboriosidad y patriotismo, lleno de honradez y de constancia, es en esa empresa casi gigantesca de construir un Parque urbano en la Capital de la Provincia.

 Fue el Señor Franchy Presidente de la Comisión del Parque, y, en año y medio, con la labor entusiasta de todos los miembros de la Comisión, se han podido regalar, adquiridos por suscripción, unos terrenos en los cuales se ha de emplazar la futura construcción y que actualmente valen más de un millón de pesetas.

A pesar de su juventud, el señor Franchy ha sido Profesor de varios centros de enseñanza, y actualmente es Secretario de la "Academia Minerva" y Profesor de idiomas de la misma.

Fue el traductor durante la gran guerra, de los famosos y sensacionales partes en inglés, que venían de la estación de telegrafía sin hilos de "Poldhu", y que luego la curiosidad d nuestro público devoraba con interés.

 Ha sido también Concejal y Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de esta Capital, en cuya gestión llegó a alcanzar merecidos triunfos, que están en la memoria de todos. 

A propósito de la publicación de La Novela a escote trasladamos un texto inserto en El Día, el domingo 27 de enero de 1985:

La Novela a escote, publicada por el diario "La Prensa" el año de 1915, constituyó uno de los mayores éxitos literarios que se recuerdan en el país por la curiosidad y expectación que despertó en todos los pueblos de la isla.
 Un concurso semejante lo había iniciado en España la revista "Madrid Cómico", dirigida por el popularísimo Sinesio Delgado y de él surgió la interesante novela Las vírgenes locas.

La de "La Prensa" se titulaba Máxima culpa y en ella tomaron parte los siguientes escritores: Benito Pérez Armas, Domingo Cabrera (Carlos Cruz), Domingo J. Manrique, Diego Crosa, Emilio Calzadilla, Guillermo Perera, Ildefonso Maffiotte, Juan Franchy, Leoncio Rodríguez, Manuel Verdugo, Ramón Gil-Roldán y Guillón Barrús.

Cada uno de los citados señores tuvo a su cargo un capítulo de la novela, para lo cual fueron semanalmente sometidos a riguroso sorteo, fijándose un plazo de dos días para la entrega de las cuartillas. El primero que fue designado por la suerte, según se había convenido, se encargó de titular la obra.

 Los mismos ligeros descuidos que un sagaz observador hallará en el transcurso de la novela, tanto en su trama como en el aspecto mudable del género literario, son la prueba más elocuente de la legalidad con que los autores se sometieron a las bases del concurso.

El desarrollo de la novela fue seguido, como decimos, con extraordinaria curiosidad por el público, que en algunos momentos llegó a sentirse apasionado ante las múltiples peripecias de los personajes que desfilan por las páginas de Máxima culpa, y en el inesperado giro que cada autor daba al argumento central de la obra, hasta llevarla a feliz término venciendo las innumerables dificultades que tal labor representaba (...)
   
Con motivo de la edición de la novela se imprimió una tarjeta postal con las caricaturas de los autores. La de Juan Franchy es obra del poeta Manuel Verdugo.

También fueron publicadas unas semblanzas cómicas, correspondiendo la de nuestro personaje a su amigo don Ramón Gil-Roldán y reza:

Juan Franchy, dandy taciturno y pálido; mirada torva, pulcro en el vestir; siempre sombrero pajizo. Entre venezolano y conejero, participa de la índole de Isaac Viera y del Libertador.
Su prosa de estirpe
Y factura coruscante,
Es algo abracadabrante,
Con dejos de vieja alquimia,
Y de "metonimia andante".

Concluimos esta aproximación a la biografía de Juan Franchy, reproduciendo unas declaraciones a La Prensa de quien fuera inspirador del talante literario de algunos de los jóvenes miembros de la generación de gaceta de arte. Domingo Pérez Minik, confesaba que la figura infrecuente de Juan Franchy, con su profundo conocimiento de la lengua y literatura inglesas, su ideario político avanzado y cierto toque de dandismo, habían influido notablemente en el posterior desarrollo de su personalidad.

Mis aficiones literarias
Como declaración previa, debo decir que, para mí, la literatura constituye un culto.
 Así, a la ligera, ¿es posible hablar de esta divina concepción que todo lo crea y todo lo expresa? La literatura es el Arte supremo, en todo lo que este concepto tiene de grandioso.

Es inmenso el ámbito de la literatura. Difícil es, pues, determinar una afición a este respecto. El género poético, el dramático, el didáctico, el periodístico, ¡cuánta verdad y cuanta belleza se puede expresar en todos!... Sin embargo, refiriéndonos a la forma, tal vez pudiera ser interesante la exposición de algo nuevo sobre la preferencia del lenguaje rimado o del prosaico. Yo sólo diré que el verso se presta más (quizás porque tiene ascendencia iconográfica) a disfrazar muchas tonterías. Y perdonen los malos poetas. La prosa no. El menor desliz que en ella ocurra, ya es un formidable escollo para el que intenta cultivarla. Con estas palabras puede establecerse la diferencia entre las dos formas; en el verso, el ripio es tolerado y obligado; en la prosa, no existiendo esta obligación, el ripio es una majadería.

En el verso, casi todo es ambiguo y difuso; en prosa es terminante y preciso. En el primero predomina el concepto (exaltado por Quevedo y Góngora); en la segunda, el término es dominante. Para decir verdades, la prosa; hasta el punto de que, en verso, serían falsos los mismos Evangelios...

En cuanto al amor a la literatura habría mucho que decir. Si tener afición a la literatura es frecuentar reuniones de cafés y tascas malolientes en donde se habla de literatura con machaquería y dándoselas de intelectual, declaro que no soy aficionado, porque no me gusta la suciedad, ni el plebeyismo, y menos en el Arte. Sin llegar a decir, como el célebre profesor, que odio con toda el alma la bohemia artística, afirmaré con él que el escritor debe tener el pelo corto y el alma grande.

 Y ya que empecé hablando de la "religión", justo es que diga algo de los "dioses". No puedo darles otro nombre. ¿Cómo llamar a un Goethe, que escribiendo Werther y Fausto, aún le sobraba talento para saber latín, griego, matemáticas, filosofía y música?¿Y a Cervantes y Quevedo, cuya fecundidad prodigiosa no les impide ser políticos y guerreros?¿Y aquel Garcí-Lasso de la Vega que murió a los treinta años, después de hacer todas las campañas del Emperador y contribuir el primero a formar nuestro Siglo de Oro? ¿Y la maravilla de Shakespeare; y el milagro de Dante Alighieri?...

Verdaderamente, que cuando uno piensa en estos hombres y se decide a emborronar cuartillas, es para preguntar: pero, ¿puede decirse nada mejor? ¿Queda algo todavía por decir? Y se siente uno muy humilde y con deseos de sonreírse cuando se llega a creer que vale algo...

Creo en muchos escritores contemporáneos. De los nuestros, Galdós y Palacio Valdés, sobre todo. Ni Pedro Mata, ni Salaverría, pasando por toda la decadencia actual, llegan para mí a la categoría de iconos. De los extranjeros, no hablaré más que del prodigioso D'Annunzio, del cual se puede decir (como de Schaffle, en cuanto al socialismo) que toda su obra genial constituye la quintaesencia de la literatura.
(Carlos Gaviño de Franchy)



NOTAS
[1] GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Candelaria y SOSA HENRÍQUEZ, Javier. "Elecciones municipales en Arrecife durante el sexenio revolucionario (1868-1874)". V Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo I. Excmo. Cabildo Insular de Fuertevetnura. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Puerto del Rosario 1993.
[2] Parroquia de la Encarnación de Haría, Libro VII de Bautismos, f. 22 repetido.
[2 bis] DE LANZAROTE. MUERTE SENTIDA
    Por telegramas que se acaban de recibir, nos enteramos de la muerte del señor don Francisco Franchy y Lasso de la Vega, ocurrida en Lanzarote.
    El venerable anciano alcanzaba ya la avanzada edad de ochenta y seis años, y fue en sus buenos tiempos (durante la inquieta política de los Fajardo y León y Castillo, en aquella isla) jefe del partido liberal, por espacio de más de cuarenta años, en el pueblo de su residencia. Desempeñó por aquel tiempo la Secretaría del Ayuntamiento y del Juzgado, siendo el primero y único secretario de su época [al] que, por sus méritos, le concedió el Gobierno la jubilación.
De haber vivido don Francisco Franchy en campo más amplio en donde lucir todas sus virtudes, indudablemente, estaría hoy consagrado como un hombre extraordinario. Baste citar estos hechos absolutamente probados y verídicos:
        Durante su actuación en el Juzgado, es decir, en todos los cuarenta años ya dichos, no se llegó nunca, para los que al Juez acudían, a celebrarse un solo juicio de rigor. Don Francisco Franchy, como antiguamente los sabios patriarcas, llamaba ante sí a los culpables y litigantes y, antes de aplicar expresamente la ley, imponía a todos su voluntad prestigiosa y conciliadora. Además, interponiendo sus grandes influencias políticas, obtuvo siempre que ningún desgraciado del pueblo fuera a presidio, ejerciendo así una santa caridad.
Hombre de bastante fortuna, la perdió, en parte, socorriendo a manos llenas a los necesitados. Así se comprende que ejerciera su profesión burocrática sólo, para con su producto, sostener a varias familias, que vivían a su sombra. A él acudían los hombres para remediarse en los años de las frecuentes sequías lanzaroteñas, y a él pedían hasta las madres, que querían apresurar la redención militar de los mozos. Todos visitaban, en demanda de auxilio "la casa de don Francisco", como, por antonomasia, llamaba el pueblo la vieja residencia del hidalgo.
Ha muerto, pues, uno de los hombres más íntegros y nobles que han existido.
Expresamos el más sentido pésame a todos sus parientes, en particular a su hijo don José Franchy y Socas y a su nieto, nuestro compañero Juan Franchy. La Prensa. Santa Cruz de Tenerife, 19 de septiembre de 1917.

[3] FERNÁNDEZ BENÉITEZ, Ángel: "Acercamiento al poeta Francisco Jordán". VI Jornadas de estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura. Arrecife. 1995.
[4] YANES, Julio: Leoncio Rodríguez y "La Prensa": una página del periodismo canario. Excmo. Cabildo Insular de Tenerife. Caja General de Ahorros de Canarias. "Herederos de Leoncio Rodríguez S.A". Santa Cruz de Tenerife. 1995.
[5] RODRÍGUEZ PADRÓN, Jorge: Primer ensayo para un diccionario de la literatura en Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Madrid. 1992.
[6] GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, José: Pro-Cultura. Biografías de personalidades contemporáneas que más han contribuido al progreso intelectual, material y artístico de Canarias. Volumen I. Imprenta de Suc. de M. Curbelo. Laguna de Tenerife. 1923.




UN DÍA DE MAYO

Cuento por Juan Franchy

La campiña, fértil y extensa, avivaba en los ojos la placentera llama de todo el sortilegio de que es capaz la madre Naturaleza, en aquella mañanita de Mayo, fresca y lozana, como una rosa recién florecida, cuando Víctor Arralegui, el médico del Valle, salió de su casa a visitar a sus enfermos.

 A medida que Víctor Arralegui avanzaba por la calle principal del pueblo, encontraba a su paso, mozos y mozas, que con su hatillo al hombro, o sobre la cabeza, marchaban a su labor, con la grata satisfacción y la sana alegría que el campo inspira al comienzo de todo trabajo, cuando el cansancio y la fatiga bajo un sol abrasador, o un frío que corta las carnes, no envuelve todavía los cuerpos en una laxitud de renacimiento.

 "Buenos días, don Víctor".
"Adiós, señor médico", saludaban los mozos y mozas, éstas con cierta marrullería irónica y mirando de soslayo picarescamente la gallarda apostura de Arralegui, a quien se les antojaba demasiado joven aún para el ejercicio del grave ministerio de curar al prójimo.
Pero Víctor Arralegui, a pesar de todo, ya no era un niño. Contaba ya sus buenos veintisiete años. Y había estudiado mucho. Y vivido más. Conocía la vida no sólo en la diaria convivencia con sus semejantes, sino esencialmente en esos templos del dolor y de la muerte, que se llaman clínicas y hospitales; en esos sitios en los cuales se profieren las mayores blasfemias por la carne martirizada, o se pronuncian los votos más sagrados, o se escuchan confesiones increíbles... Ya lo creo que sabía cosas Víctor Arralegui. Y por eso era tolerante, y comprendía muchas veces las causas de algunos errores y hasta justificaba las culpas que a otros parecían horrendas.
 Seguía Arralegui su camino. Ahora pasaba por la senda que conducía al molino del pueblo el cual, a poco rato, quedó a sus espaldas, y se encontró en plena vega. Los jazmines, en aquella parte del sendero, sólo cuidados por la mano de Dios, crecían libérrimamente, plantados allí quizás en otros tiempos, por alguna pareja de amor, y aguardando, tal vez, a que, ahora, otra pareja amorosa viniera a disfrutarlos... Y Arralegui aspiraba aquel perfume; y su vista se extendía por toda la tierra, y luego recorría el límpido horizonte, terminando por elevarla hasta el cielo magníficamente azul de aquel espléndido día.
 -Día de Mayo, -exclamó Víctor Arralegui- día de Mayo de mi vida y la vida de todos, sagrada para mí...

Y miró con expresión de fe el botiquín de urgencia que pendía de su mano derecha, como se mira el arma más eficaz, para combatir todos los males.

De pronto, echando a Víctor bruscamente del encanto de su abstracción, hendió el espacio un grito agudísimo, un alarido de angustia. Víctor volvió instintivamente la cabeza. Era indudable que aquel grito provenía del molino, al que hacía rato había dejado atrás, pues no se divisaba por aquellos contornos ninguna persona, ni ningún otro lugar habitado. No vaciló. Allá, en el molino, le necesitaba alguien. Y echó a correr.
Llegó al molino, que en aquella hora todavía estaba solitario. Miró el motor, que con sus explosiones, jadeaba marchando desenfrenadamente, y contempló con estupor cómo las piedras del molino giraban lanzando chispas sus círculos ferrados, sin grano que triturar, con la tolva vacía... ¿Qué significaba aquello?   ¿Cómo el molinero había abandonado su puesto?

Siguió Víctor adentrándose en la casa, y empujó la puerta del almacén, en donde se amontonaban los sacos de harina. Y en el fondo de la habitación, tan blanca como la harina misma, desentonando del albo color sólo sus grandes ojos negros, vio Víctor a Maruja, la más linda zagalilla del pueblo, quien, al divisar al médico, salió de su inmovilidad exclamando:
  
 ¡Yo no lo maté!. ¡Yo no lo maté!...
  
 Y cayó de rodillas a los pies de Arralegui. Este cerró la puerta y se guardó la llave.

Volvió luego la cabeza, y descubrió, echado de espaldas en el suelo, con la mano crispada sobre el costado, al molinero, de barba hirsuta y descuidada, con sus cincuenta años faunescos, y su boca de dientes negruzcos, a través de los cuales, un espumarajo viscoso se deslizaba manchando su cuello. Deshizo el botiquín y se precipitó hacia el caído. Tomó su pulso, le examinó atentamente y se convenció de que estaba muerto. Le separó la mano crispada de sobre el pecho, y vio Víctor que allí, sobre el corazón, erecta y reluciente, tenía a medio clavar una de esas agujas largas y buidas que se usan para coser los sacos.

 -¡Yo no lo maté!...-volvió a exclamar la hermosa zagalilla, llena de terror.
   
 Aproximose el médico, y le tomó una mano.
   
 -Ven, dime que ha pasado.
   
-¡Mire, don Víctor, mire!...-gritó Maruja.
    Y en el deseo de querer disculparse, olvidando el pudor con un miedo lleno de convulsiones, mostró a Arralegui sus senos virginales maculados por unos arañazos, como de una zarpa. Examinándolos más atentamente, observó el médico la señal de unos dientes voraces.
   
 -¡Mire don Víctor!. ¡Quiso morderme, quiso atropellarme!...
   
Y volvió a caer de hinojos, cubriendo ahora con sus manos el tesoro de sus senos.
   
-Pero yo no lo maté... ¡Yo no lo maté!...
   
 Víctor la contempló un momento. Y su espíritu comprensivo se extendió sobre la muchacha como un manto protector. Claro, clarísimo, que ella le había matado; pero era tan inocente como cuando su madre la echó al mundo.
   
 -Ven, Maruja- le dijo Víctor con dulzura.- Nada, no te asustes; no ha pasado nada. Ya sé que tu no lo mataste... Ahora vas a irte. Saltas por esa ventana, vas a tu casa, y a nadie digas una palabra de lo ocurrido hasta que yo vuelva a verte. Si puedes, ve mañana por la tarde al sendero, donde crecen los jazmines... Anda, salta. Adiós...

La muchacha, sin saber lo que hacía, saltó por la ventana, miró un momento hacia arriba, y, después, sin volver la cabeza, desapareció.

 Cerró Víctor la ventana y se acercó al muerto. Entreabrió su camisa y contempló una vez más aquella aguja homicida, que sobresalía como gajo monstruoso entre la selva del velludo pecho del molinero. Entonces con la serenidad de sus tiempos de estudiante, cuando operaba en las salas de San Carlos, avanzó el índice y hundió la aguja haciéndola desaparecer en la herida, que se sumió en una hemorragia casi imperceptible. Lavó Víctor hasta la menor gota de sangre, y sobre el negro y peludo tórax del desgraciado molinero, sólo quedó una pequeña señal, como la picadura de un insecto, que desapareció asimismo bajo la camisa nuevamente abrochada.

Después Víctor abrió la puerta y esperó a que fueran llegando los parroquianos.

Afortunadamente, el molinero muerto no tenía más familia, ni más íntimos afectos que la persona del amo que le había encargado de la explotación del molino, que allá, al otro lado, seguía girando, girando, sin grano que moler, con la tolva vacía, como loco...
 -¿Qué ha sido, don Víctor?, -preguntaron, a medida que iban llegando, aquellas buenas gentes.
 Víctor, sereno, un poco pálido, atando las correillas del botiquín, contestaba a todos:
 -Un colapso, y en el se quedó...

Después, con pulso firme, certificó la defunción del molinero de muerte natural.
   
Víctor Arralegui, el médico del Valle, no quiso volver a pasar nunca por aquella parte del sendero en que crecían los jazmines, y en donde le esperaba en vano, en los días que siguieron al del suceso del molino, Maruja, la más bella zagalilla del pueblo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario