UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL
1491-1500
CAPITULO I-L
Eduardo
Pedro García Rodríguez
I.
BATALLA DE LA LAGUNA.
No cabe duda que la batalla
decisiva, y que virtualmente sujetó la isla de Tenerife al dominio español,
tuvo por teatro la vega lagunera.
Si estudiamos con atención los
testimonios de los historiadores se observa al momento el descuido y la falta
de método en la descripción de tan importante hecho de armas.
Viera y Clavijo pudo muy bien en
esta ocasión lucir su crítica; de esa manera tendríamos hoy despejados muchos
puntos oscuros relacionados con este combate.
En nuestras investigaciones
procuraremos hacer un estudio de hermenéutica hasta donde nos alcancen las
fuerzas, pero tan solo de los acontecimientos que nos convenga aclarar para el
fin que perseguimos.
Y dicho esto entremos en materia.
Después de fortificado el real de Santa Cruz, los españoles al mando del
Adelantado Fernández de Lugo se dirigieron con su ejército, que según todos los
cálculos ascendía a unos mil hombres, a la vega de La Laguna.
Como buen militar y experimentado
capitán dejó guarnecido el campamento de Santa Cruz con fuerzas suficientes
para evitar una sorpresa, y, con gran prudencia apostó en La Cuesta , que era un punto
estratégico, a los oficiales Juan Benítez y Fernando del Hoyo con una manga de
soldados y la orden terminante de prohibir en absoluto la subida a La Laguna a las tropas que
guardaban el real de Santa Cruz.
Estas medidas y disposiciones si
bien denotan una previsión necesaria, evitando así una sorpresa o facilitando
una retirada en caso grave si fracasara la empresa, también denota cierta
desconfianza en el Adelantado contra los canarios que seguían sus banderas,
puesto que la guarnición del real estaba compuesta de la gente reclutada en
Gran Canaria, mandada por Fernando Guanarteme que, como sabemos, era natural de
aquella isla.
Tomadas estas disposiciones, los
españoles avanzaron hacia La
Laguna. En tanto, los guanches apercibidos por la gente de la
costa de la llegada de los buques, se aprestan a la defensa. Bencomo envía
emisarios a todos los reyes de la isla, y éstos acuden con sus hombres a la
presencia del rey de Taoro. Este ordena que bajen espías al real para conocer
las fuerzas y las intenciones de los españoles y al mismo tiempo se prepara
colocando gente armada en La
Cuesta que era por donde inevitablemente había de subir el
ejército español.
Conociendo Fernández de Lugo las
disposiciones de los guanches, levantó el real muy de madrugada, de suerte que,
protegido por las sombras de la noche, no pudiera ser visto ni sentido de los
espías hasta el despuntar del día, y que esto acaeciera en lo más alto de La Cuesta y ya ganado el
llano, en donde podía arrostrar con el auxilio de la caballería sin gran
peligro el ímpetu de los naturales.
Tal y como fue concebido el plan
se efectuó en todas sus partes. Los soldados de Lugo treparon las últimas lomas
de La Cuesta y
llegaron a terreno llano al amancecer el día, retirándose los guanches de aquel
punto vista la sorpresa de que fueron víctimas.
En tal aprieto, el rey de Taoro
mostró una energía y entereza digna de las mayores alabanzas. Urgente era
detener las fuerzas invasor as y a este fin, Bencomo, acaudillando unos 5.000
hombres se dirigió a las afueras de la laguna con ánimo de cortar el paso a los
españoles, mientras el rey de Anaga se apostaba en la Cuesta con el objeto de
perseguir al ejército cristiano y asaltar el real de Santa Cruz caso fuera
derrotado aquél en la acción que iba a empeñar.
Apenas Bencomo se puso en marcha
con sus hombres se presentó a la vista el ejército de Lugo. Los emisarios de
ambos entablaron pláticas de paz basadas, como siempre, en que los guanches
abrazaran el cristianismo y reconocieran a los Reyes Católicos como sus señores,
obedeciéndoles en todo y rindiendo pleito homenaje a su poder, prometiendo en
ese caso los españoles respetar las vidas y propiedades de los naturales si a
tal obligación accedían, pero muy pronto vieron los parlamentarios que en el
ánimo de unos y otros no se pensaba sino en decidir la cuestión por las armas.
El campo que cubría el ejército
guanche abarcaba desde donde hoy está edificada la ermita de San Cristóbal a la
entrada de La Laguna ,
hasta la Cruz de
Piedra extendiéndose más allá de los puntos señalados porque éstos no indican
sino la dirección. El centro era mandado por Bencomo, el ala derecha Acalmo,
rey de Tacáronte y el ala izquierda por el príncipe Tinguaro. El ejército
cristiano se extendía desde la ermita de Gracia punto elegido por Lugo porque
su altura domina el llano y que por eso sirvió de real a los españoles, hasta
las posiciones ocupadas por las fuerzas de Bencomo.
Duro fue el encuentro y tremendo
el batallar, los combatientes se atacaban con gran encarnizamiento y furor; los
guanches decididos a morir defendiendo el solar de sus abuelos y la
independencia de Niva-ria, los españoles por el honor de sus armas; pero todo
fue inútil; el triunfo de las fuerzas de Bencomo era imposible porque ni las
armas de combate ni la disciplina de los soldados de Lugo eran elementos
fáciles de ser vencidos. La vanguardia española constituida por arcabuceros y
ballesteros desordenadas las filas de los guanches, sembrando el terror y la
muerte y después de conseguirlo entraban en acción los piqueros y caballeros
hiriendo y matando a los fugitivos.
Sin embargo, la batalla duró todo
el día y esto demuestra el tesón de los naturales y el ardor de la lucha.
Muchas veces se rehicieron los guanches, obligando a los españoles a perder
terreno y otras tantas retrocedieron acosados por la caballería y el plomo
enemigo, pero en esos ataques y contra-ataques pueden citarse ejemplos de valor
y denuedo dignos de ser cantados con épica trompa, ¡que al caer arrollados por
la estrategia y la ciencia militar de los conquistadores, los guanches cayeron
con honor, cumpliendo como buenos y sin demostrar cobardía ni temor!
Se cuentan famosos hechos de
armas realizados por los naturales y que merecieron la admiración de los
vencedores. Los capitanes del ejército, Bencomo, Acaymo y Tinguaro hicieron
prodigios de valor; Tigaiga desafiaba a sus enemigos enarbolando una bandera
perdida por los españoles enAcentejo, y tan fiero se mostró que hizo morder el
polvo a muchos guerreros, hasta que al fin sucumbió pero matando siempre;
Guadrafet vendió cara su vida y Leocoldo, Badamoet, Godo-reto y cien más
quedaron para siempre en el campo de batalla después de mostrar un valor rayano
en la temeridad.
Pero la derrota era inevitable
porque el terreno en que se movían los combatientes era llano y por lo tanto
favorable para los españoles, y la ventaja de las armas, infinita. Bencomo fue
mal herido, también lo fue Acaymo, y Tinguaro muerto, o sea los tres jefes del
ejército guanche. Entonces se ordenó la retirada hacia Tacáronte, y las tropas
comenzaron a cejar, declarándose en derrota completa y retirada desordenada
cuando se advirtió la llegada de los canarios que se hallaban en el real de
Santa Cruz. Los últimos ataques de la caballería hicieron un estrago horrible.
Las pérdidas de los españoles fueron escasas, y así era lógico que sucediera.
Sin embargo, raro fue el que escapó sin heridas. Los muertos fueron: 15
piqueros, 20 ballesteros, y 10 hombres de a caballo, total, 45. Heridos de
gravedad 7 de a caballo, y 10 peones; en cuanto a los hombres de Bencomo
juzgamos no es exagerado el número de 1.700 bajas que consigna Viera.
Respecto a esta batalla existen
pareceres contradictorios en los historiadores. Galindo supone es la tercera de
las libradas en Tenerife, no sabemos con qué fundamento, pues los demás autores
aseguran que es la segunda. Núñez de la
Peña y Viera y Clavija dan poca importancia a la acción, así
como también Castillo, llegando Galindo a decir que el Adelantado al
desembarcar no paró hasta el reino de Taoro; y continúa:
« subió La Cuesta arriba y junto a la
laguna tuvo unarefriega de poco momento, en una ermita que llaman Nuestra
Señora de Gracia».
Por el contrario, Espinosa
sostiene que fue:
«... tan brava, tan reñida y
peligrosa que duró muchas horas con dudosa fortuna, porque cada parte peleaba
con mucho coraje y ánimo denodado».
Nosotros nos inclinamos al
parecer de este último autor, después del estudio que hemos efectuado de la
indicada batalla en los autores más cercanos al hecho narrado, procurando hacer
resaltar en el gráfico que va adjunto la disposición de los combatientes. La
razón de no darle los historiadores de la conquista a esta acción la
importancia que merece, creemos hallarla en el desprecio que mostraron los
españoles a la raza vencida, y esto explica, a nuestro juicio, no haberse
efectuado estudios serios del indicado combate, famoso por más de un hecho de
armas.
II.
LA MUERTE DE
TINGUARO.
Dijimos antes que el ala
izquierda del ejército de Ben medir sus fuerzas con el ala derecha del ejército
cristiano. Dada la señal, el hermano de Bencomo atacó con furor a los españoles
quedando indeciso el combate bastante tiempo; ora retrocediendo, ora ganando
terreno ambas huestes.
Herido Bencomo y puesta en fuga
la gente de Acaymo, las fuerzas españolas reunidas atacaron al héroe de
Acentejo que todo el día había mantenido la lucha sin cejar gran cosa. Era el
atardecer cuando viendo la imposibilidad de sostenerse ante los soldados de
Lugo ordenó la retirada hacia el cerro de San Roque, paraje en que podía escapar
a la persecución de la caballería y en donde su gente se defendería mejor. Ya
herido Tinguaro en la batalla, continuó defendiéndose en la falda del cerro de
los soldados de a caballo que le acosaban dispersándoles con una alabarda que
traía consigo ganada en Acentejo; libre de sus perseguidores continuó la marcha
cerro arriba. Mas, en lo alto del repecho surge Martín Buendía que con la pica
en alto se dirige al encuentro del infortunado príncipe. Entonces, Tinguaro,
cansado, mal herido, débil por la sangre que perdía y abatido por la desgracia,
cruzó los brazos en señal de rendición y dijo:
«No mates al hidalgo, que es
natural hermano de Bencomo y se te rinde aquí como cautivo», pero el implacable
Martín de un fuerte y terrible golpe asestado al pecho de la víctima, le
arrancó la vida. Los compañeros de Martín le dieron voces para que no matara a
tan bizarro guerrero, pero ni las excitaciones de aquellos, ni la abnegación de
aquel valiente rindiéndose cautivo, ni su lastimoso estado movieron a piedad el
corazón del feroz y cruel soldado.
Analicemos este pasaje porque
tiene bastante importancia. Huía Tinguaro hacia el cerro de San Roque
perseguido por soldados de a caballo, hasta que al fin pudo escapar de
aquéllos; así pues, en gran estrecho estuvo el hermano de Bencomo mientras era
perseguido en el llano, pero no así en cuanto ganó el cerro, y desde ese
momento pudo considerarse salvado.
Ahora bien: ¿Cómo es que en lo
más alto del mencionado cerro se encuentra aún con sus enemigos que le amenazan
y matan?. ¿ Cómo es posible que soldados de a pie pudieran alcanzar la cima
antes que Tinguaro, después de haber escapado éste, como efectivamente escapó
en las faldas del cerro de la gente de a caballo?. La explicación la tenemos en
el siguiente hecho: Sabemos que los canarioscomo estaba mandada por el príncipe
Tinguaro, quien necesariamente había de
que habían venido a Tenerife para ayudar a la conquista quedaron, por
disposición expresa de Fernández de Lugo, guardando el real de Santa Cruz.
Mandaba estos soldados Fernando Guanarteme, el cual, inflamado el ánimo y con
un sobrenatural impulso, según dice Castillo, o porque oyó los disparos de los
arcabuces, o en fin, porque conociera por mensajeros el estrecho en que estaban
las tropas, movió su gente y tiró a la laguna. En vano fue que Juan Benítez y
Fernando del Hoyo apostados en La
Cuesta se opusieran a su marcha, porque Guanarteme
enristrando la lanza hizo lugar a los suyos, diciendo que él había de ver la
cara al Adelantado, vivo o muerto, llegando a la batalla en tan buena ocasión
para los españoles que los guanches viendo este no imaginado socorro que
reforzaba a sus enemigos, comenzaron a desamparar el campo hallando la muerte
en todas partes.
Ocasión se nos presenta ahora
para estudiar a la ligera una parte de la orografía e hidrografía del lugar en
que se desarrolló el combate, pies, importa mucho a nuestro fin y para las
conclusiones que deseamos.
Subida La Cuesta se llega a un
terreno llano, o mejor dicho a una meseta que se continua con ligeras ondulaciones
hasta La Laguna. Las
aguas de gran parte de esa meseta discurren por dos barrancos, a poca distancia
uno de otro haciendo más estrecho el camino que servía en la época de la
conquista para subir a la laguna y que constituía en la parte más alta de La Cuesta una posición
estratégica de primer orden, tanto, que después se construyó un castillo para
defender dicha posición y que modificado en estos tiempos aún subsiste.
Recordemos también que los españoles colocaron en ese paraje soldados para la
defensa del mismo y los guanches también enviaron destacamentos con ese objeto.
Siguiendo por el barranco
principal o sea el de Santos y continuando por el del Drago se llega a la
laguna. Hay que sospechar que una parte de la gente de Don Fernando Guanarteme
siguió por el cauce del prenombrado barranco apareciendo por el cerro de San
Roque, mientras la tropa de a caballo que acompañaba al jefe continuó por
terreno llano hasta Gracia.
Los canarios que surgieron por el
cerro de San Roque, fueron los que mataron al príncipe Tinguaro pues ya hemos
demostrado la imposibilidad de hallarse las tropas de Lugo en aquel lugar.
Pero aún queda una duda: ¿Cómo
conocían esa ruta los canarios? Desde luego hay que admitir que no fue la
casualidad quien los condujo por tal sendero en tan buena ocasión para los
españoles, sino que alguien les indicó el camino.
En efecto: Los espías que Bencomo
envió al campo cristiano para conocer los movimientos del Adelantado fueron
apresados todos por los españoles excepto uno que regresó a la laguna, y si
estos espías, amenazados quizás por los canarios declararon el paso, y si no
fueron éstos (que es lo más probable) sería algún otro guanche, ¡que en ningún
tiempo han faltado traidores! (1).
El cauce del mencionado barranco
desembocaba en el puerto de Santa Cruz junto al real de los cristianos, así lo
demuestra la orden de Bencomo a los espías para que se ocultaran «en un
barranco grande junto al puerto» según dice Viana. Este barranco es el llamado
hoy de Santos, con cuyo nombre fue bautizado porque en ese día (1 Noviembre),
desembarcaron los españoles por segunda vez en las playas de Añaza.
Asimismo, para corroborar que el
ya repetido barranco se unía con el del Drago y surgía por el cerro de San
Roque, oigamos a Viana en el capítulo XII, dando cuenta de las disposiciones de
Bencomo:
«...y luego tuvo acuerdo
que fuese el rey de Anaga con la
gente
que le seguía, que eran mil
soldados
por tras aquellos valles, dando
vuelta
al cerro de San Roque, y que
saliese
después por el barranco referido
que va de la Ciudad derecho al Puerto».
• Ahora se explican perfectamente
los sucesos de la acción. Tin-guaro mal herido huyó cerro arriba librándose de
la persecución de los hombres de a caballo, pero en lo más alto del cerro,
aparece un grupo de enemigos. Eran los canarios que de Santa Cruz llegaron
siguiendo el cauce del barranco ya indicado, ruega el héroe deAcentejo que no
le maten pero Buendía le hunde la pica en el pecho.
La interpretación de los autores
y la unión de datos que antes estaban dispersos y ahora reunidos por nosotros,
desvanecen la confusión que rodeaba a la batalla que hemos analizado y ala vez
dan una idea acabada de las circunstancias en que Tinguaro halló la muerte.
Historiógrafos hay que suponen
fuera el mismo Bencomo quien pereció en el malhadado combate. Espinosa,
Castillo y algún otro autor son de esa opinión, mas hoy día está probada la
inexactitud de tal aserto con tantas pruebas sería perder tiempo el querer
refutarla.
Puestas en claro las
circunstancias de la muerte de Tinguaro, fácil es averiguar el lugar en que
cayó para siempre el hermano del rey de Taoro con una precisión que no deja
dudas en el investigador.
Espinosa dice que «murió en un
barranquillo estrecho do quedó», y Castillo que «Martín le pasó con la pica en
una canal que hacía la cuesta».
Hemos subido varias veces el
cerro de San Roque para estudiar detenidamente el paraje que citan los
historiadores nombrados y de nuestras investigaciones hemos sacado el
convencimiento de que el lugar en que ocurrió la muerte de Tinguaro no está muy
lejos de donde se levanta hoy la ermita dedicada a San Roque. Allí,
efectivamente, debió haber existido una canal o pequeño barranco hoy cegado,
pero del que hemos encontrado vestigios. Sobre ese barranquillo se han formado
fincas artificiales que por el abancalado del terreno hacen aprovechable la
colina y según puede comprobarse, los acarreos aluviales de las tierras de la
parte alta de la montaña forman esas fincas. Por ese barranquillo discurrían
las aguas de la parte alta de la colina para unirse a las de un barranco mayor,
o sea el del Drago por donde subieron los canarios. He aquí un gráfico que
determina el perfil de la montaña y el lugar del trágico suceso, (Vid. página
siguiente).
Después de muerto Tinguaro su
cadáver fue trasladado al real de los españoles para comprobar si era el famoso
capitán que tanto estrago hizo en la española gente. Allí la soldadesca se
ensañó en su cuerpo dándole puntapiés y otros le herían con los regatones de
las picas, diciendo: «¡Éste es el capitán que en Acentejo nos causó tanto
daño!». Tantos fueron los golpes, que el rostro y el cuerpo quedaron
desfigurados, no pudiendo afirmar los guanches prisioneros si era Tinguaro o
Bencomo. El Adelantado, en la duda de si era uno u otro, ordenó que le cortaran
la cabeza y puesta en una pica la llevaran al campo enemigo.
Marcharon los soldados a cumplir
el encargo. Pasaron por la laguna y después a los Rodeos hasta el cabo Peñón,
cuando desde lo alto de un monte divisaron el campamento enemigo. Vio Bencomo
la cabeza de su hermano y dando pruebas de una gran presencia de ánimo exclamó:
«Ponedla donde está el cuerpo,
mas mire cada cual por la suya».
Apenas se retiraron los
españoles, el desgraciado Bencomo lloró con pena y abatimiento sin igual.
Viera, que encuentra tantas
analogías entre nuestra historia y la de Roma, pudo muy bien parodiar la frase
de Aníbal cuando le presentaron la cabeza de su hermano Asdrúbal, después de la
batalla del Metauro:
«Perdiendo a Tinguaro, he perdido
toda mi felicidad y Nivaria toda su esperanza».
No cumplieron los españoles el
deseo de Bencomo. Dejaron la cabeza de Tinguaro en el sitio en que hicieron
alto en Tacáronte y se volvieron al real. Entonces los amigos y deudos del
héroe de Acentejo la recogieron para honrarla con fúnebres exequias; la triste
comitiva, en la que figuraban los más notables capitanes y esforzados
guerreros, se dirigió al reino de Taoro acompañada de las reliquias del
ejército vencido en la laguna, y ya en marcha el cortejo aparece Cuajara, la esposa
del infortunado príncipe que llora sobre la ensangrentada cabeza con grandes
muestras de dolor. Lloran también los grandes del reino y los consejeros del
rey, los nobles, los guerreros, y el pueblo en su amargura y desolación, grita:
«¡Tanaga guayoch, archimensey no
haya dir hanido sahec chunga pelut! que dice en castellano:
«¡El valeroso padre de la patria
murió, y dejó huérfanos a sus hijos!».
Tinguaro, según las descripciones
que han llegado hasta nosotros, era alto, fornido, de color blanco, de cuerpo
muy bien proporcionado y de recia complexión. Usaba larga cabellera signo de su
alta alcurnia y hermosa barba de color rubio, presentando en todo su conjunto
un continente de nobleza y dignidad muy acentuado. En el combate era
infatigable, inexorable con los enemigos de la patria y magnánimo con los
vencidos; en fin, era un verdadero caudillo por las virtudes militares que le
adornaban y digno de rivalizar con los capitanes de los tercios españoles.
El poeta Viana describe con gran
acierto los amores del héroe. Hermoso es el pasaje en que Benajaro rey de Anaga
promete su hija por esposa a Tinguaro si vence a los españoles, en tanto que
Cuajara llora su mala fortuna por estar enamorada del famoso guerrero hasta que
al fin aquella dama vence y domina al rendido amador. Estos hechos, de un
marcado lirismo se consideran por muchos como producto de la fértil imaginación
del poeta, pero de todos modos acreditan el renombre del hermano del rey de
Taoro. ¡Todo guerrero tuvo en la aureola de gloria que le teje la leyenda y la
tradición un rayo luminoso formado por el amor y que resplandece con vividos
fulgores inmortalizando su nombre!
Tinguaro, el valeroso
representante de una raza de héroes, que dio su vida por la patria en combate
desigual, que muere conservando hasta en los últimos momentos una dignidad que
asombra, un valor a toda prueba y un gran corazón, no ha merecido aún ni
siquiera un pequeño recuerdo que testimonie y perpetúe la grandeza de su alma
(2).
Para terminar este capítulo
diremos que conociéndose el sitio en que cayó para siempre Tinguaro, y el día
de su muerte, pues acaeció según los escritores de la época el 15 de Noviembre
del año 1494, bien merece que alguna sociedad literaria le dedique un recuerdo
cariñoso en los momentos actuales ¡que honrar a los que fueron dignos, es
honrarnos también nosotros!
III.
PEDRO MARTÍN BUENDÍA.
En el capítulo anterior al hablar
de la muerte de Tinguaro dijimos que éste había sido muerto por un soldado
llamado Pedro Martín Buendía, y que ese guerrero era natural de la isla de Gran
Canaria y no español como hasta ahora se ha afirmado en libros, revistas y
periódicos; lo mismo desde la tribuna, y en el mitin, que en cadencioso verso,
con manifiesta ignorancia de todos.
En estas líneas nos proponemos
aclarar la cuestión auxiliados por los autores más cercanos a los hechos.
Al decir que Buendía era canario
queremos significar que pertenecía a los naturales o primitivos pobladores de
aquella isla que al tiempo de la conquista se bautizaron y siguieron a los españoles
como tropas auxiliares, mandadas por príncipes también sometidos a la corona de
Castilla.
En cuanto al hecho de que fuera
un natural de la isla de Gran Canaria el matador del príncipe Tinguaro, si bien
es cierto que ante la severa moral es un acto punible por las circunstancias en
que ocurrió, por otro lado las leyes de la guerra lo atenúan. De todas
suertes el hecho por nosotros
descubierto modifica ese punto histórico, pues todos los historiadores consideraban
español al feroz y cruel soldado.
Desde luego podemos decir que no
era español. Para fundamentar nuestra afirmación tenemos una preciosa fuente
histórica, que es la relación detallada de la tropa que trajo el Adelantado
Fernández de Lugo a la conquista de Tenerife la segunda vez que desembarcó con
dicho objeto en esta isla.
Y en efecto, quien como nosotros
lea la indicada relación publicada por Viera y Clavija copiada de la que
inserta Viana en su poema, se convencerá que entre aquellos 600 nombres y
apellidos no existe ningún sujeto que se llame como el matador de Tinguaro.
Ni lógicamente pensando podía
suceder así, pues siendo las tropas canarias las que subieron al cerro de San
Roque y estando mandadas por Fernando Guanaríeme, era imposible o muy difícil
que hubieran españoles a las ordenes de aquel jefe.
No siendo español, debía ser
canario; esta suposición la corrobora el poeta Viana:
«Luego el gallardo Pedro
Maninidra
llegó con los canarios de su
bando,
de los cuales se hizo aquesta
lista:
Doramas, Rutindana, Bentagaire,
Alonso deAdargoma, Juan Dará,
Juan Blasino, Romano, Gamonales,
Pedro Mayor, y Pedro el de la Lengua ,
Juan Pascual, don Fernando
Guanarteme,
Juan Bueno, Luis Guillen, Juan de
Santa Ana,
Juan Domeados, Pablo Martín
Buendía, etc.,».
El historiador Castillo supone
que el matador de Tinguaro se llamaba Pedro Mayor Buendía, pero contra esta
opinión está la de todos los autores que del hecho se ocupan, que le asignan el
apellido de Martín, siendo de gran peso y autoridad las razones que aducen para
preferir el testimonio de Castillo.
Pero aún cuando se sustentara el
criterio de este autor, también resultaría verdadero nuestro aserto, pues en
una información que trae Galindo que se remonta al año 1497 acerca de la cera
que aparecía en las playas de Candelaria, deponen como testigos en presencia de
Lugo «Gonzalo Méndez Castellano, e Pedro Maninidra e Pedro Mayor, naturales de
la isla de Gran Canaria, que ahora están y habitan en esta isla de Tenerife».
Lo que nosotros pensamos es que
Castillo se equivocó de persona agregándole e Mayor el cognomen de Buendía, que
era inseparable del soldado que mató a Tinguaro, sancionado por la tradición y
muy posterior al hecho de armas que tan tristemente célebre hizo su nombre. Es
de notar que esta confusión u error no fue seguido por ninguno de los autores
que escribieron de estos sucesos, lo que demuestra la falta de autoridad de la
expresada afirmación.
Espinosa, hablando de la acción
del cerro de San Roque, cuando Tinguaro huía de sus perseguidores, dice: « no
pudo escaparse de un fulano de apellido Buendía». Esto comprueba lo que antes
dijimos, es decir, que con el sobrenombre de Buendía se indicaba siempre al
matador del hermano de Bencomo.
Castillo por error le llama Pedro
Mayor Buendía, y Espinosa ante la duda prefiere callar el nombre y primer
apellido, pero ambos le denominan Buendía. Uno por exceso y otro por defecto no
dan luz en el asunto que pretendemos dilucidar, o sea el verdadero nombre del
soldado en cuestión.
Al decir que no dan luz es porque
aún deseamos aquilatar la cuestión, ya que, si termináramos en este punto, bien
a las claras se observa que demostrado quedaría hasta la evidencia que fue un
canario y no un español el verdadero matador del héroe de Acentejo. En los
demás historiadores vemos que Núñez de la Peña y Viera y Clavija le llaman Pedro Martín
Buendía, y Galindo, Pablo. La duda estriba solamente en si se llamaba Pablo o
Pedro, pues en los apellidos no discrepa ninguno; sin embargo, en eso no vemos
dificultad ni recelo para sospechar la dualidad del personaje objeto de
discusión, por el contrario, puede decirse que robustece y afirma la unidad del
mismo. Todos sabemos que en nuestro santoral el día de San Pedro y San Pablo
los celebra unidos la Iglesia ,
y nada tiene de extraño que, el día que fue bautizado Buendía, fuera cuando esa
festividad es celebrada por los cristianos siendo potestativo, como hoy sucede,
usar en la práctica el que mejor le parezca al bautizado.
Para corroborar lo expuesto,
obsérvese que Viana en la relación de los soldados le denomina PABLO y en el pasaje del cerro de San Roque le
dice PEDRO. De todo lo expuesto
anteriormente se deduce que el matador de Tinguaro era natural de la isla de
Gran Canaria, y se llamaba Pedro Martín Buendía.
De ese individuo, por más que
hemos buscado datos nada hemos encontrado. Solamente Abreu Galindo dice, al
hablar de la conquista de Tenerife: «...Pedro de la Lengua , Pablo Martín del
Buendía, Juan Núñez de Hoyos, y otros muchos que se quedaron para poblar».
Se presume de esto que Buendía,
después de obtener alguna data de tierras como conquistador, se quedó viviendo
en esta isla de Tenerife pero sin mezclarse en los asuntos públicos y por lo
tanto llevando una vida oscura, contando como una gran hazaña la muerte que
diera al príncipe Tinguaro, hasta que la muerte le llevó ante el Juez Supremo.
RESUMEN
La presente Memoria, que tenemos
el alto honor de presentar a esa digna Comisión, necesita como epílogo un
resumen que abarque o compendie los puntos que en ella se discuten y resuelven
con más o menos acierto, pero siempre con la mejor intención y buena voluntad.
En este trabajo, aparte modestia,
creemos haber demostrado con una precisión que no puede dar lugar a dudas:
1. Que en la batalla de la laguna descrita por
los historiadores faltaba la cohesión en los hechos, orden en la narración y
existía oscuridad en el conjunto de la acción y que nosostros hemos intentado
con éxito esclarecerla.
2. Que hemos descubierto el paraje en que cayó
para siempre el príncipe Tinguaro, después de las investigaciones efectuadas en
el cerro de San Roque y la compulsa de los historiadores más cercanos a la
batalla que hemos reseñado, y
3. Que los enemigos que encontró el infortunado
príncipe en el cerro eran canarios y no españoles, dándole muerte uno de ellos
llamado Pedro Pablo Martín Buendía.
Si estas conclusiones, a nuestro
juicio demostradas plenamente merecieran la aprobación del señor Presidente de la Comisión , el autor se
atrevería a indicarle que recabara del Gobierno o de las entidades de la
provincia que contribuyeran de algún modo a perpetuar para siempre el valor del
príncipe Tinguaro y la importancia de la ba
talla de La Laguna ,
ya que hasta la fecha, quizás por desconocerse pormenores del suceso, no se ha
efectuado».
NOTAS:
Para el estudio que hemos hecho
nos han servido como fuentes históricas: Castillo, para los antecedentes que
van en las primeras cuartillas, y además Abren Galindo, Núñez de la Peña , Espinosa, Viera, etc.
Como fuente de primer orden, y
que hasta la fecha ha sido considerada secundaria, tenemos al poeta Viana al
que nosotros hemos respetado y consultado siempre, porque le concedemos una
autoridad superior a la de muchos historiógrafos.
Para comprender y estudiar la
obra de Viana, así como la interpretación de algunos de sus pasajes, pueden
consultarse los artículos publicados por el autor de esta Memoria en el
periódico Diario de Avisos de la capital con el título «Estudios semi-críticos
del Poema de Viana» que merecieron el aplauso de los doctos, llegando algunos
de esos trabajos a ser unidos por el Sr. Rodríguez Moure a la editio princeps
que conserva en su biblioteca el expresado erudito (3).
// Buenaventura BONNET. La batalla de La Laguna y la muerte de
Tinguaro. Ejemplar mecanografiado de 42 cuartillas. Tenerife, Noviembre de
1916. A.H.M.L.Ll Fondo de £)ssuna. Caja
153, expediente na. 19//.
ANOTACIONES
(1) En cualquier caso, una vez llegados al
terreno, la propia orografía presentaba sólo dos alternativas para acceder a
los márgenes de la laguna, a través del lomo de Gracia o siguiendo el cauce del
barranco del Drago (hoy de la
Carnicería ).
(2) Existe un proyecto municipal para levantar un
monumento, en memoria de la
Batalla de Agüere y la figura de Bencomo, en la cima de la
montaña de San Roque.
(3) Ver el anexo documental N.° I, de D. José
Rodríguez Moure.. (En Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche,
tomo III)
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